Subido por Carlos Sánchez

multiculturalismo una mascara

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Scripta Nova.
Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788]
Nº 94 (104), 1 de agosto de 2001
MIGRACIÓN Y CAMBIO SOCIAL
Número extraordinario dedicado al III Coloquio Internacional de Geocrítica (Actas del Coloquio)
LA MÁSCARA DEL MULTICULTURALISMO
Núria Estrach Mira
Observatori d’Ètica Intercultural
Parc Científic de Barcelona
Universitat de Barcelona
E-mail: nestrach@pcb.ub.es o nuriaestrach@yahoo.es
Palabras Clave: multiculturalismo / globalización / neoliberalismo transnacional.
Key-words: multiculturalism / globalization / transnational neoliberalism
En este artículo pretendemos concretar tres aspectos que consideramos fundamentales
del multiculturalismo: en primer lugar analizamos el origen conceptual filosófico del término de lo
múltiple y de lo cultural. Un breve repaso histórico desde el mundo griego hasta el siglo XX.
Posteriormente, recordamos que las confrontaciones culturales en la historia de la humanidad no son
nuevas, y resaltamos ciertos matices de las distintas soluciones teóricas que se han ido poniendo en
práctica. Finalmente, el núcleo de la reflexión desvela como el multiculturalismo es una máscara que bajo
la pretensión de una sociedad universal transnacional desgrana el posible poder estructural del pueblo en
nombre de la tradición cultural más folclórica y a beneficio del capitalismo multinacional. Este último sí
que ha logrado la unificación global, pero su discurso hegemónico tiene grandes fisuras y su síntoma es
el racismo posmoderno. Conclusión, la neutralidad implica también tomar partido, por eso, la posibilidad
de una convivencia en la diversidad pasa por el compromiso político.
La noción de multiculturalismo
Ésta surge de la conjunción de dos términos: múltiple y cultura más ismo. Lo múltiple ha sido uno de los
problemas centrales de la filosofía, relacionado y contrapuesto siempre a lo uno. La tradición filosófica
occidental está enraizada por un lado en Parménides, quien consideraba que la multiplicidad y la variedad
son objetos de la opinión y de la sensación y que sólo lo Uno es objeto de saber. Esta comprensión de la
verdad como única ha sido la mayor arma utilizada contra lo otro, contra lo distinto. Sin embargo, también
en esta misma tradición existieron los defensores de la realidad de lo múltiple y lo vario frente a lo uno,
los sofistas. Y fue Aristóteles quien afirmo que lo uno es inmanente a lo múltiple (que equivale a lo
sensible, mientras que lo uno equivale a lo inteligible). Posteriormente, la idea moderna de multiplicidad,
determinada por la gnoseología de Kant a través de la noción Mannigfaltigkeit, designará el material para
la síntesis: lo múltiple es uno de los caracteres de lo dado frente a lo uno, que es uno de los caracteres de
lo puesto. De este modo, la multiplicidad ofreció diversos aspectos en cuanto a las sensaciones y a las
percepciones, es decir, a la manera de percibir el mundo. En definitiva, con lo múltiple podemos designar
o bien muchos elementos de un tipo, o bien, muchos elementos distintos entre sí. Por lo que respecta a
nuestra reflexión sobre el multiculturalismo nos interesará analizar el segundo uso del término múltiple:
lo vario, multitudo, de la cultura.
En esta misma tradición filosófica, los sofistas distinguen la cultura - aquello que es por convención o
por ley, múltiple y distinto entre si y respecto a otras comunidades- de lo que es "por naturaleza". A lo
largo de la historia hemos entendido por cultura la posesión de un lenguaje para la comunicación - en la
Edad Media, las naciones eran las lenguas mientras que con la ilustración los Estados-nación aspiran a
ser cosmopolitas -, el tipo y modo de utilización de instrumentos y la organización social. En cada cultura
encontramos valores materiales, así como mitos, creencias religiosas, leyendas, ideas científicas y
filosóficas, códigos morales y costumbres. Y en todos los casos, se adscriben a estos objetos valores que
son considerados o subjetivamente u objetivamente. En términos de Ortega y Gasset, la cultura es lo que
hace el hombre cuando se hunde, para sobrenadar en la vida, creando valores, sentidos. Por eso, la cultura,
incluso la más despolitizada, no está exenta de contenido político, simplemente unas veces responde a los
intereses del pueblo(1) y otra a la ideología capitalista.
De lo dicho hasta ahora podemos deducir que el concepto de multiculturalismo, que aparece en la segunda
mitad del siglo XX en EEUU nominando el fenómeno de la diversidad cultural, ilumina las diferencias
culturales y resalta la importancia de la afirmación de las creencias particulares y diferenciadas. El
problema es que acaba atendiendo exclusivamente a las contingencias y al folklore, olvidando las
necesidades reales que genera la convivencia ciudadana de la diversidad cultural en la política. Es por eso
que consideramos que el marco de reflexión sobre concepto de multiculturalismo debe ser crítico.
El choque cultural
De la equivalencia entre cultura y marco geográfico se ha pasado al hecho real que distintas culturas
comparten un mismo espacio geofísico, surgiendo –aunque evitable- la confrontación cultural. Ésta última
no es un hecho nuevo, recordemos el ya clásico ejemplo de la colonización española de las Américas y
sus consecuentes sometimientos culturales. La agresividad de los choques culturales en la religión, la
política y lo social fue de tal forma que en el siglo XVIII los hombres se vieron necesitados en redactar la
primera Declaración de los derechos de los hombres y del ciudadano(2), que proclamó la libertad y la
igualdad en los derechos de todos los hombres, dependientes de su nación. Y no será hasta el siglo XX,
después de la segunda guerra mundial, que se alzará la exigencia mundial por la mejora de las condiciones
del hombre, lo que desembocó en la reivindicación de las libertades y de los derechos del hombre, sin
importar la nacionalidad. En 1942 los gobiernos firmantes de la Declaración de las Naciones Unidas la
declararon: "esencial para defender la vida, la libertad, la independencia y la libertad religiosa, así como
para conservar los derechos humanos y la justicia en los propios países y en las otras naciones". Tres años
más tarde, en San Francisco, la ONU declara como fines:
"conseguir la cooperación internacional en la solución de los problemas internacionales
de carácter económico, social y cultural o humanitario, y en la promoción y el fomento
del respeto de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales para todos sin
distinción de raza, de sexo, de lengua o de religión" .
Pero la negociación a la hora de asumir acuerdos que reflejen los ideales humanitarios comunes de los
estados diferentes que participan en la Declaración universal de los derechos del hombre (1948) ha
generado grandes dificultades. ¿Cómo se puede articular esa igualdad en el trato de la discriminación
racial, sexual en el asilo territorial? No basta con reconocer el derecho de los hombres y de las libertades
fundamentales para la paz y la justicia. El sentido de la teorización se completa con la puesta en práctica.
Por lo tanto, el problema es cómo articular esa igualdad, cómo legitimar la misma validez de distintas
formas de comprensión del mundo, cuando en ciertas ocasiones la afirmación de unas implica la anulación
de la otra.
Globalización y multiculturalismo
Hoy irónicamente la llamada globalización, y en nombre de la universalidad, intenta promover la forma
del fragmento cultural, algo así como la convivencia impermeable de la diversidad cultural: lo que
entendemos como multiculturalismo. Del Estado-nación moderno con aspiraciones cosmopolitas hemos
pasado a la sociedad universal transnacional, donde la escala de valores no está determinada por la
identidad nacional cultural sino que, como sucede en la Ideología Americana su identidad viene
determinada por la particularidad misma de ser precisamente indio, negro, judío, etc… Así como átomos
aislados cuyo punto en común es constituirse como una suerte de superproletariado, la coexistencia de
una multiplicidad de comunidades étnicas, religiosas o de estilos de vida restringen la libertad abstracta
que posee el individuo en su capacidad como ciudadano del Estado-nación. En palabras de Alain
Finkielkraut en La derrota del pensamiento (1987) "no se aspira a una sociedad auténtica, en la que todos
los individuos vivan cómodamente en su identidad cultural, sino a una sociedad polimorfa, a un mundo
abigarrado que ponga todas las formas de vida a disposición de cada individuo."(3)
El filósofo Slavoj Zizek (investigador del Instituto de Estudios Sociales de Liubiana, Eslovenia) en su
artículo "Multiculturalismo o la lógica cultural del capitalismo multinacional" (1997) nos advierte del
peligro de comprender elmulticulturalismo como la coexistencia híbrida y mutuamente intraducible de
diversos ‘modos de vida’ culturales, ya que podría interpretarse como un síntoma de la emergencia de su
opuesto: la forma homogeneizada o presencia masiva del capitalismo como sistema mundial universal.
La prodigiosa expansión multinacional del capitalismo no elimina el problema de, por un lado, la
liberación social del proletariado mundial ni, por otro lado, el problema de la liberación nacional de los
países dependientes, etapas del capitalismo clásico, sino que - como señala Eduardo Grüner (profesor de
Teoría Política en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires) en la introducción
de Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo- integra ambos problemas junto con
la desdiferenciación de identidades del proletariado, nunca de la clase dominante que tiene una identidad
notablemente sólida, unificada y organizada. Por eso la insistencia en los movimientos sociales y
elmulticulturalismo no debe descuidarnos del análisis del sistema como totalidad articulada. La lucha
crítica por marcar las diferencias culturales no debe olvidar la homogeneidad del sistema mundial
capitalista. El multiculturalismo señala las diferencias culturales y pierde de vista el sistema como
totalidad articulada. El capitalismo sí que ha logrado su totalización, su unificación global, pero por arriba:
a través de sus sectores financiero, informático y comunicacional.
El lenguaje incorpora de manera inconsciente al hombre, y asistemática, concepciones del mundo que
involucran una amalgama de ideas contradictorias. Una política de resistencia debe enfrentar esas
contradicciones creando un discurso contrahegemónico. Ahora bien, igual que la idea
de textualismo llamó la atención sobre el carácter de construcción discursiva y ficcional de los discursos
naturalizados de la cultural. Ahora la noción de que todo es pura ficción, un simulacro, contiene el riesgo
de que se elimine la diferencia entre la realidad y la representación. Es cierta la descripción que hace
Baudrillard en Cultural y simulacro (1978 ) cuando dice que
"las masas desconfían como de la muerte de esa transparencia y de esa voluntad política.
Olfatean el terror simplificador que está tras la hegemonía ideal del sentido, y
reaccionan a su manera, abatiendo todos los discursos articulados hacia una única
dimensión irracional y sin fundamento, allí donde los signos pierden su sentido y se
agotan en la fascinación: lo espectacular" (4).
Sin embargo no es cierto cuando afirma que "ya no hay investidura política porque no hay ni siquiera
referente social de definición clásica (un pueblo, una clase, un proletariado, condiciones objetivas) para
que de fuerza a un significante político"(5). ¿Se puede creer sinceramente que no existe el proletariado, ni
la mano de obra barata, ni las desigualdades sociales, ni los ‘sin papeles’ o los parados?. Es evidente que
la lucha de clases, la violencia política y el inconsciente existen más allá del texto. Por eso, no debemos
perder la referencia a la práctica material y a las condiciones históricas y sociales.
Apelar a la dimensión de lo real, en relación con los ‘fantasmas’ del registro ideológico, es decir, del
discurso hegemónico de la clase dominante, quiere mostrar aquello que desborda a este discurso. En la
teoría lacaniana del estadio del espejo, lo imaginario es imprescindible para la simbolicidad. Lo simbólico
(que nunca lo contiene todo, pues es lo que permite que la experiencia compartida de la realidad pueda
tener lugar para la singularidad de la imagen, la apariencia particular) se monta sobre el imaginario (lo
que constituye para el sujeto una totalidad de sentido sin fisuras). De este modo, lo simbólico cuestiona
desde dentro, aunque de manera inconsciente para el sujeto, tal plenitud. En este sentido, Zizek señala
que Marx está diciendo que hay algo en la realidad (entiéndase por realidad el anudamiento entre lo
imaginario a lo simbólico) del capitalismo que es absolutamente vital para su funcionamiento: la
plusvalía, pero que al mismo tiempo es lo que no permite un completo cierre de su sentido. Para Lacan
esa plusvalía es identificada con el plus-de-goce. Y Zizek lo interpreta en los siguientes términos: para
distorsionar un deseo, primero se debe incorporar. Así, las ideas dominantes no son precisamente las ideas
de aquellos que dominan, sino que incorporan motivos y aspiraciones fundamentales de los oprimidos
rearticulándose de tal modo que vuelvan a ser compatibles con las relaciones existentes de dominación.
Por lo tanto, el poder y el contrapoder se generan mutuamente; el poder es siempre ya su propia
transgresión. Por eso existe un agregado obsceno que el ejercicio del poder debe ocultar.
El gesto fundador del poder debe permanecer invisible si éste pretende funcionar normalmente. En la
ideología del capitalismo del ciberespacio, la fantasía social que subyace es la de un medio de intercambio
completamente transparente, etéreo, en el que desaparezcan hasta los últimos rastros de la inercia material.
En las condiciones sociales del capitalismo tardío, la materialidad misma del ciberespacio genera
automáticamente la ilusión de un espacio abstracto, con un intercambio ‘libre de fricción en el cual se
borra la particularidad de la posición social de los participantes". Internet, eludiendo las diferencias de
clase, parece que nos haga más libres. Liberados de la censura estatal cuyo objetivo principal debía ser el
mantener la seguridad y un mínimo de equilibrio social. Pero en realidad el problema no es la libertad de
opinión sino el mercado financiero. Como señala muy bien Echeverría en Los señores del aire (1999) la
gestión económica bancaria salta las fronteras de fiscalización beneficiándose de ello los grandes señores
del aire. Internet, aparentemente despolitizado, también tiene una ideología subterránea. Bajo la máscara
del pluralismo de las formas de vida, existe una tensión entre superestructura y base.
Conclusión
El capitalismo tardío multiculturalista tiene un síntoma, el racismo posmoderno contemporáneo, que
muestra la contradicción propia del proyecto ideológico liberal-democrático. La diversidad cultural se
acepta cuando actúa en beneficio de una particularidad específica: la sociedad capitalista burguesa. Es
decir, nos parece completamente legitimo la multiplicidad de comidas étnicas, de ropa o de música, pero
se denuncia al Otro real por fundamentalista. Ante este problema el esquema hegeliano tiene algo que
decirnos: el sujeto aparece primero inmerso en la forma de vida particular (identificación primaria: la
familia o la comunidad local). En segundo lugar, se incorpora a la vida en comunidad (identificación
universal y artificial), donde el individuo se ve obligado a renunciar de sus identificaciones primarias para
entrar en una universalidad abstracta. Esa universalidad abstracta se hace concreta cuando las
identificaciones primarias son reinsertadas en la universalidad transformándose en las formas en que se
manifiesta la identificación secundaria. Se trataría de una reacción contra la dimensión universal del
mercado mundial, una negación de la negación del individuo.
La forma de negación del individuo viene dada por la forma ideal de la ideología del capitalismo global,
el multiculturalismo: una forma de racismo negada, invertida que afirma tolerar la identidad del Otro,
concibiendo al Otro como una comunidad cerrada hacia la cual, el multiculturalista mantiene una distancia
que se hace posible gracias a su posición universal privilegiada. La tolerancia multiculturalista por la
especificidad del Otro es precisamente la forma de reafirmar la propia superioridad, la neutralidad
multiculturalista es falsa. Éste no es directamente racista, no opone al Otro los valores particulares de su
propia cultura, sino que pretende afirmar la coexistencia híbrida de mundos culturalmente diversos
ocultando la problemática real: la presencia masiva del capitalismo con su consecuente imaginario.
Frente al elitismo multiculturalista moderno liberal o al fundamentalismo étnico hay que mantener abierto
el espacio de lo político. No existe una forma real de dejar de ser parcial, pues la neutralidad también
implica tomar partido, por eso debemos suspender el marco moral abstracto. Y el gesto político debe ser
cuestionar el orden universal concreto en nombre de su síntoma: los inmigrantes ilegales.
Para concluir, el respeto de la diversidad en el sentido fuerte del término (una forma distinta de pensar y
hacer las cosas que ponga en evidencia la verdad absoluta que nos hace de fundamente –ya no
cuestionados- a nuestras conductas más cotidianas, íntimas, y a las más sociales) pasa por el compromiso
ético-político. Es cierto que la discriminación cultural tiene una relación directa con la economía (la
supuesta desaparecida clase social, en este caso baja). Pero también, no lo olvidemos, con algo mucho
más íntimo, algo que se mueve por el orden de los signos, de los significados culturales, y eso apela a la
jerarquía de valores (supuestamente también desaparecida), aunque no para las sociedades más pobres,
para quienes la territorialidad, la casa y la comida son factores no tan evidente.
La posibilidad de una convivencia en la diversidad pasa por el compromiso político que garantice la
protección social de los más desfavorecidos: los sin techo, los que viven en guetos, los sin papeles, los
desocupados permanentes, todos ellos síntoma del sistema universal del capitalismo. En realidad, el
testimonio de las fisuras del imaginario.
Notas
1.
2.
3.
4.
5.
Cultura política: sirve para designar el conjunto de actitudes, normas y creencias, compartidas más o menos
ampliamente por los miembros de una determinada unidad social y que tienen como objeto fenómenos políticos:
un ejemplo clásico es la Proletkult (organización de cultura por parte de los trabajadores que hicieron la
Revolución Rusa en 1905. A través de la literatura, cine, etc., los escritores proletarios se consideraban
expresión de la línea política del partido.
Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, votada por la Asamblea Nacional Francesa en 1789: Unos
derechos pensados en términos de derechos naturales (la libertad, la propiedad, la seguridad, la resistencia a
la opresión) que siempre anteponen a cualquier asociación política. Más tarde, en 1793, se modifica con
carácter más social y en 1795 esos derechos son simultaneados con los deberes.
[Le défaite de la pensée, Paris: gallimard,], trad. Jordá J., Barcelona: Anagrama, pág. 116.
" A la sombra de las mayorías silenciosas", pág. 118
Idem. , pág. 127
Bibliografía
BAUDRILLARD, J., La precession des simulacres. L’effet beaubourg. A l’Ombre des majorités
silencieuses, 1978.) [Trad. Cultura y simulacro (trad. Por Vicens A. y Rovira P.
Barcelona: Kairós, 1993, 4ed.]
BERMUDO, J. M. La tolerancia. Del liberalismo al pluralismo. Anales de la Cátedra F. Suárez, nº 33,
1999, p. 243-259.
ECHEVERRÍA, Javier, Los señores del aire: Telépolis y el Tercer entorno. Barcelona: Destino, 1999.
FINKIELKRAUT, Alain, Le défaite de la pensée; Paris: Gallimard, 1987 [La derrota del
pensamiento. Barcelona: Anagrama, 1990. 5ª ed. trad. de Jordá J.]
LABICA, G. Et BENSUSSAN, G., Dictionnaire critique du marxisme; Paris: PUF, 1982.
ZIZEK, Slavoj. Multiculturalism, or de Cultural Logic of Multinational Capitalism. New Left Review nº
225, Duke University Press, Septembre-October, 1997, p. 28-29.
V.V., Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo; introducción de Eduardo Grüner,
Buenos Aires: Paidos, 1998.
© Copyright: Núria Estrach Mira, 2001
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