Subido por Elena Rojo

Dehesas

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La dehesa, evolución histórica.
El término dehesa procede del castellano defensa, que hace referencia al
terreno acotado al libre pastoreo de los ganados trashumantes mesteños
que recorrían el suroeste español (San Miguel, 1994). Parece pues correcto
aceptar, según Manuel Gutiérrez (1992), que la costumbre, ya de los romanos,
de establecer latifundios en territorios marginales sea el verdadero origen de las
dehesas, consideradas como superficies amplias controladas por un único
propietario; también hay que tener en cuenta que es más fácil que se tale una
dehesa dividida entre los pequeños propietarios que en el caso contrario.
Hasta el año 924 no aparece la voz dehesa, según el diccionario de Corominas,
aunque con anterioridad nos encontramos en las Leyes visigodas el término
referido al acotamiento de fincas, el llamado pratum defensum, seguramente
tomado de los romanos.
Tiene, por tanto, un origen histórico que se remonta a épocas remotas.
Quizás sea con la Reconquista y la concesión de grandes extensiones a las
Ordenes Militares1, los Señoríos y los Concejos de Realengo cuando se
impongan las grandes propiedades.
No obstante, la propiedad de la tierra en esta época no era ejercida de
manera plena, sino que se diferenciaba el suelo y el vuelo, cada uno de los
cuales también se dividía en dos períodos de seis meses, comenzando en San
Miguel hasta finales de marzo, que corresponde con el período más productivo,
y el otro se extendía entre la primavera y el verano. La creación de las Cañadas
Reales provoca gran número de conflictos entre los trashumantes mesteños y
los habitantes de los principales Concejos debido al empleo por aquellos de los
mejores pastos para su ganado.
Surge entonces el término defendere, con el que se denomina el permiso
concedido por parte del rey para acotar y cerrar las fincas ante los
impresionantes privilegios de los que disfrutaba el Real Concejo de la Mesta.
Esta nueva figura supone: el mantenimiento de la explotación del pastizalencinar principalmente con cabaña porcina, aunque en lo que a Extremadura se
refiere, provoca la aparición de los primeros rebaños merinos, así como el
sistema de arrendamiento de pastizales a los rebaños trashumantes
(Hernández, 1995).
Con las desamortizaciones aparecen las grandes propiedades personales,
unificando las distintas titularidades que recaían sobre las dehesas. Hernández
(1995), afirma que “la desamortización permitió la conservación de las dehesas
de encinar-pastizal prácticamente intactas hasta nuestros días, evitando así la
desaparición del bosque mediterráneo adehesado”.
Una opinión opuesta sostiene Gutiérrez (1992): “la situación local llegó a ser
tan extremada que provocó motines y revueltas, siempre ahogadas en sangre,
pero que terminaron por obligar a los gobiernos en los siglos XVIII y XIX a tomar
medidas como la desamortización de los bienes de la iglesia, que no cubrieron,
en absoluto, los objetivos deseables, pues fueron adquiridos por los más ricos.
Sin embargo, perjudicaron al bosque, que se taló para poner más suelos en
cultivo...Algunas (dehesas) fueron pagadas, total o parcialmente, talando todo o
parte del monte y vendiendo el producto como leña, carbón y cisco”.
En los años de la postguerra, lo delicado de la situación vino a ponerse de
manifiesto de forma muy intensa. Eran tiempos de hambre y miseria para una
gran parte de la población campesina. La necesidad de obtener alimento forzó a
incrementar drásticamente las zonas de cultivo; fueron muy pocas las dehesas
y pastizales que quedaron sin cultivar. Esta presión también afectó al arbolado y
quedó reflejada en la destrucción de amplias superficies de bosque adehesado
(Gutiérrez, 1992).
A partir de mediados de este siglo, la aparición de la peste porcina africana
provoca el declive del cerdo ibérico y, por tanto, del aprovechamiento de la
bellota, pasando a una fase de abandono de la producción forestal en favor de
los cultivos, siendo uno de los factores responsables de la tala y el aclareo
abusivo del encinar, con lo que se desencadenan importantes problemas de
degradación (Hernández, 1995).
Desde el despegue económico en los años sesenta se han roto muchos
esquemas tradicionales en la explotación de las dehesas. Manuel Gutiérrez
(1992), afirma que el proceso puede resumirse en los siguientes apartados:
-
La mano de obra es escasa, cada vez menos cualificada para los
trabajos específicos de la dehesa y mucho más cara. Es factor
determinante para la explotación, que tiende a estar más mecanizada (se
consolida el período de dura deforestación y puesta en cultivo de los
pastizales, iniciado después de la guerra civil) y menos diversificada.
-
Tanto los nuevos propietarios como los tradicionales, que ahora son
responsables directos del control de sus fincas, han realizado importantes
inversiones financieras para dotarlas de unas bases de explotación
sólidas.
-
Como consecuencia de la falta de pastores, vaqueros, porqueros, etc.,
que fueron abundantes y mal pagados, y en la actualidad son
relativamente escasos y caros, la ganadería y explotación de las dehesas
se ha simplificado; una dehesa generalmente ya no tiene vacas, ovejas,
cerdos, etc., sino una sola especie dominante, preferentemente vacas.
-
La casi desaparición del cerdo ibérico, (debido a la peste africana y
otras, al mayor rendimiento de razas importadas en los sistemas de
producción intensivo, al alto costo y escasez de porqueros, etc.),
tendencia que ha remitido, principal consumidor de bellota; la sustitución
de la madera por cemento y hierro, de leña por gas, petróleo o
electricidad; la alta demanda de cereal para el consumo humano o para
producción intensiva de carne (régimen de cebadero), etc., han favorecido
la eliminación de los árboles; los más corpulentos ya no eran necesarios,
y además presentaban serios obstáculos para la maquinaria agrícola.
-
La crisis energética iniciada en 1973, ha reactivado la demanda de
madera como fuente de energía, incentivando así la destrucción del
monte, hasta nuestros días.
2. El concepto de dehesa
La dehesa es un ecosistema de creación humana a partir del bosque de
encinas primitivas1[2]. Surge como consecuencia de la actividad humana
empeñada en arrebatar tierras al bosque y poderlas destinar como pastizal2[3]
que alimente a la cabaña ganadera3[4] (Penco, 1992), pasando por dos fases,
una primera en la que inicialmente se aclara el bosque denso de quercíneas y
otra de control de la vegetación leñosa y estabilización del pastizal (San Miguel,
1994).
Existen multitud de definiciones de lo que se ha venido entendiendo con el
término dehesa. Así, Campos Palacín (1992) define la dehesa como “un sistema
agroforestal cuyos componentes leñosos, pascícolas, ganaderos y agrícolas
interactúan beneficiosamente4[5] en términos económicos y ecológicos en
determinadas circunstancias de gestión”, no obstante, advierte que las
“circunstancias actuales” predominantes son las degradantes del suelo y la
vegetación, debido a que priman los intereses económicos.
Para Martín Galindo (1966), la dehesa “es una creación humana5[6] sobre un
suelo pobre y frente a un clima hostil. En ella se trata de armonizar en difícil
equilibrio, el aprovechamiento agrícola, ganadero y forestal de un espacio dotado
de condiciones físicas poco flexibles”. En la siguiente línea se define Parsons
(1966) al escribir que “el monte hueco de encinas representa una formación
forestal inestable, sólo mantenida gracias a la continua intervención humana”, a
tenor de lo que Martín Lobo (1992), afirma que “la dehesa es estrictamente poco
ecológica6[7]”.
Al estudiar la vegetación Martín Bolaños (1943) considera que la dehesa
aparece “como una forma degenerada del encinar, en una situación peniclimax,
mantenida por el trabajo del hombre7[8].”
Montoya (1993) destaca la
complejidad de este sistema agrario exponiendo que se trata de un sistema
ecológico en el que se mantiene el equilibrio agrosilvopastoril.
La Ley 1/1982, de 2 de mayo, sobre la Dehesa en Extremadura8[9] define el
concepto de dehesa en función simplemente de la superficie de la explotación,
sin que se concreten aspectos acerca de la gestión de la tierra, o de la existencia
de arbolado. Se considera dehesa cualquier finca rústica de más de 100 ha.
susceptible de aprovechamiento ganadero en régimen extensivo9[10].
La dehesa puede definirse desde un punto de vista ecológico-biológico, como
un tipo de ecosistema seminatural “a type of pasture with scattered trees of
evergreen and decidous oaks...” (Scarascia et al., 2000), o bien, desde la
perspectiva de manejo, considerándose un sistema agroforestal “another form of
tree vegetation management is the “dehesa”; since cereals are often grown under
the tree cover, the “dehesa” can be considered as a specific agroforestry system”
(Scarascia et al., 2000)
En función de sus producciones se define como el “sistema de uso del suelo
orientado a la producción simultánea y combinada de cerdo ibérico, ganado
ovino, caza menor, leña, carbón y eventualmente corcho”. (Fernández et al.,
1998). Además, “en la dehesa siempre se ha practicado alguna ganadería de
vacuno y algo de caza mayor, que ahora ha pasado a ser predominante en
algunas áreas” (Fernández et al., 1998). Debido a esta diversidad de usos “el
territorio adehesado se puede considerar un mosaico10[11], quedando
conformado por distintas teselas con diferentes usos y aprovechamientos:
monte, labor y pasto” (Cuevas et al., 1999).
No obstante, aunque un tipo de manejo agroforestal “Agroforestry is the joint
production of trees with agricultural crops and/or animals”, la existencia de una
fauna salvaje hace más conveniente aplicar el término “agrosilvopastoril”,
“Agrofoesters group systems based upon their structural components
into...agrosilvopastoral (trees+pastoral+livestock) systems” (Harris et al., 1996).
Por lo tanto, el término agrosilvopastoral va a hacer referencia a aquel sistema
de uso de la tierra en el cual coexisten plantas leñosas perennes (árboles o
arbustos), cultivos herbáceos o pastizales, junto a animales en libertad (Cuevas
et al., 1999). Se diferencian de los usos agrícolas, forestales o ganaderos y esta
función múltiple hace que los beneficios, tanto en producciones directas como
indirectas, sean mayores que realizadas independientemente o por separado,
revierten en la propia mejora y estabilización del sistema (Fernández et al.,
1998). Existe una gran variedad de sistemas agrosilvopastoriles en
España11[12], bajo otras especies arbóreas (Fernández, et al., 1998).
En función de su fisonomía se incluye dentro del conjunto de ecosistemas
llamados “sabaniformes12[13]” o “de parque”, constituyendo “praderas
salpicadas de árboles”, (Penco, 1992), debido a la existencia de dos estratos
vegetales, el primero dominado por pastos herbáceos sobre el que se asienta el
arbolado constituido por especies del género Quercus.
El objeto del
aclareo13[14] del arbolado es el de incrementar la radiación solar incidente sobre
el suelo, que potencia la producción de pastizal (Hernández, 1996).
La densidad media es de unos 50-60 pies/ha. (Fernández et al., 1998). No
obstante, según Hernández (1996), las densidades actuales, en concreto en el
caso de Extremadura, se sitúan en el orden de 10-40 pies de encina por
hectárea, cuando lo recomendable desde el punto de vista ecológico y
económico sería cerca del doble.
Gutiérrez (1992) afirma que la densidad del arbolado es enormemente
variable, apuntando como única observación válida que es superior en pastizales
que en tierras de labor, y en éstas, superior a la de los prados de vega o canales
de drenaje, debido al exceso de humedad. Se sugiere la necesidad de establecer
distintas densidades en función de la orientación, la pendiente y la calidad del
sustrato. Así, se diferencian zonas según densidad en función del tipo de uso:
establecimiento de labor permanente (densidad baja o ausencia), labor
alternativa con pastizal (densidad baja), vaqueriles (densidad media y alta) y
cumbres y roquedos (densidad alta). Se concluye, pues, que la densidad
depende en gran medida de la historia y el tratamiento recibido a lo largo de los
años.
En cuanto al tema de la riqueza, la diversidad alfa, cabría decir que si bien a
gran escala la dehesa parece presentar un índice de diversidad paisajístico bajo
o muy bajo, penetrando en una escala intermedia se comprueba una diversidad
notable; aunque ni mucho menos próxima a la de las áreas serranas, pero sí más
alta de lo esperable, sobre todo como consecuencia de una apreciable
codominancia entre diversos elementos paisajísticos equilibrados. Respecto a la
diversidad global obtenida por este método, considerando de momento sólo las
unidades o elementos distintos, no sus superficies, se enmarca en una posición
intermedia respecto a las zonas llanas y las serranas.
Desde un punto de vista físico, el área adehesada se desarrolla sobre unos
suelos delgados, oligotróficos (Fernández et al., 1998) de rocas silíceas, duras
y ácidas, principalmente pizarras y granitos. Los suelos son pobres, ya que las
zonas más fértiles han perdido su arbolado debido a las roturaciones. Hay que
indicar que el aclareo del bosque mediterráneo genera una mayor complejidad
edáfica que el bosque no intervenido (Genn et al., 1987).
A pesar de la pobreza de los suelos se da una gran diversidad de ambientes
edáficos, tanto por las variaciones en la fisiografía (litosuelos en partes altas
frente a los aluviales en las vaguadas), como por la presencia del arbolado (que
incrementa los niveles de nitrógeno y de materia orgánica), así como por las
labores de pastoreo, considerado como “vector de fertilidad”, debido al reparto
de sus deyecciones, a veces en flujo de fertilidad contrario a la gravedad, ya que
el ovino tiende a establecer querencias en partes altas del terreno (Fernández et
al., 1998).
El clima es mediterráneo semiárido con calurosos y secos períodos en verano
y relativamente fríos y húmedos inviernos, lo que lo convierte en un clima duro,
con lluvias torrenciales e irregulares durante los meses de invierno, que oscilan
de 250-800 mm de media (Bermejo, 1994).
3. El arbolado
El mantenimiento de una parte del arbolado14[15] se debe a la multiplicidad
de funciones que ejerce, tanto por su producción de bellotas o montanera como
por su importancia ecológica, desempeñando numerosos efectos reguladores.
Por ello, la dehesa puede definirse como la suma “de un capital circulante, el
pasto, más otro estabilizador, estructuras leñosas, materia orgánica del suelo”
(Cuevas et al., 1999).
Cabe destacar la creación de un microclima debido a la intercepción de
radiación solar, vapor de agua y precipitaciones, lo que genera una reducción de
escorrentía15[16] (Mateos et al., 1995). También influye sobre la infiltración “Soil
water repellency greatly reduced infiltration, especially beneath Quercus ilex
canopies, where fast pondign and greater runoff rates were observed” (Cerdá et
al., 1998). El efecto que tiene sobre el viento es el de reducir su poder desecante.
La presencia del arbolado en la dehesa, por lo tanto, constituye una garantía
del mantenimiento de la fertilidad a largo plazo, “frente a la alternativa
contrapuesta de obtención de producciones herbáceas elevadas, con una
rentabilidad alta, por consiguiente, a corto plazo, pero con repercusiones
negativas para el futuro”. (Gutiérrez, 1992). La influencia del arbolado provoca
que algunos nutrientes doblen sus concentraciones edáficas. No obstante, en lo
que parece haber pocas dudas, (Gutiérrez, 1992) es que el enriquecimiento del
suelo provocado por los árboles aumenta también las concentraciones de la
mayoría de los nutrientes en el pastizal que crece bajo las copas de los árboles;
principalmente de los elementos limitantes más importantes en las regiones de
dehesa, en particular frente a los elevados requerimientos de los animales que
pastan por estos nutrientes, el potasio y el fósforo.
En ausencia de la fuerte inmovilización en materia orgánica de los nutrientes
edáficos promovida por el estrato arbóreo, estos ecosistemas se empobrecerían
gradualmente por la pérdida de los bioelementos que la vegetación herbácea por
sí sola no es capaz de incorporar a sus tejidos vivos. La
creación de un
microclima bajo la copa16[17] debido al efecto de sombra que genera, permite
el desarrollo de otras especies vegetales más umbrófilas, aumenta la diversidad
beta de la dehesa (Fernández et al., 1998), e influye, este microclima sobre la
germinación de las gramíneas, que es más rápida bajo la copa de la encina,
efecto en el que es importante la influencia del suelo, del vuelo y la hojarasca del
árbol17[18] (Genn et al., 1987). Esto hace extender la oferta de pastos18[19] de
buena calidad y amortigua la fluctuación estacional de la producción. Además,
la cantidad total de materia seca digestible producida anualmente por el estrato
herbáceo bajo las copas de los árboles puede ser al menos similar, si no
superior, a la producción en las zonas desarboladas (Gutiérrez, 1992).
Incluso, se puede afirmar que en los medios pobres, lo más corriente es que
la producción sea claramente superior bajo la influencia de la encina. Así, el
efecto del arbolado puede ejercerse por modificación edáfica o por la
diferenciación específica que experimenta el pasto, estando ambas causas
fuertemente ligadas. Conviene advertir que aunque el arbolado de encinas llegue
a tener una gran influencia sobre los elementos mencionados, esta influencia es
mínima si se compara con las variaciones cuantitativas que se producen a lo
largo del ciclo fenológico de las especies, por lo que el efecto que realiza el
arbolado es consecuencia de la prolongación de dichos ciclos bajo la copa.
El arbolado da cobijo a la fauna, tanto doméstica como silvestre, evitando la
necesidad de construir refugios para el ganado; fertiliza a través de la deposición
de materia orgánica en forma de hojarasca (menos cuantiosa si se compara con
los bosques convencionales).
Éste uso múltiple del árbol se expresa en toda su extensión al convertirse la
broza en fertilizante del suelo (Cuevas et al., 1999); extrae nutrientes profundos
que no pueden alcanzar arbustos ni herbáceas, hecho que se denomina
“enmienda orgánica”. Por otro lado, la sombra ralentiza la combustión de la
materia orgánica, sobre todo en épocas de alta insolación.
Por todo lo anterior, se puede asegurar que las producciones más valiosas del
monte mediterráneo son las denominadas “indirectas” (San Miguel, 1999).
Este ecosistema seminatural se compone de un estrato arbóreo, formado por
vegetación xerófila esclerófila, en donde predomina la encina, Quercus
rotundifolia, sobre el alcornoque, Quercus suber. Quejigos, rebollos y robles
aparecen en zonas más húmedas (San Miguel, 1994).
La encina es un árbol que puede alcanzar los 25 m de altura, aunque en la
dehesa raramente supera los 15 o 20 m.. Su porte es variable, dependiente de
la zona donde vegete. El tronco es derecho, cilíndrico, de color cenicienta. Las
ramas son abiertas entre erguidas y horizontales, robustas y muy ramificadas; la
copa suele ser amplia, densa y redondeada (Fernández et al., 1998). La encina
presenta una raíz muy penetrante, axonomorfa, pivotante y de fuerte crecimiento
inicial, (Montoya, 1993). Se ramifica pudiendo dar renuevos y alcanzando los 10
metros de profundidad y gran extensión superficial, lo que indica su gran
adaptación. Las hojas son simples19[20], alternas, más o menos pelosas y
membranosas, con 3 o 4 años de vida. La forma es variable, así, las que se
sitúan cerca del suelo son más coriáceas y presentan espinas, mientras que las
superiores suelen ser más redondeadas. La foliación se da en primavera y caen
en el período de reposo vegetativo (Fernández et al., 1998). Las flores son
monoicas. Los amentos masculinos aparecen agrupados y las femeninas en
grupo de dos. Debe mencionarse que el desarrollo y fisonomía de la encina van
a depender en gran medida de la presión de los herbívoros ramoneadores
(Gómez, 1992).
Sin presencia de herbívoros, el crecimiento es más regular, el porte erguido,
casi recto y cubierto de ramas laterales desde la misma base, lo que permite
rebasar los 20 cm de tronco a 1,50 m de altura en menos e 30 años. Cuando un
rebrote consigue sobresalir, pasa a constituir un pie dominante que llega a
alcanzar un porte destacado, formando unidades más cilíndricas que
semiesféricas, salvo en el casquete superior. No forman brazos poderosos como
las encinas cuidadas de las dehesas, sino un tupido ocaso de ramas menores.
Los árboles cuidados por el hombre presentan un desarrollo en función del
tipo de poda (Calvo, 1999). Igualmente, la estructura del árbol denuncia la
historia de la utilización de la dehesa en los últimos siglos (Gómez, 1992).
Forman de tres a seis brazos debido al desmoche, que se realiza cada 15-20
años y, con el que se consigue que el árbol soporte una copa lo más amplia
posible. Este desmoche descarga al árbol de la mayor parte de su fronda,
dejando los brazos principales que rehacen la copa semiesférica. Otra modalidad
de poda es el olivado, más ligero que el desmoche y más frecuente (cada 5-10
años), consiste en limpiar el árbol de chupones y material activo en el que la
respiración supera a la producción.
El hábitat del encinar es típicamente mediterráneo, aunque muy amplio al
extenderse desde el nivel del mar hasta los 2000 metros de altitud, ya que
soporta bien las limitaciones. No es exigente en cuanto al suelo, prefiriendo los
suelos sueltos, ligeros y permeables, en los que adquiere el máximo desarrollo
(Fernández et al., 1998). Se adapta a suelos pedregosos, tolerando mal los
encharcables, salinos y yesosos.
La función productiva20[21] del encinar se debe su aprovechamiento como
recurso alimenticio para la cabaña ganadera, ya sea en forma de ramón, forraje
cuya calidad varía con la fenología, aunque en general es baja, pero con un valor
estratégico importante en la dehesa, o bien por su fruto21[22], cuya producción
se denomina “montanera”. Sus producciones son variables, al rondar entre los
200-400 kg/ha/año, (Martín, 1986), 740 kg/ha/año en la dehesa salmantina
según Gutiérrez (1992), aunque al tratarse de un árbol vecero, las producciones
oscilan sensiblemente (Fernández et al., 1998), dependiendo de las condiciones
climáticas durante la floración (heladas tardías y primaveras secas) o el posible
ataque de plagas.
Hasta tal punto es productivo, que ya a principios de siglo Joaquín Costa
(1912) afirmaba “...como se ve, la producción del suelo con arbolado es superior
a la renta que produce sembrada de cereales”. La bellota de encina22[23] se
caracteriza por un elevado valor nutritivo, que supera al del quejigo y el
alcornoque (San Miguel, 1994). Tiene un bajo contenido en proteínas y es rica
en hidratos de carbono que fácilmente pueden ser transformados en grasa,
materia prima ideal para la alimentación del ganado porcino en especial
(Fernández et al, 1998).
En suma, la importancia del arbolado en el ecosistema es muy superior a la
que le corresponde por la superficie que ocupa23[24].
4. El pastizal y el matorral
El estrato herbáceo está formado por un pastizal terofítico (la producción se
concentra en primavera y otoño, secándose en verano), por tanto, de carácter
efímero, correspondiente a las etapas más degradadas de la serie de vegetación
climatófila de los encinares (Fernández et al., 1998). En los pastos se diferencian
multitud de especies24[25], de baja producción y fuerte estacionalidad (López,
1990). Igualmente se establecen diferencias en relación a la influencia de la
copa, “por ejemplo, suele admitirse con carácter de tendencia general que la
diversidad más baja corresponde al enclave situado bajo la copa, y la más alta a
la proyección del borde de la misma sobre el suelo, lo que daría razón del
carácter ecológico acusado, en el primer caso, y de la existencia de una banda
de contacto o mezcla en el segundo” (Gutiérrez, 1992).
Desde un punto de vista fitosociológico pertenecen a la clase Tuberarietea,
presentando producciones variables25[26] en función del régimen de
precipitación, oscilando de 200 a 2500 kgs.
(Fernández et al., 1998) de
MS26[27] ha/año, Manuel Gutiérrez (1992) da la precisa cifra de 1419 kg/ha/año
de MS digerible. Entre las leguminosas con interés pastoral se encuentran el
Trifolium glomeratum, T. Arvense, T. Tomenentosum, Medicago spp., Anthyllys
lotoides, etc., diferenciándose el pasto bajo copas del general (Genn et al., 1987).
Los denominados “majadales”, están constituidos por especies anuales muy
densas, de buen valor pastoral y buena talla, con especies como la Agrostis
castellana, Poa bulbosa, Trifolium subterraneum, etc. y una producción que
puede alcanzar 2000-3000 kg de MS ha/año. No obstante, este tipo de pastizales
no ocupa una gran superficie en el conjunto de la dehesa, situándose en las
querencias del ganado (abrevaderos, apriscos, etc.), ya que la acción del
pastoreo tiene como consecuencia una mejora del pastizal, hasta el punto de
que pueden ser considerados como los mejores de la dehesa.
Forman los vallicares los pastos situados en las vaguadas con freatismo, lo
que hace que se conviertan en una reserva estacional de pastos con un valor
estratégico muy importante (Penco, 1992). Se componen de gramíneas altas
perennes y escasez de leguminosas, caracterizadas por presentar una fenología
muy tardía. Sus producciones rondan los 5000 kgs. de MS ha/año, aunque la
palatabilidad es media, destacando las variedades pertenecientes a la clase
Molirio-Arrhenathereta, con especies características como los Agrostis spp.
(Fernández et al., 1998).
Como resumen de las producciones de las distintas zonas de pastizales, se
recoge para una dehesa tipo en el área salmantina, según Manuel Gutiérrez
(1992):
-
Pastizales efímeros o terófitos, 1200 Kg/ha.
-
Pastizales efímeros con suelos aireados, protegidos por matorral o
dosel arbóreo 1700-1800 kg/ha.
-
Pastos pobres eutrofos de media ladera, 2400 Kg/ha, si tienen suelos
profundos 3500-3700 Kg/ha.
-
Majadales, pastoreadas intensamente, más tempranas, 5000 Kg/ha.
-
Pastos húmedos de media ladera y los de siega, 7000-9000 Kg/ha.
El estrato arbustivo, muy rico en especies (jara, lentisco madroño, cantueso,
etc,) (Montoya, 1993) ha sido eliminado27[28] en la mayor parte de su área
original, con el objeto de incrementar la producción de pastos, puesto que su
presencia genera una reducción de la incidencia de radiación solar sobre el
suelo28[29].
Debe ser mantenido bajo control29[30] mediante el cultivo, las rozas o
desbroces, mediante la roturación del suelo, en zonas donde el riesgo de erosión
sea bajo y la profundidad del suelo superior a medio metro, o sin laboreo en los
demás casos, o por el ganado, pudiendo considerarse que éste ejerce un rol de
protección y aprovechamiento de las especies leñosas, integrado en el sistema
de producción (Genn et al., 1987), por todo lo cual se encuentra asociado a la
dehesa. Las especies colonizadores tras el laboreo presentan una baja
diversidad, destacando las jaras, los tomillos y cantuesos, etc. Es una vegetación
muy dinámica que el ganadero debe controlar, con el objeto de mantener “limpia”
la dehesa. Tras un cierto período de abandono, desde el punto de vista
estructural, se produce una dominancia del matorral, que si bien no constituye
formaciones monofíticas puras, sí mantiene la inclinación a que acabe por
predominar alguna de las especies. (Gutiérrez, 1992).
No obstante, las zonas más abruptas, debido su topografía, mantienen su
cubierta de matorral “noble”, de mayor diversidad, entre las que destacan los
lentiscos, las cornicabras, los madroños, los labiérnagos, etc. Estas zonas de
“mancha” han venido siendo utilizadas para la obtención de leñas finas para
elaborar carbón y picón, para el desarrollo de labores apícolas, o como reserva
forrajera en períodos de escasez.
La degradación de la vegetación original da paso a un estadio en el que
aparece un matorral de degradación compuesto principalmente por jara, Cistus
ladanifer, aulaga, Genista hirsuta, cantueso, Lavandula sampayana, (Montoya,
1993), que se ha denominado “maquia” o “garriga” (Scarascia et al., 2000).
En las áreas cultivadas, tras el abandono, y con el transcurso del tiempo,
tienden a instalarse inicialmente las herbáceas, “que aunque no de forma lineal,
presentan una evolución hacia el equilibrio en proporción entre especies
perennes y anuales. Aquí cabría distinguir lo cualitativo de lo cuantitativo, ya que
cuantitativamente (densidad, cobertura, biomasa) acaba por implantarse el
dominio de las especies perennes, pero cualitativamente (número de especies)
pueden seguir siendo más importantes las anuales, si bien, con pequeña
representación de individuos, recubrimiento y producción” (Gutiérrez, 1992).
Desde el abandono hasta el asentamiento del pasto maduro y estabilizado,
contando con la lógica dinámica intra e interanual, cuando dicho asentamiento
es posible en una escala razonable de tiempo, se puede apuntar como probable
el transcurso de un intervalo comprendido entre 15 y 25 años.
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