Subido por ROMINA VANESA COLOMBO

01. Darkest Moon - Linsey Hall

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Sinopsis .................................................................................................... 4
1 ............................................................................................................... 5
2 ............................................................................................................. 11
3 ............................................................................................................. 19
4 ............................................................................................................. 27
5 ............................................................................................................. 36
6 ............................................................................................................. 46
7 ............................................................................................................. 54
8 ............................................................................................................. 59
9 ............................................................................................................. 68
10 ........................................................................................................... 76
11 ........................................................................................................... 87
12 ........................................................................................................... 97
13 .......................................................................................................... 106
14 .......................................................................................................... 117
15 .......................................................................................................... 130
16 .......................................................................................................... 140
17 .......................................................................................................... 152
18 .......................................................................................................... 161
19 .......................................................................................................... 171
Escena eliminada ................................................................................... 177
Próximo libro ........................................................................................ 187
Sobre la autora ....................................................................................... 188
3
Se supone que sea la compañera del Alfa. A la mierda con eso.
Desde que nací, estuve destinada a ser una cosa: la Compañera del
Alfa. Debería ser el sueño de toda chica. No el mío, eso sí. Él es muy enigmático
y dañado, y tengo un secreto que él nunca puede saber: no soy una verdadera loba.
En vez de esperar que se dé cuenta de que soy una abominación, me fui en mi
quinceavo cumpleaños. Pero no fui muy lejos. Por nada del mundo dejaría que el
destino me llevara lejos de la ciudad que amo.
Diez años más tarde, todavía me escondo a plena vista. Cuando lo veo
ocasionalmente en la calle, letal, sexy y poderoso, solo paso por su lado. Mantengo
mi cabeza baja.
Hasta esa noche. Lugar equivocado, hora equivocada, y de pronto soy
acusada de asesinar a alguien de mi vieja manada. Y él está ahí. Culpándome. Tengo
una oportunidad para probar mi inocencia y encontrar al real asesino, o estoy muerta
por la ley de los cambiaformas.
Afortunadamente, el Alfa no me reconoce porque ya no soy la misma patito
feo. Sin embargo, siente que soy especial y no se detendrá hasta que averigüe la
verdad.
Pero cuando lo haga, estaré en peligro por más que solo el asesinato.
Wolf Queen #1
Shadow Guild Universe #9
4
Eve
Hoy era el día.
El día que temí todo el año.
Vi la fila de tiendas y bares que se alineaban en la calle frente a mí. La música
resonaba en el club en el medio de la fila y un portero descomunal cuidaba la puerta.
Metí la mano en mi bolsillo y agarré una mini barra de chocolate. En
segundos, la desenvolví y me la metí en la boca. El chocolate no podía arreglar mi
situación, pero desde luego que podría ayudar. Cuando estaba nerviosa, devoraba
chocolate como un hámster frenético, con las mejillas llenas y los ojos intensos. No
era una de mis mejores cualidades.
Pero no se me podía culpar. No cuando llegó el momento de pagarle al
chantajista que había estado sobre mi culo durante años.
Esta vez, insistió en reunirse en Pandemonium, el club clandestino de lucha
dirigido por los cambiaformas de Ciudad del Gremio.
Ahí estaba el problema: el club de lucha estaba en el territorio de los
cambiaformas.
No había vuelto a su parte de la ciudad desde que me fui en plena noche, hoy
hace diez años. Mantenerme alejada era la única forma de permanecer escondida.
¿Mi gran secreto? Se suponía que era la compañera predestinada del Alfa.
Simplemente no quería que nadie lo supiera.
—Contrólate —murmuré.
Me deshice de mis nervios y caminé hacia el club, recordándome que era
totalmente irreconocible como la chica que una vez fui. El crecimiento había sido
amable conmigo, convirtiéndome de un auténtico patito feo a un… bueno, no un
cisne, exactamente, pero no me parecía en nada a cómo era. Además, llevaba un
amuleto que ocultaba el hecho de que era una cambiaformas fallida. Parecía una fae
ahora, orejas puntiagudas y todo. Nadie me reconocería.
5
Aun así, cada centímetro de mí vibró cuando me detuve frente al portero de
la entrada. La mirada desdeñosa que deslizó por mi cuerpo me hizo buscar otra barra
de chocolate. Me detuve antes de sacarla de mi bolsillo, sabiendo que sería una locura
comérmela mientras hacía contacto visual con él.
—Oye, bicho raro —dijo—. Te vi de pie al otro lado de la calle mirando el
lugar, metiendo chocolate en tu boca. ¿Estás tratando de satisfacer una necesidad
insatisfecha de algún tipo?
Oh, maravilloso. Realmente iba a tener que hablar con este hombre. Era
enorme, de piel pálida y una nariz torcida que probablemente se había roto algunas
veces. Estaban tatuadas en su cuello las palabras Alma de Guerero Perdido. ¿Sabía que
estaba mal escrito?
—Escucha, si tienes necesidades insatisfechas, también puedes admitirlo. —
Sacó la lengua y la movió—. No eres realmente mi tipo. Me gustan las chicas con
clase. Pero acepto algún caso por lástima.
—Bueno, eso suena como darse un gusto. Debo haber usado mis calcetines
de la suerte hoy. Pero, desafortunadamente, tengo que entrar. ¿Me vas a dejar entrar?
Su labio se curvó.
—Lo siento, me temo que este es un buen lugar. ¿De dónde sacaste esa ropa?
¿Liquidación en Primark?
La humillación me atravesó. Los recuerdos siendo una niña y siendo
intimidada por ser pobre y fea pasaron por mi mente. Para empeorar las cosas, el
Alfa, el que se suponía que era mi compañero, había sido el más cruel de mis
atormentadores.
—Puedo cambiarme de ropa —dije—. Tú estás atrapado luciendo como un
verdadero idiota con una palabra mal escrita permanentemente en tu cuello. ¿Era
más barato omitir la segunda R en Guerrero? —dije—. El estado en que estás.
Honestamente. Ahora, ¿me vas a dejar entrar o no? Sé que en realidad no es muy
elegante.
—Sigues pareciendo un caso de tienda de caridad.
Me fulminó con la mirada mientras me abría la puerta.
Puse los ojos en blanco y avancé. El piso superior era solo un bar, igual que
cualquier otro. Cerveza, cantinero y clientes en taburetes. Era un poco más oscuro y
tenía un ambiente más peligroso que mi lugar habitual, pero nada que no pudiera
manejar. Solo había dos personas en la barra, ambas encorvadas sobre vasos de
líquido ámbar.
6
El cantinero levantó la mirada, encontrándose con la mía con ojos
desinteresados. Era noche de pelea, así que la gente no estaba allí por las bebidas.
Recordaba bastante de eso por mi breve juventud, junto con el lugar al que tenía que
ir si quería encontrar la acción.
Asentí una vez y me volví hacia las escaleras a mi izquierda. El ruido resonaba
en la habitación de abajo. Antes de sumergirme en la multitud, me aseguré de que el
sobre con dinero en efectivo estuviera seguro y que mi bolsillo estuviera abrochado.
Dentro de ese sobre estaba cada centavo que había conseguido durante el último año.
Bajé las escaleras de dos en dos, determinada a acabar con esto.
Primer paso de esconderse a plena vista: no actúes con miedo.
Cuando se trataba de esconderme, mi colgante ayudaba, pero la actitud era la
mitad de la batalla.
Y la tenía.
Apretando los dientes y cuadrando los hombros, bajé los últimos escalones y
me encontré con la multitud.
E inmediatamente tuve un ataque de pánico.
Había docenas de ellos, todos amontonados alrededor del cuadrilátero de
lucha elevado en medio de la habitación. Los sonidos, aromas y el calor me
aplastaron.
Pasé diez años escondiéndome de mi manada y ahora estaba rodeada por
ellos. Mi manada. Una vez, mi familia. Mi cabeza daba vueltas, los sentidos a toda
marcha.
Contrólate.
Saqué uno de los chocolates de mi bolsillo y lo metí en mi boca, masticando
rápidamente. Calmada, me abrí paso entre la multitud hacia la barra. Si ordenaba
una bebida, tendría un lugar lógico para estar de pie mientras exploraba a la multitud.
La barra estaba abarrotada, pero me las arreglé para meterme entre dos chicos
para encontrar un lugar. Uno de ellos se volvió hacia mí, con interés en sus ojos
pálidos. Todo lo que tenía que hacer era poner mi Cara de Bruja para que se
estremeciera y se alejara. La CdB era clave para encuentros como este.
Me incliné sobre la barra y llamé la atención de la cantinera. Era una mujer
alta y delgada con una mata de cabello púrpura y ojos afilados.
El miedo inmediatamente me apuñaló en el estómago.
Clara.
7
Una acosadora de la escuela.
Mi ritmo cardíaco se disparó cuando le sonreí, y respiré lentamente entre los
dientes, tratando de calmarme sin parecer una loca.
Se detuvo frente a mí, con una sonrisa educada en su rostro.
—¿Qué será, amor?
—Una pinta de cerveza rubia. Del tipo más barato.
Asintió y se volvió hacia los grifos. El sudor frío corrió por mi espalda
mientras me mantenía firme.
Ella no me había reconocido. Y no lo haría.
Estaba en lo correcto.
Cuando me entregó la cerveza, le di el dinero y me di la vuelta, estudiando a
la multitud.
¿Era Lachlan una de las personas en la multitud?
No. Él era el Alfa, por el amor al destino, demasiado ocupado e importante
para estar en un club de lucha clandestino.
La pelea en el cuadrilátero había terminado y la gente abucheaba o vitoreaba,
dependiendo de su alianza. Había muchas apuestas y la emoción en la sala era alta.
Inmediatamente, una sensación de hogar se apoderó de mí.
Lo ansiaba.
A pesar de todos sus defectos, los cambiaformas eran fundamentalmente
buenos. Leales, apasionados y cálidos. Feroces cuando debían serlo y protectores de
sus seres queridos.
Lo había dejado todo atrás, pero eso no significaba que no me lamentara por
ello.
Mierda, necesitaba recomponerme.
Afortunadamente, mi mirada se posó en la propia rata bastarda: Danny
Walker, que había descubierto mi secreto. Traté de convencerlo de que se reuniera
en cualquier lugar menos aquí, pero había estado aterrorizado de dejar su tierra, que
era algo nuevo en él.
Estaba de pie en las sombras a medio camino del cuadrilátero, su rostro pálido
y demacrado. De hecho, se veía terrible, como si no hubiera dormido en un mes.
Danny nunca había sido guapo, pero esto era duro.
8
Lo que sea. No importaba.
Le pagaría al bastardo y volvería a la vida como alguien normal,
sobreviviendo, pero feliz, sobre todo. Libre, definitivamente.
Me abrí paso entre la multitud, lista para terminar con esto de una vez.
Mientras me acercaba a él, una nueva figura subió al cuadrilátero. Era alto y
ancho. Las curvas y planos de sus músculos brillaban bajo la luz, tan perfectos que
podrían haber sido tallados por los mismos dioses. Cuando se volvió hacia mí, vi su
rostro. Hermoso. Brutal. Ángulos duros y labios carnosos, penetrantes ojos oscuros.
El rostro de un poeta y el cuerpo de un guerrero.
Verlo me golpeó en las entrañas.
Lachlan MacGregor.
Mi cabeza se volvió ligera.
Oh, Dios, había sido una tonta al aceptar reunirnos aquí.
El objetivo de pagar al chantajista era evitar la mirada de Lachlan MacGregor,
el Alfa de toda la manada. Mi compañero predestinado.
Del que había huido cuando era adolescente.
Apenas lo conocía entonces, pero el recuerdo de sus palabras todavía me
cortaba.
Cuando tenía quince años, nuestra vidente más respetada había profetizado
que yo sería su compañera y que el vínculo me mataría de alguna manera porque yo
era una abominación. No se equivocaba sobre lo de la abominación. No tenía
ninguna bestia dentro de mí, como los demás. La compañera del Alfa estaba
destinada a ser una loba pura y yo ni siquiera podía cambiar.
Entonces supe que necesitaba huir. Si me quedaba, mi mejor escenario era
verme obligada a casarme con el tipo que había sido tan cruel conmigo. ¿El peor de
los casos, según lo ordenado por nuestra vidente más poderosa? Mi muerte.
Así que sí, había huido.
La mirada de Lachlan se posó en mí y el calor recorrió mi cuerpo, seguido por
el miedo. Una conexión tensó el aire entre nosotros, algo que no había sentido en
años.
Antes de que pudiera decir si el reconocimiento brilló en su rostro, otras cuatro
figuras subieron al cuadrilátero, cada uno con los nudillos encintados. Él se volvió
para enfrentar a sus oponentes.
Cuatro contra uno.
9
No me sorprendía. Él había sido un niño cuando lo vi por última vez, de
dieciocho a mis quince, pero incluso entonces, había sido fuerte.
No importaba. Solo una cosa era importante aquí: pagar e irme.
Me volví y me abrí paso hacia Danny. El sonido de la pelea estalló, pero no
miré.
Danny me vio medio segundo después, sus ojos brillando. Parecía
extremadamente nervioso, más de lo habitual, y sostenía un vaso de whisky en sus
manos.
—Ya era hora. —Empujó el vaso hacia mí—. Aquí, ten esto. Necesito fumar.
—No puedes fumar aquí.
Sujeté el vaso porque parecía que iba a dejarlo caer y lo miré mientras buscaba
en sus bolsillos.
—No me importa.
—Hazlo después de que me haya ido. No quiero atención.
Le devolví el vaso y él lo tomó, frunciendo el ceño.
—Bien.
Bebió un sorbo profundo.
Desabroché el bolsillo de mi chaqueta y busqué el sobre con dinero en
efectivo. Los ojos de Danny se agrandaron y fruncí el ceño. De repente, hizo una
mueca, su rostro se retorció, luego colapsó y aterrizó sobre mí como un saco de
piedras. Caí con fuerza, atrapada debajo de él.
—¡Danny! —siseé, empujando sus hombros mientras trataba de quitármelo
de encima—. ¿Qué pasa?
—El bastardo consiguió... —Inhaló una respiración gorgojeante y luego se
quedó quieto.
Muy quieto.
El frío se apoderó de mí, empapándome de hielo.
Danny estaba muerto y yo estaba atrapada.
10
Eve
Por un breve y feliz segundo, mi mente se quedó totalmente en blanco por la
conmoción.
Entonces la realidad de mi situación me golpeó.
Estaba de espaldas en Pandemonium con un cambiaformas muerto encima
de mí. El terror me dio la fuerza para apartarlo de mí, pero ya era demasiado tarde.
Un círculo de cambiaformas nos miraba, una docena de rostros se arrugaron
por la sorpresa. Su sorpresa se convirtió en horror cuando vieron el rostro de Danny.
Una espuma verde pálida se derramaba de sus labios.
—¡Veneno! —Una mujer señaló a Danny con los ojos muy abiertos—. ¡Ha
sido envenenado!
Oh, no.
El terror se desenrolló en mi estómago.
—¿Ella no tiene esa tienda de pociones en la ciudad? —susurró otra voz—.
Juro que la reconozco. Su cabello siempre es de un color loco.
Me puse de pie con dificultad, el corazón retumbando en mis oídos. Tenía
que salir de aquí.
Los cambiaformas cerraron filas, apretando el círculo que me rodeaba. Yo era
una forastera y ellos eran una manada.
—Lo envenenaste. —Un hombre corpulento me señaló con el dedo—. Lo
mataste, bruja malvada.
—Fae —dijo el hombre a su lado—. Estoy bastante seguro de que es una fae.
La he visto con alas. Cosas brillantes. Y mira esas orejas.
No era fae. Esa era solo mi cubierta, un disfraz que había creado con la ayuda
de pociones. Era magia increíblemente difícil, casi imposible. Pero no podía decirles
eso.
11
—¡No le hice daño! —Hice un gesto hacia Danny—. No le hice nada. Solo
estábamos hablando y luego se derrumbó.
—Te dio su vaso —dijo una mujer bonita. Era pálida y delgada, con ojos
penetrantes y un rostro inteligente—. Yo lo vi. Pusiste algo dentro.
Presa del pánico, busqué una escapatoria entre la multitud. No había ninguna.
Venía aquí con planes de respaldo y algunas bombas de pociones que podrían
ayudarme en un apuro: una poción congelante, una poción para el olvido. Pero
nunca había considerado que toda la manada se volvería en mi contra.
Retrocedí, intentando alejarme de los que me miraban. Unas manos me
empujaron por detrás, tropecé y caí de rodillas.
Mi corazón saltó a mi garganta, el miedo me recorrió la espalda. ¿Me
destrozarían aquí mismo? No. La ley de los cambiaformas podía ser brutal, pero eso
era exagerado.
—¿Qué está pasando? —gritó un hombre sobre la multitud.
Él.
Lo supe sin mirar. Su voz tenía suficiente poder para hacer temblar mis
huesos, y me puse de pie, volviéndome hacia él.
El Alfa.
Mi cabeza dio vueltas.
Lachlan estaba de pie en el borde del cuadrilátero, sus cuatro oponentes
derrotados detrás de él. Nos miraba fijamente, su presencia tan imponente que sentí
que me estremecía hasta mi núcleo.
Respiré temblorosamente, incapaz de apartar la mirada.
—¡Ella mató a Danny! —gritó un hombre a mi izquierda.
El Alfa frunció el ceño y la gente detrás de mí se movió, revelando el cuerpo.
Bajó la ceja y su mirada se tornó atronadora.
—No lo hice.
Mis palabras fueron demasiado bajas, pero seguramente pudo distinguir lo
que dije.
Asintió con la cabeza a alguien detrás de mí y el hielo se disparó a través de
mí.
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Un momento después, unas manos fuertes agarraron mis brazos. Me retorcí,
tratando de liberarme, pero el agarre se apretó y el dolor apareció. Se me llenaron los
ojos de lágrimas, pero las obligué a retroceder.
—Llévenla a la torre.
La voz del Alfa no era fuerte, pero vibraba con tal autoridad que me provocó
un escalofrío.
La torre.
Oh, mierda. Nunca saldría de allí.
La Ciudad del Gremio tenía casi una docena de gremios mágicos, uno para
cada especie sobrenatural, y cada uno de esos gremios tenía una torre. Si entraba en
la torre de los cambiaformas, se acabó para mí.
Pero demonios, estaba rodeada por docenas de cambiaformas, incluido el
Alfa. Tampoco había forma de que saliera de aquí.
Así que dejé que me arrastraran entre la multitud, mi mente dando vueltas
con planes de escape. No sabía lo que estaba a punto de suceder, pero tenía una
docena de planes, algunos demasiado descabellados como para ser posibles. Pero
siempre había sido buena con las ideas. Eso me sacaría de esto.
Me aferré al pensamiento. El pánico y el miedo no me llevarían a ninguna
parte. Necesitaba mantener la calma. Estar alerta.
Los guardias, dos hombres fornidos de hombros anchos y barbas espesas, me
arrastraron escaleras arriba hasta el bar principal. No sabía qué tipo de cambiaformas
eran. Había una jerarquía, con depredadores en la parte superior, pero a menudo era
imposible saber cuando una persona estaba en forma humana.
No importaba.
—No te saldrás con la tuya —murmuró el cambiaformas a mi izquierda.
—Eres un idiota si crees que hice eso.
—La manada no lo tolerará.
—Duh.
Por supuesto, la manada no toleraría el asesinato de uno de los suyos, pero su
deseo de saltar y hacer la maldita declaración simplemente me enfadó. La lealtad era
lo más importante y lo mostraban siempre que podían.
La noche era aún más fría cuando me sacaron a rastras y la lluvia era
torrencial. Me empapó en segundos, enviando frío por mis venas.
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Al otro lado de la calle y del patio cubierto de hierba más allá, se alzaba la
torre del Gremio de los Cambiaformas. La enorme muralla de la ciudad se extendía
desde ambos lados de la torre, desapareciendo en la oscuridad, donde se uniría con
otras torres del gremio.
La Ciudad del Gremio en sí era más o menos circular, rodeada por un muro
encantado para mantenernos ocultos del Londres humano. Estábamos en medio de
la ciudad, pero ni un solo humano sabía que estábamos aquí, que era como nos
gustaba.
El centro de la Ciudad del Gremio era un territorio prácticamente libre, lleno
de tiendas y casas para todos los sobrenaturales. Los bordes, sin embargo, eran
propiedad de los gremios. Cada residente pertenecía a un gremio, y cada gremio tenía
una torre en la pared que actuaba como su cuartel general. Un patio se situaba frente
a cada torre, y la mayoría estaban rodeados por tiendas que eran propiedad de ese
gremio.
Y estaba a punto de quedar atrapada en el territorio de los cambiaformas.
Luché mientras los guardias me arrastraban por el patio y las enormes puertas
de madera que conducían a la torre. La sala de entrada principal estaba abovedada,
el largo espacio rectangular lleno de mesas de caballete, como algo salido de un
antiguo cuento de hadas de caballeros y damas. La enorme chimenea del otro
extremo completaba el aspecto. La luz dorada brillaba en el candelabro de madera
del techo, ahora eléctrica, aunque no quitaba la sensación de un viejo castillo.
Tampoco la enorme televisión montada en la pared.
El lugar no había cambiado en nada.
No lo habría hecho. Los cambiaformas veneraban la tradición y la familia, y
este lugar era ambas cosas. Desde que nuestra manada ha estado en la Ciudad del
Gremio, ésta había sido la sala donde todos se reunían.
Sin embargo, no me dieron la oportunidad de mirar a mi alrededor. En
cambio, me arrastraron hacia el fondo de la habitación. A medida que nos
acercábamos a la chimenea, tuve suficiente tiempo para preguntarme si me llevarían
a la izquierda o a la derecha. A la derecha conducía a los aposentos principales donde
se vivía. La izquierda conducía a las mazmorras.
Fuimos a la izquierda.
Me estremecí, helada hasta los huesos.
Tenía que actuar.
Habían desacelerado lo suficiente como para que yo comenzara a caminar, y
lo usé a mi favor. Caí de rodillas, dejando que mi peso rompiera su agarre. Solo uno
me soltó, pero logré patear al otro en las bolas.
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Aulló y cayó. Me alejé rodando, alcanzando el pesado brazalete de cuero que
llevaba alrededor de mi muñeca izquierda. Tenía adheridos delgados frascos de
poción, y saqué uno de un tirón y lo descorché con el pulgar.
El cambiaformas que no había pateado se abalanzó sobre mí, me llevé el vial
a la cara y soplé. Una nube de humo azul voló a su cara. Sus ojos se cruzaron y cayó
inconsciente con un ruido sordo.
Salté sobre él, deteniéndome el tiempo suficiente para arrojar el resto del polvo
azul en la cara del hombre que todavía rodaba por el suelo, agarrándose las bolas. Se
quedó quieto y en silencio.
Con el corazón latiendo con fuerza, corrí hacia la puerta. Tenía solo unos
minutos, tal vez segundos, antes de que los otros cambiaformas nos siguieran. Tenía
que salir de su territorio.
Pero, ¿luego qué? Me reconocerían si me vieran en la calle.
Tendría que irme de la ciudad.
Después de todo lo que había hecho en la Ciudad del Gremio, todo lo que
había pagado, tendría que irme.
La idea me rompió el corazón. Había intentado irme antes y extrañé la ciudad
como a una de mis extremidades. Era el único lugar donde quería vivir.
Pero la alternativa era peor.
Llegué a la enorme puerta y la abrí de un tirón, lista para correr hacia la
noche... solo para chocar de cabeza con otro guardia. Un gruñido se me escapó y me
agarró por los brazos.
Desafortunadamente, había seis detrás de él, cada uno más grande que el
anterior. Y más allá de ellos, el Alfa, cruzando el patio hacia nosotros.
Mierda.
Me moví a la izquierda, fuera de la línea de mirada de Lachlan, pero estaba
bastante segura de que su mirada se había posado en mí. Tragué saliva y miré al
guardia con los ojos muy abiertos que miraba los cuerpos detrás de mí.
No era muy buena para las matemáticas, pero era lo suficientemente claro que
estaba muy superada en número.
Ellos no dudaron.
Los dos cambiaformas más grandes dieron un paso adelante y me agarraron
por los brazos, arrastrándome hacia atrás a través de la sala principal. Los otros
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guardias cerraron filas detrás de ellos, cortando mi vista de Lachlan antes de que
nuestros ojos pudieran encontrarse.
Estos guardias no eran tontos. Me arrastraron tan rápido que mis talones
rasparon el suelo.
Podría enfrentarme a dos, siempre que la sorpresa estuviera de mi lado. Sin
embargo, no era lo bastante tonta para intentarlo ahora, lo que significaba que fui
arrastrada rápidamente a través de las profundidades de la torre y arrojada a una de
las celdas oscuras y húmedas de la parte inferior. Aterricé sobre mi trasero en la tierra
fría y me levanté con un siseo.
Se acercaron dos guardias femeninas. Rápidas como serpientes, me quitaron
el brazalete de cuero y registraron mis bolsillos, tomando mi sobre de efectivo, mi
móvil, mi billetera y la última de mis barras de chocolate.
—¡Oye! ¡Eso es mío! —grité.
La guardia más grande me fulminó con la mirada.
—Tienes suerte de que sea todo lo que tomemos.
El horror me atravesó.
Mi colgante. Estaba encantado con una poción especial para convertirme en
una fae. Si lo perdía, sabrían que era una cambiaformas. Si Lachlan me veía sin este,
incluso podría sentir que era su compañera, ya que ocultaba la firma mágica que me
marcaba como suya.
Cerré la boca y retrocedí hacia la pared.
Ella asintió con la cabeza y se volvió para irse y la otra le siguió. Cerraron la
puerta detrás de ellas.
Corrí hacia la pequeña ventana y me agarré a los barrotes, mirando a las
guardias que acababan de cerrar la puerta. Se alejaron, sin molestarse en mirar atrás.
El miedo me atravesó.
Sola.
Atrapada.
No, no completamente sola.
Tenía amigos que podían ayudarme a salir de esto. Me había llevado mucho
tiempo encontrar otro gremio después de haber escapado de los cambiaformas. Solo
este año, me había unido al Gremio de las Sombras. A diferencia de otros gremios,
que eran específicos de cada especie, el Gremio de las Sombras albergaba todo tipo
de sobrenaturales. Era un gremio de inadaptados y marginados.
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Yo encajaba perfectamente.
Pero no. No podía arrastrarlos hasta aquí y dirigir la ira de los cambiaformas
hacia ellos. Mis amigos ni siquiera sabían lo que yo era. Ni una sola persona en el
mundo, además del chantajista, sabía que yo era la elegida del Gremio de
Cambiaformas, destinada a ser la compañera del Alfa. Mis amigos creían que yo era
una fae sin corte, un destino terrible, sin duda, pero no tan malo como la verdad.
Las mentiras se habían vuelto pesadas y ahora sentía que podían aplastarme
contra el suelo. Era una idiota por mentir, pero no había visto otra forma. Intenté ser
una buena amiga de otra manera, dándoles toda mi lealtad sin rumbo de
cambiaformas, que era exactamente la razón por la que no podía arrastrarlos a esto.
Nunca les haría eso. Podía ser inocente de este crimen, pero todavía era culpable de
huir. Escabullirme en la oscuridad de la noche sin decir una palabra a nadie había
sido el máximo acto de deslealtad hacia la manada, especialmente teniendo en cuenta
que estaba destinada a ser la elegida. Imperdonable.
Sacudí mi cabeza violentamente, intentando alejar los pensamientos. No tenía
tiempo para dar vueltas en ese drenaje emocional. Necesitaba averiguar qué
demonios hacer.
Lo más probable es que vinieran a buscarme para una audiencia con el Alfa.
Determinaba el destino de los malhechores en su manada. Y no era como si hubiera
tenido una mejor oportunidad con un jurado de mis compañeros. Los cambiaformas
eran leales, casi cegadoramente. Me habían atrapado con el cuerpo y pensaban que
era una forastera.
Querrían sangre por eso.
Me estremecí y me froté los brazos.
La idea de enfrentar a Lachlan casi me revolvió el estómago ¿Y si me
reconocía?
No podía soportarlo.
Mi último recuerdo de él fue cuando se enteró de que estaba destinada a ser
su compañera predestinada.
No me voy a emparejar con ella. Ella es un chucho.
Las palabras todavía ardían. No podía cambiar y había sido un patito feo.
Combinado con la profecía de la vidente de que ser su pareja terminaría en mi
muerte, su desprecio había sido el golpe doble que me había hecho huir.
Con mi madre muerta recientemente, no quedaba nada para mí en la Ciudad
del Gremio. De ninguna manera iba a quedarme y ser pateada por Lachlan o
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enfrentar la misteriosa y horrible profecía establecida por la vidente que nunca se
equivocaba.
Afortunadamente, mi madre había guardado algo de dinero en efectivo por
ahí y había tenido buenas joyas. Por mucho que odiara venderlas, los ahorros me
habían construido un poco de vida en Londres. No una genial, pero una en libertad.
Su amiga, una maestra de pociones llamada Liora, me había acogido por un tiempo,
enseñándome todo lo que necesitaba saber para crearme una vida y ocultar lo que
era. De hecho, había sido un regalo increíble, ya que Liora sabía cómo fingir ser una
fae. Era magia que debería haber sido imposible, pero la aprendí y la usé para hacer
la poción que ungía mi colgante.
Regresé a la Ciudad del Gremio cuando tenía veinte años, después de haber
aprendido lo suficiente sobre pociones para usarlas para ocultarme. El hecho de que
ya no era una patito feo ayudó.
Cuando me fui por primera vez, había planeado quedarme en Londres, pero
extrañaba tan desesperadamente la Ciudad del Gremio que no pude mantenerme
alejada. Pero ahora estaba atrapada aquí.
Con el corazón latiendo con fuerza, me quedé mirando la puerta.
¿Qué diablos iba a hacer?
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Eve
Después de un tiempo, la puerta se abrió. Me sacó de un sueño incómodo
contra la pared y me levanté de un salto.
Un guardia fornido estaba en la entrada, con el ceño fruncido.
—Él te verá ahora.
El frío se apoderó de mí.
Mierda.
El guardia se adelantó y se estiró para agarrarme del brazo. Su agarre hizo
que mi piel se erizara y tiró de mí hacia él.
Me liberé de un tirón.
—Puedo caminar.
Gruñó y obtuve un golpe de su magia: el aroma de la hierba y el sonido de los
pájaros chillando. Cada sobrenatural tenía una firma mágica que correspondía a uno
o más de los cinco sentidos, y el más fuerte tenía los cinco. Para los cambiaformas,
sus firmas no correspondían necesariamente a su lado animal, pero apostaría dinero
a que este tipo era una especie de ave de presa. Pero solo tenía dos firmas, por lo que
tenía una fuerza moderada.
Probablemente podría reducirlo.
Un sonido en el pasillo llamó mi atención y miré a mi alrededor. Cuatro
guardias más.
Doble mierda.
—Ni siquiera pienses en intentar nada —dijo.
Sí, no era idiota.
—Parece que voy a encontrarme con el Alfa —dije.
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—Lo sé.
El guardia frunció el ceño.
—No estaba hablando contigo.
Caminé hacia adelante y lo rodeé. No me gustaba mi destino, pero no iba a
acobardarme.
Mientras los guardias me escoltaban por las anchas escaleras de piedra, el
miedo me heló hasta los huesos. Años escondiéndome me habían vuelto
excepcionalmente cautelosa y mis instintos de auto conservación estaban a toda
marcha.
¿Y si me reconocía?
Disimuladamente, toqué mis orejas puntiagudas. Él lo creería. Hasta donde
él sabía, era imposible falsificar tu especie. Y, de cualquier forma, ahora me veía muy
diferente.
De todos modos, el terror me siguió en cada paso del camino.
Mientras subíamos al nivel principal, capté los sonidos de la conversación y
la música. A los cambiaformas les encantaba la fiesta. Normalmente, me encantaba
una buena fiesta. ¿Ahora? Era más una audiencia no deseada.
Al entrar en la sala principal, enderecé los hombros y tensé mi columna.
De ninguna manera iba a dejar que vieran lo asustada que estaba.
—Avanza.
El guardia me dio un empujón y caminé hacia adelante.
La habitación por la que había pasado antes se veía completamente diferente
ahora, llena de gente, comida y una banda en la esquina, realmente era una fiesta.
Parecía que había estado sucediendo durante horas, con vasos y platos por todas
partes.
La nostalgia me atravesó.
Claro, todavía vivía en la Ciudad del Gremio y nunca me iría. Pero esta parte,
el dominio de los cambiaformas, había sido mi primer hogar y lo extrañaba.
La ira calentó mi sangre, dándome fuerzas.
Algo bueno también, porque entonces vi a Lachlan.
Lo había visto varias veces en la calle y agaché la cabeza, pero esto era
completamente diferente. Se sentaba en la enorme silla de madera junto al fuego,
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relajado pero letal. Su enorme figura estaba envuelta con gracia, los brazos sobre los
apoyabrazos y un tobillo apoyado en una rodilla. Parecía el rey que era, un rey
guerrero. Sudado y magullado por la batalla, era una belleza, aunque brutal. La luz
dorada del fuego parpadeó sobre su cabello oscuro, haciendo que sus ojos verdes
parecieran esmeraldas en sombras mientras me estudiaba.
Había una inquietante quietud en él, del tipo que marcaba a los verdaderos
depredadores. Como el Lobo Alfa, era el depredador más genuino de todos. Este
puesto no era suyo por regalo de su padre, se lo había ganado.
Tragué saliva y me acerqué a él, deteniéndome a tres metros de la silla. Más
bien, trono.
Incluso desde esta distancia, su firma mágica me golpeó en la cara. El aroma
de la hoja perenne, el sonido de un gruñido bajo, el sabor del whiskey y la sensación
de un fuerte abrazo. Protector. O destructivo, dependiendo.
Era un hombre de contrastes, particularmente su aura. Solo los sobrenaturales
más fuertes tenían auras, y la suya era salvaje. Era un núcleo de fuego rodeado de
hielo. Su poder fuertemente atado, aun así, algo dentro de él quería
desesperadamente ser liberado.
¿Su lobo?
Había algo... roto en él. Pero también parecía que se había soldado de nuevo,
se había hecho más fuerte, de alguna manera. Jodido, pero más fuerte.
Mi mirada finalmente se encontró con la suya, y una conexión se disparó entre
nosotros, una chispa de energía que cruzó el aire. Casi como si mi alma lo
reconociera y me asustó muchísimo.
Arqueó una ceja oscura.
—¿Has disfrutado mirando?
Como muchos de los cambiaformas de esta manada, su acento era escocés.
Nuestras tierras ancestrales estaban allí, y había pasado mucho tiempo en las Tierras
Altas cuando era niño. Luché contra un sonrojo.
—No hay mucho que ver.
Las palabras habían estado esperando una década para salir, y maldita sea, si
se sentían bien.
El hecho de que fueran una mentira estaba más allá del punto.
La comisura de su boca se movió levemente, casi como si fuera a sonreír. Me
encontré atrapada por su boca, mucho más interesada de lo que debería estar.
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En cambio, frunció el ceño y luego se puso de pie.
Era absolutamente inmenso, como una secuoya hecha de músculos. La
camiseta que le cubría los hombros estaba raída, como si luchara todos los días de su
tonta vida por aferrarse a él. Si no hubiera sido tan bastardo conmigo hace tantos
años, podría haber querido aferrarme a él también.
Tal como fue, había sido horrible y lo odiaba.
El hecho de que no se pareciera al chico que una vez conocí no importaba.
No importaba que pareciera que el peso del mundo ahora descansaba sobre sus
hombros.
El miedo me invadió cuando se acercó.
La tensión tensó el aire entre nosotros, enviando calor a través de mí. Respiré
superficialmente, tratando de controlarme. Ahora, la conexión entre nosotros se
sentía más como un cable invisible, uniéndonos por fuerzas que no entendía. Todo
mi cuerpo estaba iluminado como si hubiera comido luces de hadas.
¿Qué era este sentimiento?
Su mirada viajó sobre mí. ¿Él también lo sentía? ¿Me reconocía?
Frunció el ceño de nuevo mientras me miraba de arriba abajo, su mirada se
detuvo en mis orejas puntiagudas mágicamente mejoradas.
Mira todo lo que quieras, amigo. Ellas no van a ninguna parte.
A menos que me quitara el colgante.
Miró por encima de mi cabeza a la fiesta que se desarrollaba detrás de mí y
asintió. La música se interrumpió abruptamente y no necesité darme la vuelta para
saber que la gente se estaba alejando rápidamente.
Su palabra era ley aquí.
—Eres Eve. Sin apellido.
—No tengo uno.
—Hmm. Eres la fabricante de pociones de la ciudad.
Caminó alrededor de mí, como un depredador inspeccionando a su presa.
Cada centímetro de mí estaba tan apretado que podría haberme roto.
¿Realmente no me reconocía? Aún no había dicho nada.
Su voz era un ruido sordo detrás de mí.
—Mataste a Danny.
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—¿Hablas jodidamente en serio? —Me giré para enfrentarlo, sabiendo que
uno no maldecía al Alfa. No me importaba, especialmente si no me reconocía—.
Estábamos en medio del Pandemonium, por el amor al destino, ¿y crees que decidí
asesinarlo allí mismo con una poción de acción rápida?
—Eres buena con las pociones, ¿no?
Mi temperamento estalló.
—Lo suficientemente buena como para saber la diferencia entre acción rápida
y lenta y no estropearlo. Tienes algunas de mis cosas, por cierto. Me gustaría que me
las regresaran.
—Tal vez.
Me dio una mirada larga, claramente buscando algo.
Su mirada envió una ráfaga de calor nervioso sobre mí, como si mi cuerpo no
supiera cómo reaccionar ante él. Lo odiaba.
Se me acercó, su aroma a hojas perennes me envolvió. Respiré
superficialmente por la boca, decidida a que no me gustara nada de él. Se detuvo a
medio metro de distancia y todos los vellos de mi cuerpo se erizaron.
—¿Por qué escondes tu firma? —murmuró—. Tu olor está mal.
Mierda.
Era posible que los sobrenaturales poderosos reprimieran parte de su firma
mágica, y él tenía razón, yo estaba haciendo precisamente eso. Mi firma natural era
tan inusual que corría el riesgo de delatarme.
Me encogí de hombros.
—Simplemente no soy tan poderosa. Por eso me concentro en las pociones.
Compensando mis defectos.
—Sinceramente lo dudo.
Su voz ronroneó sobre mi piel, amenazante pero sexy.
Jodidamente lo odiaba.
Jodidamente me odiaba por quererlo.
—Bueno, es verdad.
Me crucé de brazos.
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—Todo es muy sospechoso, ¿no crees? —preguntó—. Estás escondiendo algo
sobre tu magia, y viniste aquí con un brazalete lleno de pociones y un sobre lleno de
efectivo. Usaste una de esas pociones para noquear a mis guardias.
Tragué saliva.
—Siempre llevo el brazalete. No es como si me la hubiera puesto para poder
usarla contra tu manada.
Soltó una risa baja.
—¿Y no tienes nada que decir sobre el dinero?
—Coincidencia.
—¿Era para Danny?
—No.
—No estoy seguro de creerte. ¿Por qué no debería tirarte de vuelta a esa
mazmorra ahora mismo?
Mi corazón se aceleró.
—Eso no es justo. Merezco un juicio. La Ciudad del Gremio tiene reglas.
—No reglas que nos toquen.
Maldita sea, tenía razón.
El Consejo de Gremios servía como el gobierno central de la Ciudad del
Gremio, y aunque los cambiaformas técnicamente formaban parte del consejo,
estaban sujetos a diferentes reglas. La manada, y el Alfa, nunca consentirían en ser
gobernados por foráneos. Se regían de acuerdo con sus propias leyes y las cosas eran
diferentes aquí. Podías sentirlo en el aire al pisar su césped.
No somos como los demás.
Bien podría haber sido su lema. En cambio, era Urram, Misneachd, Dìlseachd,
Escocés Gaélico para Honor, Valor, Lealtad.
Lo que significaba que estaba sola.
Mi corazón se aceleró, el miedo me impulsó.
—Yo no lo hice. Déjame demostrar que soy inocente, porque encerrarme no
ayudará si el asesino planea volver a hacerlo.
—¿Cómo estás calificada para resolver un asesinato?
Mi mente se aceleró.
24
—Soy una excelente fabricante de pociones. Puedo analizar el veneno que lo
mató. Y soy amiga de Carrow Burton, líder del Gremio de las Sombras y la detective
número uno de la ciudad. Ella resuelve crímenes para ganarse la vida.
—La conozco.
—Entonces sabes que es buena. Y yo también. La mejor fabricante de
pociones de la ciudad. Dame una oportunidad y probaré mi inocencia.
Era mi única esperanza.
Me estudió durante un largo momento y se sintió como si pudiera ver
directamente en mi alma.
Mi mente se aceleró mientras trataba de encontrar razones para que me dejara
ir. Si podía demostrar mi inocencia, tal vez incluso podría recuperar mi dinero.
—La poción que mató a Danny es una de tus mejores pistas, y puedo ayudarte
a identificarla y tal vez llevarnos al asesino. Me necesitas.
—Tal vez.
Caminó a mi alrededor, de regreso a su trono y me volví para verlo irse. Sujetó
un círculo de metal dorado que no había notado colgado del brazo de la silla y volvió
a mí.
Su paso era implacable, y en segundos, estaba justo frente a mí, tan cerca que
podía olerlo. Terroso y oscuro, el sudor de la pelea no era un mal olor. No, me
gustaba.
—Puedes probar tu inocencia —dijo—, pero te pondrás esto. —Se movió tan
rápido que no lo vi venir. En un momento, estaba allí de pie, totalmente normal, y al
siguiente, llevaba un collar dorado alrededor de mi cuello.
—¿Qué demonios?
Lo alcancé, tratando de arrancarlo. La maldita cosa no se movió. La ira hirvió
a través de mí.
Un collar. Ese bastardo me había puesto un collar. Como un perro.
Una vieja ira y dolor afloraron a la superficie.
Nunca había querido hechizar a nadie tanto en toda mi vida y ni siquiera era
una bruja. Cuando esto terminara, iría directamente al Gremio de las Brujas para
aprender a embrujarle las bolas.
—Es solo un collar de rastreo —dijo—. Nada peligroso.
25
No era peligroso hasta que decidiera venir a buscarme y matarme si no
resolvía este asesinato lo suficientemente rápido. Hice una mueca y bajé la mano.
—Eres un bastardo.
Él asintió, su mirada destellando con el calor y el hielo que había visto en su
aura.
—Mientras lo entiendas, estamos bien. No intentes huir porque te encontraré.
No intentes quitártelo, porque no puedes. Hasta que demuestres tu inocencia, eres
mía.
Eres mía.
26
Lachlan
Me quedé mirando a la mujer, sin poder apartar los ojos de ella.
Era tan hermosa y… brillante.
Mirarla era como mirar a la luna y a la bestia dentro de mí le gustaba.
Demasiado.
Apreté un puño, tratando de hacer retroceder el sentimiento. Solo había
tenido esta sensación una vez antes, cuando vi a la chica que el destino había elegido
para mí. En ese momento arremetí, sabiendo que no podía permitirme sentirme así.
Todavía no me lo podía permitir. No con nadie.
Pero su aroma...
Me envolvió como seda, atrayéndome hacia ella. Tomó todo en mí para
mantener la distancia. Para detener a mi lobo, esa parte más bestial de mí que actuaba
por instinto y deseo.
Metí la mano en mi bolsillo y saqué la petaca, tomando un trago del whisky
que nunca me embriagaba. Mi metabolismo era demasiado rápido. Pero me gustaba
el ardor que dejaba a su paso, junto con la poción mezclada con el alcohol. La
maldita poción que mantenía a raya las emociones más fuertes. Las emociones eran
una pesadilla para algunos de mi especie, para mi línea en particular, llevándonos a
la locura de la maldición de la Luna Oscura.
Ella miró mi petaca y arqueó una ceja.
—¿No es un poco temprano para eso?
—No.
—Es casi de mañana.
—Entonces todavía es tarde en la noche.
El collar relucía alrededor de su cuello y me pregunté si dejar que me ayudara
era una locura.
27
No. Quería saber lo que ella estaba tramando. Intenté acabar con ella con mis
amenazas de arrojarla a nuestro calabozo y se mantuvo tranquila.
Estaba casi seguro de que ella no había matado a Danny. Habíamos
encontrado algunas declaraciones de testigos en las que confiaba, y ella apenas había
sostenido su vaso, no el tiempo suficiente para deslizar una poción. Además,
habíamos analizado las pociones en su brazalete, y ninguna había estado incluso
cerca del veneno.
Pero estaba tramando algo, viniendo a nuestro territorio con suficiente dinero
en efectivo para comprar un buen auto. Nadie andaba por ahí con esa cantidad de
dinero. Y su firma oculta...
Ella era un misterio y quería respuestas.
—Necesito ver el cuerpo —dijo.
Asentí.
—Te mostraré.
—Y necesito que me devuelvan mis cosas.
Asentí de nuevo.
—Ven entonces.
Se apresuró a seguirme el paso, caminando a mi lado por la sala principal. No
podía apartar mis ojos traidores de ella. Su cabello plateado y rosado brillaba bajo la
luz, de una manera cautivadora. Curiosamente, era casi familiar. Como la chica que
conocí brevemente una vez. Pero esa chica había sido un lobo y esta era una fae. Y
ella se veía completamente diferente.
Esa chica se había ido y buen viaje. Había desaparecido en la oscuridad de la
noche, sin dejar rastro. Traté de ahuyentarla y funcionó. Mis crueles palabras todavía
me daban un poco de culpa, pero habían sido necesarias. Y habían funcionado. Ella
huyó.
Sin embargo, no había tenido que tener tanto cuidado al ocultar sus huellas.
No la cazaría.
No importa lo mucho que quisiera.
No podía.
Tampoco podía permitirme pensar en ella en este momento. Danny había
sido una comadreja en la manada, pero había sido uno de los amigos de mi hermano.
Uno de mis últimos vínculos a Garreth.
28
Alejé el pensamiento, considerando beber otro trago de mi petaca. En cambio,
aceleré el paso. Ella siguió el ritmo y la conduje a través de los retorcidos pasillos de
la torre del gremio hacia mis habitaciones. Cuando llegamos a ellas, me detuve en la
puerta.
—Esperarás aquí.
—Bien.
Entré en las habitaciones vacías y austeras y me acerqué a la mesa junto a la
chimenea. Su billetera, brazalete, celular y sobre con dinero estaban allí. Recogí todo
menos el efectivo y se lo devolví, entregándoselo.
Ella frunció el ceño.
—¿Dónde está el dinero? Y todas las pociones se han ido de mi brazalete. Y
mis chocolates no están aquí.
—Tuvimos que probar las pociones y los chocolates. Se han ido. Recuperarás
el dinero cuando todo esto termine.
Y una vez que descubra lo que estás escondiendo.
Me frunció el ceño, pero no luchó.
—Solo llévame al cuerpo.
—Por aquí. —La conduje hasta el nivel principal de la torre, cortando hacia
la parte trasera del edificio—. El cuerpo está en el congelador de carne —dije,
abriendo la puerta de la enorme cocina.
—¿Qué demonios?
—No tenemos la costumbre de tener víctimas de asesinato en la manada. No
tenemos las instalaciones.
—Podrías haberlo llevado a la morgue.
—¿Fuera de nuestro territorio? Nunca.
—Así que lo ponen donde guardan la comida.
—Sí. —Llegué a la enorme puerta de metal y la abrí, deleitándome con el aire
helado que fluía—. Y no está tocando nada de la comida.
—Aun así, es asqueroso.
Se deslizó delante de mí e inhalé su aroma cuando pasó, incapaz de evitarlo.
Incliné la cabeza hacia atrás y cerré los ojos con fuerza, tratando de controlarme.
29
Estaba bien desearla. Después de todo, habían pasado años. Pero no estaba
bien actuar en consecuencia.
Una vez más, quise sacar mi petaca, pero me resistí. El autocontrol era un
juego que yo jugaba, uno de los únicos juegos.
Se detuvo junto al cuerpo de Danny, que había sido colocado en la enorme
mesa del medio.
—¿Registraron el cadáver? —preguntó ella.
—Sí. —Saqué una tarjeta de visita de mi bolsillo—. Además de su billetera y
cigarrillos, esto fue todo lo que encontramos en él.
Se la entregué y ella la estudió, algo brillando en sus ojos. ¿Preocupación?
—Clarence Tomes. No lo reconozco.
—¿Cómo conociste a Danny? —pregunté—. Nunca te he visto cerca de él.
—Realmente no lo conozco. Me detuvo y me pidió que sostuviera su bebida
mientras se fumaba un cigarrillo.
—Está prohibido fumar en Pandemonium.
—Eso es lo que le dije.
Se giró hacia el cuerpo, inspeccionando el rostro de Danny.
Me acerqué para ver mejor, tratando de ignorar lo que se sentía estar cerca de
ella. Era casi como si mi corazón se moviera más rápido, mi mente estaba más
ocupada.
Ella era una curiosidad, eso era todo. Había estado solo demasiado tiempo,
no es que eso fuera a cambiar, y ella era una distracción. Sin embargo, la atracción
que sentía hacia ella… eso no era normal.
Necesitaba tener cuidado con ella. No podía permitirme una distracción,
especialmente no de una bonita fae.
Se inclinó más cerca del cuerpo con la mirada fija en su rostro. Habían
aparecido venas oscuras debajo de la piel de Danny y sus ojos se habían cerrado por
lo hinchados que estaban.
—¿Reconoces lo que le pasó? —pregunté.
Ella frunció el ceño.
—Hay un par de cosas que podrían ser. ¿Tienes el vaso del que estaba
bebiendo?
30
—Está en la escena, que ha sido bloqueada.
—Necesito ese vaso. ¿Puedo hablar con la cantinera que estuvo anoche
también?
Asentí.
—Sí. Sígueme.
Juntos, caminamos por la torre. La gente se hizo a un lado e inclinó la cabeza
cuando pasé, y sentí que la fae me miraba. Sin embargo, no dijo nada, y fue lo mejor.
Abrí el camino desde la torre. El sol se elevaba sobre las murallas de la ciudad
cuando cruzamos el patio hacia Pandemonium y miré a Eve.
—Clara, la cantinera, vive encima del lugar.
Ella asintió.
—Va a odiar que toque la puerta a esta hora.
—Hará lo que le ordene su Alfa.
Eve hizo una mueca.
—¿Tienes algún problema con nuestra forma de vida?
—No sé nada al respecto.
Habíamos llegado al frente de Pandemonium. Señalé los pequeños tragaluces
del tercer piso.
—Ella vive allí. Podemos ir por el costado.
Asintió.
—Me encargo de aquí. No es necesario que el Alfa me acompañe.
—Iré.
Me fulminó con la mirada.
—Como quieras.
La llevé a un callejón entre Pandemonium y la tienda de al lado. El estrecho
espacio estaba empedrado y húmedo, y olía levemente a vómito. Estaban sirviendo
de más en Pandemonium, sin duda. Usaba el club para las peleas mensuales, la única
liberación que le permitía a mi lobo, además de correr en las Tierras Altas, pero
nunca bebía allí.
—Aquí.
31
Me detuve junto a una puerta verde estrecha y la abrí, luego subí los escalones
hasta el tercer piso.
Eve me siguió de cerca, deteniéndose justo detrás de mí y mirándome
mientras tocaba la puerta. Desde dentro, sonó un golpe, como si alguien se cayera de
la cama. Siguieron pasos y pude oler el aroma distintivo de Clara, clavo y naranja.
Un momento después, abrió la puerta y nos miró aturdida. El cabello púrpura
de Clara sobresalía en todos los ángulos, haciendo juego con las sombras debajo de
sus ojos. La molestia en su rostro se transformó en respeto cuando me vio, y se
enderezó mientras bajaba la mirada.
—Alfa. ¿Cómo puedo ayudarte?
—Clara. Puedes responder a sus preguntas. —Asentí hacia Eve.
Clara miró a Eve, su mirada brillaba con confusión.
—Está bien.
—Sí —dijo Eve—. Tengo algunas preguntas sobre Danny.
—¿De verdad? Pensé que estabas aquí para preguntar por mi estilista. —Su
tono era sarcástico mientras acariciaba su cabello.
—Clara.
Se animó ante el tono de advertencia en mi voz.
—Disculpas. ¿Qué puedo hacer?
—¿Le serviste a Danny anoche? —preguntó Eve.
—Él no nos pidió bebidas.
—¿De verdad?
—De verdad. Alguien más debe haber pedido por él.
—¿Y no viste quién lo hizo? —presionó Eve.
—No. Pero a Danny le gustaba el whisky y él no rechazaría una bebida gratis.
—Habría sido una víctima fácil.
Ella asintió.
—Probablemente, pero no vi quién lo hizo. Pensé que fuiste tú.
—Pero me serviste una cerveza.
Frunció el ceño.
32
—Tienes razón. No significa que no pudieras haber traído whisky en una
petaca y servirlo en un vaso vacío que encontraste. O dejar caer un poco de poción
en el vaso que él te dio.
Clara era inteligente. Sin embargo, no habíamos encontrado ninguna petaca
en Eve, y ella no había sostenido el vaso el tiempo suficiente como para dejar algo
en él. Probablemente.
—Bueno, no lo hice —dijo Eve—. ¿No has ido al bar desde el incidente?
—No, está cerrado. Órdenes del Alfa.
—Gracias. —Eve se volvió hacia mí—. Tenemos que ir a buscar ese vaso roto.
—Tengo la llave.
—Gracias. —Eve se volvió hacia Clara—. ¿Había alguien en el bar anoche
que no reconociste?
Estudié a Eve, preguntándome qué le sucedía. Estaba decidida a resolver esto,
pero ¿por qué había estado allí en primer lugar?
—No te reconocí —dijo Clara—. Ni a algunos otros.
—¿Puedes describirlos? —preguntó Eve.
—Un artista vendrá para ayudarte a hacer eso más tarde —le dije a Clara.
Ella asintió.
—Trabajaré con ellos.
—Bien.
Eve parecía satisfecha.
—Gracias por tu ayuda —le dije—. Vamos a ir a revisar el bar.
—Avísame si hay algo que pueda hacer para ayudar. —Clara frunció el
ceño—. No me agradaba Danny, pero era parte de la manada. Lo que le pasó estuvo
mal.
—Estaría mal incluso si no estuviera en la manada —dijo Eve.
—Por supuesto. Es simplemente peor.
Eve ignoró eso y se giró para irse. La seguí por las escaleras, mi mirada en su
cabello brillante. Brillaba bajo la luz y, de vez en cuando, veía una de sus puntiagudas
orejas de fae.
Desvié la mirada.
33
Llegamos a la calle y salimos al callejón. Pandemonium estaba oscuro y
silencioso cuando nos abrí la puerta para entrar. Bajé las escaleras hasta el sótano y
encendí una luz. Parecía más lúgubre sin gente, pero yo prefería el silencio. Las
botellas de cerveza y los vasos vacíos estaban esparcidos por todas las mesas y el
suelo todavía estaba pegajoso.
Eve se dirigió directamente hacia el vaso roto cerca de la pared. Se arrodilló y
miró hacia abajo, luego se levantó y fue a la barra, donde recogió un rollo de papel
de cocina a medio gastar.
—Voy a tomar algo de esto, ¿de acuerdo? —dijo ella.
—Sí.
Me encontré con ella en los cristales rotos y me arrodillé para inspeccionar los
pedazos. Se unió a mí, arrodillándose tan lejos de mí como pudo, pero aún tan cerca
que quise hacerme a un lado.
Ella agarró un trozo de vidrio con la toalla y le dio la vuelta bajo la luz. Un
poco de líquido se había secado dentro del objeto y se había adherido a un lado con
un brillo aceitoso.
—Esa es la poción que lo mató —dijo ella—. Lo que quedó después de que el
whisky se evaporó.
Con cuidado, recogió y envolvió los fragmentos. Cuando terminó, se puso de
pie.
—Tendré que llevar eso de vuelta a mi taller para…
—Lo harás aquí.
—Realmente no puedo. —Ella señaló el collar, mirándome—. Y no es que
me fueras a perder.
Tenía razón. Era solo que no quería perderla de vista.
Era algo jodido. No había ninguna razón para estar apegado a ella. No hay
razón para estar apegado a otra cosa que no sea mi manada.
Un poco de distancia sería buena. Necesitaba aclarar mi cabeza en lo que a
ella concernía, porque nada de esto tenía sentido.
—Bien. Puedes ir. Pero te reportarás esta noche —dije.
Asintió.
—¿Y buscarás a la persona en la tarjeta de presentación? ¿Y hacer bocetos de
las otras personas?
34
—Por supuesto.
—Volveré esta noche para informar sobre lo que encuentre. Déjame en paz
hasta entonces.
Se giró y salió del bar.
La vi irse, balanceando sus caderas mientras se alejaba. Me giré hacia el
cuadrilátero de pelea, necesitando concentrarme en algo más que sus curvas. Había
evitado a las mujeres durante años, desde que tenía dieciocho años y mi padre había
sido víctima de la maldición de la Luna Oscura. Desde que ella se fue.
Todos los cambiaformas estaban en riesgo por la maldición, pero mi línea lo
estaba particularmente. Demasiada emoción, especialmente emoción fuerte, y
sucumbiríamos a una locura que robaría nuestra lealtad a nuestra manada y
eventualmente nuestras mentes. Nos volveríamos salvajes, nuestros lobos tomando
el control.
Se había llevado a mi padre, pero no me llevaría a mí.
No dejaría que sucediera.
Rápidamente, tomé un trago del whisky con poción, contando con él para
ayudar a reprimir cualquier emoción que pudiera intentar colarse. Necesitaba ser el
Alfa astuto y lúcido que siempre fui.
La mujer fae era un problema, pero era posible que no fuera la asesina de
Danny.
Sin embargo, ella estaba escondiendo algo y estaba decidido a llegar al fondo
de eso.
35
Eve
Salí corriendo del bar, subí las escaleras y salí al aire fresco de la mañana. El
sol estaba empezando a asomarse por el horizonte, y usé su tenue luz para salir del
territorio de los cambiaformas y entrar en la parte principal de la Ciudad del Gremio.
Mientras me alejaba de la torre, me volví para mirar hacia el patio cubierto de
hierba. Lachlan no estaba a la vista, pero la enorme torre se elevaba hacia el cielo.
No puedo creer que acababa de estar dentro de la torre de los cambiaformas.
Me estremecí y me di la vuelta, dirigiéndome hacia la ciudad.
Cuando entré en territorio neutral, extendí la mano para tirar del collar. La
maldita cosa no se movía. Peor aún, podía sentir la magia zumbando a su alrededor.
Lachlan podía encontrarme en cualquier momento.
Me estremecí.
¿Realmente no me había reconocido?
Había sentido su mirada sobre mí con frecuencia, especialmente en mis orejas
puntiagudas. Se había sentido curioso y casi… enojado. Pero no pareció
reconocerme. Gracias al destino, me veía completamente diferente, pero tenía que
ser el cambio de especie lo que lo convenció. Hasta donde la mayoría de los
sobrenaturales sabían, era imposible cambiar de especie. Claro, un glamour podría
hacerme parecer una fae, pero no debería poder fingir la magia. Aunque podría. No
solo tenía una firma mágica que era vagamente fae, podía lanzar rayos, cultivar
plantas e incluso volar. Necesitaría encontrar una razón para usar mis alas a su
alrededor, solo para despistarlo por el aroma.
—¡Oye! ¡Mira por dónde caminas!
Un hombre se apartó de mi camino, mirándome con el ceño fruncido.
—¡Perdón!
36
Había perdido totalmente la noción de lo que me rodeaba y las calles de la
ciudad estaban más concurridas de lo que me había imaginado.
No es bueno.
Todavía me estaba recuperando de ver a Lachlan. Era tan diferente, tan
poderoso, y a la vez tan contenido. Como una enorme isla de piedra en medio de
una tormenta en el mar.
Y la conexión entre nosotros... ¿qué diablos fue eso?
Arrastré mis pensamientos fuera de Lachlan para evitar chocar contra alguien.
La Ciudad del Gremio no tenía espacio para autos en las antiguas y estrechas calles,
pero había cientos de motos. Pasaban zumbando mientras yo corría por la acera,
pasando frente a las antiguas fachadas de los edificios Tudor. Los exteriores de los
edificios no habían cambiado mucho desde que se construyó la ciudad hace
quinientos años. Seguían siendo la misma madera oscura y yeso blanco, con muchas
de las ventanas originales con paneles con forma de rombo, todas excepto las tiendas,
que tenían grandes ventanales para exhibir sus productos.
Pasé frente a estos, las ventanas brillando tentadoramente. Ropa, aparatos
electrónicos, armas, hechizos, artículos para el hogar, material de oficina, todo estaba
a la venta en esta calle y la mayor parte bailaba dentro de las ventanas, impulsado
por la magia para invitar al cliente a mirar más de cerca.
Antes, había estado perpetuamente sin dinero debido a Danny. Quizás ahora,
si pudiera resolver esto y recuperar mi dinero, tendría un poco de espacio para
respirar.
Soy libre.
Casi.
La culpa me apuñaló. Danny había sido un completo bastardo, pero no había
merecido morir así.
Mis pensamientos volvieron a Lachlan. No me había reconocido todavía y tal
vez nunca lo haría. Si no lo hizo, entonces mi secreto murió con Danny.
No me tomó mucho tiempo atravesar la ciudad y llegar a la torre del Gremio
de las Sombras, donde yo vivía y trabajaba. Mientras caminaba, repasé lo que sabía
de Danny:
1. Había tenido miedo de dejar el territorio de los cambiaformas.
2. Antes de morir, dijo algo sobre un bastardo finalmente… haciendo algo.
3. Era un chantajista.
37
¿Lo había matado alguna de sus otras víctimas? Seguramente no la persona
cuya tarjeta de presentación él había estado sosteniendo...
No podía descartarlo, pero eso sería demasiado fácil. Nada en mi vida era tan
fácil.
El sol estaba completamente en lo alto cuando llegué, brillando en la alta y
esbelta torre de piedra que actuaba como sede del Gremio de las Sombras. No era
tan grande como la torre de los cambiaformas, pero tampoco éramos tantos de
nosotros, solo media docena de inadaptados de la Ciudad del Gremio.
Aunque no era grande, nuestra torre era mucho más hermosa. La piedra
brillaba de un gris pálido que casi destellaba bajo la luz del sol. Las ventanas de vidrio
definitivamente brillaban con tanta intensidad que los cristales en forma de rombo
parecían gemas preciosas. Las rosas trepaban por las paredes laterales, cortesía de mi
falsa magia de tierra.
La culpa me atravesó de nuevo. Mis amigos sabían que yo era una exitosa
fabricante de pociones. No sabían que era tan buena que podía fingir mi especie.
Me sacudí la culpa y corrí hacia la torre. Me encantaba vivir en un lugar tan
antiguo con todas las comodidades de la vida moderna. La Ciudad del Gremio era
perfecta para eso, y nuestra torre de cuento de hadas era la joya de la corona.
Entré por la puerta principal y grité:
—¿Hola? ¿Hay alguien?
Afortunadamente, nadie me respondió. Todavía no estaba lista para enfrentar
preguntas.
Me acababa de mudar a la torre del Gremio de las Sombras, mientras que los
demás todavía vivían en sus apartamentos. Sin embargo, pasaban el rato aquí a
menudo, ya que usábamos el lugar para reuniones y fiestas.
Hasta hace poco, había tenido dos talleres en la Ciudad del Gremio: mi
negocio principal, el cual había mudado aquí para ahorrar dinero y poder pagarle a
Danny, y un taller secreto escondido al otro lado de la ciudad. El que estaba oculto
era solo un escondite donde hice la poción que cambió mi especie. Tenía que crear
con regularidad la poción en la que sumergía mi colgante, y no quería almacenar los
ingredientes extremadamente raros en un lugar que pudieran robar.
Subí las escaleras de dos en dos hasta mi taller y piso privado. Cuando entré
en mi nuevo hogar, di un suspiro de alivio y me apoyé contra la puerta. La pequeña
sala de estar estaba llena de muebles lujosos y coloridos y arte antiguo que había
buscado hace años en las ventas en maleteros de automóviles en Londres. Todo se
veía como lo había dejado.
38
—Gracias al destino.
Aunque me había mudado al piso recientemente, me sentía como en casa.
Dejé el paquete de toallas y vidrio en la mesa junto a la puerta. Antes de que
pudiera lidiar con eso, necesitaba una barra de chocolate y una maldita ducha. Estaba
tan tensa que un millón de barras de chocolate no me arreglarían, pero seguro que
podía intentarlo. Fui a la pequeña cocina y abrí uno de los cajones donde guardaba
mi reserva.
Estaba vacío.
Lo miré con el ceño fruncido. Estaba lleno ayer…
Miré hacia la ventana. Un rostro peludo me miró a través del cristal, sus ojos
negros brillando con un deleite diabólico. Estaban rodeados por una máscara negra
y pelaje gris.
Maldito mapache. Debería haberlo sabido.
Se suponía que los mapaches ni siquiera vivían en Londres y, sin embargo,
uno había encontrado su camino hacia mí y parecía haber dedicado su vida a robar
mis malditas barras de chocolate. Nuestra amiga y líder del gremio, Carrow Burton,
tenía una mapache llamada Cordelia como familiar. Pero este era diferente. Cordelia
era una fisgona, pero este era un ladrón absoluto.
La Ciudad del Gremio estaba sumamente infestada.
Incluso había empezado a dejar afuera bocadillos saludables para el pequeño
idiota, sintiéndome un poco mal por la criatura y esperando mantenerlo fuera de mi
reserva. Él había ignorado por completo la oferta y había estado librando una
campaña de terror contra mí desde entonces, metiéndose en cada escondite.
—Te atraparé —le dije al pequeño bandido peludo—. Solo espera.
Sonrió y se agachó, desapareciendo.
De camino a la ducha, agarré una barra de Lion que había pegado debajo de
una pantalla de lámpara y me metí la mitad en la boca. A esto era a lo que me había
reducido: esconder chocolate por todas partes como una loca.
Hice un trabajo rápido en la ducha, luego regresé al dormitorio.
Mi armario era un desastre, pero no tardé en descartar la idea de ponerme uno
de los vestidos sueltos que me gustaban. Las cosas se veían peligrosas, y eso requería
jeans y cuero. Me cambié lo más rápido que pude, luego regresé a la sala de estar y
recogí el pequeño paquete de vidrios rotos.
39
Mi taller estaba al otro lado del pasillo y solo entrar me sentí como entrar en
la oficina de un terapeuta. Aquí era donde le daba sentido a las cosas, donde ganaba
claridad y control.
Miré el paquete de vidrios.
—Voy a encontrar quién te hizo.
Lo primero era lo primero: necesitaba uno de los libros de Liora. Me había
dado varios cuando me fui, junto con algunos de sus suministros más valiosos, y eran
mi posesión más preciada. Me convirtieron en una de los mejores maestros de
pociones del mundo y eso cambió mi vida. Me había dado la libertad que necesitaba
para seguir viviendo en la ciudad que amaba.
Me puse a trabajar reuniendo ingredientes y encendiendo un pequeño fuego
mágico debajo de un pequeño caldero de plata. Este era un trabajo de precisión, no
un trabajo de cantidad.
Mi mente se quedó afortunadamente en blanco cuando comencé a medir los
ingredientes en la olla pequeña. Cuando todo estuvo burbujeante y fragante, recogí
uno de los trozos de vidrio roto y me aseguré de que tuviera un brillo aceitoso en el
interior.
—Eres mío, bastardo.
Lo dejé caer en la poción y agarré el libro, esperando que el líquido comenzara
a humear. En un minuto, una neblina verde brillante se desplegó desde la parte
superior del líquido. Brillaba con una textura casi aceitosa. Rápidamente, hojeé el
libro, que estaba indexado por el color del humo, y finalmente encontré una
coincidencia.
—¿La poción Ageratina?
—¿La Agera qué? —La voz de mi amiga Mac sonó desde la puerta y saqué la
cabeza del libro.
MacBeth O’Connell estaba en el umbral de la puerta, con los jeans
desgarrados en las rodillas y metidos en botas de motociclista de cuero negro.
Llevaba una camisa a cuadros abierta para revelar una camiseta sin mangas, mientras
que su cabello rubio corto estaba desordenado alrededor de su cabeza. Era alta y
delgada y, como de costumbre, parecía una leñadora hípster. Una sexy.
Era un estilo extraño, pero funcionaba en ella.
—Mac. ¿Qué sucede?
Los latidos de mi corazón tronaron en mis oídos. Quería verla, amaba a Mac,
pero estaba en medio de mi propio infierno secreto personal.
40
—No mucho. Creo que debería preguntarte eso. —Señaló el humo—. ¿Qué
está sucediendo ahí?
Mi mente dio vueltas. ¿Qué diablos le digo?
Una parte de mí quería confesar. Desesperadamente.
Jugué con mi colgante, un tic nervioso horrible cada vez que pensaba en mis
mentiras.
Ella guardaría mi secreto. Amaba a Mac y ella me amaba a mí. Pero nunca le
había dicho, y ahora habían pasado años. Al principio, no había confiado en nadie.
Había estado huyendo durante tanto tiempo que no sabía cómo. Y ahora el secreto
se había salido de control.
Agarré una barra de chocolate parcialmente desenvuelta que estaba en el
mostrador entre unas cuantas botellas de pociones y la mastiqué, sin importarme que
hubiera estado probablemente abierta durante semanas.
—¿Chocolate de estrés? —preguntó Mac—. ¿Qué sucede? —Caminó hacia
adelante, frunciendo el ceño a mi cuello—. ¿Qué diablos es eso?
Lo toqué, masticando frenéticamente y debatiendo otro bocado.
—Um... es un collar.
—¿De qué tipo? —Su tono era cauteloso cuando se detuvo frente a mí y puso
su mano frente a mi cuello—. Puedo sentir la magia dentro de él.
—Sí. Sobre eso... —Dudé durante medio segundo, luego dejé que todo se
derramara. No mi pasado o mi verdadera especie, sino el asesinato y todo eso. El
Alfa. El plazo para demostrar mi inocencia.
Cuando terminé, se balanceó sobre sus talones, con el rostro pálido.
—Así que los cambiaformas te quieren por asesinato.
Asentí.
—Eso es malo.
—Muy malo. Son una ley entre ellos. El Consejo de Gremios no puede
intervenir y asegurarse de que sigan las reglas. Nadie puede tocarlos.
—Lo sé.
Me estremecí.
—No te preocupes. Te sacaremos de esto.
—Es demasiado arriesgado para que se involucren.
41
—¿Qué diablos se supone que debemos hacer? No nos vamos a quedar
sentados y dejar que te hagan algo por esto.
Mi corazón pareció hincharse dentro de mi pecho.
—Ustedes son los mejores.
—Bueno, no estaré en desacuerdo con eso. —Miró el humo verde que aún
salía del caldero—. ¿Estás trabajando para resolver el misterio ahora?
Asentí.
—Esa es la poción de Ageratina. Se usó para matar a Danny.
—Y ahora quieres saber quién la hizo y hacer que te digan a quién se la
vendieron.
—Eres buena en esto.
—Soy una vidente, ¿sabes? —Ella sonrió—. Además, era obvio.
—Puede que necesite ayuda para encontrar al fabricante de pociones. —
Busqué en mi bolsillo y saqué mi celular—. Es una poción difícil de hacer, pero creo
que hay al menos algunas personas capaces. Voy a enviar un mensaje de texto a una
amiga que tal vez lo sepa.
Rápidamente, le escribí un mensaje a Liora, presioné enviar y luego miré a
Mac.
—¿Por qué estabas en Pandemonium? —preguntó—. Nunca supe que
quisieras ir a un club de lucha.
Dije lo primero que me vino a la mente.
—Una cita.
Levantó las cejas.
—Me estás tomando el pelo. No has tenido una cita en años.
Fui una idiota al pensar que ella me creería.
—Sí, bueno. Era hora. Pero nunca lo conocí. Danny fue asesinado antes de
que sucediera.
—Ajá.
Ella asintió, claramente sospechando.
—Piensa lo que quieras. Por cierto, ¿has visto un mapache además de
Cordelia merodeando por aquí?
42
Quería saber, pero también quería distraerla.
—No. Ni siquiera deberían vivir en Inglaterra. ¿Ahora tenemos dos?
—Sí. Creo que Cordelia podría tener novio. Sigue robando mis dulces. Incluso
le dejé comida, pero él la ignora y va directo a mi reserva.
—Pequeño bastardo.
—Mis pensamientos exactos. —Mi celular sonó sobre la mesa. Lo agarré y
miré la pantalla—. Es mi amiga.
Liora había escrito una lista de cuatro nombres, pero ella no sabía dónde vivía
ninguno de ellos.
Mierda.
Me llevaría un tiempo rastrearlos. Y cuatro era mucho. Miré a Mac.
—Necesitamos reducir esto aún más. ¿Puedes intentar?
—Puedo intentarlo, pero no prometo nada. Sabes que soy mejor leyendo a la
gente.
—Solo necesito saber quién la hizo.
Ella asintió y tendió una mano. Le di un trozo de vidrio roto y cerró los ojos,
enfocándose. Su magia estalló en el aire, trayendo consigo el aroma de una mañana
brumosa junto a un río. Un momento después, abrió los ojos.
—No obtengo nada. Tenemos que probar con Carrow.
Asentí. Nuestra amiga no era exactamente una vidente, pero tenía la habilidad
de captar imágenes en los objetos. Había convertido esa habilidad en una carrera
como investigadora principal mágica, y sería bueno tener su opinión sobre esto, de
todos modos.
—¿Dónde está?
—En el Sabueso Embrujado. Quinn está trabajando y tenía algo que dejarle.
El Sabueso Embrujado era el pub donde trabajaban Mac y nuestro amigo
Quinn. También era uno de los portales al Londres humano.
—Solo tengo que hacer una cosa. —Fui a la mesa lateral donde guardaba mi
alijo de viales de pociones prefabricadas y volví a llenar mi brazalete con un poco de
todo lo que pudiera necesitar—. Bien, listo. Vamos.
43
Agarré mi chaqueta y me la puse, luego me metí el celular en el bolsillo y
recogí uno de los fragmentos de vidrio, envolviéndolo con cuidado en un papel de
cocina. El resto lo dejé atrás, sabiendo que estarían a salvo aquí.
Juntas, Mac y yo atravesamos la ciudad para llegar a la puerta que conducía
al Sabueso Embrujado. Había varias puertas que entraban y salían de la Ciudad del
Gremio, cada una encantada para sacarnos de nuestra zona mágica protegida y
llevarnos al Londres normal.
La puerta en sí era una estructura de piedra maciza con dos túneles que la
atravesaban, uno más grande para cargamentos y otro más pequeño para personas.
Nos dirigimos al más pequeño y atravesamos una puerta al final, entrando
directamente en el éter, una sustancia efímera que conectaba todo en la tierra. El éter
nos arrastró por el espacio y nos escupió en el pasillo trasero de un viejo pub
tranquilo. Mi cabeza dio vueltas mientras me recuperaba. El sonido de charlas y el
tintineo de vasos nos recibieron.
Me giré y seguí a Mac hacia la parte principal del pub. Era un espacio alegre
con un techo de madera bajo y un fuego crepitante a un lado. Un perro fantasmal
dormía junto a la chimenea y lo había hecho desde que tengo memoria. Mesas
pequeñas y redondas llenaban el pub, pero solo unas pocas estaban ocupadas.
Mac y yo nos dirigimos hacia la barra, una larga y reluciente superficie de
madera que nos separaba de Quinn, nuestro amigo leopardo cambiaformas. Mi único
amigo cambiaformas, en realidad. Era un hombre ancho y apuesto, de cabello
castaño rojizo y sonrisa dispuesta. Afortunadamente, nunca lo conocí de niño.
Sentadas en la barra frente a él estaban Carrow y Seraphia, dos de mis amigas
más cercanas.
A quienes también miento.
El pequeño pensamiento feo apareció en mi mente, pero lo empujé hacia atrás
y me acerqué. El cabello dorado de Carrow ondeaba por su espalda, mientras que las
trenzas oscuras de Seraphia estaban atadas con enredaderas de color verde oscuro
que debió haber crecido ella misma. Aunque la conocíamos como Seraphia,
técnicamente era Perséfone, la famosa diosa.
Quinn nos sonrió ampliamente mientras nos acercábamos.
—¿Qué les puedo dar, señoritas? ¿Cerveza? ¿Té?
—Té. Gracias, Quinn.
Le sonreí, muy agradecida de ver a mis amigos después de mi largo período
en la cárcel de cambiaformas.
44
Carrow y Seraphia se dieron la vuelta en sus taburetes de la barra, sus amplias
sonrisas se desvanecieron cuando vieron el collar alrededor de mi cuello. Cualquier
esperanza de que pudieran pensar que eran joyas se desvaneció con el viento.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó Carrow.
—Pues... no son buenas noticias.
Respiré profundamente y conté toda la historia tal como se la había contado
a Mac.
Mis amigas se pusieron más pálidas mientras hablaba, y toda la situación me
hizo querer arrastrar debajo de la barra y esconderme. Realmente me metí en un lío
esta vez.
Cuando terminé de hablar, Carrow extendió su mano.
—Entonces, dámelo.
—Gracias.
Saqué el fragmento de vidrio de mi bolsillo y se lo entregué.
Cerró los ojos y envolvió el vidrio con una mano sin apretar. Pasaron unos
momentos y esperé, tan tensa que sentí que podía romperme.
Esto tenía que funcionar, porque si no funcionaba, me quedaría sin pistas.
45
Eve
Unos momentos después, Carrow abrió los ojos.
—No he tenido suerte hasta ahora, aunque he mejorado en la búsqueda de
información específica de los objetos. ¿Dijiste que tenías algunos nombres posibles?
Eso podría ayudarme a reducirlo.
—Sí. Los tengo. —Saqué mi celular y leí la lista de nombres que me había
dado Liora. Uno de ellos se llamaba simplemente “la boticaria”. Seraphia hizo un
ruido de interés cuando leí eso y la miré.
—No es nada —dijo ella—. Conocí a alguien llamada la boticaria, pero tiene
que haber muchas personas en su negocio con ese título.
—Quizás —dije.
Pero una pista era una pista y Seraphia podría ayudar.
—Déjame ver si puedo reducirla —dijo Carrow.
Quinn trajo el té y asentí con gratitud, incapaz de beber nada hasta que supiera
si Carrow iba a tener éxito. Pasaron los minutos y quería desesperadamente una
maldita barra de chocolate. Sin embargo, una tercera, ¿una cuarta?, me enfermaría,
así que me contuve. Apenas.
Finalmente, Carrow abrió los ojos.
—Vi a una mujer con un tatuaje de explosión de estrellas en la esquina exterior
del ojo. Era realmente bonita. Cabello lacio oscuro recogido en una cola de caballo.
—Tatuaje de explosión de estrellas. —Seraphia sonrió—. Y cabello oscuro.
Esa es la boticaria que conozco. Se llama Alia.
La emoción estalló dentro de mí.
—¿Sabes dónde vive?
46
—No. Solía vivir en el inframundo, pero se fue. —Sacó su celular y empezó a
tocar—. Déjame ver si puedo encontrarla.
—¿Estás enviando mensajes de texto a Hades? —preguntó Mac, arqueando
las cejas.
—No. —Seraphia se rio y agitó una mano—. Él nunca tendría un celular. Ni
siquiera sabría qué hacer con uno. Probablemente tirárselo a un demonio. Estoy
enviando un mensaje a Lucifer.
—¿Lucifer? —pregunté—. ¿Cómo, el?
¿Y por qué rayos Satanás tendría celular si Hades no tenía?
—Ese mismo. Solía tener algo importante por Alia cuando ella vivía en el
inframundo. Si alguien sabría dónde está, es él.
—Gracias.
La gratitud brotó dentro de mí. Tener amigos como estos hacía la diferencia.
Unos momentos después, su celular sonó. Lo agarró y miró hacia abajo.
—Aparentemente, ahora trabaja para Damian Malek en Lado Mágico,
Chicago.
—¿Damian Malek? —Carrow frunció el ceño—. ¿El ángel caído? Es
básicamente un jefe de la mafia allí.
—¿Lo conoces? —pregunté.
—No realmente. Lo conocí una vez en un casino de Montecarlo, cuando
usaba un alias. Él conoce a Grey.
Grey, también conocido como el Diablo de Darkvale, era el socio de Carrow.
Era el vampiro más poderoso de la Ciudad del Gremio, y él mismo era un jefe de la
mafia.
—Si el Diablo conoce a Damian, ¿puede hacernos entrar para ver a Alia?
—Sí, debería poder hacerlo. —Carrow sacó su celular—. Déjame revisar.
—Muchas gracias. —Miré el reloj sobre la barra y me di cuenta de que ya eran
las cinco de la tarde—. ¿A dónde diablos se fue el día?
—Ni siquiera es la hora de cenar —dijo Carrow.
Toqué mi collar.
47
—Sí, pero se supone que debo regresar a la torre del Gremio de Cambiaformas
para reportarme.
Frunció el ceño.
—Esto es inaceptable. No puede hacerte eso.
—La cosa es que él puede. —Por mucho que odiaba admitirlo, Lachlan sí
tenía ese poder. Carrow todavía era relativamente nueva en la vida mágica, y aunque
sabía muchas cosas, pequeñas cosas como esa aún podían escapársele—. Nadie se
atrevería a enfrentarse a él.
—Grey lo haría —dijo Carrow.
Ella tenía razón. Si le preguntaba, lo haría. El Diablo de Darkvale era el
hombre más poderoso de la Ciudad del Gremio además de Lachlan. Pero la pelea
que resultaría de eso...
No podía soportar pensar en eso.
—Sabes que sería un desastre —dije—. Déjame ver si puedo salir de esto.
—Bien. Por ahora. Pero nos aseguraremos de que no te pase nada —dijo
Carrow—. No te preocupes. Conseguiré que Grey nos dé una reunión.
—Gracias, eres la mejor.
—Lo sé. Pero tú también.
—No podemos ser las dos.
—Rompan la fiesta del amor, ustedes dos —dijo Mac—. Ambas son geniales,
todas somos geniales, pero tenemos que ponernos manos a la obra.
Le lancé una mirada agradecida, luego miré hacia el pasillo que conducía a la
Ciudad del Gremio.
—Necesito regresar. Las llamaré cuando sepa mis próximos pasos.
—Ten cuidado —dijo Carrow.
—Por supuesto.
La cuestión era que no sabía qué tan lejos el ser cuidadosa iba llevarme cuando
los cambiaformas estaban a la caza de mi cabeza.
48
Lachlan
Mi habitación estaba felizmente silenciosa mientras miraba el fuego. Las
llamas eran meditativas, funcionaban casi tan bien como el whisky para mantener a
raya mis pensamientos. Pensamientos de ella.
¿Por qué una fae me intrigaba tanto?
Lo que sentí con ella... fue casi como el vínculo de pareja que había sentido
tan brevemente con la chica hace tanto tiempo. Sin embargo, no podía ser.
Simplemente no era racional.
La aparté de mi mente. Encontrar al asesino de mi compañero de manada
debería ser mi principal objetivo.
Y descubrir qué diablos estaba tramando esa fae.
Sonó un golpe en la puerta y me levanté para responder.
—Adelante.
La pesada puerta de madera se abrió silenciosamente y apareció Kenneth, mi
mano derecha.
—Ella ha llegado.
Asentí y le hice un gesto para que la dejara entrar.
Se hizo a un lado y apareció Eve. Kenneth salió de la habitación y cerró la
puerta detrás de ella. Mi mirada se clavó en ella, algo tirando de mí. Me hacía querer
mirarla durante horas. Era brillante y tenía una belleza imposible.
¿En qué demonios estaba pensando?
¿Brillante? ¿Una belleza imposible? Eran palabras ridículas, poéticas y yo
nunca hablaba así. Nunca pensaba así.
¿Qué diablos me estaba pasando?
Agarré mi petaca y bebí un sorbo.
Ella la miró.
49
—En serio, creo que tienes un problema.
Sí, tenía un problema. No podía enojarme. También tenía otros problemas,
pero no los discutiríamos.
Ella entró en la habitación y se detuvo frente a la enorme chimenea, el cálido
resplandor iluminaba su cabello plateado y rosado como gemas. Mis dedos
anhelaban tocar los sedosos mechones y apreté un puño. Me estaba saliendo de mis
cabales.
Desde que la maldición de la Luna Oscura se llevó a mi padre, había evitado
los apegos, incluido el sexo. La abstinencia aparentemente estaba volviendo a
morderme el trasero, porque no podía apartar los ojos de Eve. Y los pensamientos
que pasaban por mi cabeza…
Por los destinos, ella huiría gritando.
Sería mejor para los dos si ella lo hacía.
Apreté los puños, deseando, necesitando, volver al cuadrilátero para pelear. Era
lo único que podía satisfacer a la bestia dentro de mí. Correr bajo la luz de la luna
era bueno, pero luchar era mejor. Mi lobo nunca atacaría a la manada, pero como
humano, podía intercambiar golpes sin problemas.
—¿Descubriste quién hizo la poción? —pregunté, apartando la mirada de ella.
—Sí. Es maestra de pociones en Lado Mágico, Chicago. Trabaja para Damian
Malek. Mi amiga Carrow está intentando acordar una reunión.
Lado Mágico. Era una enorme metrópolis mágica, y Damian Malek era su
rey criminal no oficial. Afortunadamente, conocía al ángel caído.
—Dile a tu amiga que no tiene por qué molestarse. Conseguiré una reunión.
—¿En serio? ¿Tienes negocios con él?
—No negocios. —Mi manada no trataba con nada ilegal. La mayor parte de
nuestro dinero se obtenía en dos áreas, seguridad y whisky. En la Ciudad del Gremio,
los miembros de la manada a menudo actuaban como fuerzas de seguridad a sueldo.
Éramos leales, buenos luchadores. Una unión lógica. En Escocia, en nuestros
terrenos ancestrales y el lugar al que regresábamos para correr bajo la luna llena,
manejábamos una destilería exitosa—. Pero arreglaré una reunión.
—Está bien. ¿Encontraste a la persona que le dio a Danny la tarjeta de
presentación? —preguntó ella—. ¿O conseguiste los bosquejos de los extraños en el
bar?
Asentí.
50
—Sí a ambos. Parece que Danny estaba involucrado en un negocio paralelo.
Chantaje.
Su mandíbula cayó.
—¿La persona te dijo eso?
—¿Estás sorprendida?
—Sí. No veo por qué admitirían que estaban siendo chantajeados si el
chantajista estuviera muerto.
—La persona está en la manada.
—Ah, por supuesto. Los obligaste.
—Solo hicieron lo que la naturaleza exige y respondieron a su Alfa.
—Por supuesto.
Había algo de cautela en sus ojos. Normalmente, lo llamaría instinto de presa.
Lo veía en la mayoría de la gente y no pensé mucho en ello. Eso era parte de la vida
cuando se enfrentaban a un depredador.
Pero ella no. No había nada parecido a una presa en ella. Pero estaba
preocupada, eso era claro como el día.
—¿Qué tenía Danny de ti? —pregunté.
—Nada. Te lo dije, nunca lo había conocido.
—Estabas en las cercanías de un chantajista con un sobre lleno de dinero en
efectivo. No hay otra explicación razonable.
Su mandíbula se apretó.
—Eso es asunto mío y no tiene nada que ver con el asesinato.
Ella creía lo que estaba diciendo, eso era bastante obvio. Y si había estado
planeando pagarle, era muy poco probable que cambiara de opinión y lo envenenara.
Caminé hacia ella, inspeccionándola de cerca, buscando algún pequeño
indicio. Era una lástima que fuera una fae, o podría usar mi autoridad como Alfa
para ordenarle que respondiera. No era una forma de compulsión, no como lo hacían
los vampiros, sino parte de la ley natural de los cambiaformas.
Decidí intentar, de todos modos, el instinto obligándome.
—Te ordeno que me digas qué secreto ocultaba Danny para ti.
Sus ojos se agrandaron, conmoción en sus brillantes profundidades.
51
—¿Estás tratando de usar una Orden de Alfa en mí?
—Dime lo que quiero saber.
Apretó la mandíbula y la ira brilló en sus ojos. Una parte de mí quería creer
que estaba luchando contra la orden, que yo tenía cierta influencia sobre ella. En
cambio, espetó:
—Eres un bastardo, ¿lo sabías?
No debería sorprenderme que la orden no haya funcionado. Estaba perdiendo
la cabeza al intentarlo con una fae. Ella me estaba haciendo perder la cabeza.
Mi vida había sido un deber frío hasta que ella llegó. Encontré satisfactorio
saber que estaba protegiendo mi manada. Era la forma más segura. La mejor forma.
Luego ella apareció y todo se fue a la mierda.
—Descubriré tus secretos, fae. Cuenta con eso.
Me miró con enfado.
—¿La víctima del chantaje tenía alguna pista?
—No. Solo gratitud por la muerte de Danny. Danny no tenía muchos amigos,
al parecer.
—¿Qué hay de los bocetos de los extraños que estuvieron en Pandemonium?
—No hemos identificado ninguno.
—Menos mal que encontré a la fabricante de pociones, entonces. Ella puede
decirnos a quién le vendió la poción.
—Será mejor que así sea.
—Bueno, te lo haré saber cuando hable con ella.
—Iré contigo.
Sus ojos brillaron, como si quisiera discutir. En cambio, apretó los labios.
Bien.
—Conseguiré una reunión —dije—. Hasta entonces, te quedarás aquí.
—No, no lo haré.
—No te molestes en discutir.
52
Incluso mientras decía las palabras, sabía que me gustaba cuando ella discutía.
Era toda fuego y la frialdad de mi alma respondía a ella incluso cuando sabía que era
una mala idea.
Señaló el collar alrededor de su cuello.
—No hay razón para retenerme aquí. Puedes encontrarme en cualquier
momento.
No la quería fuera de mi vista hasta que supiera lo que estaba escondiendo. El
instinto decía que era grande y nunca ignoraba mi instinto.
—Te quedarás aquí. Fin de la discusión.
—Bien. —Resopló y se cruzó de brazos—. Pero no me voy a quedar en tu
habitación.
Le di una mirada fulminante.
—No lo harás, eso es correcto.
Se estremeció, tan débilmente que podría haberlo pasado por alto.
¿Qué fue eso?
Aunque de ninguna manera lo preguntaría.
Se giró y se dirigió a la puerta.
—Asumo que tu perro faldero Kenneth puede decirme dónde está mi
habitación.
—Él se encargará de ello.
La vi desaparecer, frotando mi pecho distraídamente.
Ella iba a ser un problema.
53
Eve
Kenneth me mostró una pequeña pero cómoda habitación amueblada, al otro
lado de la torre. Tan pronto como cerré la puerta detrás de mí, me apoyé contra esta,
mis rodillas temblando.
¿Qué diablos acababa de pasar?
Lachlan trató de usar su Dominio de Alfa sobre mí. Cada cambiaformas en el
mundo tenía que responder al Dominio de Alfa. Estaba forjado en nuestro ADN.
Pude haber tomado una poción que me hizo lucir como fae y tener sus
poderes, pero aún era una cambiaformas en mi interior. La poción no había
cambiado eso; solo se añadió a eso.
Estuvo poniéndome a prueba, pero, de alguna forma, la pasé.
¿Cómo diablos lo hice?
Debía ser imposible. Sentí el llamado a responder, un deseo casi ardiente que
hizo doler mi garganta y mi lengua quiso moverse. Y, aun así, me guardé las palabras.
Ha sido uno de mis más grandes miedos; encontrarme un día a un Alfa que
me haga las preguntas equivocadas. Había sido un miedo tonto, considerando lo
cuidadosa que era al evadir cambiaformas. Y, de todas formas, se había vuelto
realidad.
Arrastré una mano temblorosa a través de mi cabello. Si sospechaba que yo
era quien realmente era, lo cual podía ser el caso, se probaría que yo no era una
cambiaformas.
Entonces, ¿qué demonios estaba mal conmigo si no tenía que obedecer
órdenes y no podía cambiar?
Necesitaba algo de aire.
Aun temblando, me acerqué a la ventana. Tenía cristales con forma de
rombos, puestos en acero, y abrí uno de los lados.
54
Mi habitación tenía vista al patio y la ciudad más allá. La luz de la luna
brillaba sobre el césped, y las farolas resplandecían de dorado. Era una clara noche
despejada y la luz hacía sencillo notar la enorme figura que salió de una puerta lateral
en la torre.
Lachlan.
Se acercó hacia Pandemonium.
Fruncí el ceño, observándolo.
Ya teníamos todas las pistas que podíamos conseguir del lugar. ¿Por qué iba
hacia ahí?
Despareció dentro de la edificación, sin darme indicios de su propósito y
suspiré pesadamente, volteando de regreso a la habitación.
Diablos, era silenciosa.
Mi estómago retumbó. Hambre y estrés. Tenía que ser eso. Solo comí barras
de dulces hoy, y francamente, podía comer otra. Diez más.
Si Lachlan se había ido, entonces quizás podría asaltar la cocina
silenciosamente. Estaba haciéndose tarde, así que podría estar vacía. Y, de todas
formas, quería acechar un poco para conseguir información.
Había algo raro respecto a Lachlan. Era demasiado diferente al chico que
recordaba. No es que lo conociera bien, pero el hombre que acababa de conocer era
toda frialdad y deber. Roto, de alguna forma.
Algo había pasado.
Me escabullí de la habitación y caminé por el corredor, buscando la cocina.
El recuerdo del cuerpo de Danny en el congelador me hizo temblar y juré que evitaría
cualquier comida congelada.
Desafortunadamente, o quizás por suerte, la cocina no estaba vacía. Una
mujer mayor tenía su cabeza metida en un pequeño refrigerador y estaba buscando.
Se enderezó y volteó tan pronto como entré y su ceño se frunció.
—Tú.
—No maté a Danny, lo juro. —Levanté mis manos en un gesto apaciguador.
Debí contar con que cualquier cambiaformas con el que me topara me encontraría
como sospechosa. Después de todo, primero es la manada—. Solo estaba en el sitio
incorrecto en el momento incorrecto, y ahora intento descubrir quién lo hizo en
realidad.
—Más bien es que intentas limpiar tu nombre.
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—Es ambos, en realidad. No me gusta la idea de ser culpada por un
homicidio. O de un asesino caminando libre.
Su rostro se suavizó un poco y se secó las manos en su delantal.
—Bueno, puedo entender eso.
Solté un suspiro de alivio.
—¿Supongo que no tienes un emparedado de sobra por ahí?
Como si enfatizara mi pedido, mi estómago gruñó.
Su rostro se suavizó más y supe que me la había ganado. No intentaba
manipularla, pero era el tipo de mujer maternal a quien le gustaba alimentar a las
personas, y mi estómago se había entrometido en el momento adecuado, para
conseguirme un poco de simpatía.
—Sale de inmediato, cariño.
Volteó de nuevo al refrigerador.
—Gracias.
Encontré un asiento en uno de los banquillos de la encimera. La cocina era
enorme y hogareña, con encimeras de tablas de cortar y cálidas paredes rojas.
—¿Estás en el gremio de faes? —preguntó mientras trabajaba, cortando pan y
queso.
—No. El Gremio de Sombras.
—Uno de esos inadaptados, ¿eh?
Pude haber estado ofendida, pero elegí no estarlo. Me gustaba ser del gremio
de raros. Era el único lugar en el que encajaba y todos mis amigos estaban allí.
—Supongo que podrías decirlo así.
—¿Qué está mal contigo para que estés ahí?
Fruncí el ceño.
—Nada está mal conmigo. —Eso no era cierto. Definitivamente había algo
realmente raro conmigo. Pero no iba a decirle—. Es cierto que todos somos
marginados de nuestra especie, por alguna razón, pero no hay nada malo con
nosotros.
—Hmm.
56
No sonaba convencida, así que intenté una táctica aparte: la trama que me
creé cuando regresé a la Ciudad del Gremio.
—Soy fae, pero no soy de aquí. Mi propia Corte no me recibirá de nuevo, no
luego de lo que hizo mi madre.
—¿Y qué fue lo que hizo?
—Realmente no puedo hablar al respecto. —Es más como que nunca hablé al
respecto. Las mentiras simples eran más fáciles de mantener que las complicadas, así
que mi historia llegaba hasta aquí. Nunca le inventé un crimen falso para ella en mi
cabeza—. De todas formas, te dije mucho sobre mí. Ahora cuéntame un poco sobre
ti.
Me dio una mirada escéptica mientras me acercaba mi emparedado. Lo tomé
y lo mordí, haciendo un ruido agradecido. Eso la hizo sonreír y, por suerte, hablar.
—No hay mucho que decir sobre mí. Las cosas han estado bastante tranquilas
desde que el viejo Alfa falleció y Garreth murió.
—¿Murió? —Sentí mis cejas levantarse de golpe—. ¿El hermano del Alfa
murió?
—¿Qué sabes sobre él? Ya lleva siete años de muerto.
Un par de años luego de que me fui, entonces. No lo había visto en la ciudad,
así que solo asumí que estaba en Escocia, en las otras tierras de cambiaformas.
—Solo recuerdo oír los nombres de los hijos del Alfa original, hace años, pero
nunca supe mucho más. —Hice un gesto vago—. La vida en el exterior, ¿sabes?
—Bueno, murió. E igual su padre, aunque no hablamos sobre eso.
Se estremeció.
¿Por qué no? Quise gritar. Por supuesto, no lo hice. Solo me aferré a una
expresión de simpatía y busqué el oro.
—Eso debió haber sido muy duro para ti. Todo ese duelo, y con gente
desanimada.
—Sí, fue terrible, fue lo único que pasamos. —Secó sus manos ya secas en su
delantal—. Y el Alfa actual, el destino sabe que nunca ha sido el mismo. Evita el
tacto, las personas y la cercanía. Apenas es un cambiaformas, ¿qué tendrá que ignora
esos placeres básicos? Pero es un buen líder; el más bueno que hemos tenido, a decir
verdad. Así que, ¿qué me importa si parece un poquito distante?
¿Un poquito distante? Es tan distante como la Antártida. Pero, ¿qué era eso de
evitar el tacto, las personas y la cercanía?
57
—Así que, ¿se mantiene solo? ¿Sin novia ni nada?
Sus cejas se levantaron.
—Te gusta, ¿verdad?
—¡No! Por supuesto que no.
Frunció el ceño.
—¿Qué, no es lo suficientemente bueno para ti? Eres solo una fae.
Solo una fae. Destinos, estos cambiaformas eran elitistas. Pero no necesitaba
molestarla. Lo que necesitaba era más información. Cualquier cosa que ella pudiera
darme.
—No me refería a eso —dije, retrocediendo hacia mi victoria del Tour de
Francia. O, al menos, lo intenté—. Solo que él nunca consideraría que yo le gustara.
Asintió, con aprobación, como si le gustara la idea de que yo conociera mi
lugar.
Resistí la urgencia de poner los ojos en blanco y, en lugar de eso, continué con
más preguntas.
—Sin embargo, realmente es alguien en el cuadrilátero, ¿verdad?
—Lo es, con seguridad. El único entretenimiento que se permite. Aunque
tiene que pelear con cuatro a la vez para que sea parejo. Y oí que están pensando en
subir el número a cinco.
No sonaba como entretenimiento para mí. Era más como vencer a sus
demonios con sumisión. Lo cual, si su hermano estaba muerto, tenía mucho sentido.
Garreth. Muerto.
Nunca le hablé cuando era niña, pero sabía que eran cercanos. Y ya se había
ido desde hace siete años. Junto con su padre. No era de extrañar que Lachlan se
hubiese vuelto un bastardo.
¿Se había vuelto uno? Diablos, siempre fue uno y era peor ahora. Pero su vida
había sido una mierda y no se podía negar.
—Ahora, no pienses que vas a sacarme más información, muchachita.
—Por supuesto que no. —Intenté darle una sonrisa victoriosa—. Sin embargo,
¿hay alguna oportunidad de que te meta en problemas por una barra de dulce?
58
Eve
A la mañana siguiente, mi puerta estaba cerrada. Después de mi misión de
reconocimiento, había regresado a mi habitación sin toparme con nadie y había caído
en un sueño intermitente hasta una hora muy temprana. Pero ahora la maldita puerta
estaba cerrada.
La cocinera debe haberme delatado. Aparentemente, explorar la torre no era
uno de mis privilegios de prisionera.
Golpeé la puerta.
—¡Déjenme salir de aquí!
Tal vez no debería haber estado llamando la atención sobre mí misma si
estaba tratando de ocultarme, pero parecía que mi disfraz funcionaba y estaba
enojada.
Nadie abrió la puerta, así que me acerqué a la ventana y la abrí.
El sol de la mañana comenzaba a asomarse por el horizonte; aún no eran las
seis de la mañana. Pero el día estaba claro y brillante, y pude ver media docena de
personas dando vueltas en el patio de abajo. Tan molesta como estaba, mantuve la
boca cerrada en lugar de gritar para que alguien viniera y me dejara salir. Una cosa
era captar la atención de un solo transeúnte en el pasillo, podía administrarles una
poción para hacerlos olvidar, pero no había mucho que pudiera hacer contra tanta
gente.
Aunque podría encajar por la ventana.
¿No había recordado Lachlan que yo era fae? ¿Me estaba poniendo a prueba?
Me estremecí.
Quizás no creyó completamente en mi disfraz.
Eso no era nada que una pequeña acción de alas no pudiera arreglar. De todos
modos, no quería acobardarme en mi habitación como si fuera culpable.
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No lo era.
No de ese crimen, al menos.
Llamé a mis alas y me subí al alféizar de la ventana, luego me lancé al aire.
No podía ver el brillo de mis alas ya que estaban detrás de mí, pero eran brillantes.
Llamaría la atención a la cantidad suficiente de ojos para demostrar que era fae.
Mientras volaba hacia el patio, pude escuchar a la gente hablando. Aterricé
con gracia y llamé a mis alas de regreso a mi cuerpo.
Gracias, Liora.
Me di la vuelta, volviéndome hacia la torre principal.
Un guardia enojado se acercó a mí, su rostro se puso rígido. Tenía el paso de
un rinoceronte y los hombros a juego. Saqué un frasco diminuto de polvo
deslumbrante del brazalete de cuero en mi muñeca y lo descorché sutilmente.
Se detuvo justo enfrente de mí.
—No tienes permitido intentar escapar.
Arqueé una ceja.
—¿Escapar? ¿Es eso lo que crees que estaba haciendo?
Me agarró del brazo.
—Hoy no, Satanás.
Pisoteé su pie, luego le soplé una ráfaga de polvo en la cara.
Sus ojos se pusieron en blanco y se derrumbó como un árbol caído.
Pasé por encima de él, murmurando:
—Si estuviera tratando de escapar, nunca me habrías atrapado.
Los ojos de los espectadores ardieron en mí mientras caminaba de regreso a
la torre. Estaban sospechando y podía sentirlo como una marca.
Tal vez necesitaba dejar de golpear a los guardias. Esta era la segunda vez,
ahora, que los había agredido, y eso seguramente no me estaba ganando ningún
favor. Solo necesitaba controlar mi temperamento.
La sala principal de la torre estaba vacía excepto por Lachlan, que se acercó a
mí con expresión atronadora.
—Se supone que no debes estar fuera de tu habitación.
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—No aprecio la cerradura. —Señalé el collar dorado alrededor de mi cuello—
. Especialmente cuando me veo obligada a usar esto.
—No me gusta que te escabullas e interrogues a mi manada sobre mí.
—Eso no es lo que estaba haciendo. —Me crucé de brazos—. ¿Has arreglado
una reunión con Damian?
—Lo hice, de hecho. Partiremos ahora.
—¿Ahora? Es medianoche en Lado Mágico.
—Damian es un ave nocturna. Y convenientemente, estará en un lugar que
conozco.
—Está bien.
Inconvenientemente, mi estómago eligió ese momento para gruñir. Acababa
de comer.
Bajó la ceja.
—¿Tienes hambre?
Me encogí de hombros.
—Es la hora del desayuno, ¿no?
—Vamos a darte de comer.
Parecía molesto por eso.
—Puedo esperar. Hablemos con Damian.
Él era nuestra única pista. No quería hacerlo esperar.
—Él estará bien. Vamos.
Se volvió y caminó hacia las cocinas.
Lo seguí, mirándolo. Parecía decidido a conseguirme el desayuno. Era casi...
protector.
Extraño.
La cocinera no tardó en preparar un sándwich de tocino y nos pusimos en
camino. Afortunadamente, ya había empacado una bolsa de pociones en el éter, un
pequeño truco ingenioso que me permitía llevar magia a cualquier parte conmigo y
me vestí para la ocasión.
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—¿Cómo vamos a llegar allí? —pregunté, siguiendo a Lachlan de regreso a la
sala principal.
—Hechizo de transporte.
—¿Tienes uno?
—Por supuesto que sí.
Cierto. Los hechizos de transporte pueden ser raros, pero él era el Alfa de una
manada adinerada.
Tragué el último trozo de sándwich.
—Entonces, lidera el camino.
Buscó en su bolsillo y sacó el amuleto.
—¿Lista?
Asentí.
Dudó brevemente, luego extendió la mano, su rostro con líneas duras.
Generalmente, cuando uno viajaba en un hechizo de transporte, lo ideal era unir las
manos para asegurarse de que el éter llevara a ambas personas al mismo destino. Pero
Lachlan no parecía querer tocarme.
Y oh, sí dolió.
Perro.
El viejo insulto cobró vida en mi mente y tragué saliva. Fue el único momento
de debilidad que me permití antes de estirar la mano y tomar su mano.
El escalofrío de tensión eléctrica que recorrió mi brazo fue tan inesperado que
casi solté su mano. Fue como tocar un cable con corriente, pero bueno. De alguna
manera, el hecho de que lo odiara lo hizo aún más intenso.
Respiré inestable y no hice contacto visual cuando arrojó el hechizo de
transporte al suelo. Una nube de humo plateado estalló hacia arriba y lo seguí dentro.
El éter nos levantó y nos hizo girar a través del espacio, haciendo que mi
estómago se revolviera mientras viajábamos una distancia mayor de la que estaba
acostumbrada. Momentos después, el éter nos escupió en medio de un mini Las
Vegas. El viento frío de Chicago azotaba la calle y me aparté el cabello de los ojos
para ver mejor.
Era más sórdido que el verdadero Las Vegas, eso era seguro, con un aire de
anarquía en el lugar. Los edificios, espacios industriales aparentemente convertidos,
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estaban decorados con carteles de neón de mal gusto que anunciaban de todo, desde
casas de juego y clubes de striptease hasta casas de empeño y pollo frito.
—¿Qué parte de Lado Mágico es ésta? —pregunté.
Lado Mágico era una isla completamente sobrenatural escondida cerca de la
costa del lago de Chicago. Los humanos no tenían idea de que estaba allí, pero era
una de las ciudades mágicas más grandes de América.
—Midway Dens. Mucho juego, no muchas reglas.
—Eso es seguro. —Vi a un hombre enorme hacer un striptease encima de un
techo. Estaba vestido como un elefante, y la trompa era su… Mis cejas se elevaron
hasta la línea del cabello—. Rápido, dame algunas perlas para que pueda agarrarlas.
—Lachlan me miró confundido y yo negué con la cabeza—. No te preocupes por
eso. Al parecer, no sales mucho. ¿Por dónde hacia Damian Malek?
—Por aquí.
Me condujo por la calle concurrida.
Me pegué cerca. La gente se partió como el Mar Rojo cuando pasamos, sin
duda porque Lachlan los asustó muchísimo. El brillo de neón de los letreros solo
enfatizaba su dura crueldad. La música resonaba en los bares por los que pasamos y
el olor a alcohol llenaba el aire.
La calle parecía inusualmente despejada para una hora tan popular de la
noche, y la razón se hizo obvia cuando dos autos pasaron a toda velocidad por la
calle, sus motores rugiendo ante los vítores de la multitud.
Carreras de velocidad.
—Llegamos.
Lachlan se detuvo frente a una pesada puerta de madera y asintió con la
cabeza al corpulento portero, que la abrió para dejarnos pasar.
Lachlan se pegó a mí cuando entramos, aunque se aseguró de no tocarme.
Era casi como si pensara que era alérgico a mí, pero quería protegerme de todos
modos.
Tan pronto como logramos entrar entre la multitud, me di cuenta de por qué
Lachlan conocía este lugar.
Había un enorme cuadrilátero de lucha en medio de la cavernosa habitación.
Bombillas desnudas colgaban del techo, iluminando a las personas que se apiñaban
alrededor del cuadrilátero. Era un lugar básico, aunque la clientela era todo lo
contrario. La gente estaba vestida de punta en blanco, mostrando etiquetas de
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diseñador en todas partes, aunque algunos usaban atuendos más discretos que
gritaban “dinero en serio”.
—Te gusta mucho esta cosa de pelear, ¿no? —pregunté.
—Todo el mundo necesita un pasatiempo.
Al parecer, era su único pasatiempo.
—¿Y Damian?
—Él también necesita un pasatiempo.
¿También estaba matando a golpes a sus propios demonios?
No pregunté. No tenía sentido conocer a ninguno de los dos. De hecho, era
una idea terrible.
Una vez más, la multitud se separó mientras nos adentrábamos más en la
habitación. No había muchos cambiaformas aquí que pudiera ver, pero no
importaba. Los sobrenaturales podían sentir la fuerza del poder de los demás, y
Lachlan tenía suficiente para hacer que cualquiera quisiera apartarse del camino.
Combinado con su estatura y la mirada en sus ojos, nadie quería aterrizar en su lado
malo.
Me llevó directamente a la barra y encontró un espacio libre en el medio. Me
acerqué sigilosamente a un hombre inclinado sobre su vaso de whisky. Se volvió
hacia mí, sus ojos brillando mientras miraba lascivamente.
—Hola, Campanita.
Escuché un leve gruñido detrás de mí, pero no necesité mirar atrás para saber
que era Lachlan.
El hombre se puso verde y tropezó de su taburete, retrocediendo sin tomar su
bebida.
Me volví hacia Lachlan.
—¿De verdad, Cujo?
Me frunció el ceño, y casi pensé ver sorpresa en sus ojos.
No por la broma, eso era seguro. A Lachlan no le gustaba reír mucho.
No, parecía confundido por haber gruñido.
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Lachlan
¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Tratando de marcar mi territorio?
Era común con las parejas, pero ella no era mi compañera. Esa mujer se había
ido hace mucho. Muerta, por lo que sabía. Entonces, ¿qué pasaba con esta fae?
La miré, asimilando la sorpresa en sus ojos. Yo también lo sentí y lo desprecié.
Había habido muchas cosas que no me habían gustado de mi vida: la pérdida
de mi hermano, el hecho de que tuve que sacrificar a mi padre enloquecido, la
amenaza inminente de la maldición de la Luna Oscura. Pero una cosa que siempre
había sido una roca firme para mí era el hecho de que sabía quién era y lo que tenía
que hacer: liderar mi manada. Había informado todas mis decisiones y me había
dado una base confiable para tomar decisiones.
Esta pequeña fae me estaba atrapando.
Me volví hacia el cantinero, que se había detenido frente a nosotros. Tenía
una mirada aguda en sus ojos y estaba claro que no era un cantinero común. No, era
parte de la red de Damian, una serie de espías y secuaces que vigilaban Lado Mágico
por él.
—Estamos aquí para ver a Damian Malek —dije.
Él asintió.
—Un momento.
Dirigí mi voz a Eve, pero no la miré directamente.
—¿Un trago?
—Sí. Pero no uno fuerte.
Miró a su alrededor con cautela.
Era inteligente no querer perder la concentración en un lugar como este. Fue
construido para la diversión y los juegos, pero tenía una apariencia resbaladiza de
peligro que debería respetarse.
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Otro cantinero se detuvo y pedí dos cervezas y le pasé una a ella. Ignoré la
mía, prefiriendo el ardor de mi propio whisky.
El cantinero original regresó un momento después.
—Los verá ahora.
Lo seguimos a través de la barra hasta una cabina elevada en la esquina.
Damian era el tipo de hombre que se sentaba de espaldas a dos paredes, siempre
alerta. Había muchas cosas en su pasado que no sabía, casi todo, de hecho, pero
tampoco me importaba preguntar. Compartíamos el cariño por el cuadrilátero y eso
era suficiente.
Damian se levantó cuando nos acercábamos a la mesa. Alto y de hombros
anchos, con una mirada implacable, era el tipo de hombre que reconocía. Si hubiera
sido un cambiaformas, habría sido un Alfa. Como era, se situaba en la parte superior
de la jerarquía criminal en Lado Mágico, un ángel caído con más manchas en su
alma y más conexiones que cualquier otra persona que conociera.
—Lachlan. Y amiga. Por favor, tomen asiento.
Los ojos de Damian viajaron sobre Eve, y aunque no había nada lascivo en
sus profundidades, todavía sentí que me acercaba un paso más a ella.
No podía controlar esta maldita protección, no importaba lo que hiciera. No
tenía sentido.
Las cejas de Damian se arquearon, el interés se iluminó en sus ojos. Lo ignoré
y me senté a la mesa. Eve tomó la silla a mi lado. No la presenté, no quería que
supiera su nombre.
Estaba perdiendo la maldita cabeza.
—¿A qué debo el placer? —preguntó Damian.
—Estamos aquí para pedir un favor.
No me gustó pedirlo. No me gustaba deberle nada a nadie. Pero mi
compañero de manada, sin importar lo comadreja que hubiera sido, merecía que su
asesino compareciera ante la justicia y Damian podía ayudar a que eso sucediera.
—Así que sabes cómo funcionan las cosas en Lado Mágico.
Sonrió, pero no llegó a sus ojos.
Lado Mágico, especialmente esta parte sin ley se manejaba con favores.
Damian era dueño de una enorme torre en la parte respetable de la ciudad y
manejaba la mayor parte de sus negocios desde allí, pero tenía muchos tratos en la
parte más oscura de la ciudad, y eso es lo que necesitábamos ahora.
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—Necesitamos encontrar a alguien —dije.
—Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo. ¿Quién es?
—Necesitamos una audiencia con una mujer llamada la Boticaria. Alia.
Las cejas de Damian se levantaron una vez más.
—Me temo que no puedo conseguirte una audiencia con ella, ella lo
determina por sí misma. Pero puedo decirte cómo encontrarla.
—¿Y a cambio? —pregunté.
—Una pelea.
Sentí que Eve se tensaba a mi lado, su confusión era palpable.
No me sorprendió. A Damian le gustaba una buena pelea en el cuadrilátero.
Y como yo, tenía dificultades para encontrar un oponente adecuado. Nos habíamos
enfrentado varias veces y nuestro récord estaba parejo.
—¿Necesito ganar? —Podría, con el incentivo adecuado. Aunque nuestro
récord estaba cincuenta-cincuenta, esta era la motivación adecuada para asegurar
una victoria.
—No. —Damian sonrió—. No me molesta quién gana. Ambos terminaremos
convertidos en pulpa, de cualquier manera.
—¿De qué diablos están hablando? —demandó Eve.
Asentí con la cabeza hacia el cuadrilátero detrás de mí. Un rugido de la
multitud se elevó al mismo tiempo.
—Un poco de eso. Por diversión.
Miró de un lado a otro entre nosotros, horrorizada.
—¿Cómo eso es divertido para ti?
Me froté la nuca y me encogí de hombros.
—Solo lo es.
67
Eve
Miré a los dos hombres, horrorizada. Estaban locos.
Oficialmente locos.
Pero si esto era lo que hacía falta para limpiar mi nombre, entonces, por
supuesto, se les debería permitir que se golpearan el uno al otro. Raritos.
Damian sonrió y se puso de pie.
—¿Vamos?
Lachlan se levantó y yo hice lo mismo.
—¿A dónde? —preguntó.
—Ese sótano, creo.
Damian rodeó la mesa y lideró el camino a través del bar abarrotado.
¿Era el sótano un club extra exclusivo? ¿Solo para miembros?
La multitud se separó para dejarnos pasar y llegamos a una puerta oscura en
la esquina. Estaba desprotegida pero cerrada. En segundos, apareció el mismo
cantinero que había organizado nuestra reunión. Abrió la puerta y bajamos las
escaleras metálicas. Bombillas desnudas iluminaban el camino, y cuando llegamos
al fondo, Damian encendió varias luces.
Sí, definitivamente este no era un club exclusivo para miembros.
Era solo un sótano. Había un cuadrilátero viejo y andrajoso en la esquina,
algunas de las cuerdas laterales estaban despojadas del acolchado que normalmente
las protegía.
—¿Ustedes dos están hablando en serio sobre esto? —No pude evitar
preguntar.
Ninguno de los dos respondió, así que encontré una silla plegable oxidada
para sentarme. Los dos hombres caminaron hacia el cuadrilátero, quitándose las
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camisas a medida que caminaban. Ambos estaban magníficamente formados y odié
la forma en que mis ojos se desviaron hacia Lachlan. Damian era hermoso, sin duda
alguna, pero no podía apartar la mirada de la cruda intensidad en los ojos de
Lachlan. Me dejaba sin aliento.
Podía ver al lobo dentro de él, desesperado por salir. Sus ojos se iluminaron
de un verde más brillante y apretó los puños.
Damian sonrió y luego subió al cuadrilátero.
Lachlan lo siguió.
No había nadie para dar inicio a la pelea, pero no lo necesitaban. Damian
golpeó primero, tan rápido y fuerte que me sorprendió que Lachlan lograra
esquivarlo.
Sin embargo, lo hizo y asestó un golpe en el costado de Damian. El ángel
caído era rápido y logró evitar la mayor parte del golpe, devolviendo uno de los
suyos.
Inmediatamente comprendí por qué Damian quería la pelea. Lachlan era sin
duda, uno de los pocos que podía ofrecerle una pelea justa. Me vino a la mente el
recuerdo de Lachlan luchando contra cuatro hombres en Pandemonium.
¿Quién diablos iba a ganar esta?
Los golpes fueron más fuertes y rápidos a medida que avanzaba la pelea. Me
estremecía cada vez que uno de ellos hacía contacto con la cara del otro, pero
ninguno parecía querer rendirse. Más bien, parecía que lo disfrutaban. No solo dar
golpes, sino recibirlos.
Sabía qué demonios estaba tratando de exorcizar Lachlan, su hermano
muerto por lo menos, pero ¿qué pasaba con Damian?
A medida que avanzaba la pelea, no me tomó mucho tiempo comenzar a
apoyar a Lachlan. No podía evitarlo. Era un bastardo, uno cruel que me había hecho
la vida miserable, pero a medida que recibía golpe tras golpe, y entregaba tantos de
los suyos, sentí mis puños apretarse y mi corazón acelerarse.
Vamos, simplemente déjalo inconsciente.
Quería que esto terminara, por amor al destino. La sangre goteaba de un corte
en el lado derecho de la frente de Lachlan, y sus costados estarían brillantes con
moretones en unas pocas horas. Damian no se veía mejor. El ángel caído tendría al
menos un ojo morado mañana, tal vez dos.
Pero siguieron adelante.
69
Llegó al punto en que odié ver a Lachlan recibir un golpe. Algo se apretaba
dentro de mí cada vez que Damian lanzaba un puñetazo.
Finalmente, comenzaron a disminuir. Lachlan favoreció su lado derecho, y
parecía que algo podría estar mal con la mano de Damian.
Finalmente, no pude soportarlo más y me puse de pie.
—¡Suficiente!
Me ignoraron y continuaron lanzándose golpes el uno al otro. Era casi como
si hubieran entrado en una especie de trance meditativo, y tal vez lo habían hecho.
Demonios, esto no había sido una dificultad para Lachlan. Lo estaba disfrutando.
Aunque yo no lo estaba haciendo. Había demasiada sangre en los labios
partidos y las cejas abiertas. Demasiados hematomas esperando a formarse. Si
Lachlan estaba fuera durante demasiado tiempo, no podríamos encontrar a la
Boticaria.
Ya era suficiente.
Subí al cuadrilátero, me escurrí entre las cuerdas y me acerqué a ellos para
gritar:
—¡Alto!
Ambos
se
sacudieron
y
parpadeando. Sorprendidos de verme.
luego
se
volvieron
hacia
mí,
—Fuera —gruñó Lachlan, sus ojos verdes brillantes con su lobo.
—No. Vas a parar ahora. Tienes que estar lo suficientemente en forma para
ayudarme a encontrar a Alia, y esto no va a ayudar.
Respiró temblorosamente y dio un paso atrás, mirando a Damian. Sacudió la
cabeza hacia un lado, indicando que Damian debería alejarse de mí.
—Sal del cuadrilátero, Eve. Pararemos, pero es peligroso entrar de repente
aquí.
—Sí, sí.
Pero pude ver la preocupación en sus ojos.
No es como si fueran a colapsar ahora que los saqué de su trance, pero tenía
razón. Uno de ellos podría haber arrojado al otro sobre mí, y eso habría apestado.
Rápidamente, salí del cuadrilátero.
70
Unos momentos después, los dos hombres siguieron. Ambos se veían como
el infierno, pero los ignoré. También ignoré el hecho de que estaba preocupada por
Lachlan. Era estúpido.
Miré a Damian.
—Bueno, ¿dónde está la Boticaria?
Miró de Lachlan a mí, finalmente pareció asentarse en la idea de que todo
había terminado. Con un suspiro, agarró su camiseta desechada del suelo y se secó
la sangre de la cara. Parecía más un ángel caído que nunca, con los labios hinchados
y los ojos oscuros.
—Puedes encontrarla aquí, en Midway Dens. En lo alto del antiguo edificio
de embotellado. Pero les sugiero que esperen hasta la madrugada. Entonces, sus
guardias deberían estar menos alerta. Es la hora tranquila.
—¿Guardias? —pregunté, mirando a Lachlan por el rabillo del ojo. Se inclinó
para recoger su camisa y se movía con cautela.
—Ella se toma la seguridad en serio —dijo Damian. Miró a Lachlan,
evaluándolo—. Solo quieres respuestas, ¿cierto? ¿No la lastimarás?
Lachlan asintió.
—Te doy mi palabra.
—Podría intentar llamarla y decirle que vas a ir, pero no quiero que sepa que
fui yo quien te envió. Así que guárdalo para ti.
—Lo haré —dijo Lachlan.
—Bien. Y una última cosa: te sugiero que te acerques desde el
callejón. Puedes esperar tres, tal vez cuatro, demonios.
—Gracias. —Lachlan se puso la camisa por la cabeza y me miró—. ¿Lista?
Asentí en agradecimiento a Damian, luego seguí a Lachlan desde el sótano,
subí las escaleras, atravesé la multitud y salí al aire frío de la noche.
—¿Dónde vamos hasta la mañana? —pregunté, mirando sus heridas con
preocupación—. Necesitas limpiarte. Tal vez tomar una poción curativa. Tengo una.
—Sin pociones —gruñó.
—Claro, lo que sea, Cujo.
—¿Cujo?
—Ya sabes, el perro asesino de Steven King.
71
El borde de sus labios se curvó en una sonrisa renuente e hizo una mueca.
—Encontraremos un hotel para pasar las próximas horas. Me curo rápido, así
que debería estar casi bien al amanecer.
—Como quieras.
Por qué estaba tan en contra de las pociones, no tenía idea.
Encontramos un motel sórdido unas calles más abajo. No había mucho más
en esta parte de la ciudad, y serviría para nuestros propósitos. De todos modos,
Lachlan parecía demasiado rudo para que lo dejaran entrar en alguno de los lugares
más agradables.
El motel era uno de esos establecimientos de dos pisos con puertas que daban
a la pasarela exterior. Muy estadounidense de los sesenta. Lachlan insistió en que
compartiéramos una habitación. Una placa en la pared anunciaba que Elvis se había
alojado una vez en la misma suite.
—La última vez que se actualizó, también, apuesto —murmuré.
Afortunadamente, había dos camas. Me dejé caer sobre una mientras Lachlan
se dirigía al baño.
—Estaré en la ducha.
Oí que el agua salía, crujiendo mientras las tuberías se llenaban. Unos
minutos después, escuché un gemido de dolor y tuve que asumir que él había entrado.
Golpeé la parte trasera de mi cabeza contra la antigua cabecera. ¿Qué diablos
estaba haciendo pensando en él en la ducha? Eso eran todo tipo de malas noticias.
Debería estar hecha polvo, pero no lo estaba. A pesar de que eran más de las
tres de la madrugada, todavía estaba en horario de Londres.
Unos momentos después, Lachlan salió del baño. Tenía una toalla envuelta
alrededor de su cintura, revelando una amplia extensión de pecho desnudo y
húmedo. Mi corazón se aceleró y tragué saliva, mirando hacia otro lado.
—¿No querías ponerte pantalones, al menos?
—Demasiado rígido.
—Debería tener mi propia habitación.
—No te voy a perder de vista en esta ciudad, con o sin collar.
Tenía razón. En Ciudad del Gremio, había gente con la habilidad de quitarse
el collar, pero nadie se atrevería, ya que él me lo había puesto. Ese no sería el caso en
Lado Mágico.
72
Se volvió hacia el lavabo. Por el rabillo del ojo, lo vi estremecerse.
La preocupación me atravesó y bajé de la cama.
—¿Estás seguro de que no quieres una poción curativa?
—Estoy seguro. —Su voz era áspera—. Me curaré rápido.
—Bueno, todavía estás sangrando por ese corte en la frente.
Fui al baño y me arrodillé para buscar en el armario un botiquín de primeros
auxilios, con la esperanza de que tuviéramos suerte.
Lachlan hizo un ruido bajo en su garganta, y miré hacia arriba, dándome
cuenta de que estaba justo encima de mí. Él tampoco se había movido. Fui quien se
arrodilló aquí, lo que ahora parecía una idea loca. Él parecía una montaña que se
elevaba por encima.
La tensión tensó el aire entre nosotros, haciendo que cada centímetro de mi
piel se estremeciera mientras el calor me recorría. Afortunadamente, vi un viejo
botiquín de primeros auxilios y lo agarré, luego me puse de pie. Lo agité en el aire
como una tonta y dije:
—Lo encontré.
Frunció el ceño.
—¿Una tirita?
—Y antiséptico. Con un poco de suerte, aquí también habrá paracetamol.
Su mirada se detuvo demasiado en mí, así que abrí el recipiente de plástico y
saqué la toallita con alcohol y la tirita envuelta. Antes de que yo o él pudiera
detenerme, abrí la toallita y se la alisé sobre la frente cortada.
De cerca, era aún más hermoso. Aterrador, también, con la forma en que sus
ojos brillaban de un verde brillante.
Su lobo.
Tragué con fuerza, mi piel se encendió cuando el calor me recorrió.
Era mucho más grande que yo. Mucho más fuerte. Pero de alguna manera,
sabía que nunca me haría daño. No físicamente, al menos. Me había hecho mucho
daño cuando éramos niños y no tendría ningún problema en encerrarme si pensaba
que era la asesina. Pero ahora mismo, con la forma en que me miraba…
—¿Qué es lo que hay en ti? —murmuró.
73
Levantó una mano, sosteniéndola cerca de mi sien. Cerca, pero sin tocar. Sus
labios carnosos se separaron y sus ojos brillaron de deseo.
Me quiere.
Lo sabía como sabía mi propio nombre. Estaba escrito en todo su rostro. Hizo
que mi respiración se atascara en mi garganta y mi mente se quedara en blanco.
Era una locura, pero quería inclinarme hacia adelante. Para cerrar la distancia
entre nosotros.
—No sé a qué te refieres.
Los escalofríos recorrieron mi piel. Todo mi odio anterior, mi ira... era difícil
recordarlos ahora, cuando estábamos tan cerca. Era una locura. Pero algo me atraía
hacia él, tirando de mi alma.
¿El vínculo de compañeros?
No. No lo sentía. No podía, no mientras usara el collar que me hacía fae.
Aun así, lo deseaba. Era una persona terrible y superficial por querer al
hombre que había sido tan cruel conmigo.
—Hay algo sobre ti.
Se inclinó e inhaló, oliéndome.
Me puse rígida. La capacidad de un lobo para oler era uno de sus principales
dones. ¿Podría reconocerme de esta manera?
No.
Cambiar mi especie con pociones también había cambiado eso. Cubrí todas
mis bases.
Retiró la cabeza y se encontró con mi mirada, sus ojos oscuros, las pupilas
dilatadas. Su mirada se trasladó a mis puntiagudas orejas de fae, luego de nuevo a
mis ojos.
—Siento que eres alguien que no eres. Y lo que estoy pensando ni siquiera es
posible.
Un escalofrío alejó el calor que me había invadido.
—Has tenido un verdadero golpe en la cabeza. —Di un paso atrás—. Un poco
de descanso te pondrá en orden.
Me miró fijamente, con el ceño fruncido, y caminé hasta la cama más lejana,
luego me acurruqué y le di la espalda.
74
—Me voy a dormir.
Hizo un ruido evasivo y lo escuché subirse a la cama junto a la mía. Mientras
miraba ciegamente a la pared, no pude evitar ser consciente de cada uno de sus
movimientos. De su mirada, ardiendo en mi espalda.
Todavía lo deseaba.
Me había alejado de él, pero maldita sea, todo mi cuerpo todavía vibraba. Era
loco.
Estaba sospechando más, no había duda. Mi disfraz era bueno, solo unas
pocas personas en el mundo sabían que era posible hacer lo que yo había hecho, pero
cada minuto en su compañía era un paso más cerca de que él supiera la verdad.
75
Eve
Justo antes del amanecer, salimos de nuestro motel de mala muerte y nos
dirigimos a la vieja planta embotelladora. Estaba ubicado en el borde de Midway
Dens y tuvimos que cruzar la parte de la ciudad que había estado tan concurrida
anoche.
A la luz de la mañana, las calles estaban vacías de corredores y todo estaba en
silencio, excepto por algunas palomas que se pavoneaban de un contenedor a otro,
atiborrándose de comida para llevar descartada de la noche anterior.
Lachlan y yo no habíamos hablado mucho, pero podía sentir su mirada
constantemente en mí. Era casi como si cuanto más nos alejábamos de su sospecha
de que yo era la asesina, más sospechaba de mí de otras cosas.
Me estremecí, con cuidado de no mirar en su dirección.
Finalmente, vi el edificio alto y antiguo de la fábrica donde vivía Alia. Los
ladrillos de un lado estaban pintados de blanco debajo de una escritura negra que
decía La Planta Embotelladora.
Nombre creativo, ese.
—Vayamos al callejón —dijo Lachlan.
Asentí y lo seguí por las frías y oscuras calles hasta el estrecho callejón de la
parte de atrás. Los edificios de ladrillo se elevaban a ambos lados de nosotros,
asomándose hacia el cielo rosado. Escaleras de incendios trepaban por las paredes,
escaleras de metal desvencijadas que conducían a puertas de madera. Cubrían la
parte trasera del edificio, zigzagueando en filas por el costado, lo que le daba a la
pared la apariencia de un videojuego de la vieja escuela. Los guardias demoníacos
podrían estar detrás de cualquiera de las puertas, mirando desde las ventanas por si
se acercaban intrusos.
—Demonios —murmuró—. ¿Puedes olerlos?
76
Negué con la cabeza. Nunca había tenido los sentidos adecuados de
cambiaformas, y ciertamente no los tenía ahora que había pasado tanto tiempo
confiando en la magia fae que me había comprado con pociones.
—Cuatro. Quizás cinco —dijo.
Maldita sea. Damian había dicho solo tres o cuatro.
Él bajó la mirada hacia mí.
—Usa esas alas tuyas para apartarte del camino.
Me ericé.
—Puedo luchar.
—Hazlo desde el cielo. Fuera de rango.
La preocupación brilló en sus ojos y fruncí el ceño.
—No esperaba que estuvieras tan preocupado. ¿Crees que yo podría ser la
asesina?
—Solo sal del camino.
Fruncí el ceño, pero asentí. Luchaba mejor desde el aire, de todos modos,
donde tenía un buen punto de vista para lanzar mis pociones bomba. Llamé a mi
magia y sentí que mis alas cobraban vida detrás de mí.
Lachlan las miró, su mirada ilegible.
Despegué en el aire, flotando por encima del callejón.
Un grito bajo sonó desde el edificio donde se escondían los guardias
demoníacos. Sabían que estábamos aquí.
Mi corazón saltó a mi garganta. Llamé a la bolsa que había guardado en el
éter, luego metí la mano y agarré una poción bomba.
En el callejón de abajo, Lachlan se apartó de la pared y se acercó a la escalera
de incendios. ¿Por qué no había cambiado todavía? Seguramente estaba más seguro
en forma de lobo.
Un demonio salió a uno de los balcones a unos cuatro pisos de altura. Con su
piel gris pálida, habría parecido casi humano si no fuera por los cuernos recortados
y las garras negras. Levantó una ballesta y apuntó a Lachlan.
¿Tenía la flecha una punta plateada?
El miedo se disparó a través de mí.
77
Antes de que pudiera disparar, le lancé una poción bomba. El globo de cristal
se precipitó por el aire, chocando contra su pecho y rociándolo con una poción roja
brillante. Gritó cuando el ácido lo consumió, dejó caer su ballesta y tropezó hacia
atrás hacia la pared de ladrillos.
Mientras lo atacaba, cuatro demonios más habían salido a otras escaleras de
incendios. Lachlan se movió increíblemente rápido, corriendo escaleras arriba y
agarrando a uno de los atacantes por el cuello, luego tirándolo por el costado. El
demonio gritó mientras caía y se estrellaba contra el suelo desplomado.
Ahora que Lachlan estaba en la escalera de incendios, los otros tres demonios
no podían dispararle desde sus posiciones en las otras escaleras. Tendrían que
disparar sus ballestas entre los listones de metal de las escaleras y nunca funcionaría.
Sin embargo, tenían una gran oportunidad conmigo.
Uno de ellos giró su arco hacia mí y mi piel se heló. Mientras disparaba, volé
hacia arriba tan rápido como pude, apenas evitando la flecha. Él maldijo y recargó,
y yo me sumergí, agarrando una poción bomba con fuerza. Cuando estuve lo
suficientemente cerca, le lancé mi bomba a la cabeza. La botella voló por el aire,
chocando contra su cráneo y cubriéndolo con un líquido azul pálido que lo congeló.
Cayó hacia adelante.
En la escalera de incendios debajo de él, Lachlan cargó contra los otros dos
demonios que bajaban por las escaleras de incendios en busca de un tiro limpio.
Mientras corría hacia ellos, una magia verde oscuro se arremolinaba a su alrededor,
y se transformó a mitad de camino. Un momento, era un hombre; al siguiente, era
un enorme lobo negro, más grande que cualquiera que hubiera visto nunca.
Era magnífico.
Llegó a los demonios medio segundo después y le arrancó la garganta al
demonio más cercano. El otro demonio intentó disparar, pero Lachlan fue
demasiado rápido. Escupió al demonio muerto y se abalanzó sobre el segundo, y la
sangre salpicó cuando fue a por la garganta por segunda vez.
Aparté la mirada, buscando más atacantes, pero no había ninguno, gracias a
los destinos.
Los demonios que habían caído en el callejón de abajo ya estaban
comenzando a desaparecer. A diferencia de los humanos u otros seres
sobrenaturales, los demonios no podían morir. Técnicamente, ni siquiera se suponía
que debían estar fuera del Inframundo, aunque había muchas formas de evitar esa
regla. Una vez que eran asesinados en la tierra, sus cuerpos desaparecían y se
despertaban en el Inframundo del que habían venido.
Facilitaba la limpieza, al menos.
78
Volé hasta Lachlan, quien volvió a su forma humana en un abrir y cerrar de
ojos, el proceso oculto por un remolino de magia que hacía juego con sus ojos.
Cuanto más viejo y poderoso eras, más fácil era cambiar de forma. Para Lachlan, era
tan fácil como respirar.
Aterricé junto a él, y se volvió hacia mí, su pecho palpitaba y sus ojos todavía
verdes brillantes con su lobo. Su mirada pasó entre mis alas y mi cara, algo
irreconocible en su expresión. Fue casi confusión, o tal vez reconocimiento. Deseo,
definitivamente, como si el fragor de la batalla hubiera calentado su sangre, así como
su instinto de lucha. Dio un paso hacia mí. El calor brilló en sus ojos y miró
directamente a mi boca.
Jadeé mientras le devolvía la mirada, cada centímetro de mí picaba de
conciencia. Su mirada nunca abandonó mis labios.
¿Iba a intentar besarme?
¿Lo dejaría?
Dio un paso atrás abruptamente y parpadeé. ¿Qué diablos había sido eso?
—Lo hiciste bien —dijo—. Deberíamos ir a la cima.
Asentí.
—Por supuesto. Podría haber más guardias.
Se giró y subió por la escalera de incendios hasta la siguiente puerta interior,
ignorando los cuerpos desintegrados de los demonios. Lo seguí, mi mente corriendo.
No tenía idea de lo que acababa de pasar, pero había sido un momento de algún tipo.
Qué tipo de momento, no podía decirlo.
Estábamos a la mitad del edificio cuando llegamos al siguiente nivel en la
escalera de incendios. La puerta estaba cerrada, pero Lachlan le dio una patada
rápida y entramos.
Extendió una mano, indicándome que debería esperar mientras revisaba la
habitación.
Su actitud protectora era… extraña.
Nunca había tenido a alguien así en mi vida. Es cierto que mis amigos querían
protegerme, pero esto tenía un sabor diferente. Nos protegíamos unos a otros. Esto se
sintió decididamente unilateral. Le di un segundo para que revisara el espacio
primero, luego lo seguí. No podía quedarme para siempre como una damisela en
apuros.
79
El pasillo interior era oscuro y silencioso, antiguo e industrial. El piso entero
se sentía vacío y también lo olía, polvoriento y en desuso.
—Creo que solo el piso superior está ocupado —susurró Lachlan.
Sin duda estaba usando su audición lupina y su súper sentido del olfato.
Juntos, subimos sigilosamente las escaleras, piso tras piso. Fue un viaje fácil,
sin demonios saltando de los rincones oscuros.
Demasiado fácil.
Se me erizó el vello de la nuca, todos los instintos se pusieron en alerta roja
cuando llegamos al rellano del último piso. Había una puerta oscura al final, cerrada
herméticamente.
La boticaria estaba al otro lado, pero no había guardias demoníacos.
Delante de mí, Lachlan dio un paso adelante y luego se detuvo abruptamente.
Me estrellé contra su espalda, dejando escapar un soplo de aire.
—¿Qué pasó? —pregunté.
—Estoy atascado.
—¿Atascado? —Fruncí el ceño—. ¿Qué quieres decir? —Miré sus pies.
Trató de levantarlos, pero no pudo.
Mierda.
Probé con mis propios pies. También atascados. Una tenue bruma empezó a
descender del techo, acre y oscura. Tosí, mis pulmones ardían.
—Una trampa —dijo.
Con el corazón acelerado, me agaché para salir de la nube de humo e
inspeccionar el líquido resbaladizo que pegaba nuestros pies al suelo. Cubría toda la
pasarela, por lo que quitarnos los zapatos no funcionaría.
Frente a mí, Lachlan también se agachó. Estábamos demasiado cerca,
chocando el uno con el otro, pero logramos mantenernos alejados de lo peor del
humo.
—¿Sabes lo que es? —preguntó.
—Quizás.
Me arrodillé lo más que pude y olí el líquido brillante del suelo. Almendras y
hojas perennes, tan extraño que te revuelve el estómago, pero también el aroma
80
característico de la savia de Kerinius, un ingrediente poco común que podría
templarse para convertirse en la sustancia más pegajosa del mundo.
La esperanza se encendió y busqué en la bolsa de pociones que aún no había
vuelto al éter.
—Creo que puedo neutralizarlo.
—¿Qué pasa con el humo?
Tosió en silencio, claramente tratando de ocultar el hecho de que estábamos
ahí fuera.
—Aguanta la respiración —dije—, porque no hay nada que pueda hacer al
respecto.
Finalmente, mi mano se cerró sobre un cilindro estrecho de poción de la
verdad. La poción era rara y cara, y una elección extraña para un piso mágicamente
pegajoso, pero su ingrediente principal, Raíz de Arcanium, iba a ser muy útil para
combatir la savia de Kerinius. Rápidamente, rocié la poción alrededor de nuestros
pies. Hizo que la savia brillara brevemente y luego se derritiera en un líquido pastoso,
que se extendió rápidamente y neutralizó todo el piso.
Con los pulmones ardiendo por contener la respiración, agarré la mano de
Lachlan y lo arrastré hacia adelante. El suelo todavía estaba un poco pegajoso, pero
no insoportablemente.
Cuando llegamos a la puerta, se abrió, revelando a una hermosa mujer de
cabello oscuro con una estrella tatuada cerca de su ojo. Llevaba una bata de baño
floral de seda y tenía el cabello oscuro recogido en la parte superior de la cabeza. Al
vernos, se apoyó contra el marco de la puerta.
—Bien, bien, bien. Me has impresionado. ¿Eve?
Asentí con la cabeza y jadeé:
—Por favor, déjenos entrar. Solo tenemos preguntas.
Ella frunció el ceño, mirándonos a los dos.
—Mataron a mis demonios.
—Pagaré los reemplazos —dijo Lachlan. Era una buena oferta. Era caro pagar
a los hechiceros para sacarlos del Inframundo—. O puedo preguntar si algún
cambiaformas de las fuerzas de seguridad quiere trasladarse al Lado Mágico.
Esa era una oferta aún mejor. Los cambiaformas eran las fuerzas de seguridad
más codiciadas, mucho mejores que los demonios. Mucho más leales.
Arqueó las cejas, reconociendo claramente el valor de la oferta.
81
—Bien, entonces. Adelante.
Nos hizo señas para que avanzáramos y nos apresuramos a entrar. Jadeé,
tratando de recuperar el aliento, mientras ella caminaba para pararse frente a
nosotros y me miraba de arriba abajo.
—¿Fue el olor lo que te permitió identificar la savia? —preguntó.
Asentí.
—Impresionante.
Se volvió y entró en el desván de techos altos. Era un espacio enorme,
decorado con muebles modernos y miles de libros y plantas. Luces fae brillaban entre
las vigas, y me pregunté cómo se las había apoderado. Las enormes ventanas de
vidrio proporcionaban una vista de Chicago, y tenía que ser espectacular por la
noche.
Se volvió hacia nosotros, su bata agitándose.
—¿Que necesitan? Seguramente no una poción, considerando tus habilidades,
Eve.
—¿Me conoces? —pregunté.
—Fae, ¿con el pelo de un color loco y una habilidad inusual para las pociones?
Adiviné. Además, conozco a tu amiga Seraphia.
—Un placer conocerte…
Lachlan fue directo al grano.
—Estamos aquí por una poción que vendiste. Una poción de Ageratina.
Su mirada se oscureció y apartó la mirada, su rostro se torció ligeramente.
—Esa. Sí.
—Es una poción asesina —dije—. Lo sabías cuando la vendiste.
—Vendido no es la palabra que usaría. —Ella miró hacia atrás, la ira brillando
en sus ojos—. ¿No te preguntaste por qué había tantos guardias?
—¿Eso no es normal?
—¿Tantos? No. Por lo general, tengo un par. Pero desde que ese miserable
cambiaformas llegó a mi puerta y me amenazó, he sido cautelosa.
—¿Un cambiaformas? —preguntó Lachlan.
—Sí. Y no pagó un precio justo.
82
Le fruncí el ceño, pensando en lo horrible que sería que alguien me obligara a
hacer algo tan peligroso.
—¿Qué pasó?
—Nada terriblemente sorprendente. Irrumpió y me obligó a hacer la poción.
No vi mucho de él, dada la capucha.
—¿Qué viste? —preguntó Lachlan.
Ella lo miró durante un largo segundo, mordiéndose el labio.
—Quiero algo a cambio.
—Estamos tratando de atrapar a un asesino —dije—. Seguro que puedes
ayudarnos.
Ella se estremeció levemente.
—¿Quién fue asesinado?
—Era un bastardo de verdad —dijo Lachlan—. Pero él era parte de mi
manada.
Exhaló un suspiro.
—Sin embargo, no te ayudaré sin pagar. El alquiler no es barato aquí, ni mis
suministros.
Miré hacia la esquina, donde tenía varias mesas apiladas con pequeñas
botellas de ingredientes y manojos de hierbas secas.
—¿Qué quieres?
Ella me miró directamente.
—La receta de tu poción más valiosa.
Le fruncí el ceño.
—¿Cuál es esa?
—Dime tú. Pero más vale que sea buena. Muy buena.
Mierda. Mierda. Mierda.
Sabía cuál era mi poción más valiosa. ¿Podría fingir y darle otra?
—Te haré tomar un suero de la verdad —dijo—, así sé que es la mejor.
—Eres despiadada —le contesté, aunque la respetaba por ello.
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Se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir? Las perras consiguen que la mierda se haga.
Palabras ciertas.
Miré entre ella y Lachlan, debatiendo, pero el concurso no duró mucho.
Necesitábamos esto. Señalé con el pulgar a Lachlan.
—Sal al balcón. No puedes oír esto.
—Por supuesto que puedo.
—Estas son recetas patentadas —dije—. Nunca le he contado esto a otra alma
viviente y tampoco te lo voy a decir a ti.
Frunció el ceño, luego asintió y se dirigió hacia las enormes ventanas de vidrio
que conducían al balcón delantero. Una vez que estuvo a salvo afuera, me volví hacia
Alia.
—¿Puedes instalar una barrera de sonido? Y vas a necesitar hacer un
juramento de sangre para no compartir esto con nadie.
Asintió con la cabeza, luego fue a su mesa y tomó un manojo de hierbas que
habían sido atadas con cintas de varios colores. Reconocí el pequeño bulto; yo misma
había hecho varios. Haría que nadie pudiera escuchar lo que dijéramos.
Tomó un encendedor, algunos frascos de poción, un bolígrafo y papel, luego
fue a una pequeña sala de estar y me hizo un gesto para que la siguiera. Mi corazón
tronó mientras nos sentaba alrededor de la mesita, estableciendo un contrato por un
juramento de sangre; no es de extrañar que una mujer como ella los tuviera a mano;
y el frasco de la poción de la verdad.
Encendió el manojo de hierbas e hizo un círculo a nuestro alrededor. Lo sentí
cuando la magia cayó en su lugar. Lachlan no podría escuchar.
—Será mejor que sea buena —dijo, pinchando su pulgar con una hoja y
dejando que una gota de sangre roja brillante cayera sobre el contrato.
—Lo es.
Me entregó el contrato y lo escaneé, viendo que ella moriría lenta y
angustiosamente si le contaba mi secreto a alguien.
—Me alegra ver que no te guardas nada.
Ella sonrió.
—Sé lo que vale un buen hechizo.
84
—Entonces agárrate a tu sombrero. —Tomé la poción de la verdad y la olí,
luego la bebí.
Cuando la sentí burbujear por mis venas, miré a Alia. Habríamos sido amigas
si viviéramos en el mismo lugar, de eso estaba segura. Teníamos instintos de
supervivencia similares. La voluntad de hacer lo que fuera necesario. Podía sentirlo
en ella.
—¿Bien? —dijo ella.
—No soy fae.
Llamé a mis alas, dejándolas salir detrás de mí. Luego puse mi mano sobre la
mesa e hice que la hierba creciera directamente de la madera.
—Santos destinos. —Sus ojos se agrandaron—. No eres fae, ¿pero puedes
hacer eso?
—Sí. Rayos también y estas alas no son solo para mostrar. Toda la magia fae.
—Toqué mis puntiagudas orejas—. No solo un glamour.
Su respiración se aceleró, la emoción brillaba en sus ojos.
—Cambiaste tu especie usando pociones. Debería ser imposible.
—No lo es. —Solté una risa irónica—. No es fácil, pero es posible.
Sacudió su cabeza.
—Tienes que decírmelo.
—Por eso estamos sentadas aquí. —Levanté mi collar para que pudiera
verlo—. He encantado esto con una poción. Es demasiado volátil para beber, pero si
usas un objeto con el que regularmente te rozas… voilá, te conviertes en fae.
Tomé el lápiz y el papel, luego comencé a escribir la receta.
—¿Qué eres realmente, entonces? ¿Si no eres fae?
—Eso no es parte del trato. —Le entregué la receta terminada—. Eso solo te
dirá cómo cambiar tu especie a fae. Pero si trabajas en ello, es posible que puedas
manejar otra especie. Quema ese papel después de haberlo memorizado.
Ella examinó la lista de ingredientes, arqueando las cejas.
—Estos son raros. Costosos.
—Por eso siempre estoy quebrada.
Bueno, eso y el maldito Danny. Pobre bastardo.
85
Negó con la cabeza, impresionada.
—Asombroso. Verdaderamente asombroso. —Su mirada se dirigió
rápidamente a la ventana, donde Lachlan estaba de espaldas a nosotros—. Él cree
que eres fae, supongo.
—Será mejor que lo haga.
86
Eve
Después de responder algunas de las preguntas de Alia relacionadas con la
receta, dejamos que Lachlan regresara al piso.
Su mirada se movió entre nosotras.
—¿Todo bien?
—Todo bien. —Alia asintió una vez—. Entonces, ¿quieren saber cómo era?
—Queremos saber todo lo que sabes —dijo Lachlan.
—Está bien. Como dije, no pude ver mucho. Pero vi sus ojos. Negro puro.
Lachlan se puso rígido.
—¿Ojos negros puros?
—Nada de blanco. —Se estremeció—. Era espeluznante. Más allá de lo
espeluznante, aunque no pude ver su rostro. Definitivamente un depredador. La
forma en que me miró…
El estremecimiento se convirtió en escalofrío y lo sentí por ella. Los
fabricantes de pociones normalmente no terminaban cara a cara con el peligro a
menos que corriéramos directamente hacia él.
—Lamento que te haya pasado —le dije.
Soltó una risa irónica.
—Está lejos de ser lo peor que he enfrentado. De todos modos, el chico. —
Miró a Lachlan de arriba abajo—. Era de tu tamaño. Figura similar también. En
forma.
Eso lo reducía un poco, pero no mucho. Lachlan era inusualmente alto y
estaba extremadamente en forma, pero no era el único.
87
—No habló mucho —dijo—. Y cuando lo hizo, su voz era áspera. Como si
no la usara mucho. Había una intensidad en él que era casi… maníaca. Quizás una
locura. No lo sé, no soy psicóloga.
—¿Algo más? —le pregunté, deseando que supiera más. Realmente no era
mucho, dado que acababa de compartir con ella una de las pociones más poderosas
que existen.
—Sí. Aguarda. —Fue a la mesa de su taller y encontró una caja que estaba
escondida debajo de pilas de botellas de pociones y pequeños sobres diminutos. Lo
sacó y lo abrió, sacando algo pequeño. Cuando regresó con nosotros, sostuvo un
objeto plano en su palma—. Le robé esto.
Mi mirada estaba clavada en la enorme garra en su mano. Era completamente
oscura y parecía que podría desgarrarme la garganta si ella la sostenía de la manera
correcta. Miré a Lachlan.
Parecía haber visto un fantasma.
—¿Le robaste eso? —Su voz era áspera.
—Estaba tembloroso, como si estuviera saliendo de algún tipo de borrachera.
Cuando buscó algo en su bolsillo, esto cayó. —Se encogió de hombros—. Un tipo
loco como él, cargando con esto... tenía que ser especial para él. Y estaba muy
enfadada por lo que me estaba obligando a hacer, así que lo pateé debajo de la mesa
antes de que se diera cuenta. Pensé que tal vez podría usarlo para rastrearlo y
recuperar mi poción, pero…
Se estremeció.
—Te asustó muchísimo y no querías tener nada que ver con él —le dije.
—Básicamente. —Se veía triste—. No estoy orgullosa de eso. Pero tienes que
entender, acabo de escapar del infierno. Literalmente. Del Infierno. Quiero una vida
normal, eso es todo.
Podía entender eso.
Empujó la garra hacia Lachlan.
—Como sea, tómalo. Tal vez te ayude.
Lachlan lo hizo, tragando saliva, con la mirada fija en la garra.
—¿Es una garra de lobo? —pregunté.
Él asintió con la cabeza, pero había algo en sus ojos que no reconocí. Lachlan
definitivamente sabía más que yo.
—Gracias —dijo—. Si eso es todo, nos iremos.
88
Ella asintió.
Antes de irnos, Lachlan hizo una llamada para reemplazar a sus guardias.
Cuando terminó, nos despedimos rápidamente y le dije que debería visitarme en
Ciudad del Gremio en algún momento, que tal vez preferiría vivir allí. Ella solo
asintió y nos fuimos, usando uno de los encantamientos de transporte de Lachlan
para llevarnos de regreso.
Era temprano en la tarde cuando llegamos al medio del patio que daba a la
torre del Gremio de Cambiaformas.
Me volví hacia Lachlan. Su mirada era más oscura que nunca, el verde
profundo se volvió casi negro.
Todo ojos negros.
Algo que Alia había dicho había puesto nervioso a Lachlan. Incluso ahora,
parecía que su mente estaba a un millón de kilómetros de distancia.
—Sabes algo —dije.
Sorprendido, me miró, su mirada se aclaró brevemente. Era casi como si
hubiera olvidado que estaba allí.
—Necesito ir a ver a alguien. Puedes regresar a tu casa por un rato. Podemos
volver a reunirnos aquí más tarde esta noche.
—No me mantengas al margen ahora.
—Te veré en un rato.
Dio media vuelta y se alejó.
Lo miré, sorprendida. ¿Significaba esto que estaba libre de culpa?
Toqué el collar de mi cuello.
Nop.
Pero, ¿qué diablos pasaba con él y esa garra? Quería perseguirlo para
averiguarlo, pero había dejado en claro que no respondería a mi curiosidad. De todos
modos, necesitaba una ducha.
Estaba a medio camino de mi casa cuando pasé por un callejón estrecho que
conducía a la parte trasera de una cafetería. Alguien me empujó por detrás,
forzándome a entrar en el callejón oscuro. Choqué contra la pared, sacando el aire
de mis pulmones.
89
Presa del pánico, luché por darme la vuelta, pero la persona me agarró del
brazo y trató de arrastrarme hacia el callejón. La figura era enorme, elevándose sobre
mí con una sudadera con capucha negra.
Se me helaron las venas.
Pateé, arañándole el estómago. Él gruñó, pero me agarró con más fuerza y
tiró.
Grité mientras me apresuraba a liberar un frasco de poción de mi muñeca.
Agarré el primero que toqué. Un destello verde brillante: polvo ácido, básicamente
gas pimienta mágico.
Mi agresor arremetió para golpearme en la cabeza y me agaché. Su golpe me
golpeó en la parte superior de mi cráneo y el dolor estalló.
Le quité la tapa al vial y le soplé el polvo en la cara, que estaba oculto por las
sombras profundas debajo de su capucha. Solo pude ver el destello oscuro de sus
ojos, que brillaban con un brillo profano.
Rugió de dolor, soltándome y lanzándose hacia atrás.
Llamé a mis alas y me lancé al aire, desesperada por alejarme de él.
Corrió por el callejón, tapándose la cara con una mano mientras buscaba en
su bolsillo. Mi corazón se aceleró. ¿Lo seguía o me largaba de allí?
Síguelo.
Sin embargo, no importaba. Arrojó algo al suelo. Una nube plateada estalló y
se lanzó hacia adentro.
Un encanto de transporte. Se había ido.
Jadeando, con la mente dando vueltas, volé a casa. Durante todo el camino,
me aseguré de ir por el medio de la calle más transitada de la ciudad. Estaba bastante
segura de que había ahuyentado a mi atacante, pero sería temporal.
Para cuando llegué a la torre del Gremio de las Sombras, mi ritmo cardíaco
se había calmado y el dolor de cabeza se había desvanecido. Podía sentir el rasguño
en mi mejilla donde me había estrellado contra la pared, pero no dolía terriblemente.
¿Qué diablos acababa de pasar? ¿Había sido ese el asesino?
Sí.
Pero, ¿por qué había venido por mí?
Entré en la torre, soltando un suspiro de alivio. Nadie podía entrar excepto
los miembros del Gremio de las Sombras. Estaría a salvo aquí.
90
—¿Alguien en casa? —llamé.
Silencio.
Estaba bien. Todavía estoy a salvo. Subí las escaleras hacia mi loft, pero tan
pronto como entré por la puerta, escuché el sonido de un susurro en el dormitorio.
Me puse rígida, el hielo cayendo en cascada sobre mi piel. ¿Quién diablos estaba ahí?
No él.
La torre estaba protegida contra intrusos. No podía entrar.
Aun así, el miedo se apoderó de mí.
Cogí una bomba de poción que había dejado en la mesa auxiliar, un aturdidor,
y me arrastré por la pequeña sala de estar hacia el dormitorio. Cuando doblé la
esquina, una cabeza peluda salió de uno de los cajones de mi cómoda, con una barra
de Mars aferrada en sus mandíbulas.
Los ojos del mapache se agrandaron detrás de su máscara negra y dejó caer la
barra de chocolate.
¿Miau?
Escuché su voz en mi cabeza y me quedé boquiabierta ante su audacia.
—¿Miau? Miau, mi culo. No eres un gato.
Miau.
¡El pequeño bastardo lo había vuelto a decir! El mapache salió corriendo del
cajón y saltó sobre la cama para lanzarse por la ventana abierta. Corrí y lo vi
bajándose del árbol, con el trasero gordo y la cola esponjosa ondeando.
—¡Ni siquiera pienses que puedes volver aquí y robar más de mis barras de
chocolate! —grité.
El mapache me ignoró y me dejé caer en la cama. El pequeño bastardo había
fingido seriamente ser un gato.
Atacada por un asesino y ahora lidiando con un maldito mapache que de
alguna manera logró atravesar las barreras mágicas de nuestra torre. ¿Cómo era esta
mi vida?
Me froté los ojos con las manos y me levanté. Mi estómago gruñó, así que fui
al cajón, agarré la barra Mars e inspeccioné la envoltura en busca de daños. Se veía
bien, así que la rompí y metí la mitad en mi boca, sintiendo que parte de mi estrés
comenzaba a evaporarse de inmediato.
91
Últimamente, me había dedicado a esconder dulces por todas partes. Siempre
había sido una acaparadora de dulces, pero ese maldito mapache me había
convertido en una maldita ardilla. Como resultado, había perdido la pista de la mitad
de las barras de chocolate que alguna vez había escondido, incluida esta, pero
afortunadamente, apareció justo cuando la necesitaba.
Aun masticando, cerré el cajón y me dirigí al baño. Era pequeño y estrecho,
pero el agua estaba benditamente caliente.
La ducha no me despejó la mente, pero cuando salí, había ruido en la
habitación principal de abajo. Me vestí rápidamente, una vez más con jeans más
útiles y una chaqueta de cuero, luego me dirigí hacia el ruido.
La sala principal de nuestra torre era una versión más pequeña de la de la torre
de los cambiaformas. La usábamos como un espacio de reunión central, e incluso
había una enorme silla de madera junto al fuego para nuestra líder, Carrow. Sin
embargo, nunca se sentaba en esta. Podría haberlo hecho, pero su familiar, una
mapache gorda llamada Cordelia, a menudo lo agarraba antes de que ella pudiera.
Cuando llegué a la habitación, eso fue lo primero que vi: Cordelia, su trasero
gordo en la silla, su pequeña pata metida en una bolsa de Monster Munch. Sin
embargo, mi propio pequeño acosador peludo no estaba a la vista.
El resto de nuestro gremio estaba reunido en la parte principal de la sala,
sentados alrededor de una mesa larga llena de pizza, papeles y libros. Carrow, Mac,
Quinn, Seraphia e incluso Beatrix, nuestra miembro más reciente, se volvieron hacia
mí.
—¿Bien? —preguntó Mac—. ¿Ya limpiaste tu nombre?
Negué con la cabeza.
—Peor. Creo que el asesino intentó atacarme mientras estaba en medio de la
ciudad. Me empujó al callejón.
Carrow se levantó de un salto.
—¿Alguien intentó matarte?
—Abducirme, creo. —Me estremecí—. Luché contra él y desapareció a través
de un hechizo de transporte.
—Maldito infierno. —Mac se pasó la mano por el pelo corto—. ¿Tienes idea
de por qué?
—Ni una pista en el mundo. Pero voy a averiguarlo. —Miré las cosas
esparcidas sobre la mesa—. ¿Qué es todo esto?
Carrow levantó un libro.
92
—Esto es todo lo que pudimos encontrar que podría ayudarte. Pero parece
que en su lugar necesitas un guardaespaldas.
Me uní a ellos en la mesa, sentándome junto a Mac y agarrando una porción
de pizza de pepperoni aún caliente.
—¿Cómo es eso?
—El Alfa no nos dejará estar cerca de ti para ayudarte, así que reunimos todo
lo que pudimos encontrar sobre los cambiaformas para que tal vez podamos
encontrar quién podría estar detrás de uno de ellos.
El calor estalló dentro de mi pecho, seguido inmediatamente por la culpa.
Eran los mejores amigos del mundo y todavía les estaba mintiendo. Empujé la pizza
en mi boca. Desafortunadamente, no funcionaba tan bien como una barra de
chocolate.
—Oh, oh —dijo Mac—. ¿Por qué estás estresada? ¿Es más que solo el
asesinato?
¿Cómo diablos era tan perspicaz?
—El asesinato —dije con un bocado demasiado grande.
Eso es todo. Solo el asesinato.
Tendría que confesar pronto. ¿Pero cuándo?
—Esto es lo que hemos encontrado. —Carrow se inclinó hacia adelante—.
Algunas de estas personas recuerdan esto vagamente, pero obviamente, todo era
nuevo para mí.
—Solo escúpelo —dijo Mac—. Aparentemente, Lachlan, el Alfa actual, tuvo
que matar a su padre para proteger a la manada.
—¿Tuvo que hacer qué?
Había evitado todas las noticias de la manada desde que regresé a la ciudad,
pero esa era una verdadera sorpresa.
—Sí. —Mac asintió—. Nadie habla de eso porque apestó mucho en ese
momento. El viejo Alfa se volvió loco. Loco de remate. Y le correspondió a Lachlan
sacrificarlo.
Santos destinos. Eso era inesperado.
93
Lachlan
Mi corazón tronó mientras caminaba hacia el lado de la torre de nuestro
gremio, girando hacia el cementerio. Afortunadamente, el patio estaba casi vacío y
nadie me detuvo.
Llegué al cementerio y me acerqué al enorme roble viejo que crecía a un lado.
La magia brillaba alrededor del árbol, que actuaba como un portal entre nuestro lugar
en Ciudad del Gremio y nuestras tierras ancestrales en Escocia.
Todos en la manada, desde el gato más pequeño hasta el lobo más grande,
venían a este árbol para llegar a las Tierras Altas y correr. Vivir en Ciudad del Gremio
estaba bien siempre que pudiéramos salir y ser libres.
Entré directamente al portal en la base del árbol, dejando que el éter me
arrastrara hacia arriba y me hiciera girar por el espacio. Me escupió en el viento fresco
y vigoroso de una tarde en las Tierras Altas. El sol brillaba intensamente a través del
espacio en una espesa nube blanca, iluminando las onduladas colinas y altas
montañas que eran nuestro hogar.
Respiré hondo.
Había venido aquí con mi padre cuando era niño, mucho antes de que la
maldición se lo llevara. Habían sido buenos tiempos. La primera vez que cambié fue
aquí. Corrí con mi hermano aquí.
Maldita sea, lo extrañaba.
Dentro, mi lobo aulló, desesperado por ser liberado. Quería correr, perseguir
y cazar. Lo soltaba con demasiada poca frecuencia y se estaba poniendo ansioso. Me
sentía inquieto profundamente en mis huesos, casi un dolor.
Anhelaba algo más que correr. Añoraba el pasado, cuando mi padre y mi
hermano todavía estaban aquí. Antes de que todo se derrumbara.
Sacudí los pensamientos y me dirigí hacia el círculo de piedra cerca del río.
Poseíamos miles de acres en esta parte desolada de Escocia, pero nadie vivía aquí
excepto nuestra vidente más venerada. Sin embargo, su cabaña estaba escondida y
había que ganar la entrada.
94
Mientras me acercaba a las piedras erguidas que se elevaban hacia el cielo,
sentí el zumbido de su magia en lo profundo de mi alma. Había trece de ellas, todas
casi idénticas en forma y tamaño.
Pasé por el anillo y me detuve frente al cuenco de piedra situado directamente
en el medio del círculo. Rápidamente, saqué una navaja de mi bolsillo e hice un
pequeño corte en mi palma. El dolor pellizcó y la sangre fluyó libremente. Dejé que
goteara en el cuenco antes de apretar el puño con fuerza y devolver la navaja a mi
bolsillo.
En el cuenco de piedra, mi sangre chisporroteaba y humeaba. La magia
detectaría si yo era uno de la manada, y cuando lo hiciera, aparecería la cabaña de la
vidente.
Si ella estuviera dispuesta.
Miré hacia el río a unos cien metros de distancia. Cuando el aire comenzó a
brillar, sentí una sonrisa sombría en mi rostro.
Tenía suerte.
Salí del círculo de piedra y me dirigí hacia la pequeña cabaña que estaba
apareciendo al borde del río. Las montañas se elevaban en la otra orilla, salpicadas
de esponjosas ovejas blancas que tendrían que moverse antes de la próxima luna
llena.
Mientras caminaba hacia la cabaña, busqué en mi bolsillo y recuperé la garra.
Se clavó en mi mano donde la agarré.
Todo ojos negros.
Un signo de la maldición de la Luna Oscura.
Había algunos lobos en el mundo que la tenían, pero ¿cuál de ellos nos
atacaría? ¿Y cuál guardaría un talismán espantoso como este? Era toda la garra, desde
la raíz hasta la punta. Eso solo podría obtenerse cortándolo del pie del lobo, lo que
sería muy difícil de hacer mientras un lobo estuviera vivo.
Llegué a mi destino y llamé a la puerta.
—Es tu Alfa.
Unos momentos después, la puerta se abrió, revelando a una mujer mayor
con cabello plateado y ojos verdes brillantes. Ella no tenía edad, por lo que podía ver,
sin una arruga en su rostro. Su cabello caía en cascada por su espalda,
resplandeciendo brillantemente contra su vestido púrpura.
Agnes era la vidente más poderosa en la historia de nuestra manada, con una
habilidad particularmente talentosa para ver el pasado y el futuro de la manada.
95
—Alfa. —Sus cejas se levantaron—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—¿Puedo pasar?
Ella asintió y dio un paso atrás, dejándome entrar en su cabaña. Era un
espacio pequeño, decorado con demasiados cojines y almohadas con volantes. El
aroma del incienso flotaba pesado en el aire, haciendo que me picara la nariz.
Afortunadamente, no estaría mucho tiempo aquí.
Tan pronto como cerró la puerta, me volví y le ofrecí la garra.
—Necesito saber a quién pertenece esto. Y qué cambiaformas mató a Danny.
—Sabes que ya intenté ver la respuesta a la segunda pregunta.
—Esto podría darte más para continuar.
—Cierto. —Frunció el ceño, mirando la garra—. Pero no tengo demasiadas
esperanzas.
—Solo inténtalo, por favor.
—Por supuesto. —Extendió la mano y tomó la garra, jadeando cuando su
palma se cerró alrededor de ella. Inmediatamente, su mirada voló hacia la mía—.
Pertenecía a tu padre.
Con la cabeza dando vueltas, la miré.
—Mi padre. ¿Estás segura?
—Sí. Nunca he estado más segura de nada.
No podía ser el asesino. Yo mismo lo había matado, y el hecho todavía me
perseguía. Lo pusimos a descansar en la cripta de la manada casi inmediatamente
después, en su forma de lobo.
¿Alguien había profanado la tumba? ¿Y por qué?
De repente, los ojos de la vidente se oscurecieron y su rostro se relajó.
—¿Estás bien? —pregunté.
Ella parpadeó, sus ojos se aclarándose. Todo el color desapareció de su rostro.
—No. Ha habido otro asesinato.
96
Eve
Cuando regresé al terreno de los cambiaformas más tarde esa noche, todo
parecía diferente. Extraño.
Por un lado, el patio estaba completamente vacío. Era una hora en la que al
menos un par de personas deberían haber salido a cenar o sentarse en uno de los cafés
al aire libre de la plaza, pero todo estaba en silencio.
Crucé el patio, los nervios cantando a través de mí. La torre se alzaba en lo
alto, todas las ventanas brillaban intensamente. Podía ver gente corriendo de un lado
a otro detrás del cristal, sin quedarse quietos.
Algo está mal.
Cuando llegué a los escalones principales y comencé a subir, el aire se sentía
eléctrico. Acababa de alcanzar la puerta cuando Lachlan apareció a mi lado, después
de haber dado la vuelta por un lado tan rápida y silenciosamente que salté.
Me volví hacia él, sorprendida de ver las sombras debajo de sus ojos y las
líneas sombrías entre las comisuras de su boca.
—¡Lachlan! ¿Qué está pasando?
—Ha habido otro asesinato.
El horror me atravesó.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—Hoy hace solo unas horas. —Su mirada se trasladó al rasguño en mi mejilla
y frunció el ceño—. ¿Qué pasó?
—El asesino me atacó. Al menos, pensé que era él. Cuando caminaba de
regreso a mi casa, me agarró. —Le conté toda la historia—. ¿Crees que falló conmigo
y vino aquí?
—Puede haberlo hecho.
97
—Maldita sea. —La culpa me atravesó—. Debería haber luchado más duro.
Perseguido más rápido.
—No. —Su voz era aguda—. Eso es demasiado peligroso. ¿Por qué te atacó?
—No tengo ni idea y no obtuve nada que Alia no nos haya dicho ya. Alto,
como tú. Ojos oscuros. Una capucha le cubría el rostro.
—Ven conmigo.
Me agarró del brazo y tiró de mí por el costado del edificio.
Lo seguí, apresurándome para mantener el ritmo y que no me tirara al suelo.
Pensé que podría hacerlo.
—¿Fue veneno? —pregunté—. ¿Quién fue asesinado?
No dijo nada, solo me arrastró escaleras arriba y me llevó de regreso a la
habitación en la que me había puesto antes. En la puerta, se volvió para mirarme.
—Por el amor del destino, no salgas de esta habitación, o responderás ante
mí. Habrá seis guardias en la puerta para protegerte. No puedes pasarlos y nadie
puede entrar aquí.
Tragué saliva, la frialdad en su voz enviando escalofríos por mi espalda.
Mierda, mierda, mierda.
Se fue, cerrando la puerta detrás de él. Escuché un clic de cerradura.
¿Qué diablos se suponía que debía hacer ahora? No podía simplemente
retenerme aquí.
Al menos era el dormitorio y no las mazmorras. Podría volar por la ventana,
pero ¿quería hacerlo ahora mismo?
Tal vez no.
Dos cambiaformas habían muerto. La manada me culpó por el primero. Si
también me culpaban por el segundo, no podía dejarme atrapar por ellos. No sin
Lachlan a mi lado. Los cambiaformas eran exaltados, llenos de emoción. Podría
pelear con los mejores de ellos, pero no quería pelear con un grupo de personas que
estaban sufriendo una pérdida.
La otra opción era salir volando por la ventana e ir a casa. Pero, ¿qué me
traería eso? Estaría más lejos de la acción y ya era de noche.
Fui a la ventana para ver si podía ver algo afuera. Seguramente algo estaba
pasando ahí fuera.
98
Con manos temblorosas, desbloqueé el pestillo y lo abrí. Inmediatamente
sentí la diferencia de antes. Un hechizo protector ahora bloqueaba la ventana, puesto
allí para evitar que volviera a salir volando.
Maldita sea.
Realmente me tenían prisionera. En un alojamiento más bonito, pero, aun así,
prisionera. Me di la vuelta y fui hacia la puerta, probándola a pesar de que sabía que
estaba cerrada. Tenía algunas pociones que podían quemar el metal, pero ahora no
era el momento.
Necesitaba un plan.
Me volví hacia la ventana, luego me alejé dando tumbos, sorprendida.
Allí, sentado en la cornisa, estaba ese maldito mapache.
Sonrió con los dientes, su máscara de bandido oscura contra su rostro gris
pálido. Tendió una barra Aero.
La sorpresa me atravesó.
—¿Qué es eso?
Agitó el chocolate, ofreciéndolo claramente.
—¿Es para mí?
Me acerqué lentamente, incapaz de evitar la sonrisa que se extendió por mi
rostro.
Empujó la barra a través de la barrera protectora, tirando de su manita hacia
atrás tan pronto como la magia chispeó en sus dedos. El caramelo cayó al suelo y lo
recogí.
—Gracias.
Pero, ¿por qué diablos me había traído una barra de chocolate?
Has tenido un mal día.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
—¿Puedes leer mi mente? ¿Eres psíquico?
No, soy Ralph.
Ralph. Podía escucharlo dentro de mi cabeza, lo que significaba que tenía que
ser mi familiar. Carrow también tenía uno. Solo ella y su compañero, Gray, podían
oír el de ella.
99
¿Por qué de repente estaba teniendo un familiar?
—¿Cuánto tiempo me has estado siguiendo? —pregunté.
Se encogió de hombros. No lo sé. No me necesitabas hasta ahora.
—Necesitaba que dejaras de robar mis barras de chocolate.
Temo que no puedo hacer nada al respecto.
Él ni siquiera lo intentaría, pero yo no estaba dispuesta a discutir.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Aquí para ayudarte a salir del enredo.
—No estoy segura de que deba irme todavía. —Una idea brilló—. ¿Podrías
hacer un pequeño reconocimiento, tal vez?
Necesitaba averiguar qué le había pasado a la víctima. La culpa por la idea de
que estaba muerto porque no había detenido al asesino me fastidiaba.
¿Segura que quieres quedarte? Es difícil conseguir barras de chocolate cuando estás
encerrada.
—Necesito respuestas. Y por mucho que quiera cargar ahí afuera y
conseguirlas, es una torre llena de cambiaformas que estarán felices de destrozarme
antes de que pueda conseguir alguna. Pero tú, por otro lado, eres perfecto para el
trabajo.
Se pavoneó. Yo soy muy astuto. Pero exigiré un pago. Su mirada se posó en la
barra de chocolate en mi mano.
Suspiré.
—Me acabas de dar esto.
La intención es lo que cuenta. Ahora devuélvemelo.
De mala gana, lo hice.
—Ten cuidado.
Ellos no saben que estoy contigo. De todos modos, es el Gremio de Cambiaformas. Voy
a encajar muy bien.
Desapareció, y lo vi correr a lo largo de la pared, luego por una chimenea,
directamente hacia el vientre de la torre.
Me eché hacia atrás.
100
Tenía un familiar y estaba ahí fuera haciendo un reconocimiento por mí. Es
cierto que había librado una guerra de terror robando dulces contra mí, pero ahora
me estaba ayudando.
No tan mal, en general.
La siguiente hora pasó a un ritmo glacial. Cada cinco minutos, debatía
intentar romper la barrera de la ventana para escapar, pero no tenía las herramientas
que necesitaba. De todos modos, Ralph era mi mejor apuesta.
Finalmente, corrió hacia la ventana y se sentó en el alféizar. Estaba
completamente oscuro y parecía un pequeño bandido.
—¿Bien? —pregunté.
No es veneno. Una navaja, directamente en la garganta de un cambiaformas llamado
Bill MacDougal. A todos parecía gustarle mucho, no como Danny. Están todos muy tristes.
El dolor me golpeó.
Bill MacDougal. Recordaba su nombre. Incluso su rostro. Un buen tipo con
pómulos afilados y un mechón de cabello oscuro. ¿No había sido amigo de Lachlan
y Garreth?
Maldita sea, eso apestaba. Me dolía el corazón por Lachlan. Por toda la
familia y amigos de Bill.
—¿Algo más?
Están planeando un memorial para esta noche.
—¿Ya?
No van a enterrar el cuerpo todavía. Solo una hora en honor a él. Y el otro chico. Los
cambiaformas son muy emocionales. Tú sabes cómo es.
Lo hacía, aunque Lachlan definitivamente refutaba esa regla.
—Gracias por tu ayuda, Ralph. —Fruncí el ceño, pensando—. ¿Podrías
hacerme un favor más?
Asintió. Sé dónde encontrar el pago.
Tenía que estar refiriéndose a mi reserva oculta, pero en este punto, le
compraría un boleto para la fábrica de chocolate de Willy Wonka.
—En mi taller, cerca de la pared del fondo, hay filas de ingredientes de
pociones en botellas de vidrio. Una amarilla con la etiqueta Mercanthia debería
ayudarme a romper la barrera de esta ventana.
101
En eso, jefa. Ralph saludó, luego se volvió y bajó corriendo la pared.
Mi mente daba vueltas mientras lo esperaba, sin dejar nunca mi puesto en la
ventana. Pasaron algunos cambiaformas, pero el patio permaneció casi vacío.
En un momento, la puerta detrás de mí se abrió. Me di la vuelta para ver cómo
metían una bandeja dentro, y luego la puerta se cerró de golpe y se trabó.
Lachlan.
No había sido él, pero estaba segura de que la comida había llegado por sus
órdenes. Alimentándome, pero manteniéndome encerrada. Tomé un sándwich para
comer mientras esperaba junto a la ventana, y acababa de tomar mi primer bocado
cuando Ralph volvió a aparecer.
Sus ojos fueron directamente a mi sándwich y brillaron.
—Déjame adivinar, ¿se requiere más pago?
Asintió.
—Empuja la poción y es tuyo. La mitad.
Sonrió, luego colocó la poción en el ancho alféizar de piedra y la empujó a
través de la barrera, silbando cuando sus dedos la tocaron. Tuvimos suerte de que las
cosas pudieran pasar, incluso si la gente no podía.
Rápidamente, tomé la botella y la abrí, luego deposité una delgada línea de
polvo a lo largo del alféizar de la ventana. Una vez que estuvo en su lugar, ahuyenté
a Ralph. Corrió a un lado y yo soplé, enviando una nube de polvo a la barrera
invisible.
Brilló intensamente y sonreí.
—Todo bien.
Ralph saltó de nuevo al alféizar de la ventana y entró. Le di la mitad del
sándwich y nos sentamos en la ventana, mirando cómo los cambiaformas se
preparaban para la ceremonia que se avecinaba.
Lachlan
102
Observé desde atrás, con picazón en la piel, mientras la familia y los amigos
de Bill hablaban palabras de memoria al frente de la multitud. Cada centímetro de
mí picaba, de hecho. No podía quedarme quieto.
La ceremonia era necesaria. No solo con el propósito de hacer el duelo, que
estaba haciendo mucha gente, sino porque quería que todos estuvieran en un solo
lugar a la vez. Me había pasado toda la noche entrevistando a cualquier persona que
hubiera estado cerca de la torre y había llegado a nada. Esta era mi oportunidad de
hablar con toda la manada sin despertar sospechas. A ninguno de ellos le gustaría la
idea de que pudiera sospechar de uno de los nuestros.
Pero dos miembros de mi manada habían sido asesinados y el asesinato de Bill
lo llevó al siguiente nivel. Más allá del hecho de que era muy querido, lo habían
matado en su apartamento dentro de nuestra torre.
El método había sido diferente al que se había llevado con Danny, pero dos
asesinatos en tan poco tiempo tenían que estar conectados.
¿Quién diablos se había colado?
Hace apenas una hora, los contactos de la Ciudad del Gremio me habían
confirmado que habían visto a Eve caminar hacia nuestra torre en el momento del
asesinato, escoltada por todos sus amigos. Ella estaba libre de eso, al menos.
¿Sus otros secretos? Estaba más decidido que nunca a llegar al fondo de ellos.
La preocupación tiró de mí. El asesino la había atacado. ¿Por qué? ¿Tenía que
ver con lo que estuviera escondiendo?
La idea de ella en riesgo me asustó muchísimo.
No le puede pasar nada.
La profundidad de mi miedo por ella era antinatural. No debería importarme
tanto. No debería importarme en absoluto.
Negué con la cabeza, tratando de no pensar en ella.
Necesitaba este tiempo, totalmente libre de distracciones por ella, para buscar
señales de culpa, preocupación o miedo. No solo en las caras, sino en el lenguaje
corporal y el olfato. Era una posibilidad remota, pero estaba dispuesto a tomarla.
Pronto, la ceremonia terminó y la gente comenzó a mezclarse. Me uní a ellos,
tratando de mantener la cabeza despejada mientras hablaba. El dolor de los demás
comenzó a dejarme en carne viva, forzando los recuerdos a aflorar.
Danny y Bill habían sido amigos de mi hermano cuando éramos jóvenes. Mis
amigos. Bill había seguido siendo un tipo decente y ahora estaba muerto. Como
Garreth. Como Danny.
103
¿Yo era el siguiente?
Así lo esperaba.
Me encantaría que el bastardo viniera a por mí.
Pero no. No había conexión entre las tres muertes. Garreth había muerto
hacía años en un accidente automovilístico. Había visto su cuerpo, roto a un lado de
la carretera, antes de que los paramédicos se lo llevaran. Lo enterré, por el bien del
destino. No como Danny o Bill. Y esos dos no habían sido amigos en años.
Pasé una mano por mi cabello, odiando la sensación en mi pecho. No debería
estar ahí. La poción debería haber desterrado toda emoción, pero últimamente, no
estaba funcionando muy bien. Tomé la petaca en mi bolsillo y tomé un trago,
disfrutando del ardor. Cuando eso todavía no funcionó, bebí más, deseando poder
emborracharme. Era débil desearlo, especialmente dado que yo era el Alfa.
Negué con la cabeza y me volví para buscar entre la multitud a alguien con
quien no había hablado hoy. Encontré algunos y me acerqué, usando sutilmente mi
habilidad para ordenarles la verdad para determinar dónde habían estado cuando Bill
fue asesinado.
Odiaba estar cuestionando a los miembros de mi propia manada. Hizo que
mi estómago se revolviera. Todavía existía la posibilidad de que fuera un trabajo
externo, pero el hecho de que Bill hubiera muerto en la torre…
Destinos, odiaba esto.
A mi alrededor, la gente lloraba. Cada lágrima se sentía como un corte en mi
piel y, finalmente, no pude soportarlo más. Agarré una botella de whisky de la mesa
de refrescos y me fui, necesitando encontrar un lugar tranquilo. Había pasado gran
parte de mi vida sin sentir, pero de alguna manera, en el espacio de días, la poción
que había funcionado durante tanto tiempo me estaba fallando.
Eve.
Era culpa suya. Tenía que ser.
¿Pero cómo? ¿Cómo diablos podía una fae hacerme sentir así? No me había
sentido así desde que vi a la chica que el destino había elegido para mí. Mi
compañera.
Eve no era mi compañera. Ella era una fae.
A menos que no sea una fae.
El pensamiento me golpeó mientras caminaba hacia el cementerio detrás de
la fila de tiendas y restaurantes que bordeaban el patio.
104
No, eso era ridículo. La había visto usar magia fae. No era un simple glamour.
Pero ¿y si fuera capaz de algo más que un simple glamour?
El pensamiento era una locura. Nunca había oído de nadie que lograra ese
tipo de magia, y mi Orden Alfa no había funcionado en ella. No era una
cambiaformas.
Negué con la cabeza, la frustración y la preocupación me pisaron los talones.
La maldición de la Luna Oscura venía por mí. Podía sentirlo.
105
Eve
Observé el funeral desde mi ventana, sin dejar de mirar a Lachlan todo el
tiempo. Se mezclaba con la multitud, hablando con algunas personas y mirando a
otras como un halcón. De vez en cuando, tomaba un sorbo de la petaca siempre
presente en su bolsillo.
Todo era normal, exactamente lo que uno esperaría en tal circunstancia.
Quizás el funeral estaba sucediendo un poco rápido, considerando que el asesinato
había sido hace menos de doce horas, pero eso no era inaudito.
Por la forma en que Lachlan hacía las rondas, tuve que asumir que estaba
buscando personas que parecieran sospechosas. Era demasiado inteligente y estaba
demasiado motivado para no aprovechar esta oportunidad.
Pero parecía… raro. Había algo en la postura de sus hombros y el brillo en sus
ojos. Estaba siendo extraño. No lo conocía bien, pero esa maldita conexión entre
nosotros era imposible de ignorar. Había algo que no estaba del todo bien en él ahora.
Cuando tomó una botella de whisky llena y se alejó de la multitud, tomé una
decisión.
Con cuidado, salí por la ventana y me arrastré por el techo. Si alguien me
buscara, me vería, pero era mejor que ser toda llamativa con mis alas. Finalmente,
llegué a un lugar tranquilo donde podía volar hasta el costado de la torre. Me apresuré
a través de la oscuridad y me dirigí al viejo cementerio.
Encontré a Lachlan sentado en un banco junto a la tumba de su hermano. Se
quedó allí sentado, mirando a lo lejos, con la botella de whisky en la mano sin
apretar.
Se veía tan… roto.
Me detuve cerca y él me miró.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Bien. —Frunció el ceño—. ¿Qué haces fuera de tu habitación? Es peligroso.
106
—Parecía que era el momento.
—No debería sorprenderme que no te quedes quieta.
—No es realmente mi estilo. —Miré la botella. Estaba media vacía, y juré que
estaba llena cuando lo vi tomarla. Sin embargo, no mostraba signos de embriaguez—
. ¿Cuánto has bebido?
—Mucho más que esto. —Tomó un trago—. Aunque no hace mucho.
—Entonces, ¿por qué beberlo?
—Me gusta el ardor y necesito matar algo de tiempo. —Volteó a mirarme—.
Debes tener más cuidado y no deambular por la noche. ¿Qué estás haciendo aquí,
Eve?
Revisándote. Pero no podía decir eso. Tampoco era toda la verdad.
—Quiero saber qué está pasando. ¿Por qué estás matando el tiempo?
—Una banda comenzará pronto. Los cambiaformas no pueden resistirse a
una banda. Una vez que comience, todos se distraerán y podré revisar la cripta de mi
padre sin que nadie lo sepa. Si ha sido profanada, no quiero que nadie lo vea.
La cripta de su padre.
No era de extrañar que estuviera bebiendo. Incluso si el alcohol no le hiciera
mucho, yo también estaría bebiendo.
—¿Por qué necesitas revisar su cripta?
Respiró hondo y torturado.
—Esa garra era de mi padre. Lo enterré en forma de lobo. Intacto.
Mierda.
Se estaba preparando mentalmente para revisar la tumba probablemente
profanada del padre que había tenido que matar. Respiré temblorosamente.
—¿Cómo lo sabes?
—La vidente.
Por supuesto. La vidente de los cambiaformas era poderosa.
—¿Sabes lo que le pasó a mi padre? —preguntó.
—No toda la historia.
Tenía que haber más. Una razón. Una buena.
107
—La maldición de la Luna Oscura se lo llevó.
Fruncí el ceño.
—¿Qué es eso?
Miró hacia el cielo.
—Algo que acecha a los lobos de varias manadas. No solo a la nuestra.
Aunque hemos tenido la mala suerte de haber perdido un Alfa. —Hizo una pausa
por un momento y luego continuó—: Los cambiaformas sienten las emociones con
especial fuerza.
No lo sabré yo.
—He oído.
—Bueno, algunos de nosotros sentimos con tanta fuerza que eventualmente
nos vuelve locos. Perdemos el control sobre nuestra forma de lobo. Peor aún,
perdemos la lealtad a nuestra manada. Nos volvemos cañones sueltos, violentos e
inestables, y finalmente nos volvemos salvajes.
—Mierda. —Nadie me había mencionado esto cuando era niña. No era
exactamente material de cuentos para ir a dormir—. ¿Y eso es lo que le pasó a tu
padre?
Él asintió.
—Cuando tenía dieciocho años.
Esa es la edad que tenía él cuando nos conocimos formalmente. Mi propia
madre había muerto ese mismo año. Pensé que nadie podría tener un año peor que
el mío. Me había equivocado.
—Y tuviste que matarlo para salvar a todos los demás —supuse.
—Es la ley de los cambiaformas acabar con aquellos que han caído en la
maldición. —Soltó una risa amarga—. De todos modos, era lo más humano que
hacer. Para todo el mundo. —Levantó la petaca que estaba junto a él en el banco—.
Y se supone que esto evitará que sienta algo.
—¿No es solo whisky, entonces?
—No, no lo es. Pero ya no funciona. —Se levantó y se acercó a mí—. Dejó
de funcionar cuando apareciste.
Me puse rígida y lo miré, con el corazón acelerado. Sus ojos oscuros ardieron
en mí, trazando mi rostro. Sobre mis labios. La tensión hizo soltar chispas en el aire
entre nosotros, y tuve la necesidad más loca de presionar mis manos contra su pecho.
De tirar de él hacia mí para poder besarlo.
108
—¿Qué es lo que hay en ti? —susurró, su voz áspera—. ¿Por qué ha cambiado
todo? Eres fae, no deberías ser capaz de hacerme esto.
Algo parecido al dolor atravesó mi corazón. ¿Se debía a que era bonita ahora?
Siempre habíamos tenido el vínculo de compañeros, según el destino, al menos, pero
él no debería ser capaz de sentirlo mientras yo usara mi collar encantado. Entonces,
¿era porque había superado mi estado de patito feo?
Por mucho que lo deseara ahora, no podía olvidar las palabras que una vez
me había lanzado. Ambos éramos jóvenes, pero la herida había sido real. Y no quería
que me embaucaran para convertirme en su compañera, especialmente cuando
podría terminar con mi muerte. No valía la pena morir por ningún hombre.
Di un paso atrás, mi mente corriendo.
—Es el momento, eso es todo. Estresante con los asesinatos. Es tu
imaginación.
Sombras parpadearon en sus ojos y asintió. Estaba un sesenta y cinco por
ciento segura de que no me creía, pero no había nada más que pudiera decir.
Afortunadamente, la banda eligió ese momento para empezar a tocar.
La sonrisa de Lachlan se volvió sombría.
—Puedo ir a comprobar la cripta de mi padre ahora.
Asentí.
—Voy contigo.
Me miró detenidamente y quedó claro como el día que quería decir que no.
En cambio, asintió bruscamente.
Lo seguí a través del cementerio, dirigiéndome hacia los mausoleos en la parte
de atrás. Había uno para cada Alfa anterior, los edificios más impresionantes del
cementerio. Mientras caminábamos, el viento soplaba entre los árboles y la luz de la
luna se esparcía por el suelo a nuestros pies. Las lápidas casi brillaban bajo la luz,
hermosas y solemnes. Todo el lugar era hermoso, casi, lo cual era extraño decir de
un cementerio el mismo día que había muerto un compañero de manada. Un búho
ululó y sonó como una advertencia.
Mientras caminábamos, le pregunté:
—Bill, la víctima. ¿Hubo alguna pista?
Su mirada se posó en la mía.
—¿Cómo sabes su nombre?
109
—Le pedí a un amigo que hiciera un pequeño reconocimiento.
Frunció el ceño, la ira brillando en sus ojos.
—No una persona —dije apresuradamente, sabiendo que no le gustaría la idea
de mis amigos escabullándose por su torre. Los gremios que se infiltraban en las
torres de los demás estaban muy mal vistos—. Un mapache.
—¿Un mapache? Ni siquiera deberían vivir en Londres.
—Lo sé. Sin embargo, eso no detiene a Ralph. Pero no quiero hablar de él.
Quiero hablar sobre encontrar al asesino.
Agarré su brazo y se puso rígido.
Había olvidado lo opuesto que estaba al toque. Se había apartado durante
mucho tiempo, según la cocinera con la que había hablado.
Se apartó, su respiración agitada.
Flexioné mi mano, sintiendo la quemadura de su carne todavía impresa en mi
palma. Mis palabras fueron ásperas cuando escaparon de mi garganta.
—¿Qué hay de Bill?
Pareció hacer un esfuerzo consciente para controlarse.
—Los ojos oscuros que mencionó la boticaria son un signo de la maldición de
la Luna Oscura. Quienquiera que esté matando a mi manada lo tiene.
Mierda.
—El envenenamiento requirió planificación. Pero si el asesino se está
volviendo loco, cambiar de arma tiene sentido. Ya no tiene el control que alguna vez
tuvo.
—Eso es lo que pensé.
—¿Y podría ser un cambiaformas de cualquier manada?
Él asintió.
—Me estoy comunicando con las otras manadas, preguntando si han perdido
a alguien recientemente. Por qué nos hicieron el blanco, no lo sé.
—Lo resolveremos.
Si la tumba de su padre realmente había sido perturbada, eso podría ser una
gran pista.
110
Habíamos llegado al mausoleo en la parte trasera del cementerio, justo en la
base de la muralla de la ciudad que se avecinaba. La luz de la luna brillaba sobre ella
como un foco, casi como si el destino supiera exactamente hacia dónde nos
dirigíamos.
Vamos a encontrar algo aquí.
La idea fue tan inquietante que envió un escalofrío a través de mi piel. Lo
ignoré y me concentré en la escena, tratando de captar alguna pista. Era una
estructura impresionante, de unos tres metros por cuatro, si tuviera que adivinar.
Tallada con remolinos ornamentados e incrustado con mármol, definitivamente era
el más bonito aquí.
¿Había sido Lachlan quien había hecho eso? ¿Se sentía culpable por la muerte
de su padre?
Se detuvo a unos dos metros de la entrada y se arrodilló para inspeccionar el
suelo.
—No hay pistas. Sin olor reciente.
—¿Puedo acercarme a la puerta? —pregunté.
Asintió y se puso de pie, siguiéndome.
La enorme losa de piedra que actuaba como puerta parecía estar un poco fuera
de lugar, como si la hubieran movido a un lado y vuelto a colocar rápidamente.
—Alguien ha estado aquí —dijo.
Me estremecí, imaginándolos arrancando la pesada puerta para alcanzar el
cuerpo adentro.
Con cuidado, Lachlan agarró ambos lados de la puerta y la levantó,
moviéndola hacia la izquierda. La cosa tenía que pesar unos doscientos o trescientos
kilos, pero la recogió como si fuera nada.
—Quienquiera que irrumpió tenía que ser fuerte —dije, mientras él apoyaba
suavemente la losa contra la pared.
Solo gruñó.
El interior del mausoleo estaba completamente oscuro, así que saqué mi móvil
y encendí la linterna. Cuando lo iluminé por dentro, jadeé.
El sitio era un desastre. El sarcófago de piedra del interior había sido hecho
añicos y los huesos estaban esparcidos por la habitación. Ni siquiera podía decir si su
padre había sido enterrado como lobo o como hombre.
La ira vibró en la voz de Lachlan.
111
—El asesino no solo tomó la garra.
Me estremecí mientras miraba la escena. La rabia parecía impregnar el
espacio, como si la piedra rota y los huesos esparcidos contaran una historia de rabia
inimaginable.
—Oh, no —susurré.
Lentamente, entró, con cuidado de evitar el interior perturbado.
—No puedo oler a quienquiera que haya estado aquí y no parece que se haya
dejado nada.
Lo seguí dentro, pegada a la pared cerca de la puerta. No quería destruir
ninguna de las pruebas, aunque no estaba segura de lo que estaba buscando.
Idealmente, una tarjeta de presentación con su nombre y dirección.
Pero no había nada inusual en el lugar además de la destrucción y la extraña
sensación en el aire. No quedaba ningún olor, pero juraba que podía sentir la rabia
del atacante. Me revolvió el estómago.
Miré a Lachlan y vi las sombras en sus ojos. Su mandíbula estaba apretada
por la ira, pero sus ojos… parecían tristes. Mi corazón dio un vuelco.
—Vamos —dije—. Necesitamos hacer un plan. Está claro que no hay nada
que encontrar aquí en este momento, por lo que debemos determinar qué hacer a
continuación.
Él asintió y pude ver la rabia en la tensión de su mandíbula y la agudeza del
gesto. Su tristeza estaba siendo devorada por su rabia.
Esperé a que volviera a colocar la puerta con cuidado y nos retiramos a un
árbol a una docena de metros de distancia. Lachlan caminó rápidamente, como si no
quisiera estar demasiado cerca del cuerpo profanado de su padre. Nos detuvimos
bajo las ramas gruesas y frondosas que cortaban la luz de la luna, deteniéndonos en
las sombras.
Tomó otro trago de su petaca mientras yo miraba el mausoleo, mi mente
corriendo.
—Cuando estaba en una fiesta organizada por el Gremio de Brujas,
mencionaron a una hechicera que podía recrear escenas del pasado, siempre que
sucedieran en un cementerio. Algo acerca de los espíritus de los muertos
proporcionando suficiente energía para rebobinar el tiempo.
—Mariketta. —Lachlan asintió—. La conozco.
112
—Vamos a traerla aquí. Puede recrear el momento en que entraron en la
cripta. Quizás veamos a nuestro tipo. O tipa.
Asintió, su mirada pensativa.
—Eso es bueno. Haremos eso.
—Puedo obtener su información de contacto.
Pero él ya estaba tomando su móvil y marcando. Observé, conteniendo la
respiración, mientras hablaba con alguien al otro lado de la línea. No le tomó mucho
tiempo colgar y mirarme.
—Necesito ir a hablar con ella. Vienes conmigo. No te quiero fuera de mi
vista.
Asentí, mi corazón latiendo con fuerza.
Necesitaba escaparme de su vista. Por mi propio bien, así como por el de él.
Pero eso no estaría sucediendo ahora mismo. Y de todos modos, quería saber qué
encontraría esta hechicera.
—¿Dónde está? ¿En su torre del gremio?
—No. Está en el Teatro Orfeo y se niega a irse. Tenemos que encontrarnos
con ella allí.
—¿El teatro? —Fruncí el ceño, mirando mi ropa—. ¿Me dejarán entrar
incluso, con este aspecto?
—Nos las arreglaremos.
Salimos del cementerio en silencio, saliendo por el costado en lugar de por el
frente para evitar la multitud de cambiaformas que aún lloraban a Bill y Danny.
Podía escuchar gente bailando y cantando, y gritos de “¡Bill!” mientras pasábamos.
Lachlan lideró el camino con pericia a través de las tranquilas calles de la
ciudad y llegamos al teatro unos diez minutos más tarde. Las luces centelleantes
sobre la puerta anunciaban que el Cirque estaba en la ciudad. Tal vez si todo esto
saliera mal, podría unirme y viajar por el mundo con ellos. No es que tuviera ninguna
habilidad para respirar fuego o ser acróbata, pero me las arreglaría.
El acomodador de la puerta me miró con desdén cuando nos acercábamos,
pero se le borró de la cara en cuanto Lachlan lo fulminó con la mirada. El Alfa
tampoco estaba debidamente vestido, pero aparentemente eso no importaba.
—Bienvenidos.
El acomodador hizo una reverencia y abrió la puerta.
113
Lachlan inclinó la cabeza y entró. Lo seguí, con los ojos en el suelo. En
general, respetaba los códigos de vestimenta, especialmente para los lugares
elegantes, ya que era la forma más fácil de mezclarse.
El vestíbulo principal, todo revestido de terciopelo rojo y dorado brillante,
estaba vacío, pero el rugido de la multitud se podía oír desde detrás de la pared del
vestíbulo.
—¿Sabes dónde se sienta? —le pregunté.
—Palco 215.
Asentí. Todos los palcos deberían estar en el nivel superior.
Juntos, nos acercamos a la enorme escalera. Una cuerda de terciopelo nos
bloqueó el camino, pero nos agachamos por debajo de la barrera para subir. Solo lo
mejor de la sociedad de Ciudad del Gremio conseguía un palco en la parte superior
del teatro. Lachlan habría calificado debido a su riqueza y poder. Yo no calificaba de
ninguna manera.
Subimos las escaleras alfombradas de rojo en silencio y rápidamente. En la
parte superior, un pasillo ancho y sencillo se extendía detrás de los palcos, vacío,
gracias a los destinos.
Lachlan giró a la derecha, siguiendo los pequeños letreros en las paredes, y
me apresuré a seguir el ritmo. Estábamos aproximadamente a medio camino de su
palco cuando Lachlan vaciló, inclinando ligeramente la cabeza.
—¿Escuchas algo? —pregunté.
—Torin, líder del gremio de los faes. —Giró bruscamente a la derecha hacia
una pequeña puerta situada en la pared trasera y lo seguí—. Puedo oler al bastardo
desde un kilómetro y medio de distancia y está a punto de doblar esa esquina frente
a nosotros. Tenemos mala sangre y no estás en su gremio, cuando es muy probable
que debas estarlo. No podemos permitirnos una escena en este momento.
Él tenía razón sobre eso. A Torin le encantaba una escena y estos palcos solo
eran con boleto. Sin mencionar que había enfadado a Torin cuando elegí unirme al
Gremio de las Sombras en lugar del Gremio de los Fae. Puede que él no empezara
nada, pero no teníamos tiempo para perder.
Lachlan agarró la manija de una puertecita al lado de donde estábamos, pero
no se movió. Tiró con fuerza, rompiendo la cerradura. Nos deslizamos dentro del
pequeño y oscuro armario, y lo cerró detrás de nosotros.
Inmediatamente, su olor me envolvió, limpio y amaderado. Traté de respirar
superficialmente para evitar que mi pecho se presionara contra el suyo, pero fue
inútil. El maldito lugar era tan pequeño que nos rozábamos desde el pecho hasta las
114
rodillas. El calor me quemaba, haciendo que mi cabeza diera vueltas. Esta era solo
la tercera vez que hacíamos contacto y la sensación era embriagadora. Cada
centímetro de mí vibró.
Esconderse en este armario ya no parecía una forma fácil de evitar un retraso.
En cambio, se había convertido en un juego de alto riesgo de siete minutos en el cielo.
Tonta. No había forma de que me besara.
Cuando lo escuché inhalar levemente, claramente oliéndome, la sorpresa
brilló a través de mí. Eso era muy lupino.
Lo miré, incapaz de evitarlo.
Apenas podía verlo a través de la oscuridad y nos envolvió en un capullo.
Cuando habló, su voz era áspera.
—¿Qué es lo que hay en ti?
Mi respiración se detuvo en mi garganta.
—Ya me preguntaste eso.
Pero no sonó igual esa vez. Había un deseo espeso en su voz. Sentí que me
envolvía, sobrenaturalmente fuerte, y me atraía hacia él. Mi cabeza se mareó con eso
y, de repente, me costó respirar.
Levantó una mano hacia mi cara, ahuecando mi mandíbula. Su piel ardía
contra la mía, un calor eléctrico que hizo que mi corazón se acelerara y que el calor
me recorriera.
Cuando hundió la cabeza en el hueco de mi cuello e inhaló, cada centímetro
de mí se sintió vivo.
Sabía que debía alejarme, no podía arriesgarme a que descubriera mi
verdadero olor. Estaba escondido por la poción que ungía mi collar, pero
eventualmente, reconocería que yo era su compañera.
Un gemido bajo reverberó desde su garganta.
—Hueles increíble.
Bésame.
Era el único pensamiento en mi cabeza. Todo mi pensamiento racional había
huido, alejado por nuestra proximidad, y quería arrojarme sobre él.
Cuando se inclinó para pasar sus labios sobre los míos, gemí levemente,
moviéndome para inclinarme sobre los dedos de mis pies.
115
Antes de hacer contacto, debí haber rozado algo contra la pared detrás de
nosotros. Una escoba cayó sobre mi cabeza, sacándome de mi trance. El frío me
empapó y me eché hacia atrás, chocando contra un cubo.
Se puso rígido y logramos encontrar un poco de espacio entre nosotros.
—Torin se ha ido —dijo.
—Bien.
Abrí la puerta y salí, agradecida de ver que no había nadie en el pasillo.
Me aparté de Lachlan y me llevé las manos a las mejillas calientes para
ahuyentar el frío miedo.
¿Qué acababa de pasar?
Quería besarlo, claro, pero ese había sido un tipo de deseo de otro mundo. No
era normal. Lo miré, y vi el calor en sus ojos y la confusión en su rostro.
Tragué saliva con fuerza y miré hacia adelante. Definitivamente algo había
cambiado entre nosotros, como si ese toqueteo hubiera desbloqueado algo dentro de
nuestro subconsciente.
No. No podía ser posible.
116
Lachlan
¿Qué diablos acababa de pasar?
Había perdido mi maldita mente allí. No había estado tan cerca de una mujer
en años y algo en Eve había alejado cada gramo de sentido de mi cabeza. No había
sentido un deseo como ese… nunca. Era casi como si tocarla hubiera encendido algo.
Y su olor…
Cuando presioné mi cara contra su cuello, olía al cielo. Y sin embargo, ella no
olía como mi compañera. Mi lobo la habría reconocido y no lo hizo. Pero, ¿cómo
podía oler tan bien y no ser mi compañera? Todo en mí estaba empezando a gritar
que lo era.
Pero no podía serlo. Definitivamente no era la misma chica que conocí hace
años. Ni siquiera era una cambiaformas, era una fae, por el amor al destino.
No importaba que la deseara más de lo que deseaba mi próximo aliento, era
demasiado peligroso.
Pasé una mano por mi cabello, tratando de apartar los pensamientos de mi
mente. Estaba hecho un desastre por encontrar la cripta de mi padre destruida. Sus
huesos…
La vista todavía me perseguía.
Estaba perdiendo la cordura, y mi obsesión con Eve era una manifestación de
eso. Lo pensaría más cuando esto terminara. Hasta entonces, mi atención debía
centrarse por completo en encontrar al asesino.
Finalmente, llegamos al palco de Mariketta.
Llamé brevemente, luego me deslicé adentro, Eve siguiéndome. El palco
estaba vacío a excepción de Mariketta, que vestía un severo vestido negro y brillantes
joyas. Todo en Mariketta gritaba poder y yo lo respetaba.
Detrás de ella, el circo destellaba en una serie de magníficos colores mientras
los acróbatas saltaban por el aire.
117
Me miró con una sonrisa maliciosa en su rostro.
—Lo hiciste. No te encontraste con Torin, ¿verdad?
—Tú sabías que podríamos.
Se encogió de hombros, sonriendo.
—Quizás.
Hechicera entrometida, siempre buscando causar problemas. No es de
extrañar que hubiera insistido en que viniéramos aquí. Miró alrededor de mi espalda
y vio a Eve.
—Bueno, ahora, ¿quién eres?
—Eve. Gremio de las Sombras.
Las cejas de Mariketta se alzaron.
—La fabricante de pociones.
—La misma. —Eve tomó asiento junto a Mariketta. Tomé el de atrás y las
dos mujeres se volvieron hacia mí, formando un pequeño círculo—. Esperamos que
puedas ayudarnos a hacer retroceder el tiempo en un cementerio.
La sorpresa brilló en el rostro de Mariketta.
—Ese es un hechizo difícil. Uno raro. ¿Están seguros de que lo necesitan?
—Sí —dije—. ¿Puedes hacerlo?
—Por supuesto que puedo. La pregunta es… ¿lo haré?
—¿Cuál es tu precio?
Frunció los labios y luego sonrió.
—Dinero. Mucho de eso.
Gracias al destino. Algo iba bien en nuestro camino hoy.
—¿Cuánto?
—Veinte mil libras. —Me miró, y probablemente debería haberme
estremecido, porque agregó—: Treinta, en realidad.
Eve se había puesto pálida, pero solo asentí.
—Treinta. Y lo hacemos lo antes posible.
—Mañana al amanecer, entonces. Necesitaremos la energía del sol naciente.
118
Asentí.
—Gracias.
—¿Tu cementerio, supongo?
—Sí. En la parte de atrás, cerca de los mausoleos.
Asintió, luego nos miró con más atención a Eve y a mí.
—Hay algo entre ustedes dos.
El pánico brilló en los ojos de Eve. Eso fue extraño. Esperaría negación o
molestia, pero ¿pánico?
—Gracias.
Me levanté, decidiendo ignorar la insistencia de Mariketta.
Eve asintió agradecida a Mariketta, luego salió rápidamente del palco. Asentí
con la cabeza y la seguí. Salimos del teatro en silencio, afortunados de evitar a todos
mientras salíamos.
—Me gustaría dormir en mi casa esta noche —dijo Eve.
—Dormirás en la torre.
—Estoy usando este maldito collar de perro, Lachlan. —La ira vibró en su
voz—. Puedes encontrarme, pase lo que pase, así que lo mínimo que puedes hacer es
dejarme dormir en mi propia cama.
—Dormirás en la torre, y punto.
No la quería lejos de mí. Era ridículo y peligroso, pero la quería cerca.
Ella resopló, luego aceleró el paso. Caminamos todo el camino en silencio,
llegando al patio frente a la torre de mi Gremio sin incidentes.
Estábamos a punto de cruzar la calle hacia el patio cuando un ruido sonó
desde una azotea. Me puse rígido y miré hacia arriba. Una figura sombría se movió,
apenas visible en las sombras.
Medio segundo después, escuché el más leve tirón de un gatillo de metal. La
corta flecha atrapó la luz de la luna mientras se precipitaba hacia nosotros. Ballesta.
La reconocí de inmediato. Alguna vez había sido mi arma favorita.
Agarré a Eve y me lancé hacia la derecha, envolviéndome alrededor de ella.
La flecha chocó contra la pared detrás de nosotros.
—¿Qué pasó?
119
Eve trató de levantarse.
—Cúbrete detrás de ese banco.
Estaba lo suficientemente cerca como para poder colocarse detrás de este, y
lo hizo, moviéndose rápido. Se agachó detrás y sacó su bolso del éter. Rápidamente,
me pasó una bomba de poción y tomó una para ella.
Desde el techo, apenas podía escuchar el sonido del atacante cargando otro
perno en su ballesta.
Presioné mi encanto de comunicaciones.
—¡Respaldo! ¡Al otro lado de la plaza!
Me puse de pie y arrojé la bomba de poción al techo. El atacante disparó la
ballesta al mismo tiempo. Me zambullí hacia la izquierda, pero me moví demasiado
lento, y la flecha atravesó el borde exterior de mi brazo justo cuando la bomba de
poción se estrelló contra el techo de tejas. Explotó con un estallido, enviando una ola
de fuerza.
Eve lanzó una segunda bomba idéntica y otro boom resonó en la noche.
—Podrían haberlo noqueado —dijo, pasándome una bomba.
Entrecerré los ojos hacia la oscuridad y vi una brillante nube de polvo plateado
que se elevaba hacia arriba.
—Maldita sea. Un encanto de transporte.
Jadeando, Eve se dejó caer contra el banco.
Me arrodillé, inspeccionando su rostro.
—¿Estás bien?
—¿Yo? —Su mirada fue a mi brazo—. Qué hay de ti.
—No es nada. Tuve suerte.
—¿Por qué diablos me persigue?
—No lo sé. Pero lo averiguaremos.
Ella asintió.
—Déjame ir a revisar el techo.
—Es muy peligroso.
120
Frunció el ceño y me empujó, luego se puso de pie e invocó sus alas. Estaba
en el aire antes de que pudiera detenerla. Seis miembros de mi fuerza de seguridad
llegaron mientras ella estaba en el techo y esperamos a que terminara. Unos minutos
más tarde, regresó, sacudiendo la cabeza.
—No hay nada allí.
—Sabremos más por la mañana. Vamos.
Nos dirigimos de regreso a la torre, mis guardias nos dejaron cuando
entramos. La acompañé todo el camino hasta su dormitorio temporal. En la puerta,
se volvió.
—Nos vemos antes del amanecer.
Asentí y ella cerró la puerta.
La miré durante un largo momento. Dos veces, ahora, ella había sido atacada.
Cada vez, sentí un miedo como no lo había sentido en años.
¿Qué iba a hacer cuando atrapáramos a este asesino? ¿Dejarla ir?
Sí.
Tenía que hacerlo. Esta obsesión era una locura.
Pasé una mano por mi cabello y me volví para irme, alcanzando la petaca en
mi bolsillo trasero. Cuando la llevé a mis labios, me di cuenta de que beber era
ridículo. La poción no estaba funcionando y necesitaba algo más fuerte.
Revisé mi reloj. Medianoche.
Sería de día en Curva de Magia, Oregón, una de las ciudades sobrenaturales
más grandes de Estados Unidos. La hechicera de sangre que me proporcionaba mi
poción no vivía en Ciudad del Gremio. Esa había sido una elección consciente de mi
parte. Me gustaba el hecho de que ella estuviera al otro lado del mundo. No
necesitaba a mi manada sabiendo que confiaba en una poción para mantener a raya
mis emociones.
Rápidamente, me dirigí a mis aposentos y entré a la habitación fría. Era
austera, lo que me sentaba bien, y cogí el último de los dos encantos de transporte
del tocador de mi dormitorio. Necesitaría reemplazarlos pronto, pero no había otra
forma de llegar a Oregón y regresar antes del amanecer.
Tiré uno al suelo e imaginé la calle tranquila. Una nube plateada estalló hacia
arriba y entré, dejando que el éter me absorbiera y me hiciera girar por el espacio. Me
escupió en una esquina de Darklane, el distrito de magia oscura de Curva de Magia.
Los sobrenaturales que vivían y trabajaban allí no eran necesariamente malos, pero
la magia que usaban marcaba la línea entre el bien y el mal.
121
Las casas de la era victoriana se elevaban a ambos lados de la calle, sus frentes
de madera y adornos ornamentados estaban cubiertos por la mugre de la magia
oscura. Todo el lugar era de color gris oscuro, e incluso el sol parecía brillar menos
en esta calle.
Vi el letrero que columpiaba sobre un edificio que alguna vez fue púrpura,
unas casas más abajo: La Jungla de la Boticaria. Rápidamente, caminé hacia esta,
tomando los escalones de dos en dos. Golpeé fuerte, esperando con impaciencia.
Unos minutos más tarde, la puerta se abrió con un crujido. Una mujer vestida con
una bata de baño de seda negra y una capa de maquillaje negro en sus ojos me miró
fijamente, con el cabello recogido sobre su cabeza en un bouffant tan grande que
debería tener su propio código postal. Una vez pensé que era hermosa, pero ahora la
única persona que podía ver en mi cabeza era Eve.
—Mordaca. Justo a quien estoy buscando.
—Lachlan. —Ella frunció el ceño, sus labios rojo sangre se torcieron con
molestia—. Es espantosamente temprano, ¿lo sabías?
—Son las cuatro de la tarde.
—Como dije. —Se volvió y me hizo un gesto para que la siguiera, mostrando
uñas negras que habían sido limadas en puntas—. Pero adelante. Debe ser
importante.
Me condujo por un pasillo oscuro hasta un taller dominado por una mesa
enorme en el medio y una chimenea a un lado. Se deslizó alrededor de la mesa para
apoyarse en los estantes que decoraban la pared opuesta, cruzando los brazos sobre
el pecho para mirarme.
—La poción que me has dado ya no funciona —dije—. ¿Caduca?
Se rio.
—No es leche. No caduca. —Frunció el ceño—. Pero tampoco debería dejar
de funcionar.
—¿Puedes hacer una más fuerte?
—Primero, quiero entender por qué dejó de funcionar. ¿Qué cambió? ¿Qué
hiciste?
—Nada. —Dudé—. Apareció una mujer.
Levantó las cejas.
—Oh.
—Ella no significa nada para mí.
122
—Mi poción pide disentir. —Se golpeó la barbilla con las uñas, pensando
claramente—. Esa poción está destinada a suprimir todas las emociones. Pero lo que
sea que sientas por ella… bueno, es fuerte. ¿Se siente fuerte?
—Se siente extraño. —Ya ni siquiera sabía cómo se sentía la emoción fuerte—
. Quizás solo la quiero a ella.
Se encogió de hombros.
—Es posible. El deseo no es lo mismo que otras emociones. Es tanto físico
como mental. Entonces podría estar irrumpiendo a través de la poción. Si has sido
célibe todo este tiempo…
Me miró de arriba abajo y solo asentí.
—Bueno, tal vez sea eso. Deberías dormir con ella y sacarlo de tu sistema.
Entonces quizás vuelvas a la normalidad.
La idea hizo que mi sangre se acelerara. Quería eso, pero no podía tenerlo.
—Eso no va a suceder.
—¿Está casada?
—Simplemente no va a suceder. ¿Puedes darme algo más fuerte?
Ella suspiró.
—Sí. Puedo intentar darte algo con más fuerza. Sin embargo, sin promesas.
Sin promesas.
Maldito infierno.
Eve
Antes del amanecer, me desperté en mi habitación en la torre del Gremio de
Cambiaformas. Por medio segundo, miré al techo, dejando que lo de anoche pasara
a través en mi mente.
Algo había cambiado en el teatro.
123
Sentí su mirada sobre mí durante todo el camino de regreso, pero no habíamos
dicho una palabra.
Los recuerdos de nuestro cercano beso pasaron por mi mente. Uno más de
esos y él estaría sobre mí. No era lógico, pero podía sentirlo en mis entrañas. Se me
estaba acabando el tiempo antes de que se diera cuenta de que yo no era lo que
parecía.
Lachlan era demasiado inteligente. Y aunque se suponía que era imposible
cambiar de especie, claramente no lo era. Iba a averiguarlo.
No quería estar aquí cuando lo descubriera.
Me estremecí y me vestí rápidamente. Se acercaba el amanecer y no quería
perderme la reunión con la hechicera. Mientras dormía, alguien me había entregado
un nuevo juego de ropa interior y calcetines.
Los miré apilados en la silla, el horror atravesándome.
Eran míos.
Lachlan no había enviado a un cambiaformas a la torre de mi gremio,
¿verdad? Eso sería totalmente imperdonable.
No te mosquees, no fue él.
Me volví, buscando la voz. Ralph se sentaba en el alféizar de la ventana,
sonriéndome. El pequeño mapache sostenía una barra Cadbury en su pequeña mano.
—¿Me trajiste esos?
Él asintió.
Piensa en mí como tu mayordomo. Sabes cómo pagarme.
Miré entre él y la ropa interior, imaginándolo corriendo por la calle, agarrando
mis bragas. Peor aún, eran mi par más viejo, reservado solo para el día de lavado.
—Voy a necesitar la mitad de tu barra de chocolate.
Refunfuñó, pero lo escuché caer del alféizar de la ventana y hacer clic en su
camino hacia mí. Me entregó la mitad de la barra de chocolate y me la metí en la
boca.
Iba a necesitar mucho más que eso.
—Gracias, amigo.
No había conseguido ropa limpia de la manera más ideal, pero estaba
contenta de tenerla.
124
Nos vemos.
Se metió el último trozo de chocolate en la boca y corrió por el alféizar de la
ventana, su gordo trasero dio unos tirones extra para ponerse en marcha.
Desapareció en la noche, me vestí y luego bajé las escaleras. Afortunadamente, no
me encontré con nadie mientras caminaba.
Lachlan me esperaba en el salón principal, de pie cerca de la salida. Parecía
cada centímetro del poderoso Alfa que era, pero había sombras bajo sus ojos que me
hicieron preguntarme dónde había pasado la noche.
Cuadré mis hombros y me acerqué, haciendo contacto visual. Me aseguré de
sostenerla durante todo el camino, sin importar lo incómodo que fuera. En algún
momento, debería haberme visto obligada a apartar la mirada. Él era el Alfa, y al
igual que el Dominio del Alfa, había magia en su mirada. Ningún lobo subordinado
debería poder sostener su mirada durante demasiado tiempo.
Pero cuanto más la sostenía, más fácil se volvía.
Eso era extraño, pero tal vez era obra del collar. Una fae no debería tener
problemas para sostener su mirada.
—Buenos días.
Me tendió un sándwich envuelto en papel y pude oler los huevos y el pan. Mi
estómago gruñó.
—Gracias.
Lo tomé, apreciando el gesto. Siempre me estaba alimentando, aunque
parecía un poco molesto por eso. Casi como si se sintiera obligado a preocuparse,
pero no quería.
—Se acerca el amanecer. —Se volvió hacia la puerta—. Vamos.
Lo seguí fuera de la torre y crucé el tranquilo patio. La Ciudad del Gremio
estaba empezando a despertar y podía ver movimiento detrás de la ventana de la
cafetería al otro lado de la calle. Por mucho que mataría por un café, ahora no era el
momento.
El cementerio estaba en silencio cuando entramos, nuestros pasos
perturbando la niebla que se cernía sobre el suelo. Las lápidas nos observaron en
silencio mientras nos dirigíamos hacia la parte de atrás. Esta mañana era
espeluznante. Nada como anoche.
Mientras caminábamos, estuve atenta a la lápida de mi madre. No la había
visitado desde su entierro, aunque a menudo había querido hacerlo. Pero si me
atraparan aquí, ¿cómo lo explicaría?
125
La hechicera nos esperaba junto a la cripta. Hoy, vestía una sencilla capa
negra y tenía el cabello recogido en un complicado nudo sobre la cabeza. El severo
delineado negro de ojos y el lápiz labial pálido completaban su look y definitivamente
era genial.
Nos miró solemnemente a los dos.
—¿Están seguros de que quieren hacer esto?
Lachlan asintió.
—Necesitamos saber qué pasó aquí.
—Está bien. Retrocederé el tiempo tanto como pueda. Será más fácil si
sucedió recientemente.
—Creo que sí.
Ella asintió y metió la mano en el gran bolso de cuero que colgaba de su brazo.
Cuando la luz de la mañana se volvió gris pálida, quitó grandes piedras de colores y
las colocó en un semicírculo alrededor de la entrada de la cripta. Observé, intrigada,
mientras ungía cada piedra con aceite de un pequeño frasco de plata.
Ella miró a Lachlan.
—Si quitas la puerta ahora, podemos empezar.
Él caminó hacia la cripta y levantó la piedra sin problemas, dejándola a un
lado para que se apoyara contra la pared.
—Gracias.
Ella ocupó su lugar justo enfrente de la entrada al mausoleo y nos hizo un
gesto para que nos pusiéramos detrás de ella. Hicimos lo que nos pidió, adoptando
una posición que nos permitía ver a través de la puerta de entrada a la cripta.
Se quitó los guantes negros y se puso un poco de aceite en el dorso de las
manos, luego guardó el frasco plateado en su bolso. Cuando los primeros rayos de
sol comenzaron a hacer que las nubes se volvieran rosadas, levantó las manos y
comenzó a cantar. El idioma no me era familiar; de hecho, ni siquiera sonaba
moderno.
La magia chispeó en el aire, proveniente de todo nuestro alrededor.
Me estremecí. Las tumbas, tenía que ser eso.
Una luz azul comenzó a brillar desde el suelo, subiendo a la superficie para
brillar en la niebla. La hechicera cantó más fuerte y la luz se elevó en arcos, viajando
desde las tumbas hasta las piedras que había colocado. La brillante luz azul era casi
126
cegadora mientras cortaba el aire, formando una cúpula de malla alrededor de la
entrada a la cripta.
Cuando el sol brilló directamente sobre la cúpula, el aire estalló, la magia
chispeó con tanta fuerza contra mi piel que hice una mueca y di un paso atrás. La
malla brillante se desvaneció y se levantó un leve viento. Sopló directamente a través
de la pasarela y mi cabeza dio vueltas. Se sentía casi como si estuviera empujando el
tiempo junto a él.
La hechicera miró con ojos brillantes, sin dejar de cantar.
Cuando apareció la figura oscura y casi transparente, salté.
—Está vestido igual que el tipo que me atacó —dije—. Del mismo tamaño
también.
Desafortunadamente, todavía llevaba la sudadera con capucha que oscurecía
su rostro.
Lachlan se hizo a un lado, tratando de tener una mejor vista, pero a juzgar
por la frustración en su rostro, no funcionó. El hombre mantuvo la cabeza gacha y la
capucha ocultaba cuidadosamente sus rasgos. Lachlan se acercó más, como si fuera
a cruzar la barrera de luz azul, pero la hechicera le hizo un gesto para que
retrocediera, murmurando:
—Demasiado peligroso.
Apretó la boca, pero asintió y se quedó quieto.
El hombre sombrío caminó hacia la cripta y quitó la puerta de piedra con la
misma facilidad que Lachlan. Luego entró y miró fijamente el ataúd durante un largo
momento. Mi corazón se alojó firmemente en mi garganta mientras lo veía empujar
la tapa del sarcófago. La losa de piedra cayó al suelo y se hizo añicos.
Los siguientes momentos fueron un caos. Él perdió su compostura,
rompiendo el sarcófago en pedazos, recogiendo losas de piedra y balanceándolas
contra la pared. La rabia en sus movimientos me hizo sentir un poco de náuseas.
Cuando comenzó a desgarrar el esqueleto, sentí que mi estómago se revolvía de
verdad y me estremecí cuando el atacante arrojó el cráneo de lobo contra la pared.
Miré a Lachlan, odiando la forma en que sus ojos oscuros estaban
ensombrecidos por el dolor. Para alguien que había evitado las emociones durante
tanto tiempo, últimamente estaba siendo golpeado con fuerza por ellas.
El espectáculo continuó durante diez minutos, hasta que estuve desesperada
por pedirle a la hechicera que lo terminara. En cambio, me mordí el labio. Teníamos
que aprender de esto, así que me obligué a mirar, a buscar cualquier pista que
pudiéramos encontrar.
127
Finalmente, el hombre salió del mausoleo. Vi la garra de lobo apretada en su
mano.
Ese bastardo. Era un recuerdo.
Mientras se acercaba, me agaché, tratando de ver sus rasgos.
Desafortunadamente, era extremadamente bueno manteniendo su rostro inclinado
hacia abajo. No veía nada más que el contorno de una nariz pálida y unos ojos
oscuros y brillantes.
Totalmente negros.
Como había dicho la boticaria. Como los había visto en el callejón.
La maldición de la Luna Oscura.
No había duda. Especialmente por la forma en que había destruido el
sarcófago. La pura locura del acto se había hecho visible en cada movimiento.
Mientras se acercaba a mí, busqué su cuerpo frenéticamente, buscando algún
tipo de pista. ¿Por qué no podía llevar una camiseta gratis de su alojamiento,
indicando el nombre del bloque de pisos?
Por supuesto que no lo hizo.
Pero sus pantalones…
El dobladillo de una de las perneras de sus jeans estaba ligeramente enrollado,
el dobladillo volteado como si se hubiera enganchado en algo. Y allí, metida dentro
de la mezclilla, había una flor. Parecía que se había alojado allí cuando caminaba a
grandes zancadas por un lecho de jardín. Y maldición si no era distintivo. Alta y
delgada, con pétalos de un rojo brillante en forma de gotitas, nunca había visto algo
así.
Me arrodillé y saqué el móvil del bolsillo, decidida a sacar una foto.
—Eso no funcionará —dijo la hechicera—. Será mejor que lo memorices.
Hice lo que me ordenó, usando los siguientes preciosos segundos para
memorizar la flor. Traté de guardar todos los pequeños detalles. Era una pista
endeble, pero tenía que aceptarla, ya que no había más en mi camino.
Un momento después, el hombre salió del círculo mágico y desapareció.
Solté un suspiro y miré hacia abajo, rezando para que la flor fuera suficiente.
Lachlan se acercó para reunirse con nosotros. Dio las gracias a la hechicera y
arregló el pago. Cuando ella se marchó, lo miré.
128
—Voy a tratar de averiguar qué tipo de flor había en el dobladillo de sus
pantalones. Tal vez nos pueda llevar a un lugar donde él ha estado.
Lachlan asintió.
—Es una posibilidad remota.
—¿Qué vas a hacer?
—Tengo una reunión con los Alfas de algunas de las otras manadas. —Volvió
a mirar el mausoleo—. Eso fue un objetivo. Quienquiera que esté matando gente de
nuestro clan está extremadamente enojado con mi padre.
—¿Tenía muchos enemigos?
—Unos pocos. Era un hombre duro, intratable. Y pasó bastante tiempo antes
de convertirse en Alfa en la fuerza de seguridad de Glencarrough. No pensé mucho
en eso antes de ahora, pero él claramente es un eje en todo esto.
No hay duda.
Solo estaba agradecida de que no me ordenara que lo acompañara a
Glencarrough. Era la sede de todos los cambiaformas, ubicada en Escocia. La fuerza
de seguridad allí era un poco como una fuerza policial que se aseguraba de que los
cambiaformas siguieran la ley. Cuando alguien hacía algo malo contra otra manada,
era Glencarrough quien intervenía. Solo los más fuertes estaban en esa fuerza de
seguridad y el padre de Lachlan había sido más que fuerte.
—Se hizo enemigos allí, me imagino —dije.
—Algunos, probablemente. —Él asintió—. Voy a averiguar quiénes y si
alguno de ellos está fuera de prisión ahora.
No era una mala teoría. De hecho, era la mejor que teníamos hasta ahora.
—Buena suerte. Te avisaré si llego a alguna parte con la flor.
Asintió, pero su mirada parecía dudosa. Yo también tenía algunas dudas.
Pero nunca había visto una flor así. Seguramente no podría crecer en demasiados
lugares de Londres.
129
Eve
Lachlan y yo nos separamos sin decir una palabra más, y atravesé el
cementerio, pasando la lápida de mi madre con una punzada en el corazón. Me dije
que la visitaría pronto, usando una poción de invisibilidad. Era un buen compromiso.
Cuando llegué al patio principal, evité la cafetería que tanto me había tentado
y me dirigí a la parte principal de la ciudad. Podría agarrar uno en algún lugar fuera
del territorio de los cambiaformas.
Mientras caminaba, saqué mi móvil y le envié un mensaje de texto rápido a
Seraphia. Como diosa de las plantas y bibliotecaria, era la persona perfecta para
preguntar. Pasaba la mayoría de las noches en el Inframundo en el castillo de su
pareja. Hades probablemente nunca se adaptaría a vivir en Ciudad del Gremio, pero
había un portal que conectaba su reino con su biblioteca, por lo que ella viajaba.
Unos momentos después, su mensaje de texto me informó que podía abrir
temprano.
Gracias a los destinos.
Corrí por las calles, disfrutando de la tranquilidad. Amaba esta ciudad más
que a cualquier lugar del mundo, y las primeras horas de la mañana eran algunas de
mis favoritas. Las calles olían a café y pan recién hecho cuando las panaderías y las
tiendas empezaban a funcionar. Me detuve en una de mis favoritas para comprar un
pastelillo de chocolate y un café, luego seguí moviéndome y finalmente llegué a la
biblioteca de Seraphia. Era un edificio pequeño, construido con marcos de madera
oscura y yeso blanco que eran tradicionales en las estructuras Tudor. Las antiguas
ventanas con paneles en forma de rombo revelaban poco del interior.
Probé la manija, encontrándola aún cerrada, pero Seraphia apareció unos
segundos después y abrió la puerta. Su cabello estaba desordenado y su maquillaje
deshecho y la gratitud brotó dentro de mí.
—Muchas gracias por llegar temprano —dije.
—No hay problema. —Ella sonrió y me indicó que entrara—. Vamos.
130
Entré a la biblioteca, que en realidad era un espacio enorme metido en Ciudad
del Gremio con magia. El aroma mixto de madera, papel y cuero me dio la
bienvenida y respiré profundamente. Mis pasos resonaban en el suelo y el lugar
guardaba el tipo de silencio sagrado que caracterizaba a las mejores bibliotecas. El
atrio principal tenía una enorme cúpula elevada a modo de techo y cientos de
estanterías de madera altas se extendían desde allí.
—¿Tienes papel y bolígrafo? —pregunté.
—Por supuesto.
Me llevó a una pequeña sala de estar junto a la puerta. El espacio era
acogedor, con un fuego que ardía alegremente en la chimenea y un pequeño
escritorio frente a la ventana. Me senté en el escritorio y tomé el lápiz y el papel que
me entregó, luego me puse a trabajar.
—Justo voy a tomar un café —dijo—. ¿Quieres uno?
—Por favor.
Definitivamente podría tomar otro. Y probablemente un tercero.
Trabajé rápido, tratando de recordar cada detalle de la flor. No fue fácil, pero
afortunadamente no era un artista terrible. Para cuando Seraphia regresó, tenía una
imagen bastante buena. Me entregó el café y le mostré el papel, que estudió con el
ceño fruncido.
—No eres Darwin, pero esto no está mal. ¿Dónde encontraste la flor?
—En el dobladillo del pantalón del asesino. Atascada allí como si hubiera
caminado por un jardín.
—Es una Helleborensius, una versión mágica de la planta Helleborus. Son
muy raras.
—Eso es lo que esperaba. ¿Conoces algún lugar en Londres donde crezcan?
—No, pero puedo intentar averiguarlo. —La emoción brilló en sus ojos. A
Seraphia le encantaban los misterios tanto como a mí—. Vamos.
La seguí de regreso al atrio, donde el techo abovedado se elevaba por encima
de mi cabeza. Hizo un gesto con la mano y un enorme fuego cobró vida, justo en
medio del suelo de baldosas.
El catálogo de tarjetas de la biblioteca de Seraphia era solo un poco diferente a
los demás.
—¿Podrías sostener esto? —Dejó su café en mis manos sin esperar una
respuesta, luego sacó una libreta de su bolsillo, junto con un pequeño trozo de lápiz.
131
Rápidamente, escribió un mensaje en el papel, luego lo arrancó y lo arrojó a las
llamas. Ella tomó su café y bebió un sorbo—. Debería estar en un momento.
Observé, conteniendo la respiración, mientras el humo se elevaba del fuego
en una delgada espiral. Regresó a las estanterías, creando una cinta tenue para que
la siguiéramos.
—Vamos.
Seraphia empezó a seguir el humo y yo la seguí.
—¿Qué le pediste?
—Cualquier libro que contenga una mención de Helleborensius en Londres.
Crucé los dedos para que la encontráramos en nuestra ciudad.
El humo nos llevó por la biblioteca, señalando libro tras libro, e incluso
algunos mapas enrollados almacenados en una enorme caja en la parte de atrás.
Cuando recogimos nuestro botín, Seraphia nos encontró una mesa.
Juntas, buscamos. Y buscamos. Y buscamos.
Era más de mediodía cuando terminamos y mis ojos ardían por tratar de leer
el pequeño texto. Pero mi corazón estaba liviano.
Seraphia me sonrió.
—Bueno, eso fue productivo.
—Solo un lugar en Londres —Sonreí—. ¿Quién lo hubiera pensado?
—Con un poco de suerte, vive allí.
La flor solo se podía encontrar en el Parque Richmond, el Parque Real más
grande de Londres. Incluso tenía ciervos. El lugar perfecto para que un cambiaformas
se escondiera.
Recé para que realmente viviera allí. Incluso si Lachlan obtuviera el nombre
de un criminal recientemente liberado que su padre había encerrado, eso no
necesariamente nos diría dónde se escondía el bastardo.
—Gracias, Seraphia. No puedo decirte lo mucho que ayuda esto —dije.
Se inclinó sobre la mesa y me agarró la mano.
—Por supuesto. Cualquier cosa. —Frunció el ceño—. ¿Estás segura de que
estás bien? Has estado rara últimamente.
—¿Rara?
132
Le di a mi voz una nota confusa, pero sabía exactamente de qué estaba
hablando. Me sentía como un pez fuera del agua, un barco en tierra firme, una ciudad
después de un terremoto. Las cosas no estaban tan bien en mi mundo.
—Sí —dijo ella—. Solo un poco diferente. Estresada.
—Me buscan por asesinato.
—Sí. Y eso es gran cosa, no me malinterpretes. Pero…
Tragué saliva, las palabras querían escapar: he estado mintiendo sobre mi especie
todo el tiempo. No era la peor mentira. Yo lo sabía. Mis amigos eran verdaderos
amigos. Entenderían mi razonamiento. No les importaba lo que yo era.
—Te lo diré cuando todo esto termine, ¿de acuerdo?
Y lo decía en serio. La promesa me quitó un peso de encima y sonreí.
—Está bien. Solo ten cuidado, ¿de acuerdo? Haznos saber si necesitas más
ayuda.
—Lo haré. Y gracias de nuevo.
Salí rápidamente, tomando el pequeño mapa del Parque Richmond que
habíamos encontrado. Lo había hecho la Real Sociedad de Botánica hace unos
treinta años y mostraba la ubicación de muchos de los macizos de flores del parque.
Las cosas podrían haber cambiado desde entonces, pero era un comienzo.
El hecho de que el asesino estaba viviendo en el Londres humano era
definitivamente un problema, especialmente si estaba loco. Solo rezaba para que
todavía le quedara suficiente sentido común para mantener a su especie en secreto.
Lachlan
Glencarrough no estaba lejos de nuestras tierras ancestrales en las Tierras
Altas. Se unían entre sí en sus lados norte y sur, por lo que era fácil llegar a ellas.
Afortunadamente, la Alfa de Glencarrough, una mujer regia llamada Eleanor,
había accedido a reunirse conmigo en nuestro territorio. Necesitaba volver a ver a la
vidente y se nos estaba acabando el tiempo.
133
La esperé junto al círculo de piedra y agradecí que apareciera a tiempo, con
una capa oscura que ondeaba al viento con el cabello canoso recogido alrededor de
la cara. El acero en sus ojos me recordó a mi padre. Sin duda les recordaría a otros a
mí.
—Eleanor. Gracias por encontrarte conmigo
Ella asintió, su mirada sombría.
—Están sucediendo cosas terribles en Ciudad del Gremio, por lo que escuché.
—Dos asesinatos. La tumba de mi padre profanada.
La tristeza brilló en sus ojos.
—Tu pobre padre. ¿Cómo estás?
—Bien.
—¿Bien? Difícilmente. —Me miró de arriba abajo—. Parece que te vendría
bien una semana en la playa.
—¿Cuándo un Alfa tiene una semana en la playa?
Se rio suavemente.
—No trates de distraerme. Esto no puede ser fácil para ti.
—Estoy bien. —Ella no sabía que tomaba la poción para reprimir cualquier
emoción errante. De hecho, no tenía idea de que temía a la maldición de la Luna
Oscura—. ¿Pudiste encontrar los nombres de alguien que mi padre encarceló durante
un tiempo particularmente largo mientras estaba en la fuerza de seguridad?
—Sí. Serví con él, lo que quizás no sabías.
—No lo sabía.
—Bueno, él era bueno en su trabajo. Hay tres personas que han sido liberadas
después de cumplir su condena, aunque no estoy segura de que alguna de ellas
hubiera hecho esto.
—¿Sabes dónde están?
—No. Abandonaron nuestra tierra, comprensiblemente. Pero sus nombres
eran Finn MacCallum, Douglas Connor y Sean Faraday.
—Gracias.
Asintió.
134
—Veré si puedo encontrar algo más sobre ellos, y si lo encuentro, te lo haré
saber.
Nos despedimos y ella se fue.
Por segunda vez en otros tantos días, entré en el círculo de piedra e hice el
sacrificio de sangre requerido. Ahora que tenía los tres nombres, tal vez la vidente
pudiera ayudar más.
Después de unos momentos, apareció su cabaña y me acerqué. Llegué a su
puerta y llamé, esperando solo unos segundos a que ella la abriera.
Sus ojos se agrandaron.
—¿Más preguntas?
Asentí.
—Sí. ¿Puedo pasar?
—Tienes suerte de que respondí por segunda vez. —Ella negó con la cabeza,
con tristeza en sus ojos—. Pero puedo sentir la tragedia que está sucediendo en
Ciudad del Gremio.
Dio un paso atrás y me hizo un gesto para que entrara. Respiré
superficialmente, odiando el aire densamente perfumado. Cerró la puerta y me siguió
hasta el interior de su suite.
—¿Qué es?
Le di los tres nombres.
—¿Que me puedes decir sobre ellos?
—Quieres saber si es tu asesino.
—Sí.
Frunció el ceño.
—Sabes que probablemente no puedo ver eso. No sin que ellos estén aquí.
—¿Qué me puedes decir? Cualquier cosa será útil.
Se encogió de hombros.
—Veamos, ¿de acuerdo?
Con gracia, se acercó a un pequeño sofá rosa y se sentó. Esperé, incómodo e
impaciente, mientras cerraba los ojos y comenzaba a tararear en voz baja.
135
Su magia se hinchó en el aire, el leve aroma a polvo y rosas floreciendo.
Pasaron los minutos, hasta que finalmente abrió los ojos.
—Uno de ellos está muerto. Hace poco. Finn MacCallum ha abandonado este
plano. Los otros dos están vivos y no lejos de aquí. Ambos en el Reino Unido.
Douglas Connor incluso puede estar en Londres.
Asentí.
—Bien. Gracias. ¿Puedes decirme dónde?
—No, no específicamente. Pero estoy segura de que él está ahí. —Frunció el
ceño—. Lleva allí un mes. Quizás un poco más, pero no mucho.
Tomaría lo que pudiera conseguir. Esto era más lejos de lo que habíamos
estado.
—¿Habrá algo más? —preguntó.
La pregunta salió de mis labios antes de que pudiera detenerla.
—La chica que estaba destinada a ser mi compañera. ¿Dónde está?
Sus ojos se ensancharon.
—Nunca me has preguntado esto antes.
La culpa me apuñaló. El deber me había mantenido en movimiento… pero
ella había sido mi deber. Tomarla como mi compañera había sido predicho por el
destino mismo. Y, sin embargo, lo había ignorado.
Había tenido que hacerlo.
Desde el momento en que la conocí, ese breve destello de tiempo, supe que
ella sería mi muerte. Tenía la capacidad de hacerme sentir tan profundamente que
caería en la maldición de la Luna Oscura.
Había sido un sacrificio calculado. No importa lo que el destino quisiera de
mí, tenía que ignorarla para proteger a mi clan. No podían perder a otro Alfa por la
maldición.
Pero ahora que estaba empezando a sentir algo por otra, necesitaba saber qué
le había pasado.
—Sé que no he preguntado esto antes —dije—. Y tenía una buena razón. Pero
ahora necesito saberlo.
—Ella es tu destino y, sin embargo, la has evitado. Entiendo por qué. No
querrás caer en la maldición en la manera en que lo hizo tu padre. Y ha sido prudente
por tu parte preocuparte.
136
Escucharla decir eso hizo que el hielo me apuñalara en el pecho. Ella confirmó
que la maldición de la Luna Oscura me acechaba.
—Necesito saberlo —dije—. ¿Puedes encontrarla?
—Ya puedo decirte que no. Desapareció de mi vista hace ocho años.
—¿Muerta?
El carámbano en mi corazón se retorció. Eso era dos años después de que ella
desapareciera de Ciudad del Gremio.
—No lo sé. Quizás.
—¿Qué más podría ser?
Ella sacudió su cabeza.
—No tengo ni idea. Pero está perdida para mí.
Apreté el puño, decepcionado.
—Gracias por tu ayuda.
Me fui, volviendo a Ciudad del Gremio.
Douglas Connor. Podría ser nuestro asesino. Incluso podría estar en Londres.
Después de llegar a Ciudad del Gremio, me encontré con Eve en el patio fuera
de la torre de mi gremio. Tenía los ojos brillantes y su cabello rosa plateado relucía
bajo el sol.
Me quedé mirándola, fascinado. Verla se sentía más agradable que una ducha
caliente después de una pelea. Más agradable que mi cama después de un largo día.
Pensamientos imposibles pasaron por mi mente.
Finalmente, le pregunté:
—¿Encontraste algo?
—Lo hice. —Ella sonrió ampliamente—. El Parque Richmond.
—¿Ese grande en Londres?
—El mismísimo. Esta flor solo crece allí. Al menos, en Londres. Es una
variedad rara.
—Vamos. Inmediatamente. —Iba a encontrar a ese bastardo de Douglas—.
No tengo un amuleto de transporte, pero no deberíamos tardar mucho en llegar.
Pasé junto a ella y me dirigí a una de las puertas de la ciudad.
137
—Excelente. —Ella se apresuró a unirse a mí—. ¿Qué encontraste?
—Dos nombres, aún vivos. Ambos hombres. Uno en Londres. Douglas
Connor.
—Douglas Connor. ¿Nuestro asesino?
—Quizás.
Ella asintió.
—Vamos a buscarlo. La puerta que atraviesa el Sabueso Embrujado es la más
cercana.
Nos apuramos por la ciudad, recibiendo varias miradas al pasar por la calle
principal de la ciudad. Rara vez me veían con una mujer y Eve era más que cualquier
mujer.
Llegamos a la enorme puerta que conducía a la salida de la ciudad y tomamos
el portal hacia el Sabueso Embrujado. Rara vez visitaba el Londres humano,
prefiriendo Escocia si iba a dejar Ciudad del Gremio.
Pero, al parecer, Eva venía aquí a menudo. Cuando pasamos por la parte
principal del pub, el hombre detrás de la barra sonrió ampliamente al verla.
Quinn McKay.
El único cambiaformas de la ciudad que había dejado nuestra manada pero
que aún vivía en Ciudad del Gremio. Era un arreglo extraño, pero cuando apareció
el Gremio de las Sombras, lo llamó. Lo saludé con la cabeza. Conocía a otros Alfas
que podrían ser territoriales con un cambiaformas cercano que no pertenecía a la
manada, pero yo solo quería a los dispuestos.
La chica que había huido de mí ciertamente no había estado dispuesta.
—Eve. —Quinn le sonrió y se inclinó sobre la barra—. ¿Qué puedo hacer por
ti?
—Estoy solo de paso, Quinn.
La sonrisa de Quinn se ensanchó.
—De paso por mi corazón.
Era una línea ridícula y probablemente una broma entre los dos. Aun así, los
celos se alzaron. Mi lobo se volvió loco con eso, elevándose dentro de mí como una
bestia, luchando por salir. Lo obligué a retroceder, pero no antes de escuchar un leve
gruñido salir de mi garganta.
Mierda.
138
¿Qué diablos estaba haciendo?
Aparentemente, Eve y Quinn también lo habían escuchado, porque ambos se
volvieron hacia mí, con los ojos muy abiertos.
Palmeé mi pecho.
—Algo atrapado en mi garganta.
Quinn me miró con complicidad y lo miré fijamente. Después de unos
segundos, desvió la mirada, forzado por la cadena de dominio.
—Vamos. —Eve me hizo un gesto hacia adelante—. Gracias, Quinn, te veré
más tarde.
Seguí a Eve hasta al propio Londres, ignorando la mirada de Quinn. Con
manos temblorosas, saqué el frasco de mi bolsillo y tomé varios tragos profundos,
rezando para que la poción más fuerte funcionara.
¿Qué diablos me estaba pasando?
139
Eve
Mi cabeza dio vueltas mientras me apresuraba a salir a Londres. Lachlan
acababa de gruñirle a Quinn por coquetear conmigo.
Le gruñó.
Incluso sus ojos se habían vuelto de un verde brillante. Su lobo podía sentir
que yo era su compañera, aunque su mente humana no se había puesto al día. Esa
poción que bebía estaba ayudando, seguro. Gracias a los destinos que estaba adicto
a eso.
Pero incluso mientras lo pensaba, me sentí extremadamente culpable. Sería
terrible vivir sin emociones. Aún más terrible luchar todos los días para reprimirlo y
poder cumplir con su deber con su gente.
Aparté los pensamientos. No había tiempo para simpatizar con Lachlan.
Necesitaba mantener la cabeza en el juego.
El Sabueso Embrujado estaba ubicado en Covent Garden, una parte
encantadora de Londres llena de pubs y tiendas. Sin embargo, el Parque Richmond
estaba todo el camino al otro lado de la ciudad, así que hice señas a un taxi negro
que pasó ruidosamente.
—¿Esto está bien contigo? —pregunté mientras el taxi rodaba hasta detenerse.
—Está bien.
Subimos juntos y me propuse sentarme lo más lejos de él posible.
El taxista se reclinó sobre el asiento. Era un hombre mayor con una mata de
cabello blanco y ojos oscuros.
—¿Para dónde será?
—El Parque Richmond —dijo Lachlan.
—Los tengo allí en un abrir y cerrar de ojos.
140
Viajamos en silencio. Afortunadamente, el tráfico era ligero y el taxista
conducía como un demonio. Cuando llegamos, mi cabeza daba vueltas por la
velocidad a la que él había tomado las curvas.
Lachlan pagó y bajamos. El parque en sí era enorme, un jardín laberíntico con
miles de acres de espacio verde salvaje.
—¿Sabes aproximadamente dónde están estas flores? —preguntó.
Saqué el pequeño mapa de mi bolsillo.
—Aquí dice que deberían estar en la parte de atrás, en un lecho de flores
plantado por la reina Victoria.
—Lidera el camino.
El parque estaba en silencio mientras lo atravesamos. Había algunas personas
haciendo picnic y tomando el sol en el frente, pero cuando llegamos a la zona más
boscosa, estaba vacío. El aire picaba con un escalofrío inquietante y miré a Lachlan.
—Magia.
Él asintió.
—Está tratando de mantener a la gente alejada y está funcionando.
—Tiene algunas conexiones si puede manejar hacer eso.
En general, los cambiaformas no hacían ese tipo de magia. Tendría que estar
conectado con una hechicera o bruja de algún tipo para conseguir un hechizo como
ese.
Las sombras en el parque se volvieron más oscuras a medida que
avanzábamos. Estábamos casi al final cuando Lachlan se puso rígido.
—¿Hueles eso?
—No. —Olí, luego capté el más leve olor a cobre. Mi corazón se aceleró hasta
mi garganta—. ¿Sangre?
—No humana.
Era demasiado esperar que fuera nuestro asesino.
—Por este camino.
Lachlan giró a la izquierda y cortó entre los árboles, moviéndose rápida y
silenciosamente.
Lo seguí, aunque no tan silenciosamente. No me quedé atrás, pero no tenía
su talento.
141
Nos encontramos con el ciervo unos momentos después. La criatura había
sido despedazada. Tan pronto como puse los ojos en él, miré hacia los árboles.
—¿Hace cuánto tiempo? —pregunté.
Hubo un momento de silencio antes de que Lachlan respondiera.
—Menos de veinticuatro horas, supongo.
—¿Fue él?
—Fue un lobo u otro gran depredador. Así que probablemente fue nuestro
hombre.
—Vive aquí y se come a los ciervos.
—Solo un lobo salvaje haría eso.
—La maldición de la Luna Oscura.
Me estremecí. ¿Sería presa de ella alguna vez?
Por favor, Dios, no.
Lachlan sacó su móvil y lo escuché llamar a un equipo de limpieza para que
se ocupara de los restos. Lo último que necesitábamos era que los humanos
sospecharan que un enorme animal salvaje andaba suelto por el parque. Ellos no
necesitaban encontrar a nuestro hombre antes que nosotros. No solo era una
amenaza para los lobos de Lachlan, sino que podía revelar nuestro secreto a los
humanos.
—Sigamos moviéndonos.
Lachlan siguió adelante y lo seguí, eludiendo ampliamente la carnicería.
Consulté el mapa una vez más, luego nos guie por el parque hacia las flores.
Fueron necesarios algunos intentos para encontrarlo, pero finalmente, encontramos
un pequeño parche de Helleborensius.
—Aquí es.
Me arrodillé y las toqué.
—Voy a cambiar. Mis sentidos son mejores en esa forma.
Asentí, desviando la mirada. No era como si pudiera ver algo cuando se
transformó, la nube de magia verde lo oscureció, pero de alguna manera, se sentía
íntimo.
Demasiado íntimo con Lachlan.
142
La magia brotó en el aire y, un momento después, miré hacia atrás y vi al
enorme lobo. Era realmente hermoso. Absolutamente enorme, mucho más grande
que cualquier otro lobo que haya visto en mi vida, con pelaje negro azabache y ojos
brillantes. Me miró durante un largo momento y me estremecí.
Era casi como si pudiera ver mi alma en esa forma. ¿Qué más podía sentir?
—¿Bien? —pregunté—. ¿Hueles algo?
Se dio la vuelta y merodeó por el jardín, sus zancadas largas y poderosas. Solo
mirarlo me emocionó y me hizo desear poder transformarme también.
Después de un tiempo, cambió de vuelta.
—No hay nada fuera de lo común aquí —dijo—. Recientemente, hubo una
lluvia y ha cubierto el olor de cualquiera que haya pasado.
—Sigamos buscando, entonces. Todavía hay bastante parque por aquí.
Partimos, moviéndonos silenciosamente por el bosque. Ahora que habíamos
llegado al territorio del asesino, la tensión se sintió en mis hombros. Metí la mano en
el éter y saqué mi bolso, luego saqué una bomba de poción antes de guardar mi bolso.
Cuando Lachlan arqueó una ceja, me encogí de hombros.
—Me gusta estar preparada.
Asintió.
—Eres hábil en eso.
—Mucho.
Me arrastré hacia adelante, mi mirada alerta en el bosque que nos rodeaba. El
aire empezó a pinchar con fuerza, aumentando en intensidad hasta que las lágrimas
brotaron de mis ojos.
—¿Sientes eso?
—Un poderoso hechizo repelente.
Parecía que había un bosque delante de nosotros, pero tenía que haber más.
No había forma de que un hechizo como este estuviera aquí a menos que alguien
estuviera tratando de ocultar algo.
—Espera aquí —dijo Lachlan—. Puedo intentar abrirme paso.
—No, el dolor te volvería loco. He sentido este tipo de maldición antes. La he
hecho yo misma. Es horrible.
—¿Está hecho con pociones?
143
—Sí. Rociado en el suelo. Sin embargo, necesitas una bruja para terminarlo.
—Así que tiene una bruja y un maestro de pociones de su lado.
—Podría ser solo una bruja muy talentosa. —Levanté mi muñeca y miré la
banda de cuero tachonada con viales de poción—. Tengo algo que nos ayudará a
superarlo. Es solo una dosis, así que tendremos que compartir.
—No funcionará tan bien entonces, supongo.
—Estará bien. Mejor que intentar ir solo.
—Tómalo y yo seguiré adelante.
Lo miré con enfado.
—No se puede pasar sin protección. Hablo en serio cuando digo que te volverá
loco. Y no puedes permitirte eso.
Su mirada se oscureció y supo lo que quería decir. La maldición de la Luna
Oscura.
No sabía si este tipo de encantamiento de protección conllevaba ese riesgo,
pero realmente dolería tanto que se volvería loco por el dolor. No había necesidad de
tentar al destino, especialmente si su objetivo era ahorrarme un poco de dolor. Podía
tomarlo.
Rápidamente, quité el vial de mi brazalete y lo abrí, luego bebí la mitad y se
lo pasé. La magia fría corrió por mis extremidades mientras él bebía la otra mitad,
mirándome todo el tiempo.
Aparté la mirada, mirando a través de la barrera invisible.
Una vez que terminó su poción, di un paso adelante.
Inmediatamente, el dolor me hizo estremecer. Se sentía como pequeñas dagas
apuñalándome por todas partes. Mi respiración se volvió entrecortada y las lágrimas
volvieron a brotar de mis ojos. Seguí adelante, cada centímetro de mí en agonía hasta
que fue demasiado. No pude ir más lejos.
Pero tampoco podía dar un paso atrás.
Estaba atascada, mis músculos se volvieron gelatinosos por el dolor.
El calor me rodeó, y Lachlan me tomó en sus brazos, lanzándose a través de
lo último de la barrera. El dolor desapareció de inmediato y jadeé, tratando de
recuperar el aliento.
—¿Estás bien?
144
La preocupación brilló en sus ojos mientras me miraba.
—Sí.
Empujé débilmente su pecho y él me dejó en el suelo.
Nos volvimos hacia el claro e inmediatamente divisamos una casita debajo de
un árbol enorme. Parecía antigua, hecha de piedra y paja. No había vidrios en las
ventanas y la maleza crecía alrededor de la base.
—Guau.
Me sacudí, sorprendida. No la había visto en absoluto cuando estábamos del
otro lado de la barrera. ¿Estaba él ahí?
—Está vacía —dijo Lachlan—. Puedo sentirlo.
Maldita sea.
Pero una parte de mí también estaba agradecida. El breve momento que
Lachlan pasó abrazándome podría haberse vuelto mortal si el asesino hubiera estado
en la cabaña, mirando.
Lachlan se adelantó y lo seguí, mis pasos silenciosos sobre la hierba.
El asesino vivía aquí. Tenía que hacerlo. No había otra razón para que
estuviera protegida así.
A menos que fuera la casa de la bruja que lo había ayudado.
Pero, ¿no sabríamos si una poderosa bruja viviera fuera de Ciudad del
Gremio? Había muchos seres sobrenaturales viviendo entre los humanos en Londres,
y la mayoría de la gente en Ciudad del Gremio conocía a los más poderosos, de la
misma manera que los humanos conocían a las estrellas de cine.
—¿Hueles eso? —preguntó Lachlan.
—No otro cadáver… —El olor me golpeó entonces, el poderoso hedor de
huevos podridos—. ¿Azufre?
—Probablemente tenía la intención de ocultar su olor para que nadie lo
reconociera. —Lachlan parecía disgustado—. Ni siquiera ayudaría si yo cambiara.
Lo domina todo.
—Esperaba que lo encontráramos.
—Estaba jugando a lo seguro, al menos.
145
Maldita sea. Me detuve frente a la puerta de la cabaña junto a Lachlan. Ambos
pusimos nuestras manos sobre la puerta, probando para ver si sentíamos alguna
magia peligrosa.
—Parece que superamos lo peor.
Con cuidado, agarró el pomo de la puerta y le dio vuelta.
Sin cerradura.
Crujió cuando se abrió, revelando el interior oscuro de una cabaña en mal
estado.
—Ew.
Era un desastre repugnante. Como si un animal hubiera vivido allí.
—Probablemente permanece en su forma de lobo la mayor parte del tiempo.
—Entonces, ¿por qué dormir en la cabaña?
Lachlan frunció el ceño.
—Quizás no tenga conexiones como pensamos. Tal vez tropezó con este lugar
y ya estaba tan loco que no importaba si cruzaba la barrera protectora.
Entré, hormigueando con conciencia. Había botellas de licor esparcidas por
todas partes, junto con ropa vieja y un colchón de paja sucio. La chimenea estaba
desprovista de leña y parecía que una familia de roedores se había instalado en las
cuatro esquinas de la cabaña.
Lachlan sacó su móvil e hizo una llamada rápida para pedir refuerzos.
—Cuando terminemos aquí —me explicó—, vigilarán el lugar. Puede que
nuestro hombre no regrese, pero quiero que alguien lo espere si lo hace.
Asentí, continuando mi búsqueda. Cada minuto que pasaba allí hacía que mi
piel se enfriara y mis huesos se sintieran más frágiles. Las mismas paredes se sentían
como si estuvieran empapadas de su locura.
—Aquí debajo.
Lachlan se arrodilló junto al colchón y lo levantó.
Debajo había una daga manchada de sangre.
—Santos destinos —dije sin aliento.
—La usó para matar a Bill.
Un ceño fruncido cruzó su rostro.
146
—Puedo rastrearlo con eso. Quizás.
Me miró.
—¿En serio?
Asentí.
—Ese es un objeto poderoso. Lo usó para asesinar a alguien. Tiene suficiente
energía residual como para poder hacer una poción que la convierta en un dispositivo
de rastreo.
—¿Lo encontraría en cualquier lugar?
—Siempre y cuando no esté en el otro lado del mundo, sí.
Él asintió.
—Bien. Eso es bueno.
—¿Mucha subestimación?
La comisura de su boca se levantó de un lado, una de las raras sonrisas que le
había visto dar.
—¿Podemos tocarla? —preguntó.
—Quizás no con nuestra piel desnuda. No quiero diluir la energía.
Lachlan miró a su alrededor, sin duda buscando un paño lo suficientemente
limpio como para envolverlo.
No había nada, por supuesto. Todo en el lugar estaba completamente sucio
de polvo y mugre.
Se quitó la chaqueta de cuero y la dejó a un lado, luego se quitó la camiseta
de debajo. Aparté la mirada rápidamente, pero no antes de vislumbrar una piel suave
y un pecho ancho.
—Ten.
Me entregó la camiseta y la tomé sin mirarlo.
La camiseta todavía estaba cálida por su piel y sentí como si me quemara.
Mientras recogía con cuidado la daga y la guardaba en mi bolso en el éter, se puso la
chaqueta de nuevo y cerró la cremallera.
—Está bien. Salgamos de aquí.
Me paré.
147
Regresamos por el parque y llegamos a Ciudad del Gremio menos de una
hora después. Estaba anocheciendo y las farolas comenzaban a encenderse. Los
escaparates de las tiendas brillaban con un brillo dorado.
Me escoltó de regreso a la torre del Gremio de las Sombras, ignorándome
cuando le dije que no se molestara. La ruta más rápida era a través de un callejón
estrecho que conducía directamente a nuestro patio, y yo lideré el camino.
Tan pronto como entré al patio, una mano fuerte me agarró del brazo y tiró
de mí hacia un lado.
Grité, arremetiendo mientras el dolor estallaba. Todo sucedió de forma
borrosa.
Mi atacante tiró de mí hacia él, su brazo apretado alrededor de mi garganta.
Golpeé con el codo y lo clavé en su estómago. Él solo gruñó, y traté de pisarle el pie
mientras intentaba sacar una de las pociones en mi brazalete de cuero.
Sonó un gruñido y una figura oscura se abalanzó, saltando alto, directamente
hacia nosotros.
El bastardo me arrojó contra la pared con tanta fuerza que mi cabeza chocó
contra esta. Mi visión se volvió borrosa mientras me deslizaba al suelo.
Apenas pude ver a Lachlan, en forma de lobo, arrastrar al hombre
encapuchado lejos de mí. Lucharon hasta que sus brillantes ojos de lobo me vieron
tirada en el suelo. Soltó al hombre, que se escapó y echó a correr por el callejón.
Lachlan lo dejó ir, regresó a su forma humana y corrió hacia mí. Suavemente,
me levantó y me acunó contra su pecho.
—Eve, despierta, Eve.
El miedo resonó en su voz.
—Lachlan.
Mi voz sonaba rasposa y me dolía la cabeza.
El miedo en sus ojos era severo, la preocupación arrugó su rostro cuando
suavemente tocó mi cabeza.
—Estas sangrando. ¿Tienes una poción curativa?
Débilmente, levanté la muñeca.
—El rosado.
Sacó el pequeño frasco y lo acercó a mis labios. Mientras bebía, el dolor
comenzó a desvanecerse. Podía sentir mi herida volviéndose a unir.
148
Me encontré con su mirada, todavía ensombrecida por la preocupación.
—Lo dejaste ir.
—La sangre alrededor de tu cabeza. Pensé que podrías estar…
No lo dijo, pero yo sabía lo que había pensado.
—Pensaste que podría estar muriendo.
Así que había dejado ir al asesino.
¿Cómo había sucedido todo tan rápido?
Él asintió, mirándome.
—¿Lo viste? —pregunté.
—No. No su cara.
Había caído la oscuridad total y podía sentir el vacío silencioso de la torre
detrás de nosotros. El Gremio de las Sombras era tan pequeño y nuevo que nuestro
patio estaba completamente vacío. La fila de tiendas al otro lado de la calle estaba
abandonada, ni una sola abierta.
La quietud resultante del aire creó una burbuja a nuestro alrededor.
Podríamos haber sido los únicos en el mundo y era la sensación más extraña estar
envuelto en la oscuridad con él.
La forma en que me miraba…
Hizo que mi respiración se atascara en mi garganta. El calor en sus ojos se
combinó con confusión. Miedo.
—Eve.
Me atrajo hacia él, como si no pudiera evitarlo.
Podría detenerlo. Tuve unos segundos para alejarlo. Para decir que no.
Pero de alguna manera, había perdido la cabeza.
Algo en mí me empujaba hacia él, con tanta fuerza que era imposible de
resistir. En ese momento, tenía que besarlo.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello y presioné mis labios contra los
suyos.
Las chispas brillaron entre nosotros, luminosas y brillantes, mientras el deseo
me atravesaba, iluminando mis terminaciones nerviosas.
149
Él gimió bajo en su garganta, sus labios se separaron para poder besarme más
profundamente. Sus fuertes brazos me sostuvieron contra su ancho pecho y me besó
como si hubieran pasado años desde que tocó a otra.
Quizás lo había hecho.
Toda la frustración y el deseo reprimidos que habían estado rebotando entre
nosotros explotó. Podría besarlo para siempre.
Cuando se apartó, de repente me sentí fría. Sola.
Conmocionada, lo miré. El calor aún brillaba en sus ojos, y su respiración
estaba llena de deseo.
—Eve. —Su voz era áspera pero firme—. Dime qué pasa contigo. Dime por
qué me siento así.
—No sé a qué te refieres.
—Tengo una compañera. Tenía una compañera. —Pasó una mano por su
cabello—. Siento que estoy perdiendo la cabeza. Y tal vez lo esté. Pero debes ser ella.
Puedo sentirlo en mi alma.
El hielo me heló los huesos y me aparté de él.
—No tengo idea de lo que estás hablando.
—Esta es tu oportunidad de ser sincera —dijo con voz desesperada—. Explica
cómo estás haciendo esto.
Me puse de pie, apoyada contra la pared. Él también se puso de pie, con el
pecho agitado.
—Debes estar perdiendo la cabeza —le dije—. Porque no sé de qué estás
hablando.
Su mirada se cerró y vi algo inidentificable en sus ojos.
Debes estar perdiendo la cabeza.
Podía escuchar lo que acababa de decir, reproduciéndose una y otra vez en
mi mente. Él solo tenía un miedo en todo el mundo: caer ante la maldición de la
Luna Oscura. Lo acababa de acusar de estar loco. Y no lo estaba. Lo estaba
averiguando, tal como temía que lo hiciera.
Pero yo lo estaba manipulando.
Era una idiota.
La ira nubló sus ojos.
150
Antes de que pudiera decir algo, cuatro figuras aparecieron detrás de él:
Carrow, Seraphia, Mac y Beatrix.
Mis amigas.
Desesperada, me aparté de la pared y me lancé a su alrededor. Era la salida
del cobarde, pero la tomé. Probablemente debería haber sido sincera, pero no podía.
Simplemente no podía. Por el bien de ambos. Él tenía la poción para mantenerse
cuerdo. No necesitaba que le confirmara que era su compañera, no cuando ese
vínculo sería la muerte para nosotros. Para mí, al menos.
—¿Está todo bien aquí?
La expresión de Carrow se oscureció mientras miraba a Lachlan de arriba
abajo.
—No. —La voz de Lachlan era firme—. Alguien acaba de atacar a Eve. No
puede quedarse sola.
—Necesito hacer la poción para rastrearlo —dije, ignorando sus palabras y
las miradas de asombro de mis amigas. Solo tenía que alejarme de él.
Ahora.
Caminé hacia la torre, pero me siguió.
—No te voy a perder de vista. No mientras él esté ahí fuera.
Carrow y el resto de mis amigas se abrieron paso entre él y yo. Él las fulminó
con la mirada, pero dio un paso atrás.
—Podemos protegerla —dijo Carrow.
Ellas podían. Tenían una magia bastante increíble.
Lachlan frunció el ceño, pareciendo aceptar que no iba a entrar a la torre.
—Está bien. Haré guardia aquí hasta que lleguen mis hombres. Habrá un
guardia en esta torre todo el tiempo.
—Como quieras —dijo Carrow—. Simplemente no pueden entrar.
No lo miré mientras me apresuraba a entrar en la torre. Por la forma en que
su mirada me quemó, esto no iba a ser lo último.
151
Eve
Mi cuerpo zumbaba mientras entraba al vestíbulo de la torre del Gremio de
las Sombras. Alcancé la mitad de la enorme habitación antes de tener que detenerme
y respirar hondo.
—¿Todo está bien? —pregunto Carrow.
—¿Todavía está ahí afuera?
Me di la vuelta para encontrar a mis cuatro amigas mirándome fijamente.
Seraphia fue a dar un vistazo por la ventana.
—Sí. —Me miró de vuelta—. Y está mirando este lugar como si hubiera un
tesoro adentro. Un tesoro que realmente no le gusta.
Hice una mueca.
Se recostó contra la ventana y me dio una sonrisa simpática y un pulgar arriba.
El gesto de apoyo encendió una pequeña llama de calidez en mi pecho. Ahora era el
momento de confesar y ella lo sabía. Le prometí la verdad y no había mejor
momento.
—Volveré enseguida —dijo Mac, luego corrió por las escaleras y regresó en
veinte segundos con una barra de chocolate—. Te ves como si pudieras necesitar
esto.
—Eres una genio.
—Voy a obtener el vino —dijo Carrow.
—No tengo tiempo para un trago.
—Yo sí. —Me dio una larga mirada—. Y es posible que te des cuenta que
quieres un sorbo.
—Sí.
152
Empujé la barra de chocolate en mi boca mientras ella esperaba, masticando
con el fervor de un contador destrozando números el día de impuestos.
Regresó con el vino en un segundo, y asintió con la cabeza hacia el piso de
arriba.
—Tengo que hacer esta poción, pero chicas, necesito decirles algo.
—Me di cuenta.
Carrow agarró la botella de vino y se dirigió a las escaleras.
La seguí, sintiendo como empezaron a salir las palabras tan pronto como
alcanzamos mi taller. Intenté empezar la poción mientras hablaba, pero una vez que
empezaron a fluir, no pude hacer nada más que decirles toda la maldita historia.
Mientras hablaba, Carrow pasó el vino. Tomé una pequeña copa y me bebí
toda la cosa, luego la dejé a un lado. No podía permitirme otra si quería mantenerme
alerta.
Cuando estuve cerca del final de mi historia, sostuve el pendiente alrededor
de mi cuello.
—Y esto es lo que mantiene mi verdadera especie oculta —lo dejé salir
finalmente—. Entonces, eso es. He estado mintiendo todo este tiempo.
Carrow se subió a una de mis mesas de trabajo y giró el vino.
—Claro que sí. Pero… lo que sea.
Mac asintió.
—Parece que tenías buenas razones.
Seraphia y Beatrix asintieron estando de acuerdo.
El alivio me recorrió.
—No esperabas que estuviéramos enojadas contigo, ¿cierto? —preguntó
Carrow.
—En realidad no. Ustedes son demasiado geniales para no entender. Pero
todavía me siento como mierda. —Caminé hacia la ventana y miré hacia abajo a
Lachlan, que estaba mirando mi ventana. Su mirada se quedó en mí, la rabia destelló
en la profundidad de sus ojos. Me agaché detrás de la pared—. Estoy segura que él
piensa que soy mierda.
—No pensaría eso —dijo Carrow—. Quiero decir, puede estar enojado como
el infierno y tal vez no te perdone…
153
Mac le siseó, claramente no gustándole eso.
—¿Qué? —dijo Carrow—. Está bien si no la perdona. De todas formas, ella
no quiere estar con él.
—Tiene razón. No quiero. —Hice una mueca—. Digo, no lo sé. No es como
si estuviera imaginando un futuro en donde me dirijo hacia al atardecer con él. Pero
me siento horrible por lo que le dije.
Mac sacudió la cabeza.
—Fue una movida idiota, sí. Pero la vidente tenía muy claro que ir por el
camino de la pareja destinada te llevaría a tu muerte. Era la única cosa razonable que
podías hacer.
El resto de mis amigas asintió estando de acuerdo.
—Las mentiras apestan —dijo Carrow—. Pero tienes razones decentes. —
Frunció el ceño—. Sin embargo, voy a decir que las profecías no siempre resultan
como esperas.
—Espero que tengas razón acerca de eso. —Sonreí—. Gracias, chicas.
—Ahora, ¿cómo podemos ayudar con esta poción?
Seraphia se frotó las manos.
Las otras tres asintieron y gratitud floreció dentro de mí.
—Son las mejores.
Señalé los ingredientes y las envié a cortar y medir. En el otro lado de la
habitación, tenía el pequeño caldero hirviendo y empecé a añadir todo a la mezcla,
midiendo dos veces para asegurarme que todo estuviera correcto.
No pude evitar pensar en Lachlan mientras trabajaba, pero ninguno de mis
pensamientos tenía sentido. Eran círculos interminables de confusión, deseo y
arrepentimiento. Todo era un desastre entre nosotros y lo único de lo que estaba
segura era que no tenía arreglo.
Finalmente, la poción estaba casi lista. A medida que el último ingrediente se
agitaba, mis amigas me acompañaron y observaron.
—Solo faltan algunos minutos —dije—. ¿Alguien puede revisar el patio?
La idea de que él estuviera ahí fuera me hacía temblar.
Beatrix fue a la ventana.
154
—Se fue, pero hay dos docenas de cambiaformas ahí afuera y todos están
vestidos con uniformes de seguridad.
Mac se unió y silbó bajo.
—Esa es una multitud.
Quiere protegerme.
El pensamiento empezó a suavizarme, pero lo alejé. Por nuestro bien, no
podía ir por ese camino, especialmente cuando la persona de la que tiene que
protegerme es él mismo.
Cuando el caldero dejó de hervir, extraje mi bolso del éter y saqué la daga
envuelta en tela. Podía sentir la ávida mirada de mis amigas mientras desenvolvía la
ensangrentada arma. Solo tocarla hizo que mi estómago diera un vuelco.
Rápidamente, hundí la cuchilla en el caldero, agradecida cuando la sangre roja fue
reemplazada por el brillo púrpura de la poción. Podía sentir la magia vibrando a
través de la empuñadura.
—Está hecho.
—Tenemos que llevársela a Lachlan —dijo Carrow.
Fruncí el ceño.
Ella levantó sus manos.
—Sin discusiones. Sé que no quieres verlo, pero no vamos a cazar a este
asesino por nuestra cuenta. Es asunto de cambiaformas.
Tenía razón. Él merecía saber. Había sido una fantasía pasajera y cobarde de
mi parte terminar el trabajo por mi cuenta.
En cualquier caso, el asesino era fuerte. No arriesgaría a mis amigas por esto.
No cuando Lachlan quería manejarlo por sí mismo.
—Yo se lo llevó.
Lo envolví nuevamente en la tela y lo coloqué en mi bolso, que regresé al éter.
—Vamos contigo —dijo Mac.
—Gracias.
—Obvio.
Sonrió.
Juntas, salimos de la torre y nos dirigimos a nuestro antes tranquilo patio.
Veinticuatro pares de ojos me miraron y sonreí débilmente.
155
Busque al líder, planeando decirle a donde nos dirigíamos, pero todos se veían
del mismo rango. No importaba. No tenían nada que decir sobre mí.
Mis amigas y yo nos abrimos camino a través de la multitud, los
cambiaformas se separaron a regañadientes para dejarnos pasar. Nos siguieron en
una sola fila por el estrecho callejón hacia la parte principal de la Ciudad del Gremio,
luego todo el camino por la calle principal hasta la torre de los cambiaformas.
Lachlan salió a los escalones principales para encontrarnos, sin duda
habiendo oído hablar de la masa de cambiaformas que se estaban abriendo paso a
través de la ciudad.
—Está hecho —dije, sin ser capaz de hacer contacto visual.
Sabía que debía esforzarme más para probar que no era una cambiaformas,
pero no podía soportar mirarlo.
—Entren. —Su voz era tensa—. ¿Necesitas algo para hacer que funcione el
hechizo?
—Un mapa.
Asintió y se dio la vuelta, liderando de regreso. Casi podía sentir la ira que
dejaba a su paso y miré a mis amigas. Todas me dieron idénticas sonrisas forzadas,
sus ojos demasiado brillantes. Todas podían sentir lo incómodo que era esto.
—Se ven como locas —susurré.
—Esto se siente loco —susurró Mac.
—Es verdad.
Me di la vuelta para seguir a Lachlan y mis amigas nos siguieron.
La habitación principal estaba solo medio llena, pero los ocupantes la
dispersaron cuando vieron a Lachlan. Momentos después, Kenneth apareció, con
una colección de mapas enrollados en sus manos.
—Gracias.
Lachlan tomó los mapas y los extendió.
—Empecemos con uno de Londres —dije—. Seguro que no se queda en la
Ciudad del Gremio, es demasiado peligroso.
Lachlan asintió y desenrolló un mapa. Mis amigas se reunieron alrededor,
junto con los veinticuatro guardias que habían estado de pie en mi patio.
156
Con cuidado, saqué la daga de mi bolso y la desenvolví. Sostuve el extremo
de la empuñadura suavemente y colgué la daga sobre el mapa. La cuchilla empezó a
girar en círculos, buscando nuestro objetivo.
Finalmente dejó de moverse, justo sobre la Ciudad del Gremio.
—Todavía aquí.
Lachlan desenrolló otro mapa y lo extendió.
Las familiares calles de la Ciudad del Gremio aparecieron, y contuve la
respiración mientras colgaba la hoja sobre el mapa. Giró en círculos por un
momento, el grupo entero mirando con anticipación.
Finalmente, se detuvo.
Justo en la torre de los cambiaformas.
—Está aquí —susurré, con miedo estremeciendo mi piel.
Lachlan levantó la cabeza, su mirada encontrando la mía.
—¿Puede estar equivocado?
—No. No puede.
Apuntaba directamente a la torre. No a un cuarto especifico por la manera en
que estaba dibujado el mapa, pero era evidente que era alguien entre estas paredes.
—¿Tienes un plano de la torre? —pregunté.
—No. El edificio nunca ha tenido uno que yo sepa. Tendremos que buscarlo
nosotros mismos. —Lachlan se dirigió a sus guardias—. Despejen la torre de todos
los civiles. Llévenlos al centro de la ciudad, y utilicen tanto personal como necesiten.
El resto se debe quedar aquí para ayudarnos a buscar. —Se giró hacía mí—. Debes
irte ahora. Es demasiado peligroso.
—No. —Negué con mi cabeza—. De ninguna manera en el infierno. Quiero
ayudar a atrapar a este tipo.
Sabía que debía irme. Era la cosa más segura. Cortarlo ahora. Mi trabajo
estaba hecho, ¿correcto? Había limpiado mi nombre.
Pero por mucho que guardara mis secretos, me sentía culpable por todas las
mentiras. Había sido necesarias, pero odiaba lo que le había dicho a Lachlan. No me
iba a ir en este momento.
—Te voy a ayudar a encontrarlo y te llevará más tiempo luchar conmigo por
eso del que puedes permitirte.
157
Su mandíbula se apretó, pero pude ver en sus ojos el momento en que se dio
cuenta que era cierto.
Miré a mis amigas.
—Sin embargo, ustedes tienen que salir de aquí.
Carrow se burló en mi cara, Mac se unió a ella. Seraphia y Beatrix solo me
miraron como si me hubieran crecido dos cabezas.
—Cuidamos tu espalda, tonta —dijo Mac—. Y te tomará más tiempo luchar
con nosotras por eso del que puedes permitirte.
A pesar de mi terror, una sonrisa baja salió de mí.
—Oh, perra, usando mis propias palabras en mi contra.
Me abrazó rápidamente y luego se apartó.
—Vamos, encontremos a un asesino.
Después de que las tropas de Lachlan se dispersaron, se volvió hacia nosotras
cinco.
—Mis hombres se están extendiendo afuera. Nosotros vamos como un grupo.
Probablemente tuvo una idea caballeresca en su cabeza de protegernos. Y la
verdad era, que lo apreciaba. Aunque no pensé que fuera completamente necesario,
pero todavía podía recordar el agarre del asesino alrededor de mi cuello. Así que no
iba a discutir. Quería a mis amigas seguras y agruparnos iba a asegurar eso.
Carrow frunció el ceño.
—Podemos dividirnos en dos grupos. Sería más rápido, y estaremos bien.
Asentí, de acuerdo con eso. Por más que quisiera envolverlas a todas en
algodón, no era mi decisión. Carrow era la líder de nuestro grupo y tenía razón.
Además, Seraphia era una maldita diosa y Carrow era tan poderosa, que hacía que
mis ojos se cruzaran a veces. Mac y Beatrix tampoco eran debiluchas.
Lachlan fue lo suficientemente sabio por no discutir hasta que Carrow nos
señaló a Beatrix y a mí para acompañarla. Gruñó bajo, luego hizo una mueca. Esta
vez, ni siquiera pretendió que algo se había atascado en su garganta.
Carrow me miró y me encogí de hombros.
—Está bien. Voy con él.
—Bien. —Asintió—. Entonces, Mac está conmigo.
158
Mac asintió y se unió a ella. No pude evitar notar que Carrow había puesto a
la diosa conmigo, como si supiera que esto era un gran riesgo.
Me aclaré la garganta, sintiendo todavía el agarre del asesino. Tal vez lo era.
No importaba. Íbamos a atrapar al bastardo y terminar con esto.
—Tomaremos el tercer piso, si quieren el cuarto —le dijo Lachlan—. Van a
ver a mi equipo de seguridad mientras buscan. Habrá una veintena de ellos revisando
la torre.
Carrow asintió y tomó a su equipo con ella.
—Por aquí.
Lachlan se giró y se dirigió a otro grupo de escaleras.
Seraphia atrapó mi mirada.
—¿Estás bien?
Asentí.
—Soy una chica grande.
Ella sonrió.
—Entonces vamos.
Puede que sea una chica grande, pero decidí dejar que ella tomara el centro
de nuestro pequeño grupo. Estar tan cerca de Lachlan me distraía y necesitaba toda
la atención que podía obtener.
Mientras subíamos las escaleras, saque un aturdidor de mi bolso en el éter. La
poción bomba era un peso confortable en mi mano a medida que subíamos. Le ofrecí
una a Seraphia, pero sacudió la cabeza, levantando las manos para mostrar dos
pequeñas vides descansando en sus palmas. En un abrir y cerrar de ojos, ella podía
hacerlas lo suficientemente grandes para estrangular a un hombre.
Alcanzamos el tercer piso y nos movimos silenciosamente por el pasillo,
revisando varias habitaciones y armarios. De vez en cuando, escuché el pequeño
encanto en la muñeca de Lachlan emitir con una voz diminuta de que varios espacios
estaban despejados.
Juntos, buscamos de habitación en habitación. Habitaciones, salas, cocinas,
salas de reunión, cada tipo de habitación que uno podría imaginar, y todas estaban
vacías. Seguía pensando que vi una sombra por el rabillo de mi ojo, pero cada vez
que me giraba, se había ido. La sensación seguía haciéndose cada vez más fuerte,
hasta que se me puso el vello de punta.
159
Cuando llegó el ataque, sucedió tan rápido que ni siquiera pude gritar. En un
segundo, estaba mirando la espalda de Seraphia, y al siguiente, una mano estaba
alrededor de mi boca, empujándome hacía la pared.
Solo que ya no había pared.
Una puerta había aparecido.
No había estado allí antes.
El pánico dividió mi mente en dos cuando el asesino me metió en el pasaje
secreto y la puerta desapareció. Todo se puso negro hasta que escuché el sonido del
grito de Lachlan.
Frenética, golpee mi poción bomba contra el cuerpo que me sostenía en un
agarre de acero. Rápido como una serpiente, me dio una bofetada en la mano.
Se rompió inútilmente contra el suelo.
Me revolví, tratando de romper su control, pero solo lo apretó.
—Cálmate, maldita sea —gruñó, con la voz apenas humana.
Sonaba casi como si estuviera a punto de cambiar.
Totalmente salvaje.
Oh, destinos. ¿Qué pasaría si cambiara? ¿Perdería la cabeza por completo y
me destrozaría?
Tenía que ser inteligente. ¿Cómo jugar esto? Nadie iba a venir. Si hubieran
encontrado la entrada a este pasaje secreto, ya estarían aquí.
Dejé de luchar en su mayor parte, necesitando llegar a mi brazalete de cuero.
Había pociones allí que podrían ayudarme. A medida que me arrastró por el pasillo,
tomé una, mis manos temblando.
—¿Qué estás haciendo? —gruñó, claramente sintiendo que estaba haciendo
algo.
Hice un ruido sordo, tratando de sonar en pánico. No fue difícil.
En lugar de responder, golpeó mi cabeza contra la pared, tan fuerte que el
dolor explotó como fuegos artificiales detrás de mis ojos. Medió segundo después,
todo se desvaneció.
160
Eve
Me desperté con el peor dolor de cabeza de mi vida, cada centímetro cuadrado
de mi cerebro palpitaba de agonía.
Al principio, no tenía idea de dónde estaba. Incluso quién era yo. Solo era una
masa de dolor punzante, un dolor punzante inusualmente fuerte. Definitivamente no
era una resaca.
Con dolor, abrí los ojos, mi visión estaba borrosa al principio. Todo lo que
pude ver fue un espacio enorme con un techo con vigas y la figura de un hombre.
¿Un hombre?
El asesino.
Era el asesino. Se encontraba a solo cinco metros de distancia, mirándome.
Esperando a que despertara.
Y me había visto. La forma en que sus ojos negros se iluminaron lo dejó
perfectamente claro.
Frenética, traté de levantarme de la silla en la que parecía estar sentada.
Estaba casi demasiado débil para moverme, pero no importaba. Mis muñecas
estaban atadas a la espalda. Podía ponerme de pie, pero llevaría la silla conmigo.
Respiré vigorosamente y me recosté, mi mente dando vueltas.
Aún no me había matado. ¿Por qué?
No tenía idea, pero necesitaba usarlo. Pero, ¿cómo?
Distraerlo hasta que apareciera la ayuda. Sí. Eso tenía todo el sentido. Era
algo bastante básico en la clase has-sido-secuestrada, pero era todo en lo que podía
pensar.
—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunté—. ¿Por qué secuestrarme?
Se rio pero no respondió. Al parecer, no iba a exponer todos los detalles de su
ruin plan. Bueno, una chica siempre puede tener esperanzas.
161
En cambio, caminó hacia adelante. Teníamos que estar en el ático, ya que
aquí arriba estaba oscuro y lleno de polvo. Las vigas del techo sostenían el techo
puntiagudo y había algunas ventanas en la pared lateral con vistas a las murallas.
El asesino dio un paso hacia un rayo de luz y jadeé. Su capucha estaba baja,
y ahora que podía ver su rostro, se veía como…
Como Lachlan.
—¿Quién eres tú?
Las palabras temblaron cuando escaparon de mis labios.
—Seguramente puedes adivinarlo.
Su voz era fría, sus ojos más fríos. Eran completamente negros, sin ningún
blanco. El frío me heló.
Su hermano. Garreth.
—Se supone que estás muerto.
Se veía tan diferente de lo que recordaba. Había sido delgado la última vez
que lo vi, ni siquiera un adulto todavía. Ahora, era un hombre endurecido. Casi tan
guapo como su hermano, y casi tan grande, pero un asesino.
Asintió.
—Se supone que estoy muerto. Tienes razón. Hermano querido también
estaría de acuerdo contigo. Vio mi cuerpo.
—¿Qué pasó?
—Hmm, no creo que te vaya a decir eso.
—Entonces, ¿por qué me tomaste?
—Necesitaba un cebo. Te vi con mi hermano, vi la forma en que te miraba y
supe que vendría por ti.
Nunca se había tratado de mí en absoluto.
Se acercó y noté que tenía algo en la mano. Un brazalete de cuero tachonado
de pociones.
—Mi brazalete. —Mi mirada se encontró con un amuleto de plata que colgaba
de una cadena delgada y jadeé—. ¡Mi colgante!
Los levantó y sonrió.
—Bastante interesante colección de joyas que tienes.
162
Empecé a jadear, el pánico hizo que mis miembros se adormecieran.
Santo cielo, santo cielo, santo cielo. Tenía mi colgante.
—Este de cuero es bastante obvio, aunque ingenioso. —Lo levantó para
mostrarlo. Luego levantó la cadena. Mi colgante brillaba bajo el estrecho rayo de
sol—. Esto, sin embargo, fue muy inesperado.
—Es un encanto de comunicaciones.
La mentira fue desesperada y tonta, y pudo notarlo.
—Eso es lo que pensé también. No quería que pidieras ayuda, ¿verdad? —
Hizo girar el colgante y mi mirada lo siguió—. Pero en cuanto lo quité, esas orejas
tuyas desaparecieron. Ahora son redondas. Y tu olor cambió. Todo tu rastro. —
Caminó a mi alrededor y me estremecí—. Eres una cambiaformas. Y si no me
equivoco, no eres una cambiaformas cualquiera.
—No lo soy.
Mis mentiras sonaban débiles incluso para mis propios oídos.
Dio la vuelta para agacharse frente a mí.
—Eres la compañera de mi hermano. Reconocería tu rastro en cualquier
lugar. Me sorprendió muchísimo cuando entraste en nuestras habitaciones hace
tantos años, tan desaliñada y simple, pero oliendo como lo mejor con lo que me había
topado.
Le escupí. No pude evitarlo. La rabia me llenó y le escupí.
Se lanzó hacia atrás, luego me dio una bofetada tan fuerte que vi estrellas. Mi
cabeza resonó y mis ojos se humedecieron.
Un estruendo sonó desde el otro lado del ático y se enderezó abruptamente,
luego giró para caminar hacia éste.
¿Llegó la ayuda aquí?
Desapareció en las sombras del otro lado y comencé a luchar de nuevo,
tratando de arrancar mis manos de las ásperas ataduras de la cuerda.
¡Relájate!
La vocecilla de Ralph sonó en mi cabeza y miré hacia abajo, sorprendida de
verlo allí. Se veía polvoriento y agotado, pero comenzó a trabajar en las cuerdas que
sostenían mis manos.
No dije nada, no quería que Garreth me escuchara hablando con mi familiar.
Solo yo podía oír la voz de Ralph en mi cabeza.
163
Casi te tengo libre, entonces puedes correr a la ventana. O esperar, e intentaré encontrar
a Lachlan.
Desesperadamente, traté de enviarle mi agradecimiento telepáticamente a
Ralph. Claramente había subido aquí de alguna manera, luego provocó una
distracción para Garreth. Cuando vi que la enorme sombra del hombre regresaba,
me aclaré la garganta para advertir a Ralph. Sentí que las ataduras se soltaban y
escuché el leve ruido de sus pequeños pasos mientras corría hacia las sombras.
Esperaba que se hubiera llevado las cuerdas con él para que no estuvieran justo
debajo de mi silla.
Por supuesto que sí. Ralph fue lo suficientemente inteligente como para
encontrar toda mi reserva secreta; él se encargaría de los detalles. Y gracias a mi
pequeño ladrón, mis manos estaban libres. Garreth estaba casi encima de mí, pero
ahora tenía opciones.
—¿Por qué me tomaste? —pregunté—. ¿Por qué no me matas?
Se rio, luego giró en círculo, mirando hacia la puerta. Mi mirada siguió sus
movimientos y noté una cuerda que formaba una línea triple frente al umbral. Otra
cuerda lo conectaba a un punto más profundo de la habitación… y conducía
directamente a una ballesta con un perno con punta plateada.
Cebo.
Yo era un cebo.
Lachlan
Eve.
Un miedo como nunca había conocido se disparó directamente a mi corazón.
Se la habían llevado hacía quince minutos, a través de una puerta secreta que no tenía
ni idea de que existía y todavía no la habíamos encontrado. Nadie había podido hacer
reaparecer la puerta y abandonamos el esfuerzo.
¿Cómo diablos conocía el asesino la torre mejor que yo?
La búsqueda había adquirido una nueva urgencia y sus amigas estaban tan
frenéticas como yo. Pero cada habitación que buscamos, cada cubículo, estaba vacío.
164
Estaba subiendo al octavo piso cuando lo sentí.
Mi compañera.
El conocimiento de ella me golpeó en el pecho como un ariete, quitando el
aliento de mis pulmones. De alguna manera, ella había aparecido. Estaba en esta
misma torre. Podía sentirla como podía sentir mis propias extremidades. Y estaba en
peligro.
¿Eve?
Tenía que ser Eve. No tenía idea de por qué podía sentirla ahora, pero podía.
—Está arriba —dije, mi mirada se dirigió a Seraphia—. La parte más alta de
la torre.
—¿Cómo lo sabes?
—Puedo sentirla.
Froté mi pecho, luego me volví y corrí hacia las escaleras. Tenía que llegar a
ella.
Eve
Garreth me miró mientras tragaba saliva, mi mirada clavada en el perno.
Plata. Venenoso para los hombres lobo. Un disparo al corazón mataría a Lachlan,
rápidamente. Un perno normal podría no hacerlo, los hombres lobo eran sanadores
poderosos, pero ese perno de plata era mortal si lo golpeaba en el lugar correcto.
Incluso si no lo hacía, lo debilitaría, tal vez incluso los igualaría.
—Asumí que vendrían por ti —dijo—. No soy tan fuerte como mi hermano,
ya ves. Nadie lo es, especialmente cuando está en su forma de lobo. Entonces
necesito la ventaja. Poco sabía que encontré a su pareja. Podrá sentirte ahora que el
collar fue removido. Va a venir por ti.
Oh, destinos.
No podía esperar a que llegara la ayuda.
165
Tan sutilmente como pude, metí la mano en el éter y saqué mi bolso. Era
demasiado grande para que fuera completamente grácil y Garreth notó que algo
estaba pasando. Frunció el ceño y dio un paso adelante.
—¿Qué estás haciendo?
Metí la mano en la bolsa y saqué de la primera poción bomba que pude
encontrar, luego me puse de pie para arrojársela.
Pero fue demasiado rápido y la esquivó. Se hizo añicos en el suelo detrás de
él, rociando líquido verde por todas partes. Una bomba de ácido, desperdiciada.
Metí mi mano por otra y la arrojé, golpeándolo en el hombro esa vez. El ácido
le carcomió la piel, verde y brillante. Aulló, pero no cayó.
La maldición de la Luna Oscura tenía que estar haciéndolo más fuerte.
Detrás de él, se abrió la puerta. Apareció Lachlan.
Antes de que pudiera tropezar con el cable, grité.
—¡Agáchate! ¡Es una trampa!
Fue muy tarde. Ya había dado un paso adelante y su pie atrapó el cable. Pero
pareció haberme escuchado. Se agachó y atrapó el perno en lo alto de su hombro. El
dolor brilló en su rostro cuando lo arrancó de un tirón.
Saqué otra bomba de poción y se la arrojé a Garreth. La esquivó, sus
movimientos anormalmente rápidos, y se volvió para cargar hacia Lachlan.
Mi compañero.
Su mirada se encontró con la mía, solo brevemente. Podía sentirlo ahora.
Con el colgante desaparecido, podía sentir a Lachlan como un segundo
corazón.
Era una locura.
Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Lachlan vio a Garreth y sus ojos se
abrieron con sorpresa a la vez que palidecía.
Garreth sacó un cuchillo largo y terriblemente afilado.
—Garreth.
La voz de Lachlan fue áspera.
—Hermano.
—Estabas muerto.
166
Garreth se limitó a sonreír, frío y oscuro, y luego cargó. Llegó hasta Lachlan
y levantó el cuchillo.
Lachlan lo desvió y le dio un golpe en el estómago a su hermano. Garreth se
dobló, jadeando, pero logró golpear el brazo de Lachlan con su cuchillo.
El metal atravesó la chaqueta de Lachlan. Se estremeció, luego se lanzó sobre
Garreth y lo tiró al suelo. La cabeza de Garreth crujió contra la madera y sus brazos
se aflojaron brevemente. Aprovechando la oportunidad, Lachlan agarró la hoja de la
mano de su hermano y la arrojó al otro lado de la habitación.
Pero Garreth pronto recuperó sus fuerzas y se quitó a Lachlan de encima.
Lucharon, rodando y dándose puñetazos, aterrizando golpe tras feroz golpe.
Agarré una bomba de poción aturdidora pero no pude encontrar una abertura.
Se movían demasiado rápido y era muy probable que golpeara a Lachlan.
Garreth se las arregló para arrojar a Lachlan fuera de él una vez más antes de
lanzarse hacia la cuchilla desechada. La levantó en su mano y se volvió hacia
Lachlan, con el cuchillo en alto.
Los ojos de Lachlan brillaron y cambió, transformándose en su lobo. Era
enorme y glorioso mientras gruñía y luego se lanzaba.
Claramente dándose cuenta de que estaba superado cuando Lachlan estaba
en forma de lobo, Garreth arrojó el cuchillo. Era un excelente tirador, y la daga cortó
a lo largo de la pata delantera de Lachlan. Lachlan tropezó y Garreth corrió hacia la
ventana, sabiendo que no tenía ninguna posibilidad. Lancé otra poción bomba,
golpeándolo justo en la espalda, pero ni siquiera se detuvo. Arrancándose la
chaqueta, se arrastró hacia la libertad.
Lachlan lo siguió, saltando por la ventana segundos detrás de él.
Seraphia apareció en la puerta, mirando perpleja alrededor del ático.
—¡Cuidado con las trampas! —grité mientras corría detrás de los hermanos.
Ya era de noche, luna llena. Garreth debe haberse transformado, porque
ahora había dos lobos en el techo. Lachlan, el más grande de los dos, perseguía a
Garreth, sus formas iluminadas por la luz de la luna. Estaba casi encima de él. Corrí
tras ellos, sabiendo que era una locura correr hacia una pelea como esta, pero incapaz
de acobardarme ahora.
Lachlan saltó, elevándose cuatro metros en el aire, una hazaña de increíble
habilidad que me dejó sin aliento. Aterrizó sobre Garreth y los dos cayeron por el
techo suavemente inclinado, rodando una y otra vez mientras gruñían y se mordían
el uno al otro. Destellos de sangre brillaron en la pálida luz, marcando a ambos lobos.
Fue fascinante. Tan violento. Tan poderoso.
167
Jadeando, reduje la velocidad hasta detenerme a unos veinte metros de
distancia. La pelea estaba tardando demasiado.
Lachlan ya debería haber ganado. Su hermano era más fuerte y rápido como
resultado de la maldición de la Luna Oscura, pero no tan fuerte como Lachlan.
Incluso con la herida del perno, Lachlan debería haber podido encargarse…
No quiere matar a su hermano.
El pensamiento pasó por mi mente con tanta intensidad que me sentí como
una idiota por no darme cuenta antes.
Los lobos no eran exactamente buenos en tomar rehenes. Era más matar o
morir cuando peleaban.
Frenética, revolví mi bolso en busca de una poción aturdidora. Tenía que ser
una aturdidora. Dos de ellas. Nada más serviría, ya que no podía garantizar que fuera
a golpear al lobo correcto. Eran una masa de pieles y extremidades agitadas.
Encontré la primera, gracias a los destinos, luego la otra. En silencio, me
acerqué. Los lobos estaban demasiado distraídos para esquivarme, pero no podía
permitirme fallar. Me detuve a diez metros de distancia, temblando. La pelea era tan
cruel y poderosa que hizo que mi alma pareciera encogerse dentro de mí.
Con cuidado, apunté al lobo más pequeño, luego lancé mi poción bomba.
Aterrizó de lleno en su espalda. Le dio un último mordisco al hombro de Lachlan y
luego se derrumbó, inconsciente.
Jadeando, dejé caer mis manos sobre mis rodillas y me preparé, mirándolos.
Finalmente, le había dado una a ese bastardo.
Lachlan tardó un momento en darse cuenta de que su hermano estaba
inconsciente. Cuando lo hizo, se lanzó hacia atrás y se transformó en humano,
sorpresa en su rostro mientras miraba al lobo inconsciente.
—¡No está muerto! —grité.
Seraphia se acercó detrás de mí, extendiendo las manos para que las
enredaderas pudieran crecer en sus palmas. Se estiraron por el techo y rodearon al
lobo, envolviéndolo en un bulto del que no podría escapar. Cuando terminó, me
entregó la cadena de plata y el colgante que había perdido.
—Lo encontré en el suelo. Debe haberlo dejado caer.
Lo miré fijamente. ¿Volver a ponérmelo o no?
Incluso ahora, podía sentir el tirón entre Lachlan y yo. El vínculo de pareja
era imposible de ignorar.
168
Tomé el camino de los cobardes y me puse el collar. El vínculo se rompió de
inmediato y su mirada se posó en la mía.
—Tus orejas han vuelto —murmuró Seraphia.
—Gracias.
Me quedé mirando a Lachlan, incapaz de apartar la mirada. Era imposible
leer su rostro, pero mi secreto definitivamente había salido a la luz. Tragué saliva y
luego retrocedí.
Había atrapado al asesino. Su hermano.
—Debería estar inconsciente durante una hora —dije—. Tengo una poción
de la verdad. Si lo haces tomarla mientras está debilitado, dará más respuestas.
Lachlan asintió con la cabeza, con la mandíbula apretada.
Una parte de mí quería correr, pero una gran parte de mí quería respuestas.
Respuestas necesarias. ¿Qué diablos había pasado aquí?
Lachlan tomó a su hermano en brazos y se tambaleó hacia mí. Cuando se
acercó, vi la sangre empapando su ropa. Tantas heridas. Garreth le había dado
bastantes mordiscos espeluznantes y dolía solo mirarlo.
—Puedo hacer que las enredaderas lo lleven —dijo Seraphia.
—No.
El tono de Lachlan fue tan duro que ella solo asintió.
Pasó junto a nosotras, llevando al lobo que era su hermano. Su expresión
estaba destrozada, dolor en cada línea de su rostro.
Seraphia tomó mi mano y la apretó. La miré, sintiendo las lágrimas pinchar
mis ojos.
—Esto es mucho peor de lo que esperaba.
Ella asintió.
—Lo sé, amor. Pero todo saldrá bien.
—No para Lachlan.
Ella suspiró, su expresión triste.
—Tal vez no.
Tragué saliva.
169
—Vamos a terminar con esto.
170
Eve
Lachlan llevó a Garreth al sótano. De hecho, a la misma celda a la que me
habían arrojado. Al parecer, estaba reservada para asesinos.
En la puerta, se volvió hacia Seraphia y hacia mí.
—Denme un momento.
Asentimos y cerró la puerta.
Mientras esperábamos, le enviamos un mensaje de texto a Carrow,
informándole que la búsqueda había terminado y que todos estaban bien. Bueno, la
mayoría. No necesitaba todos los detalles.
Unos minutos más tarde, Lachlan abrió la puerta. Detrás de él, vi a Garreth,
humano una vez más, semiconsciente y atado con enormes cadenas de hierro.
Miré a Lachlan. Encontró mi mirada con ojos de acero.
—¿La poción de la verdad?
Asentí y la saqué de mi brazalete de cuero, que había encontrado en el piso
del ático.
—Deberías poder sacarle tres o cuatro preguntas. Depende de lo mal que se
sienta ahora. Una persona sana, solo obtendrías una.
Asintió, con expresión sombría.
Los latidos de mi corazón tronaron mientras lo seguía al interior de la
habitación. Seraphia intentó seguirlo, pero Lachlan se dio la vuelta y negó con la
cabeza.
Ella asintió.
—Estaré arriba.
Él me está permitiendo quedarme.
171
Mantuve mi distancia mientras él pellizcaba la nariz de Garreth y lo hacía
beber la poción, mi corazón se rompía con cada segundo que tenía que mirarlo. Los
recuerdos de ellos cuando eran niños pasaron por mi mente. Los había visto de vez
en cuando desde la distancia, siempre juntos. Jugando cuando eran más jóvenes,
compitiendo cuando eran mayores, pero siempre juntos.
¿Por qué Lachlan había tenido que perder tanto? Odiaba lo injusto que era.
Después de tragar, Garreth parpadeó y se sentó erguido, con los ojos negros
todavía enloquecidos.
Lachlan me miró y asentí.
—Adelante. Funciona de inmediato.
—¿Por qué los mataste, Garreth? —preguntó.
Apretó la mandíbula, resistiendo al principio. Finalmente, espetó:
—Borrar mi pasado.
Lachlan no pareció sorprendido, solo asintió. Bill y Danny debieron de ser
amigos de Garreth cuando eran niños, y Lachlan lo sabía. Eso también explicaba la
profanación de la tumba de su padre e ir tras Lachlan.
Mi corazón dolía solo de pensar en eso.
—¿Fingiste tu propia muerte? —preguntó Lachlan.
—No.
Sacudió la cabeza, la terquedad arrugando un lado de su boca.
La confusión brilló en el rostro de Lachlan y se volvió hacia mí.
—La poción todavía está funcionando —dije.
La atención de Garreth estaría clavada en nosotros hasta que el efecto
desapareciera.
Lachlan se volvió hacia su hermano.
—Vi tu cuerpo. Enterré tu cuerpo. Habrías tenido que planear eso. No
reanimamos.
Fruncí el ceño. ¿Qué diablos estaba pasando? Lachlan había enterrado el
cuerpo de su hermano, pero ¿estaba aquí?
—¿Qué pasó? —exigió Lachlan—. ¡Dime, maldita sea! ¿Qué te pasó?
—¡No lo sé! —gritó Garreth, sus ojos negros enloquecidos.
172
Luchó contra sus cadenas y el dolor recorrió el rostro de Lachlan.
Era cierto. Todo lo que decía era verdad. Realmente no sabía cómo había
sobrevivido al accidente que había visto Lachlan.
—Cuidado —murmuré—. Solo una pregunta más. Quizás dos, pero
probablemente no.
Soltó una risa corta y amarga.
—¿Que no las desperdicie, entonces?
Parecía que estaba al final de su línea, su rostro tenso por el dolor. Se volvió
hacia su hermano.
—¿Se acabó o hay más personas amenazando a nuestra manada?
Era la pregunta correcta. La pregunta más desinteresada. Lachlan era Alfa por
una razón.
—Hay más. —Garreth asintió—. Mucho más. Y ya vienen. Por ella.
Su mirada se movió hacia mí, tan brillante e intensa que me estremecí.
—¿Por mí? —susurré, mi piel se enfrió.
Se rio, enloquecido por la maldición de la Luna Oscura.
—Lo sentí cuando te quité el collar. Ella es la que buscamos. La que él busca.
—¿Quién? —preguntó Lachlan—. ¿Quién, maldita sea?
Garreth cerró la boca, luego se apoyó contra la pared y miró al vacío.
Mierda. Mierda. Mierda.
La poción había acabado.
Miré a Lachlan. Se volvió hacia mí, la frustración arrugando su boca.
—¿Tienes más de esas pociones?
Negué con la cabeza.
—Aquí no. Y tomará tiempo hacerlas.
—Bien.
Le dio a su hermano una última mirada, luego se volvió y se fue, haciéndome
un gesto para que lo precediera fuera de la habitación.
173
Cada centímetro de mi cuerpo vibraba mientras caminaba delante de él. Le di
a Garreth una última mirada por encima de mi hombro. Se veía horrible.
—Necesitará atención médica —dije.
—La tendrá.
No había ira en la voz de Lachlan, solo agotamiento. Tristeza.
Cerró la puerta detrás de sí, encerró a Garreth y me volví hacia él, sin tener
idea de lo que iba a decir.
—Aquí no.
Su tono fue brusco.
Bueno, eso lo hizo fácil. Me di la vuelta y subí las escaleras. En el nivel
principal, Kenneth y una mujer nos esperaban. La había visto cuando las tropas se
estaban organizando para la búsqueda: Moira MacKenna, la líder de sus fuerzas de
seguridad.
Se encontró con la mirada de Lachlan.
—¿Está en el calabozo?
Lachlan asintió.
—Kenneth, arregla el tratamiento médico para él. Y comida. Pero ten mucho
cuidado. Es peligroso. La maldición de la Luna Oscura.
Moira frunció el ceño.
—¿La maldición? ¿Y no lo vamos a matar?
No sabía que era Garreth.
Oh, destinos.
—Todavía no —dijo Lachlan.
—Ese no es protocolo. Lo sabes mejor que nadie.
Ella quería que matara a su hermano. Ahora.
No, no, no. No pude soportarlo.
—Lo haremos —dijo Lachlan, su voz totalmente desprovista de emoción—.
Pero no todavía. Tiene la información que necesitamos. Si alguien le hace algo, será
desterrado.
Moira palideció. Lachlan estaba al límite de su paciencia y ella pudo notarlo.
174
Se encontró con su mirada.
—Asigna las fuerzas apropiadas para ayudar a Kenneth, luego asegúrate de
que los miembros del Gremio de la Sombra abandonen las instalaciones de
inmediato.
Mi corazón dio un vuelco.
Me voy.
Era algo bueno, por supuesto. Pero odiaba lo destrozado que se veía Lachlan.
Lo roto.
Moira asintió y me hizo un gesto para que la siguiera.
—Ella no.
Su voz fue mordaz.
Ella asintió y giró sobre sus talones, alejándose. Kenneth ya se había ido.
—¿Qué quieres decir con no yo? —pregunté—. Soy del Gremio de las
Sombras.
—¿Lo eres, compañera?
Se me pusieron los vellos de punta.
—Lo soy ahora. Y tenía mis razones para mis secretos.
—No me importa. —Su voz fue más dura de lo que nunca la había escuchado,
más aguda y fría. Me agarró del brazo y tiré, tratando de alejarme—. Para —dijo—.
Te lastimarás a ti misma.
—Tú me estás lastimando.
—Tienes razón. Debería tener más cuidado.
Sus ojos eran como el pedernal cuando me tomó en sus brazos y me arrojó
sobre su hombro.
Aterricé con un uff, el aire salió de mis pulmones. Rápidamente, agarró mi
muñeca con el brazalete, sosteniéndola firmemente para que no pudiera sacar una
poción para usar en defensa.
—¡Déjame ir, bastardo!
Pateé y me retorcí, tratando de liberarme.
—Eres mi compañera, Eve.
175
Caminó por los pasillos y subió las escaleras que conducían a la cima de la
torre.
—Eso no significa que puedas secuestrarme. ¡No eres mi dueño!
—Y, sin embargo, aquí estás. —Llegó a la habitación donde me había
mantenido prisionera y me dejó en el suelo, luego me empujó suavemente dentro.
Bloqueó la puerta, su cuerpo era demasiado ancho para pasar—. Eres parte de esto,
no importa cuánto quieras negarlo. Y hasta que averigüemos qué está pasando, por
qué esta persona está detrás de ti, no te perderé de vista. Te vas a quedar aquí.
La sorpresa me clavó en el suelo mientras lo miraba. Sus ojos nunca dejaron
los míos mientras cerraba la puerta en mi cara y giraba la cerradura.
176
Nota de la autora: Esta escena eliminada técnicamente es el comienzo del próximo libro. No
lo logró quedar para el segundo libro, ¡pero pensé que te gustaría echar un vistazo de todos
modos!
Un día después de los eventos en Darkest Moon
Eve
Miré por la ventana de la torre de mi prisión, mi mente dando vueltas.
Habían pasado veinticuatro horas completas desde que ese bastardo de
Lachlan me había encerrado aquí y todavía no había encontrado una salida.
Tampoco lo había visto.
Casi había salido esta mañana, pero tan pronto como saqué mi bolsa de
pociones del éter, un guardia entró y me la quitó. No tenía idea de cómo había sabido
que la tenía, pero su sincronización había sido impecable.
Peor aún, ya no tenía mi encanto. Me lo habían quitado. Si escapara,
efectivamente no me parecería a una fae. Mis malditas orejas puntiagudas se habían
ido.
Puse mi mano frente a la ventana, pero la barrera protectora aún se clavaba
en mi palma. Ya había abierto los paneles de vidrio, pero aún quedaba la barrera y
una rejilla de metal entre la libertad y yo.
Los malditos cambiaformas habían pensado en todo.
Me volví y me dejé caer contra la pared, mirando la puerta.
¿Qué diablos iba a hacer?
Deja de lucir abatida, incompetente.
Di una sacudida y miré hacia la ventana. Un mapache se sentaba en el
alféizar, mirándome.
Me puse de pie de un salto.
177
—¡Ralph! ¡Te tomó bastante tiempo!
Ralph frunció el ceño.
Tenía que encontrar algo en tu alijo para ayudarte. No puedo forzar cerraduras
exactamente, sabes.
Me lo había perdido antes, pero él estaba agarrando una pequeña bolsa de
cuero.
—¿Qué tienes ahí?
Un surtido.
Sacó algunos frascos de pociones y los sostuvo para que los viera. Debido a la
barrera protectora y la rejilla de hierro, no podía entrar a la habitación. Pero pude ver
las etiquetas de las botellas que había elegido.
Señalé la azul.
—Esa hará crecer rosas súper rápido.
Ralph frunció el ceño y la tiró por encima del hombro.
—¡Oye! Eso no significa que no haya sido difícil de hacer.
Tienes a Seraphia para cultivar tus rosas. ¿Y este?
Levantó un pequeño recipiente verde.
—Ese derretirá mi piel.
Asqueroso.
También la arrojó detrás de él.
—Lo juro por Dios, Ralph, si arrojas otra, te arrojaré a ti.
No puedes llegar a mí. ¿Qué pasa con este?
Levantó una roja.
—Poción para dormir. ¿Qué más tienes en la bolsa?
Afortunadamente, no tiró la poción para dormir. La cambió por cuatro más.
Cuando levantó la última, miré la etiqueta.
¿Por qué parece que te has comido un limón agrio?
—Esta es mi cara pensante.
Vas a querer trabajar en eso.
178
—Oh, cállate y pásame el frasco.
Ralph sonrió.
¿Es útil?
—No me sacará de aquí, pero es el primer paso.
Ralph empujó el frasco a través de la barrera protectora, haciendo una mueca
cuando su pequeña garra tocó el escudo mágico. Solo estaba destinado a repeler los
seres vivos, por lo que era posible empujar el vial de vidrio a través de este.
¿Qué hace? preguntó Ralph mientras recogía el frasco y me lo bebía.
Un escalofrío se apoderó de mí.
—Experiencia extra-corporal.
En cuanto las palabras salieron de mi boca, sentí que mi alma se liberaba.
Escuché un ruido sordo cuando mi cuerpo colapsó pesadamente en el suelo. Hice
una mueca y me volví, esperando no haberme golpeado la cabeza. Mi forma física
estaba tendida detrás de mí, pero no había sangre cerca de mi cabeza, gracias al
destino.
—Realmente debería haberme sentado primero. —Me volví hacia Ralph—.
Lo hiciste bien, amigo. Sírvete a ti mismo de mi escondite.
Ya lo hice. Necesitas comprar más. Barras Lion, si puedes.
Le fruncí el ceño.
—Un poco de autocontrol ayudaría mucho a proteger mi cuenta bancaria.
Levantó las patas.
Eso suena como un problema para “ti”, no un problema para “mí”.
Pequeño bastardo descarado. Agradecía su ayuda, pero iba a tener que
empezar a pedir chocolates al por mayor.
—Aquí está el plan.
Asintió con entusiasmo mientras lo describía, dándome una mirada escéptica
cuando terminé.
¿En serio? ¿El Gremio de las Brujas?
—Sí. Ahora nos vemos afuera en diez minutos. Necesito escabullirme de este
lugar.
179
El resto del Gremio de las Sombras está esperando junto a esa cafetería que te gusta.
Estaré allí, en el callejón.
Mi corazón se calentó.
—¿Vinieron?
Duh.
—Está bien, Sr. Sarcástico.
Puede que sea un mapache, pero incluso yo comprendo a los amigos. Necesitas trabajar
en tu autoestima. No te iban a dejar.
—Gracias, Ralph.
Quizás tenía razón, pero no iba a insistir en eso.
Me volví y me acerqué a la pared lateral de mi habitación. Como ya no tenía
forma corpórea, podía deslizarme a través de la piedra. Era más fácil haber seguido
a Ralph hasta el tejado, pero quería ver qué estaba haciendo Lachlan.
Aunque no podía hacerme invisible, podía permanecer escondida dentro de
los gruesos muros de la torre y moverme. Si esto fuera una casa moderna y no un
montón de piedras, mis malditos hombros sobresaldrían del panel de yeso mientras
me movía.
Llegué a la pared, respiré hondo y entré.
Inmediatamente, mi corazón se aceleró. El espacio estaba completamente
oscuro y espeluznante como el infierno. Nunca me había considerado claustrofóbica,
pero estaba dispuesta a revisar la idea, dadas las circunstancias.
Con cuidado, me dirigí hacia la pared principal. Me arriesgué a echar un
vistazo al pasillo y volví a entrar. Si alguien hubiera estado mirando, habría visto un
par de globos oculares y senos fantasmales que sobresalían de la piedra.
No era mi mejor look.
Me derretí contra la pared y continué a través de la torre, tomando el giro
equivocado ocasional en la oscuridad.
Casi había escapado cuando llegué a las habitaciones de Lachlan. Dudé.
Espiar era impropio, pero él me encerró, así que no me sentía mal. Me asomé por la
pared y lo vi sentado en su gran silla frente al fuego. Miraba fijamente las llamas, la
luz dorada parpadeando sobre sus rasgos brutalmente hermosos.
¿Por qué tenía que verse así?
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Era superficial de mi parte, tal vez, pero era difícil no mirar a un tipo que
parecía un dios. Incluso si era un idiota.
Sus anchos hombros ocupaban el respaldo de la silla y sus fuertes brazos
cubrían los reposabrazos. Mi mirada se posó en el familiar frasco que tenía en la
mano.
Tratando de aplastar cualquier emoción, sin duda.
Después de lo que acababa de descubrir sobre su hermano, no podía culparlo.
No. Mala Eve.
Eso estaba peligrosamente cerca de la simpatía y él era mi captor. No podía
permitirme el lujo de sentir lástima por él. Ni siquiera cuando estaba sentado solo en
su apartamento, un espacio estéril tan triste y lúgubre que me hacía estremecer.
¿Dónde estaba su hermano?
¿Seguía encerrado en las mazmorras?
No era mi problema.
Ahora no, al menos. Dado que su hermano había dicho que yo era un
objetivo, probablemente se convertiría en mi problema.
Sin embargo, hoy no.
Hoy, mi problema era simple. Necesitaba encontrar una manera de salir de
esta torre. Con la curiosidad satisfecha, seguí adelante hasta que encontré la salida,
siguiendo la pared exterior hasta el lado oscuro de la torre para evitar ser vista.
Cuando llegué al borde del edificio, dejé la pared y me lancé hacia el
cementerio. Estaba oscuro y sombrío, y muy probablemente vacío a esta hora de la
noche.
Y si no estaba vacío, estaba bien. Me parecía mucho a un fantasma en este
momento.
Me deslicé por el cementerio en silencio, mi cuerpo ingrávido.
Siguiendo los callejones, atravesé la ciudad. No sería gran cosa si me vieran,
había un montón de bichos raros en Ciudad del Gremio, y una forma incorpórea
difícilmente se destacaría, pero no podía arriesgarme a que me viera un
cambiaformas que pudiera hacer sonar la alarma.
Diez minutos más tarde, me encontré con mis amigos en el callejón de la
cafetería que amaba: Perk Place.
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Carrow, Mac, Beatrix, Seraphia y Quinn estaban en las sombras y mi corazón
se iluminó cuando los vi.
—Chicos.
Sonreí ampliamente.
Carrow me miró de arriba abajo.
—Esto no es lo que esperaba. Un poco más pálida de lo normal. ¿Te
contagiaste de algo?
Me reí.
—Fue lo mejor que pude hacer con lo que trajo Ralph.
El pequeño mapache, que estaba sentado a un lado, refunfuñó.
—Lo hiciste muy bien, Ralph —dije.
Y no lo olvides.
—¿Cuál es el plan? —dijo Carrow—. Porque parece que dejaste tu cuerpo
atrás.
—Sí y lo quiero de vuelta. Tenemos que ir al Gremio de las Brujas y conseguir
que me hagan un hechizo que destruirá las rejas y el hechizo de protección de mi
ventana.
Mac sonrió.
—Excelente idea. Es noche de fiesta allá. De disfraces, deberías mezclarte
perfectamente.
Carrow miró sus jeans y su chaqueta de cuero.
—Nosotras no.
—¿Dónde vamos a conseguir disfraces a esta hora? —dijo Beatrix.
—Probablemente estarán felices de prestárnoslos. —Mac frunció el ceño—.
La desventaja es que serán horribles.
—Cualquier cosa por un amigo.
Quinn sonrió.
—Cuidado o te vestirán como el espantapájaros del Mago de Oz —dijo Beatrix.
Quinn se estremeció.
—Habría heno por todas partes.
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—Me temo que no tenemos tiempo que perder —dije.
Quinn asintió, incondicional.
—Puedo manejar el heno.
Se me escapó una breve risa.
—Eres un héroe, Quinn.
Juntos, nos pusimos en camino hacia el borde de la ciudad donde vivían las
brujas. Mis amigos me rodearon, ocultándome de la vista y llegamos al patio de las
brujas sin encontrarnos con ningún cambiaformas. Incluso si me hubieran visto, no
podrían hacerme nada de esta forma. Sin embargo, no quería que se metieran con mi
cuerpo o que se interpusieran en mis objetivos con las brujas.
Al igual que las torres del Gremio de las Sombras y del Gremio de los
Cambiaformas, las brujas tenían un patio que separaba su vivienda del resto de la
ciudad. Sin embargo, era muchísimo más desaliñado, lleno de hierba amarillenta y
la fila de tiendas frente a la torre estaba casi vacía.
Las brujas eran tan ruidosas, y frecuentemente destructivas, que los dueños
de las tiendas evitaban el área. Era como una casa de hermandad eterna con un toque
desviado. Los hechizos con frecuencia se volvían locos, disparados desde las
ventanas de la torre y los fuegos mágicos quemaban regularmente la hierba.
Teóricamente, el Consejo de Gremios mantenía el control de todos los
gremios, manteniendo la ciudad funcionando sin problemas.
Aunque no a las brujas.
Sin embargo, no tenían la excepción formal que tenían los cambiaformas.
Simplemente nunca seguían las reglas. Mantenerlas en línea era como arrear gatos.
Al Consejo le gustaba fingir que era posible, pero todos los demás sabían que era
ridículo.
Esta noche era una de las noches que demostraba que su reputación estaba
bien ganada.
Una fiesta se agitaba dentro del edificio torcido. A diferencia de la mayoría
de los gremios, las brujas no residían en una torre de piedra. Su casa era un edificio
cuadrado marrón rematado con un techo puntiagudo que se parecía a un sombrero
de bruja. Toda la estructura se inclinaba bruscamente hacia la izquierda. Escaleras
de madera oscura subían por los lados del edificio hasta la puerta situada en lo alto.
Un humo rosa pálido salía de las chimeneas.
—Ahora o nunca.
Carrow dio un paso hacia el edificio y la seguimos.
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La música retumbaba en el interior y se hacía más fuerte, haciendo vibrar las
escaleras a medida que subíamos. La puerta en la parte superior se abrió para revelar
a un mayordomo adusto, un hombre mayor con una expresión severa y un traje
perfectamente hecho a medida.
—Jeeves.
Mac sonrió ampliamente.
—Macbeth O’Connell.
Su tono sombrío coincidía con la expresión amarga de su rostro.
—Te juro que no tomaré nada, Jeeves. —La sonrisa de Mac se ensanchó—.
Estoy aquí por negocios. Me portaré bien.
Mac tenía la mala costumbre de gastar bromas a las brujas que normalmente
implicaban robos. A las brujas les gustaba, pero Jeeves casi perdía la cabeza cada vez
que descubría una de sus travesuras.
Su ceño se profundizó.
—¡Jeeves, hazte a un lado! —Una voz femenina gritó desde adentro—. Deja
entrar a nuestros invitados.
Jeeves le lanzó a Mac una mirada fulminante, luego salió por la puerta,
revelando a las tres brujas que habíamos venido a ver.
Beth, Coraline y Mary nos sonrieron. Las tres iban vestidas como versiones
ridículas y sexys del león, el espantapájaros y el hombre de hojalata de El mago de Oz.
—Estoy salvado —dijo Quinn en un susurro que solo yo escuché.
El bikini de Beth estaba hecho completamente de pelaje de nylon marrón y
esponjoso, y llevaba una enorme melena de león sobre sus trenzas oscuras. La cosa
era tan grande que parecía que se iba a caer.
Coraline había elegido ser el hombre de hojalata, pero en lugar del conjunto
completo, se puso latas de comida para gatos sobre los pechos.
El problema era que no eran del mismo tamaño. Uno era una lata de Purina
diminuta, la otra una de Felix más grande.
Ella me atrapó mirándome.
—Están limpias. Sin embargo, no es tan cómodo como parecen.
—No me hagas hablar de adónde va este heno —Mary se movió incómoda,
sus diminutos pantalones cortos y la camiseta estaban claramente llenos de heno
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rasposo. Su cabello rosa pálido era de un tono similar al mío, pero el color
comenzaba en sus raíces.
—Nada de esto ha salido según lo planeado.
Beth enderezó su melena de león, que se había deslizado hacia un lado.
Se veían divertidas, pero podían dar mucho miedo. Su lema «Somos las nietas
de las brujas que no pudiste quemar» era su estilo de vida. Eran amistosas, pero nunca
olvidaban que el mundo había estado en su contra. Las hacía ferozmente leales a las
de su propia especie, pero también sospechaban de los forasteros.
Y a veces eran francamente aterradoras.
Carrow sonrió a las brujas.
—Aunque te ves bien.
—Tú no. —Mary la miró de arriba abajo, luego se trasladó al resto de
nosotros—. Solo Eve se ve diferente y tengo la sensación de que no es un disfraz. —
Sus ojos se entrecerraron en mis oídos—. ¿Qué pasó con tus orejas?
—Disfraz.
—Por supuesto. —Ella claramente sabía que estaba diciendo mentiras, pero
no cuestionó. En cambio, miró a mis amigos—. Esto es un problema.
—Lo tengo. —Beth levantó una mano y la magia plateada chispeó en la punta
de sus dedos. Susurró algunas palabras y aparecieron disfraces en mis amigos.
Carrow se convirtió en un muñeco de nieve, Mac en un payaso espeluznante,
Seraphia en un taco y Beatrix en un plátano gigante.
Sin embargo, Quinn fue el mejor.
Desapareció por completo dentro de un disfraz inflable de T-Rex, completo
con los brazos diminutos.
—¿Dónde está mi ropa? —preguntó con voz apagada.
—Ups —dijo Beth—. Espero que tus partes no coincidan con tus pequeños
brazos.
Quinn se rio.
—Nunca lo diré.
—Te dejaré en paz —me dijo Beth—. Eso será suficiente para un disfraz y
parece que has tenido un día difícil.
—No tienes idea. Y necesito ayuda.
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Coraline nos hizo un gesto para que entráramos.
—Entra y dinos lo que necesitas.
Seguí a mis amigos a la fiesta, esperando que las brujas pudieran ayudarme.
De lo contrario, no tenía idea de qué hacer.
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A pesar de diez años de secretismo, Lachlan se ha dado cuenta de que soy su
compañera. Y no está complacido de que me haya estado escondiendo de él.
Difícilmente es mi peor problema, eso sí.
Hay un asesino detrás de mí. Múltiples asesinos, si le creemos a nuestra
fuente. Y están decididos a encontrarme. Por mucho que quiera correr un centenar
de kilómetros lejos de Lachlan para evitar el vínculo de compañeros, es muy
peligroso. Necesito su ayuda para encontrar a las personas que me persiguen, y no
hay manera de que él me deje ir, de todas maneras.
Por mucho que lo odie, vamos a tener que unirnos para parar a un demente.
La caza nos fuerza a estar muy cerca, y a pesar de nuestros mejores esfuerzos para
resistirnos el uno al otro, se convierte más difícil cada día.
El destino parece determinado a salirse con la suya,
y lo que quiere es que
Wolf Queen #2
Shadow Guild Universe #10
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Antes de convertirse en escritora, Linsey fue una arqueóloga que estudió los
naufragios en todo tipo de agua, desde los trópicos hasta los ríos fangosos (y tiene
una clara preferencia por uno sobre el otro). Después de una década de andar dando
vueltas en busca de cosas viejas, se dispuso a empezar a escribir sus propias novelas
de aventuras y está encantada de que a la gente parezca gustarle. Dado que la vida
es mejor con un poco (o mucha) magia, escribe fantasía urbana y romance
paranormal.
PUEDES ENCONTRAR A LINSEY EN:
Linsey@LinseyHall.com
www.LinseyHall.com
https://www.facebook.com/LinseyHallAuthor
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