Un viaje a las agrestes Colinas Negras de Dakota del Sur, en cuyos bosques se esconden sombríos secretos, los depredadores acechan a sus presas y una amistad de la infancia se convierte en un apasionado amor. Nadie conoce la belleza y los peligros que encierra el paisaje indómito de las Colinas Negras, en Dakota del Sur, como Cooper y Lillian. Lo recorrieron juntos, palmo a palmo, durante todos aquellos veranos de la infancia, cuando la aventura esperaba en cada recodo del sendero. Años después, esas mismas montañas fueron el escenario de su primer beso y de ese primer amor que se graba en el alma. Y entonces la vida separó sus caminos. Doce años después el destino les ha traído de vuelta a las Colinas Negras. Ha pasado el tiempo y ninguno de los dos ha conseguido olvidar el sabor de aquellos días del pasado. Pero mientras ambos se adentran de nuevo en el territorio familiar, y al mismo tiempo inhóspito, del amor verdadero, algo o alguien despiadado y feroz les sigue el rastro con el único objetivo de convertirles en su próxima presa. Una historia de amores y odios imperecederos, de animales salvajes y de paisajes bellos y recónditos donde únicamente rige la ley de la naturaleza. Página 2 Nora Roberts Colinas negras ePub r1.0 Titivillus 28.07.2023 Página 3 Título original: Black Hills Nora Roberts, 2009 Traducción: Bettina Blanch Tyroller Editor digital: Titivillus ePub base r2.1 Página 4 Índice de contenido Primera parte. Corazón 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Segunda parte. Cabeza 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 Tercera parte. Espíritu 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 Sobre la autora Página 5 Notas Página 6 A los que protegen y defienden la naturaleza Página 7 PRIMERA PARTE Corazón Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón. MATEO 6:21 Página 8 1 Dakota del Sur, junio de 1989 L a vida de Cooper Sullivan tal como este la conocía había llegado a su fin. El juez y el jurado, encarnados en las figuras de sus padres, no se habían dejado ablandar por súplicas, razonamientos, ataques de rabia ni amenazas, sino que lo habían condenado y desterrado de cuanto conocía y cuanto le importaba a un mundo sin salas de videojuegos ni Big Macs. Lo único que lo salvaba de morirse de aburrimiento o de volverse loco era su adorada Game Boy. Por lo que a él respectaba, el Tetris y él estarían solos durante toda la condena, dos absurdos y espantosos meses en el Salvaje Oeste de las narices. Sabía muy bien que el maldito juego, que su padre prácticamente había comprado al pie de la línea de montaje en Tokio, no era más que un soborno. Coop tenía once años y ni un pelo de tonto. Casi nadie en Estados Unidos tenía ese juego, lo cual era guay, desde luego. Pero ¿de qué servía tener algo que todo el mundo quería si no podías fardar de ello delante de tus amigos? Te convertías en una especie de Clark Kent o de Bruce Wayne, los anodinos álter egos de los superhéroes molones. Todos sus amigos estaban a millones de kilómetros de distancia, en Nueva York, disfrutando del verano, yendo de excursión a las playas de Long Island o a Jersey Shore. Sus padres le habían prometido que pasaría dos semanas de julio en un campamento de béisbol. Pero eso había sido antes. Ahora sus padres se habían largado a Italia y Francia y otros de esos sitios idiotas en una segunda luna de miel, palabra en clave para «última intentona de salvar el matrimonio». No. Coop no tenía un pelo de tonto. Viajar acompañados de su hijo de once años no sería romántico en absoluto, así que lo habían enviado a casa de sus abuelos, que vivían en las quimbambas del maldito estado de Dakota del Sur. Dakota del Sur, un desierto dejado de la mano de Dios. Había oído mil veces a su madre llamarlo así… salvo el día en que sonrió y sonrió mientras le contaba que estaba a punto de embarcarse en una gran aventura: la de conocer Página 9 sus raíces. «Dejado de la mano de Dios» se transformó en «limpio, puro y emocionante». Como si él no supiera que su madre había huido despavorida de sus padres y de la granja raquítica donde vivían el día que cumplió los dieciocho… Y ahí estaba él, encerrado en el lugar del que ella había huido y sin haber hecho nada para merecerlo. Él no tenía la culpa de que su padre fuera incapaz de mantener la polla dentro de los pantalones ni de que su madre se vengara comprando toda la avenida Madison; datos que Coop había descubierto gracias a un espionaje regular y experto. Ellos la habían pifiado, pero era a él a quien habían condenado a pasar un verano entero en una granja de mierda con unos abuelos a los que apenas conocía. Y encima eran viejísimos. Le habían dicho que tendría que ayudar con los caballos, que olían mal y tenían pinta de querer morderte. Y también con las gallinas, que olían mal y te picaban. No tenían ninguna asistenta que preparara tortillas de claras de huevo ni recogiera sus figuras de acción. Y conducían camionetas en lugar de coches, incluso su anciana abuela. Hacía días que no veía un taxi. Le habían asignado tareas y lo obligaban a ingerir comidas caseras a base de alimentos que no había visto en toda su vida. Bueno… quizá la comida no estaba tan mal, pero esa no era la cuestión. El único televisor de la casa apenas tenía canales, y no había ningún McDonald’s cerca. Como tampoco ningún restaurante chino ni pizzería con servicio a domicilio. Ni amigos. Ni parques, ni cines, ni salas de videojuegos. Era como estar en Rusia o algo parecido. Alzó la vista de la Game Boy para contemplar a través de la ventanilla del coche lo que él consideraba un montón de nada. Malditos montes, malditos prados, malditos árboles. Por lo que a él respectaba, el mismo paisaje que llevaba viendo por la ventanilla desde que salieron de la granja. Al menos sus abuelos habían dejado de interrumpir su juego para contarle cosas de los lugares por donde pasaban. Como si a él le interesaran algo los malditos colonos, los indios y los soldados que habían pululado por allí antes de que él naciera. Venga ya, antes de que naciesen sus prehistóricos abuelos. ¿A quién coño le importaban el Caballo Loco y el Toro Sentado de las narices? A él lo que le interesaba eran los X-Men y las puntuaciones de la consola. Página 10 En opinión de Coop, el hecho de que la población más próxima a la granja se llamara Deadwood lo decía todo. «Madera muerta», menudo nombre. Él pasaba de los vaqueros, los caballos y los bisontes. Le interesaban el béisbol y los videojuegos. No podría ver un solo partido en el estadio de los Yankees en todo el verano. Era como si también él estuviera muerto. Divisó un grupo de lo que le parecieron ciervos mutantes trotando por la hierba alta, un montón de árboles y de estúpidas colinas muy verdes. ¿Por qué las llamaban «negras» si en realidad eran verdes? Porque aquello era el maldito estado de Dakota del Sur, donde nadie sabía una porra de nada. Lo que no veía eran edificios, personas, calles, tenderetes callejeros… Lo que no veía era su hogar. Su abuela se giró en el asiento delantero para mirarlo. —¿Ves aquellos alces, Coop? —Supongo… —Pronto llegaremos a las tierras de los Chance —le explicó ella—. Han sido muy amables al invitarnos a todos a cenar. Te gustará Lil. Tiene casi tu misma edad. Coop conocía las reglas. —Sí, señora —masculló. Como si tuviera intención de andar por ahí con una niña. Una estúpida niña de granja que probablemente apestaría a caballo. Y que tendría pinta de caballo. Bajó la cabeza y volvió a concentrarse en el Tetris para que su abuela lo dejara en paz. La abuela se parecía bastante a su madre. Si su madre fuese vieja y no se tiñera el pelo de rubio ni se lo peinara en ondas ni se maquillara. Pero veía a su madre en aquella anciana desconocida con arrugas alrededor de los ojos azules. Daba un poco de repelús. Se llamaba Lucy, y Coop debía llamarla «abuela». La abuela cocinaba y horneaba. Mucho. Y tendía sábanas y tal en una cuerda tensada en la parte trasera de la casa. También cosía y fregaba sin dejar de cantar. Tenía una voz bonita si te gustaban ese tipo de cosas. También ayudaba con los caballos, y Coop debía reconocer que le había sorprendido e impresionado verla saltar a lomos de uno sin silla ni nada. Era muy vieja; si al menos debía de tener cincuenta años, por el amor de Dios. Pero aún estaba fuerte. Página 11 Casi siempre llevaba botas, vaqueros y camisas a cuadros. Salvo ese día, que se había puesto un vestido y llevaba suelto el cabello castaño, que por lo general se recogía en una trenza. Coop no advirtió que abandonaban la interminable carretera hasta que el pavimento se tornó más irregular. Al mirar afuera vio más árboles, un terreno menos llano y una cordillera a su espalda. Parecía un montón de colinas verdes y agrestes cubiertas de rocas desnudas. Sabía que sus abuelos criaban caballos y los alquilaban a turistas que querían montar. No lo entendía. No entendía cómo alguien podía querer sentarse encima de un caballo y cabalgar entre los árboles y las rocas. Su abuelo siguió avanzando por la pista de tierra, y Coop vio vacas pastando a ambos lados del coche. Esperaba que eso significara que estaban a punto de llegar. No le apetecía cenar en la granja de los Chance ni conocer a la tonta de Lil. Pero se estaba meando encima. Su abuelo tuvo que parar a fin de que la abuela bajara del coche y abriera una cancela para el ganado, que volvió a cerrar en cuanto hubieron pasado. Mientras seguían avanzando por el camino salpicado de baches, su vejiga empezó a protestar. En algunos campos crecían cosas, y en otros correteaban varios caballos como si no tuvieran nada mejor que hacer. Cuando por fin divisó la casa, advirtió que no era muy distinta de la de sus abuelos. Dos plantas, ventanas, un gran porche. Solo que estaba pintada de azul, mientras que la de sus abuelos era blanca. Alrededor de la casa crecían muchas flores que quizá habrían parecido bonitas a alguien que no se hubiera visto obligado a aprender a arrancar las malas hierbas alrededor de la casa de sus abuelos. Una mujer salió al porche y los saludó con la mano. También ella llevaba un vestido, una de esas prendas largas que le recordaron las fotos de hippies que había visto. Tenía el pelo muy oscuro y recogido en una cola de caballo. Delante de la casa había dos camionetas y un coche viejo. Su abuelo, que era un hombre de pocas palabras, se apeó. —Hola, Jenna. —Me alegro de verte, Sam. —La mujer le besó en la mejilla antes de volverse hacia la abuela para darle un fuerte abrazo—. ¡Lucy! ¿No te dije que no trajerais nada más que a vosotros mismos? —añadió al ver que Lucy sacaba una cesta del coche. —No he podido resistirme. Es tarta de cerezas. Página 12 —No vamos a rechazártela, desde luego. Y este es Cooper —constató Jenna al tiempo que alargaba la mano como haría con un adulto—. Bienvenido. —Gracias. La mujer le puso una mano en el hombro. —Entremos. Lil tiene muchas ganas de conocerte, Cooper. Está acabando unas tareas con su padre, pero llegarán enseguida. ¿Te apetece un poco de limonada? Seguro que tienes sed después de tanto rato en coche. —Hum, bueno, sí. ¿Puedo ir al baño? —Claro. Tenemos uno dentro de la casa —explicó con una carcajada y una expresión maliciosa en los ojos oscuros que lo hizo enrojecer. Era como si supiera que había estado pensando en lo viejo y cutre que le parecía todo aquello. Jenna lo condujo a través de un salón grande y otro más pequeño hasta llegar a una cocina que olía como la de su abuela. Comida casera. —Ahí está el lavabo —indicó antes de darle una palmadita despreocupada en el hombro que lo hizo enrojecer aún más—. ¿Qué tal si nos tomamos la limonada en el porche trasero y charlamos un poco? —propuso Jenna a sus abuelos. Su madre lo habría llamado el aseo de cortesía. Coop orinó con alivio y se lavó las manos en la pila diminuta instalada en el rincón. Junto a ella había unas toallas azul celeste con una rosita bordada colgadas de una barra. En su casa, pensó, el aseo de cortesía era el doble de grande, con jabones carísimos dispuestos en un cuenco de cristal de Tiffany. Las toallas eran mucho más suaves y llevaban las iniciales bordadas. Para hacer tiempo, rozó con un dedo los pétalos de las margaritas blancas que había en un flaco cacharro de madera junto a la pila. En casa probablemente habrían sido rosas. Nunca hasta entonces había reparado en esas cosas. Tenía mucha sed. Le habría gustado poder tomarse litros de limonada, quizá pillar una bolsa de ganchitos y tumbarse en el asiento trasero del coche con la Game Boy. Cualquier cosa menos verse obligado a pasarse horas sentado con un montón de gente desconocida en el porche de una vieja granja. Aún los oía hablar y hacer el tonto en la cocina, y se preguntó cuánto podía tardar en salir del baño. Miró por el ventanuco y concluyó que aquello era más de lo mismo. Corrales y establos, graneros y silos, estúpidos animales de granja, utensilios Página 13 de pinta rarísima… Tampoco es que le apeteciera ir a Italia y pasarse el día viendo monumentos viejos, pero si sus padres se lo hubieran llevado de viaje, al menos podría haber comido pizza. La niña salió del granero. Tenía el pelo oscuro como la mujer hippie, así que supuso que debía de ser Lil. Llevaba vaqueros arremangados, zapatillas deportivas de caña alta y una gorra de béisbol roja sobre la melena recogida en dos largas trenzas. Tenía aspecto de tonta desaliñada, y le cogió manía al instante. Al cabo de nada salió del granero un hombre. Tenía el cabello rubio y recogido en una larga cola de caballo que consolidaba la impresión de familia hippie. También él se cubría con una gorra de béisbol. Dijo algo a la niña que la hizo reír y sacudir la cabeza. Fuera lo que fuese, la instó a echar a correr, pero el hombre la atrapó. Coop la oyó reírse a carcajadas cuando el hombre la levantó con un brazo como si fuera un saco de patatas. ¿Alguna vez lo había perseguido su padre?, intentó recordar Coop. ¿Alguna vez lo había levantado con un brazo para luego dar vueltas y más vueltas? No que él recordara. Él y su padre sostenían conversaciones… si había tiempo. Y Coop ya sabía que el tiempo siempre era un bien escaso. Si algo tenían los paletos de campo era tiempo, se dijo Cooper. No vivían sujetos a las exigencias del trabajo como un abogado de empresa de la reputación de su padre. No eran un Sullivan de tercera generación como su padre ni cargaban con las responsabilidades que el apellido conllevaba. Por eso podían dedicar el día entero a dar vueltas con sus hijos bajo el brazo. Como presenciar aquella escena le provocaba un nudo en la boca del estómago, Coop se apartó de la ventana. No le quedaba otro remedio que salir y someterse a aquella tortura durante el resto del día. Lil siguió riendo mientras su padre le daba otra vertiginosa vuelta. Al recobrar el aliento intentó lanzarle una mirada severa. —¡No será mi novio! —Eso lo dices ahora —replicó Josiah Chance mientras le hacía cosquillas —. Pero te aseguro que no le quitaré el ojo de encima a ese mequetrefe de ciudad. Página 14 —No quiero ningún novio. —Lil acompañó su afirmación con un ademán que mostraba toda la experiencia y el desdén de sus apenas diez años—. Dan demasiados problemas. Joe la abrazó y restregó la mejilla contra la de su hija. —Ya te lo recordaré dentro de unos años. Parece que ya están aquí. Será mejor que vayamos a saludar antes de subir a cambiarnos. Ella no tenía nada en contra de los chicos, se dijo Lil. Y sabía comportarse delante de los demás. Pero aun así… —¿Tendré que jugar con él aunque no me caiga bien? —Es nuestro invitado. Además, está en un sitio nuevo para él. ¿A ti no te gustaría que alguien de tu edad fuera amable contigo y te lo enseñara todo si aterrizaras en Nueva York? Lil frunció la naricita. —Yo no quiero ir a Nueva York. —Apuesto lo que quieras a que él tampoco quería venir aquí. Lil no entendía por qué no. Aquí lo tenía todo. Caballos, perros, gatos, las colinas, los árboles… Pero sus padres le habían enseñado que las personas eran tan distintas entre sí como parecidas al mismo tiempo. —Me portaré bien con él. Al menos al principio. —Pero no te escaparás para casarte con él. —¡Papá! Lil resopló justo cuando el niño salía al porche. Luego lo examinó como se examina a cualquier espécimen nuevo. Era más alto de lo que esperaba y tenía el pelo del color de la corteza de los pinos. Parecía… enfadado o triste, no sabía bien qué. En cualquier caso, nada prometedor. Llevaba ropa típica de ciudad: vaqueros oscuros sin lavar ni gastar, y una camisa blanca muy tiesa y estirada. Cogió el vaso de limonada que le ofrecía su madre y se quedó mirando a Lil con el mismo recelo con que ella lo observaba a él. Coop dio un respingo al oír el chillido de un halcón, y Lil contuvo una mueca de desprecio. A su madre no le gustaría que hiciera muecas de desprecio delante de los invitados. —Sam —saludó Joe con una amplia sonrisa al tiempo que alargaba la mano—, ¿cómo va todo? —No puedo quejarme. —Y Lucy, qué guapa estás. —Se hace lo que se puede. Este es Cooper, nuestro nieto. Página 15 —Encantado de conocerte, Cooper. Bienvenido a las Colinas Negras. Esta es mi Lil. —Hola —saludó la niña con la cabeza ladeada. El niño tenía los ojos azules, de un azul como el reflejo de la nieve en las cumbres. No sonreía ni con los labios ni con la mirada. —Joe y Lil, subid a lavaros. Comeremos fuera —anunció Jenna—. Hace un día estupendo. Cooper, siéntate a mi lado y cuéntame qué te gusta hacer en Nueva York. Nunca he estado allí. Lil sabía por experiencia que su madre podía hacer hablar y sonreír a cualquiera. Pero Cooper Sullivan, de Nueva York, parecía ser la excepción. Hablaba solo cuando le dirigían la palabra y hacía gala de buenos modales, pero poco más. Se sentaron alrededor de la mesa de pícnic, una de las cosas preferidas de Lil, y se pusieron morados a pollo frito, panecillos, ensalada de patata y unas judías verdes que su madre había recogido en la última cosecha. La conversación alternó entre los caballos, el ganado, los cultivos, el tiempo, los libros y los vecinos, es decir, todo lo que importaba en el mundo de Lil. Si bien Cooper le parecía a Lil tan estirado como su camisa, el chico se las arregló para repetir de todo, aunque fue para lo único que abrió la boca. Hasta que el padre de Lil sacó el tema del béisbol. —Boston romperá la maldición este año. Cooper resopló, pero de inmediato agachó la cabeza. Con su sencillez habitual, Joe cogió la cesta de los panecillos y se la ofreció al chico. —Ah, es verdad, señor Nueva York. ¿De los Yankees o de los Mets? —De los Yankees. —Pues ya puedes despedirte de la Liga —suspiró Joe con fingida compasión—. Este año nada de nada, chaval. —Tenemos un cuadro potente y buenos bateadores. Señor —añadió como si lo hubiera recordado en el último momento. —Baltimore ya os está machacando. —No es más que un resbalón. El año pasado cayeron, y este año volverán a caer. —Pero cuando caigan, aparecerán los Red Sox. —A rastras como mucho. —Vaya, un listillo. —Cooper palideció un poco, pero Joe prosiguió como si no hubiera reparado en su reacción—. Vamos a ver: nosotros tenemos a Wade Boggs, y está también Nick Esasky, y además… Página 16 —Nosotros contamos con Don Mattingly y Steve Sax. —Sí, pero también con George Steinbrenner. Coop sonrió por primera vez. Steinbrenner era el polémico propietario de los Yankees. —Bueno, no se puede tener todo. —Consultaré a mi experta. ¿Sox o Yankees, Lil? —Ninguno de los dos. Será Baltimore. Tienen la juventud y la potencia. Tienen a Frank Robinson. Boston no juega mal, pero no lo conseguirán. ¿Y los Yankees? No tienen la menor posibilidad, este año no. —Mi única hija me destroza —gimió Joe, llevándose una mano al corazón—. ¿Juegas en Nueva York, Cooper? —Sí, señor, de segunda base. —Lil, lleva a Cooper detrás del granero. Podéis quemar lo que habéis comido bateando un rato. —Vale. Cooper se levantó del banco. —Gracias por la cena, señora Chance. Estaba todo muy bueno. —De nada. —Mientras los niños se alejaban, Jenna se volvió hacia Lucy y musitó—: Pobrecillo. Los perros atravesaron el campo ante ellos. —Yo juego de tercera base —explicó Lil a Coop. —¿Dónde? Si aquí no hay donde jugar. —En las afueras de Deadwood. Tenemos un campo y una liguilla. Seré la primera mujer que juegue en la liga profesional. Coop volvió a resoplar. —Las mujeres no pueden ser profesionales. Es lo que hay. —Lo que hay ahora no es lo que tiene que haber siempre. Eso es lo que dice mi madre. Y cuando me retire me haré representante. Coop hizo una mueca de desprecio, y aunque el gesto la enfureció, también hizo que le cayera un poco mejor el chico. Al menos ya no parecía tan estirado como su camisa. —Qué sabrás tú… —Tururú. Coop lanzó una carcajada, y aunque Lil sabía que se reía de ella, decidió darle otra oportunidad antes de pasar de él por completo. Era un invitado. Ese lugar era nuevo para él. —¿Cómo os las arregláis para jugar en Nueva York? Creía que había edificios por todas partes. Página 17 —Jugamos en Central Park, y a veces en Queens. —¿Qué es Queens? —Una de las circunscripciones. —¿Una suscripción? —No, jolín. Es un sitio, como una ciudad… Lil se detuvo con los brazos en jarras y le lanzó una mirada fulminante con aquellos ojos tan oscuros. —Cuando intentas que alguien se sienta como un tonto cuando te hace una pregunta, el tonto eres tú. Coop se encogió de hombros. Lil y él doblaron la esquina del gran granero rojo. Olía a animales, una mezcla de tierra y excrementos. Coop no entendía cómo alguien podía querer vivir rodeado de ese olor o de los mugidos, balidos y cloqueos incesantes. Se dispuso a hacer algún comentario despectivo al respecto (a fin de cuentas, solo era una cría), pero entonces vio la jaula de bateo. No era a lo que estaba acostumbrado, pero tenía bastante buena pinta. Alguien, suponía que el padre de Lil, había construido la jaula de tres paredes con tela metálica. La parte posterior daba a un amasijo de arbustos y zarzales que, a su vez, daba a un pasto donde varias vacas se dedicaban a no hacer nada. Junto al granero, al abrigo de un alerón del tejado, había un baúl gastado por la intemperie. Lil lo abrió y sacó guantes, bates y pelotas. —Mi padre y yo practicamos casi todas las noches después de cenar. A veces me lanza algunas, pero tiene el brazo de goma. Puedes batear primero si quieres porque eres el invitado, pero tienes que llevar casco. Son las reglas. Coop se puso el casco que le ofrecía Lil y sopesó un par de bates. Sostener un bate era casi tan genial como la Game Boy. —¿Tu padre practica contigo? —preguntó a Lil. —Claro. Jugó un par de temporadas en ligas menores en el este, así que es bastante bueno. —¿En serio? —Exclamó Coop sin atisbo de desprecio—. ¿Era profesional? —Durante un par de temporadas. Luego se hizo algo en el manguito rotador, y se acabó. Decidió ver país y terminó aquí. Se puso a trabajar para mis abuelos (esta granja era de ellos) y conoció a mi madre. Y ya está. ¿Quieres batear? —Sí. Página 18 Coop retrocedió hasta la jaula y blandió el bate un par de veces. Preparado. Lil le lanzó una bola recta y lenta que él golpeó con contundencia al campo. —Buen golpe. Tenemos seis pelotas, así que las recogeremos cuando acabes. Lil cogió la siguiente bola, se puso en posición y le lanzó otra fácil. Cooper experimentó una punzada de alegría cuando la bola surcó el aire hacia el campo de nuevo. Bateó la tercera, balanceó las caderas y esperó el cuarto lanzamiento. Lil le lanzó una volea que pasó volando junto a él. —Churra —se limitó a comentar cuando Coop la miró con ojos entornados. El chico levantó un poco el bate y apoyó bien los talones. Lil lo engañó con una bola curva interior baja. El siguiente lanzamiento rozó el bate y fue a chocar contra la jaula. —Devuélveme esas tres si quieres y te lanzo unas cuantas más —propuso Lil. —No, te toca —repuso él. Y ya vería entonces. Cambiaron de posición. En lugar de empezar con bolas fáciles, Coop se ensañó en el primer lanzamiento. Lil rozó la bola lo suficiente para invalidar el lanzamiento. El siguiente lo sacó de la jaula, y en el tercero acertó de pleno. Coop tuvo que reconocer que, de haber jugado en un campo de verdad, aquel bateo habría representado una carrera completa. —Eres bastante buena. —Me gustan las bolas interiores altas. Tras apoyar el bate contra la jaula, Lil echó a andar hacia el campo. —El sábado que viene tenemos partido. Podrías venir. Un estúpido partido de paletos. Bueno, menos daba una piedra, se dijo. —Puede —se limitó a responder. —¿Vas a partidos de verdad? ¿En el estadio de los Yankees o así? —Claro. Mi padre tiene abonos de temporada. Asientos de tribuna justo detrás de la tercera base. —¡Qué dices! Sentaba bien, un poquito bien, impresionarla. Y tampoco estaba mal eso de tener a alguien, aunque solo fuera una niña de granja, con quien hablar de béisbol. Además, manejaba bien la bola y el bate, lo cual era un gran punto a su favor. Página 19 Aun así, Coop se encogió de hombros y observó a Lil mientras esta se colaba entre las hileras de alambre de espino sin hacerse daño. No se quejó cuando se volvió y las separó para que pudiera pasar él también. —Nosotros vemos partidos por la tele o los escuchamos por la radio. Y una vez fuimos a Omaha para ver uno. Pero nunca he estado en un estadio de primera división. Y aquello recordó a Coop dónde estaba. —Estás a un millón de kilómetros del estadio más próximo. De todo. —Papá dice que algún día iremos de vacaciones al este. Quizá a Fenway Park, porque él es de los Red Sox. —Lil encontró una pelota y se la guardó en el bolsillo trasero—. Le gusta ir con el perdedor. —Mi padre dice que es más inteligente ir con el ganador. —Todo el mundo va con el ganador, así que alguien tiene que ir con el perdedor. —Lil le dedicó una sonrisa radiante y agitó las largas pestañas sobre los ojos castaños—. Que este año será Nueva York. Coop sonrió sin poder contenerse. —Eso lo dirás tú. —Recogió una pelota y se la pasó de una mano a otra mientras avanzaban hacia los árboles—. ¿Qué hacéis con todas estas vacas? —Son vacas de carne. Las criamos y luego las vendemos. La gente se las come. Apuesto a que incluso en Nueva York coméis filetes. A Coop le pareció repugnante la idea de que la vaca que en aquel momento lo miraba pudiera acabar algún día en el plato de alguien… puede que incluso en el suyo. —¿Tienes alguna mascota? —le preguntó la niña. —No. Lil no imaginaba vivir sin estar rodeado de animales por todas partes y en todo momento. La idea de no tener ninguno le provocó un nudo de auténtica pena en la garganta. —Supongo que en la ciudad es más difícil. Nuestros perros… —Se detuvo para mirar a su alrededor y los vio—. Han salido a correr y ahora han vuelto a la mesa a ver si caen sobras. Son buenos perros. Puedes venir de vez en cuando a jugar con ellos si quieres, y también a jugar al béisbol. —Puede. —La miró otra vez de reojo—. Gracias. —A las niñas que conozco no les gusta mucho el béisbol. Ni salir de excursión o a pescar. A mí sí. Papá me está enseñando a rastrear. Mi abuelo, el padre de mi madre, le enseñó. Es muy bueno. —¿Rastrear? Página 20 —Sí, animales y personas. Para pasar el rato. Hay muchos caminos y muchas cosas que hacer. —Si tú lo dices… Lil ladeó la cabeza al detectar el desdén en su voz. —¿Has ido de acampada alguna vez? —¿Por qué iba a querer ir de acampada? Lil se limitó a sonreír. —Pronto se hará de noche. Será mejor que recojamos la última pelota y volvamos a casa. Si vuelves otro día, puede que papá juegue con nosotros o que montemos a caballo. ¿Te gusta montar? —¿A caballo? No sé montar. Parece una tontería. Al escuchar sus palabras, Lil se irguió como se erguía para lanzar una bola alta y larga. —No es ninguna tontería. La tontería es decir que es una tontería solo porque no sabes. Además, es divertido. Cuando… —Se detuvo en seco, lanzó una exclamación ahogada y asió el brazo de Coop—. No te muevas. —¿Qué pasa? —Al ver que la mano de Lil temblaba contra su brazo el corazón le dio un vuelco en el pecho—. ¿Es una serpiente? Escudriñó la hierba presa del pánico. —Un puma —musitó ella con voz casi inaudible, el cuerpo inmóvil como una estatua, la mano temblorosa sobre el brazo de Coop y la mirada clavada en la maleza. —¿Qué? ¿Dónde? Con suspicacia, seguro de que Lil estaba de broma y solo intentaba asustarlo, intentó apartarle la mano. No veía nada aparte de la maleza, los árboles y las siluetas de las rocas y las colinas. Pero de repente distinguió la sombra. —Madre mía. ¡Joder! —No corras —murmuró ella sin poder apartar la mirada fascinada del animal—. Si corres, te perseguirá, y es más rápido que tú. ¡No! —Le tiró del brazo al notar que Coop empezaba a erguirse y sujetaba la pelota de béisbol con más fuerza—. No le tires nada, todavía no. Mamá dice… —No recordaba todo lo que su madre le había dicho. Nunca antes había visto un felino, no en la vida real, no tan cerca de la granja—. Hay que hacer ruido y parecer muy grande. Sin dejar de temblar, Lil se puso de puntillas, levantó los brazos por encima de la cabeza y empezó a gritar: Página 21 —¡Vete! ¡Vete de aquí! —Y dirigiéndose a Coop—: ¡Vamos, grita! ¡Has de parecer grande y furioso! Sus ojos oscuros y atentos midieron al puma desde la cabeza hasta la cola. Aunque el corazón le latía desbocado por el miedo, otra emoción fluía por sus venas al mismo tiempo. Sobrecogimiento, respeto, admiración. Distinguía el centelleo de sus ojos en la penumbra, un centelleo como si el animal la mirara con fijeza. Con la garganta seca por el temor, no pudo evitar pensar que era hermoso, muy hermoso. El felino caminaba de un lado a otro con andar poderoso y bello, observándolos como si intentara decidir si debía atacar o retirarse. Junto a ella, Coop se puso a gritar con voz ronca por el pánico. Lil vio que el gran felino se deslizaba hacia las sombras más oscuras. Al poco se alejó de un salto, un destello de oro mate que la deslumbró. —Se ha ido. Se ha ido. —Se ha ido volando —puntualizó Lil en un murmullo. Por entre el zumbido de los oídos oyó que su padre la llamaba a gritos y se giró. Lo vio atravesar el campo a la carrera, ahuyentando a las sorprendidas vacas que hallaba a su paso. A cierta distancia lo seguía el abuelo de Coop, cargado con un rifle que debía de haber cogido de la casa, pensó Lil. Los perros corrían con ellos, al igual que su madre, llevando una escopeta, y la abuela de Coop. —Un puma —alcanzó a balbucear antes de que Joe la alzara y la estrechara contra su pecho—. Ahí. Ahí. Se ha ido. —Entra en casa, Coop. —Con el brazo libre, Joe atrajo a Coop hacia sí—. Los dos. Entrad en casa. Ya. —Se ha ido, papá. Lo hemos ahuyentado. —¡Entrad en casa! Un puma —explicó a Jenna cuando esta adelantó a Sam y llegó junto a ellos. —Dios mío. Estás bien. —Pasó la escopeta a Joe y cogió a Lil—. Estáis bien. —Le besó la cara y el cabello antes de agacharse para hacer lo propio con Coop. —Llévatelos a casa, Jenna. Coge a los niños y a Lucy, y entrad en casa. —Vamos. Vamos. —Jenna rodeó los hombros de los niños con los brazos y miró a Sam cuando este los alcanzó—. Tened cuidado —le suplicó. —¡No lo mates, papá! —exclamó Lil mientras su madre tiraba de ella—. Era tan bonito… —Escudriñó con la mirada la maleza y los árboles con la esperanza de vislumbrarlo una vez más—. No lo mates. Página 22 2 C oop tuvo un par de pesadillas. En una de ellas, el puma de ojos amarillos y centelleantes entraba de un salto por la ventana de su habitación y lo devoraba a grandes bocados sin darle tiempo a gritar siquiera. En otra andaba perdido por las colinas, en la inmensidad verde y rocosa. Nadie acudía a rescatarlo. Nadie, se decía, había advertido siquiera su ausencia. El padre de Lil no había localizado al puma. Al menos Coop no había oído disparos. Cuando su abuelo y el señor Chance volvieron a casa, comieron tarta de cerezas y helado casero mientras charlaban de otras cosas. Deliberadamente. Coop conocía al dedillo aquella estratagema de los adultos. Nadie hablaría de lo sucedido hasta que él y Lil se hubieran acostado y no pudieran oírlo. Resignado y harto de su cárcel, hacía sus tareas, comía y jugaba a la Game Boy. Esperaba que si hacía todo lo que le decían, obtendría un día de permiso y podría volver a la granja de los Chance para jugar al béisbol. Tal vez el señor Chance también jugara, y entonces le preguntaría qué tal era jugar al béisbol en la liga profesional. Coop sabía que su padre esperaba que estudiara Derecho y más adelante trabajara en el bufete de la familia. Que algún día se convirtiera en un abogado de prestigio. Pero a lo mejor… a lo mejor podía ser jugador de béisbol profesional en lugar de abogado. Si era lo bastante bueno. Entre los pensamientos sobre béisbol, sobre la huida, sobre la desgracia de su condena estival, el gran felino de ojos amarillos se antojaba un sueño más. Sentado a la vieja mesa de la cocina, daba cuenta en silencio del desayuno a base de panqueques, como los llamaba su abuela, mientras ella trajinaba ante el fogón. Su abuelo ya estaba fuera haciendo alguna labor de la granja. Pese a que la Game Boy estaba prohibida en la mesa, Cooper comía despacio porque sabía que al acabar tendría que salir a hacer sus tareas. Lucy vertió café en un tazón de gruesa loza blanca y se sentó frente a él. —Bueno, Cooper, ya llevas dos semanas con nosotros. —Ya. —Pues se te ha acabado el tiempo para estar triste y melancólico. Eres un chico bueno y listo. Haces lo que se te dice y no protestas. Al menos en voz alta. Página 23 En sus ojos se pintó una expresión… inteligente pero no maliciosa, que le indicó que sabía que sí protestaba mentalmente. Y mucho. —Esas son buenas cualidades. También tiendes a enfurruñarte y a no decir ni mu y a pasearte por todas partes como un alma en pena. Esas cualidades no son tan buenas. Coop guardó silencio, pero deseó haber desayunado más deprisa y salir de allí por piernas. Agachó la cabeza y concluyó que estaban a punto de sostener «una conversación». Lo cual, según sabía por experiencia, significaba que su abuela le enumeraría todas las cosas que hacía mal, le diría que esperaba más de él y que estaba muy decepcionada. —Sé que estás enfadado, y estás en tu derecho. Por eso te hemos dado estas dos semanas. Con la mirada clavada en el plato, Cooper pestañeó y frunció el ceño, desconcertado. —La cuestión es, Cooper, que yo también estoy enfadada por ti. Tus padres han actuado de un modo muy egoísta, sin tenerte en cuenta para nada. Cooper alzó la cabeza solo un par de centímetros, pero su mirada se encontró con la de ella. Quizá fuera una trampa, pensó, quizá la abuela le decía aquello para instarlo a responder algo malo y así luego poder castigarlo. —Pueden hacer lo que quieran. —Sí —asintió ella con ademán brusco antes de tomar un sorbo de café—, pero eso no significa que esté bien. Me gusta tenerte aquí, y a tu abuelo también. Sé que no habla mucho, pero puedes creerme. En eso también nosotros somos egoístas. Queremos tenerte aquí, queremos llegar a conocer a nuestro único nieto, pasar con él el tiempo del que nunca hemos tenido ocasión de disfrutar. Pero tú no quieres estar aquí, y eso me da mucha pena. La abuela lo miraba de hito en hito, y Coop no tenía la sensación de que aquello fuera una trampa. —Sé que quieres volver a casa —prosiguió Lucy—, con tus amigos. Sé que querías ir al campamento de béisbol tal como te prometieron. Sí, lo sé todo. Volvió a asentir y a tomar otro sorbo de café mientras miraba por la ventana con expresión muy seria. Daba la impresión de estar enfadada, tal como había dicho. Pero no con él. Era verdad que estaba enfadada por él. Y eso era algo que Coop no entendía. Algo que le hacía sentir una opresión en el pecho. —Lo sé todo —repitió la abuela—. Los niños de tu edad no tienen muchas opciones. Ya llegará el momento, pero ahora mismo no es así. Puedes Página 24 aprovechar al máximo lo que tienes o pasarlo fatal. —Solo quiero irme a casa. No había querido decirlo en voz alta, solo pensarlo. Pero las palabras habían brotado directamente de esa opresión en el pecho. Lucy desvió la mirada hacia él. —Ya lo sé, cariño. Ya lo sé. Ojalá pudiera concederte ese deseo. Puede que no me creas; no me conoces mucho, así que puede que no me creas, pero de verdad quiero darte lo que quieres. No se trataba de creerla o no, sino del mero hecho de que hablara con él. De que hablara con él como si realmente le importase. Y las palabras y la tristeza que arrastraban salieron de su boca como un torrente imparable. —Me enviaron lejos, y yo no había hecho nada malo —farfulló con lágrimas en la voz—. No querían que fuera con ellos. No me querían para nada. —Pero nosotros sí. Sé que ahora mismo eso no te consuela mucho. Pero tienes que saberlo, tienes que creer en ello. Puede que más adelante necesites un lugar adonde ir. Y debes saber que aquí siempre lo tendrás. Entonces Coop soltó lo peor. Lo peor que había callado y guardado para sí. —Se van a divorciar. —Sí, creo que tienes razón. Coop pestañeó y se quedó mirándola con fijeza. Había esperado que la abuela le dijera que eso no era cierto, que fingiera que todo iría bien. —¿Y qué pasará conmigo? —Lo superarás. —No me quieren. —Nosotros sí. Nosotros sí —aseguró ella con firmeza cuando Coop bajó de nuevo la cabeza y la sacudió—. Primero porque eres de nuestra sangre. Y segundo porque sí. Cuando dos lágrimas cayeron en el plato de Coop, Lucy siguió hablando. —No puedo hablar sobre lo que sienten o lo que piensan. Pero sí puedo hablar sobre lo que hacen. Estoy muy furiosa con ellos. Estoy muy furiosa con ellos porque te han hecho daño. Hay quien dirá que solo es un verano, que tampoco es el fin del mundo, pero la gente que dice eso no recuerda lo que es tener once años. No puedo hacer que te alegres de estar aquí, Cooper, pero sí te voy a pedir una cosa. Una sola cosa, y puede que te resulte difícil. Te voy a pedir que lo intentes. —Todo es diferente aquí. Página 25 —Desde luego. Pero puede que, dentro de lo diferente, encuentres algo que te guste. Y el final de agosto no te parecerá tan lejano sí lo encuentras. Hazlo, Cooper, inténtalo de verdad, y convenceré al abuelo para que compre un televisor nuevo. Uno que no necesite esa antena de cuernos. Cooper se sorbió los mocos. —¿Y si lo intento y no me gusta nada? —Me basta con que de verdad lo intentes. —¿Y cuánto tiempo tengo que intentarlo para que compréis la tele nueva? Lucy se echó a reír con tantas ganas que algo se relajó en el pecho de Cooper y no pudo evitar sonreír. —Buen chico. Digamos dos semanas. Han sido dos semanas de mal humor, así que ahora tocan dos semanas tratando de cambiar de actitud. Inténtalo de verdad y te prometo que tendrás una tele nueva en el salón. ¿Trato hecho? —Sí, señora. —Muy bien. Y ahora, ¿por qué no vas en busca del abuelo? Está metido en no sé qué proyecto y puede que necesite ayuda. —Vale. —Cooper se levantó. Más tarde no sabría por qué lo había dicho —. Gritan mucho y ni siquiera se enteran de que estoy ahí. Papá se acuesta con otra. Creo que lo hace mucho. Lucy lanzó un largo suspiro. —¿Los espías, muchacho? —A veces. Pero a veces gritan tanto que no hace falta. Nunca me escuchan cuando hablo. A veces fingen que sí, pero a veces ni siquiera se esfuerzan en fingir. No les importa lo que piense siempre y cuando esté calladito y no me meta en medio. —Eso también es diferente aquí. —Ya… Supongo. No sabía qué pensar cuando salió de la casa. Ningún adulto le había hablado ni escuchado jamás de aquel modo. Nunca había oído a nadie criticar a sus padres… bueno, salvo el uno al otro. La abuela había dicho que les gustaba tenerlo allí. Nadie le había dicho nunca algo así. Se lo había dicho aun sabiendo que él no quería estar allí, y tenía la sensación de que no lo había dicho para que se sintiera mal, sino sencillamente porque era verdad. Se detuvo y miró a su alrededor. Podía intentarlo, desde luego, pero ¿qué podía encontrar que llegara a gustarle? Allí solo había un montón de caballos, cerdos y gallinas. Un montón de campos, montes y nada más. Página 26 Le gustaban las tortitas de la abuela, pero no creía que se tratara de eso. Embutió las manos en los bolsillos y se dirigió hacia el extremo más alejado de la casa, desde donde le llegaba el ruido de unos martillazos. Ahora tendría que estar con su extraño y silencioso abuelo. ¿Cómo iba a gustarle eso? Dobló la esquina y vio a Sam junto al granero grande del silo blanco. Y lo que Sam estaba clavando en la tierra con unas estacas metálicas dejó a Coop boquiabierto. Era una jaula de bateo. Sintió deseos de echar a correr, de cruzar volando el patio de tierra, pero se obligó a caminar. Tal vez solo parecía una jaula de bateo. Tal vez era algo para los animales. Sam levantó la mirada y asestó otro golpe a la estaca. —Llegas tarde a tus tareas. —Sí, señor. —Ya he dado de comer al ganado, pero tendrás que ir a recoger los huevos enseguida. —La abuela dice que necesitas ayuda con un proyecto. —No, ya casi estoy. —Martillo en mano, el abuelo se irguió, retrocedió unos pasos y examinó la valla metálica en silencio—. Los huevos no saltarán solos al cesto —dijo al cabo de un rato. —No, señor. —Quizá… —masculló cuando Coop se volvió para marcharse— te lance unas pelotas cuando acabes las tareas. —Sam fue a recoger un bate que había apoyado contra la pared del granero—. Puedes usar esto. Lo acabé anoche. Cooper cogió el bate con expresión atónita y acarició la madera muy lisa. —¿Lo has hecho tú? —No hay razón para comprarlo si puedes hacerlo. —Lleva… lleva mi nombre —farfulló Coop mientras deslizaba el dedo con ademán reverente por las letras grabadas en la madera. —Así sabrás que es tuyo. ¿Vas a recoger los huevos o qué? —Sí, señor —se apresuró a asentir al tiempo que le devolvía el bate—. Gracias. —¿Nunca te cansas de ser tan educado, chaval? —Sí, señor. Los labios de Sam amenazaron con curvarse en una sonrisa. —Anda, vete. Página 27 Coop echó a correr hacia el gallinero, pero a medio camino se detuvo en seco y se giró. —Abuelo, ¿me enseñarás a montar a caballo? —Acaba las tareas y ya veremos. Había algunas cosas que le gustaban, al menos un poco. Le gustaba practicar el bateo después de cenar, el modo en que su abuelo lo sorprendía cada pocos lanzamientos con voleas muy exageradas. Le gustaba montar a Dottie, la pequeña yegua, dentro del cercado, al menos una vez que superó el miedo a que lo pateara o mordiese. Los caballos ya no olían tan mal cuando te gustaban un poco o cuando los montabas sin estar muerto de miedo. Le gustó contemplar la tormenta eléctrica que se desencadenó una noche como una emboscada, rasgando y encendiendo el cielo. A veces incluso le gustaba un poco sentarse junto a la ventana de su habitación y mirar el paisaje. Aún echaba de menos Nueva York y a sus amigos, pero era interesante ver tantas estrellas y escuchar los ruidos de la casa que rompían el silencio. No le gustaban las gallinas; ni su olor, ni sus cloqueos ni el destello malévolo que veía en sus ojos cuando entraba a recoger los huevos. Pero sí le gustaban los huevos, ya fuera para el desayuno o como parte de la masa de pasteles y galletas. Siempre había galletas en el gran tarro de vidrio de la abuela. No le gustaba cuando venían visitas ni cuando iban al pueblo, porque entonces todo el mundo lo miraba de arriba abajo y decían cosas como «Así que este es el chico de Missy» (su madre, de nombre Michelle, se hacía llamar Chelle en Nueva York). Y también añadían que era el vivo retrato de su abuelo. Que era viejísimo. Le gustaba ver la camioneta de los Chance acercarse traqueteando a la granja, aunque Lil fuera una chica. Jugaba al béisbol y no se pasaba el día riendo tontamente como casi todas las niñas a las que conocía. No escuchaba a los New Kids on the Block sin parar ni suspiraba por ellos. Y eso era un punto a su favor. Montaba a caballo mejor que él, pero no lo machacaba por eso. Bueno, no demasiado. Al cabo de un tiempo ya no tenía la sensación de estar con una niña. Era Lil y punto. Página 28 Y una semana, no dos sino una semana después de la conversación en la cocina, apareció en el salón un televisor nuevo. —No tenía sentido esperar —explicó la abuela—. Has cumplido tu parte del trato. Estoy orgullosa de ti. Coop no recordaba que en toda su vida nadie hubiera estado orgulloso de él, ni se lo dijera, por el mero hecho de esforzarse en algo. En cuanto su abuelo concluyó que ya sabía lo suficiente, Coop y Lil obtuvieron permiso para salir a montar, siempre y cuando se quedaran en los campos a la vista de la casa. —¿Y bien? —preguntó Lil mientras cabalgaban por la hierba. —¿Qué? —¿Es una tontería? —Puede que no. Es bastante guay —añadió, acariciando el cuello de Dottie—. Le gustan las manzanas. —Ojalá nos dejaran montar por las colinas. Solo me dejan ir acompañada de uno de ellos. Menos cuando… —Miró a su alrededor como si temiera que alguien la oyese—. Una mañana me escapé antes del amanecer. Intenté rastrear al puma. —¿Estás loca o qué? —exclamó él con los ojos muy abiertos. —He leído mucho sobre ellos. He sacado libros de la biblioteca. —Ese día llevaba un sombrero de vaquero marrón, y en aquel momento se echó una trenza a la espalda—. Casi nunca hacen caso de la gente. Y no se acercan a granjas como la nuestra a menos que estén migrando o algo así. Lil exudaba emoción por todos los poros cuando se volvió hacia Coop, que se había quedado sin habla. —¡Fue genial! ¡Fue tan megagenial! Encontré excrementos y huellas y de todo. Pero al final le perdí la pista. No tenía intención de estar fuera tanto rato… Cuando volví ya se habían levantado, así que tuve que fingir que acababa de salir. —Apretó los labios y le lanzó una mirada fiera—. No se lo cuentes a nadie. —No soy un chivato. —Menudo insulto—. Pero no puedes salir sola. Joder, Lil. —Sé rastrear. No tan bien como papá, pero se me da bastante bien. Y conozco los caminos. Salimos mucho de excursión y vamos de acampada y todo. Además, llevaba la brújula y el equipo. —¿Y si te hubieras encontrado con el puma? —Pues lo habría vuelto a ver. Aquel día me miró fijamente, muy fijamente. Como si me conociera, y tuve la sensación de que… Bueno, tuve la Página 29 sensación de que me conocía. —Venga ya. —En serio. El abuelo de mi madre era sioux. —¿Quieres decir que era indio? —Sí… bueno, nativo americano —corrigió—. Un sioux lakota. Se llamaba John Aguas Rápidas, y su tribu, o sea, su gente, vivió aquí durante generaciones y tal. Tenían espíritus animales. Puede que el puma fuera el mío. —No era el espíritu de nadie. Lil siguió paseando la mirada por las colinas. —Aquella noche lo oí. La noche del día en que lo vimos. Oí su alarido. —¿Un alarido? —Es el sonido que hacen porque no pueden rugir. Solo los felinos grandes, como los leones, rugen. Es por algo que les pasa en la garganta, no me acuerdo qué. Tendré que volver a mirarlo. La cuestión es que quería intentar encontrarlo. Coop no pudo evitar admirarla por lo que había hecho, aunque fuera una locura. Ninguna de las chicas que conocía se habría atrevido a escaparse para rastrear a un puma. Solo Lil. —Si él te hubiera encontrado a ti, a lo mejor te habrías convertido en su desayuno. —No se lo cuentes a nadie. —Ya te he dicho que no, pero también te digo que no puedes volver a hacerlo. —Creo que a estas alturas si quisiera hacerlo ya habría vuelto. Me gustaría saber adónde ha ido. —Se volvió de nuevo hacia las colinas—. Podríamos ir de acampada. A papá le encanta. Tomamos una ruta y pasamos la noche fuera. Tus abuelos te dejarían. —¿En una tienda? ¿En los montes? Le parecía una idea aterradora y muy atractiva al mismo tiempo. —Sí. Pescaríamos para cenar y veríamos cascadas, bisontes y un montón de animales salvajes más. A lo mejor incluso al puma. Desde la cima se ve Montana. —Lil se volvió al oír la campana que anunciaba la cena—. A comer. Iremos de acampada. Se lo pediré a mi padre. Será divertido. Coop fue de acampada y aprendió a pescar. Conoció la emoción estremecedora que se siente al sentarse junto a la hoguera y escuchar el Página 30 aullido de un lobo, el asombro al ver centellear al sol un pez plateado que había pescado más por suerte que por destreza. Su cuerpo se fortaleció y sus manos se endurecieron. Aprendió a distinguir un alce de un ciervo mula y a cuidar una montura. Aprendió a galopar, y fue la emoción más fuerte que había experimentado en su vida. Se ganó un puesto de jugador invitado en el equipo de Lil y consiguió una carrera con un estupendo doble. Años más tarde, al mirar atrás, comprendió que aquel verano su vida había cambiado para siempre. Aunque lo único que sabía a los once años era que se sentía feliz. Su abuelo le enseñó a tallar y, para inmensa alegría de Coop, le regaló una navaja. Su abuela le enseñó a limpiar a un caballo, cepillarlo de arriba abajo, comprobar si se había lesionado o había indicios de enfermedades. Pero su abuelo le enseñó a hablar con ellos. —Está en los ojos —le explicó—. En el cuerpo, las orejas, la cola… pero primero de todo en los ojos. Lo que él ve en los tuyos, lo que tú ves en los suyos. Llevaba de la cuerda a un atolondrado potro de un año que se encabritaba y coceaba el aire. —Da igual lo que digas, porque sabrán lo que piensas con solo mirarte a los ojos. Este quiere demostrar que es un tipo duro, pero en realidad está un poco asustado. ¿Qué queremos de él? ¿Qué vamos a hacerle? ¿Le gustará? ¿Le dolerá? Sam hablaba en voz baja y tranquilizadora, sin apartar la mirada de los ojos del potro. —Lo que haremos será acortar un poco la cuerda. Una mano firme no tiene por qué ser una mano dura. Sam se acercó y asió con firmeza la brida. El potro tembló y se encabritó una vez más. —Necesita un nombre —decidió Sam mientras le acariciaba el cuello—. Piensa en uno. Coop apartó la vista del potro para mirar a Sam con expresión asombrada. —¿Yo? —¿«Yo»? ¿Qué clase de nombre es «Yo» para un caballo? —Quiero decir… Esto… ¿Jones? ¿Podría llamarse Jones, como Indiana Jones? —Pregúntaselo a él. Página 31 —Creo que te llamas Jones. Jones es listo y valiente. —Con un poco de ayuda de la mano de Sam sobre la brida, el potro asintió resuelto—. ¡Ha dicho que sí! ¿Lo has visto? —Sí, señor. Ahora sujétale la cabeza con firmeza, pero no demasiado fuerte. Voy a ponerle la manta estribera. Está acostumbrado, pero recuérdaselo. —Esto… Bueno, solo es la manta. A ti no te molesta que te pongan la manta, Jones. No duele. No vamos a hacerte daño. Ya estás acostumbrado a la manta. El abuelo dice que hoy te vamos a acostumbrar a la silla. Eso tampoco duele. Jones miró a Coop de hito en hito, con las orejas adelantadas, y apenas si reaccionó al contacto de la manta. —A lo mejor puedo montarte cuando te acostumbres a la silla. Porque no peso lo bastante para hacerte daño, ¿verdad, abuelo? —Ya veremos. Ahora sujeta fuerte, Cooper. Sam levantó la silla de entrenamiento y la colocó sobre el caballo. Jones agitó la cabeza y se encabritó un poco. —Tranquilo, tranquilo. —Cooper se dijo que no estaba enfadado ni era malo; solo estaba un poco asustado. Lo sentía, lo veía en los ojos de Jones—. No es más que una silla. Supongo que al principio resulta raro. Bajo el sol de la tarde, mientras el sudor le humedecía la camiseta sin que él apenas lo notara, Cooper siguió hablando al caballo mientras su abuelo aseguraba la silla. —Llévalo al prado como te enseñé. Como hiciste antes de ponerle la silla. Se encabritará un poco. Sam se apartó para dejar que el niño y el potro aprendieran juntos. Se apoyó contra la valla, listo para intervenir si hacía falta. A su espalda, Lucy le puso una mano en el hombro. —Menudo espectáculo, ¿eh? —Tiene talento —reconoció Sam—. Y también corazón y cabeza. Posee un don natural para los caballos. —No quiero que se marche. Ya lo sé… —añadió antes de que Sam pudiera replicar—. No puede quedarse aquí. Pero me romperá el corazón. También sé otra cosa, y es que ellos no lo quieren como nosotros. Y por eso me rompe el corazón saber que tendrá que volver con ellos. —Puede que quiera volver el verano que viene. —Puede. Pero hasta entonces se me hará larguísimo —suspiró ella, volviéndose al oír el motor de una camioneta—. Es el herrero. Iré a buscar Página 32 una jarra de limonada. De hecho, era el hijo del herrero, un chico de catorce años rubio y desgarbado llamado Gull que, en las sombras del granero al atardecer, fue quien dio a probar a Coop por primera vez (y última) el tabaco de mascar. Aun después de vomitar el desayuno, la comida y todo lo que contenía su organismo, Cooper seguía tan pálido como un muerto, en opinión de Gull. Alarmada por el sonido de sus arcadas, Lucy dejó de trabajar en el huerto para correr a la parte trasera del granero. Allí encontró a Coop a gatas, jadeando entre vacas mientras Gull lo miraba, rascándose la cabeza por debajo del sombrero. —Madre mía, Coop, ¿todavía no has acabado? —¿Qué ha pasado? —Quiso saber Lucy—. ¿Qué has hecho? —Quería probar el tabaco de mascar, y no me ha parecido mal, señorita Lucy… señora. —Por el amor de… ¿Cómo se te ocurre darle tabaco a un niño de su edad? —Pues vomitar se le da de maravilla. Al ver que Coop parecía haber terminado, Lucy alargó la mano hacia él. —Vamos, entremos a limpiarte. Con rapidez y decisión, Lucy lo llevó adentro. Demasiado débil para protestar, Coop se limitó a gruñir cuando su abuela le quitó toda la ropa salvo los calzoncillos. Le lavó la cara y le dio un vaso de agua fresca. Después de bajar la persiana para proteger la habitación del sol, se sentó en el borde de la cama y le apoyó una mano en la frente. El niño abrió los ojos enrojecidos. —Ha sido horrible. —Pues aprende la lección. —Se inclinó sobre él y lo besó en la frente—. Te pondrás bien, saldrás de esta. Y no solo de esta, se dijo. Permaneció junto a él mientras Coop dormía la lección aprendida. Coop se tumbó junto a Lil sobre la gran roca plana a la orilla del río. —No me gritó ni nada. —¿A qué sabe? ¿Sabe como huele? Porque el olor es asqueroso. Y también tiene una pinta asquerosa. —Sabe a… a mierda —concluyó Coop. —¿Alguna vez has comido mierda? —espetó ella con una risita. Página 33 —Llevo todo el verano oliéndola. Mierda de caballo, mierda de cerdo, mierda de vaca, mierda de gallina… Lil soltó una carcajada. —En Nueva York también hay mierda. —Casi toda es de la gente. Y allí no tengo que recogerla con una pala. Lil se tumbó de costado, apoyó la cabeza sobre las manos y lo miró con aquellos grandes ojos castaños. —Ojalá no tuvieras que irte. Ha sido el mejor verano de mi vida. —Y el mío. Resultaba extraño decirlo y saber que era cierto. Saber que la mejor amistad que había trabado en el mejor verano de su vida era con una chica. —A lo mejor puedes quedarte. Si se lo pides, a lo mejor tus padres te dejarían vivir aquí. —No me dejarán. —Coop miró el cielo, donde un halcón volaba en círculos—. Ayer por la noche llamaron y dijeron que la semana que viene estarán en casa y me irán a buscar al aeropuerto y… Bueno, que no me dejarán. —Pero si te dejaran, ¿te gustaría quedarte? —No sé. —¿Quieres volver a Nueva York? —No lo sé. —Era horrible no saberlo—. Me gustaría vivir aquí y de vez en cuando ir a Nueva York. Me gustaría adiestrar a Jones y montar a Dottie y jugar al béisbol y pescar más veces. Pero también tengo ganas de ver mi habitación, ir al salón de videojuegos y a ver un partido de los Yankees. —Se volvió de nuevo hacia ella—. Podrías venir a verme. Podríamos ir al estadio. —No creo que me dejen —murmuró ella con expresión triste y labios temblorosos—. Y seguro que tú no vuelves nunca. —Claro que volveré. —¿Me lo juras? —Te lo juro. —Y le tendió la mano para sellar la promesa. —Y si te envío una carta, ¿me escribirás tú? —Vale. —¿Me responderás cada carta? —Cada carta —repitió él con una sonrisa. —Entonces volverás. Y el puma también. Lo vimos el primer día, así que es nuestro espíritu guía. Es como… No recuerdo cómo se dice, pero da buena suerte. Página 34 Coop pensó en ello, en Lil hablando del puma durante todo el verano, en las fotos que le había enseñado en los libros de la biblioteca y en los libros que se había comprado con su asignación. Lil lo había plasmado en varios dibujos que tenía colgados en su habitación, entre los banderines de béisbol. La última semana que pasó en la granja, Coop trabajó con la navaja y el utensilio de talla que su abuelo le había prestado. Se despidió de Dottie, Jones y los demás caballos, así como de las gallinas, aunque de un modo mucho menos afectuoso. Guardó su ropa, así como las botas y los guantes de trabajo que le habían comprado sus abuelos. Y su adorado bate de béisbol. Al igual que en el largo trayecto del primer día, se sentó en el asiento trasero y se puso a contemplar el paisaje. Ahora veía las cosas de un modo distinto: el cielo inmenso, las colinas oscuras que se alzaban en agujas rocosas y torres serradas, ocultando bosques, riachuelos y desfiladeros. Tal vez el puma de Lil merodeara por allí. Enfilaron el largo camino de acceso a la granja de los Chance para despedirse de ellos. Lil estaba sentada en los escalones del porche, y él supo que estaba esperándolos. Llevaba bermudas rojas, camiseta azul y el pelo pasado por la cinta de su gorra de béisbol predilecta. Su madre salió de la casa en cuanto detuvieron el coche, y los perros llegaron corriendo desde la parte trasera en una cacofonía de ladridos. Lil se levantó, y su madre le puso una mano en el hombro. En aquel instante, Joe rodeó la esquina de la casa guardándose los guantes de trabajo en el bolsillo trasero, y fue a situarse al otro lado de la niña. Aquella imagen se grabó en la mente de Cooper. Madre, padre e hija… como una isla delante de la vieja casa, sobre el fondo de colinas, valles y cielo, con un par de perros de color hueso correteando como locos a su alrededor. Coop carraspeó al apearse del coche. —Vengo a despedirme. Joe fue el primero en moverse. Avanzó hacia él y le tendió la mano. Estrechó la de Coop y, sin soltársela, se agachó para quedar A su altura. —Vuelve a visitarnos, señor Nueva York. —Lo haré. Y le enviaré una foto del estadio de los Yankees cuando pongamos la bandera de campeones. —Sigue soñando, chaval —rio Joe. —Cuídate mucho —dijo Jenna al tiempo que le giraba la gorra para besarlo en la frente—. Sé feliz. Y no nos olvides. Página 35 —No los olvidaré. —Se volvió con cierta timidez hacia Lil—. He hecho una cosa para ti. —Ah, ¿sí? ¿Qué es? Coop le alargó la caja y se removió algo avergonzado cuando Lil retiró la tapa. —Es una tontería… No está del todo bien —balbució el niño mientras ella miraba asombrada el pequeño puma que Coop había tallado en nogal americano—. No me salía la cara ni… Enmudeció asombrado y avergonzado cuando Lil le echó los brazos al cuello. —¡Es precioso! Lo guardaré siempre. ¡Espera! Lil giró sobre sus talones y entró corriendo en la casa. —Es un buen regalo, Cooper —aseguró Jenna, observándolo—. Ahora el puma es suyo, es lo que hay. Y tú has puesto una parte de ti en su símbolo. Lil salió de la casa y se detuvo con un derrape ante Coop. —Esto es lo mejor que tengo… bueno, aparte del puma. Quédatelo. Es una moneda antigua —explicó mientras se la tendía—. La encontramos la primavera pasada cuando excavábamos el huerto nuevo. Es muy vieja; se le debió de caer a alguien del bolsillo hace mucho tiempo, Está muy gastada, así que casi no se ve nada. Cooper cogió el disco de plata tan gastado que apenas se apreciaba el contorno de la mujer grabado en él. —Qué guay —dijo. —Trae buena suerte. Es un… ¿Cómo se dice, mamá? —Un talismán —la ayudó Jenna. —Eso, un talismán —repitió Lil—. Trae buena suerte. —Tenemos que irnos —instó Sam, dando una palmadita a Coop en el hombro—. Hay mucho trecho hasta Rapid City. —Buen viaje, señor Nueva York. —Te escribiré —prometió Lil—. Pero me tienes que contestar. —Lo haré. Aferrando la moneda en el puño, Coop subió al coche. Miró atrás tanto rato como pudo mientras la isla ante la vieja casa menguaba hasta desaparecer. No lloró; al fin y al cabo, tenía casi doce años. Pero no soltó la vieja moneda de plata en todo el trayecto hasta Rapid City. Página 36 3 Las Colinas Negras, junio de 1997 L il guiaba el caballo por el camino entre la neblina matinal. Avanzaban por la hierba alta y cruzaron las aguas centelleantes de un riachuelo infestado de ortigas insidiosas antes de enfilar la cuesta. El aire olía a pino, agua y hierba, y la luz brillaba con la delicadeza del alba. Los pájaros trinaban y parloteaban. Oyó el canto zumbante del azulejo de las montañas, el chillido ronco de un lugano de los pinos, el reclamo exasperado de la chara piñonera. El bosque parecía cobrar vida a su alrededor, animado por los riachuelos y los rayos algodonosos de luz que se filtraban por entre la marquesina de árboles. No existía otro lugar en el mundo donde le apeteciera más estar. Encontraba huellas, por lo general de ciervo o alce, y registraba su posición en la grabadora que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Antes había encontrado huellas de bisonte y, por supuesto, muchos signos del ganado de su padre. Pero en los tres días que se había concedido no había visto rastro del felino. La noche anterior había oído su llamada. El alarido había perforado la oscuridad manchada de estrellas y luna. «Estoy aquí…». Escudriñó la maleza mientras la robusta yegua subía la cuesta y escuchó los trinos que resonaban en el manto de coníferas. Una ardilla roja salió disparada de un arbusto de aronia, cruzó el claro a la carrera y trepó por el tronco de un pino. Al levantar la mirada, Lil divisó un halcón haciendo la ronda matutina en el cielo. Estaba convencida de que todo aquello, en la misma medida que las majestuosas vistas desde las cimas de los acantilados y las impresionantes cascadas que se precipitaban cañón abajo, era la razón por la que las Colinas Negras eran tierra sagrada. En su opinión, si uno no sentía la magia en ese lugar, no la sentiría en ninguna parte. Página 37 Bastaba con estar allí, con disponer de esos días para explorar y estudiar. Pronto se encontraría en un aula, convertida en una estudiante universitaria de primero (¡Dios!), lejos de cuanto conocía. Y si bien estaba ansiosa por aprender, nada podría sustituir los paisajes, los sonidos y los olores del hogar. A lo largo de los años había visto algún puma de vez en cuando. No el mismo de la primera vez, creía. Resultaba muy improbable que se tratara del mismo puma que ella y Coop habían visto aquel verano ocho años atrás. Lil lo había vislumbrado camuflado entre las ramas de un árbol, escalando una pared de roca y, en una ocasión, mientras conducía el ganado con su padre, había visto a través de los prismáticos un puma cazando un alce joven. En toda su vida no había visto nada tan real, tan poderoso como ese animal. También iba tomando nota de la vegetación. Los nomeolvides estrellados, los lirios de las Rocosas, el trébol color amarillo sol. A fin de cuentas, la vegetación formaba parte del entorno, era un eslabón de la cadena alimentaria. Los conejos, los ciervos y los alces comían hierba, hojas, bayas y brotes… Y los lobos grises y los felinos de Lil comían conejos, ciervos y alces. Tal vez la ardilla roja acabara convertida en el almuerzo del halcón. La cuesta se suavizó, abriéndose a una pradera ya verde, exuberante y salpicada de flores silvestres. Una pequeña manada de bisontes pastaba allí, de modo que Lil añadió al recuento el macho, las cuatro hembras y las dos crías. Una de las crías agachó y restregó la testuz contra el suelo, y cuando levantó la cabeza la tenía cubierta de flores y hierba. Con una sonrisa de oreja a oreja, Lil se paró para sacar la cámara y tomar unas cuantas fotos que agregaría a sus archivos. Podía titular la imagen de la cría La bestia de la fiesta. Quizá se la enviara a Coop junto con algunas de las que había tomado por el camino. Coop había dicho que tal vez aparecería aquel verano, pero no había contestado a la carta que Lil le había enviado varias semanas atrás. Aunque lo cierto era que Coop no era tan cumplidor como ella con las cartas y los correos electrónicos. Sobre todo desde que salía con aquella chica a la que había conocido en la universidad. CeeCee, pensó Lil con un resoplido exasperado. Menudo nombrecito. Sabía que Coop se acostaba con ella. Él no se lo había dicho; de hecho, se había guardado bien de decir nada al respecto. Pero Lil no se chupaba el dedo. Página 38 Al igual que estaba segura, o casi segura, de que se había acostado con aquella chica de la que le había hablado cuando aún iba al instituto. Zoe. Por Dios, ¿qué había sido de los nombres normales? Lil tenía la sensación de que los chicos se pasaban el día pensando en el sexo. Aunque a decir verdad, reconoció mientras se removía en la silla, también ella había pensado mucho en el sexo últimamente. A buen seguro porque nunca lo había probado. Sencillamente, no le interesaban los chicos… al menos los que conocía. Quizá en otoño, cuando fuera a la universidad… No es que quisiera ser virgen a toda costa, pero no creía que mereciera la pena hacer el esfuerzo si el chico no le gustaba de verdad. Si no había algo más, entonces el sexo no era más que una especie de gimnasia, ¿no? Algo que tachar de la lista de experiencias imprescindibles. Quería o creía querer algo más que eso. Desterró aquellos pensamientos, guardó la cámara y sacó la cantimplora para beber un trago. En la universidad seguramente andaría demasiado ocupada estudiando para pensar en el sexo. Además, ahora mismo su máxima prioridad era el verano, documentar las rutas y los hábitats, trabajar en las maquetas y las fichas. Y convencer a su padre de que reservara unos cuantos acres de tierra para el refugio de animales que esperaba construir algún día. El Refugio para Animales Salvajes Chance. Le gustaba el nombre, no solo porque fuera suyo, sino también porque los animales allí tendrían una oportunidad[1]. Y la gente tendría la oportunidad de verlos, estudiarlos, quererlos. Algún día, pensó. Pero primero tenía tanto que aprender… Y para aprender, debía abandonar todo lo que más amaba en el mundo. Esperaba que Coop volviera, aunque solo fuera por unas semanas, antes de que ella se marchase a la universidad. Había regresado, como el puma. No todos los veranos, pero sí a menudo. Dos semanas el año siguiente a su primera visita y luego un maravilloso verano entero el año después, cuando sus padres se divorciaron. Un par de semanas aquí, un mes allá, y siempre retomaban el hilo donde lo habían dejado. Aun cuando Coop dedicara tiempo a hablar de las chicas de Nueva York. Pero ahora habían pasado dos años enteros desde la última vez. Ese verano Coop tenía que volver y punto. Lil tapó la cantimplora con un suspiro. Todo sucedió muy deprisa. Página 39 Advirtió que la yegua se estremecía y empezaba a retroceder. Justo cuando tiró con más firmeza de las riendas, el felino surgió como una exhalación de la hierba alta. Un destello de velocidad, músculo y muerte silenciosa se abalanzó sobre él ternero con la cabeza adornada de flores. La pequeña manada se dispersó; la madre bramaba a pleno pulmón. Lil pugnó por dominar a la yegua mientras el bisonte macho arremetía contra el felino. El felino lanzó un grito desafiante y se irguió para proteger su presa. Lil apretó las rodillas y sujetó las riendas con una mano mientras con la otra sacaba de nuevo la cámara. Garras centelleantes al otro lado del prado. Lil olió la sangre. La yegua también la olió y giró sobre sí misma, presa del pánico. —Tranquila, tranquila. No le interesamos, ya tiene lo que quiere. Heridas abiertas en el costado del bisonte. Estruendo de pezuñas y bramidos que parecían apenados. Y de repente los sonidos se alejaron y en el prado cubierto de hierba alta tan solo quedaron el felino y su presa. El felino dejó ir un largo y grave ronroneo, un gruñido gutural de triunfo. Desde el otro extremo del prado, su mirada se cruzó con la de Lil. Su mano tembló, pero no podía arriesgarse a soltar las riendas para estabilizar la cámara. Sacó dos fotos movidas del felino, la hierba aplastada y salpicada de sangre, la presa. Con un siseo de advertencia, el felino arrastró el cadáver a la maleza, entre las sombras de los pinos y los abedules. —Tiene cachorros a los que alimentar —musitó Lil, y su voz resonó tenue y atemorizada en el aire de la mañana—. ¡Joder! —Sacó la grabadora y a punto estuvo de que se le cayera—. Cálmate. Cálmate ya. Vale, documento. Vale. Avistada hembra de puma, de unos dos metros de longitud del hocico a la cola. Buf, unos cuarenta kilos de peso. Típico color pardo. Ha tendido una emboscada a su presa. Ha cazado una cría de bisonte de una manada de siete ejemplares que pastaban en un prado de hierba alta y ha protegido su presa del macho. Luego ha arrastrado el cadáver al bosque, tal vez debido a mi presencia, aunque si la hembra tiene una camada, lo más probable es que los cachorros sean demasiado pequeños para salir de caza con la madre. Ha llevado el desayuno a sus pequeños, que seguramente aún no están del todo destetados. Incidente grabado a las… siete y veinticinco de la mañana del 12 de junio. Uau. Por muchas ganas que tuviera, sabía que no debía seguir el rastro del puma. Si tenía cachorros, era muy posible que atacara a caballo y amazona para defenderlos a ellos y su territorio. Página 40 —No vamos a conseguir nada más —concluyó—. Me parece que ya es hora de volver a casa. Tomó el camino más corto, ansiosa por llegar y tomar notas. No obstante, ya era media tarde cuando vio a su padre y a su ayudante a media jornada reparando el cercado de un pasto. Las reses se dispersaron cuando cabalgó entre ellas y detuvo el caballo junto al viejo y destartalado jeep. —Vaya, aquí está mi chica. —Joe se acercó para palmear la pierna de Lil y el cuello de la yegua—. ¿De vuelta de la selva? —Sana y salva, como te prometí. Hola, Jay. Jay, que no creía en la necesidad de utilizar dos palabras si podía pasar con una sola, se llevó la mano al ala del sombrero a modo de saludo. —¿Necesitáis ayuda? —preguntó Lil a su padre. —No, lo tenemos todo bajo control. Se nos han colado unos alces. —Sí, he visto un par de rebaños y también bisontes. Y un puma que cazaba una cría de bisonte en una de las praderas. —¿Un puma? Lil se volvió hacia Jay. Conocía aquella expresión; puma significaba depredador problemático. —A medio día de aquí. Con suficiente caza para alimentarse ella y la camada que imagino que tiene, no necesitará bajar en busca de nuestras reses. —¿Estás bien? —No se ha interesado por mí —aseguró a su padre—. No olvides que en los pumas el reconocimiento de la presa es una conducta adquirida. Los humanos no somos presas. —Esos gatos comen lo que sea si hay hambre —masculló Jay—. Unos hijos de puta sigilosos. —Me parece que el bisonte macho que lideraba la manada está de acuerdo contigo. Pero no he visto rastro de la hembra de puma en el camino de vuelta. Ningún indicio de que haya ampliado su territorio hasta aquí. Cuando Jay alzó un hombro y se volvió de nuevo hacia el cercado, Lil sonrió a su padre. —En fin, si no me necesitas me voy a casa. Estoy deseando darme una ducha y beber algo bien frío. —Dile a tu madre que nos quedan un par de horas aquí fuera. Después de cepillar y dar de comer al caballo, y de apurar dos vasos de té helado, Lil se reunió con su madre en el huerto, le quitó la azada de las manos y se puso a trabajar. Página 41 —Ya sé que me repito, pero ha sido increíble. ¡Esa forma de moverse! Y sé que son sigilosos y astutos, pero quién sabe cuánto tiempo llevaba ahí escondido, acechando a la manada, eligiendo la presa, el momento… Y yo sin enterarme. Estaba atenta, pero no me he enterado de nada. Tengo que mejorar. —¿No te molesta verlos matar? —Ha sido tan rápida, tan feroz. Muy limpio, la verdad. Se limitó a hacer su trabajo, ¿no? Creo que si me lo hubiera esperado, si hubiera tenido tiempo de pensar en ello, habría reaccionado de un modo distinto. Lil lanzó un suspiro y se levantó un poco el ala del sombrero. —La cría estaba tan mona con todas esas flores pegadas a la cabeza. Pero ha sido cuestión de segundos entre la vida y la muerte. Te… te sonará raro, pero ha sido como una experiencia religiosa. Lil calló un instante para enjugarse el sudor de la frente. —Estar allí y verlo todo no ha hecho más que confirmarme lo que quiero hacer y lo que tengo que aprender para poder hacerlo. He sacado fotos. Antes, durante y después. —Cariño, te parecerá remilgado, sobre todo viniendo de una ganadera, pero creo que no me apetece ver a ese puma devorando una cría de bisonte. Lil siguió cavando con una sonrisa de oreja a oreja. —¿Sabías lo que querías… lo que querías hacer cuando tenías mi edad? —No tenía ni idea. —Jenna se puso en cuclillas y empezó a arrancar hierbajos alrededor de las delicadas hojas verdes de las zanahorias. Trabajaba con manos veloces y diestras; su cuerpo era espigado y esbelto como el de su hija—. Pero al cabo de un año más o menos apareció tu padre. Me lanzó una sola mirada un poco chula, y supe que lo quería para mí y que él no tendría gran cosa que decidir al respecto. —¿Y si hubiera querido volver al este? —Pues yo también me habría ido al este. No era la tierra lo que amaba, en aquella época no. Lo amaba a él y creo que nos enamoramos juntos de este lugar. —Jenna se apartó el sombrero, paseó la mirada por las hileras de zanahorias y alubias, los tomates jóvenes y, más allá, los campos de soja y los pastos—. Me parece que en tu caso fue amor desde que naciste. —No sé adónde iré. Quiero aprender tantas cosas, ver tantas cosas… Pero siempre volveré. —Cuento con ello. —Jenna se puso en pie—. Ahora dame la azada y entra a lavarte. Iré dentro de un ratito y podrás ayudarme a preparar la cena. Página 42 Lil cruzó el huerto hasta la casa mientras se quitaba el sombrero y lo golpeaba contra el muslo para quitarle parte del polvo del camino antes de entrar. Una ducha caliente y larga sonaba de maravilla. Después de ayudar a su madre en la cocina, podría dedicar un rato a tomar notas y apuntar observaciones. Y al día siguiente llevaría el carrete al pueblo para que se lo revelaran. En su lista de cosas para las que quería ahorrar figuraba una de esas nuevas cámaras digitales. Y un ordenador portátil, se dijo. Había conseguido una beca que contribuiría a sufragar los gastos universitarios, pero sabía que no lo cubriría todo. Matrícula, alojamiento, tasas de laboratorio, libros, transporte… Un montón de dinero. Casi había llegado a la casa cuando oyó el rugido de un motor. Cerca, concluyó, dentro de sus tierras. En lugar de entrar, rodeó la casa para ver quién se acercaba con tanto estruendo. Puso los brazos en jarras al divisar la moto que se aproximaba por el sendero de acceso. Muchos motoristas viajaban por aquellos parajes, sobre todo en verano. De vez en cuando, alguno paraba en la granja para pedir indicaciones o un par de días de trabajo. Aunque casi todos llegaban conduciendo con bastante cuidado, pensó, mientras que este iba a toda pastilla, como si… El casco y la visera le ocultaban el pelo y casi todo el rostro, pero le vio sonreír y lo supo. Lanzó una carcajada y echó a correr hacia la moto. El motorista se detuvo detrás de la camioneta de su padre y pasó una pierna sobre el depósito mientras se soltaba la hebilla del casco. Lo dejó sobre el sillín y se volvió justo a tiempo, cuando ella le echaba los brazos al cuello. —¡Coop! —Gritó mientras su amigo le daba vueltas en el aire—. ¡Has venido! —Ya te dije que vendría. —Dijiste que quizá. Cuando Coop la abrazó, Lil experimentó un extraño hormigueo de calor en su interior. Parecía distinto; más musculoso, más duro en un sentido que le hacía pensar en la palabra hombre en lugar de chico. —Pues quizá se ha convertido en que sí. —La dejó en el suelo y la examinó sin dejar de sonreír—. Has crecido. —Un poco. Creo que ahora ya está. Tú también, por cierto. Sí, estaba más alto, parecía más duro… y esa barba de dos días, según sus cálculos, le confería un aspecto muy sexy. Llevaba el pelo más largo que la Página 43 última vez, y las ondas le enmarcaban el rostro de modo que sus ojos azul hielo parecían aún más claros y penetrantes. El calor y el hormigueo se intensificaron. Coop la cogió de la mano al girarse para contemplar la casa. —Está igual. Habéis pintado las contraventanas, pero por lo demás está igual. En cambio, él no, pensó Lil. No del todo. —¿Cuándo has llegado? Nadie me había dicho que estabas aquí. —Hace unos diez segundos. He llamado a mis abuelos al llegar a Sioux Falls, pero les he pedido que no dijeran nada. —Le soltó la mano para rodearle los hombros—. Quería darte una sorpresa. —Pues lo has conseguido, te lo aseguro. —He decidido pasar por aquí antes de ir a casa de los abuelos. Y ahora, se dijo Lil, todo cuanto quería y amaba estaba con ella para el resto del verano. —Entra. Hay té frío. ¿Cuándo te compraste ese trasto? Coop volvió la cabeza hacia la moto. —Hace casi un año. Pensé que si podía venir este verano, sería divertido cruzar el país en moto. Se detuvo al pie de la escalera y ladeó la cabeza mientras escudriñaba el rostro de Lil. —¿Qué? —Estás… muy guapa. —No es verdad. —Se mesó el pelo, muy enredado tras tantas horas aplastado por el sombrero—. Acabo de volver de una excursión y huelo mal. Si hubieras llegado dentro de media hora, ya me habría adecentado. Coop no apartaba la mirada de su rostro. —Estás muy guapa. Te he echado de menos, Lil. —Sabía que volverías. —Lil sucumbió y volvió a echarse a sus brazos con los ojos cerrados—. Debería haber sabido que sería hoy, porque he visto al puma. —¿Qué? —Luego te lo cuento. Entra, Coop. Bienvenido a casa. En cuanto llegaron sus padres, saludaron a Coop y se pusieron a charlar con él, Lil corrió arriba. La larga ducha caliente con la que había soñado se convirtió en la ducha más rápida de la historia. A la velocidad del rayo desenterró sus escasos productos de maquillaje. Nada demasiado evidente, se ordenó a sí misma. Se puso un poco de colorete, algo de rímel y un toque Página 44 discreto de brillo de labios. Si se ponía a secarse el pelo tardaría horas, así que se lo recogió aún húmedo en una cola de caballo. Consideró la posibilidad de ponerse pendientes, pero decidió que resultaría demasiado llamativo. Vaqueros y camisa limpios. Informal y natural. El corazón le latía como una banda de música. Era raro, extraño, inesperado. Pero se había colgado de su mejor amigo. Tenía un aspecto tan distinto… Estaba igual pero al mismo tiempo diferente. Aquellas mejillas un poco hundidas eran nuevas y fascinantes. El pelo algo alborotado, sexy, surcado de reflejos causados por el sol. Ya estaba un poco bronceado. Lil recordaba que en verano se ponía muy moreno. Y sus ojos, aquellos lagos de color azul hielo, penetraban en zonas inexploradas de su interior. Ojalá lo hubiera besado. Nada, un simple beso de saludo. Así sabría cómo era sentir sus labios sobre los de ella. Cálmate, se ordenó. Con toda probabilidad se moriría de risa si supiera lo que estás pensando. Respiró hondo varias veces y bajó la escalera muy despacio. Oyó sus voces en la cocina. La risa de su madre, el tono jocoso de su padre… y la voz de Coop. Más grave. ¿No la tenía más grave que antes? Tuvo que detenerse y respirar de nuevo. Luego esbozó una sonrisa afable y entró en la cocina. Coop se interrumpió a media frase y se quedó mirándola. Al cabo de un momento parpadeó. Aquel instante de sorpresa que vio en sus ojos hizo que el corazón de Lil diera un vuelco. —¿Te quedas a cenar? —le preguntó Lil. —Estábamos intentando convencerle. Pero Lucy y Sam lo esperan. El domingo —le advirtió Jenna, agitando un dedo—. El domingo todos aquí para un pícnic. —Desde luego. Recuerdo muy bien el primero. Y podríamos batear un rato. —Apuesto algo a que todavía puedo ganarte. Lil se apoyó contra el mostrador y le sonrió de un modo que lo hizo parpadear otra vez. —Eso ya lo veremos. —Esperaba que me llevaras a dar una vuelta en ese trasto que te has comprado. —Una Harley no es un trasto —sentenció él, solemne. Página 45 —¿Por qué no me enseñas lo que es capaz de hacer? —Vale, el domingo te… —Me refería a ahora. No os importa, ¿verdad? —Preguntó a su madre—. Solo media hora. —Eeh… ¿Tienes otro casco, Coop? —Sí… esto… he traído dos porque me imaginaba que… Bueno, que sí. —¿Cuántas multas te han puesto conduciendo esa cosa? —preguntó Joe. —Ninguna en los últimos cuatro meses —aseguró Coop con una sonrisa. —Trae a mi chica de vuelta sana y salva. —Lo haré. Y gracias por el té —dijo al tiempo que se levantaba—. Hasta el domingo. Jenna los siguió con la mirada hasta que salieron y luego se volvió hacia su marido. —Oh —musitó. Joe le dedicó una media sonrisa. —Yo más bien iba a decir «Oh, mierda». Fuera, Lil examinaba el casco que Coop le había dado. —¿Así que vas a enseñarme a conducir este trasto? —Puede. Lil se puso el casco y observó a Coop mientras este se cerraba la hebilla. —Soy perfectamente capaz. —Estoy seguro —convino Coop al tiempo que subía a la moto—. Estuve a punto de ponerle un sidecar, pero… —De sidecar nada —lo interrumpió ella antes de subirse tras él. Apretó el cuerpo contra la espalda de Coop y le rodeó la cintura con los brazos. ¿Notaría los latidos desbocados de su corazón?, se preguntó. —¡Dale caña, Coop! Cuando Coop obedeció y se lanzó a buena velocidad por el sendero de acceso, Lil profirió un grito de placer. —¡Es casi tan genial como montar a caballo! —exclamó. —Mejor aún en la carretera. Inclínate conmigo en las curvas —le indicó — y agárrate bien. A su espalda, Lil sonrió. Eso pensaba hacer. Coop pesaba el grano en el pajar donde el sol entraba a raudales por las ventanas. Oía a su abuela cantar mientras daba de comer a las gallinas, Página 46 acompañada por su cloqueo. En el establo, los caballos resoplaban y masticaban. Qué curioso el modo en que todo acudía de nuevo a su mente. Los olores, los sonidos, la calidad de las luces y las sombras… Hacía dos años que no daba de comer ni limpiaba a un caballo, que no se sentaba a una gran mesa de cocina al amanecer para comerse un plato de tortitas. Pero bien podría haber sido el día anterior. Aquella estabilidad constituía un consuelo cuando tantas cosas en su vida estaban en movimiento, pensó. Recordaba haberse tumbado sobre una roca plana junto al río con Lil varios años atrás, y darse cuenta de que ella sabía muy bien lo que quería. Seguía sabiéndolo. Y él seguía sin saberlo. La casa, los campos, los montes… Todo estaba tal como lo había dejado. También sus abuelos, pensó. ¿Realmente le habían parecido viejos aquel primer verano? Ahora se le antojaban robustos y estables, como si los ocho años transcurridos no les hubieran afectado en absoluto. Pero desde luego sí habían afectado a Lil. ¿Cuándo se había vuelto tan…? Bueno, ¿tan preciosa? Dos años antes aún era la Lil de siempre. Mona, sin duda, porque siempre había sido guapa. Pero apenas había pensado en ella como en una chica… y mucho menos como en una chica chica. Una chica con curvas, labios y ojos que le hacían hervir la sangre cuando lo miraba. No estaba bien pensar en ella de aquel modo. Probablemente eran amigos. Los mejores amigos. Él no podía ir por ahí notando que tenía pechos ni mucho menos obsesionarse con la sensación que le habían producido al apretarse contra su espalda cuando iban en moto por la carretera a toda velocidad. Firmes, suaves, fascinantes. Estaba claro que no podía ir por la vida teniendo sueños eróticos en los que tocaba esos pechos… y el resto de ella. Pero los había tenido. Dos veces. Embridó una potrilla de un año, tal como le había pedido su abuelo, y la dejó salir a la caballeriza para entrenarla con una cuerda. Lucy, tras dar de comer y abrevar el ganado, y una vez recogidos los huevos, fue a sentarse sobre la cerca para observarlo. —Tiene mucha energía —comentó cuando la potrilla levantó las patas traseras. Página 47 —De sobra. —Coop cambió de táctica para hacerla caminar en círculo. —¿Ya has elegido un nombre para ella? Coop sonrió. El día que bautizó a Jones se instauró la tradición según la cual él era el encargado de poner nombre a los potros cada temporada, visitara o no la granja. —Tiene un pelaje moteado muy bonito. Estaba pensando en llamarla Pecas. —Le queda bien. Tienes talento para los nombres, Coop, y también para los caballos. Siempre lo has tenido. —Los echo de menos cuando estoy en el este. —Y cuando estás aquí echas de menos el este. Es normal. —Hizo una pausa, pero prosiguió al ver que Coop guardaba silencio—. Eres joven; todavía no has sentado la cabeza. —Tengo casi veinte años, abuela. Me parece que ya debería saber qué quiero. A mi edad tú ya estabas casada con el abuelo… —Era otra época y otro lugar. En algunos aspectos, veinte años son menos ahora que en mis tiempos, aunque son más en otros. Tienes tiempo para sentar la cabeza. Coop miró a aquella mujer robusta. Tenía el cabello más corto y un poco más rizado, las arrugas en torno a los ojos eran más profundas que antes… pero, aun así, no había cambiado. Como tampoco había cambiado el hecho de que podía decir lo que pensaba con la certeza de que ella le escucharía. —¿Te gustaría haberte tomado más tiempo? —¿A mí? No, porque he acabado aquí, sentada sobre esta cerca y mirando a mi nieto entrenar a esa preciosa potrilla. Pero yo no soy como tú. Me casé a los dieciocho años, tuve a mi primer hijo antes de los veinte y apenas he salido de Mississippi en toda mi vida. Tú eres distinto, Cooper. —No sé quién soy. ¿Primer hijo? —La miró con más atención—. Has dicho primer hijo. —Perdimos a dos después de tu madre. Fue muy duro. Sigue siéndolo. Creo que por eso Jenna y yo intimamos tan deprisa. Ella tuvo un niño que nació muerto y luego un aborto después de Lil. —No lo sabía. —Cosas que pasan, pero las superas y punto. Si eres afortunado, sacas algo bueno de ello. Yo te he sacado a ti. Y Jenna y Josiah tienen a Lil. —Desde luego, Lil parece saber muy bien lo que quiere. —Esa niña tiene las cosas muy claras. Página 48 —Y esto… —procuró hablar en tono casual—. ¿Sale con alguien? Me refiero a algún chico. —Ya te he entendido —espetó Lucy—. Nadie en especial, que yo sepa. El chico de los Nodock estuvo rondándola bastante, pero me parece que Lil no estaba demasiado interesada. —¿Nodock? ¿Gull? Pero, por el amor de Dios, si debe de tener veintidós o veintitrés años. Es demasiado mayor para Lil. —Gull no; Jesse, su hermano. Es más joven. Debe de tener más o menos tu edad. ¿A ti te interesa el asunto, Cooper? —¿A mí? ¿Lil? —Mierda, pensó, mierda mierda—. Qué va. Solo somos amigos. Es como una hermana para mí. Con expresión inocente, Lucy golpeó el talón de la bota contra la cerca. —Tu abuelo y yo éramos amigos de pequeños. Aunque no recuerdo que me viera nunca como a una hermana. En fin, como te decía, Lil tiene las cosas muy claras. Tiene planes. —Siempre ha tenido planes. Cuando acabó la jornada, Cooper contempló la posibilidad de ensillar uno de los caballos y salir a cabalgar a lo bestia durante un buen rato. Le habría gustado montar a Jones, pero el potro al que había ayudado a adiestrar se había convertido en una de las estrellas de la empresa turística de sus abuelos. Consideró sus alternativas y ya casi se había decantado por el ruano castrado que se llamaba Tick cuando vio a Lil acercarse al cercado. Le resultaba vergonzoso admitirlo, pero se le secó la boca al verla. Llevaba vaqueros y una camisa de color rojo vivo, botas gastadas, un raído sombrero gris de ala ancha y el pelo suelto. Al llegar a la cerca, golpeteó la alforja que se había echado al hombro. —Aquí dentro tengo comida que me gustaría compartir. ¿Algún interesado? —Puede. —El problema es que necesito un caballo. Cambio pollo frito frío por montura. —Elige el que quieras. Lil ladeó la cabeza y señaló con la barbilla. —Me gusta el aspecto de esa yegua pía. —Voy a buscarte una silla y a avisar a mis abuelos. —He pasado por la casa antes de venir. Les parece bien. Queda mucho día por delante; más vale aprovecharlo. —Colocó la alforja sobre la cerca—. Ya sé dónde está la montura. Vamos, ensilla tu caballo. Página 49 Amigos o no, no veía nada malo en seguirla con la mirada ni en fijarse en el modo en que los vaqueros se le ceñían al cuerpo. Se pusieron manos a la obra a un ritmo que ambos conocían bien. Coop cogió la alforja e hizo una mueca. —Uf, aquí hay un montón de pollo. —Es que también llevo la grabadora, la cámara y… cosas. Ya sabes que me gusta anotarlo todo cuando salgo de excursión. Estaba pensando que podríamos ir hacia el riachuelo y luego tomar uno de los senderos que atraviesan el bosque. Podemos galopar bastante hasta allí, y es muy bonito. —¿Territorio de pumas? —preguntó Coop, lanzándole una mirada intencionada. —Los que he rastreado este año andan por esa zona, pero no lo digo por eso —aseguró con una sonrisa mientras montaba—. Lo digo porque es una excursión muy agradable y hay un riachuelo donde se abre el bosque. Es un sitio genial para comer. Pero está a una hora, así que si quieres que vayamos más cerca… —Una hora de paseo me ayudará a abrir boca —replicó Coop al tiempo que montaba el ruano y se ajustaba el sombrero—. ¿Por dónde? —Hacia el sudoeste. —Te echo una carrera. Espoleó ligeramente al ruano, y los dos se lanzaron al galope a través del cercado y los campos. Antes yo montaba mejor que él, pensó Lil, mucho mejor. Ahora tenía que reconocer que estaban al mismo nivel. La yegua le reportaba ventaja porque era ligera y rápida, de modo que, con el cabello alborotado por el viento, Lil llegó a la línea rala de árboles con menos de un cuerpo de ventaja. Riendo y con los ojos brillantes, se inclinó hacia delante para felicitar a la yegua con una palmadita en el cuello. —¿Dónde montas en Nueva York? —No monto. Lil se irguió sobre la silla. —¿Me estás diciendo que llevabas dos años sin montar? Cooper se encogió de hombros. —Es como montar en bici. —No, es como montar a caballo. ¿Cómo lo…? Dejó la pregunta sin terminar, meneó la cabeza y guio el caballo bosque adentro. —¿Cómo lo qué? Página 50 —Bueno, ¿cómo soportas no hacer algo que te encanta? —Hago otras cosas. —¿Como cuáles? —Voy en moto, salgo, escucho música. —Persigues a las chicas. —No corren mucho —señaló él con una sonrisa. —Ya me lo imagino —bufó ella—. ¿Qué le parece a CeeCee que pases todo el verano aquí? Cooper se encogió otra vez de hombros mientras cruzaban una explanada flanqueada de árboles y cantos rodados. —No vamos en serio. Ella tiene su vida, y yo la mía. —Creía que erais uña y carne. —No tanto. Tengo entendido que sales con Jesse Nodock. —¡No, por Dios! —Exclamó ella, echando la cabeza atrás con una carcajada—. Es buen tío, pero un poco atontado. Además, lo único que de verdad quiere hacer es luchar. —¿Luchar? ¿Qué…? —Una sombra le surcó la mirada—. ¿Quieres decir montárselo contigo? ¿Lo has hecho con Nodock? —No. Salí con él un par de veces, pero no me gusta mucho cómo besa. Un poco demasiado pastoso para mí gusto. Tiene que mejorar su técnica. —¿Sabes mucho de técnica? Lil lo miró de soslayo con una sonrisa maliciosa. —Estoy haciendo un estudio informal. Mira. Puesto que cabalgaban uno junto al otro, Lil alargó la mano para tocarle el brazo y luego señaló algo. En el extremo más alejado de la arboleda, una manada de ciervos se detuvo para mirarlos. Lil sacó la grabadora. —Seis ciervos de cola blanca, dos hembras y dos cervatos. ¿A que son monos? Por aquí también ha pasado un macho no hace mucho. —¿Cómo lo sabes, Tonto? —Mira la corteza. Arañazos de un ciervo macho restregando la cornamenta contra ella. Y algunos de ellos recientes, señor Nueva York. Pensó que también eso le resultaba familiar. Cabalgar con ella, escucharla señalar las huellas, la fauna, los indicios. Lo había echado de menos. —¿Qué más ves? —Huellas de marmota y de ciervo mula. Hay una ardilla roja en ese árbol. Tienes ojos en la cara, ¿no? —No como los tuyos. —También ha pasado un puma por aquí, pero ya hace bastante. Página 51 Coop la miraba a ella, solo a ella. Por lo visto, no podía hacer otra cosa con los rayos de sol moteando su rostro y aquellos ojos oscuros tan vivaces, tan intensos. —Vale, ¿cómo lo sabes? —¿Ves esas marcas que parecen rasguños? Son de puma, pero antiguas, probablemente de un macho marcando territorio durante el último período de apareamiento. Se ha ido, al menos de momento. No se quedan con la hembra ni con la familia. Follan y se largan. Muy propio de un macho. —Respecto a lo de tu estudio informal… Lil se echó a reír y chasqueó la lengua para azuzar la yegua. Página 52 4 R esultó fácil caer en una rutina cómoda. Días calurosos, trabajo duro y tormentas repentinas. Lil pasaba con Coop casi todo el tiempo que tenía libre, cabalgando o de excursión, bateando o montando en moto a toda velocidad. Se tendía junto a él sobre la hierba y contaba estrellas, se sentaba a orillas de un riachuelo y compartía con él la comida. Y Coop no movía ficha. Lil no lo entendía. En el caso de Jesse, había bastado una mirada un poco más intensa que las demás para que el muchacho se abalanzara sobre ella. Lo mismo había sucedido con Dirk Pleasant, y eso que se había limitado a montar un par de veces con él en la noria de la feria el verano anterior. Conocía la expresión que adquirían los ojos de un chico cuando pensaba en una chica con cierta intención. Y juraría haber visto esa expresión en los ojos de Coop al mirarla. Así que, ¿por qué no se abalanzaba sobre ella? Estaba claro que había llegado el momento de coger el toro por los cuernos. Condujo la moto con cuidado casi hasta el final del camino de acceso a la granja. Concentrada, mascullando entre dientes instrucciones al trazar la curva y mientras regresaba al punto desde donde Coop la observaba. Mantenía una velocidad decente solo porque, las pocas veces que había pegado un acelerón, Coop se había enfadado mucho. —Vale, ya he recorrido el camino de acceso seis veces. —Sintió deseos de dar un acelerón pero se contuvo—. Tienes que dejarme sacarla a la carretera, Coop. Venga, vamos a dar una vuelta. —Has estado a punto de pegártela en la curva. —«A punto» no cuenta. —Para mi moto sí; aún la estoy pagando. Si quieres ir a dar una vuelta, conduzco yo. —Venga… —Lil se bajó de la moto, se quitó el casco y agitó la melena deliberadamente antes de coger la Coca-Cola de Coop para beber un trago. Intentó adoptar la mirada tórrida que tanto había ensayado ante el espejo—. Solo un par de kilómetros… Con una sonrisa, le resiguió el cuello con el dedo mientras se acercaba más a él. —Es una carretera muy recta…, y te prometo que me portaré bien. Página 53 —¿Qué estás haciendo? —masculló Coop con los ojos entornados. Lil ladeó la cabeza. —Si me preguntas eso, significa que estoy haciendo algo mal. No retrocedió ni apartó la mano que ahora se apoyaba liviana sobre el pecho de Coop. El latido de su corazón se aceleró un poco; sin duda era buena señal. —Ten cuidado con cómo abordas a los tíos, Lil. No todos son como yo. —Tú eres el único al que estoy abordando. En los ojos de Coop centelleó una chispa de enfado… una reacción que Lil desde luego no había esperado. —No soy tu monigote de pruebas —espetó el joven. —Esto no es ninguna prueba, pero ya veo que no estás interesado. —Con un encogimiento de hombros, dejó la lata de Coca-Cola sobre el sillín de la moto—. Gracias por la clase. Agraviada y avergonzada, Lil echó a andar hacia la primera cancela del ganado. Suponía que a Coop solo le interesaban las chicas de ciudad con su comportamiento de ciudad. El señor Nueva York. Bueno, pues vale, perfecto, ella no necesitaba que… De repente, Coop le agarró el brazo y la giró con tal rapidez que Lil chocó contra él. El cuerpo de Coop temblaba de furia tanto como el de ella. —Pero ¿se puede saber qué narices te pasa? —quiso saber Coop. —¿Se puede saber qué narices te pasa a ti? No me dejas conducir tu estúpida moto ni un par de kilómetros, no quieres besarme… Me sigues tratando como si tuviera nueve años. Si no te intereso, deberías decírmelo en vez de… Coop tiró de ella hacia arriba y la besó. Tan fuerte, tan rápido… Nada que ver con los otros, alcanzó a pensar Lil, mareada. Nada que ver con los otros chicos. Los labios de Coop eran ardientes, su lengua era veloz. Sintió que algo se aflojaba en su interior, como si un nudo acabara de deshacerse, y cada centímetro de su ser, por dentro y por fuera, relucía de luz y calor. Era como si el corazón estuviera a punto de saltársele del pecho. Lo apartó para poder recobrar el aliento. —Espera, espera… Los contornos de las cosas se veían exageradamente nítidos, deslumbrantes. Quién necesita respirar, se dijo Lil antes de lanzarle de nuevo a sus brazos con tal fuerza que los derribó a ambos. Página 54 Lil le detenía el corazón. Coop habría jurado que los latidos se detenían cuando perdió el mundo de vista y la besó. En aquel instante había sido como la muerte, y de repente todo volvió a la vida con renovada intensidad. Y ahora estaba rodando con ella sobre el camino de tierra y los hierbajos espinosos que lo flanqueaban. Tenía una erección brutal, tanto que cuando Lil apretó las caderas contra él, gimió de placer y tormento. —¿Te duele? ¿Qué sientes? —farfulló Lil con voz entrecortada—. Déjame tocar… —No, por Dios. Coop le agarró la mano para detener aquella exploración repentina e inquieta. Si seguía por ese camino, no tardaría en correrle y avergonzarlos a ambos. Se incorporó hasta quedar sentado en el viejo camino, el corazón le golpeaba entre los oídos. —¿Qué estamos haciendo? —Querías besarme. —Lil se sentó junto a él y lo miró con aquellos ojos enormes, oscuros y profundos—. Y quieres más. —Mira, Lil… —Y yo también. Serás el primero. —Sonrió al ver que Coop se quedaba mirándola con los ojos muy abiertos—. Contigo todo irá bien. Quería esperar hasta asegurarme. Coop parecía presa del pánico. —Es algo que cuando está hecho no hay vuelta atrás. —Tú quieres estar conmigo, y yo quiero estar contigo. Todo irá bien. — Lil se inclinó hacia él y lo besó con cierta timidez—. Me ha gustado cómo me has besado, así que todo irá bien. Coop sacudió la cabeza, y la expresión de pánico se trocó en otra entre divertida y perpleja. —Se supone que soy yo el que tendría que intentar convencerte a ti para que te acostaras conmigo. —No podrías convencerme de nada que yo no quisiera. —Eso por descontado. Lil sonrió e inclinó la cabeza para apoyarla en su hombro. Pero de repente se levantó de un salto. —¡Dios mío! ¡Mira el cielo, mira hacia el norte! El cielo se había convertido en un caldero hirviente. Coop levantó y le tomó la mano. —Entremos. Página 55 —Está muy lejos. A muchos kilómetros. ¡Pero se extenderá! Es… ¡Mira! De la masa oscura surgió un remolino en forma de embudo que se cernió sobre la tierra como un dedo mortífero. —Mis abuelos. —No, está muy lejos y se dirige hacia el oeste, hacia Wyoming. Aquí apenas hace viento. —Pero puede dar la vuelta. Mientras hablaba, vio que el tornado devoraba una hilera de árboles. —Sí, pero no lo hará. Ya lo verás. Mira… Mira, Coop, ¿ves la pared de lluvia? Es un arcoíris. Ella veía el arcoíris, y él, el tornado negro surcando la llanura, pensó Coop. Suponía que esa diferencia entre ellos resultaba bastante significativa. Delante de la puerta del dormitorio de Lil, Jenna respiró hondo varias veces para hacer acopio de valor. La luz que se filtraba bajo la puerta indicaba que Lil seguía despierta. Casi había deseado que, después de haber remoloneado lo suficiente, ya hubiera apagado la luz. Llamó y abrió cuando Lil le dijo que entrara. Su hija estaba sentada en la cama, el cabello extendido alrededor de los hombros, la cara lavada y un voluminoso libro en las manos. —¿Ya estás estudiando? —Es un libro sobre ecología y gestión de la fauna. Quiero estar preparada para cuando empiecen las clases. Bueno…, de hecho, quiero ir por delante de los demás —reconoció Lil—. Los estudiantes de primero tienen que ser muy buenos para conseguir trabajos de campo como Dios manda. Así que seré muy buena. Ya me ha entrado el gusanillo de la competitividad. —Tu abuelo era igual. Ya se tratara de herraduras, de compraventa de caballos, de política o de un juego de cartas, siempre quería ser el mejor. Jenna se sentó en el borde de la cama. Es tan joven, pensó mientras miraba a su hija. Una niña en muchos sentidos, pero al mismo tiempo… —¿Te lo has pasado bien esta noche? —Mucho. Ya sé que mucha gente de mi edad cree que los bailes de pueblo son un rollo, pero a mí me parecen divertidos. Me gusta ver a todo el mundo, y también veros bailar a papá y a ti. —La música era buena… —Echó un vistazo al libro y vio lo que parecían unas complicadas fórmulas algebraicas—. ¿Se puede saber qué es eso? Página 56 —Ah, son ecuaciones para medir la densidad de población de las especies. Mira, esta es una fórmula para determinar el cálculo combinado, y esta es la media de cada zona. Y su varianza es la media de… —Se interrumpió y sonrió al ver la cara de su madre—. ¿De verdad quieres saberlo? —¿Recuerdas cuando te ayudaba con las divisiones largas? —No. —Pues ahí tienes la respuesta. En fin… No has bailado mucho esta noche. —Nos apetecía escuchar la música, y se estaba tan bien fuera… Y cada vez que entrabas, añadió mentalmente Jenna, ponías esa cara aturdida y satisfecha propia de una chica que acaba de terminar una buena sesión de besuqueo. Por favor, Dios mío, que no sea más que eso. —Tú y Cooper ya no sois solo amigos. Lil se irguió un poco. —No. Mamá… —Ya sabes que lo queremos mucho. Es un chico estupendo, y sé que os queréis mucho. También sé que ya no sois unos niños, y cuando uno siente más que amistad, pasan cosas. Sexo —puntualizó tras obligarse a dejar de ser una cobarde. —No ha pasado nada… Todavía. —Bien. Eso está muy bien, porque si pasa, quiero que los dos estéis preparados y vayáis sobre seguro. —Metió la mano en el bolsillo y sacó una caja de condones—. Que uséis protección. —Oh —farfulló Lil, mirando la caja con la misma perplejidad que su madre había experimentado ante las ecuaciones—. Oh. Uf… —Algunas chicas consideran que es responsabilidad del chico. Pero mi chica es inteligente y sensata, y siempre cuidará de sí misma y será autosuficiente. Preferiría que esperaras, no puedo evitarlo. Pero si no esperas, quiero que me prometas que tomarás precauciones. —Lo haré, te lo prometo. Quiero estar con él, mamá. Cuando estoy con él…, quiero decir, en su compañía, siento todas esas… cosas —dijo sin saber cómo expresarlo—. En el corazón, en la barriga, en la cabeza. Todo tiembla y casi no puedo respirar. Y cuando me besa es como… Uau. Así es como tiene que ser. Quiero estar con él —repitió—. Él se contiene porque no sabe seguro si estoy preparada. Pero lo estoy. —Pues la verdad es que me tranquiliza mucho saber que no te está presionando. —Creo que más bien es al revés. Página 57 Jenna lanzó una risita débil. —Lil, ya hemos hablado de sexo, de tomar precauciones, de la responsabilidad, de todas esas sensaciones. Y además te has criado en una granja. Pero si tienes alguna duda o quieres hablar sobre cualquier cosa, ya sabes que puedes hablar conmigo. —Vale, mamá. ¿Sabe papá que me has dado estos condones? —Sí, hemos hablado de ello. Ya sabes que también puedes hablar con él, pero… —Ya, ya…, un pero enorme. Resultaría incómodo. —Para los dos. —Jenna le dio una palmadita en el muslo al tiempo que se levantaba—. No te acuestes muy tarde. —Vale. Mamá… gracias por quererme. —No tiene mérito. Ser autosuficiente, pensó Lil. Su madre tenía razón, como de costumbre, concluyó mientras guardaba las provisiones. Una mujer debía tener un plan, esa era la clave. Qué hacer, cuándo y cómo… Lil lo había dispuesto todo. Tal vez Coop no estuviera al corriente, pero el factor sorpresa también era crucial. Cargó las mochilas en la camioneta, agradecida por el hecho de que sus padres hubieran ido al pueblo y por no tener que pasar por el trago de sus advertencias, aunque fueran tácitas. Se preguntó si los abuelos de Coop sabrían lo que pasaba, lo que realmente pasaba. Había decidido no preguntárselo a su madre. Eso sí habría resultado incómodo. No importaba. Me da igual, pensó mientras conducía con las ventanillas bajadas y el viento azotaba su rostro. Disponía de tres días libres. Probablemente los últimos tres días libres seguidos que tendría en todo el verano. Al cabo de unas semanas pondría rumbo al norte, a la universidad. Y entonces daría comienzo otra fase de su vida. No se marcharía hasta que hubiera apurado esta fase. Había imaginado que estaría nerviosa, pero no era así. Emocionada, contenta, eso sí, pero no nerviosa. Sabía muy bien lo que hacía…, al menos en teoría, y estaba lista para pasar a la acción. Subió el volumen de la radio y se puso a cantar mientras conducía a través de las colinas, pasando por delante de granjas y pastos muy pulcros. Vio a hombres arreglando vallas, ropa tendida al viento. No pudo evitar detenerse Página 58 para sacar unas fotos y tomar algunas notas al divisar una manada de bisontes bastante numerosa. Llegó a la granja justo a tiempo para ver a Coop ensillando el caballo. Se cargó una mochila a la espalda, cogió la segunda y lanzó un silbido. —¿Qué es todo esto? —Algunas sorpresas —respondió ella mientras Coop se acercaba para ayudarla. —Madre mía, Lil, parece suficiente para una semana entera. Pero si solo estaremos fuera unas horas… —Luego me darás las gracias. ¿Dónde están tus abuelos? —Han tenido que ir al pueblo. Deben de estar a punto de llegar, pero me han dicho que si lo teníamos todo listo no los esperáramos. —Te aseguro que yo estoy lista —afirmó Lil, henchida por el secreto que guardaba—. Ah, por cierto, hoy he hablado con mi compañera de habitación. —Lil comprobó las cinchas de la silla de la yegua—. Ya tenemos compañeras asignadas en la residencia, y me ha llamado para conocerme. Es de Chicago y estudiará zoología y cría de animales. Creo que nos llevaremos bien. Eso espero; nunca he compartido habitación. —Pues ya te queda poco. —Sí —Lil montó—, me queda poco. ¿Te cae bien tu compañero de habitación? —Se ha tirado dos años fumado y sin molestar. —Espero hacer amigos. Algunas personas hacen amigos en la universidad que les duran toda la vida. —Avanzaban a paso tranquilo, sin prisa alguna, bajo el manto azul del cielo—. ¿Tú fumabas? —Un par de veces, y con eso me bastó. Era lo que todo el mundo hacía, y la marihuana estaba ahí mismo, al alcance de la mano. Y el tío se ponía en plan «Venga, chaval, pétalo, hombre» —canturreó Coop con una voz exagerada de fumeta que hizo reír a Lil—. Así que, ¿por qué no? Pero luego me entró un hambre de mil demonios y mucho dolor de cabeza. No merece la pena. —¿Y volverás a tenerlo de compañero este semestre? —Lo han expulsado por suspenderlas todas, qué sorpresa. —Vaya, pues tendrás que acostumbrarte a otro. —No voy a volver. —¿Qué? Lil tiró de las riendas para detener al caballo y mirar a Coop, pero él siguió, de modo que azuzó a la yegua para darle alcance. Página 59 —¿Cómo que no vas a volver? ¿Adónde? ¿Al este? —No, a la universidad. Lo dejo. —Pero si solo… pero si aún te falta… ¿Qué ha pasado? —Nada, por eso. No me lleva a ningún lado, y eso no lo quiero. Todo el rollo de la preparatoria para la facultad de Derecho fue idea de mi padre. Pagará mientras haga las cosas a su manera. Pero ya no estoy dispuesto a hacer las cosas a su manera. Lil conocía los signos: el endurecimiento de la mandíbula y el destello en los ojos. Conocía el genio de Coop y sabía cuándo estaba furioso. —No quiero ser abogado, y menos aún el títere de una empresa con traje italiano en que quiere convertirme. Maldita sea, Lil, me he pasado la primera mitad de mi vida intentando complacerle, intentando que se fijara en mí, intentando importarle algo, joder. ¿Y qué he conseguido? La única razón por la que me paga la universidad es porque no le queda otro remedio, pero tiene que ser a su manera. Y se cabreó porque no entré en Harvard. Madre mía, si hubiera podido… —Podrías haber entrado en Harvard si hubieras querido. —No, Lil —replicó él, exasperado—. Tú sí que podrías haber entrado. Tú eres el genio, la alumna brillante. —Eres inteligente. —Pero no tengo esa clase de inteligencia académica. No me va mal, pero… lo odio, Lil. Lo odio, joder. Triste y furioso, pensó Lil. De nuevo se apreciaba en su mirada la tristeza y la furia de tiempos pasados. —Nunca me lo habías dicho… —¿Y para qué? Me sentía atrapado. Mi padre es capaz de hacerte creer que no tienes elección, de que él siempre tiene razón y tú siempre estás equivocado. Y, Dios mío, sabe muy bien cómo conseguir que te conformes. Por eso es tan bueno en su trabajo. Pero yo no quiero hacer su trabajo. No quiero ser como él. Empecé a pensar en todos los años que tendría que invertir para convertirme en algo que no quiero ser y… No, se acabó. —Ojalá me lo hubieras contado antes. Me habría gustado que me contaras lo mal que estabas. Podríamos haber hablado de ello. —Puede, no sé. Pero lo que sí sé es que todo este rollo tiene que ver con él, no conmigo. Con él y con mi madre, con su eterna guerra, la eterna búsqueda de las apariencias perfectas. Eso también se acabó. El corazón de Lil sufría por él. —¿Te peleaste con tus padres antes de venir? Página 60 —Yo no lo llamaría pelea. Dije algunas cosas que quería decir y recibí un ultimátum: o me quedaba y trabajaba en el bufete familiar durante el verano o me cortaba el suministro. El económico, claro, igual que me ha cortado todos los demás suministros desde que era pequeño. Vadearon un riachuelo en silencio, solo se oía el chapoteo de los cascos en el agua. Lil no podía imaginar a sus padres dándole la espalda en ningún sentido. —Por eso has venido. —Tenía pensado venir de todos modos. Tengo bastante dinero para una casa. No necesito gran cosa. De todas formas, no pensaba volver a vivir con mi madre. No tengo intención de volver jamás. En el pecho de Lil se hinchó una pequeña burbuja de esperanza. —Podrías quedarte aquí, con tus abuelos. Eso ya lo sabes. Podrías ayudar en la granja, ir a la universidad aquí y… Cuando Coop se volvió hacia ella, Lil sintió que la burbuja estallaba y se desvanecía. —No voy a volver a la universidad, Lil. No me va. Para ti es distinto. Desde el día que viste aquel puma sabes lo que vas a estudiar, lo que vas a hacer. Y decidiste perseguir felinos en lugar de voleas. —No sabía que fueras tan desgraciado. Entiendo que no querías estudiar Derecho y que tu padre fue injusto al presionarte tanto, pero… —No se trata de ser injusto —la interrumpió Coop con un encogimiento de hombros, el gesto de un joven demasiado acostumbrado a la injusticia para preocuparse por ella—. No se trata de eso y a partir de ahora, tampoco se trata de él. Se trata de mí. Todo ese rollo de la universidad no tiene nada que ver conmigo. —Y quedarte aquí tampoco, ¿verdad? —Creo que no, al menos de momento, al menos ahora. No sé con seguridad lo que quiero. Quedarme aquí sería lo más fácil. Tengo casa, un plato en la mesa, un trabajo que se me da bastante bien, familia, a ti… —Pero… —Pero sería como sentar la cabeza antes de saber lo que quiero. Antes de hacer algo. Aquí soy el nieto de Sam y Lucy. Quiero ser yo mismo. Me he matriculado en la escuela de policía. —¿La escuela de policía? —Lil no se habría sorprendido más si la hubiera tirado del caballo—. ¿Y de dónde has sacado esa idea? Nunca me habías dicho que quisieras ser policía. Página 61 —Hice un par de asignaturas sobre orden público y una de criminología. Son las únicas que me han gustado en estos dos años de mierda. Lo único que se me daba bien. He presentado la solicitud y tengo suficientes créditos para entrar; cuando empiece, tendré veinte años. Son seis meses de formación, y tengo la sensación de que se me dará bien, así que voy a intentarlo. Necesito algo que sea mío. No sé cómo explicarlo. Yo soy tuya, pensó ella, pero sin expresarlo en voz alta. —¿Se lo has dicho a tus abuelos? —Todavía no. —Trabajarás en Nueva York. —De todos modos habría seguido yendo a la universidad en el este —le recordó Coop—. Y si todo el mundo menos yo se hubiera salido con la suya, ahora mismo estaría trabajando en el bufete de mi padre. Y llevaría traje cada puto día. Pero ahora voy a hacer algo para mí o al menos voy a intentarlo. Imaginaba que lo comprenderías. —Y lo comprendo. —Ojalá no lo comprendiera; lo quería allí con ella—. Solo es que… está tan lejos… —Vendré cuando pueda, en cuanto pueda. Tal vez en Navidad. —Y yo podría ir a Nueva York, quizá en las vacaciones semestrales o… el verano que viene. Parte de la tristeza se esfumó del rostro de Coop. —Te lo enseñaría todo. Hay mucho que ver y qué hacer. Y tendré mi propio piso. No será gran cosa, pero… —Eso no importa. Se las apañarían, pensó Lil. No podía sentir lo que sentía por Coop, por su relación, y no hacer lo posible por que funcionara. —En Dakota del Sur también hay policías —prosiguió con una sonrisa valiente—. Algún día podrías convertirte en sheriff de Deadwood. Coop se echó a reír. —Primero tendré que aguantar en la escuela. Mucha gente abandona. —Tú no abandonarás. Lo harás genial. Ayudarás a la gente y resolverás delitos, y yo estudiaré, me licenciaré y salvaré animales salvajes. Y encontrarían el modo de estar juntos, se dijo. Lil lo llevó al lugar que había elegido. Quería que todo fuera perfecto. El día, el lugar, el momento… No podía permitir que la incertidumbre del futuro se interpusiera en su camino. Página 62 El sol se filtraba entre los árboles y centelleaba en las veloces aguas del río, donde las julianas color violeta se balanceaban con la leve brisa. Otras flores silvestres se mostraban en todo su esplendor al sol y a la sombra, y los trinos de los pájaros proporcionaban la única música necesaria. Desmontaron y ataron los caballos. Lil abrió la mochila. —Primero deberíamos montar la tienda. —¿La tienda? —Quería que fuera una sorpresa. Tenemos dos días. Tus abuelos y mis padres están de acuerdo. —Dejó la mochila en el suelo y puso ambas manos sobre el pecho de Coop—. ¿Te parece bien? —Hacía mucho que no salíamos de acampada. La última vez, tu padre y yo compartimos tienda. —Escudriñó el rostro de Lil y le frotó los brazos—. Las cosas han cambiado, Lil. —Lo sé. Por eso estamos aquí con una sola tienda y un solo saco de dormir. —Se acercó aún más a él y lo besó suavemente con los ojos abiertos —. ¿Quieres estar conmigo, Cooper? —Ya sabes que sí. La atrajo hacia sí y la besó con una pasión repentina que le quemo el vientre. —Dios mío, Lil, ya sabes que sí. No tiene sentido que te pregunte si estás segura, si estás preparada. Siempre estás segura, pero… no estamos preparados. Una tienda no bastará para lo que estamos hablando. Al menos no la clase de tienda que llevas en la mochila. Aquello la hizo reír y abrazarlo con más fuerza. —Tengo una caja de tiendas. —¿Cómo dices? —Condones. Llevo una caja de condones. Nunca voy de acampada sin estar preparada. —Una caja. Vaya, entonces el que llevo en la cartera parece que no será necesario y…, vale, gracias, Señor, pero… ¿de dónde narices has sacado una caja de condones? —Me la dio mi madre. —¿Tu…? —Coop cerró los ojos, desistió y se sentó sobre una roca—. A ver: ¿tu madre te da una caja de condones y luego te da permiso para que vengas aquí conmigo? —De hecho, me los dio hace una semana y me hizo prometer que estaría segura y que tomaría precauciones. Se lo prometí, estoy segura y tomaré precauciones. Página 63 Coop, un poco pálido, se restregó las manos contra las rodillas de los vaqueros. —¿Lo sabe tu padre? —Claro que lo sabe. No está en casa cargando la escopeta, Coop. —Es que me resulta muy raro. Y ahora estoy nervioso, maldita sea. —Pues yo no. Ayúdame a montar la tienda. Coop se levantó, y juntos montaron la tienda, pequeña y ligera, con rapidez y eficacia. —Para ti no es la primera vez, ¿verdad? —le preguntó Lil. Coop se volvió hacia ella. —Supongo que no te refieres a ir de acampada. No, no es la primera vez. Pero nunca lo he hecho con alguien que… nunca lo ha hecho. Probablemente te dolerá, y no sé si las chicas sienten algo la primera vez. —Bueno, ya te contaré. —Lil alargó la mano y se la posó sobre el corazón, pensando que sin duda latía por ella; no podía ser de otro modo—. Podríamos empezar ahora. —¿Ahora? —Bueno, primero espero que me ayudes a entrar en calor. He traído una manta de más. —La sacó de la mochila—. Y puesto que llevas un condón en la cartera, podríamos empezar con ese. Si no lo hacemos ya, no podremos pensar en otra cosa. Con firmeza y sin vacilación alguna, Lil le tomó la mano. —Podrías tumbarte aquí conmigo y besarme un rato. —Eres única. —Enséñame, ¿quieres? Eres el único que quiero que me enseñe. Coop la besó de pie bajo el sol, junto a la manta, y puso lo más suave y delicado que había en él en aquel beso. Sabía que Lil tenía razón. Debía pasar allí, en el mundo que les pertenecía a ambos, el mundo que los había unido para siempre. Se arrodillaron uno frente al otro, y Lil suspiró sobre los labios de él. Coop le acarició el pelo, la espalda, el rostro y por fin los pechos. Los había tocado en otras ocasiones, había sentido el latido de su corazón desbocado contra su mano al tocarla. Pero aquello ira distinto. Aquello era el preludio. Le quitó la camisa y vio la sonrisa en sus ojos cuando ella se la quitó a él. Lil contuvo el aliento cuando Coop le desabrochó el sujetador. Cerró los ojos al sentir por primera vez el contacto de Coop sobre la piel desnuda. —Vaya, desde luego esto me está haciendo entrar en calor. Página 64 —Eres como… —Coop buscó las palabras adecuadas mientras le envolvía los pechos con las manos y le acariciaba los pezones con los pulgares—. Como polvo de oro. —Todavía no lo has visto todo. —Lil abrió los ojos para mirarlo de hito en hito—. En mi interior están cobrando vida cosas que no sabía ni que existían. Todo es un puro hormigueo abrasador. —Alargó las manos y las deslizó sobre el pecho de Coop—. ¿A ti le pasa lo mismo? —Sí, solo que yo sí sabía que existían. Lil… Coop inclinó la cabeza y le besó el pecho. Su sabor lo inundó, su gemido de asombro y placer le encendió la sangre. Lil lo rodeó con los brazos para apretarlo más contra sí y no lo soltó cuando ambos cayeron sobre la manta. No había imaginado que sería tan intenso. Tempestades, oleadas estremecimientos. Nada de lo que había leído, ni los libros de texto ni las novelas la habían preparado para lo que estaba sucediendo en su cuerpo. Su mente pareció apartarse de ella, liberarla para dar prioridad absoluta a las sensaciones. Deslizó los labios por el hombro de Coop, su cuello, su rostro, se rindió a la necesidad de nutrirse de él. Cuando la mano de Coop descendió por su vientre y forcejeó con el botón de los vaqueros, Lil se estremeció. Y pensó: Sí. Sí, por favor. Cuando intentó hacer lo propio con él, Coop se apartó. —Tengo que… —farfulló con voz entrecortada mientras sacaba la cartera —. Luego puede que me olvide, que deje de pensar. —Vale. —Lil se tumbó de espaldas y se tocó los pechos—. Todo me parece diferente ya. Creo que… Oh —exclamó con los ojos muy abiertos cuando Coop se quitó los vaqueros—. Madre mía… Coop le lanzó una mirada de soslayo, embargado por un orgullo viril primitivo ante su reacción, mientras rasgaba el envoltorio del preservativo. —Me irá bien. —Ya sé cómo funciona, pero… déjame. Lil se incorporó para tocarlo antes de que pudiera ponerse el condón. —Joder, Lil. —Es suave —murmuró mientras la recorría otra oleada de calor—. Dura y suave. ¿La sentiré así dentro de mí? —Sigue preguntándotelo, porque aún te queda un rato para descubrirlo. Con la respiración entrecortada, Coop le agarró la muñeca y le apañó la mano para poder concentrarse en el condón. Página 65 —Déjame a mí —musitó al tiempo que se inclinaba sobre ella—. Déjame hacer a mí esta primera vez. La besó durante largo rato, besos largos, lentos y profundos, esperando que no le fallara la intuición. Lil parecía derretirse bajo su cuerpo, y cuando deslizó la mano hacía abajo, se estremeció entre sus brazos. Ya estaba húmeda, y sentirla estuvo a punto de hacerle perder el control. Rogando por conservarlo, deslizó un dedo en su interior. Lil arqueó las caderas y le clavó los dedos en la espalda. —Dios mío, Dios mío. —Es bueno. —Caliente, suave, húmedo. Lil—. ¿Te gusta? —Sí. Sí. Es… Lil sintió que algo se elevaba y se llevaba consigo su aliento. Coop la besaba y volvía a besarla, la atrapaba y la volvía a soltar. Arqueó la espalda para encontrar más. Y otra vez, y otra. Esto, pensó. Esto. Flotando en una nube ardiente, percibió que Coop se movía y se apretaba contra su centro. Abrió los ojos, intentó enfocar la mirada y escudriñó la intensidad de aquellos ojos azul cristal. Dolía. Por un instante, el dolor se impuso al placer, y Lil se puso rígida. —Lo siento. Lo siento. Lil no sabía si Coop tenía intención de parar o seguir, pero sí sabía que se hallaba al borde de algo inimaginable. Lo aferró por las caderas y elevó el cuerpo para encontrarlo, para conocerlo. De nuevo el dolor, otra oleada punzante y abrasadora… y luego lo sintió dentro de ella. Con ella. —Cabe —consiguió articular. Coop dejó caer la cabeza sobre su hombro y lanzó una risita jadeante. —Dios mío, Lil. Dios mío. Creo que ya no puedo parar. —¿Y quién te ha pedido que pares? De nuevo le clavó los dedos, arqueó una vez más la espalda y lo sintió moverse en su interior. Coop tembló sobre ella de tal modo que tuvo la sensación de que la tierra se estremecía. En el interior de Lil, todo se abrió, todo se llenó, y entonces lo supo. Gritó de placer como no había gritado de dolor y cabalgó con él en la cresta de la ola. Página 66 5 J ugaron en el río, se lavaron en el agua fresca y se excitaron mutuamente hasta quedar sin aliento. Mojados y medio desnudos, se abalanzaron como un par de lobos hambrientos sobre la comida que Lil había llevado. Luego, con los caballos atados y dormitando, se colgaron unas mochilas pequeñas a la espalda para hacer una pequeña excursión. A Lil todo le parecía más brillante, más claro y más intenso. Se detuvo bajo la protección de los pinos y señaló unas huellas. —Manadas de lobos. Los felinos compiten con ellos por las presas. Por lo general no se molestan unos a otros. Hay mucha caza, así que… Coop hizo ver que le daba un puñetazo en el vientre. —Sabía que habías elegido este camino por algún motivo. —Quería saber si la hembra a la que vi cubre esta zona. Probablemente está más al oeste, pero es un buen territorio, como te dirían los lobos si pudieran. Vamos a construir un refugio. —¿Para qué? —Para todos ellos. Para los animales amenazados, heridos y maltratados. Para aquellos a los que la gente compra o capturan como mascotas exóticas y luego se dan cuenta de que no pueden quedárselos. Todavía estoy intentando convencer a mi padre, pero al final lo conseguiré. —¿Aquí, en las colinas? Lil asintió con firmeza. En «Paha Sapa», Colinas de Negro en el idioma de los indios lakota, un lugar sagrado. Me parece el sitio ideal, sobre todo para lo que quiero hacer. —Es tu lugar —convino él—. Así que, en efecto, parece el sitio ideal pero también parece un proyecto muy ambicioso. —Lo sé. He consultado cómo se han construido otros refugios, como funcionan, qué se necesita… Me queda mucho por aprender. Parte del territorio pertenece al Parque Nacional, lo cual podría ser una ventaja. Necesitamos financiación, un plan y ayuda. Probablemente mucha ayuda — reconoció. Se detuvieron en el camino de un mundo que ambos conocían, aunque Coop tenía la sensación de que se hallaban en una encrucijada. —Tú también has estado pensando mucho, por lo que veo. Página 67 —Sí. Voy a preparar el proyecto en la universidad. Espero poder construir una maqueta y aprender lo suficiente para hacerlo realidad. Es lo que quiero hacer. Quiero contribuir a proteger todo esto, quiero aprender y enseñar. Papá sabe que nunca seré ganadera. Supongo que siempre lo ha sabido. —En eso eres muy afortunada. —Ya lo sé. —Deslizó la mano por el brazo de Coop hasta entrelazar los dedos con los de él—. Si decides que ser policía de Nueva York no es lo tuyo, siempre puedes volver y echarnos una mano. Coop sacudió la cabeza. —O hacerme sheriff de Deadwood. —No quiero perderte, Coop —murmuró Lil al tiempo que lo abrazaba. De modo que también ella lo sentía, pensó mientras la estrechaba con más fuerza. —No podrás librarte de mí. —No quiero estar con nadie más que contigo. No quiero a nadie más que a ti. Coop ladeó la cabeza para descansar la mejilla sobre la cabeza de Lil y contempló las huellas que habían dejado atrás. —Volveré. Siempre volveré. Lil se dijo que en ese momento estaban juntos e intentó aferrarse a ese pensamiento con la misma fuerza con la que se aferraba a él. Haría que volviera si era necesario. Que volviera junto a ella, al lugar donde era feliz. Algún día, años más tarde, volverían a pasear por aquel bosque. Juntos. Mientras regresaban al campamento, Lil desterró de su mente todo lo que mediaba entre el presente y aquel futuro. Aquella noche, bajo el firmamento salpicado de estrellas, oyó el alarido del puma mientras yacía en los brazos de Coop. Mi talismán, pensó. Mi amuleto de la buena suerte. No entendía por qué tenía tantas ganas de llorar, así que sepultó el rostro en el hombro de Coop y permaneció muy quieta hasta que logró conciliar el sueño. Jenna miraba por la ventana. El calor bochornoso y el tinte que estaba cobrando el cielo al este, violáceo como un moratón, indicaban tormenta. Habría otras tormentas y otros moratones, pensó mientras observaba a su hija y al chico al que amaba volver cabalgando desde las vallas que habían comprobado con Joe y Sam. Página 68 Incluso a aquella distancia podía ver qué eran amantes. Amantes tan nuevos, tan jóvenes… Lo único que veían era el cielo azul del verano, no las tormentas inminentes. —Le romperá el corazón. —Ojalá pudiera decir que no es cierto. A su espalda, Lucy le apoyó una mano en el hombro y miró con ella por la ventana. —Lil cree que todo saldrá como ella quiere, como planea. Que las cosas siempre serán como son ahora. No puedo decirle que no será así; no me creería. —Cooper la quiere. —Ya lo sé. Lo sé. Pero se marchará, y ella también. Tienen que marcharse. Y Lil nunca volverá a ser la misma. Eso tampoco puede evitarse. —Teníamos esperanzas de que Cooper se quedara. Cuando nos contó que no pensaba volver a la universidad, me dije que… bueno, perfecto. Se podría quedar aquí y algún día se haría cargo de la granja. Pero apenas tuve tiempo de pensarlo, y de pensar que quizás se habría tomado los estudios de otra forma si su padre no lo hubiera presionado tanto, cuando nos contó sus planes. —La escuela de policía. —Jenna dio la espalda a la ventana para observar a su amiga—. ¿Qué opinas tú de eso, Lucy? —Me asusta un poco, la verdad. Espero que encuentre su camino, algo de lo que se sienta orgulloso. No puedo decirle nada más, lo mismo te pasa a ti con Lil. —Mi mayor temor es que Coop le pida que se vaya con él, y Lil lo haga. Es joven, está enamorada y… bueno, no tiene miedo. Así son los chicos de su edad. —Jenna fue a coger la jarra de limonada para ocuparse con algo—. Podría dejarse llevar por el corazón, y aquello está tan lejos… No hablo solo de kilómetros… —Lo sé. Recuerdo cuando mi Missy huyó de aquí como si la tierra quemara. —Tan a sus anchas en la cocina de Jenna como en suya, Lucy sacó unos vasos de la alacena—. Coop no es como su madre, desde luego. Y tu hija tampoco. Missy nunca pensó en nadie aparte de sí misma. Creo que nació así. No era mala, ni siquiera dura, simplemente los demás le importaban un pimiento. Lo único que quería era salir de aquí. Se llevó la limonada a la ventana y bebió un sorbo mientras miraba afuera. Página 69 —Puede que nuestros chicos quieran cosas distintas, pero una parte de lo que quieren está aquí. Tu niña tiene planes, Jenna. ¿Y mi chico? Bueno, está intentando hacer algunos. —No sé si uno llega a superar jamás el primer amor. Joe fue el mío, así que nunca he tenido que sobreponerme a él. Pero detesto saber que Lil va a sufrir. Que ambos van a sufrir. —Nunca se separarán del todo. Los unen demasiadas cosas. Pero en fin, de momento no podemos hacer nada más que estar aquí. Se acerca la tormenta. —Lo sé. El viento soplaba con una fuerza brutal, precediendo la lluvia. Los relámpagos surcaban las colinas en sobrecogedores latigazos azules y blancos. Uno de ellos alcanzó un chopo en el pasto más próximo y lo partió con la precisión de un hacha. El ozono impregnaba el aire como una poción de brujas. —Es potente —constató Lil husmeando el aire desde el porche trasero. En la cocina, los perros gemían; los imaginó acurrucados bajo la mesa. Sabía que podía pasar tan rápido como había llegado. O azotar la zona y hacer verdaderos estragos. Granizo que golpearía los cultivos y el ganado, vientos huracanados que los destrozarían. En las colinas y los desfiladeros, los animales se refugiarían en madrigueras y guaridas, en cuevas, matorrales y hierbas altas. Al igual que los humanos se refugiaban en casas y coches. La cadena alimentaria no significaba nada para la naturaleza. El estruendo ensordecedor de un trueno se alargó durante varios segundos, resonó por todo el valle y lo sacudió. —Esto no lo verás en Nueva York. —También hay tormentas eléctricas en el este. Lil se limitó a menear la cabeza mientras contemplaba el espectáculo. —No como esta. Las tormentas en la ciudad no son más que un estorbo. Esto es espectáculo y aventura. —Intenta parar un taxi en Manhattan en medio de una tormenta. Cariño, te aseguro que eso sí es una aventura. —Coop se echó a reír y le tomó la mano—. Pero tienes razón. Esto son entradas de primera categoría. —Ya llega la lluvia. La lluvia llegó en cortinas vertiginosas. Lil la siguió con la mirada mientras el mundo enloquecía bajo su rugido palpitante y titánico. Página 70 Lil se volvió hacia él, lo estrechó entre sus brazos y lo besó con la furia y potencia de la tormenta. La lluvia los golpeaba, gotas duras como guijarros que el viento empujaba bajo el tejado del porche. Rugió otro trueno ensordecedor. El carillón de viento colgado sobre la puerta tintineaba enloquecido, como la campaña de llamada a las comidas. Por fin Lil se apartó, pero no sin antes añadir al beso un mordisco juguetón. —Cada vez que oigas un trueno te acordarás de esto. —Necesito estar a solas contigo. En alguna parte. En cualquier parte. Lil se volvió hacia la ventana de la cocina. Sus padres y los Wilks montaban guardia en el porche delantero, mientras que ella y Coop habían elegido el trasero. —¡Deprisa! ¡Corre! Con una carcajada, Lil tiró de él hacia la lluvia y el viento. Empapados de inmediato, corrieron hacia el granero. Un relámpago dividió el cielo con un siseo eléctrico. Juntos abrieron la puerta del granero y entraron dando tumbos y sin liento. En los establos, los caballos se removían inquietos mientras la lluvia golpeteaba el tejado y los truenos rugían. En el pajar, Lil y Coop se quitaron la ropa empapada y se unieron con frenesí. Aquel iba a ser su último día juntos. Cuando se acercara a su fin, Coop se despediría de Joe y Jenna, y luego, como pudiera, también de Lil. No era la primera vez que se despedía de ella, pero sabía que esta vez sería más difícil. Esta vez, más que nunca, tomarían rumbos distintos desde aquella encrucijada. Como tantas otras veces, cabalgaron hacia el lugar que se había convertido en su rincón. El riachuelo de aguas rápidas al borde del pinar donde bailaban las flores silvestres. —Sigamos un poco más. Luego volveremos —propuso Lil—, pero si nos quedamos aquí, será la última vez, así que sigamos un poco más. —Quizá pueda venir por Acción de Gracias. No falta tanto. —No, no falta tanto. —En Navidad seguro. —En Navidad seguro. Yo me voy dentro de ocho días. Página 71 No había empezado a hacer las maletas, todavía no. Esperaría hasta que Coop se hubiera ido. Era una especie de símbolo. Mientras él siguiera allí, todo permanecía. Todo era sólido y conocido. —¿Estás nerviosa? Por la universidad, quiero decir. —No, no estoy nerviosa. Tengo curiosidad, eso sí. En parte tengo muchas ganas de ir, de empezar, de descubrir cómo es. Pero en parte quiero detenerlo todo. No quiero pensar en eso hoy. Dejémoslo estar. Alargó la mano y tomó la de Coop. Siguieron caminando en un silencio lleno de preguntas para las que ninguno de los dos tenía respuesta. Pasaron ante una pequeña cascada crecida por las tormentas estivales y atravesaron un prado verdeante por el verano. Resuelta a no caer en la melancolía, Lil sacó la cámara. —¡Eh! Coop sonrió cuando Lil lo enfocó. Con los caballos en paralelo, extendió el brazo para fotografiarlos a ambos. —Seguro que nos has cortado la cabeza. —Ya verás cómo no. Te enviaré una copia. Coop y Lil en medio de la nada. A ver qué les parece a tus nuevos amigos policías. —Te mirarán y pensarán que soy un tío con suerte. Enfilaron un sendero que discurría entre árboles altos y grandes rocas, con unas vistas que parecían abarcar hasta el fin del mundo. Lil se detuvo de repente. —Por aquí ha pasado el puma. Las lluvias han borrado casi todas las huellas, pero hay marcas en los árboles. —¿Tu hembra? —Puede. No estamos lejos de donde la vi aquel día. Hace dos meses, pensó. Los cachorros ya estarían destetados y serían lo bastante grandes para que mamá los llevara con ella de caza. —Quieres intentar rastrearla. —Solo un poco. De todas formas, no sé si seré capaz. Ha llovido mucho estos últimos días. Pero si tiene un territorio, podría estar en la zona donde la vi la primera vez. Sería una señal de buena suerte —concluyó de pronto— que los dos la viéramos el último día que pasas aquí, como pasó el primero. Coop llevaba el rifle por si las moscas, aunque no lo mencionó; Lil no le parecería bien. —Vamos. Lil iba delante y buscaba rastros mientras los caballos avanzaban a paso lento. Página 72 —Ojalá se me diera mejor esto de rastrear. —Ya lo haces tan bien como tu padre. Quizá incluso mejor. —No sé yo… Tenía intención de practicar mucho más este verano —le dedicó una sonrisa—, pero por alguna razón no me ha dado tiempo. Los matorrales, las rocas… Allí se escondería para cazar. Y no sé si… —Calló de repente y guio el caballo hacia la derecha—. Excrementos. Son de puma. —Pues a mí me parece que si eres capaz de distinguir un montón de mierda de otro es que sabes rastrear de maravilla. —Nociones básicas de rastreo. No son muy frescos. De ayer o anteayer. Pero esto forma parte de su territorio, y si no del suyo, probablemente del de otra hembra. Sus territorios pueden coincidir en parte. —¿Y por qué no un macho? —Porque por lo general se mantienen alejados de las hembras hasta el apareamiento. Y entonces se ponen en plan «Eh, cariño, sabes muy bien que me deseas. Claro que te quiero. Claro que te respetaré mañana». Se las tiran y si te he visto no me acuerdo. Coop entornó los ojos cuando ella sonrió. —No respetas en absoluto a nuestro género. —Bueno, no sé, algunos especímenes no estáis tan mal. Además, tú me quieres. En cuanto las palabras brotaron de sus labios, Lil se irguió en la silla. Comprendió que no podía retirarlas y se volvió para mirarlo a los ojos. —¿Verdad? —Nunca he sentido por nadie lo que siento por ti —aseguró él con una sonrisa—. Y siempre te respeto a la mañana siguiente. En lo más hondo de la mente de Lil anidaba el pensamiento persistente de que aquello no bastaba. Quería escuchar las palabras, sentir su poder. Pero no estaba dispuesta a pedírselas. Siguió adelante, en dirección a la pradera donde había visto al puma abatir a la cría. Encontró otros indicios, más arañazos en los árboles. Puma y ciervo. Matorrales aplastados por una manada de ciervos mula. Pero cuando llegaron a la hierba alta comprobaron que ningún animal deambulaba ni pastaba por allí. —Bonito lugar —observó Coop—. ¿Seguimos estando en vuestras tierras? —Sí, por poco —repuso Lil mientras paseaba la mirada por el paisaje. Avanzó entre la hierba hacia los árboles adonde el puma había arrastrado a su presa aquel día. Página 73 —Mi madre dice que antes había osos por aquí, pero que el hombre acabó con ellos. Todavía hay pumas y lobos, pero cuesta encontrarlos. Las Colinas Negras son un crisol biológico. Aquí tenemos especies que son comunes en muchas zonas. —Como un bar de ligoteo. Lil lanzó una carcajada. —Tendré que creerlo. La cuestión es que nos quedamos sin osos. Si pudiéramos… Mira, sangre. —¿Dónde? —En ese árbol. Y también en el suelo. Parece seca. Lil se dispuso a desmontar. —Espera. Si esto es una zona de caza, la hembra podría estar cerca. Y si tiene cachorros, no se alegrará mucho de verte. —¿Por qué hay sangre en el árbol? ¿Y tan arriba? —Lil sacó la cámara y se acercó—. Podría haber cazado un alce o un ciervo, supongo, y quizá la presa se resistió o chocó contra el árbol… pero no lo parece. —¿Y sabes qué aspecto tendría el árbol si hubiera pasado eso? —Me lo imagino. —Lil se volvió y vio el rifle—. No quiero que le dispares. —Ni yo. Nunca había disparado contra otra cosa que no fueran dianas, y no quería disparar contra un ser vivo, mucho menos contra el puma de Lil. Con el ceño fruncido, Lil volvió a concentrarse en el árbol, lo iluminó y luego se fijó en el suelo. —Parece que arrastró la presa hacia allí. ¿Ves el aspecto de los matorrales? Y hay más sangre. —Se agachó y golpeteó el suelo—. Y hay más sangre en el suelo y en los matorrales. Creía que se había llevado a la cría de bisonte más hacia el este. Puede que tuviera que cambiar de guarida o tal vez sea otro puma. Sigue hablando y mantente alerta. Mientras no la sorprendamos ni los amenacemos, a ella o a sus cachorros, no se fijará en nosotros. Continuó avanzando en un intento de seguir los indicios. Tal tomo había dicho, el camino era agreste en aquella zona, escarpado y rocoso. No le sorprendió ver señales de excursionistas y se pregunto si el puma se habría trasladado para rehuirlos. —Más excrementos. Frescos —comentó antes de volverse hacia él con una sonrisa de oreja a oreja—. La estamos rastreando. —Genial. Página 74 —Si pudiera hacerle una foto con las crías… —Se detuvo y husmeó el aire—. ¿Hueles eso? —Ahora sí. Algo muerto. —Cuando Lil echó a andar de nuevo, la asió del brazo—. Déjame ir delante y sígueme. —Pero… —O vas detrás de mí y de mi rifle, o nos volvemos. Soy más fuerte que tú, Lil, así que créeme si te digo que nos volvemos. —Vale, si te pones en plan machote… —Pues eso. Coop echó a andar guiándose por el hedor. —Hacia el oeste —indicó Lil—, un poco más hacia el oeste, fuera del camino. —Mientras avanzaba, escudriñaba los matorrales, los árboles y las rocas—. Dios mío, no sé cómo la puma puede aguantar algo que huele tan mal. Tal vez abandonó a su presa aquí, empezó a comer y luego se marchó. Un animal roído hasta los huesos no apesta así. Parece que hay mucha sangre por aquí y en aquellos matorrales. Lil aligeró el paso, no para adelantar a Coop, sino para situarse junto a él. No era culpa suya que las pistas se hallaran en su lado. —Veo algo ahí dentro. Sí, ahí hay algo. —Aguzó la vista—. Si todavía lo considera suyo y sigue en las inmediaciones, nos lo hará saber enseguida. No veo lo que es, ¿y tú? —Algo muerto, desde luego. —Ya, pero ¿qué? Me gustaría saber qué clase de… Oh, Dios mío. Cooper. Dios mío. Coop lo vio en el mismo instante que ella. La presa era humana. Lil no estaba orgullosa de su reacción, de cómo las piernas le habían fallado y casi había perdido la conciencia. Había estado a punto de desmayarse, y sin duda así habría sido si Coop no la hubiera agarrado con fuerza. Consiguió ayudarle a marcar el lugar, pero solo porque él le ordenó que se mantuviera apartada. Se obligó a mirar, se obligó a ver y recordar lo sucedido antes de volver junto al caballo y beber un largo trago de la cantimplora. Al cabo de un rato se tranquilizó un poco y fue capaz de pensar con claridad suficiente para marcar el camino a fin de ayudar a quienes fueran a buscar el cadáver. Coop no guardó el rifle durante el trayecto de regreso. No habría ocasión de retozar por última vez junto al río. —Ya puedes guardar el rifle. No lo ha matado un puma. Página 75 —Querrás decir «la» —puntualizó Coop—. El tamaño y el estilo de las botas, y lo que queda de pelo… Diría que era una mujer. ¿Crees que han sido los lobos? —No. No he visto rastro de lobos en esa zona. Es el hábitat de la puma, y los lobos la dejan en paz. No la ha matado un animal. —Lil, has visto lo mismo que yo. —Sí —asintió ella con la imagen grabada a fuego en la memoria—, pero eso es lo que los animales le han hecho después. Se la han comido una vez muerta. Pero la sangre en el árbol estaba demasiado arriba, y no había indicios de puma cerca. No hemos visto una sola huella hasta diez metros más allá. Creo que la ha matado una persona, Coop. Alguien la mató y la dejó allí. Y entonces los animales se comieron lo que quedaba de ella. —En cualquier caso, está muerta. Tenemos que volver. Cuando el camino se ensanchó lo suficiente, pusieron los caballos a galope. Su padre les dio whisky, solo un trago a cada uno. El licor les quito las náuseas, y cuando llegó la policía, el mareo había cesado. —He marcado el camino. Lil estaba sentada con Coop, sus padres y un ayudante del sheriff llamado Bates. Con ayuda del mapa que el policía había llevado, señaló la ruta. —¿Fuisteis por aquí? —No, dimos el rodeo panorámico. —Lil se lo mostró—. No teníamos prisa. Luego volvimos por aquí, y aquí es donde vi la sangre en el árbol. — Trazó una señal en el mapa—. Marcas de arrastre, más sangre… Probablemente la lluvia se habrá llevado mucha, pero había tanta que algo habrá quedado. Quienquiera que la matara lo hizo aquí, junto al árbol, porque la sangre llega hasta metro y medio del tronco… o un poco más. Luego la arrastró fuera del camino, hasta más o menos aquí. Y aquí es donde la encontró el puma. Debió de arrastrarla desde allí para guarecerse mejor. La policía tomaba notas y asentía. Parecía un hombre curtido y su aspecto era sereno, apaciguador. —¿Algún motivo por el que crea que la han asesinado, señorita Chance? Lo que acaba de describir parece el ataque de un puma. —¿Cuándo fue la última vez que un puma atacó a un ser humano por aquí? —preguntó Lil. —Esas cosas ocurren. Página 76 —Los pumas van a la yugular. —Bates volvió la mirada hacia Coop—. ¿No es así, Lil? —Sí, su forma característica de matar es atacar al cuello. Eso bate a la presa y a menudo le rompe el cuello. Rápido y limpio. —Si le rajaras el cuello a una persona, saldría un montón de sangre. A chorro, ¿no? Pero este no es el caso. No había… grandes salpicaduras. Bates enarcó las cejas. —De modo que tenemos a una experta en pumas y a un especialista forense. —El policía sonrió al pronunciar aquellas palabras con amabilidad—. Gracias por la información. Iremos a comprobar todo lo que me habéis contado. —Tendrán que hacerle la autopsia para determinar la causa de la muerte. —Exacto —dijo Bates a Coop—. Si fue un puma, nos encargaremos del asunto. Y si no, nos encargaremos del asunto. No os preocupéis. —Si Lil dice que no ha sido un puma, es que no ha sido un puma. —¿Ha desaparecido alguna mujer en los últimos días? —preguntó Lil. —Es posible. —Bates se levantó—. Iremos a buscar el cadáver. Tendré que volver a hablar con vosotros. Lil permaneció sentada en silencio hasta que Bates fue a reunirse con la otra mitad de su equipo. —Cree que estamos equivocados. Que lo que vimos fueron los restos de un ciervo mula o algo parecido, y que nos asustamos. —No tardará en averiguar que no es así. —No le has dicho que te vas mañana por la mañana. —Puedo quedarme un día más. En cuestión de un día deberían saber quién es y qué le ha pasado. Dos, a lo sumo. —¿Tenéis hambre? —inquirió Jenna. Lil negó con la cabeza, Jenna le rodeó los hombros con el brazo y la acarició cuando la joven sepultó el rostro en su pecho. —Ha sido horrible. Espantoso. Que te dejen allí tirada, convertida en un pedazo de carne. —Vamos arriba un rato. Te prepararé un baño. Ven conmigo. Joe esperó unos instantes, se levantó y sirvió dos tazones de café. Al volver a sentarse, miró a Coop de hito en hito. —Has cuidado de mi pequeña. Sabe cuidarse sola, eso ya lo sé, casi siempre y en casi todos los sentidos. Pero sé que hoy te has ocupado de ella y la has traído de vuelta sana y salva. No lo olvidaré. Página 77 —No quería que lo viera. Nunca he visto nada igual en mi vida y espero que esta haya sido la primera y la última vez. Pero no he podido evitar que ella lo viera. Joe asintió. —Has hecho lo que has podido, y con eso basta. Te voy a pedir algo, Cooper: no le hagas promesas que no sepas si vas a poder cumplir. Mi niña sabe cuidarse sola, pero no quiero que se aferré a una promesa que acabará por romperse. Cooper mantuvo la mirada fija en el café. —No sé qué podría prometerle. Tengo lo bastante para alquilar un piso, siempre y cuando sea barato, durante algunos meses. Debo intentar hacerlo lo mejor posible en la escuela de policía, pero aunque consiga graduarme, un policía no gana mucho. Me caerá algún dinero cuando cumpla los veintiuno. Algo de un fondo. También cuando cumpla veinticinco, treinta y así. Mi padre puede congelarlo, y de hecho ha amenazado con hacerlo, hasta que tenga cuarenta. —Y para eso falta una eternidad —comentó Joe con una sonrisa. —La cuestión es que durante un tiempo viviré con lo mínimo, pero no me importa. —Alzó la vista para mirar a Joe—. No puedo pedirle que me acompañe a Nueva York. Lo he pensado, y mucho. No puedo ofrecerle nada allí, y le arrebataría lo que más quiere. No tengo ninguna promesa que hacerle. Y no es porque no me importe. —No, yo diría que es porque sí te importa. Y con eso me basta. Ha sido un día duro, ¿verdad? —Estoy como si me hubiera atropellado un camión. No sé como me recuperaré. Lil quería ver el puma, que lo viéramos juntos para que nos diera buena suerte. No parece que hayamos tenido mucha. Aunque menos tuvo esa pobre chica que está allá arriba. Se llamaba Melinda Barrett. Tenía veinte años cuando salió de excursión por las Colinas Negras, un regalo que había decidido hacerse a sí misma aquel verano. Era de Oregón. Estudiante, hija, hermana… Su sueño era convertirse en guarda forestal. Sus padres habían denunciado su desaparición el día que la encontraron porque llevaba fuera dos días más de lo previsto. Antes de que el puma diera con ella, alguien le había fracturado el cráneo y luego la había apuñalado con saña suficiente para arañarle las costillas con Página 78 la hoja del cuchillo. Habían desaparecido su mochila, su reloj y la brújula que le había regalado su padre, la misma que su padre le había regalado a él. Puesto que Lil se lo había pedido, Coop condujo la moto hasta el final del camino de los Chance al amanecer. El asesinato de Melinda Barrett había demorado su partida dos días, y ya no podía esperar más. La vio de pie a la luz del alba, los perros correteando a su alrededor, las colinas como telón de fondo. Recordaría aquello, pensó. Recordaría a Lil en aquel escenario hasta el día en que volviera a verla. Cuando detuvo la moto y se apeó, los perros echaron a correr y saltar. Lil se limitó a arrojarse entre sus brazos. —¿Me llamarás cuando llegues a Nueva York? —Sí. ¿Estás bien? —Son demasiadas cosas. Creía que tendríamos más tiempo para estar solos. Tú y yo. Y entonces la encontramos. No saben quién la mató, y si lo saben, no lo dicen. Iba caminando tan tranquila por ese camino y alguien la mató. ¿Por la mochila? ¿Por el reloj? ¿Por que sí? No puedo dejar de pensar en eso y en que no hemos tenido suficiente tiempo para nosotros. —Levantó la cabeza y lo besó—. Solo serán unos meses. —Unos meses… —Sé que tienes que irte, pero… ¿has comido? ¿Necesitas algo? —Intentó sonreír mientras las lágrimas le inundaban la garganta—. No es que quiera retenerte, qué va… —He comido tortitas. La abuela conoce mis debilidades. Me han dado cinco mil dólares, Lil. No me han dejado rechazarlos. —Bien. —Lil volvió a besarlo—. Bien. Así no tendré que preocuparme por la posibilidad de que te mueras de hambre bajo un puente. Te echaré de menos. Dios… ya te echo de menos. Vete. Tienes que irte. —Te llamaré. Te echaré de menos. —Machácalos a todos en la academia, Coop. Cooper se subió a la moto y la miró un buen rato por última vez… —Volveré. —Conmigo —murmuró ella mientras él arrancaba—. Vuelve conmigo. Lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de vista, hasta que estuvo segura de que se había marchado. A la luz tenue y suave del amanecer, Lil se sentó en el suelo, llamó a los perros y rompió a llorar. Página 79 6 Dakota del Sur, febrero de 2009 E l pequeño Cessna se estremeció y acto seguido dio un par de saltos rápidos y airados mientras sobrevolaba colinas, llanuras y valles. Lil se removió en el asiento, no porque estuviera nerviosa, había experimentado vuelos peores que aquel y había salido ilesa, sino para ver mejor. Sus Colinas Negras aparecían cubiertas del manto blanco de febrero, un voluptuoso perfil nevado de laderas, crestas y mesetas surcado de riachuelos helados y pinos temblorosos. Imaginaba que el viento debía de ser casi tan fuerte y rabioso en tierra como a aquella altitud, y que respirar una buena bocanada seria como tragarse un puñado de vidrios rotos. No podría sentirse más feliz. Estaba a punto de llegar a casa. Los últimos seis meses habían sido increíbles, una experiencia que jamás olvidaría. Se había calado hasta los huesos, abrasado de calor, medio muerto de frío, todo ello entre mordeduras y picaduras mientras estudiaba a los pumas en los Andes. Se había ganado hasta el último centavo de la beca de investigación y esperaba ganar más con los informes y artículos que había escrito y escribiría. Dejando de lado el dinero, si bien en su situación no era algo que pudiera permitirse hacer, cada kilómetro que había caminado, cada magulladura, cada músculo dolorido había merecido la pena solo por divisar un puma dorado acechando a su presa en la selva o aposentado como un ídolo al borde de un acantilado. Pero ahora ardía en deseos de llegar a casa. A su propio hábitat. El trabajo la aguardaba, mucho trabajo. Aquel viaje de seis meses constituía la expedición más larga que había hecho hasta entonces. Y aun cuando había contactado con la oficina siempre que podía, sin duda se enfrentaría a montañas de trabajo. A fin de cuentas, el Refugio para Animales Salvajes Chance era su bebé. Pero antes de sumergirse en el trabajo, quería un día, un solo día para disfrutar de su hogar. Página 80 Estiró las piernas cuanto pudo en el limitado espacio que ofrecía la cabina y cruzó los tobillos enfundados en botas de montana. Llevaba un día y medio viajando en distintos medios de transporte, pero el último tramo había conseguido disipar todo rastro de cansancio. —Esto va a ponerse movidito. Lil miró a Dave, el piloto. —Y eso que hasta ahora ha estado más tranquilo que un estanque. David sonrió y le guiñó el ojo. —Dentro de un momento te lo parecerá. Lil se ajustó un poco más el cinturón de seguridad, pero no estaba preocupada. No era la primera vez que Dave la llevaba a casa. —Gracias por desviarte para traerme. —De nada. —Te invito a comer antes de que te vayas a Twin Forks. —Te tomo la palabra para otro día. —Se colocó la gorra de los Minnesota Twins al revés, como siempre hacía para que le diera suerte—. Me parece que volveré a despegar en cuanto haya repostado. Llevas mucho tiempo fuera; seguro que te mueres de ganas de llegar a casa. —Cierto. El viento azotó la pequeña avioneta durante el descenso. El aparato se agitaba y pataleaba como un niño en plena rabieta. Lil sonrió al divisar la pista del aeropuerto municipal. —Llámame cuando vuelvas por aquí, Dave. Mi madre te preparara la comida casera más pistonuda que hayas probado en tu vida. —Hecho. Lil se apartó la gruesa trenza y escudriñó la tierra con sus ojos oscuros. Por fin divisó la mancha roja. El coche de su madre, pensó. Tenía que serlo. Se agarró fuerte para afrontar las turbulencias sin apartar la vista del punto rojo. El tren de aterrizaje bajó con un rugido sordo, el punto rojo se convirtió en un Yukón, y el avión descendió hacia la pista. Cuando las ruedas tocaron tierra, el corazón de Lil dio un vuelco de alegría. En cuanto Dave le hizo una seña con la cabeza, se desabrochó el cinturón, cogió la bolsa de lona, la mochila y el maletín con el portátil. Cargada con todo su equipaje, se volvió hacia el piloto, consiguió llevar la mano a su rostro barbudo y lo besó con firmeza en los labios. —Casi tan bueno como una comida casera —comentó Dave. Página 81 Mientras bajaba ruidosamente por la corta escalinata del avión, Jenna salió corriendo de la diminuta terminal. Lil dejó caer sus bártulos y corrió a su encuentro. —Ya estás aquí, por fin —murmuró Jenna mientras se abrazaban con fuerza—. Bienvenida a casa, bienvenida a casa. ¡Cómo te he echado de menos! Deja que te mire. —Espera —pidió Lil sin soltar a su madre, empapándose de aquella fragancia a limón y vainilla tan propia de ella—. Vale, ahora sí. Se apartó un poco, y las dos mujeres se examinaron. —Estás preciosa. —Lil alargó la mano y acarició el cabello de su madre —. Sigo sin acostumbrarme a que lo lleves tan corto. Estás muy moderna. —Y tú estás… impresionante. ¿Cómo puedes estar impresionante después de seis meses pululando por los Andes? ¿Después de pasarte casi dos días metida en aviones, trenes y sabe Dios qué otros medios de transporte para llegar a casa? Pero sí, estás impresionante y con aspecto de poder con cualquier cosa. Cojamos tus bártulos y subamos al coche, que hace frío. ¡Dave! Jenna corrió hacia el piloto, le aferró la cara como había hecho Lil y lo besó en los labios como había hecho Lil. —Gracias por traer a mi niña a casa. —Es el mejor rodeo que he dado en mi vida. Lil levantó la mochila y la bolsa de lona, dejó que su madre se cargara del portátil. —Buen viaje, Dave. —Me alegro tanto de verte —suspiró Jenna, rodeando los hombros de Lil con el brazo mientras caminaban contra el viento—. Papá quería venir, pero uno de los caballos está enfermo. —¿Es grave? —Creo que no. Espero que no, pero papá quería estar allí por si acaso. Así te tendré para mí sola durante un rato. Cargaron el equipaje y subieron al coche. El híbrido de sus ecologistas padres estaba como los chorros del oro y era más espacioso que el Cessna. Lil estiró las piernas y lanzó un largo suspiro. —Me muero por un baño de espuma interminable, una copa de vino sin fondo y luego el filete más grande a este lado del Misuri. —Pues te informo que tenemos todo eso en stock. Lil sacó las gafas de sol para protegerse del resplandor de la nieve. Página 82 —Pensaba quedarme en casa esta noche para que pudiéramos ponernos al día antes de subir a la cabaña y empezar a trabajar. —Te daría un buen cachete si no lo hicieras. —Ya. Bueno, cuéntamelo todo —pidió Lil mientras salían del aparcamiento—. Quiero saber cómo está todo el mundo, qué ha pasado, quién va ganando en el Torneo Interminable de Ajedrez de Joe contra Farley, quién se ha peleado, quién se acuesta con quien… Fíjate que hago esfuerzos por no preguntarte por el refugio, porque una vez que empiece ya no podré parar. —En tal caso te diré que todo va bien en los ámbitos por los que no me preguntas. Quiero que me cuentes todas tus aventuras. Las entradas de diario que enviabas por correo electrónico eran tan interesantes y amenas… Tienes que escribir ese libro, cariño. —Algún día. De momento ya tengo suficiente para escribir un par de buenos artículos más. Traigo fotos geniales, más que las que os envié. Una mañana me asomé a la tienda, todavía medio dormida, y de repente vi a una hembra de puma en un árbol, a unos veinte metros de distancia. Ahí sentada, paseando la mirada por el campamento, como si pensara «Pero ¿qué se creerán que hacen aquí?». La bruma empezaba a disiparse, y los pájaros acababan de empezar a cantar. Todos los demás dormían. Solo estábamos ella y yo. Me dejó sin aliento, mamá. No le hice ninguna foto. Tuve que obligarme a meter la cabeza en la tienda y sacar la cámara. No tardé más que unos segundos, pero cuando volví a girarme, ya no estaba. Se había desvanecido como el humo. Pero nunca olvidaré el aspecto que tenía. Lil lanzó una carcajada y sacudió la cabeza. —¿Lo ves? Ya he vuelto a empezar. Quiero que me cuentes todo lo que ha pasado aquí. —Se abrió la vieja chaqueta de piel de oveja cuando la calefacción del coche empezó a desprender un agradable calor—. ¡Cuánta nieve! Hace solo dos días me estaba derritiendo en Perú, y ahora… Cuéntame algo nuevo. —No quise contártelo mientras estabas fuera, para no preocuparte, pero Sam se cayó y se rompió una pierna. —¡Dios mío! —Exclamó Lil mientras la expresión de deleite se borraba de su rostro—. ¿Cuándo? ¿Está muy mal? —Hace unos cuatro meses. Su caballo se encabritó y… No sabemos exactamente qué pasó, pero la cuestión es que se cayó, y el caballo le pisó la pierna. Se la rompió por dos sitios. Estaba solo, Lil. El caballo volvió sin él, y eso fue lo que alertó a Lucy. —¿Está bien? Mamá… Página 83 —Está mejor. La verdad es que durante un tiempo estuvimos bastante asustados. Está en buena forma, pero tiene setenta y seis años, y las fracturas eran bastante complicadas. Le pusieron clavos, y pasó más de una semana en el hospital. Lo escayolaron, y después tuvo que hacer rehabilitación. Acaba de empezar a moverse con bastón. Si no fuera tan fuerte… Los médicos dicen que es impresionante que se recuperará. Pero, desde luego, ha quedado algo tocado. —¿Y Lucy? ¿Cómo está? ¿Cómo va la granja, el negocio? Si Sam no ha podido ocuparse del trabajo…, ¿cómo se las han arresglado? —Sí, al principio fue difícil, pero se las apañan. —Jenna respiró hondo, lo cual indicó a Lil que aún faltaba alguna noticia difícil—. Cooper ha vuelto, Lil. Fue como un puñetazo directo al corazón. Un simple reflejo, le dijo. Viejos recuerdos asestándole un puñetazo insidioso. —Genial, eso es genial. Seguro que los ayuda mucho. ¿Cuánto tiempo se va a quedar? —Ha vuelto, Lil —repitió Jenna al tiempo que alargaba la mano para restregar el muslo de su hija en un gesto tan delicado como su voz—. Está viviendo en la granja. —Ah, vale. —Algo se removió en su interior, pero hizo caso omiso de la sensación—. Claro, claro, ¿dónde iba a vivir si no mientras les echa una mano? —Volvió en cuanto Lucy lo llamó, y se quedó unos días, hasta que quedó claro que no tendrían que volver a operar a Sam. Luego se volvió al este, arregló sus asuntos y volvió para quedarse. —Pero… Tiene la empresa en Nueva York. —Algo se removió en su interior, le oprimió el esternón y la dejó casi sin aliento—. Quiero decir que después de dejar la policía y abrir la empresa… Creía que le iba bien. —Me parece que sí, pero… Lucy me contó que vendió la agencia, empaquetó sus cosas y le dijo que volvía aquí para quedarse. Y así ha sido. No sé cómo se las habrían arreglado, la verdad. Todo el mundo habría echado una mano, ya sabes cómo son estas cosas, pero no hay nada como la familia. No quería contártelo por teléfono ni por correo electrónico. Cariño, sé que puede ser difícil para ti. —No, claro que no. En cuanto el corazón dejara de dolerle, en cuanto pudiera respirar hondo sin sentir una punzada, todo iría bien. Página 84 —Aquello pasó hace mucho tiempo. Seguimos llevándonos bien. Lo vi hace… tres o cuatro años, cuando vino a visitar a Sam y a Lucy. —Lo viste durante menos de una hora y luego te largaste a Florida y ahí te quedaste las dos semanas que él pasó aquí. —Tenía que irme… surgió la ocasión. Las panteras de Florida están en peligro de extinción. —Lil miró por la ventanilla, agradecida por las gafas de sol, aunque incluso con ellas todo se le antojaba demasiado brillante, demasiado… excesivo—. No tengo ningún problema con Coop. Me alegro de que haya venido a ayudar a Sam y Lucy. —Le querías. —Sí, le quería. En pasado. No te preocupes. No iba a toparse con él cada cinco minutos ni a verlo en todas partes. Ella tenía su trabajo, su casa. Y él, por lo visto, también. Además, sin resentimientos, se recordó. Por aquel entonces no eran más que unos críos; habían crecido. Se ordenó a sí misma desterrar el asunto, desterrar todos los asuntos ajenos, en cuanto su madre enfiló el camino de la granja. Divisó una columna de humo surgiendo de la chimenea, una visión muy cálida, y un par de perros saliendo a la carrera de la parte trasera de la casa para averiguar qué ocurría. La asaltó el recuerdo fugaz pero doloroso del día en que había llorado junto a otros dos perros una calurosa mañana de verano. Hacía doce años de aquella primera despedida tan triste, se recordó a sí misma. Y en verdad, si era sincera consigo misma, aquello había sido el final. Doce años eran tiempo suficiente, más que suficiente, para sobreponerse. Vio a su padre salir del granero para ir a su encuentro y desterró por completo a Cooper Sullivan de su mente. Recibió abrazos, besos, chocolate caliente, galletas y numerosos lametazos de dos sabuesos a los que sus padres habían llamado Lois y Clark. Desde la ventana de la cocina se divisaba el paisaje de siempre. Los campos, las colinas, los pinos, el centelleo del río. Jenna insistió en lavar la ropa que llevaba en la bolsa de viaje. —Déjame hacerlo. Me sentiré como una mamá por una vez. —Nada más lejos de mi intención que impedírtelo, mamá. —Ya sabes que no soy una tiquismiquis —comentó Jenna mientras cogía la ropa sucia que Lil le tendía—, pero no sé cómo te la apañas con tan pocas cosas durante tanto tiempo. Página 85 —Es cuestión de planificar bien y de estar dispuesta a llevar calcetines sucios cuando no queda otro remedio. De hecho, esta limpia… —aseguró cuando su madre sacó otra camisa de la bolsa a lo que Jenna se limitó a enarcar las cejas—. Bueno, más que limpia, está poco sucia. —Te traeré un jersey y unos vaqueros. Con eso te apañarás hasta que todo esto esté limpio y seco. Tú date ese baño y tómate esa copa de vino. Relájate. Lil se sumergió en el baño que su madre le había preparado. Qué agradable que alguien la mimara un poco para variar, se dijo con un suspiro largo y casi orgásmico. Trabajar sobre el terreno solía significar vivir con lo mínimo, en ocasiones de forma casi primitiva. No le importaba, pero desde luego tampoco le importaba que su madre le preparara su baño de espuma especial Jenna Chance ni saber que podía permanecer en él hasta que el agua se enfriara. Ahora que estaba a solas y tenía todo el tiempo del mundo, se permitió volver a pensar en Coop. Había vuelto cuando sus abuelos lo necesitaban, eso no podía negárselo. De hecho, su amor y lealtad en esa dirección no podía cuestionarse. ¿Cómo iba a odiarlo? ¿Cómo odiar a un hombre que, por lo visto, había puesto su vida patas arriba para proteger el hogar y el negocio de sus abuelos? Además, no tenía motivo alguno para odiarlo. Solo porque le hubiera roto el corazón y hubiese pisoteado los pedazos antes de alejarse de ella… ¡bah, ese no era motivo para odiar a nadie! Se sumergió un poco más y bebió un sorbo de vino. Pero Coop no le había mentido, eso tampoco podía negarse. Había vuelto. No por Acción de Gracias, pero sí en Navidad. Solo dos días, pero había vuelto. Y el verano siguiente, al saber que no podría ir a verla, Lil aceptó una oferta para trabajar en un refugio de California. Había aprendido mucho durante aquellas semanas, y Coop y ella se habían mantenido en contacto todo lo posible. Pero las cosas ya habían empezado a cambiar. ¿Acaso no lo había percibido ya entonces?, se preguntó. ¿Acaso una parte de ella no lo sabía? Coop no había podido ir la Navidad siguiente, y Lil acortó las vacaciones de invierno para participar en un trabajo de campo. Cuando se vieron en un lugar intermedio la primavera siguiente, aquel encuentro fue el fin. Coop había cambiado, Lil lo advirtió de inmediato. Se había vuelto más duro y… sí, también más frío. No obstante, no podía afirmar que se hubiera comportado de un modo cruel con ella. Solo fue muy claro. Página 86 Ella tenía su vida en el oeste, y él tenía la suya en el este. Había llegado el momento de dejarlo correr y reconocer que jamás conseguirían que lo suyo funcionara. «Tu amistad me importa mucho. Tú me importas mucho, pero tenemos que ser lo que somos, Lil. Tenemos que aceptar quiénes somos». No, no había sido cruel, pero la había destrozado. Lo único que le quedaba era el orgullo. Ese orgullo gélido que le había permitido contestar que era cierto sin dejar de mirarlo a los ojos. —Menos mal que lo hice —masculló. De lo contrario, su regreso habría sido la peor de las mortificaciones. El mejor modo de afrontar la situación y llevarla con buen pie era hacerlo de cara. En cuanto tuviera ocasión, iría a ver a Sam, Lucy y Coop. Incluso lo invitaría a una cerveza para ponerse al día. Ya no era una adolescente de corazón agitado y hormonas alborotadas. Desde el verano anterior era la doctora Lillian Chance, sí señor. Era la cofundadora del Refugio para Animales Salvajes Chance, situado en sus propias tierras. Había viajado, estudiado y trabajado en otros rincones del mundo. Había tenido una relación larga, monógama y seria con un hombre. También otras menos largas y menos serias, pero básicamente había vivido con Jean-Paul durante casi dos años. Sin contar las épocas en que ella o él habían tenido que viajar en direcciones opuestas. Así pues, podía afrontar la tarea de compartir su rincón del mundo con un amor de adolescencia. Porque eso había sido, nada más. Algo sencillo, entrañable incluso, concluyó. Y así seguiría siendo. Se puso el jersey y los vaqueros que su madre le había dejado y, amodorrada por el baño, el vino y su antigua habitación, decidió echar una siesta de campeonato. Veinte minutos, se dijo al tumbarse. Durmió como un tronco durante tres horas. A la mañana siguiente se despertó antes del amanecer, descansada y dispuesta a todo. Bajó a la cocina antes que sus padres y preparó el desayuno, su especialidad. Cuando su padre llegó en busca de un café, Lil ya estaba friendo beicon y patatas en una sartén, y tenía los huevos batidos en un cuenco. Joe, todavía apuesto y con una espesa cabellera, husmeó el aire como un sabueso y la señaló con el dedo. Página 87 —Sabía que había una razón por la que me alegraba de que hubieras vuelto. Pensaba que desayunaría gachas de avena instantáneas. —No mientras yo ande por aquí. ¿Y desde cuándo se come algo instantáneo en esta casa? —Desde que tu madre y yo llegamos hace un par de meses al acuerdo de que comería gachas de avena dos veces por semana —replicó su padre con mirada afligida—. Se supone que son muy sanas. —Ah, y hoy tocaba avena. Joe sonrió de oreja a oreja y le tiró de la cola de caballo. —No mientras tú andes por aquí. —Vale, pues aquí tienes un plato lleno de colesterol. Cuando acabes te ayudaré con el ganado antes de ir al refugio. He hecho suficiente comida para Farley; imaginaba que andaría por aquí. ¿O es que las gachas de avena lo ahuyentan? —Nada ahuyenta a Farley, pero seguro que se alegrará de zamparse unos huevos con beicon. Te acompañaré al refugio. —Genial. Según cómo vayan las cosas, tengo intención de ir al ver a Sam y Lucy más tarde. Si necesitas algo del pueblo, puedo encargarme yo. —Te haré una lista. Lil sacó el beicon para escurrirlo justo cuando su madre entraba en la cocina. —Llegas justo a tiempo. Jenna echó un vistazo al beicon y luego a su marido. —Ha sido ella —acusó Joe a Lil—. No querrás que le haga un feo. —Mañana gachas de avena —amenazó Jenna, clavándole un dedo en la barriga. Lil oyó pisadas de botas en el porche trasero. Farley, pensó. Ella iba a la universidad cuando sus padres lo contrataron… o, mejor dicho, lo acogieron. Por aquel entonces tenía dieciséis años y estaba solo desde que su madre lo abandonó, dejando a deber dos meses de alquiler en Abilene. Ni Farley ni su madre sabían nada del padre del chico. Farley solo había conocido a la retahíla de hombres con los que su madre se acostaba. Con la vaga idea de llegar a Canadá, el joven Farley Pucket se escaqueó sin pagar el alquiler pendiente, salió a la carretera y se puso a hacer autoestop. Cuando Josiah Chance se detuvo para llevarlo en una carretera a las afueras de Rapid City, el chico solo llevaba encima treinta y ocho centavos y una cazadora fina de los Houston Rockets para protegerse de los gélidos vientos de marzo. Página 88 Le dieron comida, le asignaron algunas tareas para pagarla y una cama para pasar la noche. Le escucharon, hablaron con él, verificaron sus explicaciones lo mejor que pudieron y al final le dieron trabajo y una habitación en el viejo barracón hasta que pudiera arreglárselas solo. Casi diez años después seguía allí. Desgarbado, con el cabello de color pajizo asomando por los bordes de la gorra y los ojos azul claro aún adormilados, Farly entró en la cocina trayendo consigo una ráfaga de aire frío. —¡Uf! Hace un frío de cojo… —Se detuvo en seco al ver a Jenna, y sus mejillas, ya sonrosadas por el frío, enrojecieron aún más—. No te había visto. —Husmeó el aire—. ¿Beicon? Pero si hoy toca avena. —Bula papal —explicó Joe. Farley vio a Lil y esbozó una amplia sonrisa. —¡Eh, Lil! Creía que todavía estarías dormida por el jet lag y todo eso… —Buenos días, Farley. El café está caliente. —Huele de maravilla. Hoy hará buen tiempo, Joe. La borrasca se ha desplazado hacia el este. Como sucedía a menudo por la mañana, la conversación se centró en el tiempo, el ganado, el trabajo por hacer. Lil se sentó a desayunar y se dijo que, en cierto modo, era como si nunca se hubiera marchado. Menos de una hora después cabalgaba junto a su padre en dirección al refugio. —Tansy me ha contado que Farley ha estado trabajando muchas horas de voluntario en el refugio. —Todos intentamos echar una mano, sobre todo cuando tú estás fuera. —Papá, Farley está colado por ella —explicó Lil, refiriéndose a su compañera de cuarto en la universidad y zoóloga del refugio. —¿De Tansy? Venga ya —resopló Joe—. ¿En serio? —Lo pensé cuando Farley empezó a aparecer regularmente por el refugio el año pasado. En ese momento no le di importancia. Tansy tiene mi edad. —Uy, sí, un vejestorio. —Bueno, tiene unos cuantos años más que él. La verdad es que entiendo a Farley. Tansy es guapa, inteligente y divertida. Lo que no esperaba fue leer entre líneas en los correos de Tansy que tal vez ella también esté colada por él. —¿Que Tansy está interesada en Farley? ¿Nuestro Farley? —Puede que me equivoque, pero me da que así es. Nuestro Farley — repitió antes de respirar hondo para empaparse del aire unido de nieve—. Página 89 ¿Sabes? A los veinte años, cuando estaba de vuelta de todo, me pareció una locura que lo acogieseis. Estaba convencida de que os robaría hasta la camisa… como mínimo… que se llevaría la camioneta y si te he visto no me acuerdo. —Sería incapaz de robar un centavo. Farley no es así, eso lo vimos ya el primer día. —Lo viste tú y lo vio mamá. Y teníais razón. Y yo creo que tengo razón respecto a que mi amiga de la universidad, la eminente zoóloga, está colada por nuestro querido y entrañable Farley. Siguieron cabalgando por el camino a paso tranquilo. Los caballos levantaban nieve y exhalaban grandes bocanadas de vaho. Al acercarse a la verja que separaba la granja del refugio, Lil soltó una carcajada. Sus compañeros habían colgado una enorme pancarta en la verja: ¡BIENVENIDA A CASA, LIL! También distinguió las huellas de motos de nieve, caballos, animales y personas. En enero y febrero, el refugio recibía pocos visitantes y turistas, pero el personal siempre andaba muy atareado. Lil desmontó para abrir la verja. En cuanto pudieran permitírselo, instalarían una puerta automática, se dijo. Pero por el momento tenía que conformarse con hundirse en la nieve para correr el pestillo. La verja chirrió cuando la abrió para que su padre pudiera entrar con el caballo. —No os habrán estado molestando, ¿verdad? —Preguntó Lil en cuanto volvió a montar—. Me refiero a visitantes. —Bueno, de vez en cuando aparece alguien que no encuentra la entrada principal. Los mandamos para allá y ya está. —Tengo entendido que en otoño hubo muchas visitas escolares y con muy buenos resultados. —A los niños les encanta este sitio, Lil. Has conseguido algo genial. —Hemos. Lil olió los animales aun antes de verlos, una fragancia salvaje que impregnaba el aire. En la primera sección divisó un lince canadiense tumbado sobre una roca. Tansy lo había traído de Canadá, donde lo habían capturado y herido. En libertad, su pata lesionada constituía una sentencia de muerte, mientras que el refugio se había convertido en su santuario. Lo llamaban Rocco; el animal irguió las orejas peludas al verlos pasar. Página 90 El refugio era el hogar de linces rojos y pumas, de un viejo tigre de circo al que llamaban Boris, de una leona que había sido, inexplicablemente, la mascota de alguien… Había también osos y lobos, zorros y leopardos. En una sección más pequeña había un zoo infantil que Lil había creado como zona educativa para niños. Albergaba conejos, corderos, una cabra pigmea y un asno. Y a los humanos envueltos en ropa de abrigo que trabajaban para alimentarlos, cobijarlos y tratarlos. Tansy fue la primera en verla: profirió un grito de alegría y echó a correr desde la zona de grandes felinos. Su bonito rostro color caramelo se ruborizó por el frío y la alegría. —Ya estás aquí —exclamó al tiempo que oprimía la rodilla de Lil—. Baja para que pueda darte un abrazo. Hola, Joe. Seguro que te alegras de tener a tu niña de vuelta. —Ni te lo imaginas. Lil desmontó y abrazó a su amiga, que se balanceó con ella mientras emitía ruiditos de alegría. —Me alegro tanto, tanto, tanto de verte… —Lo mismo digo. Lil hundió la mejilla en los suaves tirabuzones oscuros de Tansy. —Oímos que te topaste con Dave y que llegarías un día antes de lo previsto, así que hemos estado muy ocupados —Tansy se apartó un poco y sonrió— escondiendo las pruebas de las juergas que nos hemos corrido mientras estabas fuera. —Ajá, lo sabía. ¿Por eso eres la única que anda por aquí? —Claro, los demás están durmiendo la mona —explicó Tansy con una carcajada al tiempo que volvía a abrazarla—. Vale, ahora en serio. Matt está en la enfermería. Bill ha intentado comerse una toalla. Bill, un joven lince rojo, era famoso por su ecléctico apetito. Lil se volvió hacia las dos cabañas, una de las cuales era su casa, mientras que la otra albergaba las oficinas y la enfermería. —¿Se ha puesto muy mal? —No, pero Matt quería echarle un vistazo. Lucius está encadenado al ordenador, y Mary ha ido al dentista. O va a ir. Eh, Eric, ven a por los caballos, ¿quieres? Eric es uno de nuestros estudiantes en prácticas del semestre de invierno. Luego te lo presento. Vamos a… —Se detuvo en seco, interrumpida por el alarido penetrante de un puma—. Huele a mamá — constató—. Venga, nos vemos en la enfermería cuando termines. Página 91 Lil dio media vuelta y siguió el sendero formado por las pisadas en la nieve. El puma la esperaba paseándose de un lado a otro, observando, gritando. Al verla acercarse, restregó el cuerpo contra la valla y acto seguido levantó las patas delanteras y las apoyó contra ella entre ronroneos. Hacía seis meses que no la veía, que no la olía, se dijo Lil. Pero no la había olvidado. —Hola, Baby. Introdujo la mano entre los alambres de la valla para acariciar el pelaje ambarino, y el puma entrechocó la cabeza contra la de ella en un gesto afectuoso. —Yo también te he echado de menos. Tenía cuatro años, un ejemplar ya adulto, esbelto y magnífico. Todavía no estaba del todo destetado cuando los encontró a él y a sus dos hermanos, huérfanos y medio muertos de hambre. Los alimentó, los cuidó, los protegió. Y cuando fueron lo bastante mayores y fuertes, los llevó de nuevo a su hábitat natural. Pero él regresaba una y otra vez. Lil lo llamó Ramsés por su fuerza y dignidad, pero al poco lo apodó Baby. Y era su verdadero amor. —¿Te has portado bien? Claro que sí. Eres el mejor. ¿Has tenido a todo el mundo a raya? Sabía que podía contar contigo. Mientras le hablaba y lo acariciaba, Baby siguió ronroneando y la miraba con sus ojos dorados llenos de amor. De pronto oyó algo a su espalda y se volvió. El estudiante al que Tansy había llamado Eric observaba la escena. —Me habían dicho que se comportaba así contigo, pero… no lo creía, la verdad. —¿Eres nuevo? —Esto…, sí. Estoy en prácticas. Me llamo Eric, Eric Silverstone, doctora Chance. —Llámame Lil. ¿A qué quieres dedicarte? —A la gestión de fauna. —¿Y estás aprendiendo algo aquí? —Mucho. —Pues voy a darte una pequeña clase. Este macho de puma adulto, Felis concolor, mide unos dos metros cuarenta del hocico a la cola y pesa unos setenta kilos. Puede saltar más que un león, un tigre o un leopardo, tanto Página 92 vertical como horizontalmente. Pese a ello, no se lo considera un «gran felino». —Carece de laringe especializada y de hueso hioides, y por eso no puede rugir. —Exacto. Ronronea como un gato doméstico, pero no es un animal doméstico. No se puede domesticar lo salvaje, ¿verdad, Baby? —El puma emitió un sonido de asentimiento—. Me adora. Se pegó a mí de cachorro, cuando tenía unos cuatro meses de edad, y desde entonces vive en el refugio, entre seres humanos. Es una conducta adquirida, no es que esté domesticado. Nosotros no somos presas para él, pero si hicieras un movimiento que le pareciera de ataque, reaccionaría en consecuencia. Son hermosos y fascinantes, pero no son mascotas, ni siquiera este. Pese a ello, para complacer a Baby y a sí misma, deslizó los labios por una de las pequeñas aberturas de la valla, y el animal apretó el hocico contra ellos. —Hasta luego. Se volvió y caminó con Eric en dirección a la cabaña. —Tansy y yo los encontramos a él y a otros dos huérfanos. Su madre se enfrentó a un lobo solitario, o al menos eso es lo que me pareció. Sin duda lo mató, de lo contrario el lobo se habría llevado la camada. Pero ella no sobrevivió. Encontré los cadáveres y la camada. Fueron los primeros cachorros de puma que tuvimos aquí. Lil tenía una cicatriz cerca del codo derecho, recuerdo del otro macho de la camada. —Les dimos comida y cobijo durante unas seis semanas, hasta que fueron lo bastante mayores para cazar solos. Limitamos el contacto humano lo máximo posible. Los identificamos, los pusimos en libertad y los hemos estado rastreando desde entonces. Pero Baby quería quedarse. —Se volvió para verlo reunirse con sus compañeros de hábitat—. Sus hermanos se reaclimataron a la vida salvaje, pero él volvía una y otra vez. —A mí, pensó —. Son solitarios, furtivos y cubren un territorio muy amplio, pero él decidió volver. Así son las cosas. Puedes pasarte la vida estudiando, aprendiendo los patrones, la biología, la taxonomía, las conductas…, pero nunca lo sabrás todo. Volvió a mirar a Baby, que en aquel instante se encaramó a una de las rocas y profirió un largo alarido de triunfo. Una vez dentro de la cabaña, Lil se quitó la ropa de más abrigo. Oyó a su padre hablar con Matt a través de la puerta abierta de la enfermería. En la Página 93 oficina, un hombre con gafas de culo de vaso y sonrisa contagiosa tecleaba como un loco ante el ordenador. —¡Aquí estás! —Exclamó Lucius Gamble al alzar la vista de la pantalla —. De vuelta de las trincheras. Se levantó para darle un abrazo, y Lil percibió en su aliento el olor del regaliz rojo al que era adicto. —¿Qué tal, Lucius? —Bien. Estaba actualizando la página web. Tenemos algunas fotos nuevas. Hace un par de semana nos trajeron una loba herida. La había atropellado un coche. Matt la salvó. Tenemos muchas visitas a las fotos y a la columna que Tansy escribió sobre el tema. —¿Hemos conseguido ponerla en libertad? —Todavía no está del todo recuperada. Matt no cree que pueda apañárselas ahí fuera. Es bastante vieja. La llamamos Xena porque parece una guerrera. —Le echaré un vistazo. Todavía no lo he visto todo. —También he colgado tus fotos del viaje. Lucius golpeteó la pantalla del ordenador. Llevaba unas deportivas de caña alta viejísimas, en lugar de las botas que preferían casi los empleados, y vaqueros que pendían holgados sobre su inexistente trasero. —Las Maravillosas Aventuras de la doctora Chance. Hemos recibido un montón de visitas. Mientras Lucius hablaba, Lil paseó la mirada por aquel espacio tan familiar. Las paredes de troncos, los pósteres de animales salvajes, las baratas sillas de plástico para las visitas, las pilas de folletos a todo color. La segunda mesa, la de Mary, constituía una isla pulcra y organizada entre el caos que generaba Lucius. —¿Y alguna de las visitas incluía…? Lil levantó la mano y se frotó el pulgar contra el índice. —Los ingresos han sido bastante estables. Hemos añadido una nueva webcam, como querías, y Mary ha estado preparando un folleto actualizado. Esta mañana tenía hora en el dentista, pero intentará pasarse esta tarde. —A ver si podemos reunirnos esta tarde. Todo el personal, incluidos los estudiantes en prácticas y todos los voluntarios que puedan asistir. Lil asomó la cabeza a la enfermería. —¿Dónde está Bill? Matt se volvió. —Le he dado el alta. Tansy se lo ha llevado. Me alegro de verte, Lil. Página 94 No se abrazaron —ese no era el estilo de Matt—, pero se estrecharon la mano con gran afecto. Matt tenía más o menos la edad de su padre, cabello escaso veteado de gris, gafas de montura metálica y ojos castaños. No era un idealista, como sospechaba Eric, pero sí un veterinario de primera dispuesto a trabajar por un sueldo mísero. —Será mejor que vuelva a la granja. Intentaré darle a Farley unas horas libres mañana para que pueda venir a echar una mano —anunció Joe al tiempo que golpeteaba la nariz de Lil con un dedo—. Si necesitas algo, llámame. —Vale. Luego iré a comprar las cosas de la lista y os las dejaré en casa. Joe salió por la puerta trasera. —Reunión más tarde —dijo Lil a Matt mientras se apoyaba contra un mostrador lleno de bandejas y contenedores de suministros médicos. Como de costumbre, el aire olía a antiséptico y animal. —Quiero que nos informes, a mí y al resto, de la salud y las necesidades médicas de los animales. Creo que lo mejor sería a la hora de comer. Por la tarde puedo ir por suministros. —Vale. —Háblame de la nueva residente… ¿Xena? Matt sonrió, y la alegría iluminó su rostro, tan a menudo serio. —Lucius le puso el nombre, y parece que así se quedará. Es muy mayor; como mínimo tiene ocho años. —Eso es mucho para un animal salvaje —comentó Lil. —Es una chica dura, tiene cicatrices que lo demuestran. Se llevó un buen golpe. La conductora hizo más de lo que suele hacer la gente. Nos llamó, se quedó en el coche hasta que llegamos, e incluso nos siguió hasta aquí. Xena estaba demasiado mal para moverse. La inmovilizamos, la transportamos y la metimos en quirófano. —Meneó la cabeza y se quitó las gafas para limpiárselas con la bata blanca—. Dada su edad, era cuestión de suerte. —Pero se está recuperando… —Ya te he dicho que es una chica dura. A su edad, y puesto que su pata nunca se recuperará al cien por cien, no recomendaría ponerla en libertad. No creo que durara ni un mes ahí fuera. —Bueno, pues puede considerar esto su residencia geriátrica. —Oye, Lil, ya sabes que al menos uno de nosotros siempre ha pasado la noche aquí mientras estabas fuera. A mí me tocó hace un par de noches. Y menos mal, porque aquella misma mañana le había tenido que arrancar un diente a la reina madre. Página 95 Lil pensó en su vieja leona. —Pobre abuelita. A este paso no le quedará ni uno. ¿Cómo está? —Es el conejito de Duracell de los leones. Pero la cuestión es que había algo ahí fuera. —¿Cómo dices? —Había algo o alguien ahí fuera, rondando por los habitáis. Comprobé la webcam y no vi nada. Pero, claro, a las dos de la madrugada está bastante oscuro incluso con las luces de seguridad. Algo agitó a los animales. No paraban de gritar, rugir y aullar. —¿No serían los típicos sonidos de la noche? —No. Salí, pero no encontré nada. —¿Alguna huella? —No tengo tu experiencia, pero a la mañana siguiente echamos un vistazo. No había nuevas huellas de animales. Creímos… y todavía creemos que eran huellas humanas. Y no nuestras. No hay forma de saberlo con seguridad, pero había huellas alrededor de algunas jaulas, y después de la cena nevó, así que no sé cómo podría haber pisadas frescas… —¿Ninguno de los animales resultó herido? ¿Encontrasteis algún cerrojo forzado? —preguntó, pero Matt negó con la cabeza. —No encontramos nada, no tocaron ni se llevaron nada. Sé que parece una locura, Lil, pero cuando salí tuve la sensación de que había alguien. Observándome. Quiero que estés alerta y que cierres con llave. —Vale. Gracias, Matt. Todos debemos tener cuidado. Había gente muy rara por ahí, pensó Lil mientras volvía a ponerse el chaquetón. Desde los Ningún Animal Debería Estar en la Cárcel (como algunos consideraban el refugio) hasta la facción Los Animales Están Hechos para Cazarlos. Y muchos más entre ambos extremos. Recibían llamadas, cartas y correos electrónicos de ambas puntas del espectro. Algunas amenazas y un par de intrusos, pero hasta entonces no habían tenido problemas serios. Lil quería que siguiera siendo así. Tendría que echar un vistazo personalmente. Lo más probable es que no encontrara nada, pues ya habían transcurrido un par de días. Pero tenía que comprobarlo. Saludó con la mano a Lucius y abrió la puerta. Y a punto estuvo de chocar con Cooper. Página 96 7 R esultaba difícil determinar quién de los dos se sorprendió más, pero fue Lil quien se apartó de un salto, si bien se recuperó con rapidez, esbozó una sonrisa y lanzó una carcajada amigable. —¡Vaya! Hola, Coop. —Lil, no sabía que habías vuelto. —Ayer —repuso Lil, incapaz de leer su rostro, sus ojos, aquel paisaje tan conocido que ya no le hablaba—. ¿Entras? —Esto…, no. Has recibido un paquete. Bueno, tu familia —se corrigió al tiempo que se lo entregaba. No llevaba guantes, observó Lil, y tenía el chaquetón abierto pese al frío. —He ido a enviar algo para mi abuela y, como volvía a la granja, en correos me pidieron que lo llevara a tu casa. —Gracias. Lil lo dejó sobre una mesa, salió de la cabaña y cerró para que el calor no escapara. Se caló el sombrero, el modelo de ala plana que siempre le había gustado, y de pie en el porche se puso un guante para tener algo que hacer mientras él la observaba en silencio. —¿Cómo está Sam? Ayer me enteré de que se había caído. —Físicamente está bien. Le está costando aceptar que no puede hacer todo lo que quiere, moverse como antes. —Pasaré a verlo más tarde. —Se alegrará. Los dos se alegrarán. —Coop deslizó las manos en los bolsillos sin apartar aquellos ojos azul hielo de su rostro—. ¿Qué tal por Sudamérica? —Mucho trabajo, fascinante —respondió ella, poniéndose el otro guante mientras bajaban los escalones—. Mamá me ha contado que has vendido tu agencia de investigación. —Ya estaba cansado de ella. —Has hecho mucho, has dejado atrás muchas cosas para ayudar a dos personas que te necesitan —constató Lil, afectada por la monotonía y la dureza de su tono—. Eso está muy bien, Cooper. —Necesitaba un cambio —explicó él con un encogimiento de hombros—. Y esto es un cambio —prosiguió, mirando a su alrededor—. Has hecho mejoras desde la última vez que estuve aquí. Página 97 Lil le lanzó una mirada perpleja. —¿Y cuándo estuviste aquí? —Pasé por aquí el año pasado. Tú estabas… en alguna parte. —Coop parecía a sus anchas mientras el viento frío le alborotaba su cabello castaño ya desordenado—. Me enseñaron todo esto. —Tansy no me comentó nada. —No fue ella, sino un tipo francés. Me dijeron que estabais prometidos. —No exactamente —masculló ella con un sentimiento de culpabilidad en la boca del estómago. —Bueno… Tienes buen aspecto, Lil. Se obligó a sonreír y a responder con la misma despreocupación que él mostraba. —Tú también. —Será mejor que me vaya. Les diré a mis abuelos que intentarás pasar más tarde. —Hasta luego. Y con una sonrisa afable, Lil se volvió para encaminarse hacia la zona de felinos pequeños. Siguió andando hasta que oyó que la camioneta se ponía en marcha y se alejaba. Entonces se detuvo. Bueno, pensó, no ha estado tan mal. La primera vez debe de ser la más difícil, y no ha estado tan mal. Un par de baches, un par de sacudidas… Nada mortífero. Desde luego, tenía buen aspecto. Mayor, más fuerte, más anguloso, de ojos más duros… Más sexy. Sobreviviría. Tal vez pudieran volver a ser amigos. No como lo eran antes de convertirse en amantes. Pero podían llevarse bien. Los abuelos de Coop y los padres de Lil eran amigos, buenos amigos. Ella y Coop nunca podrían evitarse con elegancia, de modo que tendrían que llevarse lo mejor posible. Congeniar. Podía hacerlo si Coop podía. Satisfecha, empezó a escudriñar los alrededores de los hábitats en busca de huellas, fueran animales o humanas. Coop miró por el retrovisor mientras se alejaba, pero Lil no se volvió, sino que siguió andando. Así estaban las cosas. Y no pretendía cambiarlas. Página 98 La había sorprendido con la guardia baja. De hecho, ambos se habían sorprendido con la guardia baja, se corrigió, pero a ella se le había visto la sorpresa en la cara, tan solo durante un par de segundos, pero con claridad. Sorpresa y un atisbo de irritación. Ambas expresiones habían desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Lil se había convertido en una mujer hermosa. A sus ojos siempre lo había sido, pero objetivamente ahora podía mirar atrás y reconocer que aquella belleza ya se le adivinaba a los diecisiete años. A los veinte, la belleza era una posibilidad más cercana aún, pero por entonces aún no había cruzado la línea de meta como ahora. Por un instante, aquellos ojos grandes, oscuros y sensuales lo habían dejado sin aliento. Por un instante. Entonces, Lil había sonreído y el corazón de Coop había dado un vuelco durante otro instante al recordar lo que habían sido. Lo que ya no eran. Todo fácil y natural entre ellos. Como debía ser. Coop no quería nada de ella y no tenía nada que ofrecerle. Resultaba tranquilizador saberlo ahora que había vuelto para quedarse. Curiosamente, llevaba tiempo considerando la idea de regresar. Incluso había averiguado los pasos que tendría que dar si se decidía vender la agencia de investigación privada, cerrar el despacho y vender el piso. No había hecho nada al respecto, había continuado con su trabajo, con su vida… porque eso era más fácil que cambiar. Y entonces lo llamó su abuela. Puesto que ya conocía todo el proceso que debía seguir y lo tenía archivado en la carpeta de «Pendientes», le resultó muy fácil dar el paso. Tal vez si lo hubiera hecho antes, su abuelo no habría estado solo y no lo habría pasado tan mal después de la caída. Pero aquellos pensamientos no servían de nada, lo sabía. Las cosas pasaban porque tenían que pasar. Eso también lo sabía. La cuestión era que había vuelto. Le gustaba el trabajo, siempre le había gustado, y sabía Dios que no le venía mal un poco de serenidad. Días largos, mucha actividad física, los caballos, la rutina. Y el único hogar que había conocido en su vida. Quizá habría despachado la carpeta de «Pendientes» antes de no ser por Lil. El obstáculo, el remordimiento, la incertidumbre de Lil. Pero eso se había acabado, y ambos podían seguir adelante con su vida. Página 99 En aquel refugio había creado algo tan sólido y real, tan propio de ella… Coop no había sabido cómo decírselo, cómo decirle que también para él era un motivo de orgullo. Que recordaba el día en que le había dicho que construiría ese lugar, que recordaba la expresión de su rostro, su luz, el sonido de su voz. Lo recordaba todo. Habían pasado años, pensó. Toda una vida. Lil había estudiado, trabajado, planificado hasta conseguirlo. Había hecho exactamente lo que se había propuesto. Siempre había sabido que lo haría, que no se conformaría con menos. Él también había hecho algo. Le había llevado mucho tiempo y muchos errores, pero había hecho algo con su vida y para sí mismo. Y ahora podía apartarse de ello porque el objetivo había consistido en hacerlo. Y ahora el objetivo estaba allí. Enfiló el camino de la granja. En este lugar, pensó, en este momento. Al entrar encontró a Lucy en la cocina. —Huele bien. —He pensado que podría hacer un par de pasteles —explicó Lucy con una sonrisa algo tensa—. ¿Han salido todos bien? —Sí, un grupo de cuatro. Los lleva Gull. El hijo del herrero no había seguido los pasos de su padre, pero trabajaba como guía y mozo en la hípica de los Wilks. —Hace buen tiempo, y los llevará por caminos fáciles. —Puesto que estaba preparado, se sirvió un café—. Voy a salir a echar un vistazo a los potros y a sus madres. Lucy asintió y comprobó los pasteles, aunque ambos sabían que era capaz de controlar la cocción instintivamente. —Si no te importa, podrías pedirle a Sam que te acompañe. Hoy está de un humor de perros. —Vale. ¿Está arriba? —Ahí estaba la última vez que he ido a verlo. —Se pasó los dedos por el cabello, que ahora llevaba corto como un chico y con deslumbrantes destellos plateados—. Creo que el que haya ido a ver cómo estaba es una de las cosas que lo ha puesto de mal humor. Coop no dijo nada. Le pasó un brazo por los hombros y la besó en la frente. Pensó que seguro que había subido varias veces. Como también habría salido a los establos a ver cómo estaban los potros. Y que se habría encargado Página 100 de las gallinas y los cerdos, así como de todas las demás tareas posibles antes de que Sam tuviera ocasión de intentar hacerlas. Y le habría preparado el desayuno, al igual que había preparado el de Coop. Y se habría ocupado de la casa, la colada… Seguía agotándose pese a la presencia de Coop. Subió la escalera. Los dos primeros meses después de recibir el alta, su abuelo se había instalado en el saloncito de la planta baja que habían acondicionado como dormitorio. Por aquel entonces iba en silla de ruedas y necesitaba ayuda con los asuntos más personales. Cosa que había detestado. En cuanto pudo subir la escalera, por mucho rato que le llevara y por mucho que le costara, insistió en volver al dormitorio que compartía con su esposa. La puerta estaba abierta. Coop vio a su abuelo sentado en un sillón; miraba ceñudo la televisión mientras se frotaba la pierna. En su rostro se advertían arrugas que no existían dos años antes, surcos grabados por el dolor y la exasperación más que por la edad. Y tal vez también por el miedo, se dijo Coop. —Hola, abuelo. Sam volvió su mirada ceñuda hacia Coop. —No hacen nada decente en la tele, maldita sea. Si te ha enviado para que compruebes cómo estoy, si quiero beber algo, comer algo, leer algo o a alguien que me haga eructar como a un bebé, la respuesta es no. —Voy a salir a ver a los caballos y he pensado que podrías echarme una mano. Pero si prefieres mirar la tele… —No creas que esa clase de psicología te funcionará conmigo; no me chupo el dedo. Dame las botas, maldita sea. —Sí, señor. Cogió uno de los pares de botas alineadas con pulcritud en el suelo del vestidor. No le ofreció ayuda, algo que su práctica y solicita abuela por lo visto no podía evitar. Pero Coop creía que también eso se debía al miedo. En lugar de ayudarlo, se puso a hablar de la empresa, de las rutas actuales y por último de su visita al refugio. —Lil dice que pasará a veros más tarde. —Me encantará verla, siempre y cuando no venga a visitar a un interino. —Sam se incorporó y apoyó una mano en el respaldo del sillón para coger el bastón—. ¿Qué cuenta de sus viajes por esas… montañas lejanas? Página 101 —No se lo he preguntado. Solo he estado allí un par de minutos. Sam meneó la cabeza. Coop pensó que se movía bastante bien para haberse destrozado la pierna hacía tan solo cuatro días, aunque había cierta rigidez y torpeza en sus movimientos y no pudo evitar recordar lo ágil que siempre había sido Sam. —No sé qué tienes en la cabeza, chaval. —¿Cómo dices? —Una chica tan guapa, por la que todo el mundo sabe que estuviste colado hace tiempo, ¿y no eres capaz de dedicarle más que un par de minutos? —Estaba ocupada —se justificó Coop cuando se dirigían hacia la escalera —. Y yo también. Además, eso pasó hace mucho tiempo. Y además, está con alguien. Sam resopló mientras bajaba la escalera con dificultad, Coop se había colocado de modo que pudiera agarrarlo si perdía el equilibrio. —Ya, un extranjero. —¿Desde cuándo tienes prejuicios contra los extranjeros? Aunque el esfuerzo le hacía apretar los labios, un destello de humor brilló en los ojos de Sam. —Soy viejo. Tengo derecho… no… La obligación de ser un cascarrabias. Además, «estar» con alguien no significa nada. Los jóvenes de hoy en día no tenéis agallas para ir tras una mujer que «está» con alguien. —¿Los jóvenes de hoy en día? ¿Eso forma parte de tu nueva y obligatoria conducta de cascarrabias? —Tonterías —masculló Sam, pero no se quejó cuando Coop le ayudó a ponerse la ropa de abrigo—. Saldremos por delante; está en la cocina, y no quiero que me agobie con todas sus preocupaciones y advertencias. —Vale. Sam lanzó un suspiro y se puso el viejo sombrero de ala doblada. —Eres un buen chico, Cooper, aunque te comportes como un idiota con las mujeres. —¿Me comporto como un idiota con las mujeres? Coop llevó a Sam afuera. Había despejado de nieve el porche, la escalinata, había abierto un camino hasta las camionetas y otros en dirección a los edificios anexos. —No soy yo al que su mujer agobia todo el santo día. Quizá si por las noches hicieras algo más en la cama que roncar, la abuela no se pasaría el día tocándote las narices. Página 102 —Tonterías —repitió Sam, aunque no pudo contener una risita ahogada —. Debería darte una buena tunda con el bastón. —En tal caso, tendría que ayudarte a levantarte cuando te cayeras de culo. —Podría mantenerme en pie el rato suficiente para acabar contigo. Eso es lo que Lucy no consigue meterse en la cabeza. —Te quiere. Le has dado un susto de muerte. Y ninguno de los dos parecéis capaces de ser un poco más comprensivos. Estás cabreado porque no puedes hacer todo lo que quieres y como quieres. Tienes que caminar con bastón, y es posible que siempre sea así. ¿Y qué? —Espetó sin pizca de compasión—. Al menos puedes caminar, ¿no? —No me deja salir de mi propia casa a mis propias tierras. No necesito una enfermera. —No soy tu enfermera —replicó Coop—. La abuela se preocupa y está encima de ti porque está asustada. Y tú a cambio la tratas fatal. Antes no lo hacías. —Antes no me trataba como si fuera un bebé —se sulfuró Sam. —Te destrozaste la pierna, maldita sea, abuelo, y la verdad es que no puedes caminar solo por la nieve. Algún día podrás, porque eres demasiado testarudo para no salirte con la tuya, pero tardarás un tiempo. Tendrás que aceptarlo. —Eso es más fácil de decir cuando tienes treinta que cuando estás llamando a la puerta de los ochenta. —Razón de más para aprovechar el tiempo y dejar de perderlo quejándote de la mujer que ama cada centímetro del cascarrabias que eres. —Vaya labia tienes de repente. —Llevaba tiempo reservándome este rollo para soltártelo. Sam alzó el rostro curtido al aire. —Todo hombre tiene su orgullo. —Ya lo sé. Siguieron avanzando despacio y con esfuerzo hacia el granero. Una vez dentro, Coop hizo caso omiso del hecho de que Sam estaba sin aliento. Lo recobraría mientras examinaban los caballos. Aquel invierno habían nacido tres potros. Dos de los partos habían sido fáciles; el tercero nació de nalgas. Coop y su abuela habían ayudado a traer al mundo a este último, y Coop había pasado las dos primeras noches en el granero. Se detuvo ante el compartimiento donde estaban la yegua y su potra y abrió la puerta para entrar. Ante la atenta mirada de Sam, Coop murmuró unas Página 103 palabras a la yegua y la acarició para comprobar si tenía fiebre o estaba tensa. Acto seguido examinó con cuidado la ubre y las tetillas. La yegua sobrellevó con calma la exploración de aquellas manos conocidas, mientras la potrilla golpeteaba la cabeza contra el trasero de Coop para captar su atención. Coop se volvió y acarició su bonito pelaje, suave como gamuza. —Esta potra es tan tuya como de ella —aseguró Sam—. ¿Ya le has puesto nombre? —Podría llamarse Fortuna, Dios sabe por qué, pero no le pega. —Coop examinó la boca y el dentado de la potra antes de escudriñar sus enormes ojos de bebé—. Suena a tópico, pero esta potrilla es una princesa. Seguro que ella lo piensa de sí misma. —Pues llámala así. Princesa de Cooper. Todo lo demás también es tuyo, ya lo sabes. —Abuelo… —En este asunto mando yo. Tu abuela y yo hemos hablado muchas veces de esto. No sabíamos con seguridad si lo querrías o no, pero al final legalizamos la situación. Cuando nosotros faltemos, todo será tuyo. Quiero que me digas si lo quieres o no. Cooper se levantó, y la potrilla se alejó de inmediato para mamar. —Sí, lo quiero. —Bien —murmuró Sam con un gesto de asentimiento—. Bueno, ¿vas a pasarte el día entero jugando con estas dos o piensas ir a ver a los demás? Cooper salió del compartimiento, cerró la puerta y se dirigió al contiguo. —Y otra cosa —añadió Sam mientras lo seguía, golpeando el suelo con el bastón—. Un hombre de tu edad necesita una casa propia. No puede vivir con un par de viejos. —Últimamente utilizas mucho la palabra «viejo». —Es lo que toca. Sé que has venido para ayudarnos. Eso es lo que hace la familia y te lo agradezco. Pero no puedes quedarte en nuestra casa. —¿Me echas? —Pues eso parece. Podemos construirte algo. Elige un sitio que te guste. —No me parece bien utilizar la tierra para construir una casa cuando podríamos emplearla como terreno de cultivo o como pasto para los caballos. —Piensas como un granjero —lo alabó Sam, orgulloso—. Pero, aun así, un hombre necesita una casa propia. Puedes elegir un terreno y construir algo. O, si no es eso lo que quieres, o todavía no, puedes reformar el barracón. Tiene un buen tamaño, levantas un par de tabiques, cambias el suelo… Tal vez convenga instalar un tejado nuevo. Podemos hacerlo. Página 104 Coop echó un vistazo a la siguiente yegua y su potro. —El barracón me iría de maravilla. Ya lo reformaré yo; no pienso aceptar tu dinero, abuelo. Todo hombre tiene su orgullo —citó—. Tengo dinero, más del que necesito ahora mismo. —Quería hablar de ello con sus abuelos, pero todavía no—. Así que yo me encargo. —Perfecto. —Sam se apoyó en el bastón y alargó la mano para acariciar el carrillo de la yegua—. Hola, Piruleta, buena chica. Nos has dado tres buenos potros en estos años. Eres más dulce que un caramelo, ¿a que sí? Nacida para ser mamá y para cabalgar tranquila y suavemente. Piruleta resopló con expresión afectuosa. —Tengo que volver a montar, Cooper. No poder montar hace que me sienta como si hubiera perdido la pierna en lugar de solo habérmela roto. —Vale. Voy a ensillar un par de caballos. Sam alzó la cabeza con un destello de asombro y esperanza en los ojos. —Tu abuela nos desollará vivos. —Primero tendrá que pillarnos. Pero iremos al paso, abuelo. Ni siquiera al trote, ¿vale? —Vale —convino Sam con voz temblorosa antes de añadir en tono más firme—: Sí, me parece perfecto. Coop ensilló dos de los caballos más viejos y tranquilos. Creía que había entendido lo difícil que resultaba aquella convalecencia forzosa para su abuelo, pero la expresión que vio en sus ojos cuando le dijo que montarían le reveló que no era así. Ni de lejos. Si estaba cometiendo un error, lo cometía por las razones correctas. Y no sería la primera vez. Ayudó a Sam a montar y percibió que el movimiento le causaba dolor. Pero lo que vio en los ojos de su abuelo fue alegría y alivio. Acto seguido subió al segundo caballo. Sería un paseo aburrido a paso lento, pensó Coop. Un par de caballos viejos caminando por la nieve sin rumbo fijo. Pero desde luego Sam Wilks había nacido para montar. Los años se desvanecieron de repente… Coop vio cómo se borraban del rostro de su abuelo. Sobre la silla, sus movimientos eran elegantes y ágiles, volvió a decirse Coop. Sobre la silla, Sam se sentía en casa. El manto blanco se extendía reluciente bajo el sol, festoneando los bosques que ascendían por las colinas y abrazando los salientes de roca con sus gélidos brazos. Página 105 El mundo se hallaba sumergido en un silencio absoluto, quebrado tan solo por el susurro del viento y el tintineo de las bridas. —Estas tierras son preciosas, Cooper. —Sí que lo son, señor. —He vivido en este valle toda la vida, trabajando la tierra, trabajando con caballos. Es lo que único que he deseado jamás aparte de a tu abuela. Es lo que conozco. Tengo la sensación de haber conseguido algo al poder dejártelo todo a ti. Cabalgaron durante casi una hora, sin ningún rumbo en particular y casi siempre en silencio. Bajo el azul intenso del cielo, las colinas, las llanuras y el valle se veían blancos y fríos. Coop sabía que llegaría el deshielo y el barro. Las lluvias de primavera, el granizo… Pero con ellos llegaría también el verde, y los potros retozarían en los pastos. Y eso era lo que quería ahora, se dijo Coop. Ver de nuevo el verde y contemplar los potros retozar. Vivir aquella vida. Cuando se acercaban a la casa, Sam silbó entre dientes. —Ahí está tu abuela, de pie en el porche trasero con los brazos en jarras. Nos las vamos a cargar. —¿Nos? Lo siento, colega, pero esta vez estás solo ante el peligro. Sam guio deliberadamente el caballo hacia el patio. —Vaya, menudo aspecto de idiotas satisfechos tenéis los dos cabalgando con el frío que hace. Supongo que ahora, como recompensa, querréis café y tarta. —A mí me apetece mucho un trozo de tarta. Nadie hace las tartas como mi Lucille. Lucy resopló con gesto malhumorado y les dio la espalda. —Si se rompe la pierna al desmontar, lo cuidarás tú, Cooper Sullivan. —Sí, señora. Coop esperó hasta que su abuela hubo entrado en la cocina, desmontó y ayudó a Sam a hacer lo propio. —Ya me ocupo yo de los caballos; tú ve con ella. Te ha tocado la peor parte. Ayudó a Sam a llegar hasta la puerta y a continuación abandono el campo de batalla. Se encargó de los caballos y los aperos. Puesto que carecía de un buen motivo para volver al pueblo, decidió ponerse con algunas reparaciones menores que habían quedado pendientes. No era tan hábil como su abuelo, Página 106 pero sí bastante competente. Al menos casi nunca se aplastaba el dedo con el martillo. Cuando acabó fue a echar un vistazo al barracón. No era más que una cabaña alargada, de techo bajo y aspecto primitivo, con vistas a la casa principal y los prados. Pero se hallaba lo bastante lejos para que todos pudieran disponer de intimidad, pensó. Y debía reconocer que echaba de menos tener un poco de intimidad. En ese momento se utilizaba sobre todo como almacén, aunque se empleaba de forma estacional o bien cuando surgía la necesidad o había dinero suficiente para contratar a un par de jornaleros a tiempo completo. Desde su punto de vista, ahora había más dinero (el suyo) y más necesidad (la de sus abuelos). Después de reformar el barracón, tal vez llegara el momento de considerar la posibilidad de rehabilitar el cuarto de aperos del granero para alojar a un empleado permanente. Coop sabía que tendría que acometer aquellos cambios con lentitud. Cada cosa a su tiempo. Entró en el viejo barracón. Dentro hacía casi tanto frío como fuera, y se preguntó cuándo se habría encendido por última vez la panzuda estufa. Había un par de literas, una mesa vieja, algunas sillas… La cocina serviría para preparar alguna comida sencilla y poco más. El suelo estaba lleno de arañazos, y las paredes eran irregulares y rugosas. Olía a grasa y a algo que posiblemente era sudor. Nada que ver con su piso en Nueva York, pensó. Claro que eso pertenecía al pasado. Tendría que ver cómo se las apañaba para convertir el barracón en un lugar habitable. Podía funcionar; incluso dispondría de espacio suficiente para un pequeño despacho. Necesitaría uno allí y otro en el pueblo. No quería tener que ir a la casa principal y compartir el despacho de sus abuelos cada vez que tuviera algo que hacer. Dormitorio, un baño que necesitaba una reforma integral, cocina pequeña, despacho. Con eso bastaría. Al fin y al cabo, no tenía intención de recibir invitados. Cuando terminó de examinar el lugar e imaginar los planos básicos, empezó a pensar en la tarta. Esperaba que por entonces su abuela se hubiera tranquilizado un poco. Se dirigió a la casa, se limpió la nieve de las botas y entró. Página 107 Y ahí estaba Lil. Maldita sea. Sentada a la mesa de la cocina y comiendo un trozo de tarta. Su abuela le lanzó una mirada asesina, pero se levantó para buscarle un plato. —Siéntate. Da igual si comes ahora y luego no tienes hambre para la cena. Tu abuelo ha subido a echar la siesta porque estaba agotado después de montar. Lil ha tenido que conformarse con mi compañía, y eso que ha venido hasta aquí para ver a Sam. —Bueno… —se limitó a farfullar Coop mientras se quitaba el chaquetón y el sombrero. —Haz compañía a Lil mientras subo a ver cómo está. Dejó el plato de tarta y la taza de café sobre la mesa con brusquedad y salió de la cocina a grandes zancadas. —Mierda. —No está tan enfadada como parece. —Lil pinchó un trozo de tarta—. Me ha dicho que a Sam le ha sentado de maravilla montar, pero está cabreada porque habéis salido sin avisarla. En fin, la tarta está buenísima. Coop se sentó y comió el primer bocado. —Sí. —Parece cansada. —Es que no para. Ni siquiera se toma las cosas con un poco más de calma. Si tiene diez minutos para sentarse, se busca alguna actividad. Se pelean todo el santo día como un par de críos de diez años. Y además… Coop se interrumpió al darse cuenta de que estaba conversando con ella como lo hacía años atrás. Antes del final. Se encogió de hombros y ensartó otro trozo de tarta. —Lo siento. —No pasa nada. Yo también los quiero mucho. Así que vas a reformar el barracón. —Vaya, las noticias vuelan; solo hace un par de horas que lo he decidido. —Llevo aquí casi media hora, lo suficiente para ponerme al día. ¿De modo que piensas quedarte? —Sí. ¿Algún problema? Lil arqueó las cejas. —¿Por qué iba a ser un problema? Coop se encogió de hombros una vez más y volvió a concentrarse en la tarta. —No pretendes convertirte en el sheriff de Deadwood, ¿verdad? Página 108 Coop alzó la vista y la miró a los ojos. —No. —Nos sorprendió que dejaras el cuerpo de policía. —Lil hizo una pausa, pero él permaneció en silencio—. Imagino que ser investigador privado es más emocionante y lucrativo que el trabajo policial. —Es más lucrativo. Casi siempre. Lil apartó el plato y cogió la taza de café; se preparaba para charlar, concluyó Coop. Sus labios se curvaron un poco. Conocía a la perfección su sabor, la sensación de notarlos contra los suyos. Y ese conocimiento resultaba casi insoportable. —Debía de ser un trabajo interesante. —A veces. —¿Es como en la tele? —No. —Vaya, Coop, antes eras capaz de sostener una conversación. —Me he trasladado aquí —espetó él con sequedad—. Estoy ayudando a llevar la granja y la hípica. Y punto. —Si no quieres que me meta en tus asuntos me lo dices. —No te metas en mis asuntos. —Muy bien. —Lil dejó de golpe la taza sobre la mesa y se levantó—. Antes éramos amigos. Creía que podríamos volver a serlo, pero por lo visto me equivocaba. —No pretendo volver a ser nada. —Está clarísimo. Dale a Lucy las gracias de mi parte por la tarta y dile que vendré a ver a Sam cuando pueda. Intentaré evitar encontrarme contigo. Cuando salió de la cocina como una exhalación, Coop comió otro bocado de tarta, contento de volver a estar a solas. Página 109 8 L il no tardó mucho en adaptarse a la rutina. Tenía cuanto quería: su casa, su trabajo, compañeros de trabajo afines a ella, animales… Se puso al día en cuanto a la correspondencia y las llamadas que le convenía contestar personalmente y dedicó algunas horas a preparar propuestas para solicitar subvenciones. Nunca había dinero suficiente. Necesitaba tiempo para conocer mejor a la nueva hornada de estudiantes en prácticas que habían llegado mientras ella estaba en los Andes, así como para revisar los informes de los animales a los que habían acogido y liberado, los ejemplares heridos que llegaban al centro. Daba de comer a los animales, los limpiaba a ellos y sus jaulas, ayudaba a Matt a cuidarlos. Los días estaban llenos de actividad física, mientras que reservaba las noches para escribir artículos, informes, solicitudes y demás documentos necesarios para que quienes navegaban por la web hicieran clic en la pestaña Donaciones. Cada noche examinaba el territorio en busca de los hermanos de Baby y de otros felinos y ejemplares de otras especies a los que habían identificado a lo largo de los años. Habían perdido algunos durante la temporada de caza, por ataques de otros animales, por accidente o a causa de la vejez. Pero en la actualidad tenía seis pumas originarios de las Colinas Negras, identificados por ella o por alguno de los empleados. Uno de los pumas, un macho joven en el momento de su identificación, había viajado hasta Iowa, mientras que otro se había adentrado en Minnesota. La hembra de la camada de Baby se había asentado en el sudoeste de las Colinas Negras y en ocasiones cruzaba a Wyoming en la época de apareamiento. Señalaba ubicaciones, calculaba distancias de dispersión y especulaba acerca de las conductas y la elección de territorio. Decidió que había llegado el momento de comprarse un caballo nuevo y salir a rastrear. Antes de primavera le quedaba bastante tiempo para capturar y evaluar, marcar y liberar. En cualquier caso, quería pasar algún tiempo en su territorio. —Deberías llevarte a alguno de los estudiantes —insistió Tansy. Página 110 Debería, debería. La formación y el entrenamiento eran los pilares del refugio. Pero… —Iré más deprisa si voy sola —replicó al tiempo que comprobaba un radiotransmisor y lo guardaba en la mochila—. He esperado hasta finales de la estación y no quiero entretenerme más. Aquí todo está bajo control — añadió—. Además, alguien tiene que comprobar qué le pasa a la cámara externa. Es un buen momento para que me tome algunos días libres y me ocupe de la cámara. A lo mejor consigo capturar y liberar algún ejemplar. —¿Y si el tiempo empeora? —No voy a ir tan lejos, Tansy. Con la cámara estropeada estamos perdiendo datos; hay que averiguar qué le pasa. Si el tiempo empeora, me vuelvo o espero a que mejore. Añadió un segundo transmisor. Quizá tuviera suerte. —Me llevo el radioteléfono —anunció. Se colgó la pistola de dardos tranquilizantes al hombro y levantó la mochila. —¿Te vas ahora? —Quedan muchas horas de luz. Con un poco de suerte conseguiré capturar un ejemplar esta noche o mañana, lo marcaré y volveré a toda mecha. —Pero… —Deja de preocuparte. Ahora me voy a comprar un buen caballo a un antiguo amigo mío. Si todo va bien, saldré desde allí estaremos en contacto. Esperaba que el antiguo amigo en cuestión estuviera en el pueblo, ocupándose del ganado, de ruta con los clientes de la hípica o lo que fuera a lo que se dedicara en la actualidad. Prefería comprar el caballo a Sam o Lucy, y evitarse el fastidio de hacer negocios con Coop. Sobre todo porque él le había dejado muy claro que no quería que se metiera en sus asuntos. Y pensar que había hecho un esfuerzo sincero por mostrarse amable y olvidar el pasado. Bueno, pues a la mierda. Si quería ir de Cabreado por la vida, ella le pagaría con la misma moneda. Pero necesitaba un buen caballo. Estar cabreada no significaba correr riesgos en ruta, y su caballo habitual empezaba a ser demasiado viejo para aquellas expediciones. Con toda probabilidad, se dijo Lil mientras conducía hacia la granja vecina, en aquella breve excursión no lograría más que examinar el territorio y la actividad de la fauna. Tal vez avistara algún ejemplar, pero de ahí a Página 111 capturar uno y marcarlo había un gran trecho. Sin embargo, merecía la pena añadir cualquier exploración a la propuesta de estudio a diez años. Y le daría la oportunidad de ver qué actividad humana había, si es que había alguna. Al llegar a la granja oyó el estruendo de martillos y sierras procedente del barracón. Advirtió que una de las camionetas aparcadas junto al edificio pertenecía a un carpintero de la zona. Movida por la curiosidad, se encaminó hacia allí. Craso error, pensó al ver salir a Coop del barracón. Caballo, se recordó. Limítate a hablarle del caballo. —Vengo a comprar un caballo. —¿Le ha pasado algo al tuyo? —No. Necesito uno con experiencia en el monte. El mío empieza a ser demasiado viejo. Busco un caballo entre cinco y ocho años. Estable, maduro y sano. —No vendemos caballos que no estén sanos. ¿Te vas a alguna parte? Lil ladeó la cabeza. —¿Quieres venderme un caballo o no, Cooper? —preguntó en tono gélido. —Por supuesto. Pero imagino que los dos queremos que te venda el caballo adecuado. No es lo mismo si lo quieres para montar por diversión o por trabajo. —Yo trabajo, así que necesito un caballo que trabaje conmigo. Y lo quiero para hoy. —¿Tienes intención de salir hoy? —Exacto. Mira, he decidido intentar capturar y marcar algún ejemplar. Necesito una montura fiable capaz de apañárselas en terreno agreste y que tenga brío. —¿Has visto felinos cerca del refugio? —Para querer que me ocupe de mis propios asuntos, la verdad es que no te cuesta nada meterte en los míos. —Es mi caballo —le recordó Coop. —No he visto ningún felino en el recinto del refugio. Tenemos instalada una cámara externa y quiero comprobarla. Y ya que voy, pondré una trampa y a ver si hay suerte. Tengo pensado estar fuera dos días, tres como mucho. ¿Contento? —Creía que salíais a marcar en equipo. Página 112 —Cuando marcar es el objetivo principal, sí. No es la primera vez que salgo sola. Cooper, si no te importa me gustaría comprar el caballo antes de primavera… —Tengo un castrado de seis años que te puede ir muy bien. Lo sacaré para que le eches un vistazo. Lil estuvo a punto de decir que lo acompañaba, pero se contuvo. Se quedaría donde estaba; de ese modo habría menos necesidad de conversar, menos ocasión de sucumbir y preguntarle qué estaba haciendo en el barracón. El castrado le gustó a primera vista. Era un hermoso pío castaño y blanco con una larga línea hasta el hocico. Caminaba con las orejas erguidas y los ojos atentos mientras Coop lo guiaba hacia la valla del cercado. La constitución robusta del caballo le indicó que cargaría con ella y su equipo sin problema. No retrocedió ni se apartó cuando Lil le examinó las patas y los cascos. Agitó un poco la cabeza cuando le examinó la boca, los dientes, pero no intentó morderla. —Se porta muy bien. Tiene bastante nervio, así que en la hípica solo lo usamos cuando viene algún cliente experto. Le va la marcha. —Coop lo acarició—. Es estable, pero se aburre si no hace más que avanzar al paso en fila. Tiende a armar follón y le gusta ir en cabeza. —¿Cuánto pides por él? —Veo que te has traído la silla. Ensíllalo y ve a dar una vuelta. Tómate tu tiempo. Tengo que encargarme de un par de cosas. Lil siguió su consejo. El castrado le lanzó una mirada curiosa, como si dijera: «Esto no es nada habitual». Acto seguido permaneció pacientemente inmóvil mientras ella lo ensillaba y cambiaba la montura. Cuando montó, el animal se removió inquieto. ¿Nos vamos? ¿Sí? Lil chasqueó la lengua para ponerlo al trote. Empleó sonidos, las rodillas, los talones y las manos para comprobar cómo respondía a las órdenes. Estaba bien adiestrado, concluyó, pero no esperaba menos de los caballos de Wilks. Calculó mentalmente la cifra máxima que estaba dispuesta a ofrecer y el precio que le gustaría pagar mientras repasaba con el caballo los distintos pasos y giros. Le iría de perlas, concluyó. Era ideal. Puso el caballo al paso al ver que Coop regresaba guiando una yegua baya ya ensillada. —¿Tiene nombre? Página 113 —Lo llamamos Rocky porque es como una apisonadora. Aquello la hizo reír. —Es perfecto. ¿Cuánto quieres por él? Coop le dio un precio muy próximo a su cifra máxima y se acercó a la casa para recoger una mochila que había dejado en el porche. —Es un poco más de lo que quería gastarme. —Podemos negociar por el camino. —Te daré… ¿Qué has dicho? —Que voy contigo. —Ni hablar —alcanzó a farfullar Lil, perpleja. —Es mi caballo. —Oye, Cooper… —Lil se detuvo un instante para tomar aire—. ¿Se puede saber qué te hace pensar que vas a acompañarme? —A mis abuelos les conviene pasar algún tiempo a solas, sin mí. Estoy cansado de las obras. Ahora mismo hay poco trabajo, Gull puede encargarse de todo durante un día o dos. Y me apetece ir de acampada. —Pues vete a acampar a otra parte. —Iré a donde vaya el caballo. Será mejor que cojas tus cosas. Lil desmontó y ató las riendas a la valla. —Te pagaré un precio justo por él, y entonces ya será mío. —Me pagarás un precio justo por él cuando volvamos. Tómatelo como una salida de prueba. Si al volver no quedas satisfecha, no te cobraré el alquiler. —No quiero compañía. —No voy para hacerte compañía. Solo quiero ir con el caballo. Lil masculló un juramento entre dientes y se caló el sombrero hasta los ojos. Se dio cuenta de que, cuanto más duraba aquello, más quería aquel maldito caballo. —Muy bien. O vas a mi ritmo o te dejo atrás. Más vale que lleves tienda, equipo y comida, porque no pienso compartir nada contigo. Y las manos quietas, que esto no es una incursión en el baúl de los recuerdos. —Lo mismo digo. Cooper no sabía por qué lo hacía. Todas las razones que había aducido eran ciertas, pero no eran la razón principal. Lo cierto era que no le apetecía nada pasar ni una hora con ella, y mucho menos un día o dos… Habría sido mucho más fácil mantenerse al margen. Página 114 Pero no le hacía gracia la idea de que saliera sola. Una razón absurda, reconoció mientras cabalgaban en silencio. Lil podía ir a donde quisiera cuando le viniera en gana. Coop no podía detenerla aunque quisiese. Y ella podría haberse marchado sin que él se enterara, y si no se hubiera enterado, no habría pensado en el asunto. No se habría preguntado si ella estaba bien. Así que, desde ese punto de vista, resultaba más fácil ir que quedarse. En cualquier caso, aquella excursión impulsiva reportaba alguna ventaja clara. La primera era el bendito silencio. Tan solo oía el susurro del viento entre los árboles, el golpeteo de los cascos sobre la nieve, el crujido del cuero. Durante un par de días no tendría que pensar en las nóminas, los gastos generales, el cuidado de los caballos, la comida de los animales, la salud de su abuelo, los estados de ánimo de su abuela… Podría hacer lo que no había tenido tiempo ni tal vez la inclinación de hacer desde que había vuelto a Dakota del Sur. Podría limitarse a ser. Cabalgaron una hora entera sin mediar palabra, hasta que Lil detuvo el caballo y él le dio alcance. —Esto es una estupidez. Tú eres estúpido. Vete. —¿Te crea algún problema respirar el mismo aire que yo? —Puedes respirar todo el aire que quieras —replicó Lil, trazando un círculo en el aire con la mano—. Hay kilómetros y kilómetros de aire. Pero no le veo el sentido a esto. —Es que no lo tiene. Sencillamente vamos en la misma dirección. —Tú no sabes adónde voy. —Vas a los prados donde viste al puma abatir a la cría de bisonte. Más o menos el lugar donde encontramos el cadáver. —¿Cómo lo sabes? —masculló ella con los ojos entornados. —La gente me cuenta cosas lo quiera yo o no. Me hablan de ti lo quiera yo o no. Ahí es donde sueles ir cuando sales sola. Lil se removió en la silla como si librara una batalla interior. —¿Has vuelto alguna vez allí desde aquel día? —Sí. Lil chasqueó la lengua para poner en marcha a Rocky. —Supongo que sabes que no encontraron al culpable. —Puede que matara a otras. —¿Qué? ¿A qué otras? Página 115 —Dos en Wyoming, una en Idaho. Excursionistas jóvenes y solas. La segunda, dos años después de Melinda Barrett. Otra, trece meses después, y la última, seis meses después de la segunda. —¿Cómo lo sabes? —Era policía. —Coop se encogió de hombros—. Investigué un poco. Verifiqué delitos similares, indagué… Golpe en la cabeza, apuñalamiento, zonas aisladas… Se lleva la mochila, el carnet de identidad, las joyas, y deja a la víctima para que los animales acaben con ella. Los otros casos siguen abiertos y sin resolver. Después de cuatro asesinatos se acabó. Lo que significa que, o se dedica a otro tipo de asesinatos o lo pillaron por otra cosa y está en la cárcel. O ha muerto. —Cuatro —repitió Lil—. Cuatro mujeres. Debe de haber sospechosos o alguna pista. —Nada sólido. Yo creo que está en la cárcel o muerto. Ha pasado mucho tiempo sin que se produzca ningún asesinato que concuerde con su patrón. —Y la gente no cambia tanto, al menos en lo fundamental —añadió ella cuando Coop la miró—. Y matar es eso, algo fundamental, básico. Si se trata del mismo asesino, no lo hace porque conozca a la víctima, ¿verdad? No es por eso. Es por el tipo de víctima… o de presa. Mujer, sola, en un entorno concreto. Su territorio podía cambiar, pero sus presas no. Cuando un depredador tiene éxito en la caza, sigue cazando. Lil cabalgó en silencio unos instantes, pero prosiguió al ver que Coop no intervenía. —Creía o, mejor dicho, me convencí a mí misma de que lo de Melinda Barrett había sido alguna clase de accidente. O como mucho un hecho aislado. Alguien a quien conocía, alguien que la conocía decidió matarla. —Pusiste una señal en el lugar donde la encontramos. —Me pareció que debía de haber algo. Marqué a un macho joven allí hace cuatro años. Se ha ido a Wyoming. Ahí es donde la cámara se estropeó hace un par de días. Es de infrarrojos, con detector de movimientos. Recibimos un montón de visitas. Las imágenes de los animales, tanto en el refugio como fuera de él, son muy populares en la web. —Lil se interrumpió. No había sido su intención entablar conversación con Coop. Claro que aquello no era una conversación, sino más bien un monólogo—. Desde luego, te has vuelto muy hablador con los años —comentó. —Dijiste que no querías compañía. —Y no quería. Ni quiero. Pero estás aquí. Coop decidió hacer un esfuerzo. Página 116 —¿Se estropean a menudo las cámaras? —Requieren un mantenimiento regular. La intemperie, los animales y algún que otro excursionista las estropean a menudo. —Se detuvo al llegar al río. La nieve se amontonaba en pilas surcadas por huellas de animales que acudían al lugar para cazar o beber—. Esto no es una incursión en el baúl de los recuerdos —insistió—; solo es un buen sitio para acampar. Voy a descargar antes de subir. Se hallaban a cierta distancia corriente arriba del lugar donde antaño paraban a comer a menudo. Donde se habían convertido en amantes. Coop no lo mencionó, pues ella ya lo sabía. La doctora Lillian Chance conocía cada centímetro de aquel territorio con la exactitud con que otras mujeres conocían el contenido de su armario. Probablemente mejor que la mayoría. Coop descargó sus cosas y se apresuró a montar la tienda a más de cinco metros de la de Lil. Tal vez la distancia entre ambas tiendas fuera el motivo de la sonrisa torva que apareció en el rostro de Lil, pero Coop se abstuvo de hacer ningún comentario. —¿Qué tal va la reforma del barracón? —Preguntó Lil cuando se pusieron de nuevo en marcha—. ¿O ese tema entra en la categoría de asuntos en los que no debo meterme? —Va bien. Creo que podré instalarme muy pronto. —¿Será tu segunda residencia? —De esta forma todos tendremos nuestro espacio. —Te entiendo. Antes de construir la cabaña en el refugio, cada vez que volvía a casa para pasar más de un par de días me sentía como si volviera a tener dieciséis años. Por mucho espacio que tengas, a partir de cierta edad vivir con tus padres… o con tus abuelos… es incómodo. —Lo incómodo es oír que chirría la cama y saber que tus abuelos están echando un polvo. Lil lanzó una risita ahogada. —Dios mío, gracias por compartir ese dato conmigo. —Polvo de reconciliación —añadió Coop, arrancándole otra carcajada. —Vale, para. —Lil se volvió hacia él, y aquella fugaz sonrisa de alegría se le clavó directamente en el estómago. —Esta vez es de verdad. —¿El qué? ¿Lo de pedirte que pares? —No, la sonrisa. Te has estado reprimiendo. Página 117 —Puede. —Apartó la mirada, sus ojos oscuros y seductores miraban fijamente al frente—. Tengo la sensación de que no sabemos cómo relacionarnos. Pasar unos días juntos es una cosa, y la verdad es que en los últimos años casi nunca nos hemos hallado en el mismo estado en el mismo momento. Ahora vivimos en el mismo sitio, tratamos casi a las mismas personas… No estoy acostumbrada a vivir y trabajar cerca de mis exnovios. —¿Tienes muchos? Lil le lanzó una mirada gélida desde debajo del ala del sombrero. —Diría que ese tema entra en la categoría de asuntos en los que no debes meterte. —Quizá deberíamos hacer una lista. —Quizá. Avanzaron entre pinos y abedules, como tantos años atrás. Pero ahora el aire cristalino soplaba helado, y ambos pensaban en el pasado, no en el futuro. —Por aquí ha pasado algún felino. Lil detuvo el caballo, como había hecho un rato antes. Coop tuvo un déjà vu: Lil en vaqueros y camiseta roja, el cabello suelto bajo el sombrero, la mano tendida hacia la suya mientras cabalgaban el uno junto al otro. La Lil adulta de trenza y chaquetón de piel de oveja no le dio la mano, sino que se inclinó hacia delante y escudriñó la tierra. Pero Coop percibió la fragancia de su cabello, el aroma a bosque que desprendía. —Y también ciervos. Es una hembra y está cazando. —Eres buena. Sabes distinguir el sexo por las huellas. —Pura intuición. —Con aire profesional, se irguió en la silla y siguió observando el entorno con mirada atenta—. Hay muchos arañazos en los árboles. Es su territorio. La captamos con la cámara varias veces, antes de que se estropeara. Es joven. Diría que todavía no tiene edad de aparearse. —Así que estamos rastreando a una hembra de puma virgen. —Debe de tener alrededor de un año. —Lil se puso en marcha, pero muy despacio—. Casi adulta. Ahora empieza a aventurarse a salir sin su madre. Le falta experiencia. Podría tener suerte con ella. Es justo lo que ando buscando. Tal vez sea descendiente de la que vi hace tantos años. Puede que sea prima de Baby. —¿Baby? —El puma del refugio. Lo encontré con sus hermanos en este sector. Sería interesante que sus madres fueran hermanas. —Estoy seguro de que hay un parecido familiar. Página 118 —ADN, Coop, lo que usa la policía. Me interesa mucho el tema. Cómo se dispersan, cómo se cruzan sus caminos, cómo se reúnen para aparearse, cómo las hembras a veces regresan a sus antiguas guaridas, al lugar donde nacieron… Es muy interesante. —Se detuvo una vez más al borde del prado —. Ciervos, alces, bisontes… Es como un bufet libre —comentó al tiempo que señalaba las huellas en la nieve—. Razón por la cual puede que haya suerte. Desmontó con rapidez y se acercó a una tosca caja de madera. Coop la oyó mascullar algún juramento mientras ataba el caballo. —La cámara no está rota —anunció Lil mientras recogía un candado hecho añicos de la nieve—. Y no ha sido culpa del mal tiempo ni de ningún animal. Ha sido algún graciosillo. —Se guardó el candado en el bolsillo y se agachó para destapar la caja—. Alguien se ha dedicado a romper el candado, abrir la caja y apagar la cámara. Coop examinó la caja y la cámara que contenía. —¿Cuánto vale un trasto de estos? —¿Una como esta? Unos seiscientos dólares. Y no, yo tampoco sé por qué no se la ha llevado. Ya te digo, habrá sido un graciosillo. Tal vez, pensó Coop. Pero había conseguido que Lil fuera hasta allí. Y habría ido sola de no ser por su impulsiva decisión de acompañarla. Se alejó un poco mientras Lil conectaba la cámara y luego llamaba al refugio por el radioteléfono. Coop no podía rastrear ni interpretar indicios como ella, de eso no cabía la menor duda. Pero veía las huellas de botas en varias direcciones. Cruzando el prado y adentrándose en el bosque que empezaba al otro lado. A juzgar por el tamaño de la bota y la longitud de la zancada, calculaba que el vándalo, si de eso se trataba, mediría alrededor de un metro ochenta y calzaría entre un cuarenta y dos y un cuarenta y cuatro. Pero necesitaría algo más que una mera inspección ocular para cerciorarse de ello. Paseó la mirada por el prado, los árboles, los matorrales y las rocas. Sabía que aquel territorio era inmenso, en parte privado, en parte parque natural. Había muchos lugares donde una persona podía acampar sin toparse con nadie. Los felinos no eran la única especie que acechaba y tendía emboscadas. —La cámara ya funciona —anunció Lil antes de estudiar las huellas como había hecho Coop—. Anda por aquí a sus anchas —comentó mientras se volvía para dirigirse hacia una raída lona verde clavada en el suelo—. Espero que no se haya cargado la jaula. Página 119 Soltó la lona y la retiró. La jaula estaba intacta salvo por la puerta que llevaba cargada a lomos del caballo. —Siempre nos llevamos la puerta por si alguien intenta usarla o un animal es lo bastante curioso para entrar y luego no puede salir. Dejo una aquí porque en este sector he tenido bastante suerte. Es más fácil que subir la jaula entera cada vez. En invierno no pasa mucha gente por aquí. —Hizo una seña con la barbilla—. El tipo vino de la misma dirección que nosotros, al menos los últimos ochocientos metros. —Eso ya lo veo. Se acercó a la cámara por detrás. —Supongo que es tímido. Ya que estás aquí, podrías ayudarme a montar la jaula. Coop acarreó la jaula mientras Lil descargaba la puerta. Acto seguido se quedó observándola mientras ella montaba la estructura con rapidez y eficacia. Verificó la trampa varias veces y colocó varios pedazos de ternera sanguinolenta como cebo. Por fin anotó la hora y asintió. —Faltan poco más de dos horas para que se ponga el sol. Si está cazando por aquí, el cebo debería atraerla. —Se limpió la sangre de las manos con nieve y se puso los guantes—. Podemos mirar desde el campamento. —¿Sí? —Tengo la tecnología necesaria —asintió ella con una sonrisa. Pusieron rumbo hacia el campamento, pero, tal como había sospechado Coop, Lil se desvió para seguir las huellas humanas. —Se dirige hacia el parque natural —dijo—. Si continúa en esta dirección, llegará al final del camino, solo y a pie. —Podemos seguir las pisadas, pero acabaremos perdiendo la pista por culpa de otras huellas. —De todas formas, no serviría de nada. No volvió por aquí, siguió adelante. Probablemente es uno de esos fanáticos de la supervivencia o un excursionista extremo. Los del equipo de rescate han tenido que sacar a dos grupos pequeños este invierno. Pipa me lo contó. La gente cree que sabe lo que es el invierno en plena naturaleza. Pero no tienen ni idea. Al menos la mayoría, pero creo que él sí. Zancada y ritmo regulares. Sabe lo que se hace. —Deberías denunciar lo de la cámara. —¿Para qué? Agente, alguien me ha roto un candado de diez dólares y me ha apagado la cámara. Envíe refuerzos. —No está de más hacerlo constar. —Llevas demasiado tiempo fuera. Para cuando vuelva a casa, mis empleados se lo habrán contado al repartidor y a los voluntarios, que a su vez Página 120 se lo comentarán a su jefe, vecino, compañero, etcétera. Ya consta… al estilo de Dakota del Sur. No obstante, se volvió en la silla para mirar atrás. Una vez en el campamento, Lil sacó un pequeño portátil y se sentó en el taburete plegable para ponerse manos a la obra. Coop permaneció en su choza, encendió el hornillo y preparó café. Había olvidado el placer de preparar una cafetera en un hornillo, el subidón adicional de sabor que proporcionaba. Se sentó a disfrutarlo mientras contemplaba cómo luchaba el agua del río por abrirse camino entre las rocas y el hielo. Por lo que veía desde su tienda, Lil estaba inmersa en su trabajo. Llamó a alguien por el radioteléfono para comentar coordenadas y datos. —Si compartes tu café para que no tenga que prepararme una cafetera — le dijo de repente—, compartiré contigo mi estofado. No es de lata; lo ha hecho mi madre. Coop siguió tomándose el café mientras la miraba de soslayo sin decir nada. —Ya sé lo que dije, pero es una estupidez. Además, ya he dejado de estar cabreada contigo. Al menos de momento. —Se levantó, dejó el portátil sobre el taburete y sacó una bolsa sellada de estofado de la alforja—. Es un buen trato —advirtió. Coop no podía discutírselo. En cualquier caso, quería ver lo que estaba haciendo en el ordenador. Sirvió una segunda taza de café, lo aguó como recordaba que a ella le gustaba y se dirigió a su sector del campamento. Se tomaron el café de pie en la orilla nevada del riachuelo. —El ordenador está conectado a la cámara. Cuando se active, si es que se activa, me llegará una señal. —Qué sofisticado. —Obra de Lucius. Es nuestro genio informático. Si quieres, puede hacer llegar un mensaje a tus abuelos. Pero le dije que los llamara o que le dijera a Tansy que llamase para hacerles saber dónde habíamos acampado. El tiempo aguanta, así que no deberíamos tener ningún problema. Lil volvió la cabeza. Sus miradas se encontraron y las sostuvieron. Algo sacudió con fuerza el corazón de Coop antes de que ella apartara la vista. —El café está bueno —dijo Lil—. Voy a ocuparme de mi caballo y luego calentaré el estofado. Se alejó y dejó a Coop en la orilla. Página 121 Lil no quería sentirse de aquel modo. Le fastidiaba, le exasperaba ser incapaz de bloquear lo que no quería, de desterrarlo de su mente. ¿Qué demonios le pasaba con Coop? Esa combinación de tristeza y furia seguía allí, bajo la superficie, tirando de ella. Eran sus sentimientos, se recordó. Su problema, no el de Coop. ¿Era así como se sentía Jean-Paul?, se preguntó. ¿Siempre anhelante, necesitando más y sin conseguirlo nunca del todo? Lil se dijo que merecía unos cuantos azotes por haber hecho que alguien se sintiera tan desvalido como se sentía ella. Tal vez saber que seguía enamorada de Cooper Sullivan fuera su castigo. Desde luego, era muy doloroso. Era una lástima que no pudiera desaparecer como Jean-Paul. Su vida estaba allí, sus raíces, su trabajo, su corazón. Tendría que afrontarlo y aprender a vivir con ello. Una vez abrevado y alimentado el caballo, calentó el estofado. El crepúsculo se abatía sobre el paisaje cuando llevó un plato a Coop. —Me parece que está lo bastante caliente. Tengo trabajo, así que… —Vale, gracias. Coop cogió el plato y siguió leyendo un libro a la luz agonizante del día y el fulgor del hornillo. Al anochecer, varios ciervos mula bajaron al río para beber. Lil distinguía sus movimientos y sus sombras, oía el susurro de las hojas y el golpeteo de los cascos. Echó un vistazo a la pantalla del ordenador, pero no había movimiento alguno… todavía… en el prado. Cuando salió la luna, cogió el ordenador y el farolillo y entró en su tienda. Sola, pues se sentía más sola con Coop cerca que si hubiera estado sola de verdad, escuchó los sonidos de la noche y de la naturaleza. A la sinfonía nocturna se unieron la llamada del cazador y los gritos de las presas. Oyó a su caballo resoplar y relinchar flojito al caballo de Coop. El aire estaba lleno de sonidos, pensó. Pero los dos humanos que lo poblaban no se dirigían la palabra. Despertó justo antes del amanecer, convencida de que el ordenador había emitido una señal. Pero de inmediato comprobó que la pantalla seguía en blanco. Se incorporó despacio y aguzó el oído. Oyó algo fuera de la tienda, parecían movimientos sigilosos y humanos. En la oscuridad, Lil localizó Página 122 mentalmente el rifle y la pistola de dardos tranquilizantes. Finalmente se decidió y alargó la mano para coger la pistola. Abrió la tienda lentamente y asomó la cabeza. Pese a la oscuridad, reconoció que la sombra pertenecía a Cooper. No obstante, se deslizó al exterior sin soltar la pistola. —¿Qué pasa? Coop alzó una mano en señal de que callara y le indicó con un gesto que volviera a entrar en la tienda. Lil hizo caso omiso y se acercó a él. —¿Qué pasa? —repitió. —Había alguien aquí fuera. Por allí. —Podría haber sido un animal. —No lo era. Debe de haberme oído moverme dentro de la tienda y abrirla. Se ha largado a toda velocidad. ¿Para qué narices es eso? Lil bajó la mirada hacia la pistola de dardos tranquilizantes. —Para administrar vacunas. También a humanos, en caso necesario. Te he oído aquí fuera, pero no estaba segura de que fueras tú. —Podría haber sido un animal. Lil lanzó un bufido. —Vale, sí, probablemente conoces la diferencia tan bien como yo. ¿Para qué narices es eso? —inquirió mientras señalaba la nueve milímetros que Coop tenía en la mano. —Para administrar vacunas. —Por el amor de Dios, Cooper. En lugar de responder, Coop entró en su tienda, salió con una linterna y se la tendió. —Interpreta las huellas. Lil alumbró la nieve. —Vale, estas son tuyas, probablemente de cuando te alejabas del campamento para orinar. —Cierto. —Y aquí hay otro grupo de huellas que vienen de la otra orilla en esta dirección. Caminando. Hacia el norte, aquí corriendo, o al menos a buen paso. —Lanzó un suspiro—. Un cazador furtivo, quizá. Alguien en busca de un punto de observación para cazar que se ha topado con nuestro campamento. Pero espera… estas pisadas se parecen mucho a las de la jaula. Podría ser un cazador furtivo de todos modos. Uno al que le gusta hacerse el graciosillo. —Puede. Página 123 —Supongo que sigues pensando como un policía o como un detective privado, lo que significa que todo el mundo es sospechoso. Y probablemente crees que, si no te tuviera aquí conmigo, estaría en apuros. —Vaya, ahora resulta que lees el pensamiento. —Sé cómo funcionan estas cosas. Créeme, no te haría ninguna gracia que te pinchara con uno de estos dardos tranquilizantes. Y, créeme, sé cuidarme sólita. Llevo mucho tiempo cuidándome sólita. —Calló el tiempo suficiente para que Coop asimilara sus palabras—. Pero entiendo la ventaja de ir acompañada; no soy lenta. —Entonces te preguntarás cómo ha podido moverse tan deprisa e ir directamente al camino en plena oscuridad. Ahora empieza haber luz, pero hace un rato estaba oscuro como boca de lobo. —O su vista se ha acostumbrado, o tiene gafas de visión nocturna. Probablemente lo segundo si busca un punto de caza en la oscuridad. Sabe lo que hace. Daré parte, pero… Se interrumpió al oír el pitido de su ordenador dentro de la tienda. Olvidando todo lo demás, corrió como una exhalación y se zambulló en la tienda. —¡Ahí está! Joder, debes de ser mi amuleto de la suerte. No esperaba verla, la verdad. Qué belleza —murmuró mientras contemplaba a la joven hembra de puma husmear el aire en el extremo más alejado del prado—. Coop, ven a ver esto, venga. Cuando él entró, Lil se apartó un poco para dejarle ver la pantalla. —Ha olido el cebo. Está acechando desde las sombras, entre los matorrales. Furtiva. Tiene una vista excelente y ve en la oscuridad. No distingue la jaula, pero dentro… ese olor. Dios, es una preciosidad. Mírala. La hembra parecía nadar agazapada en la nieve. De repente se irguió, y Lil contuvo el aliento al presenciar aquella velocidad, aquella potencia. Salto, rebote, ataque. El puma se hizo con el cebo en el instante en que la trampa se cerraba. —¡La tenemos! ¡La tenemos! —Gritó Lil con una carcajada triunfal, asiendo el brazo de Coop—. ¿Has visto cómo…? Volvió la cabeza, y su boca estuvo a punto de chocar contra la de Coop en el reducido espacio de la tienda. Sintió el calor que desprendía su cuerpo, el destello en sus ojos, aquellos ojos azul hielo. Por un instante, el más breve de los instantes, la inundó el recuerdo de él. De ellos. Al poco se apartó de la zona de peligro. Página 124 —Tengo que recoger mi equipo. Está amaneciendo. Pronto habrá luz suficiente para ver el camino. —Cogió el radioteléfono—. Perdona, tengo que hacer una llamada. Página 125 9 P uesto que Lil tenía más cosas que recoger y resolver, Coop frio un poco de beicon y preparó café. Cuando Lil terminó de hacer llamadas y recoger el equipo, Coop había preparado un desayuno frugal y levantado su parte del campamento. Estaba ensillando el caballo cuando Lil se acercó para ensillar el suyo. —¿Qué vas a hacer con ella? —Inmovilizarla. Con la pistola de dardos tranquilizantes puedo acercarme a medio metro de ella e inyectarle un dardo sin hacerle daño. Tomaré muestras de sangre y pelo, calcularé su peso, edad, tamaño, etcétera, y le colocaré un collar de radiofrecuencia. Gracias —añadió distraída cuando Coop le alargó una taza de café—. Tengo intención de administrarle una dosis baja, pero estará inconsciente un par de horas, así que tendré que quedarme con ella hasta que recobre el conocimiento y se recupere. Será vulnerable hasta que se le pase por completo el efecto del narcótico. Son muchas horas de trabajo, pero, si todo va bien, a mediodía podrá ponerse en marcha y yo tendré lo que quería. —¿Y qué ganas con todo esto? —¿Quieres decir aparte de la satisfacción? —Replicó Lil mientras montaba en la silla a la luz rosada del alba—. Pues información. El puma es una especie casi en peligro de extinción. La mayoría de la gente, y me refiero a personas que viven y viajan por territorios donde habitan pumas, nunca llegan a ver uno. —La mayoría de la gente no es como tú. Coop montó y le tendió uno de los panecillos de beicon que había preparado. —Cierto. —Se quedó mirando el panecillo y luego a él—. Has hecho el desayuno. Ahora me siento culpable por haberme quejado de que vinieras. —Ya solo por eso merece la pena. —En fin… —prosiguió Lil, dando un bocado al panecillo mientras guiaban a los caballos hacia el camino—, casi todos los avistamientos comunicados resultan ser de linces y algún que otro animal doméstico. Algunas personas compran felinos exóticos (cada mes recibimos la llamada de alguien que lo ha hecho) y no sabe qué demonios hacer cuando su peluche deja de ser un dulce cachorrito. —Dio otro bocado—. Pero por lo general la Página 126 gente ve un lince y piensa Mierda, un puma. E incluso las pocas veces que resulta ser Mierda, un puma, la mayoría de la gente no entiende que el puma no busca carne humana. —Hace un año o así, un puma estuvo a punto de meterse en un jacuzzi con la mujer que había dentro. —Sí, eso fue genial —asintió Lil antes de acabarse el panecillo—. Lo que la gente no entiende es que el puma no estaba interesado en ella; no la atacó. Estaba acechando a un ciervo y acabó en el jardín de aquella mujer mientras ella se daba un baño. Le echó un vistazo, probablemente pensó Hum, esta no es mi cena, y se largó. Nosotros somos los invasores, Coop, y te aseguro que no te conviene que empiece con mi rollo conservacionista. Pero es que es verdad, y por tanto tenemos que aprender a convivir con ellos y protegerlos. No quieren estar cerca de nosotros. Los pumas ni siquiera quieren estar juntos si no es para procrear. Son solitarios, y si bien interactúan hasta cierto punto en algunos hábitats, nosotros somos sus únicos depredadores una vez alcanzan la madurez. —Lo pensaría dos veces antes de meterme en un jacuzzi. —No creo que ningún puma se bañara contigo —rio Lil—. Saben nadar, pero no les gusta mucho el agua. La hembra de allá arriba se preguntará cómo demonios ha podido quedar atrapada. Si vive la media que alcanzan las hembras en libertad, le quedan unos ocho o nueve años de vida. Se apareará cada dos años, tendrá un promedio de tres crías por camada. Dos de las tres probablemente morirán antes de cumplir un año. Ella las alimentará, las defenderá a muerte y les enseñará a cazar. Puede que cubra un territorio de doscientos kilómetros cuadrados a lo largo de su vida. —Y tú la rastrearás gracias al collar. —Sabré adónde va, cuándo va, cómo va, cuánto tarda. Y cuándo se aparea. Estoy haciendo un estudio generacional. Ya he marcado dos generaciones a través de los hermanos de Baby y un macho casi adulto que capturé y marqué el año pasado en el cañón. Empezare otra con este ejemplar. Aceleraron a un trote rápido en cuanto el camino lo permitió. —¿No sabes ya todo lo que hay que saber sobre los pumas? —Nunca se sabe todo. Biología, comportamiento, rol ecológico, distribución, hábitat, incluso mitología… Todo suma, y cuanta más información tengamos, más capaces seremos de proteger las especies. Y luego están los fondos. A los donantes les gusta ver, oír y saber cosas guays. Le pongo nombre a la hembra de la jaula, cuelgo una foto suya en la web y la añado a la sección «Apadrina un felino». Ergo, fondos. Y al explotarla en Página 127 cierto modo, engrosó la cuenta destinada a proteger, estudiar y comprenderlos tanto a ella como al resto de su especie. Además, quiero saber. —Lil se volvió hacia él—. Y para serte sincera, es una forma genial de empezar el día. —Desde luego. —Aire puro, un buen caballo, kilómetros y kilómetros de lo que la gente paga a precio de oro en libros de arte, y un trabajo interesante. No está nada mal. —Ladeó la cabeza—. Ni siquiera para un urbanita. —La ciudad no es mejor ni peor. Simplemente es diferente. —¿La echas de menos? ¿Echas de menos tu trabajo allí? —Estoy haciendo lo que quiero. Como tú. —Eso es importante. Ser capaz de hacer lo que uno quiere. Y a ti se te da bien. Me refiero a los caballos —añadió—; siempre se te han dado bien. —Se inclinó para acariciar el cuello del castrado—. Seguiré intentando regatear el precio, pero tenías razón; Rocky es ideal para mí. —De repente frunció el ceño y aminoró el paso—. Ahí está otra vez nuestro amigo. —Señaló con un gesto las huellas—. Cruzó por aquí y tomó el camino. Zancada larga. Sin correr pero caminando deprisa. ¿Qué demonios tramará? —El corazón le dio un vuelco—. Se dirige a la pradera. Hacia el puma. Mientras hablaba, un alarido desgarró el aire. —Está allí. ¡Está arriba! —exclamó mientras ponía el caballo al galope. El alarido volvió a resonar lleno de furia. Y luego un tercero, agudo y penetrante, interrumpido por el chasquido de un disparo. —¡No! Lil cabalgaba casi a ciegas, tirando de las riendas para sortear los árboles, aferrada al caballo y azuzándolo por la nieve. Con una mano intentó apartar a Coop cuando este le dio alcance y se situó junto a ella. —¡Suéltame! ¡Que me sueltes! ¡Le ha disparado! —Si le ha disparado, ya no puedes hacer nada. —Coop asió las riendas de Rocky y siguió hablando en voz baja para calmar a los caballos—. Allí arriba hay alguien armado. No permitiré que cabalgues como una loca y te arriesgues a romperle una pata al caballo y romperte el cuello tú. Para y piensa. —Nos lleva al menos quince o veinte minutos de ventaja. La pobre puma está atrapada. Tengo que… —Para y piensa. Usa el teléfono. Llama y da aviso. —Si crees que me voy a quedar cruzada de brazos mientras… —Lo que vas a hacer es dar aviso por teléfono —insistió Coop con una voz tan fría como su mirada—. Y luego seguiremos las huellas. Cada cosa a Página 128 su tiempo. Llama a tu gente, comprueba si la cámara sigue funcionando. Que den parte del disparo. Luego te quedarás detrás de mí, porque yo soy quien lleva un arma de verdad. Y punto. Llama ya. Lil podría haberle discutido el tono o la orden, pero sabía que tenía razón respecto a la cámara. Sacó el teléfono mientras Coop se colocaba delante de ella. —Tengo un rifle por si lo necesito —le recordó Lil. Tansy contestó al teléfono con voz adormilada. —Eh, Lil, ¿dónde…? —Comprueba la cámara. La número once, la que reparé ayer. Compruébala ya. —Vale. He estado vigilando desde que llamaste. Salí para echar un vistazo a los animales y me llevé a Eric para que… Maldita sea, vuelve a estar apagada. ¿Estás…? —Escúchame. Cooper y yo estamos a unos veinte minutos de la cámara. Hay alguien allí arriba. Hemos oído un disparo. —Dios mío. ¿No creerás qué…? —Quiero que pongas sobre aviso a la policía y a los guardabosques. Lo sabremos dentro de unos veinte minutos. Avisa también a Matt. Si la hembra está herida, la llevaré al centro. Puede que necesitemos un transporte aéreo. —Me ocuparé de ello. Mantente en contacto y ten cuidado, Lil. La comunicación se cortó antes de que Lil pudiera responder. —Podemos ir más deprisa —insistió Lil. —Sí, y ponernos en la línea de fuego. No es así como quiero pasar la mañana. No sabemos quién hay allá arriba ni qué pretende. Lo que sí sabemos es que lleva un arma y que ha tenido tiempo de escapar o de encontrar un escondite y acecharnos. O de dar la vuelta, añadió mentalmente Coop, y convertirnos en dianas humanas. No podía saberlo con certeza, de modo que se resistió al impulso de inmovilizar a Lil y atarla a un árbol para continuar sin ella. —Será mejor que sigamos a pie. —Se volvía para mirarla—. Haremos menos ruido y seremos dianas más pequeñas. Llévate el cuchillo, la pistola de dardos y el teléfono. Si pasa algo, echa a correr. Conoces la zona mejor que nadie. Te largas, pides ayuda y te mantienes alejada hasta que lleguen refuerzos, ¿queda claro? —Esto no es Nueva York y tú ya no eres policía. —Y esto ha dejado de ser una de tus expediciones —replicó Coop con mirada gélida—. ¿Cuánto tiempo más quieres perder discutiendo con alguien Página 129 más grande que tú? Lil desmontó porque Coop tenía razón y preparó una mochila pequeña con lo que consideró necesario. Decidió llevar la pistola de dardos tranquilizantes en la mano. —Detrás de mí —ordenó Coop—. En fila india. Coop avanzaba rápido. Como había previsto, Lil no se quedó rezagada. Al rato se detuvo, sacó los prismáticos, se protegió entre los matorrales y escudriñó la pradera. —¿Ves la jaula? —preguntó Lil. —Espera. Coop veía nieve pisoteada, la línea de árboles, la cresta de rocas… Un sinfín de lugares donde esconderse. Desvió los prismáticos en otra dirección. El ángulo no era bueno, pero divisaba parte de la jaula y parte del puma. Y sangre en la nieve. —No veo bien desde aquí, pero la hembra está tumbada. Lil cerró los ojos un instante, pero Coop distinguió el dolor en su expresión. —Daremos un rodeo y llegaremos a la jaula por detrás. Es más seguro. —Vale. Era un camino más largo, más escarpado y más difícil a causa de la nieve, que les llegaba a la rodilla y los hacía resbalar. Lil avanzaba entre los matorrales sepultados en la nieve; aceptó la mano de Coop en un tramo particularmente complicado. Y al poco olió la sangre en el aire frío y prístino. Olió la muerte. —Voy con ella —anunció con calma—. Si ese tipo estaba por aquí, nos habría oído llegar. Habría tenido tiempo de dar la vuelta, ponerse a cubierto y pegarnos un tiro si hubiera querido. Ha disparado contra un animal enjaulado. Es un cobarde y se ha largado. —¿Puedes ayudarla? —No lo creo, pero voy con ella. El tipo podría haberte disparado anoche en cuanto saliste de la tienda. —Voy yo primero, y no quiero discusiones. —Ve delante, me da igual. Tengo que llegar a ella. Qué estupidez, se dijo Coop. Era un riesgo que no serviría de nada. Pero la había ayudado a montar la jaula, había compartido con ella el momento en que la trampa había saltado… No podía dejar al puma allí. Página 130 —Quizá deberías disparar un par de veces para que sepa que nosotros también vamos armados. —Podría tomarlo como una provocación. —Coop se volvió hacía ella—. Crees que matar a un animal enjaulado o a cualquier animal es más fácil que matar a un ser humano. Pero te equivocas. Depende de quién dispare. Quédate aquí agachada hasta que te avise. Coop se aventuró a la pradera, desprotegido. Por un instante sintió los músculos tensos y un hormigueo le recorrió la piel. En una ocasión había recibido un disparo, y no era una experiencia que le apeteciera repetir. Sobre su cabeza, un halcón volaba en círculos y chillaba. Coop escudriñó los árboles. Al distinguir un movimiento levantó el arma. Un ciervo mula avanzaba por la nieve, a la cabeza de la manada que lo seguía. Se volvió y caminó hacia la jaula. No había esperado que Lil siguiera sus indicaciones y aguardara su señal, y por supuesto, no se equivocó. Lil pasó a su lado y se arrodilló en la tierra helada. —¿Puedes volver a encender la cámara? Si es que no la ha destrozado, claro. Tenemos que grabar esto. Dentro de la jaula, la hembra de puma yacía de costado. La sangre y los tejidos desgarrados por el disparo manchaban el suelo. Lil contuvo el impulso de abrir la jaula, acariciar al animal, llorar. En lugar de eso, llamó a la base. —Tansy, vamos a poner de nuevo en marcha la cámara. La hembra ha recibido un disparo en la cabeza. Está muerta. —Oh, Lil. —Haz las llamadas necesarias y una copia del vídeo. Necesitamos que vengan las autoridades y transporte para sacarla de aquí. —Ahora mismo me ocupo. Lo siento muchísimo, Lil. —Y yo. Colgó y se volvió hacia Coop. —¿Qué hay de la cámara? —Estaba apagada, como antes. —La veda del puma es muy corta, y ahora no es época. Además, estas tierras son privadas. No tenía ningún derecho… Si bien su voz sonaba firme, Lil estaba muy pálida y sus ojos relucían como pozos negros. —Aunque no hubiera estado enjaulada e indefensa, no tenía ningún derecho. Entiendo la caza. Para alimentarse, como deporte… Entiendo los argumentos a favor del equilibrio ecológico necesario a medida que los Página 131 humanos ocupamos más y más hábitats naturales… Pero esto no es caza. Esto es un asesinato. Ha matado a un animal enjaulado. Y la he enjaulado yo. Soy yo quien la ha metido aquí dentro. —No serás tan idiota como para echarte la culpa. —No. —Tenía los ojos encendidos de pura ira—. El cabrón que se ha acercado a la jaula y le ha metido un balazo en la cabeza es el culpable. Pero yo he contribuido. Yo soy la razón por la que ha podido hacerlo. Lil se puso en cuclillas y respiró hondo. —Parece que ha llegado por el camino hasta la cámara y la ha apagado. Luego ha rodeado la jaula, ha echado un vistazo a la hembra, la ha puesto nerviosa. La hembra ha chillado. El tipo la ha mantenido inquieta; quizá así le resultaba más excitante. Luego le ha disparado, creo que casi a quemarropa, aunque no lo sé con seguridad. Le haremos la autopsia y recuperaremos la bala. La policía la examinará y nos dirá qué tipo de arma ha utilizado. —Un revólver, a juzgar por el sonido del disparo. Y de calibre pequeño, a juzgar por el tamaño de la herida. —Supongo que tú sabes más de estas cosas. Acto seguido, Lil hizo lo que necesitaba hacer en ese momento, y Coop no comentó nada acerca de la integridad de la escena del crimen cuando ella abrió la jaula. Posó la mano sobre la cabeza destrozada de la joven hembra que según sus cálculos no había vivido más de un año. Que había aprendido a cazar y a vivir en libertad. Que se había refugiado en sus escondrijos secretos y rehuido toda compañía. Lil la acarició. Y cuando los hombros empezaron a temblarle, se levantó para salir del encuadre de la cámara. Puesto que no tenía nada más que ofrecerle, Coop se acercó a ella, le dio la vuelta y la abrazó mientras lloraba. Y lloraba. Cuando llegaron las autoridades, tenía los ojos secos y había recuperado su conducta más profesional. Coop conocía de pasada al sheriff del condado, pero suponía que Lil lo conocía de toda la vida. Aparentaba treinta y pocos años, calculó Coop. Cuerpo fornido, rostro curtido, sólido como un roble mientras examinaba la escena del crimen. Se llamaba William Johannsen, pero, como casi todos los que lo conocían, Lil lo llamaba Willy. Mientras el sheriff hablaba con Lil, Coop observó a un ayudante que sacaba fotografías del lugar, la jaula, las huellas… También vio que Willy apoyaba una mano en el hombro de Lil y le daba una palmadita; luego se apartó y se dirigió hacia él. Página 132 —Señor Sullivan —saludó antes de detenerse junto a Coop y observar en silencio al felino muerto—. Qué cobardía… ¿Es usted cazador? —No, nunca me ha gustado. —Yo cazo un ciervo macho cada temporada. Me gusta estar al aire libre y medirme con sus instintos. Mi mujer prepara un estofado de ciervo buenísimo. Nunca he cazado pumas. Mi padre solo caza para comer y me enseñó a hacer lo mismo. Y desde luego no me gusta comer puma. Qué frío hace. Y se está levantando viento. Lil dice, que tienen caballos allá abajo. —Sí, y me gustaría ir a buscarlos. —Lo acompañaré un trecho. Lil dice que ha llamado a su padre y que viene de camino para encontrarse con usted donde acamparon anoche. Le ayudará a llevar las cosas. —Lil tiene que ir con el puma. —Sí —asintió Willy—. Lo acompañaré un trecho y así podrá contarme cosas. Si necesito más información, me pondré en contacto con usted más tarde, cuando ya esté en casa y haya entrado en calor. —Vale. Dame un segundo. Sin esperar la aprobación del sheriff, Coop volvió junto a Lil. A diferencia de Willy, no le dio ninguna palmadita en el hombro. Los ojos de Lil estaban secos cuando se encontraron con los suyos. Secos y un poco distantes. —Voy a buscar los caballos; me encontraré con Joe en el campamento. Recogeremos tus cosas. —Te lo agradezco, Coop. No sé qué habría hecho de no haber sido por ti. —Te las habrías apañado. Luego pasaré a verte. —No hace falta que… —Luego pasaré a verte. Dicho aquello, Coop se alejó, y Willy le dio alcance. —Así que era policía en el este. —Sí. —Y luego se dedicó a la investigación privada, según tengo entendido. —Cierto. —Recuerdo cuando de pequeño venía a visitar a sus abuelos. Buena gente. —Sí que lo son. Los labios de Willy se curvaron en una leve sonrisa mientras seguía por el camino con paso firme. —Me contaron que Gull Nodock, que ahora trabaja para usted, un día le dio tabaco de mascar y vomitó hasta la primera papilla. Página 133 Coop apenas pudo contener una sonrisa. —Gull nunca se cansa de contar esa historia. —Es que es buena. ¿Por qué no me cuenta algunas cosas, señor Sullivan? Ya que fue policía, no hace falta que le diga lo que necesito saber. —Llámame Cooper o Coop. Lil y yo salimos ayer por la mañana hacia las ocho, quizá un poco más tarde. Descargamos algunas cosas en el campamento junto al río y subimos aquí antes de las once. Cerca de las once, diría yo. —No tardasteis mucho. —Los caballos son buenos, y Lil conoce el camino. Tiene una cámara instalada aquí arriba. Alguien rompió el candado de la caja y la apagó. Lil me contó que hacía un par de días que no funcionaba. La volvió a encender, y entonces vimos las huellas que había dejado el que la apagó. Diría que calza un cuarenta y tres. Willy asintió y se ajustó el sombrero. —Lo comprobaremos. —Montamos la jaula, pusimos el cebo y volvimos al campamento antes de las dos. Ella se puso a trabajar, yo leí, más tarde cenamos y nos acostamos. A las cinco y veinte de la mañana oí a alguien merodeando por el campamento. Cogí mi arma, pero el tipo ya había echado a correr cuando salí de la tienda. Más que verlo lo oí, pero distinguí algo. Diría que medía alrededor de metro ochenta y era hombre. Por la forma de moverse y la constitución, casi seguro que era hombre. Llevaba mochila y gorra. No sabría decirte la edad, la raza ni el color de pelo. Solo distinguí una forma que corría y que desapareció entre los árboles. Se movía muy deprisa. —A esa hora está muy oscuro. —Sí, quizá llevaba gafas de visión nocturna. Solo lo vi de espaldas, pero se movía como una gacela, joder. Deprisa, ágil. Lil se despertó por el ruido. Poco después, el ordenador avisó de que la trampa había saltado. Tardamos media hora, quizá cuarenta minutos, en recoger las cosas y en que ella llamara a la base. Y también estuvimos unos minutos mirando al puma en la pantalla del ordenador. El tipo nos llevaba bastante ventaja. Ninguno de los dos consideró la posibilidad de que subiera a la jaula e hiciera lo que ha hecho. —¿Cómo ibais a pensar en eso? Habían llegado junto a los caballos; Willy acarició la yegua de Coop con afecto. —Para entonces ya había amanecido, pero no nos dimos demasiada prisa. Entonces Lil vio las huellas. Estábamos a medio camino entre el campamento y la jaula cuando las vio. Página 134 —Tiene buen ojo para eso —constató Willy con su suavidad habitual. —El tipo había dado un rodeo, vuelto al camino y subido hacia la jaula. En cierto momento oímos gritar al puma. —Es un sonido impresionante. —Al tercer alarido, oímos el disparo. Coop detalló el resto de los acontecimientos indicando las horas exactas. —No hay herida de salida —añadió—. Sin duda es un revólver de calibre pequeño. Compacto, quizá un treinta y ocho. La clase de arma que puede llevarse fácilmente bajo la chaqueta. Ligera para que no le entorpeciera el avance y lo bastante pequeña para poder disimularla si se cruzaba con alguien por el camino. Pasaría por un excursionista cualquiera disfrutando de la naturaleza. —Por aquí nos tomamos muy en serio estas cosas, te lo aseguro. En fin, no te entretengo más. Si necesito volver a hablar contigo, sé dónde encontrarte. Ten cuidado en el camino de vuelta, Coop. —Lo tendré. —Coop montó y cogió las riendas del caballo de Lil que Willy le tendía. Durante el trayecto de vuelta tuvo tiempo para pensar. No era casualidad que alguien hubiera manipulado la cámara, que un intruso hubiera elegido su campamento, que el puma de Lil hubiera recibido un disparo. ¿El denominador común? Lillian Chance. Tenía que dejárselo muy claro para que tomara las precauciones necesarias. Lil suponía que era más fácil matar a un animal enjaulado que a un ser humano. Coop no estaba de acuerdo. Apenas conocía a Willam Johannsen y hasta entonces no había tenido trato profesional alguno con él, pero le daba la impresión de que era un policía competente y con sangre fría. Esperaba que hiciera cuanto estuviera en su mano para esclarecer el asunto. Pero Coop estaba convencido de que, a menos que tuviera un golpe de suerte, Willy no conseguiría nada. El asesino del puma de Lil sabía muy bien lo que hacía y cómo hacerlo. La cuestión era por qué. ¿Alguien que guardaba rencor a Lil o quería vengarse del refugio? Tal vez ambas cosas, ya que, para casi todo el mundo, Lil era el refugio. Cabía la posibilidad de que se tratara de un extremista de cualquier ámbito del espectro ecologista conservacionista. Página 135 Alguien que conocía la zona, capaz de sobrevivir en plena naturaleza durante períodos más o menos largos sin llamar la atención. Alguien del lugar, pensó, o alguien con lazos en el lugar. Quizá echara mano de antiguos contactos para averiguar si se habían producido incidentes similares en los últimos años. O también podía preguntárselo a Lil, se dijo. Sin lugar a dudas, Lil lo sabría o podría averiguarlo más deprisa que él. Claro que eso daría al traste con la idea de guardar las distancias. De hecho, ya se había ocupado él de acortarlas al decidir acompañarla en su expedición, así que ¿a quién pretendía engañar? No iba a mantenerse alejado de ella. Por mucho que intentara negarlo, lo sabía desde el instante en que Lil abrió la puerta de aquella cabaña, desde el instante en que la vio. Tal vez fuera un asunto pendiente, y a Coop no le gustaban los asuntos pendientes. Lil era… un cabo suelto, concluyó. Si no podía cortarlo, tendría que atarlo. Y a la mierda el tipo con el que no estaba exactamente comprometida. Entre ellos todavía había algo. Lo había notado en la reacción de Lil. Lo había visto en sus ojos. Por mucho tiempo que llevara sin verla, sin estar con ella, conocía sus ojos. Soñaba con ellos. Sabía lo que había visto en ellos aquella misma mañana en la tienda, mientras la joven hembra de puma bufaba en la pantalla del ordenador. Si en aquel momento la hubiera tocado, Lil habría sido suya. Así de sencillo. No superarían aquella nueva fase de sus vidas, fuera cual fuese, hasta que lograran sobreponerse a los antiguos sentimientos, a la conexión, a las necesidades de entonces. Tal vez así pudieran volver a ser amigos. O no. Pero quedarse quieto no era la solución. Y Lil estaba en apuros. Quizá ella no lo creyera o no quisiera reconocerlo, pero alguien quería hacerle daño. Fueran lo que fuesen o no fuesen el uno para el otro, Coop no permitiría que eso sucediera. Al divisar el campamento, aflojó el paso, se abrió la chaqueta y apoyó la mano en el arma. Alguien había rajado ambas tiendas en líneas largas y precisas. Los sacos de dormir yacían empapados en el riachuelo helado, junto con el hornillo que había usado por la mañana para freír el beicon y preparar el café. La camisa que Lil llevaba el día anterior estaba tirada en la nieve llena de manchas de sangre. Coop habría apostado cualquier cosa a que la sangre era del puma. Página 136 Desmontó, ató a los caballos y abrió la alforja de Lil para sacar la cámara que le había visto guardar en ella por la mañana. Documentó la escena desde diversos ángulos; sacó algunos primeros planos de la camisa, las tiendas, los objetos tirados en el agua y las pisadas de botas que no eran ni suyas ni de Lil. No podía hacer más, pensó antes de sacar una bolsa de plástico que le serviría para guardar pruebas. Con los guantes puestos, guardó la camisa de Lil, selló la bolsa y deseó tener un rotulador o un bolígrafo para anotar la fecha, la hora y sus iniciales. En aquel momento oyó acercarse un caballo y pensó en Joe. Metió la camisa en su alforja y volvió a apoyar la mano en el arma, pero la apartó al divisar al caballo y su jinete. —¡Lil está bien! —se apresuró a exclamar—. Está con el sheriff del condado. Está bien, Joe. —Vale. —Joe, sin desmontar, paseó la mirada por el campamento—. Supongo que todo esto no será consecuencia de una juerga vuestra, ¿verdad? —Por lo visto el tipo dio media vuelta y volvió aquí mientras nosotros estábamos ahí arriba. Ha sido algo rápido y se ha ensañado. No creo que tardara más de diez minutos. —¿Y por qué lo ha hecho? —Buena pregunta. —Una pregunta que te hago a ti, Cooper. —Joe desmontó sujetó las riendas con una mano cuyos nudillos Coop imagino blancos bajo los guantes de montar—. No soy un idealista. Sé que la gente hace de todo, pero esto no lo entiendo. Tú sabes más de estas cosas. Te lo habrás preguntado, ¿no? Coop sabía que, en ocasiones, mentir podía ser muy útil. Pero no mentiría a Joe. —Alguien se la tiene jurada a Lil, pero no tengo las respuestas. Probablemente tú o ella sabéis más que yo. Hace mucho tiempo que no formo parte de su vida. No sé qué le está pasando más allá de lo evidente. —Pero lo averiguarás. —La policía está en ello, Joe. Willy me parece una persona eficiente. He sacado fotos de todo esto y se las entregaré. Pensó en la camisa ensangrentada, pero decidió callárselo. Un padre asustado, muerto de preocupación, no necesitaba más problemas. —Willy hará su trabajo y lo hará lo mejor que pueda. Pero no dedicará el día entero a pensar en esto, en Lil. Te lo pido a ti, Coop. Te pido que me ayudes, que ayudes a Lil. Que cuides de ella. Página 137 —Hablaré con ella. Haré lo que pueda. Joe asintió satisfecho. —Bueno, será mejor que limpiemos todo esto. —No. Daremos parte y no tocaremos nada. Lo más probable es que ese tipo no haya dejado nada, pero la policía debe examinar el lugar. —Lo dejo en tus manos. —Joe lanzó un suspiro tembloroso, se quitó el sombrero y se pasó la mano enguantada un par de veces por el pelo—. Dios mío, Cooper. Dios mío… Estoy preocupado por mi niña. Y yo, pensó Coop. Y yo. Página 138 10 L il desconectó sus emociones para asistir a Matt en la autopsia. Uno de los ayudantes del sheriff también la presenció y, a medida que avanzaba el procedimiento, se iba poniendo más pálido. En otras circunstancias, la reacción de aquel pobre hombre le habría hecho cierta gracia. Pero la sangre que le manchaba las manos era en parte responsabilidad suya, y nadie podría convencerla de lo contrario. No obstante, la científica que llevaba dentro extrajo muestra de sangre y pelo del cadáver, tal como había querido hacer con el animal vivo. Analizaría los tejidos y archivaría los datos para sus artículos y para el programa. Cuando el veterinario extrajo la bala, Lil le acercó la bandeja de acero inoxidable. El proyectil chocó contra el metal con un tintineo casi alegre. El ayudante del sheriff la metió en una bolsa que selló e identificó en su presencia. —Parece del calibre treinta y dos —aventuró antes de tragar saliva—. Voy a llevársela al sheriff Johannsen. Esto… ¿Confirma que esta bala es la causa de la muerte, doctor Wainwright? —Una bala en el cerebro suele serlo. No se aprecian otras heridas, ni tampoco lesiones. La voy a abrir para completar la exploración, pero ya le adelanto que lo que tiene en la mano es lo que la mató. —De acuerdo, señor. —Enviaremos un informe completo a la oficina del sheriff —terció Lil—. Con toda la documentación. —Bueno, pues me voy —dijo el policía antes de salir disparado. Matt cambió los fórceps por el bisturí. —Teniendo en cuenta el peso, la estatura y los dientes, calculo que esta hembra tenía entre doce y quince meses —constató Matt, mirando a Lil en busca de confirmación. —Sí. No está preñada, aunque tendrás que verificarlo, ni parece haber parido recientemente. No es probable que se apareara este otoño, seguramente era demasiado joven para estar en celo. A primera vista parece que gozaba de buena salud. —Lil, no tienes por qué hacer esto, no tienes por qué quedarte. —Sí que tengo por qué. Página 139 Lil se obligó a desterrar sus emociones y observó cómo Matt practicaba una precisa incisión en Y. Cuando todo terminó, cuando los datos quedaron registrados y las conclusiones anotadas, Lil sintió que le dolían los ojos y la garganta. El estrés y la pena formaban una combinación nauseabunda en su estómago. Se lavó las manos concienzudamente varias veces antes de pasar a la oficina. En cuanto la vio, los ojos de Lucius se llenaron de lágrimas. —Lo siento. Es que no puedo parar de llorar. —No pasa nada. Está siendo un día horrible. —No sabía si querías que escribiera algo en la web. Algún tipo de comunicado o… —No lo sé. —Lil se restregó el rostro; no había tenido ocasión de pensar en ello—. Quizá sea conveniente. Sí, creo que sí. La han matado. La gente debe saber lo que ha pasado. —Puedo escribir algo y dártelo para que lo revises. —De acuerdo, Lucius. Mary Blunt, de cuerpo robusto y mente sensata, se levantó de su mesa para verter agua caliente en un tazón. —Es té. Bébetelo —ordenó al tiempo que se lo daba—. Y luego te vas a casa un rato. Aquí no puedes hacer nada más; ya casi es hora de cerrar. Si quieres, luego te preparo algo de comer. —No podría probar bocado, pero gracias, Mary. Matt se está ocupando del papeleo y de preparar el informe. ¿Podrías llevárselo a Willy de camino a casa? —Claro —asintió Mary, cuyos ojos color avellana la observaban preocupados por encima del borde de las gafas para leer—. Encontrarán a ese cobarde desalmado, no te preocupes. —Cuento con ello. Lil se tomó el té porque lo tenía delante y porque Mary la vigilaba para asegurarse de que se lo bebía. —La semana que viene tenemos una visita de los Boy Scouts. Si quieres puedo aplazarla. —No, intentemos que todo funcione como siempre. —De acuerdo. He investigado algunas alternativas de subvención y hecho una lista. Puedes echarle un vistazo, mira a ver si quieres que profundice en alguna. —Vale. Página 140 —Pero mañana —insistió Mary con firmeza antes de coger el tazón vacío —. Ahora vete a casa. Ya cerraremos nosotros. —Primero voy a ver cómo están los demás. —Tansy, los estudiantes en prácticas y algunos voluntarios se han ocupado de dar de comer a los animales. —Bueno, voy a ver… cómo están. Luego me iré a casa. —Se volvió hacia Lucius—. En cuanto Matt termine, cerrad y marchaos también a casa. Al salir, vio que Farley se acercaba a ella desde los establos. El joven la saludó con la mano. —Te he traído el caballo nuevo y tus cosas. Lo he limpiado y he dado de comer. —Eres un cielo, Farley. —Tú harías lo mismo por mí. —Se detuvo ante ella y le frotó el brazo—. Es horrible lo que ha pasado, Lil. —Desde luego. —¿Necesitas algo? —preguntó Farley, volviéndose hacia el crepúsculo con los ojos entornados—. Tu padre dice que me quede todo el rato que me necesites. De hecho, cree que debería quedarme a pasar la noche. —No hace falta, Farley. —Bueno, más bien ha dicho que me quede, no que debería quedarme — puntualizó Farley con una de sus entrañables sonrisas—. Dormiré en el camastro del establo. —Hay una cama mucho más cómoda en la oficina. Duerme allí. Ya hablaré yo con tu jefe, pero por esta noche sigámosle la corriente. —Seguro que dormirá más tranquilo. —Por eso vamos a seguirle la corriente. La verdad es que probablemente yo también dormiré más tranquila sabiendo que andas cerca. Te prepararé algo de cena. —No hace falta; tu madre me ha dado un montón de comida. Por cierto, no estaría de más llamarlos. —Apoyó el peso alternativamente en cada una de sus botas gastadas—. Digo yo… —Los llamaré. —Esto… ¿Tansy está dentro? —No, debe de estar fuera, en alguna parte. El destello que advirtió en los ojos de Farley le dio ganas de lanzar un suspiro. Era tan mono… —Podrías dar una vuelta a ver si la encuentras, y dile que cerraremos un poco antes. Si los animales ya están atendidos, puede irse a casa. Página 141 —Se lo diré. Tómalo con calma, Lil. Si necesitas algo esta noche me llamas. —Lo haré. Lil se volvió hacía la zona de felinos pequeños. Se detuvo junto a cada jaula para recordarse por qué hacía todo aquello y qué esperaba conseguir. Casi todos los animales a los que cobijaban y estudiaban estarían muertos sin su intervención. Sus dueños los habrían sacrificado o abandonado, y aquellos que eran demasiado viejos o estaban discapacitados para sobrevivir habrían muerto en libertad. En el refugio tenían una vida, protección y toda la libertad posible. Servían para educar, fascinar y recaudar fondos que contribuían a conservar la naturaleza en su totalidad. Aquel proyecto era importante. Intelectualmente, Lil lo sabía, pero tenía el corazón tan herido que no era su intelecto lo que necesitaba reafirmarse. Baby la esperaba con un ronroneo digno de una potente máquina. Lil se agachó y apoyó la cabeza contra la jaula para que el puma la empujara con la suya a modo de saludo. Miró más allá de su protegido, donde los otros dos pumas a los que albergaban estaban dando cuenta de la cena. Solo Baby abandonó su plato de pollo favorito para ir a saludarla. Y Lil encontró solaz en sus ojos relucientes. Farley tardó un rato en encontrarla, pero el corazón se le aceleró al verla. Tansy estaba sentada en uno de los bancos, y por una vez estaba sola, contemplando al viejo tigre (¡un tigre viviendo en el valle!) mientras este se lavaba la cara. Se lamía las patas antes de pasárselas por la cara como un gato doméstico, pensó Farley. Le habría gustado decir algo ingenioso, algo inteligente y divertido, pero no se consideraba nada ingenioso cuando se trataba de palabras. Además, la lengua se le trababa cuando se hallaba cerca de Tansy Spurge. Era la cosa más bonita que había visto en su vida; la deseaba tanto que le dolía la barriga. Sabía que aquella melena oscura y rizada era suave y delicada. En cierta ocasión había conseguido tocarla. Sabía que la piel de sus manos era fina, y se preguntaba si la de su rostro sería igual al tacto. Aquel precioso rostro dorado. De momento no se había atrevido a tocarlo. Pero estaba en ello. Página 142 Sin lugar a dudas, Tansy era más lista que él. Farley había terminado el instituto porque Joe y Jenna se habían empeñado, pero Tansy tenía un montón impresionante de estudios y de títulos. También eso le gustaba de ella, el hecho de que la inteligencia se le notara en los ojos, siempre de la mano de la bondad. Había visto cómo se comportaba con los animales. Con delicadeza. Farley no soportaba que alguien hiciera daño a un animal. Y, para colmo, era tan sexy que la sangre le bullía en la cabeza (y otros lugares) cada vez que se acercaba a tres metros de ella. Como ahora. Irguió los hombros y deseó no ser tan flaco. —Le gusta ir limpio, ¿eh? Mientras hacía acopio de valor para sentarse junto a ella, Farley permaneció de pie junto a la jaula, contemplando las abluciones del viejo tigre. También había tocado a Boris en una ocasión, cuando Tansy lo durmió para ayudar a Matt a arrancarle los dientes que le quedaban. Desde luego, había sido una experiencia increíble acariciar a un felino salvaje. —Hoy se encuentra bien. Ha comido muy bien. No sabía si el pobre aguantaría el invierno después de la infección de riñón que tuvo. Pero no se rinde. Las palabras de Tansy brotaron en un tono ligero, pero Farley conocía cada una de sus inflexiones porque las había estudiado a fondo. Oyó las lágrimas aun antes de que aparecieran. —Vamos, vamos… —Lo siento —farfulló Tansy, agitando una mano—. Todos hemos tenido un día espantoso. Hasta hace un rato solo estaba cabreada, pero en cuanto me he sentado aquí… Se encogió de hombros y volvió a agitar la mano. Farley ya no necesitaba armarse de valor para sentarse junto a ella, le bastaron sus lágrimas. —Hace unos cinco años atropellaron a mi perro. No hacía mucho que lo tenía, solo unos meses, pero lloré como un niño junto a la carretera. Le rodeó los hombros con el brazo y permaneció sentado junto a ella, mirando al tigre. —No quería ver a Lil hasta que se me pasara. No necesita que llore en su hombro. —Puedes llorar en el mío. Página 143 Si bien se había ofrecido con intenciones puramente amistosas, el corazón le dio un vuelco cuando Tansy apoyó la cabeza en su hombro. —He visto a Lil —prosiguió a toda prisa, antes de que la mente le quedara bloqueada por la emoción—. Me ha dicho que te diga que piensa cerrar un poco antes y enviar a todo el mundo a casa. —No debería quedarse aquí sola. —Voy a pasar la noche aquí, en la segunda cabaña. —Bien, eso está muy bien. Me tranquiliza saberlo. Es muy amable por tu parte, Farley… Tansy levantó la cabeza al tiempo que Farley inclinaba la suya. Y en aquel momento, perdido en los ojos de ella, el gesto de consuelo se convirtió en un abrazo. —Dios mío, Tansy —farfulló antes de besarla. Suave. Dulce. Le pareció que Tansy olía a cerezas calientes, y ahora que estaba tan cerca de ella, olía su piel, y ese olor también era cálido. Se dijo que un hombre que pudiera besar a Tansy no pasaría un solo día de frío en su vida. Tansy se dejó caer contra él, y aquel movimiento lo hizo sentirse fuerte y seguro de sí mismo. Pero de repente ella se apartó con brusquedad. —Farley, esto no… No podemos hacer esto. —No era mi intención, al menos no así. —Sin poder contenerse, le acarició el cabello—. No pretendía aprovecharme de la situación. —Vale, vale. No pasa nada —espetó Tansy con los ojos tan abiertos que Farley no pudo reprimir una sonrisa. —Ha estado muy bien. Llevo tanto tiempo pensando en besarte que ya no recuerdo cuando empecé. Y ahora supongo que no dejaré de pensar en volver a besarte. —Pues no lo hagas —le espetó ella, como si Farley la hubiera pinchado —. No puedes hacerlo. No podemos hacerlo. Tansy se levantó, y Farley siguió su ejemplo, pero más despacio. —Creo que te gusto. Ella se ruborizó (por Dios, qué guapa era) y empezó a retorcerse los botones del chaquetón. —Pues claro que me gustas. —Lo que quiero decir es que creo que a veces tú también piensas en besarme. Estoy pero que muy colado por ti, Tansy. Puede que tú no lo estés tanto de mí, pero creo que un poco sí lo estás. Página 144 Tansy se arrebujó en el chaquetón sin dejar de retorcer los botones. —Yo no… Esto no es… —Es la primera vez que te veo tan nerviosa. A lo mejor debería besarte otra vez. La mano que retorcía botones se estrelló contra el pecho de Farley. —Eso no va a pasar. Tienes que aceptarlo. Deberías buscar a… deberías colarte por chicas de tu edad. La sonrisa de Farley se ensanchó. —No has dicho que no estés colada por mí. Lo que hay que hacer es invitarte a cenar. Y a bailar. Hacer las cosas bien. —No vamos a hacer nada —dijo Tansy con voz firme. Entre sus cejas se había formado una línea vertical que a Farley le habría encantado besar. Se limitó a seguir sonriendo. —Lo digo en serio. Exasperada, Tansy lo señaló con los dos dedos índices. —Voy a ver a Lil y luego me marcho a casa. Y… por el amor de Dios, deja de sonreír de una vez. Tansy giró sobre sus talones y se alejó a grandes zancadas. Su arranque de genio solo consiguió que Farley siguiera sonriendo de oreja a oreja. He besado a Tansy Spurge, pensó. Y antes de ponerse hecha una fiera, ella también me ha besado a mí. Lil se tomó tres analgésicos extrafuertes para combatir la jaqueca debida al estrés y la remató con una ducha larga y muy caliente. Vestida con pantalones de franela, calcetines gruesos y una raída y cómoda sudadera de la Universidad de Dakota del Norte, añadió unos cuantos leños a la chimenea compacta que caldeaba la cabaña. Calor, pensó. Necesitaba mucho calor. También dejó las luces encendidas. Todavía no estaba lista para afrontar la oscuridad, consideró la posibilidad de comer algo, pero no logró reunir el apetito ni la energía suficientes. Había llamado a sus padres y tachado aquella tarea de la lista. Los tranquilizó, les prometió que cerraría todas las puertas con llave y les recordó que el refugio estaba lleno de alarmas. Trabajaría. Tenía artículos que escribir y solicitudes de subvención que cumplimentar. No, haría la colada. No tenía sentido que se acumulara. Tal vez pudiera cargar las fotos. O verificar las cámaras. Página 145 O, o, o. Se paseaba por la cabaña como un animal enjaulado. El sonido de la camioneta la hizo girarse con brusquedad hacia la puerta. Los empleados se habían marchado hacía casi dos horas, y Mary sin duda había cerrado la verja de la carretera de acceso. Todos tenían llave, pero… dadas las circunstancias, si alguien hubiera olvidado algo o necesitado algo del refugio, ¿no habría llamado primero para avisarla? Baby profirió un alarido de advertencia, y en la zona de grandes felinos la vieja leona rugió. Lil cogió el rifle y salió. Farley se le adelantó por poco. —¿Por qué no entras, Lil? —En contraste con su corazón desbocado, la voz de Farley era serena como una brisa de primavera—. Voy a ver quién… Ah, vale. —Bajó el cañón de la escopeta que había cogido—. Es la camioneta de Coop. Farley levantó la mano a modo de saludo cuando la camioneta se detuvo y Coop salió de ella. —Menudo comité de bienvenida. —Coop miró las armas y luego desvió la vista hacia la zona donde los animales advertían al recién llegado que sabían que estaba allí. —Menudo follón arman —dijo Farley—. Cuando esos felinos enormes se ponen así impresiona, ¿verdad? Bueno —añadió con un gesto de la cabeza—. Nos vemos, Coop. —¿Cómo has atravesado la verja? —preguntó Lil cuando Farley desapareció en el interior de la cabaña. —Tu padre me ha dado la llave. Por lo visto, hay un montón de llaves pululando por ahí. Las cerraduras no sirven de gran cosa si todo el mundo tiene llave. —Los empleados tienen llave —puntualizó Lil, consciente de que su voz sonaba agresiva a causa del miedo que había experimentado por un instante —. De lo contrario alguien tendría que venir a abrir cada mañana para que los demás pudieran entrar. Deberías haber llamado. Si has venido para ver cómo estoy, te lo podía haber dicho por teléfono y te habrías ahorrado el viaje. —No está tan lejos. —Coop subió los escalones del porche y le tendió una fuente cubierta—. De parte de mi abuela. Pollo con empanadillas. Cogió el rifle que Lil había apoyado contra la barandilla y entró en la cabaña por iniciativa propia. Lil apretó los dientes y lo siguió. —Muy amable de su parte haberse tomado la molestia, y te agradezco que me hayas traído la comida, pero… Página 146 —Madre mía, Lil, esto parece un horno. —Tenía frío —se justificó Lil. En efecto, dentro de la cabaña hacía mucho más calor de lo necesario, pero al fin y al cabo era su casa, maldita sea. —Mira, no hace falta que te quedes —añadió al ver que Coop se quitaba el chaquetón—. Estoy bien, ya lo ves. Ha sido un día muy largo para los dos. —Sí, y tengo hambre. Coop le quitó la fuente de las manos y se dirigió hacia la cocina, situada al fondo de la cabaña. Lil masculló un juramento entre dientes, pero la hospitalidad era una cualidad que le habían inculcado desde pequeña. A los visitantes, incluso a los indeseados, se les debía ofrecer comida y bebida. Coop ya había encendido el horno y estaba deslizando la fuente en su interior cuando Lil llegó junto a él. Como si ella fuera la invitada. —Aún está tibio. Tardará poco en calentarse. ¿Tienes cerveza? Y en teoría los visitantes, pensó Lil con resentimiento, debían esperar a que se les ofreciera comida y bebida. Abrió la nevera de un tirón y sacó dos botellas de Coors. Coop abrió una y se la dio. —Qué casa tan agradable. Echó la cabeza atrás y saboreó el primer sorbo helado mientras paseaba la mirada a su alrededor. Pese a que la cocina era pequeña, contaba con muchos armarios con puerta de vidrio, estantes abiertos y una amplia encimera de color pizarra. Una mesita colocada en la esquina ante un banco empotrado proporcionaba espacio para comer. —¿Cocinas? —Cuando tengo hambre. Coop asintió. —A mí me pasa lo mismo. La cocina del barracón será más menos de este tamaño. —¿Qué estás haciendo aquí, Cooper? —Me estoy tomando una cerveza y dentro de unos veinte minutos me comeré un plato de pollo con empanadillas. —No te hagas el tonto. Coop la observó un instante y levantó la cerveza. —Dos cosas. O quizá tres. Después de lo que ha pasado hoy, quería saber cómo estabas y cómo era tu casa. En segundo lugar, Joe me ha pedido que cuide de ti, y le he prometido que lo haría. Página 147 —Por el amor de Dios. —Le prometí que lo haría —repitió Coop—, así que los dos tendremos que aceptarlo. Y por último… tal vez por último puede que creas que por el modo en que acabaron las cosas entre nosotros has dejado de importarme. Si piensas eso, te equivocas. —No se trata de cómo acabaron las cosas entre nosotros, sino de cómo son las cosas ahora —replicó Lil, diciéndose que era esencial recordar eso—. Si pensar que cuidas de mí tranquiliza a mis padres, está bien, muy bien. Pero no necesito que cuides de mí. El rifle de ahí fuera está cargado y sé usarlo. —¿Alguna vez has apuntado a una persona? —Hasta ahora no. ¿Y tú? —Es distinto cuando lo has hecho —explicó Coop a modo de respuesta —. Es distinto cuando sabes que puedes llegar a apretar el gatillo. Estás en apuros, Lil. —Lo que ha pasado no significa que… —Ese tipo volvió al campamento mientras nosotros estábamos con el puma. Rasgó las tiendas con un cuchillo y tiró parte del equipo al río. Lil respiró despacio y hondo para que el miedo no se le colara en la voz. —Nadie me lo había dicho. —Les he dicho que te lo contaría yo. También ha cogido la camisa que llevabas ayer y la ha manchado de sangre. Eso denota algo personal. Lil sintió que las piernas le fallaban, de modo que retrocedió y se dejó caer en el banco. —Eso es absurdo. —Da igual. En fin, ahora vamos a comernos el famoso pollo con empanadillas de Lucy mientras te hago algunas preguntas y me contestas. —¿Por qué no me las hace Willy? —Ya te las hará, pero esta noche te las hago yo. ¿Dónde está el francés? —¿Quién? —En un intento por asimilar lo que estaba sucediendo, Lil se pasó los dedos por el cabello—. ¿Jean-Paul? Está… la India. Creo. ¿Por qué? —¿Algún problema entre vosotros? Lil se quedó mirándola con fijeza. Tardó unos instantes en comprender que Coop no se lo preguntaba por interés personal, sino con mentalidad de policía. —Si estás pensando que Jean-Paul puede tener algo que ver con este asunto, más vale que lo dejes correr. Él nunca mataría a un animal enjaulado ni me haría nada. Es un buen hombre y me quiere. O me quería. —¿Te quería? Página 148 —Ya no estamos juntos. —Lil se recordó que aquella conversación no era personal y se apretó los ojos con los dedos—. Rompimos justo antes de que me fuera a Sudamérica. No fue una ruptura amarga, y ahora él está trabajando en la India. —Vale. —Sería fácil comprobarlo—. ¿Hay alguien más? ¿Alguien con quien tengas una relación o que quiera tener una relación contigo? —No me acuesto con nadie —repuso ella con voz monótona—, y nadie ha intentado enrollarse conmigo últimamente. De todas formas, no veo por qué esto tiene que ser algo personal. —Porque se trata de tu cámara, tu puma y tu camisa. —La cámara es propiedad del refugio y el puma no me pertenecía; se pertenecía a sí mismo. En cuanto a la camisa, podría haber sido tuya. —Pero no lo era. ¿Has cabreado a alguien últimamente? Lil ladeó la cabeza y arqueó las cejas. —Solo a ti. —Tengo una coartada a toda prueba. —Cooper se volvió para coger dos platos hondos. El modo en que Coop campaba a sus anchas en su territorio la irritaba, así que decidió permanecer sentada y no ayudarle a buscar las manoplas ni las cucharas. Desde luego, él no parecía molesto, se dijo. Se limitó a encontrar lo que buscaba y a servir la comida en los dos platos. —Seguro que tuviste que hacer un montón de papeleo para abrir el refugio —continuó—. Licencias, permisos, recalificación de terrenos… —Sí, mucha burocracia, politiqueo y cánones. Tenía las tierras gracias a mi padre y pude comprar un poco más de terreno después de inaugurar el refugio. —No todo el mundo quería que lo consiguieras. ¿Quién se puso en contra? —Hubo reticencias a todos los niveles, tanto local como en el condado y el estado. Pero había hecho los deberes. Llevaba años preparándolo todo. Daba charlas en plenos municipales, iba a Rapid City, a Pierre… Hablaba con representantes del parque nacional y con agentes forestales. Sé cómo enjabonar al personal cuando toca, y te aseguro que se me da bien. —No lo dudo. —Coop dejó los platos sobre la mesa y se sentó junto a ella en el banco—. Pero… —Tuvimos que tratar con personas preocupadas por la posibilidad de que uno de los felinos exóticos escapara y también por las enfermedades. Toreamos la cuestión invitándolos a venir y seguir el proceso de diseño y Página 149 construcción del refugio. Y les dimos la oportunidad de hacer preguntas. Trabajamos con escuelas, con la organización de jóvenes agricultores y con otras asociaciones de juventud, y ofrecemos programas educativos presenciales y por internet. Además de incentivos. Y funciona. —No te lo discuto. Pero… Lil lanzó un suspiro. —Siempre hay alguien, extremistas del color que sea. Gente convencida de que los animales o son domésticos o son presas. Y gente que cree que los animales en libertad son dioses. Intocables. Que está mal interferir en lo que ellos consideran el orden natural. —La directriz principal de Star Trek. Lil esbozó la primera sonrisa de la velada. —Sí, en cierto modo. Los hay que consideran los zoológicos como cárceles en lugar de hábitats. Y algunos lo son. He visto sitios en condiciones pésimas. Animales viviendo rodeados de porquería, enfermos y terriblemente maltratados. Pero la mayor parte de los zoos están bien gestionados y sujetos a protocolos muy estrictos. Esto es un refugio, y un refugio tiene que ser exactamente eso: un lugar seguro. Y eso significa que las personas que lo dirigen son responsables de la salud y el bienestar de los animales que alberga, así como responsables de su seguridad y de la seguridad de la comunidad. —¿Recibís amenazas? —Damos parte y archivamos algunos de los correos electrónicos y cartas más radicales. Cribamos la web. Y sí, a lo largo de los años hemos tenido algunos incidentes aquí causados por personas decididas a armarla. —¿Documentados? —Sí. —En tal caso, podrás darme una copia del expediente. —A ver, Coop, ¿estás haciendo de policía pese a que ya no eres policía? Coop volvió la cabeza hasta que sus miradas se encontraron. —Yo también contribuí a meter a ese puma en la jaula. Lil asintió y pinchó una empanadilla. —Tenías razón respecto al arma. Parece que era una treinta y dos. Y la verdad es que en su momento no hice mucho caso, pero Matt, nuestro veterinario, me contó que le parecía que una noche, mientras yo estaba en Perú, alguien había estado merodeando por el refugio. Siempre se queda alguien a dormir en el refugio; cuando yo estaba fuera, se iban turnando, y esa Página 150 noche le tocó a él. Los animales se pusieron nerviosos en plena noche. Matt salió a comprobar qué pasaba, pero no vio nada. —¿Cuándo fue eso? —Un par de noches antes de que yo volviera. Pudo ser un animal, es lo más probable. Las vallas existen sobre todo para contener a nuestros animales, pero también mantienen fuera a otros animales. Podrían ser causa de contaminación, así que vamos con cuidado. —Vale, pero entran en contacto con otros animales en libertad y… —No viven en libertad —lo interrumpió Lil con sequedad—. Recreamos su vida en libertad, pero están encerrados. Hemos modificado su entorno. Otros animales, como pájaros, roedores e insectos, pueden ser portadores de parásitos o enfermedades. Por eso procesamos la comida con mucho cuidado antes de dársela, por eso limpiamos y desinfectamos los hábitats, por eso efectuamos revisiones médicas regulares, por eso tomamos muestras con frecuencia. Los vacunamos, los tratamos, añadimos nutrientes a su dieta… No viven en libertad —repitió—. Y eso nos convierte en responsables de ellos en todos los sentidos. —Vale. —Coop había creído entender lo que Lil intentaba conseguir en el refugio, pero ahora veía que solo comprendía los aspectos más evidentes—. ¿Averiguaste algo acerca de la noche en que al veterinario le pareció que alguien… o algo merodeaba por aquí? —No. No habían tocado los animales, el equipo ni las jaulas. Eché un vistazo, pero había nevado y mi gente lo había pisoteado todo, así que resultaba casi imposible encontrar huellas o pisadas… tanto humanas como animales. —¿Tienes una lista de todos tus empleados y los voluntarios? —Por supuesto, pero no ha sido ninguno de los nuestros. —Lil, has estado fuera seis meses. ¿Conoces personalmente a todos los voluntarios que vienen a arrojar carne cruda a los felinos? —No arrojamos… —Lil se detuvo en seco y sacudió la cabeza—. Hacemos comprobaciones. Recurrimos a voluntarios de la zona en la medida de lo posible y tenemos un programa de voluntariado. En cuanto a las tareas… —siguió explicando—, casi todos los voluntarios se dedican a cosas muy básicas. Ayudan con la comida, la limpieza, el almacenaje de suministros… A menos que tengan experiencia demostrada y puedan desempeñar tareas más específicas, los únicos animales a los que manejan son los del zoo infantil, como mucho. La única excepción son los asistentes de Página 151 veterinaria, que trabajan sin cobrar y ayudan en las exploraciones y algunas cirugías. —He visto a algunos chavales por aquí con los animales. —Esos son estudiantes en prácticas, no voluntarios. Contratamos a universitarios, estudiantes que van a dedicarse a esta profesión. Ayudamos a formar y a enseñar. Están aquí para obtener experiencia práctica. —Tenéis fármacos. Lil se frotó la nuca con gesto fatigado. —Sí, en la consulta médica, guardados bajo llave en la farmacia. Matt, Mary, Tansy y yo tenemos llave. Ni siquiera los asistentes de veterinaria tienen acceso a la farmacia. Aunque habría que estar muy colgado para querer meterse algo de lo que guardamos ahí dentro, hacemos inventario cada semana. Con aquello bastaba, pensó Coop. Lil ya había aguantado suficiente. —El pollo está muy bueno —comentó antes de comer otro bocado. —Muy bueno. —¿Quieres otra cerveza? —No. Coop se levantó y sirvió dos vasos altos de agua. —¿Eras un buen policía? —le preguntó Lil. —No lo hacía mal. —¿Por qué lo dejaste? Y no me digas que no me meta en tus asuntos cuando tú te estás metiendo a saco en los míos. —Necesitaba un cambio. —Hizo una pausa y luego decidió continuar—: Había una mujer en mi escuadrón. Dory. Era una buena policía y una buena amiga. Amiga —repitió—. Nunca hubo nada más entre nosotros. Para empezar estaba casada, y además no era la clase de relación que teníamos y punto. Pero cuando su matrimonio empezó a hacer aguas, a su marido se le metió en la cabeza que estábamos liados. Hizo otra pausa y, al ver que Lil no decía nada, bebió un sorbo de agua y prosiguió. —Estábamos trabajando en un caso, y una noche al acabar el turno nos fuimos a cenar para comentarlo. Supongo que él nos espiaba, a la espera del momento adecuado. No lo vi venir —musitó—. No tuve ninguna corazonada, y ella nunca hablaba de lo mal que les iban las cosas, ni siquiera conmigo. —¿Qué pasó? —El marido dobló la esquina disparando. Dory se desplomó al instante sobre mí. Posiblemente me salvó la vida al caer encima de mí. Uno de los Página 152 disparos me alcanzó en el costado, pero no fue gran cosa. —¿Te pegó un tiro? —Una herida limpia de entrada y salida, apenas un rasguño. —No le quitaba importancia, nunca lo hacía, porque un par de centímetros más y la cosa habría terminado de un modo muy distinto—. El cuerpo de Dory me empujaba hacia el suelo. La gente gritaba, se dispersaba para ponerse a cubierto. Cristales rotos por todas partes… una bala había hecho añicos el escaparate del restaurante. Recuerdo el sonido de las balas al entrar en el cuerpo de Dory, al destrozar el cristal. Conseguí sacar el arma mientras caíamos, mientras Dory me arrastraba con ella al suelo. Ya estaba muerta, pero él seguía acribillándola. Le pegué cinco tiros. En aquel momento miró a Lil; el color y la expresión de sus ojos eran puro hielo. Esto es lo que ha cambiado, pensó Lil. Esa experiencia lo ha marcado más que ninguna otra cosa. —Recuerdo cada uno de ellos. Dos en el torso mientras caía, tres más…, cadera derecha, pierna, abdomen…, cuando ya estaba en el suelo. No fueron más de treinta segundos. Algún capullo lo grabó con el móvil. A él le pareció más largo, muchísimo más largo. Y el vídeo casero no había captado el modo en que el cuerpo de Dory se había agitado espasmódico contra el suyo ni la sensación de la sangre empapándole las manos. —Vació el cargador. Dos balas atravesaron el vidrio y una se me incrustó en el costado. Las demás fueron a parar al cuerpo de su mujer. Coop se detuvo y bebió otro trago de agua. —Así que necesitaba un cambio. Lil sintió el pecho a punto de estallar mientras le cubría la mano con la suya. Lo veía con tanta claridad… Lo oía incluso… los disparos, los gritos, el escaparate hecho añicos. —Tus abuelos no lo saben. Nunca han hablado de ello, o sea que no lo saben. —No, no era una herida grave. Me curaron y me dieron el alta con unos cuantos puntos. Los abuelos no conocían a Dory, así que ¿por qué iba a contárselo? No pasó nada. No tuve problemas a causa del tiroteo. Dory estaba muerta en la acera, y contaba con todos aquellos testigos y el vídeo de aquel capullo… Pero ya no podía ser policía. Ya no podía trabajar en la unidad, no podía. Además —añadió con un encogimiento de hombros—, se gana más como detective privado. Página 153 Era ella quien había dicho eso el primer día. Como si nada, en tono despreocupado. De buen grado se habría tragado aquellas palabras. —¿Tenías a alguien? Cuando pasó… ¿tenías a alguien que cuidara de ti? —En aquel momento no quería a nadie. Lil lo comprendió, asintió en silencio. Al poco, Coop giró la mano y entrelazó los dedos con los de ella. —Y cuando por fin quise tener a alguien, pensé en llamarte. Lil tensó la mano a causa de la sorpresa. —Podrías haberlo hecho. —Tal vez. —Nada de tal vez, Coop. Te habría escuchado. Habría ido a Nueva York para escucharte si lo hubieras necesitado o querido. —Sí, supongo que por eso no te llamé. —Eso no tiene sentido. —Hay muchas contradicciones en lo tocante a nosotros dos, Lil. —Coop le acarició la cara interior de la muñeca con el pulgar—. Había pensado quedarme aquí esta noche y convencerte para que te acuestes conmigo. —No lo conseguirías. —Los dos sabemos que sí lo conseguiría. —Incrementó la presión sobre la mano de Lil hasta que ella lo miró—. Tarde o temprano lo conseguiré. Pero ahora no es el momento. El momento es muy importante. Al oír aquellas palabras, Lil recuperó su tono de voz más duro. —No estoy a tu disposición para cuando te convenga, Cooper. —Tú nunca haces lo que conviene, Lil. La mano libre de Coop aferró la nuca de Lil, y su boca, ardiente, desesperada y tan conocida, se apoderó de la suya. Mientras duró el beso, el pánico, la emoción y el deseo libraron una cruel batalla en el interior de Lil. —Desde luego, esto no ha sido nada conveniente —masculló Coop al soltarla. Acto seguido, se levantó y llevó los platos vacíos al fregadero. —Cierra con llave cuando me vaya —le ordenó antes de irse. Página 154 SEGUNDA PARTE Cabeza El entendimiento es siempre engañado por el corazón. LA ROCHEFOUCAULD Página 155 11 M arzo atacó como un tigre, acechando desde el norte para luego abalanzarse en un salto letal sobre montes y valles. La nieve y el hielo caían a plomo del cielo, quebrando ramas de árboles con su peso, derribando cables eléctricos y transformando las carreteras en toboganes mortíferos. En el refugio, Lil y los empleados o voluntarios que conseguían llegar hasta allí se abrían paso por la nieve y despejaban caminos mientras el viento implacable barría montañas blancas sobre los prados helados. Los animales se resguardaban en sus guaridas; solo salían cuando tenían ganas de contemplar a los humanos tiritar y soltar tacos. Envuelta en ropa de abrigo, Lil se cruzó con Tansy. —¿Qué tal anda nuestra amiga? —le preguntó, refiriéndose a la leona. —Pues lo lleva mejor que yo. Quiero una playa tropical. Quiero olor a mar y a loción solar. Quiero un mai tai. —¿Te conformas con un café calentito y una galleta? —Hecho. Mientras avanzaban con esfuerzo hacia la cabaña de Lil, Tansy miro de reojo a su amiga. —Tú no hueles a mar ni a loción solar. —Tampoco tú olerías a eso si hubieras estado limpiando nieve y mierda. —Y eso que nosotras somos chicas inteligentes —señaló Tansy—. Da que pensar, ¿verdad? —Incluso las chicas inteligentes limpian mierda. Deberían hacer una pegatina con esta frase. —Lil pateó el suelo para desprenderse la nieve de las botas y sintió un estremecimiento cuando la azotó la primera ráfaga de calor en el interior de la cabaña—. Ya hemos limpiado lo peor —dijo mientras ella y Tansy se quitaban guantes, gorros, abrigos y bufandas—. Nos llevaremos los excrementos a la granja en cuanto podamos. La mierda es lo mejor para la agricultura. E insisto en que esta es la última tormenta de nieve del año. La primavera, con sus inundaciones sorpresa y sus aludes de barro, no puede andar lejos. —Qué bien. Lil fue a la cocina para preparar café. —Llevas varios días ejerciendo de científica cascarrabias. Página 156 —Estoy harta del invierno. —Con el ceño fruncido, Tansy sacó una barra de cacao labial y se la aplicó. —Ya lo sé, pero intuyo que hay algo más. —Lil abrió un armario, sacó sus provisiones de galletas Milano y se las pasó a Tansy—. Y llámame chiflada, pero sospecho que ese algo más tiene pene. Tansy le lanzó una mirada divertida y cogió una galleta. —Conozco muchos algos con pene. —Y yo. Están por todas partes, joder. —Contenta por el calor y el descanso, Lil se apoyó contra la encimera mientras se hacía el café—. Tengo una teoría. ¿Te interesa escucharla? —Me estoy comiendo tus galletas, así que imagino que no me queda otro remedio. —Genial. Los penes no desaparecerán, así que las que carecemos de él debemos aprender a apreciarlos, explotarlos, ignorarlos y/o usarlos según nuestras necesidades y metas. Tansy adelantó el labio inferior y asintió. —Es una buena teoría. —Sí que lo es. —Lil sacó tazas y sirvió café para las dos—. Puesto que hemos elegido trabajar en una profesión dominada por hombres, la proporción de nosotras contra ellos puede exigir que apreciemos, explotemos, ignoremos y/o usemos dichos penes con frecuencia que las representantes de nuestro género que no han elegido trabajar en esta profesión. —¿Es una correlación de datos concluyentes o vas a realizar un estudio empírico? —De momento me encuentro en la fase de observación/especulación. Sin embargo, gracias a una fuente fiable, dispongo de la identidad del pene que, si no me equivoco, está contribuyendo a que ejerzas de científica cascarrabias. —Ah, ¿sí? —Tansy cogió una cuchara y se puso tres cucharadas de azúcar en el café—. ¿Y se puede saber quién es esa fuente fiable? —Mi madre. No se le escapa una. Me ha informado de que durante mi ausencia ha aumentado la química entre tú y un tal Farley Pucket. —Farley apenas tiene veinticinco años. —Eso te convierte en una puma —señaló Lil con una sonrisa. —Cierra el pico. No salgo con él, no me acuesto con él ni le doy esperanzas. —¿Porque tiene veinticinco años? De hecho, creo que tiene veintiséis. O sea… ¡Dios mío! ¡Cuatro años menos que tú! —Con ademán teatral, Lil se llevó el dorso de la mano a los labios—. ¡Qué horror! ¡Eres una infanticida! Página 157 —No tiene gracia. Lil se calmó y arqueó las cejas. No le preocupaba el rubor que teñía las mejillas de Tansy (¿para qué estaban las amigas sino para hacer ruborizar a las amigas?), pero sí le preocupaba, y mucho, la desdicha que vio en sus grandes ojos oscuros. —No, ya lo veo. Tansy, ¿de verdad te molesta que tenga algunos años menos que tú? Si fuera al revés ni te lo plantearías. —Pero no lo es, y me da igual si no tiene sentido. Yo soy mujer, soy mayor que él y soy negra, por el amor de Dios. En Dakota del Sur, Lil. Ni hablar. —¿O sea que si Farley tuviera treinta y tantos y fuera negro no habría problema? Tansy la señaló con un dedo acusador. —Ya te he dicho que me da igual si no tiene sentido. Lil le respondió con el mismo gesto. —Genial, porque no lo tiene. Dejemos de lado un momento esta cuestión. —Es el quid de la cuestión. —Pues dejemos de lado un momento el quid de la cuestión. ¿Sientes algo por él? Porque reconozco que creía que no era más que un calentón. El largo invierno, siempre juntos, dos adultos sanos y libres… Creía que entre vosotros no había más que un rollete. Y estaba decidida a machacarte viva, porque al fin y al cabo se trata de Farley… Es como mi hermano peque… como mi hermano, vaya. —¿Lo ves? Ibas a decir «hermano pequeño» —espetó Tansy agitando las manos—. ¡Hermano pequeño! —Dejemos eso un momento, Tansy. Evidentemente, aquí hay algo más que el clásico «tienes un culo estupendo, vaquero, y me apetece un revolcón». —Pues claro que le he mirado el culo. Es un derecho inalienable que tengo como mujer. Pero nunca con la intención de darme un revolcón con él. Qué palabra tan horrorosa. —Ah, ya. Osea que nunca te has planteado darte un… insertar palabra horrorosa… con Farley. Y yo voy y me lo creo. —Puede que alguna vez haya fantaseado con la idea de darme un… insertar palabra horrorosa… con Farley, pero nunca con la intención de hacer realidad la fantasía. Ese es otro derecho inalienable que tengo como mujer. — Tansy levantó las manos con gesto exasperado—. Las dos le miramos el culo a Greg el Estudiante Alias Adonis cuando estuvo aquí de voluntario un mes el verano pasado. Pero no nos abalanzamos sobre ese glorioso culo. Página 158 —Sí que era glorioso —rememoró Lil—. Y venía acompañado de unos abdominales modelo tableta de chocolate. Y los hombros… —Sí, los hombros… Por un momento, las dos guardaron un reverente silencio. —Dios, cómo echo de menos el sexo —suspiró Lil. —¿Me lo dices o me lo cuentas? —¡Ajá! ¿Y por qué no lo haces con Farley? —Por ahí no me vas a pillar, doctora Chance. —Ah, ¿no? No te lo montas con Farley porque él no es solo un cuerpo divino como Greg el Estudiante Alias Adonis. No te lo montas con Farley porque sientes algo más por él. —Yo… —Tansy abrió la boca y resopló—. Maldita sea. Vale, vale, siento algo por él. Ni siquiera sé cómo empezó. A veces venía a ayudar y, claro, yo pensaba qué mono. Es mono y encantador. Mono, encantador y divertido. Así que charlábamos, o me echaba una mano, y en algún momento empecé a notar el hormigueo. Se me acercaba, y el hormigueo se ponía frenético. Y…, bueno, no soy tonta, soy una mujer experimentada de treinta años. —Ya… Sigue. —Notaba cómo me miraba, y así supe que él también tenía hormigueos varios. Al principio no le di mucha importancia, solo pensé Mira por dónde, estoy coladita por este vaquero tan mono. Pero el hormigueo no se me pasaba, sino que iba a más. Y la semana pasada, el día horrible —aclaró, y Lil asintió —, estaba triste y desconsolada, y Farley vino a sentarse conmigo. Y me besó. Y yo le bese antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo. Y paré y le dije que aquello no volvería a repetirse. Y él no hacía más que sonreír. Y va y me dice, y cito textualmente, que está «pero que muy colado por mí». ¿Se puede saber quién habla así? Me puse de los nervios. Cogió otra galleta. —No consigo olvidar aquella maldita sonrisa. —Vale. No te gustará lo que voy a decirte, pero… Lil juntó el dedo índice con el pulgar y lo soltó con fuerza contra la frente de Tansy. —¡Ay! —Boba. Estás haciendo el burro, así que para ya. Un par de años y el color de piel no son razones válidas para alejarte de alguien que te importa y a quien le importas. —La gente que dice que el color de piel no importa suele ser blanca. —Eso duele. Página 159 —Lo digo en serio, Lil. Las relaciones interraciales siguen siendo un problema en gran parte del mundo. —Tengo noticias frescas para ti: las relaciones en general siguen siendo un problema en todo el mundo. —Exacto. Así que, ¿por qué complicarlas aún más? —Porque el amor es algo muy valioso. Lo otro es fácil. Pero encontrar amor y mantenerlo es lo difícil. Nunca has tenido una relación sería. —Eso no es justo. Estuve con Thomas durante más de un año. —Os gustabais, os respetabais y os deseabais. Hablabais el mismo lenguaje, pero nunca fuisteis en serio, Tansy. No en serio, en serio. Sé lo que es estar con un buen tío con el que te sientes cómoda pero sabes que no es el hombre de tu vida. Y sé lo que es conocer al que lo es. Lo viví con Coop, y me rompió el corazón. Pero prefiero tener el corazón roto a no haberlo vivido nunca. —Es fácil decirlo, pero no eres la única que tiene una teoría. La mía es que nunca has llegado a superar lo de Coop. —Es cierto. Tansy levantó las manos. —¿Y cómo puedes soportarlo? —En eso estoy. Por lo visto, el día de marras fue el día en que cambió la situación. Me trajo un plato de pollo con empanadillas y me besó. Lo mío no es un hormigueo, Tansy. Es una auténtica marea que me inunda y me llena por completo. —Se llevó una mano al corazón y se frotó el pecho—. No sé qué pasará. Si vuelvo a acostarme con él, ¿me ayudará eso a salir a flote y tocar de nuevo tierra firme? ¿O, por el contrario, acabará de hundirme? No lo sé, pero no te voy a engañar; hay muchas probabilidades de que acabe averiguándolo. Más tranquila después de haber expresado sus pensamientos en voz alta, Lil dejó la taza y sonrió. —Estoy pero que muy colada por él. —Estás… ¿Cómo se diría? En carne viva. En carne viva por el hombre que te dejó y te rompió el corazón. Y yo estoy en carne viva por un mozo de labranza de sonrisa bobalicona. —Y eso que somos chicas inteligentes. —Sí, somos pero que muy inteligentes —convino Tansy—, incluso cuando somos idiotas. Página 160 Coop estaba trabajando con la hermosa yegua de pelaje de gamuza la que había entrenado durante todo el invierno. En su opinión era un animal de corazón bondadoso, lomo fuerte y carácter perezoso. Le habría encantado dormitar todo el santo día en el establo y solo salir al prado para pastar. Hacía ejercicio si insistías, si estaba segura de que tus intenciones eran serias. No mordía, no coceaba y comía las manzanas de tu mano con una delicadeza cortés e innegablemente femenina. Se dijo que sería ideal para los niños. La llamó Hermanita. La hípica vegetaba aquellas últimas semanas de crudo invierno, lo cual le dejaba mucho tiempo, demasiado, para ocuparse del papeleo, limpiar los establos, organizar su nueva casa… Y pensar en Lil. Sabía que andaba muy ajetreada. Recibía noticias suyas a través de sus abuelos, de los padres de ella, de Farley y de Gull. Se había enterado de que había pasado una vez por la granja para devolverle la fuente a su abuela y charlar un rato. Y había ido cuando él estaba trabajando en la oficina que tenían en el pueblo. No sabía si era casualidad o si lo había hecho adrede. Le había dado espacio, pero empezaba a estar harto. Los cabos sueltos seguían sueltos. Se acercaba el momento de atarlos. Empezó a guiar a Hermanita hacia el establo. —Hoy lo has hecho muy bien —la alabó—. Te cepillaré, y puede que te caiga una manzana. Habría jurado que la yegua erguía las orejas al oír la palabra «manzana». Al igual que habría jurado que suspiraba cuando cambió de dirección y la condujo hacia la casa al ver al sheriff salir por la puerta trasera. —Es preciosa. —Sí que lo es. De pie con las piernas separadas, Willy miró el cielo con ojos entornados. —Si el viento sigue mejorando, no tardaréis en tenerlos a ella y los demás caballos muy ocupados con los turistas. Coop no pudo contener una sonrisa. —Este es uno de los pocos sitios que conozco donde medio metro de nieve y ventisqueros más altos que yo se consideran una mejoría del tiempo. —Bueno, no ha caído nada desde la última tormenta. Eso quiere decir que está mejorando. ¿Tienes un momento, Coop? —Por supuesto. Página 161 Coop desmontó y ató las riendas de la yegua a la barandilla del porche. Casi innecesario, pensó. La yegua no iría a ninguna parte si no la obligaban. —Vengo de ver a Lil en el refugio y he pensado que te debía una visita. Coop supo leer en el rostro del sheriff. —Para decirme que estás en un callejón sin salida. —Exacto. A decir verdad, solo tenemos un puma muerto, un casquillo del treinta y dos, un montón de huellas en la nieve y una vaga descripción de alguien a quien viste en plena noche. Hemos hecho todo lo posible, pero no tenemos gran cosa para seguir adelante. —¿Tienes copias de la lista de personas que la han amenazado? —Sí, y hemos hecho indagaciones. Fui a ver en persona a un par de tipos que estuvieron en el refugio hace algunos meses y causaron problemas. Pero ninguno de los dos encajaba con la descripción. Uno de ellos está casado, y su mujer jura que estuvo en casa aquella noche y a la mañana siguiente…, y a las nueve en punto llegó al trabajo en Sturgis. Lo hemos confirmado. El otro pesa unos ciento cincuenta kilos, y no creo que te equivocaras tanto. —No. —También he hablado con un par de forestales a los que conozco. Estarán atentos y correrán la voz. Pero te digo lo mismo que le he dicho a Lil: necesitamos un auténtico golpe de suerte para esclarecer esto. Supongo que el culpable se ha largado. Ninguna persona con dos dedos de frente se habría quedado allá arriba cuando empezó la tormenta. Seguiremos haciendo lo que podamos, pero quería ser sincero con ella. Y también contigo. —Hay muchos lugares donde una persona podría resguardarse hasta el final de la tormenta, tanto en los montes como en el valle. Con experiencia, provisiones y un poco de suerte… —Es verdad. Hemos hecho algunas llamadas para averiguar si un hombre con aspecto de acabar de llegar del monte se había instalado en alguno de los moteles u hoteles de la zona, pero no hemos sacado nada. La cámara funciona bien desde aquel día, y nadie ha notado a ningún extraño ni en los alrededores del refugio ni de la casa de los Chance. —Parece que has dado todos los pasos necesarios. —Pero el caso sigue abierto, y los casos abiertos me ponen nervioso. — Willy contempló la nieve y el cielo durante unos instantes mies de proseguir —: Me alegro de ver a Sam en forma. Espero ser tan fuerte como él a su edad. Si se te ocurre cualquier otra cosa que deba saber, ya sabes dónde encontrarme. —Gracias por pasarte. Página 162 Willy asintió y palmeó el flanco de Hermanita. —Es preciosa. Cuídate, Coop. Lo haré, pensó Coop. Pero aquello de lo que realmente debía cuidar estaba en el refugio. Se ocupó del caballo, de modo que Hermanita obtuvo el cepillado y la manzana prometidos. También se encargó de las demás tareas, algunas de ellas ya tan automáticas como vestirse cada mañana. Al acabar, puesto que sabía que habría café recién hecho, se dirigió a la cocina de su abuela. Su abuelo entró sin el bastón. Coop reprimió el impulso de mencionarlo, sobre todo al ver que Sam le dedicaba una mirada huraña. —Seguiré usándolo cuando salga o si la pierna me da problemas. Solo estoy haciendo pruebas. —Viejo testarudo —masculló Lucy al salir del lavadero con una cesta repleta de ropa blanca. —Ya somos dos. Sam cojeó hacia ella, cogió la cesta y, mientras Coop lo observó conteniendo el aliento, se alejó de nuevo cojeando para dejarla sobre una silla. —Ya está —exclamó con las mejillas ruborizadas de alegría al volverse hacia Coop y guiñarle un ojo—. ¿Por qué no nos sirves un poco de café, mujer? Lucy frunció los labios, pero no pudo evitar que se le escapara una sonrisa. —Venga, sentaos. Sam lanzó un leve suspiro al sentarse. —Huele a pollo asado —constató mientras husmeaba el aire como un lobo—. Y algo me dice que viene acompañado de puré de patatas. Deberías echarme una mano, Coop, antes de que esta mujer me cebe como a un cochinillo. —A decir verdad, tengo algo que hacer. Pero si esta noche oís a alguien merodeando por la casa, es que he venido en busca de las sobras. —Si quieres te preparo un plato y te lo dejo en la casa de al lado —se ofreció Lucy. El barracón se había convertido en «la casa de al lado». —No te preocupes. Ya me las apaño. —De acuerdo. —Lucy les puso delante sendas tazas de café y luego apoyó una mano en el hombro de Coop—. La casa ha quedado muy bien, pero me gustaría que echaras otro vistazo al desván. Seguro que te iría bien tener más muebles. Página 163 —No puedo sentarme en más de una silla a la vez, abuela. Quería decirte que la yegua, Hermanita, está progresando mucho. —Te he visto trabajar con ella —repuso Lucy mientras vertía agua en el hervidor para prepararse la taza de té que prefería a aquella hora del día—. Tiene un temperamento muy tranquilo. —Creo que será ideal para los niños, sobre todo si no quieres correr. ¿Podrías montarla para ver qué te parece, abuela? —Mañana saldré con ella —prometió Lucy, y vaciló un instante antes de girarse hacia su marido—. ¿Por qué no me acompañas Sam? Hace tiempo que no salimos a cabalgar juntos. —Si el chaval puede apañárselas sin los dos… —Creo que me las arreglaré —le aseguró Coop antes de apurar el café y levantarse—. Bueno, voy a lavarme. ¿Necesitáis algo antes de que me vaya? —Creo que nos las arreglaremos —dijo Lucy con una sonrisa—. ¿Vas a salir? —Sí, tengo que ocuparme de un asunto. Lucy arqueó las cejas cuando la puerta se cerró tras Coop. —Te apuesto algo a que ese asunto tiene un par de grandes ojos castaños. —Lucille, nunca apuesto al perdedor. Trazos y manchas rojizas surcaban el cielo de poniente, y la luz empezaba a teñirse de crepúsculo. El mundo era un inmenso desierto blanco, tierra atrapada en el puño del invierno. Había oído hablar a la gente acerca de la llegada inminente de primavera. Sus abuelos, Gull, gente en el pueblo…, pero nada lo que veía parecía indicar que las flores y los petirrojos estuvieran a la vuelta de la esquina. Por otro lado, pensó mientras paraba ante la verja del refugio, era el primer invierno que pasaba en las Colinas Negras. Unos cuantos días por Navidad no tenían nada que ver con pasar allí un invierno entero, concluyó al tiempo que se apeaba para abrir la verja con la copia de la llave que había hecho con la de Joe. El viento silbaba a lo largo del camino y alborotaba los pinos. Para él la fragancia de pino, nieve y caballo siempre equivaldría al invierno en las colinas. Subió de nuevo a la camioneta, cruzó la verja abierta, volvió apearse y cerró. Y se preguntó cuánto podía costar una maldita puerta automática con combinación. Además de un par de cámaras de seguridad adicionales para la entrada. Página 164 Tendría que comprobar qué clase de alarma tenía instalada Lil. Si él podía hacer una copia de la llave, lo mismo podía hacer la mitad del condado. La otra mitad solo tenía que rodear el perímetro y entrar por el otro lado como Pedro por su casa. Las vallas y las verjas no amilanaban a una persona decidida a entrar. Siguió el camino y aminoró la velocidad en la primera curva, tras la cual se divisaban las cabañas. De la chimenea de Lil salía humo, y se veía luz en las ventanas. Había varios senderos que conducían de la cabaña de troncos a la segunda cabaña, a las jaulas al centro educativo, al economato y hacia lo que, si no se equivocaba, era el cobertizo donde guardaban el material, el pienso y los demás suministros. Suponía que Lil habría tomado la precaución de cerrar con llave, al igual que suponía que era lo bastante lista y consciente para entender que había un sinfín de modos de entrar en el recinto, cruzar cualquier puerta para alguien lo bastante hábil y paciente para recorrer a pie aquellos montes y caminos. Rodeó el pequeño aparcamiento para las visitas y se detuvo junto a la camioneta de Lil. Los animales anunciaron su presencia, pero sus llamadas se le antojaron casi despreocupadas. Todavía no era noche cerrada y, por lo que veía, casi todos los residentes de las jaulas habían decidido cobijarse en sus guaridas. Despreocupadas o no, Lil abrió la puerta antes de que Coop hubiera subido los escalones del porche. Llevaba un jersey negro, vaqueros raídos, botas gastadas y el cabello recogido en una espesa cascada negra. Coop no habría dicho que su expresión era precisamente amistosa. —Vas a tener que devolverle la llave a mi padre. —Ya se la he devuelto —replicó Coop con la mirada fija en aquellos ojos de expresión fastidiada—. Lo cual debería hacerte comprender la poca seguridad que te proporciona esa verja. —Ha ido bien hasta ahora. —Hasta ahora. Necesitas una puerta mucho más segura, automática, con código de acceso y cámara de vigilancia. —Ah, ¿sí? Vaya, me pondré a ello en cuanto me sobren unos cuantos miles de dólares y no tenga otra cosa que hacer que comprar una puerta que en esencia no es más que un símbolo disuasorio. A menos que pretendas que, ya que me pongo, construya un muro de seguridad alrededor de veinticinco acres de tierra. Ah, y con unos cuantos centinelas. —Si vas a instalar algo disuasorio, más vale que disuada. El hecho de que esté delante de ti significa que tu sistema no sirve de mucho que digamos. Página 165 Mira, llevo fuera casi todo el día y estoy harto de congelarme. Avanzó un paso y, puesto que Lil no se apartó del umbral, la cogió por debajo de los codos, la levantó y volvió a dejarla en el suelo ya dentro de la cabaña. —Joder, Cooper —farfulló, casi incapaz de articular palabra a causa del asombro—. ¿Se puede saber qué te pasa? —Quiero una cerveza. —Seguro que tienes cervezas en tu casa. Y si no, hay un montón de sitios en el pueblo donde comprar, así que ya puedes irte. —Y a pesar de que estás de lo más antipática, también quiero hablar contigo. Tú estás aquí y probablemente tienes cerveza, así que… —Se volvió hacia la cocina—. ¿Por qué estás sola? —Porque esta es mi casa y porque quería estar sola. Coop echó un vistazo a la mesa y se fijó en el ordenador portátil, los expedientes y una copa de vino tinto. Cogió la botella que había sobre la encimera, dio el visto bueno a la etiqueta, decidió cambiar de tercio y sacó una copa de uno de los armarios. —Nada, tú como en tu casa, no te cortes. —Willy ha pasado a verme. —Coop se sirvió una copa de vino, lo probó y lo dejó sobre la mesa para quitarse el chaquetón. —En tal caso supongo que los dos tenemos la misma información y no hay nada de qué hablar. Estoy muy ocupada, Coop. —Lo que estás es frustrada y cabreada. Y no te culpo. La verdad es que no tienen pistas, y ninguna de las líneas de investigación los lleva a ninguna parte. Eso no significa que vayan a dejarlo, pero quizá tengan que cambiar de perspectiva. Volvió a coger la copa de vino y miró a su alrededor mientras bebía otro sorbo. —¿No comes? —preguntó. —Sí, cuando tengo hambre. Digamos que te agradezco que hayas venido para decirme que las ruedas de la justicia siguen girando, y añado que sé que Willy está haciendo y hará todo lo que pueda. Ya está. Ya hemos hablado. —¿Tienes algún motivo para estar cabreada conmigo en particular o estás cabreada en general? —Estos últimos días han sido muy largos y duros. Tengo un plazo de entrega para el artículo que estoy escribiendo. Los artículos contribuyen a pagar el vino que te estás bebiendo, entre otras cosas. Me acaban de decir que con toda probabilidad el tipo que se cargó al puma al que yo había capturado Página 166 no será identificado ni detenido. Tú entras aquí como si nada mientras yo intento trabajar y te sirves una copa del vino que este artículo ayudará a seguir comprando. Así que digamos que estoy cabreada en general y en especial un poquito contigo. —No he entrado aquí como si nada. —Coop se volvió y abrió la nevera —. Joder, Lil —espetó tras una breve inspección—, eres peor que yo. —¿Se puede saber qué haces? —Buscar algo para preparar la cena. —Haz el favor de dejar en paz mi nevera. Por toda respuesta, Coop abrió el congelador. —Lo que me imaginaba; un montón de platos preparados para chicas. Bueno, al menos hay pizza congelada. —Le pareció oír el rechinar de dientes desde la otra punta de la estancia, un sonido que le resultó extrañamente satisfactorio, debía reconocerlo. —Dentro de dos minutos como máximo sacaré el rifle y te pegaré un tiro en el culo. —No, dentro de unos quince minutos, según las instrucciones de esta caja, te comerás una pizza conmigo. A lo mejor te alegra un poco. Tienes algunos voluntarios itinerantes —cambió de tema mientras encendía el horno—. Algunos solo han venido por aquí una o dos veces. El fastidio no parecía hacer mella en Coop, de modo que Lil intentó enfurruñarse. —¿Y qué? —Es una buena forma de echar un vistazo al sitio, al personal, las rutinas, la disposición… Muchas granjas y empresas de la zona hacen eso. Contratan a alguien para unos cuantos días o semanas, según lo que necesiten. Yo mismo voy a hacerlo dentro de un mes o así. Deslizó la pizza en el horno y programó el reloj. —¿Y qué más da? Willy cree que se ha largado. —Puede que tenga razón. O no. Si un hombre sabe lo que hace y quiere hacerlo, podría prepararse un buen refugio en los montes. Hay un montón de cuevas. —Eso no me tranquiliza mucho. —Quiero que tengas cuidado, y si estás demasiado tranquila, no lo tendrás. —Coop acercó la botella y llenó la copa de Lil—. ¿De qué va tu artículo? Lil cogió la copa, contempló el vino con el ceño fruncido y por fin tomó un sorbo. Página 167 —No voy a acostarme contigo. —¿Estás escribiendo sobre eso? ¿Puedo leerlo? —No voy a acostarme contigo —repitió Lil— hasta y a menos que decida lo contrario. Meter una pizza congelada en el horno no va a convertirme en un peluche dócil. —Si quisiera docilidad, me compraría un cachorro. Me acostaré contigo, Lil, pero te concederé algún tiempo para que vayas haciéndote a la idea. —Ya me tuviste una vez, Coop, y podrías haberme conservado, pero me dejaste. La expresión de Coop se ensombreció. —Recordamos las cosas de forma distinta. —Si crees que podemos volver a lo que… —No, no quiero volver. Pero te miro y sé que lo nuestro no ha terminado, Lil. Y tú también lo sabes. Se sentó junto a ella en el banco, tomó otro sorbo de vino y señaló las fotografías que Lil había distribuido alrededor de sus notas. —¿Son de Sudamérica? —Sí. —¿Cómo es viajar a sitios así? —Emocionante. Un desafío. Coop asintió. —Y ahora estás escribiendo un artículo sobre tu expedición a los Andes para rastrear pumas. —Sí. —¿Y luego qué? —¿Qué de qué? —¿Adónde irás? —No lo sé. Ahora mismo no tengo planes. Este viaje ha sido el más importante para mí. He obtenido tantas cosas de él, en lo personal y en lo profesional, información que puedo desarrollar a través de artículos, conferencias, seminarios… Investigación, descubrimientos… —Relajó los hombros—. Puedo utilizarlo todo en beneficio del refugio. El refugio es la máxima prioridad. Coop dejó las fotos sobre la mesa para mirarla. —Es bueno tener prioridades. Se acercó a ella despacio; esta vez le concedió tiempo para resistirse, para decidir. Lil no habló, no intentó detenerlo, tan solo lo miró como quien mira a una serpiente. Página 168 Con cautela. Coop le cogió la barbilla con suavidad y la besó. Lil no habría descrito aquel beso como suave o tierno. No, no habría calificado de suaves y tiernos ni el beso, ni el tono ni la intención. Pero tampoco manifestaba la brusca pasión que le había mostrado la otra noche. Esta vez la besó como un hombre que ha decidido tomarse su tiempo, convencido de que puede permitírselo. Y aunque sus dedos le tocaban el rostro con delicadeza, Lil sabía, como sin duda Coop pretendía, que podían incrementar la presión en cualquier momento. Que Coop podía saquear en lugar de seducir. Y saberlo le provocó una oleada de excitación. ¿Acaso no había preferido siempre lo salvaje a lo doméstico? Coop la sintió ceder un poco. Luego un poco más. Los labios de Lil se movieron contra los suyos, cálidos y suaves, su aliento era un susurro en lo más hondo de su garganta. Por fin se separó de ella tan despacio como se había acercado. —No —musitó—. Lo nuestro no ha acabado. —En aquel instante sonó la campanilla del temporizador del horno y Coop sonrió—. Pero la pizza sí. Página 169 12 H abía pasado noches peores, se dijo Coop mientras añadía más troncos a la chimenea instalada en la sala de estar de Lil. Pero hacía muchos años que no tenía que conformarse con una habitación gélida y un sofá incómodo. Por no hablar del fastidio adicional de saber que la mujer a la que deseaba dormía en el piso de arriba. Pero había sido decisión suya, se recordó. Lil le había dicho que se fuera, y él se había negado, de modo que se había visto obligado a coger una manta, una almohada e instalarse en un sofá al que le faltaban quince centímetros. Y probablemente para nada. A buen seguro, Lil tenía razón. Estaba a salvo sola en su cabaña. Las puertas cerradas con llave y un rifle cargado constituían factores de seguridad muy sólidos. Pero en cuanto le anunció que tenía intención de quedarse, ya no pudo echarse atrás. Y qué raro, pensó mientras se dirigía hacia la cocina para preparar café, qué raro era despertar en la oscuridad a causa del rugido de un felino salvaje. Rarísimo. Suponía que Lil estaba acostumbrada, porque no la había oído ni moverse, mientras que él había sentido el impulso de ponerse las botas y salir a echar un vistazo. Lo único que había descubierto era que Lil necesitaba más luces de seguridad y que, si bien sabía que las jaulas eran resistentes, los rugidos en la oscuridad le aterrorizaban. Ahora sí oía a Lil. Pasos en el piso de arriba y el tintineo de las tuberías cuando abrió el grifo de la ducha. Pronto amanecería otro día blanco y gélido. Los compañeros de Lil empezarían a aparecer, y él tenía su propio trabajo que atender. Encontró huevos, pan y una sartén. Tal vez Lil no estuviera de acuerdo, pero consideraba que le debía un desayuno caliente a cambio de haberlo tenido de guardia toda la noche. Estaba preparando un par de bocadillos de huevo frito cuando apareció. Se había recogido el pelo y llevaba una camisa de franela sobre una camiseta térmica. Y no parecía más contenta de verlo que la noche anterior. —Necesitamos algunas normas —empezó Lil. Página 170 —Vale, hazme una lista. Tengo que ir a trabajar. He preparado dos por si te apetecía uno —añadió mientras se envolvía el bocadillo en una servilleta. —No puedes entrar aquí sin más e invadirme de esta manera. —Pon eso al principio de la lista —indicó Coop mientras Lil lo seguía a la sala de estar y él se cambiaba el bocadillo de mano para ponerse el chaquetón —. Hueles bien. —Tienes que respetar mi intimidad y meterte en la cabeza que no necesito ni quiero un perro guardián. —Vale —musitó Coop al tiempo que se calaba el sombrero—. Tendrás que entrar más leña. Hasta luego. —¡Maldita sea, Coop! Coop se volvió al llegar a la puerta. —Me importas. Entérate. Comió un bocado mientras se dirigía hacia la furgoneta. Lil tenía razón en cuanto a las normas, se dijo. La mayoría de las cosas funcionaban mejor con normas, o al menos con directrices. Estaban el bien, el mal y, en medio, todos los matices de gris. Valía la pena saber qué matiz de gris funcionaba mejor en cada situación. Lil tenía derecho a poner normas, siempre y cuando fuera consciente de que Coop tenía intención de explorar la zona gris. Se comió el bocadillo de huevo frito mientras recorría el camino serpenteante que conducía a la verja. Desterró de su mente las normas, las directrices y el misterio de lo que buscaba en Lil y se concentró en las tareas del día. Tenía que dar de comer a los caballos y al ganado, así como limpiar los establos. Preparar a sus abuelos para el paseo a caballo sería toda una proeza. También tenía que ir al pueblo en busca de suministros y ocuparse del papeleo acumulado en la oficina. Si no había clientes que quisieran salir de excursión, llamaría a Gull para que lo ayudara con los aperos. Quería trazar un plan básico con análisis de costes y proyecto de viabilidad para añadir al negocio paseos en poni. También para coger algunos caballos como Hermanita y ofrecer paseos de media hora en un recinto vallado, y entonces… Su mente olvidó el trabajo y cambió a modo de alerta. El cadáver estaba colgado sobre la verja. Debajo, su sangre manchaba el manto de nieve. Un par de buitres picoteaban ya el desayuno, y varios de sus compañeros sobrevolaban el lugar. Página 171 Coop tocó el claxon para ahuyentar a las aves al tiempo que aminoraba la velocidad para escudriñar los árboles, la maleza y la carretera que discurría al otro lado de la verja. A la luz mortecina del alba, los faros de la camioneta bañaban al lobo muerto y teñían sus ojos inertes de un verde espeluznante. Coop se inclinó, abrió la guantera, sacó la nueve milímetros y la linterna. Luego bajó de la camioneta y alumbró el suelo. Había pisadas, por supuesto. Entre ellas estarían las suyas de anoche, cuando abrió la verja. No vio ninguna que le pareciera más reciente que las suyas en el interior del recinto. Suponía que por algo se empezaba. Sin embargo, pisó sus propias huellas para llegar junto al lobo. Habían hecho falta dos disparos, uno en el torso y otro en la cabeza, para abatir al animal, dedujo Coop a primera vista. El cadáver estaba frío, y el charco de sangre, congelado. Eso le indicó que hacía varias horas que habían entregado el mensaje. Puso el seguro al arma y se la guardó en el bolsillo. Cuando buscaba el móvil oyó el motor de un coche que se acercaba. Aunque dudaba de que el mensajero regresara tan pronto o viajara motorizado, Coop deslizó la mano en el bolsillo y asió la empuñadura del arma. El paisaje se había teñido del gris propio del alba, y en el cielo de levante se abría paso el rojo del sol. Coop volvió a la camioneta, apagó los faros y esperó junto a la verja. Al poco supo que no se había equivocado. El todoterreno aminoró la velocidad. Alzó la mano para que se detuviera y permaneciera lo más alejado posible de la verja. Reconoció al hombre que se apeó del asiento del acompañante, aunque no sabía su nombre. —No te acerques a la verja —ordenó Coop. Tansy se apeó por la otra puerta y se aferró a la manija como si las piernas no la sostuvieran. —Dios mío —musitó. —No os acerquéis —repitió Coop. —Lil. —Está bien —le aseguró Coop—. Acabo de dejarla en la cabaña. Necesito que llames al sheriff… a Willy. Vuelve a subir al coche y llámale. Dile que alguien ha dejado un lobo muerto en la verja. Dos disparos, me parece. Quiero que esperéis en el coche y no toquéis nada. Tú —señaló al hombre. —Eric. Soy un estudiante en prácticas. Yo… Página 172 —Quédate en el coche. Si vuelven los buitres, tocad el claxon. Voy a buscar a Lil. —Hoy vienen algunos voluntarios. —Tansy exhaló una bocanada de aire que generó una gran vaharada, luego otra más corta y pequeña—. Y los demás estudiantes no tardarán en llegar. —Si llegan antes de que yo vuelva, mantenedlos alejados de la verja. Volvió a subir a la camioneta y retrocedió hasta llegar a uno de los apartaderos. Allí dio media vuelta en tres maniobras y aceleró. Lil ya estaba fuera, de pie en el camino que conducía de su cabaña a las oficinas. Al verlo, puso los brazos en jarras y frunció el ceño. —¿Y ahora qué? Por las mañanas tenemos mucho trabajo aquí. —Tienes que venir conmigo. El ceño desapareció. No hizo preguntas; el tono y la expresión la Coop la convencieron al instante de que algo sucedía. —Coge una cámara —le pidió Coop cuando Lil se dirigía a la camioneta —. Digital. Deprisa. De nuevo sin hacer preguntas, Lil corrió a la cabaña y volvió en menos de dos minutos con la cámara y el rifle. —Cuéntame —dijo mientras subía a la camioneta de un salto. —Hay un lobo muerto colgado en tu verja. Lil lanzó una exclamación ahogada, y con el rabillo del ojo Coop advirtió que su mano se tensaba sobre el rifle, pero habló con voz serena. —¿Le han disparado, como al puma? —Dos disparos, por lo que he visto. No hay mucha sangre, y el cadáver está frío. Lo ha matado en otra parte y lo ha traído hasta aquí. No parece que haya entrado ni lo haya intentado siquiera. Pero no lo he examinado todo. Un par de tus compañeros han llegado enseguida. Les he pedido que llamen al sheriff. —Qué hijo de puta. Pero ¿por qué narices…? ¡Espera! —Gritó de repente con el rostro alarmado y muy erguida en el asiento—. Da la vuelta. Da la vuelta. ¿Y si ha usado esta treta para alejarnos del refugio? ¿Y si ha entrado? Los animales están indefensos. Da la vuelta, Coop. —Ya casi estamos en la verja. Te dejo y vuelvo para echar un vistazo. —Date prisa. Cuando Coop frenó junto a la verja, Lil se volvió hacia él. —Espérame… ¡Eric! —llamó al saltar de la camioneta. Con mucha sensatez, Lil dio un amplio rodeo, y Coop vio a Eric apearse del coche al otro lado de la verja. Página 173 —¡Coge esto! Cógelo. Haz las mejores fotos que puedas del lobo, de la verja, de todo. Y espera al sheriff. —¿Adónde…? Lil subió de nuevo a la camioneta de Coop y cerró de un portazo sin contestar a Eric. —¡Vamos! Coop pisó el acelerador a fondo en marcha atrás y derrapó al dar la vuelta. Cuando tocó el claxon, Lil dio un respingo y se quedó mirándolo. —En el improbable supuesto de que tengas razón —dijo Coop—, nos oirá llegar y se largará. No quiere enfrentarse. —Todavía no, pensó Coop. Todavía no—. Se trata de tocarte las narices. —¿Por qué dices «en el improbable supuesto»? —No creo que sepa que he pasado la noche aquí ni que me marcharía antes de que llegaran tus compañeros. De lo contrario, habrían sido ellos quienes encontraran al lobo y habrían entrado para contártelo. Todo el mundo estaría aquí en ese caso, no junto a la verja. —Vale, vale, tienes razón. Pero Lil no respiró tranquila hasta que divisó los primeros hábitats y oyó los rugidos y alaridos habituales de cada mañana. —Tengo que ir a verlos a todos. Si vas en esa dirección, sigue el camino. Yo iré por aquí y daré la vuelta hasta que… —No —la interrumpió Coop mientras detenía la camioneta—. He dicho que era un supuesto improbable, pero no imposible, y no pienso correr el riesgo de que te pille sola. Lil levantó el rifle que descansaba sobre sus rodillas, pero Cooper sacudió la cabeza. —Iremos juntos. Y cuando terminaran, pensó, examinaría las cabañas y los anexos. —Creerán que voy a pasar un rato con ellos, así que se van a enfadar al ver que no es así. Oyeron siseos y gruñidos, así como algunos alaridos de protesta mientras pasaban ante las jaulas. Lil caminaba deprisa, sentía el corazón más ligero a medida que veía a los ocupantes de cada enclave. El pulso se le aceleró de nuevo mientras escudriñaba la jaula en apariencia vacía de Baby. Luego alzó la vista, buena conocedora de sus juegos, y lo vio de pie sobre una robusta rama de su árbol. El salto que dio fue alegre y hermoso. Cuando lo oyó ronronear, Lil sucumbió y se agachó. Página 174 —Pronto —murmuró—. Dentro de un rato vendré a jugar contigo. Le acarició el pelaje a través de la valla y lanzó una carcajada cuando el puma se levantó sobre las patas traseras y apretó la barriga contra el metal para que Lil se la rascara. —Pronto —repitió. Baby emitió un gruñido de decepción cuando Lil se apartó de la jaula. Se encogió de hombros al ver que Coop la miraba con fijeza. —Es un caso especial. —Me pareció entender que desapruebas e incluso desprecias a las personas que compran mascotas exóticas. —Él no es una mascota. ¿Acaso me has visto ponerle un collar de diamantes y pasearlo atado a una correa? —Este debe de ser Baby. —Veo que me prestas más atención de lo que creía. Lleva en el refugio desde que era un cachorro, y por voluntad propia. Bueno, están todos bien — añadió—. Si un desconocido rondara por aquí, nos lo harían saber. Pero de todos modos tengo que asegurarme. Esta mañana viene un grupo de niños, y tenemos dos felinos con uñeros que hay que curar. Además, los estudiantes tienen varios cientos de kilos de carne que procesar en la cámara. Tenemos una rutina que cumplir, Coop. No podemos permitir que esto interfiera en la salud de los animales ni en la gestión del refugio. Si no recibimos visitas, nuestro presupuesto se va al garete. Y tú también tienes una empresa que dirigir y animales que atender. —Examina el resto de las cámaras. Vamos a echar un vistazo a las oficinas. Si todo está despejado, podrás ir a ver a los animales. —Willy abrirá la verja, ¿no? Para que pueda entrar mi gente. —No creo que tarde mucho. —No he podido examinar bien al lobo. Era bastante grande, así que imagino que era adulto. Para abatir a un ejemplar así… Quizá no formaba parte de ninguna jauría. Un lobo solitario es una presa más fácil. Quiere que me enfade, que me altere y poner el refugio patas arriba… Hice algunos cursos de psicología —explicó al observar que Coop se quedaba mirándola—. Sé muy bien lo que hace. No sé por qué, pero sí sé qué. Podría perder voluntarios e incluso algunos estudiantes en prácticas por culpa de un incidente así. Nuestro programa de prácticas es muy importante, así que tendré que mostrarme muy convincente en la reunión extraordinaria de hoy. Abrió la cabaña que albergaba las oficinas. Coop hizo a un lado a Lil y empujó la puerta. La estancia parecía despejada. Entró, la barrió con la mirada Página 175 y pasó a las estancias contiguas para cerciorarse. —Quédate aquí y comprueba las cámaras. Iré a ver los otros edificios. Dame las llaves. Sin decir palabra, Lil se las entregó. Cuando Coop salió, se sentó y esperó a que el ordenador arrancara. Sabía que había sido policía, pero nunca lo había visto actuar como tal. Coop había creído entender la misión del refugio, pero en aquel momento comprendió que no había captado todo su alcance pese a que Lil le había mostrado lo esencial. La cámara constituía una revelación por sí misma, con sus enormes congeladores y frigoríficos, las inmensas cantidades de carne y los aparatos necesarios para procesarla, manipularla y transportarla. En los establos había tres caballos, entre ellos el que le había vendido a Lil. Ya que estaba allí, aprovechó para darles de comer y beber y luego marcó ambas tareas en la lista clavada en la pared. Comprobó el cobertizo de las herramientas, el garaje y la cabaña chata y alargada que albergaba el centro educativo. Echó un breve vistazo a los materiales que contenía, las fotos, las pieles, los dientes, los cráneos, los huesos… ¿De dónde demonios habría sacado todo aquello? Fascinante, se dijo mientras verificaba los dos servicios y cada uno de sus cubículos. Recorrió también la pequeña tienda de regalos con sus animales de peluche, camisetas, sudaderas, gorras, postales y pósteres. Todo ordenado y bien organizado. Lil había conseguido algo grande. Se había ocupado de cada detalle, hasta el más insignificante. Y todo, todo por los animales. Al retroceder oyó el sonido de más coches y salió al encuentro del sheriff. —Todo en orden aquí. Lil está en la oficina —explicó a Tansy antes de volverse hacia Willy. —Parece que ha decidido quedarse —comentó el sheriff—. No podemos saber con seguridad si ha sido otra persona que ha elegido la verja del refugio por casualidad. O alguien a quien se le ha ocurrido la brillante idea al saber lo del puma. Pero lo esencial es que aquí la caza del lobo es ilegal, y la gente lo sabe. Saben muy bien que se meterán en un lío si lo hacen. Una cosa es que un granjero dispare contra un lobo que amenaza directamente a su ganado Pero conozco a todos los granjeros del condado y no me imagino a ninguno de ellos transportando el cadáver hasta aquí. Ni siquiera a los que consideran a Lil un poco rara. —Las balas que le sacarán al lobo serán iguales que las que mataron al puma. Página 176 —Creo que tienes razón. —Willy asintió y apretó los labios—. Hablaré con los del parque nacional y con los chicos del estado. Tú también podrías hablar con ellos. Puede que alguien que usara el camino o pasara por aquí viera algo o a alguien. Se volvió cuando Lil salió de la cabaña. —Buenos días. Siento mucho todo esto. ¿Está tu veterinario? —No tardará en llegar. —Dejaré a uno de mis hombres aquí, como la otra vez. Haremos todo lo que podamos, Lil. —Lo sé, pero no podréis hacer gran cosa —replicó ella mientras bajaba los escalones del porche—. Un puma y un lobo. Nada agradable, pero la vida es dura. Puede que en otras partes consideren estas especies desde una perspectiva romántica, pero la gente de aquí no, saben que en cualquier momento pueden bajar de los montes y cargarse el ganado de un granjero o acabar con un gallinero entero. Lo entiendo, Willy, soy realista. Mi realidad es que tengo treinta y seis animales, sin incluir los caballos, esparcidos en unos treinta y dos acres de jaulas y recintos. Y me temo que ese tipo ha decidido ir por ellos, al menos eso es lo que indica su mensaje de hoy. Y matará a uno de los animales que viven aquí, que yo traje aquí. O peor aún, a una de las personas que trabajan aquí, a las que yo traje aquí. —No sé qué puedo decir para tranquilizarte. —Nada, y esa es la ventaja de ese tipo. Nada puede tranquilizarme. Pero tenemos mucho trabajo y seguiremos sacándolo adelante. Tengo a seis estudiantes que deben terminar sus prácticas. Dentro de un par de horas llegará un grupo de niños de entre ocho y doce años para la visita y una sesión en el centro educativo. Si crees que los niños pueden correr peligro, cancelaré la visita. —No tengo motivos para creer que a un hombre que mata animales salvajes vaya a darle por disparar contra unos niños, Lil. —Vale. En tal caso haremos lo que podamos. Deberías irte —dijo a Coop —. Tú también tienes trabajo y animales que atender. —Volveré más tarde. A lo mejor deberías preparar esa lista. Lil se quedó mirándolo perpleja y por fin meneó la cabeza. —No es mi máxima prioridad ahora mismo. —Tú decides. —Exacto. Gracias, Willy. Willy frunció los labios cuando Lil entró de nuevo en la oficina. Página 177 —Tengo la sensación de que ahora mismo no hablabais del lobo muerto. Así que imagino que pasarás la noche aquí. —Pues sí. —Eso me tranquiliza. Voy a enviar a algunos hombres a inspeccionar la zona y comprobar las otras entradas, a ver si encuentran algún punto débil. Está escondido en alguna parte —masculló mientras paseaba la mirada por las colinas. Lil sabía que la voz correría como un reguero de pólvora, de modo que no la sorprendió ver llegar a sus padres. Se apartó del tigre inmovilizado y se acercó a la valla. —No es más que un uñero. Pasa a menudo. —Levantó la mano para rozar los dedos que su madre pasó por las aberturas de la valla—. Siento haberos preocupado. —¿No decías que querías ir a Florida un par de semanas para trabajar en ese refugio para panteras? Deberías hacerlo. —Unos días, mamá —corrigió Lil—. Y eso es el invierno que viene. No puedo irme ahora. Ahora menos que nunca. —Podrías instalarte en casa hasta que lo cojan. —¿Y a quién dejo en mi lugar? Mamá, ¿a quién le digo que se quede porque tengo demasiado miedo? —A cualquier que no sea mi pequeña —suspiró Jenna, oprimiendo los dedos de Lil—. Pero no puedes hacerlo y no lo harás. —¿Cooper ha pasado la noche aquí? —preguntó Joe. —Ha dormido en el sofá del salón. No quería irse, y ahora me veo obligada a estarle agradecida porque no me dejó echarle de mi casa. Puedo pedirles a muchas personas que se queden conmigo. Tomaremos todas las precauciones posibles, os lo prometo. Voy a encargar más cámaras para aumentar la seguridad. También estoy investigando sistemas de alarma, pero no podemos permitirnos un sistema que lo cubra todo. No —añadió al ver que Joe se disponía a decir algo—. Sabes muy bien que tú tampoco puedes permitírtelo. —Lo que no puedo permitirme es que le pase algo a mi hija. —Me aseguraré de que no me pase nada —prometió Lil mientras se volvía para mirar a Matt, que seguía atendiendo al tigre—. Tengo que acabar esto. Página 178 —Volveremos al complejo, a ver si alguien necesita que echemos una mano. —Siempre hace falta. Desde ese punto elevado, observó a través de los prismáticos al grupo familiar. Observar a la presa era esencial, conocer sus hábitos, el territorio, la dinámica, las fortalezas. Y las debilidades. La paciencia era otro aspecto crucial. Debía reconocer que su falta (ocasional) de paciencia constituía una de sus debilidades. También el mal genio. El mal genio le había costado dieciocho meses de cárcel tras perder los estribos y propinar una paliza descomunal a un tipo en un bar. Pero había aprendido a dominar su mal genio, a conservar la calma y la objetividad. A usar la caza para su satisfacción personal. Nunca en caliente, nunca por rabia. Siempre con sangre fría. El puma había sido un impulso. Estaba ahí, y él había querido averiguar qué se sentía al matar a esa bestia salvaje frente a frente. Se había llevado una decepción. La ausencia de desafío, del sentimiento de caza, no le había proporcionado satisfacción alguna. De hecho, tenía que reconocer que aquel episodio lo avergonzaba un poco. Se había visto obligado a compensar la vergüenza con un arranque de ira (nada importante) que lo indujo a destrozar el campamento. Pero lo había hecho con precisión, eso era lo importante. Lo había hecho de modo que transmitiera un mensaje. Lil. Lillian. La doctora Chance. Era tan interesante… Siempre se lo había parecido. Al verla con su familia… Sí, aquella era una debilidad, sin lugar a dudas. Tal vez resultara satisfactorio utilizarla en su contra. El miedo añadía excitación a la caza. Quería que Lil sintiera miedo. Había descubierto que la satisfacción de la caza era mucho mayor cuando el miedo entraba en juego. Y creía que sería aún mucho más excitante oler el de Lil, pues sabía que no se asustaba con facilidad. Pero él haría que sintiera miedo. La respetaba. A ella y su linaje. Aunque ella no respetara su propia ascendencia. La profanaba con ese lugar, esas jaulas donde los animales salvajes y libres vivían cautivos. El lugar sagrado de sus antepasados… y los de Lil. Página 179 Sí, haría que sintiera miedo. Lil constituiría un trofeo precioso para su colección. El más valioso de todos. Guardó los prismáticos, se alejó de la cresta reptando y se levantó. Recogió su ligera mochila y permaneció inmóvil al sol del invierno tardío, tocándose el collar de dientes de oso que llevaba al cuello. Lo único que conservaba de su padre. Su padre le había enseñado todo lo que sabía acerca del linaje y la traición. Le había enseñado a cazar y a vivir en la tierra sagrada. Le había enseñado a apoderarse de lo que necesitaba sin remordimientos. Se preguntaba que quedaría de Lil después de la caza. Satisfecho con la labor realizada por aquel día, inició el camino de regreso a su guarida, donde planificaría el siguiente paso de la cacería. Página 180 13 L il estaba a punto de preparar la cena de los animales cuando apareció Farley. Llegó a caballo y con aspecto de poder pasarse el día entero sentado sobre una silla de montar si la situación la requería. Por primera vez en su vida se le ocurrió cuánto se parecían Farley y Coop en aquel aspecto. Un par de chicos de ciudad transformados en vaqueros con pinta de haber nacido sobre una silla de montar cuando cabalgaban. Y ahí acababan las similitudes, suponía. Farley era abierto y de trato fácil. Coop era cerrado y de trato difícil. O quizá así era como ella los veía. Se volvió hacia Lucius. —¿Por qué no vas a ver cómo va todo en la cámara? Yo iré enseguida. Fue al encuentro de Farley y acarició la mejilla de Hobo, su caballo. —Hola, chicos. —Hola, Lil. Te he traído algo. Dicho aquello sacó un ramo de margaritas rosadas y blancas que asomaban por el borde de la alforja. Lil estaba sorprendida y complacida por igual. —¿Me has traído flores? —Me parecía que necesitabas un poco de alegría. Lil examinó las flores. Bonitas, frescas y…, sí, alegres. Sonrió y con un dedo indicó a Farley que se inclinara. La sempiterna sonrisa del joven se ensanchó cuando Lil lo besó ruidosamente en la mejilla. —¿Eso que asoma a la alforja son narcisos? —Eso parece. Lil le dio una palmadita afectuosa en el tobillo. —Ha salido para acompañar a una familia que ha llegado hace un rato. El padre es un gran fan de Deadwood. Ya sabes, la serie de televisión. Así que han hecho el viaje para visitar el pueblo después de subir al monte Rushmore, y en el pueblo les han hablado de nosotros. Ha pensado que a sus hijos les encantaría. —Seguro que sí. —Deben de haber hecho medio recorrido. Seguro que puedes alcanzarlos. —Supongo que sí. Si quieres puedo pasar la noche aquí, Lil. Página 181 —Gracias, Farley, pero ya lo tengo arreglado. —Eso tengo entendido. —Se ruborizó un poco al ver que Lil lo miraba con fijeza—. Quiero decir que Joe me ha dicho que lo más probable es que Coop se quede. Tu padre se queda más tranquilo —añadió. —Por eso se lo permito. Dile a Tansy que estamos a punto de darles la cena a los animales. La familia de Omaha obtendrá un espectáculo adicional por el precio de la entrada. —Se lo diré. —Farley… Lil acarició de nuevo a Hobo y alzó la cabeza para mirar al joven de hito en hito. —Tú y Tansy sois dos de mis personas favoritas del mundo. Sois parte de mi familia, así que te diré lo que pienso. Farley la observaba con expresión cautelosa. —Vale, Lil. —Buena suerte. La sonrisa de Farley vaciló un instante y luego se ensanchó. —Creo que la necesitaré. El joven se alejó con el ánimo más alegre. La opinión de Lil significaba mucho para él, de modo que su aprobación… al menos eso era lo que le habían parecido sus palabras… era muy importante. Se puso a silbar y recorrió el sendero que salía del complejo y rodeaba las primeras jaulas. El terreno subía y bajaba al capricho de la naturaleza. Los salientes rocosos se erguían agresivos, algunos de ellos desde tiempos inmemoriales, mientras que otros eran obra de Lil. Árboles por todas partes para que los animales pudieran trepar y arañar la corteza. Al pasar ante una de las jaulas vio a un lince desperezarse y afilarse las garras en la corteza de un pino. Al doblar un recodo divisó el carrito que utilizaban para los grupos pero resistió la tentación de poner a Hobo al galope. Los alcanzo cuando estaban delante de la jaula del tigre, que en aquel momento bostezó, rodó sobre sí mismo y se desperezó de un modo que indicó a Farley que acababa de despertar de la siesta. Probablemente sabía que se acercaba la hora de la cena. —Qué tal —saludó, llevándose la mano al ala del sombrero—. Lil me ha pedido que te diga que es hora de dar de comer a los animales —dijo a Tansy. —Gracias, Farley. A excepción de los animales del zoo infantil, todos los animales del refugio son nocturnos. Les damos de comer por la noche porque eso refuerza su instinto cazador. Página 182 Tansy hablaba en lo que Farley había bautizado como su tono «oficial». Podría pasarse días enteros escuchándola. —Cada semana procesamos cientos de kilos de carne en nuestra cámara. Los empleados y los estudiantes en prácticas preparaban la carne, en su mayor parte pollo donado generosamente por Hanson’s Foods. Han venido a la mejor hora, porque el momento de la comida es toda una experiencia. Presenciarán en vivo y en directo el poder de los animales que viven en el refugio Chance. —Señor… ¿Puedo subir a su caballo? Farley bajó la mirada hacia una niña de unos ocho años, una criatura preciosa envuelta en un anorak rosa con capucha. —Si tus padres te dejan puedes subir aquí conmigo y te doy una vuelta. Hobo es un caballo muy tranquilo, señora —dijo a la madre. —¡Por favor! ¡Por favor! Prefiero subir al caballo que ver a los leones comer pollo. Siguió un breve debate. Farley se mantuvo al margen y se dio el gustazo de observar a Tansy mientras esta explicaba al hijo, que tendría unos doce años, cómo los tigres acechaban y tendían emboscadas a sus presas. Al final, la niña se salió con la suya y se encaramó a la silla, delante de Farley. —Esto es mucho más divertido. ¿Puede hacerle ir muy deprisa? —Podría, pero seguro que si lo hiciera, tu madre me desollaría. —¿Qué es desollaría? —Quiero decir que me arrancaría la piel —rio Farley—. Me arrancaría la piel si fuera muy rápido después de haberle prometido que iría despacio. —Ojalá tuviera un caballo. —La niña se inclinó hacia delante para acariciar la crin de Hobo—. ¿Usted monta siempre? ¿Todos los días? —Pues sí. La pequeña suspiró. —Qué suerte tiene. A su espalda, Farley asintió. —Sí, tengo mucha suerte. Puesto que Cassie, que así se llamaba la niña, no tenía interés alguno en la alimentación de los animales, Farley obtuvo permiso para darle una vuelta a caballo. Hobo, sólido como el peñón de Gibraltar, recorría plácidamente el sendero mientras los animales chillaban, gruñían, rugían y aullaban. Más tarde, a la luz agonizante del crepúsculo, Farley se despidió de la familia agitando la mano. Página 183 —Ha sido muy amable por tu parte, Farley —observó Tansy mientras el monovolumen se alejaba por el camino—. Tomarte el tiempo y la molestia de entretener a la niña… —No ha sido ninguna molestia. Es más fácil montar a caballo que cargar con toda esa carne, que es lo que habría tenido que hacer de no haber estado con ella. —Sacó los narcisos de la alforja—. Son para ti. Tansy se quedó mirando las radiantes trompetas amarillas. Farley se preguntó si sabría con qué claridad se mostraban las emociones en su rostro. Sorpresa, deleite… y preocupación. —Oh, Farley, no deberías… —El día ha empezado fatal. Espero que me permitas ayudarte a que termine mejor. ¿Por qué no sales conmigo, Tansy? —Farley, ya te dije que no vamos a enrollarnos. Somos amigos y punto. No pienso salir contigo. Al joven le costó contener la sonrisa, Tansy seguía empleando su tono «oficial». —Entonces deja que te invite a una hamburguesa, como hace un amigo cuando alguien ha tenido un mal día. Así te despejas un poco. —No sé si… —Solo una hamburguesa, Tansy, para que no tengas que prepararte la cena o pensar adónde ir a cenar sola. Nada más. Tansy lo miró durante largo rato con aquella línea vertical entre las cejas. —¿Solo una hamburguesa? —Bueno, y patatas fritas. Una hamburguesa no es una hamburguesa sin sus patatas fritas. —Vale. Vale, Farley. Quedamos en el pueblo dentro de una hora. ¿Qué te parece en el Mustang Sally? —Genial. —Puesto que no quería tentar la suerte, subió al caballo sin más —. Hasta luego. Se alejó con una sonrisa de oreja y oreja y un grito triunfal en el corazón. En la oficina que compartía con Tansy, Lil estaba sentada con un pie apoyado sobre la mesa y la mirada fija en el techo. Cuando Tansy entró, se volvió hacia ella y sonrió al ver los narcisos. —Qué bonitos. —No quiero ni un solo comentario —espetó su amiga con sequedad—. No es más que un gesto amable de un amigo. Para levantarme el ánimo. Lil dudó, un instante, pero al final se dijo que las amigas estaban para machacarse. Página 184 —Ya lo sé. A mí me ha traído margaritas. Tansy cambió la cara. —¿En serio? —Se recobró de inmediato y esbozó una sonrisa falsa—. ¿Lo ves? Un gesto amable. No significa nada más. —Desde luego que no. Deberías ponerlas en agua. Con el papel de cocina y el plástico no aguantarán mucho. —Vale. Si no hay nada urgente, me voy a casa. Ha sido un día muy largo. Los estudiantes están a punto de acabar, así que me llevo a Eric y a quien quiera venirse en coche. —De acuerdo. Lucius está trabajando en algo. Dice que le quedan unos veinte minutos, lo que en el caso de Lucius significa una hora. Ya cerrará él. —Después de lo de esta mañana, eso parece insuficiente. —Ya, pero no podemos hacer más. Una sombra de preocupación nubló la mirada de Tansy. —Cooper volverá para pasar aquí la noche, ¿no? —Por lo visto he perdido la votación. Y yo tampoco quiero oír ni un solo comentario al respecto. Quid pro quo. Tansy levantó la mano que tenía libre. —Mis labios están sellados. —Sé lo que estás pensando y no voy a hacerte ni caso. Otra cosa: Acabo de hablar por teléfono con una mujer que vive a las afueras de Butte. Tiene un jaguar melánico de dieciocho meses nacido en cautividad comprado como mascota exótica. —¿Con manchas o negro? —Negro. Lo tiene desde que era un cachorro. Es hembra y se llama Cleopatra. Por lo visto, hace un par días, Cleopatra estaba irritable y hambrienta y se comió a Pierre, un caniche. —Vaya. —Sí, vaya para el pequeño Pierre. La dueña está histérica, y su marido, furioso. Pierre era de la madre de él, que los había ido a ver desde Phoenix. El hombre se ha puesto firme, así que Cleo tiene que marcharse. —¿Y dónde la alojaríamos? —Estoy en ello —repuso Lil antes de inclinarse y golpetear el canto de la mesa con un lápiz—. Creo que podemos convencer a la dueña de Cleo para que haga una donación considerable que garantice la felicidad y el bienestar de Cleo. —Define «considerable». —Espero sacarle diez mil. Página 185 —Me gusta tu definición. —No es ninguna quimera —dijo Lil—. Acabo de buscar a los dueños en Google. Están forrados y dispuestos a pagar todos los gastos: el transporte, el envío de un equipo a Montana para recogerla… y me han insinuado que si nos damos prisa habrá premio. Le he pedido un día para planificar la logística. Lil dejó caer el lápiz sobre la mesa con los ojos centelleantes. —Una hembra de jaguar negra, Tansy. Joven y sana. Podríamos hacerla criar. Y seguro que aquí será mucho más feliz que en un rancho de Montana. Tenemos casi todo el material que necesitamos para un hábitat provisional. En primavera, después del deshielo, podemos ampliar el recinto y construirle uno permanente. —Estás decidida. —¿Cómo íbamos a resistirnos? Creo que de esto podemos sacar el jaguar y una cifra con cinco ceros. Creo que puedo hacer tan feliz a esa mujer que acabemos con una auténtica mecenas. Voy a pensar en ello un poco más. Haz tú lo mismo y mañana por la mañana tomamos una decisión. —Vale. Seguro que es precioso. Lil dio un golpecito en la pantalla del ordenador, de modo que Tansy rodeó la mesa para ver las imágenes. —Me ha enviado fotos. Le quitaremos el collar de piedras de imitación. Es una preciosidad. Mira qué ojos. He visto esos ojos en libertad. Son espectaculares, misteriosos y un poco sobrecogedores. Será una adquisición increíble y necesita un refugio. No puede vivir en libertad. Aquí podemos ofrecerle un buen hogar. Tansy le palmeó el hombro. —Sí, sí, pensaré en ello. Hasta mañana. Era noche cerrada cuando Lil salió de la oficina. Al ver la camioneta de Coop agachó la cabeza. No lo había oído llegar. Estaba demasiado ensimismada, reconoció mientras cruzaba el complejo demasiado absorta en la tarea de actualizar sus conocimientos sobre los jaguares y planeando la logística de transporte y alojamiento. Tendría que examinarla un veterinario, se dijo. No podía confiar tan solo en la palabra de la dueña. Pero, en cualquier caso si el felino tenía algún problema médico, razón de más para darle refugio. Le sacaría una buena suma de dinero a la dueña de Cleo. Se le daba bien conseguir donaciones. No era su parte favorita del trabajo, pero se le daba bien. Entró en su casa. Página 186 En la chimenea chisporroteaba un fuego acogedor. Coop estaba sentado en el sofá, los pies apoyados sobre la mesa y una cerveza en la mano; con la otra tecleaba en el portátil que descansaba sobre su regazo. Lil cerró la puerta con más fuerza de la necesaria. Coop ni siquiera se molestó en levantar la vista. —Tu madre te envía un trozo de jamón asado, patatas cocinadas no sé cómo y algo que me parece que son alcachofas. —Puedo prepararme la comida yo solita, ¿sabes? No he tenido ocasión de hacer la compra estos últimos días. —Ya. También he traído unas cervezas por si te apetece una. —Coop, esto no puede… Esto es un error en muchos sentidos. —Se quitó el abrigo y lo arrojó a un lado—. No puedes vivir aquí. —No vivo aquí; tengo una casa propia. Solo voy a pasar unas cuantas noches aquí. —¿Y cuántas noches son «unas cuantas noches»? ¿Cuántas noches piensas pasar en mi sofá? Coop le lanzó una mirada indolente al tiempo que bebía otro trago de cerveza. —Hasta que te relajes y me acojas en tu cama. —Vaya, si es eso, empecemos cuanto antes… Así los dos podremos recuperar nuestras respectivas vidas. —Vale. Espera a que acabe una cosa. Lil se golpeó la cabeza con las manos y empezó a andar en círculos. —Joder, joder, joder, joder. —Yo lo expresaría con un poco más de delicadeza. Lil se detuvo y se puso en cuclillas al otro lado de la mesilla de centro. —Cooper. Él bebió otro trago de cerveza. —Lillian. Lil cerró los ojos un instante para encontrar algún vestigio de cordura y serenidad en el caos que azotaba su mente. —Esto es incómodo, innecesario y… raro. —¿Por qué? —¿Por qué? ¿Por qué? Porque tenemos un pasado, porque tuvimos un… rollo. Supongo que te das cuenta de que todo el mundo en el puñetero condado piensa que volvemos a estar enrollados. —No creo que todo el mundo nos conozca, ni que les importe. Además, ¿y qué? Página 187 A Lil le costó un poco contestar a esa pregunta. —Puede que quiera acostarme con otra persona y tú estés interfiriendo. Esta vez Coop bebió un largo y lento trago de cerveza. —¿Y dónde está? —Vale, olvida eso. Bórralo. —Encantado. Creo que te toca a ti calentar la cena. —¿Lo ves? —Lil agitó un dedo en el aire—. A eso me refiero. ¿Cómo que me toca a mí? Esta es mi casa. Mía, mía, mía. Y cuando llego te encuentro sentado en mi sofá, con los pies encima de mi mesa, bebiéndote mi cerveza… —La cerveza la he traído yo. —No te hagas el tonto. —Lo he pillado, Lil. No te gusta que esté aquí. Lo que tú no entiendes es que me da igual. No pienso dejarte sola aquí hasta que este asunto se haya resuelto. Le prometí a Joe que cuidaría de ti. Y punto. —Si te vas a quedar más tranquilo, puedo organizarlo para que un estudiante en prácticas duerma en la cabaña de al lado. En los ojos de Coop brilló un levísimo destello de impaciencia. —¿Cuál es la media de edad entre los estudiantes? ¿Veinte años? No sé por qué la idea de que un universitario enclenque se quede contigo no me tranquiliza. Te ahorrarías unos cuantos disgustos si aceptaras de una vez que voy a quedarme hasta que esto se aclare. ¿Has hecho la lista? La palabra «hasta» era el quid de la cuestión, pensó Lil. Coop se quedaría hasta que terminara, hasta que decidiera marcharse, hasta que encontrara otra cosa o a otra persona. —Lil… —¿Qué? —¿Has hecho la lista? —¿Qué lista? Recordó a qué se refería al ver su mueca burlona. —No, no he hecho ninguna lista, joder. Tenía un par de cosas más importantes en que pensar. —Si bien sabía que constituía una especie de rendición, se dejó caer en el suelo—. Hemos extraído dos balas del treinta y dos del cadáver del lobo. —Lo sé. —Las enviarán a balística, pero todos sabemos que son de la misma arma y que las ha disparado el mismo hombre. Página 188 —Esa es la buena noticia. Tendríamos más motivos de preocupación si nos enfrentáramos a dos tiradores. —No me lo había planteado desde ese punto de vista. Vaya, genial. —Necesitas más seguridad. —Estoy en ello. Más cámaras, luces, sistemas de alarma… La salud y la seguridad de los animales es la máxima prioridad, pero no tengo dinero suficiente para pagarlo todo. Coop se irguió un poco, deslizó la mano en el bolsillo y sacó un talón. —Una donación. Lil esbozó una sonrisa. Maldita sea, Coop no hacía más que mostrarse amable y considerado, y ella le correspondía con un humor de perros. —Cualquier donación es bienvenida, pero he averiguado el precio de los equipos y sistemas, así que… Echó un vistazo al talón y se quedó estupefacta. Pestañeó un par de veces, pero la cantidad de ceros no varió. —¿Qué narices es esto? —Creía que estaba claro que es una donación. ¿Piensas calentar la comida de tu madre? —¿De dónde demonios has sacado tanto dinero? Y en cualquier caso, no puedes regalarlo así por las buenas. ¿Este talón es de verdad? —Es dinero de la familia. Del fondo de fideicomiso. Mi padre lo ha mantenido congelado tanto tiempo como ha podido, pero cada cinco años más o menos me cae algo. —Algo —repitió ella en un murmullo—. En mi mundo esto es mucho más que algo. —Tendrá que soltar otro buen pellizco cuando cumpla los treinta y cinco. Puede congelar el resto hasta que cumpla los cuarenta y sin duda lo hará. Le cabrea no poder cancelar el fondo y dejarme sin blanca. Le he decepcionado en todos los sentidos, pero, puesto que el sentimiento es mutuo, nos las apañamos. El destello que la donación había encendido en los ojos de Lil se trocó en una expresión de compasión. —Lo siento. Siento que las cosas no hayan mejorado entre tu padre y tú. Ni siquiera te he preguntado por eso, ni por tu madre. —Mi madre se ha vuelto a casar. Por tercera vez. Esta vez parece que va en serio. Es un buen tipo, y al menos desde fuera mi madre parece feliz. —Sé que vinieron de visita. Yo estaba de viaje, así que no los vi, pero sé que significó mucho para Sam y Lucy. Página 189 —Mi madre vino cuando el abuelo se cayó. Me sorprendió, la verdad — reconoció Coop—. De hecho, creo que nos sorprendió a todos, incluida ella misma. —No lo sabía. Han pasado tantas cosas desde que volví de Perú que me he perdido un montón de detalles. ¿Así que ahora te llevas mejor con tu madre? —Nunca seremos una familia de cuento, pero nos las apañamos bien cuando nos vemos. —Me alegro. —Lil echó otro vistazo al talón—. Quiero este dinero. Me vendría de perlas. Pero es mucho. Más de lo que iba a sacarle a la mujer del jaguar, que ya era para tirar cohetes. —¿La mujer del jaguar? Lil se limitó a sacudir la cabeza. —Es una aportación muy sustanciosa, de esas que por lo general hay que mendigar. —Tengo mucho dinero, más del que necesito. Serás mi exención de impuestos, lo cual alegrará mucho a mi contable. —Bueno, si tu contable se alegra… Gracias, de corazón. —Lil le dio una palmadita en la bota, que aún descansaba sobre la mesa—. Tienes derecho a unos cuantos premios fabulosos. Un puma de peluche, una camiseta oficial del Refugio para Animales Salvajes Chance con tazón a juego, una suscripción a nuestro boletín y entrada gratuita al refugio, al centro educativo y a todas las instalaciones durante… por esta cantidad de dinero, para siempre. —Guárdamelo todo y escucha mis condiciones con atención. —Oh, oh… —Son muy sencillas. Quiero que uses el dinero para mejorar la seguridad. Te ayudaré a elegir el sistema; es un campo que conozco a fondo. Si después te queda algo, haz lo que te dé la gana. Pero quiero que instales un buen sistema de seguridad en el complejo y en la mayor extensión posible del refugio. —Puesto que hace cinco minutos no tenía este dinero, creo que podré soportar tus condiciones. También necesito un hábitat nuevo para una pantera. Es un jaguar melánico de Butte. —¿Qué narices significa «melánico» y desde cuándo hay jaguares en Montana, a menos que te refieras a los que llevan motor y son de lujo? —Melánico significa negro o casi negro, aunque los jaguares negros pueden tener crías moteadas. Y ya no hay jaguares en libertad en Montana. Página 190 Puede que algún día vuelvan, pero ahora mismo los jaguares se crían en cautividad en Estados Unidos. Una mujer de Butte quiere que adoptemos al suyo porque se ha comido al perro. Coop observó el rostro de Lil durante un largo instante. —Creo que necesito otra cerveza. Lil lanzó un suspiro. —Voy a calentar la cena y luego te lo cuento. —Se levantó, pero de repente se detuvo y agitó el talón en el aire—. ¿Lo ves? Yo me ocupo de calentar la cena. —No, lo único que estás haciendo es hablar de ello. —Tú me haces una donación de mil pares de narices y yo te caliento la cena, por no hablar del hecho de que te has apalancado en mi casa como si fuera tuya. —Mis condiciones no incluyen nada de esto, Lil. Ya te he dejado claro cuáles son. —Hay condiciones que no hace falta mencionar para que existan. Maldita sea. —Venga, devuélvemelo. Lo romperé. —Ni hablar del peluquín —exclamó ella mientras se lo guardaba en el bolsillo—. Pero tendremos que establecer unos límites Coop. Normas básicas. No puedo vivir así. Me estresa demasiado. —Escríbelas y las negociaremos. —Ahí va la primera: si vas a comer aquí, uno de los dos prepara o calienta la comida, y el otro friega los platos. Como en cualquier casa compartida. —Vale. —¿Has compartido casa alguna vez? Quiero decir después de universidad y la escuela de policía. —Si quieres saber si he vivido con alguna mujer, la respuesta es no, oficialmente no. Coop la había calado al instante, así que Lil decidió callar y concentrarse en calentar la comida que les había preparado su madre. A fin de encontrar un tema de conversación neutral, le habló de Cleo mientras cenaban. —Es una suerte que se haya comido al perro y no a un niño pequeño. —Tienes razón. Puede que… de hecho es bastante probable que Cleo empezara jugando pero que luego se apoderara de ella el instinto. A los animales salvajes se los puede adiestrar, pueden entender, pero nunca serán domésticos. Los collares de piedras de imitación y los almohadones de satén no convierten a un animal salvaje en una mascota por mucho que haya nacido Página 191 y crecido en cautividad. La traeremos aquí y la anunciaremos a bombo y platillo en la web. Un animal nuevo siempre genera más visitas y donaciones. —¿Mencionarás en su currículum su debilidad por las mascotas? —Creo que no. ¿En qué estabas trabajando? —Hojas de cálculo. Planes de viabilidad, ingresos, perspectivas… —¿En serio? —¿Te sorprende que sepa lo que es una hoja de cálculo? Tuve mi propia empresa durante cinco años. —Lo sé. Supongo que es una de mis lagunas. La investigación privada… ¿es como en la tele? Sé que ya te lo pregunté un día, pero en lugar de contestarme me soltaste un moco. —Solo fui sincero. No, no es como en la tele, al menos no mucho. Te pasas el día pateando y esperando. Hablando con gente, verificando cosas, documentando… —Pero ¿resuelves delitos? Aquel comentario esperanzado caldeó un poco la gélida mirada azul de Coop. —Eso solo pasa en la tele. Nos encargábamos de siniestros para verificar si había fraude a las aseguradoras, divorcios, infidelidades, personas desaparecidas… —¿Encontrabas a personas desaparecidas? Eso es algo importante, Coop. —No todas las personas desaparecidas quieren que las encuentren, así que es relativo. Y además, lo he dejado. Ahora mi vida son los caballos, el pienso, las facturas del veterinario, las del herrero, los aperos, los seguros, los cultivos… Necesito un trabajador a jornada completa en la granja. Necesito un Farley. Lil lo amenazó con el tenedor. —No puedes llevarte a Farley. —Aunque intentara llevármelo, él no aceptaría. Está enamorado de tus padres. —Y no solo de mis padres. Le ha echado el ojo a Tansy. —¿A Tansy? —Coop meditó un instante—. Bueno, es muy guapa. Y Farley es… —hizo una pausa en busca de la palabra exacta— afable. —Y encantador, digno de confianza y una monada. Pone nerviosa a Tansy. La conozco desde los dieciocho años y nunca la había visto ponerse nerviosa por culpa de un hombre. Coop ladeó la cabeza con gesto de curiosidad. —Estás haciendo campaña por Farley. Página 192 —Mentalmente me estoy pateando el país con megáfono, pancartas y hasta pins de Farley. —Una imagen muy interesante. —Le deslizó la mano medio cerrada por la trenza—. ¿Cuándo fue la última vez que tú te pusiste nerviosa por culpa de un hombre? Puesto que la respuesta era «ahora mismo», Lil se levantó del banco y llevó los platos al fregadero. —Estoy demasiado ocupada para ponerme nerviosa. Te toca fregar. Me voy arriba; tengo que terminar el artículo. Coop le asió la mano al pasar y tiró de ella con fuerza suficiente para hacerla caer sobre su regazo. De nuevo le agarró la trenza, otra vez con mucha más intensidad, alineó los labios con los de ella y la besó. Molesta porque la hubiera pillado desprevenida, Lil se retorció intentó zafarse. Pero Coop era mucho más fuerte, mucho más musculoso que cuando era un adolescente. Y su boca y sus manos también habían aprendido mucho desde entonces. El deseo se mezcló con la irritación, todo ello azuzado por la llama de la necesidad. De repente, Coop suavizó el beso, le agregó una pizca de dulzura que le encogió el corazón. —Buenas noches, Lil —murmuró muy cerca de sus labios antes de apartarse de ella. Se levantó de un salto. —Nada de contacto físico ni sexual. Esa es otra norma. —Con la que no estoy de acuerdo. Elige otra. —Esto no está bien, Coop. No es justo. —No sé si está bien o no. Me da igual si es justo o no —espetó Coop en tono tan indiferente como un encogimiento de hombros—. Te deseo. Sé cómo renunciar a lo que deseo y también cómo perseguirlo. Es cuestión de decidirse. —¿Y qué lugar ocupo yo en esa decisión? —Tendrás que averiguarlo por ti misma. —No dejaré que me hagas esto. No dejaré que me vuelvas a romper el corazón. —Yo no te rompí el corazón. —Si crees eso es que eres imbécil o tienes una disfunción emocional grave. No vuelvas a molestarme esta noche. No vuelvas a molestarme y punto. Página 193 Se alejó, subió la escalera, entró en su dormitorio y cerró con llave. Página 194 14 A la mañana siguiente, Lil no bajó hasta que oyó que Coop había puesto la camioneta en marcha. Llegaría un poco tarde, pero la ausencia de estrés merecía la pena. Había trabajado mucho y pensado mucho encerrada en su habitación durante la noche. Y ambas cosas habían contribuido a despejarle la mente, concluyó. Olió el café antes de entrar en la cocina y lo consideró (con la mente despejada) una ventaja derivada de que Coop hubiera pasado allí la noche. Como todo, tenía sus ventajas y sus inconvenientes. La cocina estaba limpia. Coop no era un dejado. Y el café estaba caliente y cargado, como a ella le gustaba. Sola en la quietud de la cabaña, se preparó un cuenco de avena instantánea y se lo comió, empezaba a despuntar el alba cuando terminó, y al poco llegaron los empleados y los estudiantes para acometer el trabajo del día. Había que limpiar las jaulas y los establos, desinfectar las primeras… Los estudiantes recogerían muestras de excrementos de cada animal para analizarlas en busca de parásitos. Una tarea siempre agradable, se dijo Lil mientras pasaba la manguera. Según la gráfica, tocaba examinar la pata de Xena, lo cual significaba inmovilizar a la vieja leona y trasladarla al centro médico. Mientras estuviera inconsciente le harían un chequeo completo y tomarían muestras de sangre. Los animales del zoo infantil necesitaban comida y cuidados, así como paja fresca. Los caballos también requerían comida y agua, ejercicio, limpieza. La actividad física de una mañana cualquiera en el refugio bastaba para ahuyentar todas las tensiones. A media mañana había encargado a algunos estudiantes el inventario de las vallas, los postes y demás materiales necesarios a fin de construir una jaula provisional decente para el jaguar. Cumplida aquella misión, volvió a la oficina para llamar a la mujer de Butte. Una vez hechos todos los planes y preparativos posibles, salió de nuevo en busca de Tansy. —Visita de una escuela primaria —explicó Tansy señalando a los niños a los que conducían en grupo por el camino—. Eric y Jolie se ocupan de ellos; Página 195 forman un buen equipo. De hecho, Eric es uno de los mejores estudiantes en prácticas que hemos tenido. —Estoy de acuerdo. Es listo, está dispuesto a trabajar y no le asusta hacer preguntas. —Quiere quedarse otro semestre. Ya ha preguntado a sus profesores si pueden arreglarlo. —Nunca hemos tenido un estudiante durante dos semestres. Podría sernos útil —consideró Lil—. Podría ayudarnos a formar a los nuevos y refinar un poco su formación. Si la universidad le da permiso, yo me ocuparé del resto. —Perfecto. Esta hornada se irá pronto y llegarán los siguientes. —Tansy ladeó la cabeza—. No parece que hayas dormido mucho. —Es que me he pasado casi toda la noche trabajando, pensando en cosas, haciendo planes… Dentro de un rato tengo que ir al pueblo para ingresar esto. Se sacó el talón del bolsillo, lo sujetó por las esquinas y lo movió como si bailara. —¿Qué es esto? ¡Joder! Tansy la abrazó, y juntas se pusieron a dar saltos en círculo. —Lil, esto es increíble, genial, inesperado. ¿Coop? ¿Cuantos favores sexuales has tenido que ofrecerle o prestarle a cambio? ¿Tanto dinero tiene? —No le he ofrecido ni prestado ningún favor sexual, aunque por esta pasta lo habría hecho. Y sí, por lo visto tiene un montón de dinero. No tenía ni idea. —¿Le queda más? Podemos ofrecerle o prestarle favores sexuales las dos. Yo me apunto. —Bueno, guárdate esa carta. —Lil miró una vez más la hilera de ceros, aún incrédula—. Esta noche me lo he gastado unas diez veces. He averiguado precios de sistemas de seguridad, luces, cámaras, verjas nuevas. Veremos para qué nos llega esto. Y encima la mujer de Montana nos va a donar diez mil dólares con la condición de que destinemos al menos una parte a construirle a Cleo un hogar de lujo en primavera. —Cuando llueve diluvia. —Mi madre siempre dice que la vida es una sucesión de ciclos. Una hoja de balance. Me gustaría pensar que esto es el haber después de unos cuantos debes. Matt ha hablado con el veterinario de Butte y todo va bien. Me estoy ocupando de los permisos, la documentación, el papeleo y la logística. —Madre mía, Lil, tendremos un jaguar. ¡Tendremos un jaguar negro de verdad! —Necesito que vayas a Montana y traigas a Cleo. Página 196 —Claro, pero siempre vas tú para echar un vistazo a los animales. —No puedo irme ahora, Tansy, ni siquiera los dos o tres días que llevará trasladar a Cleo. —Paseó la mirada por el complejo, los animales y los seres humanos que lo ocupaban—. No puedo arriesgarme a que pase algo durante mi ausencia. Y puesto que todo ha ido muy deprisa, quiero ayudar a construir la jaula provisional y terminar los planos para la permanente. Ya he pedido el camión y la jaula de viaje. —El problema es que nunca he conducido un trasto de esos. —No conducirás tú. Tú te encargarás del jaguar, de su seguridad, de la seguridad pública y de su salud. Es un viaje de unas siete horas, ocho como máximo. Farley conducirá el camión. —Oh, Lil. —No pierdas la perspectiva, Tansy. Farley sabe conducir el camión y es un voluntario de primera. Es el más indicado y tiene suficiente experiencia para ayudarte en todo lo que puedas necesitar, aunque no preveo problemas. —Una perspectiva muy lógica, pero ¿y el cuelgue? ¿Qué me dices del cuelgue? Lil sabía exactamente cómo enfocar el asunto. —¿Vas a decirme que no eres capaz de manejar a Farley y su cuelgue? — exclamó con los ojos abiertos como platos. —No. Bueno, no exactamente —farfulló Tansy antes de bufar como un animal atrapado—. Maldita sea. —Si todo va bien podríais llegar en seis horas —se apresuró a añadir Lil —. Echáis un vistazo a Cleo, enjabonáis y tranquilizáis a la dueña, pasáis la noche allí, la subís al camión a la mañana siguiente, y antes de la cena estáis de vuelta. —Y sin vergüenza alguna disparó el cartucho definitivo—: Yo no puedo ocuparme Tansy, así que necesito que me hagas este gran favor. —Por supuesto que te lo haré, pero menuda faena. —Entonces, ¿por qué cenaste con él anoche? Tansy embutió las manos en los bolsillos del chaquetón con el ceño fruncido. —¿Cómo lo sabes? —Porque los estudiantes también cenan y hablan. —Solo fuimos a comer una hamburguesa. —Y aquí solo se trata de transportar a Cleo. Te lo prepararé todo antes de cerrar. Pídele a Matt los suministros médicos que quieras llevarte. Podéis salir mañana por la mañana. Si llegáis aquí a las seis, podéis poneros en marcha temprano. Página 197 —Ya has hablado con Farley. —Sí, y traerá el camión esta noche. —Dile que esté preparado para salir a las cinco, así aprovecharemos el día al máximo. —Hecho. Dios mío, Tansy, vas a traer un jaguar. Me voy al pueblo a engrosar nuestras arcas antes de volver a vaciarlas. Tenía varios recados que hacer en Deadwood. El banco, la tienda, el contratista, la oficina de correos. Puesto que más tarde le ahorraría tiempo, decidió cargar muchas provisiones de pienso y cereales. Vio la camioneta de Coop aparcada delante de los establos que tenían a las afueras del pueblo y dejó ese asunto para el final. Cogió la carpeta con la información y las especificaciones técnicas que había sacado de internet y se sumergió en el aire impregnado de olor a caballo, cuero y heno. Encontró a Coop en el tercer establo, sentado en un taburete mientras vendaba la pata derecha de un castrado color castaño. —¿Está bien? Coop asintió sin dejar de trabajar con gestos seguros y competentes. —No es más que una torcedura sin importancia. —Tenía cosas que hacer en el pueblo, y al ver tu camioneta he decidido traerte esto. Te lo dejo fuera, encima del banco. —Vale. He llamado a un contacto que tengo en el negocio. Me gusta su sistema, y me haría un descuento. Le dio el nombre del sistema. —Es uno de los que tengo en la carpeta. —Es bueno. Si decides comprarlo, nos dará el contacto del comercial más próximo. Los técnicos vendrán para ayudarte a diseñarlo e instalarlo. —De acuerdo, pues no se hable más. —Le llamaré en cuanto termine y le diré que se ponga en contacto conmigo. —Te lo agradezco. También te he traído una carta oficial de agradecimiento del refugio por tu generosa donación. Puede que la contable quiera conservarla. Y Farley pasará la noche en el complejo. Coop alzó la mirada. —Vale. —No te entretengo más. Página 198 —Lil, tenemos que hablar de muchas otras cosas. —Supongo que sí, tarde o temprano. Lil se levantó en plena madrugada para despedir a Tansy y Farley. El humor radiante de Farley la hizo sonreír pese a las miradas fulminantes que le lanzaba Tansy. —Intentad evitar que os pongan una multa, sobre todo a la vuelta. —No te preocupes. —Y llamadme cuando lleguéis o si tenéis algún problema o… —A lo mejor deberías recordarme que no me deje las llaves puestas y que mastique bien la comida antes de tragármela. Lil le pinchó la barriga con el dedo. —No corráis… demasiado y llamadme. Es todo cuanto tengo que decir. —Pues vámonos. ¿Lista, Tansy? —Sí —asintió ella con una brusca inclinación de cabeza. Farley sonrió a Lil y le guiñó un ojo. Conociéndolos, Lil habría apostado lo que fuera a que la frialdad de Tansy se disiparía en menos de cien kilómetros. Agitó la mano a modo de saludo y escuchó el sonido cada vez más tenue del motor mientras el camión se alejaba hacia la carretera principal. De repente se le ocurrió que por primera vez desde que ella y Coop salieron a rastrear estaba completamente sola en el complejo. Durante un par de horas más o menos, lo tendría para ella y nadie más. —Estamos solos, chicos —musitó. Oyó el rugido de la vieja leona, que a menudo se manifestaba justo antes del amanecer. En aquel santuario, los animales salvajes siempre estaban despiertos. Y eran suyos, pensó, en la medida en que podían ser de alguien. Alzó la mirada, contenta al ver que el firmamento estaba salpicado de estrellas. El aire era crujiente como una manzana, las estrellas brillaban como diamantes, y el rugido de Boris coreó el de Sheba. En aquel instante, nada podría haberla hecho más feliz. Una mujer sensata habría vuelto a la cama para dormir una hora más, o al menos habría entrado en la cabaña para tomarse otro café y quizá desayunar tranquilamente. Pero Lil no quería cama ni el calor de la cabaña. Quería disfrutar de la noche, las estrellas, los animales y aquel breve interludio de soledad. Página 199 Entró un momento para prepararse un termo de café, cogió la linterna y se guardó el móvil en el bolsillo por la fuerza de la costumbre. Pasearía por sus tierras, pensó, por su hogar. Deambularía por los senderos entre las jaulas antes de que saliera el sol, antes de que otros volvieran a compartir el lugar con ella. En cuanto cruzó el umbral, un pitido repentino y estridente la hizo detenerse en seco. La alarma de la puerta de una jaula, pensó con el pulso acelerado. El café salpicó cuando lo dejó caer para bajar los escalones y correr hacia la otra cabaña. —¿Cuál es? ¿Cuál es? Conectó el ordenador de Lucius sin detenerse y cogió una pistola de dardos tranquilizantes y algunos dardos adicionales del centro médico. Temerosa de lo que pudiera encontrar… o no encontrar… se guardó varios dardos en el bolsillo. Encendió las luces del sendero y las de emergencia antes de correr hacia el ordenador para solicitar una comprobación de cámaras. —Podría tratarse de un error, podría no ser nada. Podría… Dios mío. La jaula del tigre estaba abierta de par en par. Bajo el deslumbrante haz de luz amarilla de los dispositivos de emergencia, Lil vio un reguero de sangre que recorría el camino hasta perderse entre la maleza. Y la sombra del felino, el destello de sus ojos en la oscuridad. Vamos, deprisa, se ordenó. Si esperaba más podía perderlo. A pesar de su edad, el tigre podía desplazarse deprisa y lejos. Al otro lado del valle, a las colinas, al bosque, donde había gente, excursionistas, granjeros, campistas… Ya. Contuvo el aliento como si estuviera a punto de zambullirse en el agua y salió de la cabaña. La soledad, tan atractiva hacía tan solo unos instantes, le producía ahora estremecimientos de temor. Un temor que palpitaba en el aire al ritmo de su corazón y se le clavaba en la garganta como pequeñas agujas maléficas a cada respiración. El pitido incesante de la alarma alteró a los demás animales, y el mundo no tardó en llenarse de rugidos, aullidos y alaridos. Se dijo que aquello contribuiría a sofocar el ruido de sus pasos. El tigre la conocía, pero eso carecía de importancia. Era un animal salvaje y peligroso, más aún fuera de la jaula y rastreando sangre. Además, la sangre significaba que el tigre no era el único depredador que podía atacarla. Sabía que alguien podría estar acechándola mientras ella acechaba al felino. Página 200 Tuvo que desterrar el miedo y obligarse a hacer caso omiso de la sangre que le rugía en los oídos, el latido desbocado de su corazón y el sudor que resbalaba por su espalda. Su cometido, su responsabilidad, consistía en inmovilizar al tigre. Deprisa y con eficacia. Recurrió a todos sus instintos, a todas las horas de experiencia y formación acumuladas. Conocía el terreno; de hecho, lo conocía mejor que su presa. Se obligó a avanzar con lentitud, a actuar con cautela, a escuchar. Cambió de rumbo. Por aquel camino tardaría más pero tendría el viento a favor. Si, tal como creía, el tigre estaba ocupado con el cebo que lo había sacado de la jaula, aquella ruta y el ruido que haría constituirían una ventaja. Avanzaba por detrás de las luces, desapareciendo entre las sombras para volver a surgir de ellas, calibrando el terreno, la distancia, alejando de su mente todo cuanto no fuera alcanzar al tigre inmovilizarlo. Entre los ruidos procedentes de las jaulas oyó un sonido que conocía bien. Colmillos y garras destrozando un pedazo de carne, el crujido de huesos y el gruñido sordo que el felino emitía al desgarrar la carne. El sudor le resbalaba ahora por las sienes y los costados mientras seguía avanzando. El tigre estaba tendido, inmerso en el festín. Para tenerlo a tiro y poder dispararle un dardo en un músculo grande, Lil tendría que salir a campo abierto, donde quedaría en su línea de visión. Cogió la pistola de dardos, se desplazó hacia un lado y surgió de entre los árboles a apenas dos metros del animal. El tigre alzó la cabeza y gruñó. La sangre del alce casi descuartizado le manchaba el hocico y le goteaba de los colmillos. Aquellos ojos dorados la observaban con expresión fiera. Lil disparó, lo alcanzó detrás del hombro y se preparó para volver a disparar cuando el tigre lanzó un rugido de rabia. El animal se retorció en el intento de sacarse el dardo. Lil retrocedió un paso y luego otro, probando la solidez del suelo antes de apoyar todo el peso. El animal no dejó de observarla mientras bajaba la cabeza hacia la carne ensangrentada. Lil contaba mentalmente y escuchaba el trueno que retumbaba en la garganta del tigre. El miedo la impulsaba a correr, pero sabía que si echaba a correr, estimularía el instinto de caza y ataque del tigre. Así que muy despacio, con los músculos temblorosos, siguió retrocediendo. Tengo que llegar a su jaula, pensó sin dejar de contar los segundos, y cerrar la puerta. Dentro estaría demasiado lejos para poder dispararle otra vez, pero quizá bastaría para permanecer a cubierto hasta que el narcótico hiciera efecto. Página 201 O para dispararle por segunda vez si la atacaba. Debería caer, debería estar a punto de desmayarse. Maldita sea, desmáyate ya. No me obligues a dispararte otra dosis. Lil oyó el siseo entrecortado de su propia respiración mientras el tigre volvía a gruñirle; apoyó de nuevo un dedo tembloroso en el gatillo cuando se preparaba para abalanzarse sobre ella. El terror la acometió en un destello cegador y helado. No conseguiría llegar hasta la jaula. Pero cuando el tigre se disponía a saltar, las patas se le doblaron. Lil retrocedió otros dos pasos, manteniendo las distancias, visualizando la jaula mientras el tigre se tambaleaba. Por fin se desplomó y el fiero destello de sus ojos se apagó. Lil siguió apuntándolo con la pistola mientras cambiaba de posición y retrocedía hacía las sombras y la protección de los árboles. No se metería en la jaula. El tigre ya no representaba ninguna amenaza. Nada se movía. Las aves nocturnas habían enmudecido y las diurnas aún no cantaban. Lil percibió el olor a animal, a sangre y a su propio sudor. Rezaba por que el otro cazador se hubiera marchado. Pese a que estaba agazapada para constituir un blanco más pequeño, sabía que si el hombre andaba cerca, ella era vulnerable. Pero ni podía ni quería dejar solo al tigre indefenso. Con la mano libre metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil. Siguiendo de nuevo su instinto, llamó a Coop. —Sí. —Alguien ha entrado. Necesito que vengas lo antes posible. No llames a mis padres. —¿Estás herida? —No, lo tengo todo bajo control, pero necesito que vengas. —Un cuarto de hora —dijo Coop antes de colgar. Acto seguido, Lil llamó al sheriff y luego fue a ver al felino. Tras comprobar que respiraba con normalidad, salió de nuevo a la zona iluminada, enfiló el camino, examinó la puerta de la jaula, el candado roto y el cebo. Oyó un ruido que la hizo girar sobre sus talones y escudriñar el camino, la maleza, los árboles. Al cabo de un instante comprendió que el ruido era su propia respiración jadeante y entrecortada, y que la mano que sostenía la pistola tranquilizante le temblaba violentamente. —Vale, vale. Menos mal que he esperado a terminar para desmoronarme. Dobló la cintura y apoyó las manos sobre las rodillas en un intento de recobrar el aliento. Incluso las piernas le temblaban, advirtió, y al mirar el Página 202 reloj comprobó con sorpresa que solo habían transcurrido dieciséis minutos desde que había saltado la alarma. Minutos, no horas ni días. Tan solo un puñado de minutos. Se obligó a erguirse. Quienquiera que hubiera roto el candado y colocado el cebo para sacar al tigre sin duda se había marchado. Era lo más lógico. Si se había quedado a mirar, la habría visto inmovilizar al tigre y hacer las llamadas. Si era inteligente, y lo era, sabría que Lil había pedido ayuda, que había llamado a la policía, por lo que habría querido alejarse lo máximo posible antes de que llegaran. De vuelta a su guarida. —¡Aléjate de lo que es mío! —exclamó más por furia que con la intención de que el tirador la oyera—. Te encontraré. Juro por dios que te encontraré. Recorrió el camino, comprobó las jaulas cercanas y contó los minutos. Transcurridos otros diez, decidió correr el riesgo de dejar solo al tigre inconsciente. Corrió de vuelta al complejo, entró en el cobertizo de las herramientas y cargó el arnés en uno de los carritos. Cuando salía en marcha atrás oyó el ruido de la camioneta en la carretera. Se apeó de un salto y agitó los brazos hacia Coop cuando los faros la alumbraron. —Tengo que darme prisa. Te lo explicaré por el camino. Sube. Coop no perdió el tiempo ni hizo preguntas hasta que los dos estuvieron sentados en el carrito, camino de las jaulas. —¿Qué ha pasado? —inquirió por fin. —Alguien ha entrado, ha roto el candado de la jaula del tigre y lo ha sacado utilizando un cebo. Está bien; lo he dormido. —¿Que el tigre está bien? —Sí. Ahora mismo la máxima prioridad es meterlo otra vez en la jaula y asegurar la puerta. He llamado a Willy, pero no quiero hablar ni de los porqués ni de los comos. Quiero haber metido al tigre en la jaula antes de que lleguen los estudiantes, si eso es posible. No quiero tener que enfrentarme a un montón de universitarios acojonados. —Detuvo el carrito y se apeó—. No puedo trasladarlo sola; pesa casi doscientos cincuenta kilos. Le pondré el arnés y luego acercaremos el carrito todo lo que podamos. Entre los dos tendríamos que ser capaces de levantarlo. —¿Cuánto tiempo estará inconsciente? —Unas cuatro horas. Le he puesto una dosis bastante fuerte. Coop, será más fácil contárselo a los estudiantes si el tigre está en una jaula que si llegan y ven esto. Página 203 Coop se volvió como ella hacía los restos del joven alce y la sangre que manchaba el hocico del tigre. —Pues venga, hagámoslo. Pero luego quiero hablar contigo de varias cosas, Lil. Empezaron a deslizar el arnés alrededor del tigre inconsciente. —Seguro que nunca habías imaginado que algún día harías algo así. —Hay muchas cosas que nunca había imaginado. Voy a buscar el carrito. Coop dio marcha atrás sobre las plantas que flanqueaban el extremo del camino y sobre la grava y se adentró en la maleza. —Podríamos enganchar el arnés al carrito y arrastrarlo. —No pienso arrastrarlo. —Lil comprobó la respiración y las pupilas del tigre—. Es viejo, y el terreno es muy desigual. El pobre no ha hecho nada malo y no quiero hacerle daño. No es la primera vez que utilizamos este método para trasladar un animal al centro médico, pero hacen falta dos personas. Con tres o cuatro sería mucho más fácil, añadió mentalmente. —Los tigres son los más grandes de los cuatro grandes felinos — prosiguió mientras enganchaba los cables al arnés—. Es siberiano, una especie protegida. Tiene doce años y pasó unos cuantos en el circo y también en un zoo de segunda. Estaba enfermo cuando lo fuimos a buscar hace cuatro años. Vale… ¿Estás seguro de que el freno de mano está puesto? —No soy imbécil. —Perdona. Haz girar esta polea mientras yo hago girar la otra. Intenta que suba recto, Coop. Cuando esté arriba, podré meterlo en el carrito. ¿Preparado? Cuando Coop asintió, ambos comenzaron a girar la manivela de la polea. Mientras el arnés ascendía, Lil seguía el procedimiento con mirada atenta para cerciorarse de que el felino estaba a salvo y el arnés aguantaba. —Un poco más, solo un poco. Voy a bloquear mi lado y a tirar de él. Necesito que me des un poco más de margen. Eso es, eso es —masculló mientras guiaba el arnés sobre el carrito—. Baja un poco tu lado, Coop, unos cuantos centímetros. La operación requirió tiempo y destreza, pero al final consiguieron cargar al tigre en el carrito y devolverlo a la jaula. Los primeros atisbos del alba aparecían en el cielo cuando dejaron al animal delante de su guarida. —Respira bien y tiene las pupilas reactivas —constató Lil tras agacharse para realizar otra exploración rápida—. Quiero que Matt le haga un chequeo completo; puede que ese tipo adulterara el cebo. —Necesitas un candado nuevo, Lil. Página 204 —He cogido uno del cobertizo de las herramientas. Lo llevo en el bolsillo; de momento servirá. —Vamos. —Sí, ya voy. Lil acarició la cabeza del tigre, deslizó la mano hacia el flanco y por fin se levantó. Una vez fuera de la jaula, pasó el candado nuevo por la cadena que aseguraba la puerta. —Los estudiantes y el personal están a punto de llegar. Y seguro que la policía también. Necesito un café como agua de mayo. Café y un momento de respiro. Coop guardó silencio mientras Lil aparcaba el carrito en el cobertizo. Cuando se dirigían hacia la cabaña, alzó la mirada hacia los faros que se acercaban por la carretera. —Me parece que te vas a quedar sin ese respiro. —Pero sigo necesitando un café, una decisión mucho más inteligente que el trago de whisky que me apetece en realidad. ¿Has cerrado la verja? —No, no era una de mis prioridades. —Entiendo. Creo que son los agentes de la ley y el orden —señaló con un asomo de sonrisa—. ¿Me haces otro favor? ¿Puedes esperar con ellos mientras voy a buscar el café? Traeré otro para ti. —Date prisa. Qué curioso, pensó Lil de pie en la cocina. Las manos le temblaban otra vez. Se echó agua fría en el fregadero antes de llenar las tazas térmicas de café solo. Cuando volvió a salir, Coop estaba junto a Wílly y dos ayudantes. —¿Estás bien, Lil? —quiso saber Willy. —Ahora mejor, pero joder, Willy, ese hijo de puta debe de estar loco. Si el tigre se hubiera marchado, si se hubiera alejado de mí… Vete tú a saber… —Tengo que echar un vistazo. ¿A qué hora saltó la alarma? —Sobre las cinco y cuarto. Miré el reloj justo antes de salir de la cabaña, y saltó cuando aún estaba en el porche. —Los acompañó un trecho, caminando a la cabeza del grupo—. Tansy y Farley han salido a las cinco en punto, quizá uno o dos minutos más tarde. Tansy estaba impaciente por ponerse en marcha. —¿Estás segura de eso? Eran sobre las cinco y media cuando me has llamado, y para entonces ya habías inmovilizado al tigre. —Estoy segura. Sabía dónde encontrarlo porque encendí el ordenador para comprobar las cámaras cuando entré para coger la pistola tranquilizante. Página 205 Vi la jaula abierta y el tigre, así que sabía adónde ir. He tardado poco, aunque se me ha hecho eterno. —¿Y en ningún momento se te ha pasado por la cabeza llamarme primero? —espetó Willy. —Tenía que darme prisa. No podía esperar y arriesgarme a que el tigre escapara. Si hubiera salido del recinto… Se desplazan muy deprisa cuando se lo proponen, y para cuando hubieras llegado… Tenía que inmovilizarlo lo antes posible. —Aun así, Lil, si vuelve a pasar algo, quiero que me llames antes de hacer nada. Y Coop, creía que sabías que no hay que ir pisoteando la escena del crimen. —Tienes razón. Willy resopló. —Esto tendría más gracia si protestaras un poco. —Willy se detuvo antes de enfilar el camino ensangrentado—. Saca algunas fotos —ordenó a uno de sus ayudantes—. Y también del candado roto. —Lo he dejado donde estaba —explicó Lil—. Y he procurado pisar las huellas lo menos posible. No hemos tocado el cebo. El tigre solo llevaba fuera unos diez minutos cuando lo alcancé, pero por lo que vi ya lo tenía casi destrozado. Era un alce pequeño. —Haz el favor de quedarte aquí —ordenó Willy antes de llamar por señas a sus hombres y adentrarse en la maleza siguiendo las huellas del carrito. —Está un poco cabreado —suspiró Lil—. Y supongo que tú también. —Lo has adivinado. —He hecho exactamente lo que creía que debía hacer y sigo convencida de lo mismo. Es más, lo sé. Pero… Ahí llegan los estudiantes —cambió de tema al oír ruido de motores—. Tengo que ir a hablar con ellos. Te agradezco que hayas venido tan deprisa, Coop. Te agradezco todo lo que has hecho. —Ya veremos lo agradecida que estás cuando tú y yo hayamos terminado con esto. Me quedaré aquí para esperar a Willy. —Vale. He lidiado con un tigre suelto, se dijo Lil. Sin duda podré lidiar con un hombre cabreado. A las siete y media de la mañana, Lil se sentía como al final de un día agotador. La reunión de personal le había dejado una buena jaqueca y un montón de estudiantes inquietos. No le cabía duda de que, de no ser porque Página 206 estaba a punto de terminar el semestre, algunos se habrían marchado. Si bien quería ayudar a Matt en el chequeo de Boris y los análisis, asignó la tarea a varios estudiantes. El trabajo los mantendría ocupados y centrados. Además, reforzaría la sensación de que todo estaba bajo control. Encomendó a otros estudiantes la tarea de ayudar en la construcción de la jaula provisional, convencida de que muchos pares de ojos se pasarían el día observando con nerviosismo las jaulas. —Seguro que algunos llaman mañana para decir que están enfermos — apostó Lucius cuando Lil y él se quedaron a solas. —Sí, y los que lo hagan nunca trabajarán sobre el terreno. Podrán dedicarse a la investigación, al laboratorio, a la docencia, pero no al trabajo de campo. Lucius alzó la mirada con una sonrisa tímida. —¿Y tú tienes previsto estar enfermo mañana? —No, pero yo me paso medía vida aquí, y te garantizo que no habría salido armado con dardos tranquilizantes en busca de un tigre siberiano suelto. Debías de estar cagada de miedo, Lil. En la reunión lo has contado todo como si fuera lo más normal del mundo, pero venga ya… a mí me lo puedes contar. —Cagada de miedo, en efecto —admitió ella—. Pero más me asustaba la idea de no poder inmovilizarlo y trasladarlo de vuelta a la jaula. Dios mío, Lucius, la que podría haber armado si se hubiera escapado. Nunca habría podido superar eso. —No lo has soltado tú, Lil. Da igual, pensó ella al salir de la oficina. Aquella mañana había aprendido una lección vital. Costara lo que costase, se haría con el mejor sistema de seguridad del mercado y lo antes posible. Se cruzó con Willy y Coop cuando volvían de lo que sin duda consideraban la escena del crimen. —Hemos recogido lo que queda del cadáver y le haremos pruebas para averiguar si estaba adulterado —anunció Willy—. He enviado a mis hombres a seguir las huellas. Y traeré refuerzos. —Perfecto. —Necesitaré que los dos prestéis declaración —dijo a Coop—. ¿Podemos hablar en tu casa, Lil? —De acuerdo. Cuando se sentaron alrededor de la mesa de la cocina ante sendas tazas de café, Lil expuso lo sucedido hasta el último detalle. Página 207 —¿Quién sabía que estarías aquí sola en cuanto Farley se marchara? —No lo sé, Willy. Supongo que corrió la voz de que acompañaría a Tansy a Montana esta mañana. Tuve que hacer los preparativos del viaje y no los hice en secreto. Pero no sé si eso tiene importancia. Aunque Farley hubiera estado aquí, habría pasado lo mismo. Solo que no tendría que haber llamado a Coop para que me ayudara a encerrar a Boris de nuevo en su jaula. —La cuestión es que la puerta de la jaula se abrió unos minutos después de que Farley y Tansy se fueran y casi dos horas antes de que empezaran a llegar tus empleados. Puede que sea una casualidad, o puede que alguien te vigile. Lil había llegado exactamente a la misma conclusión. —Debe de saber que tenemos alarmas en las jaulas y que las mantenemos activadas a menos que entremos en ellas para trabajar. De lo contrario habría sido lo más fácil del mundo abrir la puerta y sacar a Boris con ayuda del cebo. Habríamos tardado como mínimo dos horas en darnos cuenta, y para entonces Boris podría haberse alejado mucho, o habría vuelto a entrar en la guarida. En su hogar. Si yo no lo sé a ciencia cierta, y llevo tiempo trabajando con él y se supone que soy una experta, tampoco podía saberlo el que lo ha hecho. —Llevas trabajando aquí unos cinco años —dijo Willy—. En todo este tiempo, nunca me has avisado de que alguien intentara dejar salir a uno de los animales. —Es que nunca había pasado nada parecido. No digo que sea casualidad, solo que tal vez la intención era soltar a uno de los grandes felinos y causar estragos. Willy asintió, seguro de que Lil lo había comprendido. —Voy a coordinar una partida de búsqueda con los del parque nacional. Como sheriff no puedo decirte lo que debes hacer, Lil, pero como amigo te digo que no te quiero aquí sola. Ni siquiera durante una hora. —No lo estará —aseguró Coop. —No voy a discutíroslo. No tengo intención de que nadie, yo incluida, se quede aquí solo hasta que ese hombre esté entre rejas. Esta misma mañana llamaré a la empresa de seguridad y encargaré el mejor sistema posible. Willy, mis padres viven a poco más de un kilómetro de aquí. Te aseguro que no pienso correr el riesgo de que esto se repita. —Te creo. Pero tú estás a menos de un kilómetro de esas jaulas, y resulta que te tengo cariño. A los dieciséis años estaba coladito por ella —explicó a Coop—. Si alguna vez le cuentas a mi mujer que he dicho esto, te desuello vivo. —Se levantó—. He echado un buen vistazo a todo. Las jaulas están bien Página 208 cerradas. No voy a clausurar el refugio. Podría hacerlo —añadió cuando Lil emitió un gemido ahogado—. Y tú podrías intentar impugnar mi decisión, y entonces acabaríamos en bandos contrarios. Quiero que llames a una empresa de seguridad y quiero que me mantengas informado. Te repito que te tengo cariño, pero también tengo mucha gente a la que proteger. —Entendido. No he quebrantado ni una sola ordenanza ni medida de seguridad desde que trajimos al primero felino. —Lo sé, guapa, lo sé. Y yo traigo a mis hijos aquí dos o tres veces al año. Y quiero seguir trayéndolos —afirmó antes de darle una palmadita informal y afectuosa en la cabeza—. Me voy. Y recuerda que, a partir de ahora, si pasa algo, primero me llamas a mí. Lil permaneció sentada con gesto enfurruñado. —Supongo que ahora me vas a machacar tú —espetó cuando se quedó a solas con Coop. —Deberías haberte quedado en la cabaña a esperar ayuda. Dos personas con pistolas tranquilizantes siempre son más útiles que una sola. Y ahora me dirás que no podías esperar. —Es que no podía. ¿Qué sabes de los tigres como especie y de los siberianos como subespecie? —Que son grandes, que tienen rayas y supongo que vienen de Siberia. —De hecho, el nombre correcto de esta subespecie es tigre de Amur, pero comúnmente se los llama siberianos, y el nombre llama a engaño porque viven en las regiones más orientales de Rusia. —Gracias, ahora lo tengo todo mucho más claro. —Solo quiero que lo entiendas. Es un animal celosísimo de su territorio. Acecha y tiende emboscadas, y puede alcanzar velocidades de hasta sesenta kilómetros por hora. —Lil respiró hondo y exhaló muy despacio; la idea aún la alteraba—. Incluso un ejemplar tan viejo como Boris puede correr como una flecha cuando se lo propone. Son fuertes y capaces de salvar una valla de metro ochenta llevando en la boca una presa de unos cincuenta kilos. Los humanos no son sus presas habituales, pero, según los informes más fiables, los tigres matan a más humanos que ningún otro felino. —Pues no haces más que darme la razón, Lil. —No, no, escúchame —insistió ella, pasándose las manos por el cabello —. La mayor parte de los devoradores de hombres son viejos, como Boris, y a menudo van por el hombre porque es más fácil de abatir que una presa grande. Los tigres son solitarios y furtivos, como casi todos los felinos, y si les apetece carne humana, cazan en zonas muy poco pobladas. Gracias a su Página 209 envergadura y a su fuerza, son capaces de matar a una presa de menor tamaño al instante. Desesperada por hacérselo entender, Lil le oprimió la mano sobre la mesa. —Si hubiera esperado, Boris podría haberse alejado varios kilómetros o ido al jardín de mis padres. O a los pastos de tus abuelos. Podría haber ido a merodear por la zona donde los hijos de los Silverson cogen el autobús escolar. Y eso mientras yo me quedaba aquí dentro, esperando a que alguien viniera a ayudarme. —No tendrías que haber esperado de no haber estado sola. —¿Quieres que reconozca que he subestimado a ese cabrón? Vale, lo reconozco —exclamó con una expresión de disculpa y pasión en los ojos—. Me he equivocado. He cometido un error espantoso que podría haber costado vidas. No esperaba algo así. Maldita sea, Coop, ¿acaso tú lo esperabas? Sabes muy bien que había tomado precauciones; me tomé la molestia de venir a hablarte de los sistemas de seguridad que había buscado. —Cierto, cuando viniste a dejarme muy claro que Farley pasaba la noche en el refugio y por tanto no me necesitabas. Lil sintió que el pulso se le aceleraba y bajó la mirada. —Lo más lógico era que Farley pasara la noche aquí si iban a salir esta mañana a primera hora. —No me vengas con chorradas, Lil. ¿De verdad crees que me importa más llevarte a la cama que tu seguridad? —No, claro que no lo creo —aseguró Lil, mirándolo de hito en hito—. No lo creo, Coop. Te he llamado. Te he llamado incluso antes de llamar a Willy. —Porque yo estaba más cerca, más a mano, y además no querías asustar a tus padres. Lil detectó la amargura en su voz; no podía echárselo en cara. —Cierto, pero también porque sabía que podía contar contigo. Sabía sin duda alguna que podía contar con que vinieras a ayudarme. —Y puedes contar con ello. Y para asegurarme de que no lo olvidas, vamos a olvidarnos del sexo. —¿Y eso? —¿Y eso? ¿Acaso lo lamentas? Parte del enfado, al menos sus aristas más afiladas, desapareció de los ojos de Coop cuando se quedó mirándola sacudiendo la cabeza. —Sí… Quiero decir no. Es que no sé a qué te refieres. —Muy sencillo. Me refiero a que el sexo ya no forma parte de la ecuación. No te tocaré. No intentaré convencerte. Pasaré aquí todas las Página 210 noches, y si no puedo venir yo, enviaré a alguien en mi lugar. Tengo que irme —anunció al tiempo que se levantaba—. Será mejor que hables con tus padres antes de que alguien se te adelante. Página 211 15 P odía haberla abatido con la misma facilidad que a la cría de alce. Apuntar y disparar. El tigre habría ido por ella entonces, sí señor. Un disparo en la pierna, fantaseó. No un disparo a matar, sino solo para derribarla. ¿Habría cambiado el tigre el alce por la mujer? Habría apostado algo a que sí. Y menudo espectáculo habría sido. Pero ese no era el juego al que quería jugar. Además, había sido tan interesante y entretenido observarla… Lo había sorprendido, debía reconocerlo, pese a lo que sabía de ella. Lo que había observado de ella. No había esperado que actuara con tanta rapidez y decisión, que acechara al tigre con tanta habilidad. La había dejado a ella, vida o muerte, y el resto del juego en manos del destino. Y del tigre. Lil había demostrado valor, lo cual admiraba, y sangre fría. Aunque solo fuera por eso, aquellas cualidades y el interés que despertaba en él eran lo que le permitían seguir con vida de momento. Casi todas las demás a las que había cazado habían sido presas patéticamente fáciles. De hecho, en realidad la primera había sido un accidente, un impulso, fruto de las circunstancias. Pero aquel episodio lo había marcado, le había proporcionado unas aspiraciones que nunca había sentido y un medio para honrar a sus ancestros. Había encontrado la vida a través de la muerte. Ahora, la última fase de la cacería subía bastante las apuestas. Qué excitante. Cuando llegara el momento, Lil opondría una resistencia muy satisfactoria, de eso no había duda. Mucho más satisfactoria que esos dos policías seudorrurales que pateaban el bosque en pos de sus huellas. También podría abatirlos a ellos. Sería tan fácil… Había dado media vuelta para rodearlos y observarlos como quien observa un ciervo que se ha apartado de la manada. Podía abatirlos a ambos y poner mucha tierra de por medio antes de que alguien se diera cuenta. Se sintió tentado. Los examinó a ambos a través de la mira del rifle que llevaba ese día y emitió con la boca sonidos que emulaban disparos. No sería la primera vez que mataba a un hombre, pero prefería a las hembras. Página 212 En casi todas las especies, las hembras eran cazadoras más fieras. Los dejó vivir, sobre todo porque dos policías muertos atraerían a muchos otros, lo cual podía acabar estropeando la cacería. No quería descentrarse ni verse obligado a abandonar su territorio antes de haber acabado. Paciencia, se recordó antes de alejarse con tanto sigilo como una sombra se aleja del sol. Contarles lo sucedido a sus padres y apaciguar sus temores, o al menos intentarlo, dejó exhausta a Lil. Cuando llamó a la empresa de seguridad desde la cocina de sus padres en un intento de calmar las aguas, la recepcionista la pasó de inmediato con el jefe. Diez minutos después, colgó y se volvió hacia sus padres. —¿Lo habéis oído? —Alguien vendrá para ayudarte con el sistema de seguridad. —Pero no un empleado cualquiera —puntualizó Lil—, sino el jefe en persona. Esperaba mi llamada porque Coop lo ha llamado hace media hora para contárselo todo. Hoy mismo coge un avión; llegará por la tarde. —¿Y cuándo podrán instalar lo que necesitas? —quiso saber su madre. —No lo sé, hoy lo averiguaremos. Entretanto, hay un montón de policías y forestales buscando a ese tipo. Tendré cuidado y os prometo que no volveré a quedarme sola en el complejo. Ni siquiera diez minutos. Lo siento. Siento mucho no haber considerado la posibilidad de que hiciera algo así. Creía que tal vez intentaba hacer daño a algún animal, pero nunca pensé que se arriesgaría a soltar uno. Tengo que volver al refugio. Los estudiantes y los empleados deben verme allí, ocupada en las tareas cotidianas. —Ve con ella, Joe. —Mamá… Jenna la miró con una expresión que la hizo enmudecer de golpe. —Mira, Lillian, hace mucho tiempo que no te digo lo que debes hacer, pero ahora lo haré. Tu padre irá contigo y se quedará contigo hasta asegurarse de que yo sé que estás lo más a salvo posible. Y es mi última palabra. —Es que… Ya os he robado a Farley dos días. —Soy perfectamente capaz de ocuparme de la granja. He dicho que es mi última palabra. Mírame. —Entornó los ojos llameantes y se señaló la barbilla —. Esta es la cara que pongo cuando digo mi última palabra. —Vámonos, Lil. Cuando tu madre dice la última palabra, no hay discusión posible, lo sabes tan bien como yo. —Joe se inclinó para besar a su Página 213 mujer—. No te preocupes. —Ahora me preocuparé un poco menos. Lil desistió, espero a que su padre cogiera el chaquetón y guardó silencio mientras él sacaba el rifle del estuche donde lo guardaba. Luego se puso al volante de la camioneta y lo miró de soslayo antes de arrancar. —¿Cómo es que no me has acompañado en todas mis expediciones? ¿Acaso estuviste conmigo en Nepal? Sabes muy bien que he rastreado tigres en libertad para programas de identificación. —Pero allí nadie intentaba que el tigre te rastreara a ti, ¿verdad? —Vale, tienes razón. En fin, me vendrá bien que eches una mano en la construcción de la nueva jaula. —Lil resopló, se puso las gafas de sol y cruzó los brazos—. No creas que la comida te va salir gratis. —Ya hablaremos de la comida a mediodía. Si estoy trabajando más vale que me lleves un bocadillo. Lil lanzó una carcajada y alargó la mano hacia él. Joe se la cogió y se la apretó con cariño. Coop ayudó a equipar a un grupo de ocho hombres para una excursión de tres días. El grupo, procedente de Fargo, había organizado la excursión como despedida de soltero. Un poco más original que los típicos clubes de striptease, se dijo Coop. Los ocho tipos se tomaban el pelo constantemente, como hacen los viejos amigos, y llevaban cerveza suficiente para nadar en ella. Puesto que los caballos eran de Coop, este examinó su material de camping, los equipos y los suministros para asegurarse de que todo estaba en orden. En compañía de Gull, los siguió con la mirada mientras trotaban hacia el sendero y se preguntó cómo habrían reaccionado si les hubiera mencionado que podía haber un psicópata merodeando el monte. Sospechaba que habrían salido de todos modos, y experimentó cierto alivio al pensar que la excursión los mantendría alejados del refugio. —Estarán bien —le aseguró Gull—. Ese Jake ha venido cada año en los seis años que llevo trabajando en la hípica con tu padre. Sabe lo que hace. —Esta noche pillarán una de campeonato. —Sííííí —asintió Gull, imitando el acento de los excursionistas—, seguro que sííííí. La verdad es que nos vendrían de perlas más grupos así. —Gull siguió a los hombres con la mirada por debajo del ala de su gastado sombrero marrón—. Ahora que llega la primavera, seguro que vendrán más. Página 214 —Puede que la primavera esté a punto de llegar, pero a esos tipos se les congelará la polla cuando salgan a mear toda esa cerveza esta noche. —Tienes razón —sonrió Gull—. Espero que al novio se le descongele antes de la luna de miel. Bueno, jefe, tengo una salida dentro de una hora. Es una familia. El padre debe de pesar ciento cuarenta kilos, así que he pensado dejarle a Sasquash. —Perfecto. ¿Tienes planes para esta noche, Gull? —No. —Gull sonrió de oreja a oreja y le guiñó un ojo—. ¿Me estás pidiendo una cita, jefe? —Soy demasiado tímido —dijo Coop; Gull se rio—. Lil ha tenido problemas en el refugio. —Eso me han dicho. —Le iría bien un poco de ayuda, si es que no te importa que se congele la polla. Gull se palmeó la entrepierna con suavidad. —Las pollas de Dakota del Sur no se congelan tan fácilmente como las de los borrachos de Fargo. —Debe de ser por todas las pajas que se hacen —aventuró Coop, y Gull lanzó otra carcajada—. ¿Puedes hacer guardia esta noche de dos a seis? —Claro, no hay problema. ¿Necesitas a alguien más? Sin vacilación alguna, pensó Coop. Sin quejas. —Me iría bien contar con otros dos hombres capaces de no pegarse un tiro ni pegárselo a otro. —Veré lo que encuentro. Y ahora será mejor que me ocupe de la comida de los clientes. —Les tomaré los datos cuando lleguen. Cuando se separaron, Coop se dirigió a la parte delantera de la oficina. El viejo escritorio daba a la ventana, proporcionándole una panorámica de Deadwood que a buen seguro poco tenía que ver con lo que Calamity Jane y Wild Bill habían visto en su época. Aun así, el pueblo conservaba cierto sabor del Oeste, con sus toldos, su arquitectura y sus farolas anticuadas. Cierto ambiente, pensó Coop mientras contemplaba la población, que se extendía hacia las laderas de las colinas. Los vaqueros se mezclaban con los turistas, los bares se codeaban con las tiendas de recuerdos. Y, si te apetecía jugar, podías encontrar una partida de póquer o de blackjack a cualquier hora del día o de la noche. Aunque los propietarios de los establecimientos con toda probabilidad no asesinaban a los jugadores en las trastiendas ni los arrojaban a los cerdos. Página 215 El progreso. Se ocupó del papeleo, los formularios y los documentos de renuncia. Así cuando la familia iniciara su excursión podría dedicar un rato a sus cosas. Sacó un ginger ale de la nevera; aquella mañana ya había abusado del café. Por delante de la oficina pasaba gente, y algunos sin duda miraban dentro. En tal caso verían a un hombre ocupado en sus asuntos, tecleando en un ordenador que, en opinión de Coop, necesitaba desesperadamente un relevo. Abrió el expediente de Lil. Tal vez ya no fuera investigador, pero eso no significaba que ya no supiera investigar. Habría preferido saber a ciencia cierta que su lista de personal, estudiantes en prácticas y voluntarios estaba completa, pero de momento tenía suficiente para mantenerse ocupado. Los empleados presentes y pasados no habían arrojado ningún resultado, Con toda probabilidad, ahora sabía más de ellos de lo que querrían, pero es que sabía más de mucha gente de lo que la mayoría querría. Si bien Jean-Paul no había formado parte oficialmente del personal, Coop lo había investigado. Las relaciones rotas eran autenticas placas de Petri esperando el caldo de cultivo adecuado para crear problemas. Sabía que el francés se había casado y divorciado a los veintipocos años. A buen seguro Lil lo sabía y, puesto que no parecía relevante, Coop se limitó a descartarlo. No descubrió antecedentes penales, pero sí una dirección actual en Los Ángeles. Quédate allí, pensó Coop. Había desvelado algún encontronazo con la ley en el caso de varios empleados, pero nada más violento que una pelea durante una manifestación contra los experimentos con animales varios años atrás. Los antiguos estudiantes en prácticas constituían un grupo mucho mayor y muy diverso desde el punto de vista económico, geográfico y académico. Rastreó a algunos a lo largo de la carrera universitaria, los estudios de posgrado y los primeros años de profesión. Un vistazo rápido le reveló que un alto porcentaje de los estudiantes a los que Lil había formado se dedicaban al trabajo de campo. También encontró algunos problemas con la ley en aquel grupo. Drogas, alcohol al volante, un par de asaltos y la destrucción de la propiedad, por lo general en combinación con drogas o alcohol. Tendría que indagar aquellos casos con más profundidad. Realizó el mismo procedimiento con los voluntarios… al menos con aquellos cuyos nombres figuraban en la lista, se dijo exasperado. Página 216 Seleccionó a todos aquellos que habían vivido en Dakota del Sur o se habían trasladado allí. La proximidad podía constituir un factor importante, y creía que el tipo que acosaba a Lil conocía los montes tan bien como ella. Con toda la meticulosidad que la tarea requería, contrastó los asaltos, las detenciones por asuntos de drogas y por conducir bajo los efectos del alcohol con los datos geográficos, y obtuvo un solo resultado. Ethan Richard Howe, de treinta y un años. Allanamiento en Sturgis, que no estaba muy lejos, a los veinte años. Se retiraron los cargos. Tenencia de arma de fuego oculta, un revólver del 22, sin licencia, dos años más tarde, en Wyoming. Y un asalto que parecía una pelea de bar y le había costado una condena de dieciocho meses en Montana a los veinticinco. Libertad condicional por buena conducta. Y para dejar sitio a nuevos presos, se dijo Coop. Tres detenciones, meditó. Una por estar donde no debía, una por un arma de fuego y la última por violencia. Investigaría con detenimiento al tal Howe. Siguió trabajando, pero tuvo que dejarlo cuando llegaron los Dobson, una familia compuesta por Tom, Sherry y sus dos hijas adolescentes. Conocía bien su trabajo, sabía que implicaba algo más que firmar formularios y cerciorarse de que los clientes sabían montar. Charló con el padre y habló brevemente de cada caballo, todo ello sin prisas, como si tuviera todo el tiempo del mundo. —Es una excursión fácil —aseguró a Sherry, que parecía más nerviosa que contenta—. No hay nada como ver los montes a lomos de un caballo. —Pero estaremos de vuelta antes de que anochezca. —Gull los traerá de vuelta antes de las cuatro. —Es que se oyen muchas cosas de gente que se pierde. —Gull se crio aquí —explicó Coop—. Conoce todos los caminos y también los caballos. No podrían estar en mejores manos. —Hace diez años que no monto —dijo Sherry mientras subía al escabel que Coop había colocado—. Esta tarde me dolerán músculos que ni siquiera recuerdo tener. —Si le apetece, podría darse un buen masaje en el pueblo. Por primera vez desde su llegada, Sherry miró a Coop con un leve destello de alegría en la mirada. —¿En serio? —Puedo reservarle hora. ¿Para las cinco? —¿Puede hacer eso? —Por supuesto. Página 217 —Masaje a las cinco. ¿Sería pedir demasiado un masaje con piedras calientes? —Eso está hecho. ¿Cincuenta minutos u ochenta? —Ochenta. Me acaba de alegrar el día. Gracias, señor Sullivan. —Un placer, señora. Que lo pasen bien. Entró de nuevo en la oficina, concertó el masaje y anotó los datos de los clientes. Recibiría una comisión por el masaje, lo cual no estaba nada mal. Acto seguido volvió a centrarse en el expediente de Lil. Decidió ponerse con las mujeres. Estaba bastante convencida de que el culpable era un hombre, pero sabía que no debía descartar lo contrario. A fin de cuentas, no había visto suficiente aquella madrugada. En cualquier caso, la conexión relevante podía ser una mujer. Se acabó el ginger ale y la mitad del bocadillo de jamón que le había preparado su abuela. No podía evitar que le preparara el almuerzo, y lo cierto era que él tampoco ponía mucho empeño en impedírselo. Resultaba agradable que alguien se tomara el tiempo y la molestia de hacerlo. Bodas, divorcios, hijos, títulos… Una de las primeras estudiantes en prácticas que se había formado en el refugio vivía ahora en Nairobi, mientras que otra ejercía de veterinaria especializada en animales exóticos en Los Ángeles. Y otra, descubrió mientras se le activaban las señales de alarma, había desaparecido. Carolyn Lee Roderick, de veintitrés años, llevaba desaparecida ocho meses y algunos días. La habían visto por última vez en el Parque Nacional de Denali, donde realizaba un trabajo de campo. Siguió su instinto y averiguó cuanto pudo de Carolyn Roderick. En el refugio, Lil estrechó la mano a Brad Dromburg, propietario de la empresa Safe and Secure. Era un tipo alto y desgarbado, a todas luces muy cómodo en Levis y botas Rockport, de cabello rubio oscuro muy corto, sonrisa fácil, mano firme y ligero acento de Brooklyn. —Le agradezco que se haya tomado la molestia de venir hasta aquí tan deprisa. —Es lo que me pidió Coop. ¿Está por aquí? —No. Yo… Página 218 —Me ha dicho que intentaría pasarse. Menudo sitio, señora Chance — comentó con las manos en las caderas mientras paseaba la mirada por las jaulas y el complejo—. Menudo sitio. ¿Cuánto tiempo lleva abierto? —En mayo hará seis años. Brad señaló el lugar donde algunos de los estudiantes clavaban postes para la nueva jaula. —¿Está ampliando? —Vamos a traer un jaguar melánico. —Ah, ¿sí? Coop dice que ha tenido algunos problemas, que alguien abrió una de las jaulas. —Sí, la del tigre. —Eso es un problema, desde luego. ¿Le importaría acompañarme a dar una vuelta para que pueda hacerme una composición de lugar y me cuente qué tiene pensado? Brad le hizo preguntas, tomó notas en la PDA y no se mostro particularmente nervioso al acercarse a las jaulas para examinar las puertas y las cerraduras. —Qué grandote —comentó al ver a Boris rodar sobre sí mismo para desperezarse delante de la guarida. —Sí que lo es; pesa casi doscientos cincuenta kilos. —Hacen falta cojones o mucha estupidez para abrir esta jaula en plena noche y suponer que esta bestia irá por el cebo y no por la presa viva. —Cierto, pero un animal recién muerto le resulta más atractivo. Boris fue capturado… ilegalmente, según he podido averiguar, cuando tenía alrededor de un año. Desde entonces ha vivido en cautividad y está acostumbrado al olor de los humanos. Le dan de comer por la noche, para estimular su instinto de cazador nocturno, pero está acostumbrado a que le den de comer. —Y no se alejó mucho. —No, por suerte. Siguió el rastro de la sangre hasta el cadáver y se puso cómodo para disfrutar del inesperado festín. —También hacen falta cojones para salir y meterle un dardo. —Cuando la necesidad aprieta, los cojones vienen solos, por así decirlo. Brad sonrió y se apartó de la jaula. —Me alegro de que él esté ahí dentro y yo aquí fuera. Vamos a ver, hay cuatro entradas, incluida la de acceso público para el horario de visitas. Y mucho territorio abierto. —No puedo vallar toda la finca. Y aunque pudiera, sería una pesadilla desde el punto de vista logístico. Por todo el monte hay caminos que cruzan Página 219 mis tierras, las de mi padre, las de otros granjeros. Tenemos rótulos de propiedad privada alrededor del recinto, y las verjas suelen frenar a la gente. Mi máxima prioridad es la seguridad del complejo principal y de las jaulas. Tengo que garantizar la seguridad de los animales, señor Dromburg, y también asegurarme de que todo el mundo está a salvo de los animales. —Llámame Brad. Tengo algunas ideas y voy a preparar un proyecto. Una de las cosas que te recomendaré son sensores de movimiento alrededor de las jaulas. Lo bastante alejados para que los animales no los activen, pero sí cualquier persona que se acerque a ellas. Lil sintió que su presupuesto hacía una mueca de dolor. —¿Cuántos crees que necesito? —Ya lo calcularé. También necesitas más luces. Cuando se activen los sensores, saltará la alarma y se iluminará toda la zona. Cualquier intruso lo pensará dos veces antes de intentar llegar hasta una jaula. Y luego están las cerraduras, tanto para las entradas como para las jaulas. Un proyecto interesante —añadió para sí—. Un auténtico desafío. —Y, perdona que sea tan directa, también muy caro. —Te haré un presupuesto de los dos o tres sistemas que considere más adecuados para ti. No será barato, para qué te voy a engañar, pero a precio de coste te ahorrarás un buen pico. —¿A precio de coste? No lo entiendo. —Es para Coop. —No, es para mí. —Coop es el que me ha llamado; él quiere un sistema para este sitio, y yo se lo voy a instalar a precio de coste. —Brad, el refugio funciona a base de donaciones, subvenciones, caridad y generosidad. No voy a rechazar tu oferta, pero ¿por qué haces esto sin ganar un centavo? —Porque yo no tendría empresa de no ser por Coop. Si él me pide un sistema, se lo instalo a precio de coste. Y hablando del rey de Roma… El rostro de Brad se iluminó al ver a Coop acercarse a ellos por el sendero. En vez de estrecharse la mano, se saludaron con el medio abrazo con palmadas en la espalda que solían preferir los hombres. —Quería llegar antes, pero me he entretenido. ¿Qué tal el vuelo? —Largo. Joder, Coop, me alegro de verte. —Ha hecho falta que te diera un trabajo para que vinieras. ¿Ya has dado una vuelta? —Sí, tu chica me lo ha enseñado todo. Página 220 Lil abrió la boca para replicar, pero la cerró de inmediato. No valía la pena interrumpir el reencuentro de los dos amigos para señalar que no era «la chica» de Coop. —Tendréis que disculparme. Es la hora de la cena. —¿En serio? —exclamó Brad con la expresión propia de un niño al que acaban de mostrar la galleta más grande del tarro. —¿Qué tal si os traigo unas cervezas y venís a ver el espectáculo? Brad se balanceó sobre los talones mientras Lil se alejaba. —Es más sexy que en la foto. —Era una foto antigua. —Después de verla en persona diría que las probabilidades de que vuelvas a Nueva York son prácticamente nulas. —Son prácticamente nulas desde el principio, y Lil no es la razón por la que me mudé aquí. —Puede que no, pero no veo muchas razones mejores que ella para quedarse. —Brad paseó la mirada por las jaulas y los montes—. Esto está muy lejos de Nueva York. —¿Cuánto tiempo puedes quedarte? —Tengo que volver esta misma noche, así que tendremos que limitarnos a una sola cerveza. He tenido que hacer lo imposible para poder venir. Pero prepararé un par de propuestas entre mañana y pasado, te las haré llegar y vendré cuando hagamos la instalación. Lo dejaremos perfecto, Coop. —Cuento con ello. Lil se mantuvo ocupada y al margen. En su opinión, los viejos amigos necesitaban tiempo para ponerse al día. Ella y Coop habían sido amigos. Quizá pudieran volver a serlo. Quizá la punzada que sentía no era más que añoranza de un amigo. Si no podían volver atrás, podrían seguir adelante. Desde luego, Coop lo estaba intentando, así que ella le debía como mínimo lo mismo. Terminó el trabajo en la oficina justo cuando Coop entraba. —Brad se ha tenido que ir. Me ha pedido que te diga adiós de su parte y que te enviará unas cuantas propuestas en los próximos días. —Muy bien. Para haber empezado tan mal, la verdad es que el día está terminando bastante bien. Acabo de hablar con Tansy. Cleo es tal como la pintaban. Preciosa, sana y lista para viajar mañana mismo. Cooper, Brad me ha dicho que me instalará el sistema a precio de coste. —Sí, ese es el trato. —Todos deberíamos tener amigos así de generosos. Página 221 —Le gusta creer que me debe algo. Y a mí me gusta dejar que lo crea. —Vaya, estás acumulando favores que te debo. —No es verdad. No quiero llevar la cuenta —espetó Coop con el rostro sombrío mientras avanzaba otro paso hacia la mesa—. Tú fuiste la mejor amiga que he tenido jamás. Durante buena parte de mi vida, fuiste una de las pocas personas con las que podía contar y en las que podía confiar. Eso me marcó. Mucho. No, por favor… —suspiró al ver que los ojos de Lil se inundaban de lágrimas. —Vale, me controlaré —prometió ella, pero se levantó y se dirigió hacia la ventana para mirar el paisaje hasta que consiguió dominarse—. Tú también me marcaste. Te he echado de menos, he echado de menos tenerte como amigo. Y aquí estás. Yo estoy en apuros y no sé por qué… y aquí estás. —Puede que tenga una pista. Me refiero a los apuros. Lil se volvió hacia él. —¿Qué pista? —Una estudiante en prácticas llamada Carolyn Roderick. ¿La recuerdas? —Ah…, espera… —Lil cerró los ojos en un intento de recordar—. Sí, sí. Creo que… Hace dos años. Casi dos años, creo. Una sesión de verano… ¿después de que se licenciara? Puede ser, no estoy segura. Era inteligente y estaba muy motivada. Tendría que mirar en los archivos para saber más detalles, pero recuerdo que trabajaba duro y era una conservacionista convencida. Y guapa. —Ha desaparecido —explicó Coop en tono neutro—. Lleva unos ocho meses desaparecida. —¿Desaparecida? ¿Qué pasó? ¿Dónde? ¿Lo sabes? —En Alaska. Parque Nacional de Denali. Estaba haciendo un trabajo de campo con un grupo de estudiantes de posgrado. Una mañana desapareció del campamento. AI principio sus compañeros creyeron que se habría alejado un poco para hacer fotos, pero al ver que no volvía se pusieron a buscarla. Avisaron a los forestales y a protección civil. Pero no encontraron ni rastro de ella. —Yo estuve en Denali en el último curso. Es extraordinario e inmenso. Hay muchos lugares donde puedes perderte si te descuidas. —Muchos lugares donde te pueden atrapar. —¿Atrapar? —Cuando empezaron a preocuparse, sus compañeros registraron su tienda. Encontraron su cámara, los cuadernos, la grabadora, el GPS… Página 222 Ninguno de ellos creyó que se hubiera ido de aquel modo, sin llevarse nada más que el anorak, las botas y la ropa. —Crees que la raptaron. —Tenía un novio, un tipo al que conoció cuando hacía las prácticas aquí, en Dakota del Sur. Según los amigos a los que he podido localizar de momento, nadie lo conocía apenas. Era muy reservado. Pero él y Carolyn compartían la pasión por la naturaleza, el excursionismo, la acampada. Las cosas se fueron al garete, y ella rompió con él un par de meses antes de irse a Alaska. Por lo visto fue una ruptura bastante fea. Carolyn llegó a llamar a la policía, y el tipo se largó. Se llama Ethan Howe y trabajó aquí de voluntario. También pasó un tiempo en la cárcel por agresión. Lo estoy comprobando. Todos aquellos datos martilleaban la mente de Lil, produciéndole una jaqueca que intentó calmar masajeándose las sienes. —¿Por qué crees que está relacionado con lo que ha pasado aquí? —El tal Howe siempre se jactaba de que había vivido varios meses seguidos en plena naturaleza. También le gustaba explicar que era descendiente directo de un jefe sioux que había vivido aquí, en las Colinas Negras. Una tierra sagrada para su pueblo. —Si la mitad de la gente que afirma ser descendiente directo un jefe o de una «princesa» sioux lo fuera de verdad… —Lil se frotó ahora la frente; todo aquello le sonaba—. Me parece recordar vagamente a ese tipo, pero no consigo ponerle cara. —Hablaba de este lugar, de que había trabajado aquí como voluntario cuando Carolyn hacía sus prácticas. Ella ha desaparecido, y no encuentro ni rastro de él. Nadie lo ha visto desde que Carolyn rompió con él. Lil dejó caer la mano y en un momento de debilidad deseó no entender lo que Coop le estaba diciendo. —Crees que ha muerto. Crees que ese tipo la raptó y la mató, que ahora ha vuelto por el refugio o por mí. Coop no se molestó en mitigar sus palabras, eso no ayudaría en nada a Lil. —Creo que ella ha muerto y que él es el responsable. Creo que está aquí, viviendo en los montes, en tus tierras. Es la única cosa sólida que he encontrado. Lo localizaremos y entonces sabremos a quién nos enfrentamos. Página 223 16 T ansy tomó otro sorbo de un vino bastante peleón mientras, al otro lado de la tela metálica que protegía el escenario, una banda casi tan peleona como el vino interpretaba lo que ella calificó de «country paleto». Los clientes, mayoritariamente moteros, vaqueros y las mujeres que los amaban, parecían completamente capaces de arrojar al escenario botellas de cerveza y platos de plástico llenos de nachos imposibles de digerir, pero de momento no se habían tomado la molestia de hacerlo. Varias personas bailaban, lo cual pensó que era un buen augurio para el grupo y para su factura de la lavandería. Llevaba cinco años viviendo en lo que llamaba afectuosamente el Salvaje Oeste, sin contar los años de universidad, pero en momentos como aquel seguía sintiéndose una turista. —¿Seguro que no quieres una cerveza? Tansy miró a Farley y pensó que parecía totalmente a sus anchas en aquel lugar. De hecho, nunca lo había visto en ningún sitio donde no pareciera sentirse totalmente a sus anchas. —Debería haberte hecho caso y pedido la cerveza —repuso antes de tomar otro sorbo diminuto de vino—, pero ahora ya es demasiado tarde. Además, me voy a ir. —Un baile. —Has dicho una copa. —Una copa y un baile —insistió Farley, asiéndole la mano para levantarla del taburete. —Vale, uno. Tansy accedió porque ya estaban en la pista. En cualquier caso, había sido un día muy largo para los dos, así que una copa y un baile no parecían una petición descabellada. Hasta que Farley la rodeó con sus brazos. Hasta que su cuerpo quedó sellado al de él, y sus ojos sonrientes la miraron. —Llevo tanto tiempo queriendo bailar contigo… No te lo tomes en serio, se advirtió Tansy al tiempo que las entrañas se le disolvían en una gelatina temblorosa. Tú tranquila. —La verdad es que bailas muy bien. —Me enseñó Jenna. Página 224 —Ah, ¿sí? —Cuando tenía unos diecisiete años me dijo que a casi todas las chicas les gusta bailar y que un chico inteligente aprendía a moverse en la pista, así que me enseñó. —Pues lo hizo muy bien. Desde luego, sabía moverse. Sus gestos eran suaves como mantequilla. El corazón le dio un vuelco cuando la hizo girar hacia fuera antes de atraerla de nuevo hacia sí. Se dio la vuelta, la deslizó bajo el brazo levantado y la guio hasta situarla de espaldas y apretarse contra ella. Tansy sabía que bailaba con torpeza en comparación con él, que no estaba ni mucho menos a su altura, pero lanzó una risita jadeante cuando Farley la hizo girar de nuevo para tenerla de frente. Maldita sea, el chico sabía moverse de verdad. —Me parece que tendré que tomar clases con Jenna. —Es una buena profesora. Creo que bailamos bastante bien juntos para ser la primera vez. —Es posible. —Sal a bailar conmigo cuando volvamos a casa, y lo haremos mucho mejor, Tansy. Ella respondió meneando la cabeza de forma casi imperceptible y, cuando la música cesó, se apartó con ademán deliberado antes de que empezara la siguiente canción. —Tengo que volver al motel y asegurarme de que todo esa preparado. Mañana conviene salir temprano. —Vale. —Farley la cogió de la mano para regresar a la mesa. —No hace falta que vuelvas conmigo. Deberías quedarte y disfrutar de la música. Y yo debería volver a la habitación y darme una ducha larga y muy fría, añadió mentalmente. —Aunque no fueras la mujer más guapa del bar, te acompañaría hasta la puerta igual que te he acompañado hasta aquí. El motel donde se alojaban estaba a pocos minutos a pie del bar pero Tansy sabía que de nada serviría discutir. Sabía que Farley tenía unos principios inquebrantables respecto a algunas cosas algo que sin duda también había aprendido de Jenna. Los hombres acompañaban a las mujeres hasta su puerta y punto. Pero embutió las manos en los bolsillos del chaquetón para evitar que una de ellas acabara enlazada con la de Farley. Página 225 —Lil se pondrá muy contenta cuando vea ese pedazo de felino —comentó Farley. —Contentísima. Es una preciosidad, desde luego. Espero que aguante bien el viaje. Lil dice que la jaula provisional estará preparada cuando lleguemos, y ya han empezado a construir la permanente. —Lil no se queda de brazos cruzados. —Nunca lo ha hecho. Tansy se arrebujó en el chaquetón; pese a la brevedad del paseo, hacía mucho frío. Farley le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí. —Estás temblando. Y no solo de frío, pensó Tansy. —Hum… Creo que bastará con que recojamos a Cleo, a las siete. —Primero llenaremos el depósito, así tendremos que parar menos veces en el trayecto de vuelta. Si salimos de aquí a las seis, tendremos tiempo de poner gasolina y desayunar. —Me parece perfecto —dijo Tansy en tono alegre mientras libraba una cruenta batalla contra sus hormonas—. Podemos encontrarnos en el restaurante. Dejamos el motel pagado y así podemos salir directos después de desayunar, ¿te parece? —Podríamos hacer eso. —Deslizó una mano por la espalda de Tansy mientras cruzaban el aparcamiento del motel—. O podríamos ir al restaurante juntos. —Si quieres llama a mi puerta antes de ir —propuso Tansy al tiempo que sacaba la llave de la habitación. —No quiero llamar a tu puerta. Quiero que me dejes entrar en tu habitación. Cuando Tansy alzó la vista, Farley la hizo girar con la misma facilidad que en la pista de baile y la acorraló contra la pared. —Déjame entrar y estar contigo, Tansy. —Farley, eso no es… Y Farley la besó. Tenía un modo de besarla que daba al traste con todo el sentido común, las buenas intenciones y la firmeza que había logrado reunir. A pesar de su sentido común, sus buenas intenciones y su firmeza, Tansy le devolvió el beso. Maldita sea, pensó mientras lo abrazaba. Aquella boca de sonrisa bobalicona sabía besar. —Esto no puede ir a ninguna parte —le advirtió. Página 226 —De momento podría ir al otro lado de esta puerta. Déjame entrar. —Le cogió la llave y la deslizó en la cerradura sin dejar de mirarla—. Di que sí. La palabra «no» cobró forma en la mente de Tansy, pero se negó a salir. —Te advierto que será como la copa y el baile. Solo una vez, que te quede muy claro. Farley le sonrió e hizo girar el pomo. Más tarde, después de más de una vez, Tansy se quedó mirando el techo oscuro. Vale, se dijo, acabo de hacer el amor con Farley Pucket… dos veces. ¿Y ahora qué? Lo mejor será tomarlo como una situación excepcional surgida a causa del viaje. Algo que había pasado sin más. A fin de cuentas, era una mujer madura, sofisticada y experimentada. Lo único que tenía que hacer era pasar del hecho de que el sexo había sido increíble las dos veces. Farley tenía la virtud de hacerla sentir como si fuera la única mujer del planeta. Y no solo eran hormonas las que acababan de perder la batalla, sino también corazón. No, debía recordar que ella era mayor y más sensata, que le correspondía a ella mostrarse juiciosa. —Farley, tenemos que hablar de esto. Tenemos que aceptar que cuando volvamos a casa esto no puede volver a pasar. Farley entrelazó los dedos con los de ella y se los llevó a los labios. —Bueno, Tansy, me parece que debo ser sincero contigo y decirte que haré lo posible para que sí vuelva a pasar. Me han pasado muchas cosas buenas en la vida, pero estar contigo es la mejor. Tansy se obligó a incorporarse y procuró cubrirse con la sábana para no darle ideas. —No trabajamos juntos oficialmente, pero tú dedicas bastantes horas al refugio. Y Lil es mi mejor amiga. —Cierto —convino Farley al tiempo que se sentaba sin apartar la mirada de ella—. Pero ¿eso qué tiene que ver con el hecho de que esté enamorado de ti? —Bah, no hables de amor —resopló ella, presa del pánico. —Pero es que te quiero —insistió Farley, acariciándole el cabello—. Y sé que tú también sientes algo por mí. —Claro que siento algo por ti, de lo contrarío no estaríamos aquí, pero eso no significa que… Página 227 —Creo que sientes muchas cosas por mí. —Vale, sí, lo reconozco. Pero, Farley, tenemos que ser realistas. Soy varios años mayor que tú. Ni siquiera ocupamos la misma década, por el amor de Dios. —Dentro de unos años la ocuparemos durante un tiempo —Señaló Farley con expresión claramente divertida—, pero no quiero esperar tanto para estar contigo. Con otro resoplido, Tansy alargó la mano para encender la lámpara de la mesilla de noche. —Mírame, Farley. Soy una mujer negra de treinta años. Él ladeó la cabeza y la miró, tal como ella le había pedido. —Color caramelo. Jenna hace manzanas de caramelo en otoño. Por fuera son doradas y dulces, y por dentro un poquito ácidas. Me encantan esas manzanas. También me encanta el color de tu piel, pero no es la razón por la que te quiero. Sus palabras la hicieron estremecerse y sentirse débil. Sus palabras y la expresión de su rostro al pronunciarlas. —Eres más inteligente que yo. —No, Farley. —Sí, lo eres. Es tu inteligencia lo que al principio me ponía nervioso cuando estaba cerca de ti. Demasiado nervioso para pedirte que salieras conmigo. Me gusta que seas inteligente, me gusta que a veces Lil y tú os pongáis a hablar de cosas y yo no entienda ni la mitad. Pero un buen día me dije: Oye, Farley, que tú no eres lo que se dice tonto. —No eres nada tonto —murmuró Tansy, desarmada—. No tienes ni un pelo de tonto. Eres listo, constante y amable. Si las cosas fueran distintas… —Algunas cosas no pueden cambiar —la interrumpió Farley mientras le cogía de nuevo la mano para evidenciar el contraste de colores a la luz—. Y algunas cosas hacen que la diferencia no signifique nada, Tansy. Como esto. La atrajo hacia sí, la besó y se lo demostró. Le producía una sensación extraña saber que había personas armadas patrullando el perímetro del complejo. Extraño era también saber que ella era una de ellos. Los animales se paseaban por sus jaulas, gritando, rugiendo, aullando. La noche era su momento. Y por añadidura, el olor a humano y las luces los alteraban. Página 228 Pasó un rato con Baby, lo cual encantó al felino; la adoración que vio en sus ojos la serenó. Mientras permanecía quieta, caminaba o tomaba otra taza de café, trazó planes a corto y largo plazo para mantener la mente ocupada y no pensar en la razón por la que estaba ahí quieta, caminando o tomando otra taza de café. Superarían aquello y punto. Si el tipo que les estaba causando todos aquellos problemas era ese tal Ethan Howe, lo encontrarían y lo detendrían. Ya lo recordaba un poco mejor. Había tenido que buscar la ficha de Carolyn y hacer memoria para tener una imagen clara de la estudiante. Y una vez se la forjó, recordó también, al hombre que había trabajado algunas veces de voluntario en el refugio y coqueteado con Carolyn. Más alto que la media, rememoró, delgado, espalda fuerte. Ningún rasgo fuera de lo común que ella recordara. Poco hablador salvo para repetir en cuanto tenía ocasión que descendía no de un guerrero cualquiera sino del mismísimo Caballo Loco. Lil recordaba que le había hecho cierta gracia la insistencia de Ethan y que no se la había tomado en serio. No creía haber intercambiado con él más que un puñado de frases, pero, si no recordaba mal, la mayoría hacían referencia a la tierra, a su esencia sagrada y al deber de todos ellos de honrarla porque pertenecía a sus antepasados. Tampoco aquello lo había tomado en serio, consideró que Ethan no era más que uno de esos tipos un poco estrafalarios. Pero sí recordaba haber sentido que él la observaba. ¿O le parecía recordarlo porque estaba nerviosa? ¿Serían imaginaciones suyas? Quizá Tansy lo recordara con mayor claridad. Y tal vez Ethan no tuviera nada que ver con los recientes incidentes. Pero el instinto de Coop dictaba lo contrario, y Lil confiaba en el instinto de Coop. Pese a los problemas que pudieran tener en su vida personal, confiaba plenamente en su instinto. Y eso era fruto de su propio instinto, pensó. Cambió de postura y relajó los hombros, que tendían a agarrotarse a causa del frío. Al menos el cielo encapotado conservaba en cierta medida calor. Pero de todos modos habría preferido ver la luna y las estrellas. A la luz implacable de los focos de seguridad, Lil vio a Gull caminar hacia ella. El joven la saludó con la mano, y Lil se dijo que era una precaución para cerciorarse de que lo reconocía. —Hola, Gull. —Hola, Lil. Coop me ha pedido que te releve. Página 229 —Te lo agradezco. —Tú harías lo mismo por mí. Nunca había estado aquí de noche. —Paseó la mirada por las jaulas—. Es guay. Da la impresión de que los animales no duermen gran cosa. —Son nocturnos. Además, los tiene intrigados eso de que haya tanta gente aquí fuera de noche. Perdiendo horas de sueño y bebiendo demasiado café. Ese tipo no vendrá esta noche. —Quizá no vuelva porque toda esa gente anda por aquí perdiendo horas de sueño y bebiendo demasiado café. —Tienes razón. —Vamos, entra. Ya me quedo yo. A menos que quieras ir a ver a Jesse, como en los viejos tiempos. Lil le asestó un puñetazo juguetón en el brazo. —No creo que a Rae le hiciera mucha gracia —comentó, refiriéndose a la mujer de su antiguo novio. —Lo que pasa en el refugio se queda en el refugio —declaró Gull. Lil se alejó con una risita. Vio a otros caminando hacia sus coches o camionetas mientras amigos y vecinos llegaban para relevarlos. Las voces se oían más de noche, así que oyó chistes, carcajadas soñolientas y saludos. Apretó el paso al ver a sus padres. —Dijiste que dormiríais un poco en la cabaña —recordó a su madre. —Te lo dije para que dejaras de darme la lata. Me voy a mi casa a dormir, y tú deberías hacer lo mismo —advirtió al tiempo que le acariciaba la mejilla con la mano enguantada—. Sé que no es la ocasión más propicia, pero me alegro de ver a tanta gente echando una mano. Llévame a casa, Joe. Estoy cansada. —Duerme un poco —pidió Joe a Lil, golpeteándole la nariz con el dedo —. Mañana hablamos. Sin duda, pensó Lil cuando se separaron. La vigilarían de cerca hasta que todo aquello terminara. Así funcionaban sus padres. Y si la situación fuera a la inversa, así funcionaría ella también. Una vez dentro, guardó el rifle y se quitó la ropa de abrigo. Miró hacia la escalera y pensó en acostarse. Pero decidió que estaba demasiado inquieta. Demasiado café en las venas. Encendió un fuego en la chimenea. Si Coop no lo quería, que lo apagara. Al menos proporcionaría cierta calidez y alegría al alojamiento provisional. Volvió a la cocina y pensó en prepararse una taza de té, pero era demasiado impaciente para esperar a que hirviera el agua, se sirvió media Página 230 copa de vino con la esperanza de que contrarrestara el efecto de la cafeína. Podría trabajar, se dijo. Podía pasar una hora sentada al ordenador para tranquilizarse un poco. Pero la idea de sentarse tampoco la seducía. De pronto oyó que la puerta se abría y supo que había estada esperando ese momento. Esperando a Coop. Cuando entró en el salón, lo encontró sentado, quitándose las botas. Parecía espabilado y le dedicó una mirada muy despierta. —Creía que habrías subido. —He bebido demasiado café. Coop asintió con un murmullo y se quitó la segunda bota. —Creo que estoy tan inquieta como los animales. No estoy acostumbrada a tener gente aquí a estas horas de la noche. No consigo calmarme —suspiró mientras se dirigía hacia la ventana para mirar afuera. —Te propondría una partida de cartas, pero no estoy de humor. Lil lo miró por encima del hombro. —Y yo te estoy molestando. Podría hacer un solitario. —También podrías probar a apagar las luces y dormir. —Sería lo más sensato —convino Lil antes de apurar la copa y dejarla sobre la mesa—. Subiré y te dejaré dormir. Echó a andar hacia la escalera, pero de pronto se detuvo y miró atrás. Coop no se había movido. —¿Y si no quiero olvidarme del sexo? —¿No quieres olvidarte del sexo? —Dijiste que nos olvidáramos del sexo. Pues a lo mejor yo no quiero. A lo mejor no quiero dormir sola esta noche. Los dos estamos aquí. Somos amigos. Eso ha quedado claro, ¿no? Somos amigos. —Siempre lo hemos sido. —Bueno, pues de eso se trata. De ser amigos y no estar solos. De darnos el uno al otro algo que nos calme. —Parece razonable. Pero quizá estoy demasiado cansado. —Y una mierda —replicó ella con una leve sonrisa. —Quizá no. Pero Coop siguió inmóvil, observándola. Esperando. —Dijiste que no me tocarías. Te estoy pidiendo que olvides esa norma, disposición o como quieras llamarla. Sube conmigo, ven a la cama conmigo, pasa la noche conmigo. Necesito desconectar, Coop, te lo digo en serio. Necesito un poco de paz de espíritu durante algunas horas. Hazme este favor. Coop avanzó hacia ella. Página 231 —Hacerte un favor es montar guardia a las dos de la madrugada con el frío que hace en tu refugio. Pero llevarte a la cama… —Levantó la mano y la deslizó por la trenza de Lil—. Eso es otra cosa. Y no me digas que necesitas paz de espíritu, Lil. Dime que me deseas. —Te deseo. Lo más probable es que mañana me arrepienta. —Sí, pero entonces ya será demasiado tarde. —Coop la atrajo hacia sí y la besó—. Ya es demasiado tarde. Se volvió hacia la escalera, la asió por las caderas y la levantó para que Lil le rodeara la cintura con las piernas y el cuello con los brazos. Tal vez siempre había sido demasiado tarde, pensó Lil mientras Coop la llevaba arriba y ella deslizaba los labios por su rostro como había hecho tantos años antes. Atrás en el tiempo, de nuevo aquel rostro tan conocido. Era como cerrar el círculo, se dijo. No tenía por qué ser nada más. Apretó la mejilla contra la de él y suspiró. —Ya me siento mejor. En el dormitorio, Coop se dio la vuelta y la apretó contra la puerta, mirándola con aquellos ojos azul hielo que siempre le habían encogido el corazón. —Un baño caliente hace que te sientas mejor, Lil. Esto es algo más, y los dos tendremos que asumirlo. Cuando la besó de nuevo, no fue para ofrecerle consuelo ni tranquilizarla, sino para incendiarla, para que aquella brasa nunca extinguida del todo se convirtiera de nuevo en una conflagración incontrolable. ¿Paz de espíritu? ¿De verdad había creído que con él hallaría paz de espíritu? No habría paz mientras durara aquella guerra entre ellos y en su interior. Abrumada, Lil se abandonó a la batalla y a él. Quizá todo terminara con aquella batalla, quizá la llama constante que ardía en su interior se extinguiera por fin. El deseo la invadió, apoderándose de todo su cuerpo, inundando sus pechos y su vientre de un calor infinito. Conocido, sí, tal vez. Pero más y a la vez menos de lo que había sido. ¿Habían sido siempre sus manos tan firmes, sus besos tan desesperados? Lil seguía abrazada a Coop cuando este se acercó a la cama. Las luces del complejo se filtraban entre las persianas, finos haces de luz que caían sobre la cama y sobre su cuerpo cuando Coop la sentó en ella. Parecía una especie de jaula, pensó Lil. Una jaula en la que había entrado de buena gana. Coop le cogió una bota y tiró de ella. Lil soltó una carcajada nerviosa mientras él tiraba de la segunda. Al poco, Coop se inclinó para desabrocharle Página 232 la camisa de franela. —Suéltate el pelo —le pidió mientras le quitaba la camisa—. Por favor. Lil levantó los brazos, se puso el coletero en la muñeca, como tenía por costumbre, y se soltó la trenza mientras Coop se quitaba la camisa. —No, déjamelo hacer a mí —le suplicó Coop cuando ella empezó a pasarse los dedos por la cabellera suelta—. A menudo pensaba en tu pelo, en su tacto y en su olor, en el aspecto que tenía después de habértelo tocado. Toda esta melena negra como la noche. Se envolvió el cabello entre los dedos y tiró de él para alzarle el rostro. Aquel gesto, el destello ardiente que vio en sus ojos, indicaba tanta pasión como furia. —Te veía aunque no estabas. Como si fueras un fantasma, maldita sea. Una visión entre la gente, atisbada con el rabillo del ojo, que desaparecía al instante. Te veía por todas partes. Lil quiso menear la cabeza, pero Coop tiró más fuerte. Por un momento, la furia se intensificó, pero de repente la soltó. —Y ahora estás aquí —prosiguió antes de quitarle la camiseta térmica por la cabeza. —Siempre he estado aquí. No, pensó Coop. Pero ahora sí lo estás. Excitada, un poco molesta, igual que él. Para complacerse y complacerla, deslizó los dedos por su clavícula y siguió la curva sutil de sus pechos. La chica que había conocido era un brote que había florecido sin él. Lil se estremeció al contacto de sus manos, como él quería. De repente le oprimió el dorso de la mano contra su frente y le dio un leve empujón para tenderla de espaldas. Lil volvió a reír. —Vaya, qué astuto —bromeó cuando Coop se tumbó sobre ella, aplastándola contra el colchón—. Has engordado un poco —constató. —Tú también. —¿De verdad? —Sí, en zonas muy interesantes. Lil esbozó una sonrisa y le pasó los dedos por el pelo como él había hecho con ella. —Ha pasado mucho tiempo. —Creo que recuerdo cómo funciona todo. Cómo funcionas tú. Le rozó los labios con un beso juguetón antes de apoderarse de su boca y sumergirla en profundidades cada vez más insondables. Las manos de Coop Página 233 estaban por todas partes, devolviéndola al pasado, desconcertándola en el presente. Manos fuertes, duras, impacientes que se deslizaban por su cuerpo, apretando y moldeando hasta acelerarle la respiración, hasta que el pasado y el presente se fundieron en una única luz radiante que le aturdió los sentidos. Coop le desabrochó el sujetador, lo arrojó a un lado y siguió explorándola con las manos, la boca, los dientes, la lengua. La respiración acelerada se convirtió en jadeos y estos dieron paso a los gemidos. Lil tiró hacia arriba de la camiseta de Coop, impaciente por sentir su piel. Espalda fuerte, músculos ondeantes y poderosos. Nuevos y fascinantes. No era más que un muchacho cuando ella lo tocó de esa forma por última vez. Ahora era un hombre, un hombre que la aprisionaba con su cuerpo. En aquella oscuridad interrumpida por algunos haces de luz se redescubrieron el uno al otro. Una curva, un ángulo, un nuevo punto de placer. Los dedos de Lil rozaron una cicatriz que no conocía. Y murmuró su nombre mientras los labios de él se deslizaban frenéticos por su cuerpo. Lil se estremeció cuando Coop le desabrochó los tejanos; arqueó las caderas para ayudarle a bajarlos. Rodó con él sobre la cama mientras pugnaban por eliminar todas las barreras lo antes posible. Fuera, uno de los felinos lanzó un rugido salvaje en la oscuridad. Y allí la llevó Coop, a la oscuridad, y su lado salvaje también rugió, liberado en un placer primitivo e intenso. Se movió para él y con él, sus ojos relucientes en la penumbra. Todo lo que Coop había encontrado y perdido, todo aquello a lo que había renunciado estaba allí. Allí mismo. Sus sentidos fluían al ritmo de Lil, un torbellino de mujer, toda olor y piel, mojada y caliente. El latido de su corazón contra su boca hambrienta, la finura de su piel bajo sus manos desesperadas. La llevó hasta lo más alto, la sintió elevarse, caer y remontar de nuevo el vuelo. Su nombre. Lil repetía su nombre una y otra vez. Su nombre cuando la penetró. Se contuvo al borde peligroso del abismo, pletórico y atrapado hasta que los dos empezaron a temblar. Y entonces todo fue movimiento intuitivo y loco. Y cuando Lil cayó otra vez a las profundidades, él cayó con ella. Lil quería abrazarse a él, acoplar su cuerpo al suyo como si fueran dos piezas del mismo rompecabezas. Pero permaneció muy quieta y se obligó a aferrarse al placer y la paz que por fin había hecho su aparición con él. Página 234 Podría conciliar el sueño. Si cerraba los ojos y desconectaba de todo, podría dormir. Todo lo que hubiera que decir o afrontar podía esperar a la mañana siguiente. —Tienes frío. ¿Tenía frío? Antes de que su cerebro pudiera conectar con su cuerpo, Coop la levantó y la dejó de nuevo sobre la cama. ¿De dónde había sacado todos aquellos músculos?, se preguntó. Coop tiró de la sábana y la manta para cubrirla y luego la atrajo de nuevo hacia sí. Lil empezó a ponerse tensa, intentó apartarse al menos un poco. ¿Acaso no necesitaba un poco de espacio, de distancia? Pero Coop la retuvo exactamente donde ella quería quedarse en realidad. —Duérmete —murmuró Coop. Y demasiado cansada y débil para discutir, Lil se durmió. Al día siguiente despertó antes de que saliera el sol y se quedó muy quieta. Los brazos de Coop seguían alrededor de su cuerpo, y los suyos también se habían abrazado a él en las pocas horas que había durado la noche. ¿Por qué algo tan básico y humano le rompía el corazón?, se preguntó. Consuelo, se recordó. A fin de cuentas, Coop le había proporcionado el consuelo que necesitaba. Y quizá ella también le había dado un poco a cambio. No tenía por qué ser nada más. Lo había amado toda la vida, y no tenía sentido intentar convencerse de que sus sentimientos cambiarían alguna vez. Pero el sexo era tan solo un acto elemental, y en su caso, un regalo entre amigos. Amigos adultos, solteros, sanos y libres. Ella era una mujer fuerte, inteligente y lo bastante sensata para aceptarlo… y dejar las cosas como estaban. El primer paso era apartarse de él y levantarse de la cama, se dijo. Empezó a apartarse con tanto cuidado como si estuviera abrazada a una cobra dormida, pero apenas se había separado unos centímetros cuando Coop abrió los ojos y le sonrió. —Lo siento —susurró Lil sin saber por qué susurraba, a no ser porque en aquel momento le parecía lo más apropiado—. No quería despertarte. Tengo que ponerme en marcha. Página 235 Sin dejar de abrazarla, Coop le levantó la mano y se la giró para mirar el reloj. —Sí, los dos tenemos cosas que hacer… dentro de unos minutos. Antes de que Lil pudiera reaccionar, Coop rodó sobre sí mismo y la penetró. Esta vez se tomó su tiempo. Después del primer arranque de posesión, fue despacio, con caricias largas y perezosas que la sumieron en un estado entre la debilidad y el vértigo. Indefensa ante el ataque, se sintió flotar en una nebulosa brillante, sepultó el rostro en el cuello de él y se dejó llevar. Luego lanzó un suspiro y permaneció tumbada más tiempo lo necesario. —Me parece que te debo un desayuno. —Nunca rechazo un buen desayuno. Lil se obligó a darle la espalda y seguir hablando en tono ligero. —Iré a preparar el café mientras te das una ducha. —Vale. Lil cogió un albornoz y se lo puso mientras salía a toda prisa de la habitación. Evitó mirarse al espejo y se concentró en cosas prácticas. Café cargado y lo que ella consideraba un desayuno en toda regla. Tal vez no tuviera hambre, pero a fe suya que comería. Nadie se daría cuenta de que estaba enferma de amor. Otra vez. Más valía centrarse en los aspectos positivos. Había descansado más en las últimas cuatro horas que en todos los días anteriores juntos. Y a buen seguro la tensión sexual que bullía entre ella menguaría a partir de ahora. Ya estaba hecho. Ambos habían sobrevivido. Ambos seguirían adelante. El beicon crepitaba en la sartén de hierro y los panecillos se calentaban en el horno. Le gustaban los huevos fritos, lo recordaba. Al menos antes. Cuando Coop bajó oliendo a su gel de baño, Lil estaba rompiendo huevos contra el borde de la sartén. Coop se sirvió una taza de café, llenó la de ella y se apoyó contra la encimera sin dejar de observarla. —¿Qué? —Estás muy guapa. Me encanta poder mirarte mientras me tomo el primer café —comentó, echando un vistazo al beicon y a patatas que chisporroteaban con los huevos—. Vaya, veo que estás hambrienta. —Me ha parecido que te debo un desayuno como es debido. —Gracias, pero no busco recompensa. —Da igual. En fin, ojalá me instalen el sistema de seguridad pronto. No puedo esperar que la gente monte guardia en el refugio como si esto fuera el Página 236 Fuerte Apache. Todo el mundo tiene cosas que hacer, incluido tú. —Mírame. Lil le lanzó una mirada mientras giraba los huevos. —¿Por qué no te sientas? Esto ya está. —Si estás pensando en apartarte de mí, será mejor que lo pienses dos veces. Con mano notablemente firme, Lil sacó las patatas fritas de la sartén. —El sexo no es una cadena, Coop. Yo me aparto y voy a donde quiero. —No, ya no. —¿Ya no? Nunca… —Se interrumpió y levantó la mano como si quisiera dominarse—. No pienso hablar de esto. Hoy tengo demasiadas cosas que hacer. —Esto no desaparecerá, Lil, ni yo tampoco. —Desapareciste durante más de diez años y ahora llevas aquí unos meses. ¿De verdad crees que todo sigue en el punto que a ti te da la gana y durante todo el tiempo que te dé la gana? —¿Quieres saber lo que pienso y lo que quiero? ¿Estás preparada para oírlo? —No, la verdad es que ni quiero ni estoy preparada —replicó Lil, convencida de que su corazón no lo resistiría, al menos en aquel momento—. No me interesa discutir, debatir ni recalentar los platos fríos… Podemos ser amigos o puedes presionarme hasta que ya no podamos serlo. De ti depende. Si lo que ha pasado entre nosotros destruye nuestra amistad, Cooper, lo sentiré mucho. Muchísimo. —No busco una compañera de cama, Lil. Lil lanzó un suspiro. —Pues vale. Coop avanzó un paso hacia ella, y ella retrocedió otro. En aquel momento se abrió la puerta. —Buenos días. Quería deciros que… —Gull no era el tipo más rápido del mundo, pero incluso él se dio cuenta de lo inoportuno de su entrada—. Siento interrumpir. —No interrumpes nada —aseguró Lil a toda prisa—. De hecho, llegas justo a tiempo. Coop estaba a punto de desayunar. Puedes hacerle compañía y comer algo tú también. —Bueno, no quisiera… —Sírvete café —lo interrumpió Lil mientras preparaba dos platos—. Tengo que subir a vestirme. ¿Todos bien ahí fuera? Página 237 —Sí. Sí… esto… —Siéntate y come. Volveré dentro de unos minutos. Cogió su taza de café y salió sin mirar atrás. Gull carraspeó. —Lo siento, jefe. —No es culpa tuya —masculló Coop. Página 238 17 L il no volvió al cabo de unos minutos. De hecho, no volvió a la cocina, sino que se duchó, se vistió y salió por la puerta delantera de la cabaña. ¿Lo evitó? Sin lugar a dudas, reconoció. Pero no podía permitirse el lujo de atascar su mente, su corazón y su espíritu. Los estudiantes eran su responsabilidad hasta el regreso de Tansy, y cuando Tansy volviera, tendrían otro felino al que cuidar. Se mantuvo ocupada comprobando la jaula provisional y ayudando al grupo que construía la permanente. El cielo soleado y el ascenso de temperatura significaban que por una vez podía trabajar en mangas de camisa. También significaba más deshielo y más barro. Marzo inconstante daría paso al caprichoso abril, que traería consigo más clientes… y más donaciones in situ. Durante el descanso visitó a Baby y lo agasajó con una larga sesión de juegos, cosquillas y caricias. —Es como un gato doméstico pero en enorme —comentó Mary meneando la cabeza cuando Lil salió de la jaula y comprobó la cerradura—. De hecho, no es tan arrogante como mi gato. —Tu gato no podría arrancarte la yugular si se le cruzaran los cables. —En eso tienes razón. No me lo imagino con los cables cruzados. Siempre ha sido un cielo. Que día tan bonito, ¿verdad? —Con las manos en las caderas, Mary alzó la vista hacia el azul intenso del cielo—. Tengo un montón de plantas en el jardín que empiezan a florecer. El azafrán ya está en flor. —Estoy deseando que llegue la primavera… Lil echó a andar por el sendero para ir a ver a los demás animales. Mary la alcanzó para acompañarla. En su recinto, los gatos monteses retozaban y se peleaban como chavales en vacaciones; tumbado sobre una rama de su árbol, el lince los observaba con una expresión que bien podía ser de desdén. —Sé que el jaguar y el nuevo sistema de seguridad nos van a costar una pasta. ¿Vamos bien de dinero, Mary? —Vamos bien. Los donativos han bajado un poco durante el invierno, salvo por el pastón que nos ha donado Coop, que nos pone en una situación mucho mejor que la del primer trimestre del año pasado. Página 239 —Ahora nos toca preocuparnos por el segundo. —Lucius y yo estamos pensando en nuevas estratagemas para conseguir fondos. Y el refugio se animará ahora que empieza el buen tiempo. —Me preocupa que los problemas que hemos tenido ahuyenten a la gente y que eso haga bajar los ingresos por entradas y por donaciones in situ. Las noticias vuelan. —Y la realidad, se recordó, se cuenta en dólares y centavos —. Tendremos dos animales nuevos, Xena y Cleo, que alimentar, alojar y cuidar. Esperaba poder contratar a un asistente para Matt este verano, pero no sé si podemos estirar más el presupuesto. —Willy tiene que pillar a ese cabrón cuanto antes. Matt está sobrecargado de trabajo, pero todos los demás también. Es lo que hay. Estamos bien, Lil, y así seguiremos. ¿Y tú cómo estás? —Bien, bien. —Bueno, pues por si quieres saberlo, que ya sé que no pero te lo diré igualmente, pareces bastante estresada. Y hablando de sobrecargas de trabajo, lo que necesitas es un día libre. Un autentica día libre. Y una cita. —¿Una cita? —Sí, una cita —insistió Mary, visiblemente exasperada—. Ya sabes, con cena, cine, baile… No te has tomado un solo día libre desde que volviste de Sudamérica, y por mucho que disfrutaras del viaje, sé que allí también trabajaste cada día. —Me gusta trabajar. —Puede ser, pero un día libre y una cita te vendrían de perlas. Deberías irte con tu madre a Rapid City. Ir de compras, hacerte la manicura, volver aquí y conseguir que ese guapetón de Cooper Sullivan te invite a un filete, te lleve a bailar y después a lo que ya sabes. —Mary… —Si yo tuviera treinta años menos y fuera soltera, te aseguro que me encargaría de que me invitara a la cena y a todo lo demás. —Mary le cogió la mano y se la oprimió con cierta impaciencia—. Estoy preocupada por ti, cariño. —Pues no te preocupes. —Tómate un día libre. Bueno, se acabó el descanso —anunció al tiempo que miraba el reloj—. Tansy y Farley llegarán dentro de un par de horas. Qué emocionante. No quería un día libre, se dijo Lil mientras Mary se alejaba. No quería ir de compras…, al menos no mucho. Ni hacerse la manicura. Se miró las uñas e hizo una mueca. Vale, quizá no le vendría mal, pero no tenía conferencias, Página 240 apariciones públicas ni actos benéficos a la vista. Cuando hacía falta, sabía arreglarse como la que más. Y si quería cenar un filete, se lo podía comprar. Lo último que necesitaba era una cita con Coop, lo que equivaldría a complicar aún más una situación que el sexo ya había complicado. Culpa mía, reconoció. Coop tenía razón en una cosa. Tenía que asumirlo. ¿Por qué no había hecho aquella lista? Se detuvo delante de la jaula del tigre. Boris estaba tumbado delante de la guarida con los ojos entornados. No dormitaba, todavía no, se dijo Lil. Movía la cola con aire indolente, y Lil advirtió su mirada atenta entre los párpados casi cerrados. —¿Sigues enfadado conmigo? —Le preguntó mientras se apoyaba contra la barandilla y le veía mover las orejas—. No tuve más remedio. No quería que te pasara nada ni que le pasara nada a nadie por tu causa. No es culpa nuestra, Boris, pero habríamos sido los responsables. Boris emitió un rugido gutural, como si asintiera a dientes. —Eres una preciosidad —sonrió Lil—. Grande y hermoso —añadió con un suspiro—. Bueno, me parece que mi descanso también ha terminado. Se irguió para mirar más allá de la jaula, hacia los árboles y los montes, pensando que en un día como aquel nada podía ir mal en el mundo. Se comió la segunda chocolatina. Era cierto que podía vivir de la tierra, pero no veía razón para no permitirse de vez en cuando algún placer del Exterior. En cualquier caso, había robado la caja de chocolatinas de un campamento, de modo que, técnicamente, comérselas era vivir de la tierra. También había confiscado una bolsa de patatas fritas y seis latas de Heineken. Últimamente se limitaba a beber una cerveza cada dos días. Un cazador no podía permitir que el alcohol le aturdiera el cerebro ni tan siquiera durante una hora, de modo que solo bebía cerveza antes de acostarse. El alcohol había sido su punto débil, lo reconocía, al igual que había sido el de su padre. Al igual que era, según le había contado su padre, el punto débil de todo su pueblo. El alcohol era otra arma que el hombre blanco había usado contra ellos. La bebida lo había metido en problemas y había atraído la atención de la ley blanca hacia él. Pero le encantaba el sabor de una cerveza bien fría. Página 241 No se negaría ese placer; tan solo lo dominaría. Eso lo había aprendido solo. Su padre le había enseñado muchas cosas, pero el autodominio no era una de ellas. Todo era cuestión de autodominio, se dijo. Dejar a los campistas con vida había sido cuestión de autodominio y de fuerza. Matarlos habría sido como disparar contra patos de plástico en una feria, y eso no merecía la pena. Había contemplado la posibilidad de matar a tres y dar caza al cuarto. Nunca estaba de más practicar. Pero matar a cuatro campistas habría significado cientos de policías y forestales pululando por el monte como hormigas. Podría eludirlos, como sus antepasados habían hecho durante mucho tiempo. Algún día él sería un ejército de un solo hombre, cazaría y mataría a voluntad a todos aquellos que profanaran la tierra. Algún día pronunciarían su nombre con temor y veneración. Pero de momento tenía cosas más importantes de que ocuparse. Sacó los prismáticos para observar el complejo. Se sentía orgulloso de su vigilancia de los centinelas apostados en el perímetro durante toda la noche. Estaban ahí por él. La presa lo olía y lo temía. Nada de lo que había hecho hasta entonces le había proporcionado tanta satisfacción. Qué fácil y qué excitante habría sido matarlos. A todos. Desplazarse sigiloso como un fantasma, rebanar cuellos, uno tras otro, sentir la sangre húmeda y caliente entre los dedos. Toda la caza abatida en una sola noche. Y el premio, a la mañana siguiente, cuando ella saliera de la cabaña y descubriera la matanza… ¿Echaría a correr entre gritos de terror? Le encantaba cuando echaban a correr y gritaban. Y más aún cuando ya no les quedaba aire para gritar. Pero había decidido dominarse. Aún no había llegado el momento. Podía enviarle un mensaje, pensó. Sí, podía. Algo muy personal. Cuanto más hubiera en juego, más fiera sería la rivalidad cuando llegara el momento. No quería solo su miedo… El miedo era fácil de conseguir. La observó un instante más mientras ella cruzaba el complejo hacia la cabaña que albergaba las oficinas. No, no quería solo su miedo, se repitió mientras bajaba los primaticos y se lamía el chocolate adherido a los dedos. Quería conseguir que se involucrara como ninguna de las otras. Ninguna lo había merecido como ella. Página 242 Se dio la vuelta, se cargó la mochila a la espalda y echó andar dando un rodeo hacia su guarida mientras silbaba una melodía. Esbozó una sonrisa al cruzarse con un excursionista solitario. —¿Se ha perdido? —le preguntó. —No exactamente. Pero me alegro de ver una cara amiga, estaba en Crow Peak, subiendo hacia la cima. Creo que me he apartado un poco del camino —explicó mientras se sacaba una bote agua del cinturón—. Supongo que tendría que haberme quedado en uno de los caminos más fáciles. Llevaba tiempo sin salir de excursión. —Ajá… Parecía un tipo sano y en forma. Y se había perdido. Un poco. —¿Va solo? —Sí. Mi mujer ha decidido dar la vuelta en el cruce. Habría ido con ella de no ser porque me ha dicho que no creía que aguantara otros diez kilómetros. Y ya sabe cómo son estas cosas. Me he picado y… —Yo también voy hacia allí. Puedo acompañarlo hasta el camino. —Genial. Además, me gustará tener compañía. Soy Jim Tyler —se presentó, tendiéndole la mano—. De Saint Paul. —Ethan Felino Veloz. —Encantado. ¿Es de por aquí? —Sí, soy de por aquí. Echó a andar, apartando a Jim Tyler, de Saint Paul, cada más del camino, de las marcas pintadas en los pinos de las señales y los postes, hacia las profundidades del bosque inexplorado. Caminaba a paso moderado; no quería cansar a Jim antes de que empezara el juego. Caminaba atento a la presencia de otros excursionistas mientras el hombre le hablaba de su mujer, sus hijos, la agencia inmobiliaria que tenía en Saint Paul… Iba señalando huellas para entretenerlo y esperaba mientras Jim sacaba fotos con una bonita Canon digital. —Es usted mejor que mi guía —exclamó Jim, entusiasmado—. Ya verá cuando enseñe las fotos y mi mujer vea lo que se ha perdido. Qué suerte haberme topado con usted. —Sí, mucha suerte —convino Ethan Felino Veloz con una sonrisa al tiempo que sacaba el revólver—. Corre, conejito —musitó sin dejar de sonreír —. Corre. Página 243 Lil salió corriendo de la cabaña cuando Farley llegó. Empleados, voluntarios y estudiantes dejaron lo que estaban haciendo para acercarse. Antes de que Farley detuviera la camioneta del todo, Lil se encaramó al estribo del lado de Tansy y sonrió a su amiga. —¿Qué tal ha ido? —Bien, muy bien. Ha empezado a ponerse un poco nerviosa, como si supiera que estábamos llegando. Te va a encantar, Lil. Es preciosa. —¿Tienes todo su historial médico? —le preguntó Matt. —Sí, y hablé personalmente con su veterinario. Está sana como una manzana. Tuvo algunos problemas intestinales hace algunos meses. A su dueña le gustaba darle trufas de chocolate… Es que de verdad… Trufas Godiva y caviar de Beluga para las ocasiones especiales. Por lo visto a Cleo le encanta el chocolate negro relleno de nougat y el caviar con pan muy tostado. —Por el amor de Dios —masculló Matt. —Ha dejado atrás la buena vida, pero creo que se adaptará —comentó Lil, conteniéndose para no pasar a la caja de inmediato echarle un vistazo—. Llevadla a la jaula provisional, Farley. Saquémosla de la camioneta y enseñémosle su nuevo hogar. Apuesto a que está deseando estirar las piernas. Se volvió hacia donde dos estudiantes seguían ocupados con el pequeño grupo de visitantes. —Annie —pidió a la joven que estaba junto a ella—, ¿por qué no les dices a los del grupo que vayan hacia la jaula? Creo que esto les encantará. Sin bajar del estribo, Lil acompañó a sus amigos. —Os esperábamos hace una hora —comentó. Tansy se removió en el asiento. —Ya, es que… hemos salido un poco más tarde de lo previsto. —¿Algún problema? —No, no. —Tansy apartó la mirada—. Ningún problema. Cleo ha aguantado muy bien. De hecho, ha dormido casi todo el viaje. Tengo todo el papeleo por si quieres revisarlo cuando ya esté instalada. En cuanto Lil vio al felino, se quedó sin aliento. Elegante, musculosa, de centelleantes ojos dorados, Cleo estaba sentada en la jaula de viaje como una reina en su trono. Observó a los humanos con una expresión que a Lil se le antojó de pura superioridad y lanzó un rugido ronco por si no acababan de entender quién mandaba allí. Lil se acercó para que la oliera. Página 244 —Hola, Cleo, eres una belleza. Fuerte, poderosa…, y lo sabes. Pero aquí mando yo. Se acabaron las trufas Godiva y los caniches. El jaguar la siguió con aquella mirada de ojos exóticos mientras Lil rodeaba la jaula. —Vamos a sacarla. No acerquéis las manos a los barrotes. Puede que su forma preferida de matar sea agujerear cráneos, pero no se le caerán los anillos por dar un buen arañazo a una mano o a un brazo errante. No quiero ninguna visita a la enfermería. Y no os dejéis engañar por su debilidad por el chocolate. Tiene unas mandíbulas potentes, quizá las más potentes entre todos los felinos. Bajaron la jaula con la plataforma y, mientras los visitantes sacaban fotos, la posicionaron en la entrada del recinto. Cleo emitió un gruñido gutural de fastidio. Lil concluyó que estaba molesta con la gente, su olor, el olor de los otros animales. La leona gruñó. Lil levantó la puerta de la jaula, la bloqueó y se apartó. El jaguar husmeó el aire mientras escudriñaba el espacio, el árbol, las rocas, la valla. Y a los otros animales. Agitó la cola al ver a la leona patrullar la valla que compartían, marcando territorio. —Este jaguar melánico o negro no ha alcanzado la madurez —explicó a los turistas—. Obtiene su color de un alelo dominante, un emparejamiento único de genes. Pero tiene rosetas, es decir, manchas que pueden verse de cerca. Es uno de los cuatro grandes felinos, junto con el león, el tigre y el leopardo. Mientras hablaba, estudiaba las reacciones de Cleo. —Como ves, es joven, tiene un cuerpo compacto y musculoso. —Parece un leopardo. Lil asintió en dirección a uno de los hombres del grupo. —Tiene razón. Físicamente se parece a un leopardo, aunque será más grande y robusta cuando alcance la madurez. Etológicamente se parece más a un tigre, y como a los tigres, le gusta nadar. Cleo avanzó con cautela hacia la abertura de la jaula. Lil permaneció inmóvil y siguió hablando. —Y al igual que en el caso de los tigres, las hembras pasan de los machos después de dar a luz. Los integrantes del grupo rieron sin dejar de sacar fotos. —Es una cazadora especializada en el acecho y la emboscada, ninguna otra especie posee ni de lejos sus habilidades. En libertad es una depredadora Página 245 excepcional y se encuentra en lo más alto de la cadena alimentaria. A causa de la deforestación, el hacinamiento, la fragmentación de sus hábitats y la caza furtiva, la población de jaguares están menguando. Es una especie considerada casi en peligro de extinción. Los esfuerzos conservacionistas contribuirán a protegerla, lo cual a su vez contribuirá a proteger a otras especies de menor envergadura. Cleo salió de la jaula agazapada, husmeando tanto la tierra como el aire. En cuanto cruzó el umbral de la jaula, Lil cerró la puerta con llave. Los presentes aplaudieron. —Aquí estará a salvo —añadió Lil—. Los empleados, estudiantes y voluntarios del Refugio Chance cuidarán de ella, con ayuda —agregó para que no lo olvidaran— de las donaciones de muchos benefactores y visitantes. Aquí tendrá una buena vida, tal vez durante más de veinte años. Observó al felino negro avanzar agazapado por la hierba, husmeándola, olisqueando el aire antes de erguirse para acechar. Luego se agachó para orinar y marcar territorio, al igual que la leona había marcado el suyo. Echó a andar en círculos; incluso cuando se detuvo para beber en el abrevadero, Lil distinguió el movimiento ondeante de sus músculos. Cleo siguió caminando y rugiendo con su voz ronca. Se levantó sobre las patas traseras para afilarse las garras en el árbol, y Lil sintió un estremecimiento ante la belleza de sus líneas y la potencia de su cuerpo. Cuando los demás se alejaron, ella siguió observándola durante casi una hora. Y sonrió cuando Cleo trepó al árbol de un salto para tender su cuerpo musculoso sobre una gruesa rama. —Bienvenida a casa, Cleo —dijo en voz alta. Por fin dejó a solas a la nueva invitada y regresó a la oficina para ocuparse del papeleo. Se asomó a ver a Matt y lo encontró leyendo el historial del nuevo animal. —¿Todo según lo previsto? —Hembra de jaguar melánico sana que todavía no ha alcanzado el estro. Ha sido sometida a chequeos periódicos y tiene las vacunas en orden. Su dieta ha sido un poco sospechosa. Tansy ha traído muestras de sangre, pero quiero examinarla otra vez. —Vale, pero démosle un par de días para que se adapte al nuevo entorno antes de someterla a más estrés. Si quieres puedo conseguirte muestras de orina y heces por si te interesa empezar antes. —Cuanto antes mejor. —Me ocuparé de ello. Página 246 Lil pasó a la oficina que compartía con Tansy y cerró la puerta. Tansy alzó la mirada del teclado. —¿Todo bien? —Hablaremos de eso dentro de un minuto. Primero quiero saber qué te pasa. —Nada. No quiero hablar de ello ahora. Quiero hablar de ello más tarde —decidió Tansy—. Con alcohol. —Vale, después de dar de comer a los animales. Abriremos una botella de vino y nos pondremos al día. Pero ahora tengo que contarte algo. Lil se sentó y puso a Tansy al corriente de los acontecimientos acaecidos durante su viaje. —Dios mío, Lil. Dios mío, podrías haber resultado herida de gravedad. Podrías haber muerto. —Tansy cerró los ojos—. Y si uno de los estudiantes… —Era de madrugada; los estudiantes no estaban. Hemos tomado medidas, todas las medidas posibles. Con el nuevo sistema de seguridad, los animales, los empleados y todos los demás estaremos a salvo. Tendría que haber conseguido antes el dinero para modernizar el sistema. —Hasta ahora servía, Lil. Hasta que apareció ese loco. Hay que estar chiflado para abrir una jaula. El que lo hizo podría haber acabado como el alce. ¿Y la policía no lo localiza? ¿Tienen alguna pista? —De momento no. Coop cree que tiene una pista sobre su identidad. Tansy, ¿recuerdas a Carolyn Roderick? —Sí. ¿Qué tiene ella que ver con todo esto? —Ha desaparecido. Desapareció hace meses mientras estaba trabajando con un grupo en Alaska. —¿Que ha desaparecido? Oh, no. Su familia… Hablé con su madre un par de veces mientras Carolyn trabajaba aquí. —Tenía un novio… Bueno, un exnovio que venía de voluntario cuando ella hacía las prácticas. —Ah, sí, aquel montañés. ¿Ed? No, no se llamaba Ed. —Ethan. —Eso, Ethan, el que siempre soltaba el rollo de que era descendiente de Caballo Loco. —Te acuerdas mucho mejor que yo. —Cené con Carolyn y algunos otros estudiantes un par de veces, y él nos acompañaba o aparecía. Estaba enamorado de sí mismo y de su linaje, lo cual me parecía una auténtica chorrada. Pero a ella le iba el rollo y le iba él. Ethan Página 247 le traía flores silvestres, ayudaba de vez en cuando como voluntario, la llevaba a bailar. Carolyn estaba deslumbrada. —Las cosas acabaron fatal entre ellos. Carolyn rompió con él, y las personas con las que Coop se ha puesto en contacto dicen que Ethan se puso violento —explicó Lil mientras cogía dos botellas de agua—. Después de repasar la ficha de Carolyn recordé que Ethan iba por ahí asegurando que era sioux y jactándose que vivía en plena naturaleza durante largos períodos de tiempo como…, bueno, como Caballo Loco. Se moría de ganas de entrar en el servicio del parque nacional y afirmaba que todo esto era tierra sagrada. —¿Crees que es él? ¿Crees que él mató al puma y al lobo? ¿Qué iba a volver para acosarte? —No lo sé, pero la verdad es que él también ha desaparecido. Coop no ha podido localizarlo, al menos de momento. Si recuerdas algo más sobre él, lo que sea, deberías decírselo a Coop y Willy. —Vale, lo pensaré. Dios, ¿crees que le habrá hecho daño a Carolyn? —Ojalá pudiera decir lo contrario —suspiró Lil pensar en ello hacía que se sintiera enferma, triste y culpable—. No sé si lo recuerdo o si son imaginaciones mías, pero tengo la sensación de era un tío un poco siniestro. Me parece recordar que me observaba. Mucho. Y quizá entonces no le di importancia, porque algunos de los voluntarios y los estudiantes tienden a observarme bastante. Quieren ver lo que hago y cómo lo hago, ya lo sabes. —Sí. —Y ahora tengo la sensación de que no es esa la impresión que tenía cuando me observaba él. Que quizá me parecía que algo no andaba del todo bien, pero que no le di importancia. —Yo no lo recuerdo tan bien. Solo recuerdo que me parecía un fantasma, pero echaba una mano y parecía empeñado en seducir a Carolyn. —Vale. —¿Qué más puedo hacer? —Hablar con los estudiantes para que no se pongan nerviosos. Les he contado todo lo que he podido y he hablado con las universidades respecto a los nuevos. He pensado que tenía que ponerles al corriente. No creo que ninguno de ellos corra peligro y tenemos que seguir funcionando con normalidad, pero aun así he contado todo, y es probable que algunos se pongan nerviosos. —De acuerdo. Casi todos ellos estarán en la cámara procesando la carne para la cena. Iré a echar un vistazo. —Perfecto. Página 248 —Hasta luego. —Tansy se levantó—. ¿Quieres que me quede aquí esta noche? Cobarde, se regañó Lil, a punto de asentir. Pero si asentía no sería por miedo al psicópata que merodeaba por los montes, sino para rehuir a Cooper Sullivan. —No, está todo controlado. Prefiero mantener la rutina en la medida de lo posible. Lucius golpeó con los nudillos la puerta cuando Tansy salió. —Te he enviado por correo electrónico fotos de Cleo y una especie de montaje que hemos hecho mientras la trasladábamos. Puedo colgarlo todo en la web en cuanto lo apruebes. —Echaré un vistazo. Céntrate, se ordenó al tiempo que se ponía en modo trabajo. —Escribiré un texto para acompañar el montaje. Nos interesa algo específico sobre ella, los jaguares en general y también alguna explicación de lo que pasa entre bastidores. Luego lo colgaremos en la página de Adopciones. ¿Se ha ocupado Mary de buscar el jaguar negro de peluche para la dueña y para la tienda de regalos? —Creo que te ha enviado algunas opciones por correo. —Vale, ahora me pongo. —¿Quieres que cierre la puerta? —No, déjala abierta, por favor. Cogió un refresco para darse un chute de cafeína y puso manos la obra. Al final de la cena de los animales todavía no estaba satisfecha. Grabó el texto y las fotos en un lápiz de memoria y se lo guardó en el bolsillo. Le echaría otro vistazo en casa, después de un buen descanso, para verlo con nuevos ojos. Sabía que los contribuyentes querían fotos, pero también historias. Un animal nuevo generaba interés, y tenía intención de aprovechar la circunstancia. Despachó otro papeleo mientras el crepúsculo se llenaba de los sonidos de la cena. Por fin salió y, en cuanto el último estudiante se marchó a casa, cerró. Algún día tendría fondos suficientes para construir la residencia. Alojamiento para los estudiantes, cocina propia… Dentro de dos años, calculó teniendo en cuenta el gasto que implicaría el sistema de seguridad y la construcción de una jaula nueva. Encontró a Tansy en el salón con una botella de vino y una bolsa de nachos. Página 249 —Alcohol y sal —anunció Tansy, levantando la copa a modo de brindis —. Justo lo que necesitaba. —Manjar de dioses. —Lil se quitó el chaquetón y el sombrero y se sirvió una copa—. Pareces cansada. —Es que anoche no dormí mucho —explicó Tansy antes de beber un generoso trago de vino—. Estuve demasiado ocupada haciéndomelo con Farley. —Oh —exclamó Lil y decidió que aquello requería tomar asiento—. Vale, bueno, sí, esta noticia se digiere mejor con una bebida para adultos. Caramba. —Y fue genial, genial, genial —prosiguió Tansy, hincando el diente a un nacho—. ¿Y ahora qué hago? —Pues… ¿repetir? —Por el amor de Dios, Lil, ¿qué he hecho? Sabía que no debía hacerlo, pero… pasó. —Otro largo trago de vino—. Cuatro veces. —¿Cuatro veces? Cuatro veces en una noche. Qué bárbaro. Brindo por Farley. —No es broma. —Desde luego que no; cuatro veces es una proeza. —Lil… —Tansy, eres una mujer adulta, y Farley es un hombre adulto. —Cree que está enamorado de mí —masculló Tansy sin dejar de comer nachos—. ¿Sabes lo que me dijo anoche? —¿Antes o después de las cuatro veces? —Después, maldita sea. Y también antes. Estaba yo allí intentando ser sensata, justa, realista… —Y desnuda. —Cierra el pico. Y va él y me mira. Joder, cómo me mira. Tansy le contó todo lo que le había dicho Farley, casi al pie de la letra. —Oh —suspiró Lil sin poder contenerse, llevándose una mano al corazón —. Es precioso. Y tan tan propio de Farley… —Lo sé. Lo sé, Lil, pero esta mañana, mientras desayunábamos en aquel restaurante, yo estaba allí intentando conservar la compostura…, no sé, tomarme las cosas con calma, ser sensata, y él venga sonreírme. —Bueno, después de cuatro veces no me extraña que no dejara de sonreír. —¡Basta! Va y me dice: «Tansy, voy a casarme contigo, pero… puedes tomarte un tiempo para acostumbrarte a la idea». Página 250 —¡Uau! —exclamó Lil, que se quedó boquiabierta durante unos instantes hasta que logró cerrarla para beber otro sorbo—. Repito: ¡Uau! —Da igual lo que le diga, él se limita a sonreírme y asentir, y cuando salimos del restaurante, me coge otra vez y me besa hasta volverme completamente loca. Creo que me he dejado medio cerebro en Montana. —¿Ya habéis fijado la fecha? —¿Quieres parar? No me estás ayudando. —Lo siento, Tansy, pero es que estás aquí sentada, comiendo nachos compulsivamente y diciéndome que un tío genial, realmente genial, te quiere y te desea. Un hombre con el que, encima, anoche tuviste varios orgasmos… supongo. —Sí, varios es la palabra justa. Es muy… atento y enérgico. —Ahora estás fardando. —Un poco. Dios, Lil, es sincero, encantador y… un pelín aterrador. Estoy hecha un lío. —Lo cual es una novedad. Me gusta que estés enamorada de él y todo lo que se me ocurre es positivo. Lo único que puedo hacer es alegrarme y estar un poco celosa. —No debería haberme acostado con él —continuó Tansy—. Ahora he complicado las cosas aún más, porque antes podía pensar que simplemente me ponía caliente, pero ahora sé que me pone caliente y que además estoy loca por él. ¿Por qué siempre hacemos lo mismo? ¿Por qué siempre acabamos acostándonos con ellos? —No lo sé. Yo me he acostado con Coop. Tansy se comió otro nacho y se lo tragó con ayuda del vino. —Pensaba que aguantarías un poco más. —Y yo —reconoció Lil—. Ahora estamos cabreados. Creo, al menos yo le he echado un par de mocos esta mañana. Y mientras se los echaba tenía clarísimo que un noventa por ciento autodefensa y un diez por ciento verdad. —Te rompió el corazón. —En mil pedazos. Farley es incapaz de hacerte algo así. Los ojos oscuros y profundos de Tansy se suavizaron. —Pero yo podría rompérselo a él. —Sí, podrías. ¿Lo harás? —No lo sé, ese es el problema. No quiero hacerlo. Farley no es lo que buscaba. Cuando pensaba en el tipo de hombre que buscaba para más adelante, desde luego no me venía a la cabeza un vaquero blanco y flaco. Página 251 —Creo que elegimos menos de lo que creemos. —Lil, pensativa, metió la mano en la bolsa de nachos—. Si pudiera elegir, me habría decantado por Jean-Paul. Es mucho más adecuado para mí. Pero no es el hombre de mi vida y no pude convertirlo en el hombre de mi vida. Así que acabé haciéndole daño a pesar de que no era mi intención. —Ahora estoy deprimida. —Lo siento. Bueno, basta de hablar de corazones rotos —decretó Lil, sacudiéndose como si se quitara un peso de encima—. Hablemos de esos cuatro polvos con Farley. Quiero todos los detalles. —Ni hablar —replicó Tansy divertida, señalándola con un dedo—. Al menos no con una sola copa de vino. Y puesto que un tengo que conducir, no pienso beber más. Me voy a casa a pensar en otra cosa. En cualquier otra cosa. ¿Estarás bien? —Hay media docena de hombres armados ahí fuera. —Vale, pero me refería a Cooper. Lil lanzó un suspiro. —Haré la última guardia, así eludiré el problema, porque él hará la primera. No es la solución, pero sí un parche. Una pregunta Tansy, y contesta sin pensar. ¿Estás enamorada de Farley? No solo loca por él, sino enamorada. —Creo que sí. Ahora estoy aún más deprimida —masculló al tiempo que se levantaba—. Me voy a casa para estar deprimida a solas. —Buena suerte. Hasta mañana. Una vez a solas, Lil se preparó un bocadillo y una cafetera pequeña. Luego se sentó a la mesa de la cocina y comió mientras leía los textos para la web. Tensó todos los músculos al oír la puerta, pero se relajó al ver que era su madre. —Te dije que no vinieras esta noche. —Tu padre está aquí, así que yo también. Te aguantas. Como si estuviera en su casa, Jenna abrió la nevera, suspiró al ver su contenido y sacó una botella de agua. —Estás trabajando; no quería interrumpirte. —No pasa nada, solo estoy puliendo algunos artículos para la web sobre nuestra nueva princesa. —La he visto, Lil. Es preciosa. Tan elegante y misteriosa… traerá mucha atención. —Creo que sí. Y aquí será feliz. Tendrá mucho espacio cuando acabemos su hábitat definitivo. Una dieta sana, buenos cuidados… El año que viene Página 252 veré si puedo hacerla criar. Jenna asintió y se sentó. —Probablemente no sea nada, pero quería contarte… —Oh, oh… —Conoces a Alan Tobías, ¿verdad?, el forestal. —Sí. A veces trae a sus hijos al refugio. —Está echando una mano esta noche. —Qué amable. Debería ir a darle las gracias. —Sí, en algún momento. Nos ha dicho que ha desaparecido un excursionista. —¿Cuánto hace? —Tenía que estar de vuelta sobre las cuatro. Su mujer no empezó a preocuparse en serio hasta las cinco. —Bueno, solo son las ocho. —Pero ya es de noche, y el hombre no contesta al móvil. —Hay poca cobertura por aquí, ya lo sabes —le recordó Lil con los nervios de punta, aunque obligándose a hablar en tono sereno. —Sí, y probablemente no sea nada. Seguro que se ha perdido y, si no encuentra el camino muy pronto, puede que acabe pasando una noche de perros ahí fuera. Pero estaba caminando por Crow Peak, Lil, y eso no está lejos de donde capturaste al puma con Coop. —Se tarda un día entero en llegar hasta la cima y volver, y no es una ruta fácil. Si no tiene experiencia, podría tardar incluso más, más de lo que le haya dicho a su mujer. ¿Por qué iba solo? —No lo sé; no tengo todos los detalles —repuso Jenna, volviéndose hacia la ventana oscura—. Lo están buscando. —Seguro que lo encuentran. —También han estado buscando al hombre que disparó contra tu puma, el que vino aquí, pero no lo han encontrado. —Él no quiere que lo encuentren —señaló Lil—, pero el excursionista sí. —Han anunciado lluvia para la madrugada. Mucha lluvia —Jenna miró de nuevo hacia la ventana—. Se huele en el aire, todo esto me da muy mala espina, Lil. Tengo la impresión de que se acerca algo mucho peor que la lluvia. Página 253 18 L a lluvia llegó, en efecto, y con gran violencia. Al amanecer, Lil entró en la cabaña arrastrando los pies, colgó el chubasquero a secar y se quitó las botas empapadas y llenas de barro. Quería acostarse y dormir una hora más. Dos si podía, y luego pasarse un par de días en una ducha caliente y comiendo como una loba. A aquellas horas todavía no habían encontrado al excursionista, un tal James Tyler, de Saint Paul, según sus fuentes. Esperaba que lo peor que hubiera ocurrido fuera que había pasado una noche más desagradable que la de ella. Descalza y sigilosa, salió de la cocina y se dirigió a la escalera, pero al asomarse al salón comprobó que el sofá no estaba ocupado. Supuso que Coop se habría marchado a casa. No había visto su camioneta, pero a decir verdad no habría visto gran cosa con la que estaba cayendo. Se relajó y subió la escalera. Pon el despertador, se dijo. Una hora y media era un buen término medio. Y después a la cama. Una cama calentita, suave y seca. Al entrar en el dormitorio descubrió que la cama calentita, suave y seca ya estaba ocupada. Apretó los dientes para contener el taco que amenazaba con escapársele, pero cuando empezó a retroceder, Coop abrió los ojos. —No pienso dormir en el sofá. —Vale. Ya es de día, así que puedes levantarte y largarte. Si quieres, prepárate café, pero no hagas ruido. Necesito dormir. —Cruzó el dormitorio en dirección al baño y cerró con un portazo. En fin, se ducharía antes de acostarse. Así dormiría mejor. Una buena ducha caliente y luego a la cama. No pasaba nada. Y no había motivo para que Coop no usara la cama después de pasarse varias horas a la intemperie en plena noche. Se desnudó, dejó caer la ropa en una pila y abrió los grifos con el agua todo lo caliente que fue capaz de aguantar. Gimió de gusto al meterse bajo el chorro y sentir el calor sobre la piel fría y los huesos helados. Lanzó un resoplido cuando la cortina se apartó. —¡Maldita sea! —Quiero ducharme. Página 254 —Es mi ducha. Coop se limitó a entrar con ella. —Hay mucho sitio y agua suficiente para los dos. Lil se apartó el pelo mojado de la cara. —Te estás pasando, Cooper. —Pasarme sería tocarte, cosa que no voy a hacer. —Estoy cansada, así que no voy a discutir contigo. —Perfecto, porque no estoy de humor para discutir —replicó él mientras cogía un poco de gel y se enjabonaba—. Esta lluvia traerá inundaciones. Lil dejó que el agua le resbalara por la cabeza; tampoco tenía ganas de conversación. Salió de la ducha antes que él, se envolvió el cuerpo con una toalla y el cabello con otra, fue al dormitorio, se puso pantalones de franela y camiseta, y se sentó en el borde de la cama para poner el despertador. Al poco, Coop salió del baño con el pelo húmedo, vaqueros y una camisa que no se había molestado en abrocharse. —¿Han encontrado al excursionista? —No, todavía no, al menos cuando he venido. Coop asintió y se sentó para ponerse los calcetines; la observó mientras se metía en la cama que le había dejado caliente. —Tienes el pelo mojado. —Me da igual; estoy muy cansada. —Ya lo sé. Coop se levantó de la silla, se acercó a la cama, se inclinó sobre ella y la besó en los labios con suavidad, como si fuera una niña adormilada. —Hasta luego. —Le deslizó un dedo por la mejilla antes de dirigirse hacia la puerta—. Lo nuestro no es solo sexo, Lil. Nunca lo ha sido. Lil mantuvo los ojos cerrados mientras lo oía bajar la escalera. Esperó hasta que oyó la puerta principal abrirse y un instante después cerrarse. Y entonces se abandonó a la confusión que Coop le causaba. Mientras fuera caía la lluvia, Lil lloró hasta dormirse. Llovió toda la mañana, lo que obligó a anular las salidas y el alquiler de caballos. Coop se ocupó de los animales de la granja y dejó de maldecir la lluvia y el viento al cabo de una hora. No servía de nada. Página 255 Mientras su abuelo limpiaba y reparaba aperos, y su abuela se encargaba de las montañas de papeleo (ambos a cubierto en la casa principal), Coop cargó otros dos caballos en el remolque. —Hay muchos sitios donde refugiarse en el monte —constató Lucy mientras le empaquetaba el almuerzo—. Espero que ese pobre hombre haya encontrado alguno. Sabe Dios cómo van a encontrarlo con este tiempo. —Tenemos seis caballos y seis voluntarios ahí fuera. Me llevo esos dos al pueblo por si necesitan más. Las riadas van ser un problema. —Cuántos problemas… Demasiados. Excesivos como la lluvia. —Ya despejará. Si necesitan más hombres para la búsqueda, os avisaré. De lo contrario estaré de vuelta dentro de unas horas. —Pasarás esta noche en casa de Lil. Coop se detuvo con una mano en el picaporte. —Sí, me quedaré allí hasta que esto esté resuelto. —¿Y tú y Lil? —Preguntó su abuela mirándolo de hito en hito—. ¿También vais a resolverlo? —Estoy en ello. —No sé lo que pasó entre vosotros cuando erais unos críos y no te lo voy a preguntar. Pero si quieres a esa chica, deja de perder el tiempo. Me gustaría verte sentar la cabeza y ser feliz. Y qué narices, también me gustaría tener bisnietos correteando por aquí. Coop se frotó la nuca. —Eso me parece un poco precipitado. —No desde mi punto de vista. Si sales con los de la partida de búsqueda, llévate un rifle. Le dio la bolsa que contenía la comida y luego le puso ambos manos en las mejillas. —Cuida de mi chico; es muy valioso para mí. —No te preocupes. No hay nada de qué preocuparse, se dijo mientras recorría el difícil trayecto hasta Deadwood. No era él el acosado ni el que se había perdido en el monte. Lo único que hacía era dar el siguiente paso, es decir, proporcionar caballos y dos ojos más en caso necesario. En cuanto a Lil, lo único que él podía hacer era estar junto a ella. ¿La quería? Siempre la había querido. También en ese sentido había dado el siguiente paso y vivido sin ella. ¿Y dónde había acabado Lil? Justo donde quería estar, Página 256 donde necesitaba estar. Haciendo lo que siempre había soñado hacer. Había conseguido su meta, y en cierto modo, él también. Y ahora estaba dando una vez más el siguiente paso. El problema era que no sabía a qué atenerse con Lil. ¿Eran amigos? ¿Amantes ocasionales? ¿Un puerto seguro en medio de la tormenta? Y una mierda. Todo eso ya no bastaba, al menos para él. De modo que seguiría intentándolo, porque ese era el siguiente paso desde su punto de vista. Y entonces ambos sabrían a qué atenerse. Entretanto haría cuanto estuviera en su mano para protegerla y ella tendría que aceptarlo. Gull salió de los establos cuando oyó llegar a Coop. El agua le resbalaba a chorros por el ala del sombrero y por el chubasquero reluciente mientras ayudaba a Coop a descargar los caballos. —Todavía no lo han encontrado —gritó para hacerse oír por encima del estruendo de la lluvia—. Es imposible rastrear con este tiempo. Entre el deshielo y la lluvia, allá arriba está todo inundado. Un asco, jefe. —Necesitarán más caballos. Coop alzó la mirada hacia el cielo negro y furioso. Aunque los helicópteros pudieran despegar, ¿qué verían con aquel tiempo? En aquellas circunstancias, la búsqueda por tierra era la mejor opción. —Están intentando localizar su móvil o algo así. La señal —explicó Gull mientras conducía su caballo a un establo seco—. No sé cómo les va, pero si no me necesitas aquí, podría subir a sustituir a alguien que lleve mucho rato buscando. —Llévate el caballo que quieras y llámame luego. No te me pierdas, Gull. —Vale. Si ese tipo tiene dos dedos de frente, se habrá resguardado en alguna cueva cerca de la cumbre. Pero no sé si tiene dos dedos de frente. Tengo entendido que todos los demás excursionistas que andaban por allí están localizados. Solo falta el tipo de Saint Paul. —Mucho tiempo para andar perdido con esta lluvia. —Cierto. Dicen que no han encontrado ni rastro de él —refirió Gull mientras ensillaba un gran bayo castrado—. Un par de excursionistas lo vieron e incluso charlaron un rato con él en el cruce de Crow Peak. Ellos tomaron el sendero hacia el sur, y él se dirigía al norte, hacia la cumbre. Pero eso fue ayer antes de mediodía. —¿Y vieron a alguien más? Página 257 —Sí, en el cruce y en la ruta del sur, pero no en la ruta de la cumbre. El tipo subió solo. —En tal caso esperemos que tenga dos dedos de frente. Si necesitan más relevos, diles que ando por aquí. Y llámame. Coop condujo hasta la oficina y preparó una cafetera. Mientras no lo avisaran para la búsqueda, tenía intención de averiguar cuánto pudiera acerca de Ethan Howe. Pasó la hora siguiente hablando con policías e investigadores de Alaska, Dakota del Norte y Nueva York, inmerso en el lento cometido de llenar algunas lagunas. Habló con el agente de condicional de Howe, así como con sus antiguos caseros, y añadió algunos nombres a la lista de personas a las que debía telefonear. A Howe se le conocían pocas amistades, y muy espaciadas. Era un solitario, una especie de vagabundo que prefería las zonas pocas pobladas; por lo que dedujo Coop, rara vez permanecía más de seis meses en el mismo sitio. Por lo general acampaba, aunque a veces se alojaba en moteles o habitaciones que alquilaba por semanas y pagaba en efectivo. Un historial laboral precario: Jornalero, mozo de labranza, guía rural… Reservado. Callado. Trabajaba duro, pero no era de fiar. Iba y venía. Coop siguió indagando hasta dar con un bar en Wise River, Montana. Esto es como un encaje de bolillos, pensó Coop mientras marcaba el número. Como morderse la propia cola. Conseguiría lo mismo tirando un dardo a un mapa y viendo dónde se clavaba. —Bender’s. —Quiero hablar con el propietario o con el encargado. —Soy Charlie Bender, el dueño del bar. —¿También era el dueño en julio y agosto de hace cuatro años? —Hace dieciséis años que tengo este bar. ¿Qué pasa? —Señor Bender, me llamo Cooper Sullivan y soy investigador privado con licencia en Nueva York. —¿Y por qué me llama desde Dakota del Sur? Tengo identificación de llamadas, colega. —Es que estoy en Dakota del Sur. Le daré mi número de licencia por si quiere comprobarlo. —Había vendido la agencia, pero su licencia seguía en vigor—. Estoy buscando a alguien que trabajó para usted un par de meses en verano de 2005. —¿Quién? —Ethan Howe. Página 258 —No me suena. Cuatro años es mucho tiempo y aquí entra y sale mucha gente. ¿Qué quiere de él? —Puede que esté relacionado con la desaparición de una persona, un caso en el que estoy trabajando. Por entonces tendría veinte muchos años — explicó Coop antes de darle una descripción. —Podría ser cualquiera. —Acababa de cumplir condena por agresión. —Sigo sin ponerle cara. —Afirma tener sangre sioux y le gusta fardar de sus habilidades como montañista. Es reservado, pero muy amable y seductor con las mujeres. Al menos al principio. —Jefe. Lo llamábamos Jefe porque después de tomarse un par de cervezas siempre contaba que estaba emparentado con Caballo Loco. Menudo capullo. Recuerdo que llevaba un collar que según él era de dientes de oso. Contaba que él y su padre cazaban osos y otros bichos. No trabajaba mal, pero no se quedó mucho tiempo. Se largó con mi mejor camarera. —¿Recuerda cómo se llamaba? —Sí, Molly Pickens. Trabajó para mí durante cuatro años antes de que apareciera Jefe. Luego se largó con él, y yo me quedé sin dos empleados. Tuve que traer a mi mujer para que sirviera mesas, y recuerdo bien que me machacó vivo por eso. —¿Sabe cómo podría ponerme en contacto con Molly? —No sé nada de ella desde aquel mes de agosto. Coop sintió un hormigueo en la nuca. —¿Tiene familia? ¿Amigos? ¿Alguien con quien pueda hablar? —Oiga, amigo, yo no controlo a la gente, ¿vale? Llegó aquí buscando trabajo, y le di trabajo. Se llevaba bien con los demás, con los clientes… Se ocupaba de sus propios asuntos y yo de los míos. —¿De dónde era? —Joder, cuántas preguntas… Del este, creo. Una vez dijo que estaba harta de su viejo, no sé si se refería a su padre o a su marido, y que se había largado por eso. Nunca me dio problemas hasta que se largó con Jefe. —Se fue sin avisar. ¿Se llevó sus cosas? —No tenía gran cosa. Hizo una maleta con ropa y tal, vació la cuenta y se largó en su viejo Ford Bronco. —¿Le gustaba estar al aire libre? ¿Ir de excursión, de acampada? —Pero ¿qué coño? ¿A quién busca, a él o a ella? —Ahora mismo a los dos. Página 259 Bender lanzó un ruidoso suspiro. —Ahora que lo dice, sí que le gustaba estar al aire libre. Era una buena chica, y fuerte. Le gustaba salir de excursión y hacer fotos en el parque nacional en sus días libres. Me dijo que quería ser fotógrafa. Se sacaba algún dinero extra vendiendo fotos a los turistas. Imagino que se las está apañando bien en alguna parte. Coop no estaba tan seguro. Siguió sonsacando detalles a Bender y tomando notas. Una vez recopilados todos los datos, se reclinó en la silla, cerró los ojos y repasó mentalmente lo que sabía. Patrones, pensó. Patrones, círculos y ciclos. Si sabías buscarlos, siempre aparecían. Por fin cerró y fue a ver a Willy. El rostro del sheriff era una máscara de fatiga, tenía los ojos inyectados en sangre y la voz reducida a un susurro ronco. —He pillado algo —masculló antes de sepultar un gran estornudo en un pañuelo rojo—. Maldita primavera. He llegado de la búsqueda hace aproximadamente media hora. —Cogió una gruesa taza blanca—. Sopa instantánea. No noto el sabor de nada, pero mi madre siempre dice que cuando tienes catarro hay que comer sopa de pollo, así que en eso estoy. —No lo habéis encontrado. Willy negó con la cabeza. —Con este tiempo no nos encontraríamos ni la polla. Se supone que mañana despejará. Si ese pobre diablo sigue vivo, debe de estar pasándolo fatal. —Bebió un sorbo de sopa con una mueca—. Es como si me estuvieran ligando las amígdalas. Solo ha pasado un día. Si no está herido o muerto, y si ha podido resguardarse de la lluvia, no le pasará nada. Llevaba comida. Barritas energéticas agua, frutos secos y tal. De hambre no se morirá. Lo que más me preocupa es que lo sorprenda una riada y se ahogue. —¿Necesitáis más hombres allá arriba? —Vamos bien. De hecho, también me preocupa que alguno de los hombres se ahogue o se caiga por un precipicio. Han tenido que traer a dos de vuelta. Un tobillo roto y lo que primero creímos que era un infarto y resultó no ser más que una indigestión. Si tenemos que volver a subir mañana, necesitaremos caballos de refresco. —Los tendrás. Willy… Se interrumpió cuando una mujer apareció en el umbral. —Sheriff. Página 260 —Señora Tyler, entre y siéntese, por favor —la instó Willy mientras se levantaba jadeando para acompañarla hasta una silla—. No debería haber salido con este tiempo. —No puedo quedarme sentada en la habitación del hotel. Me estoy volviendo loca. Necesito saber lo que está pasando, sea lo que sea. —Estamos haciendo todo lo posible. Tenemos a muchos hombres buscando a su marido, señora Tyler; hombres que conocen los caminos, que han participado en muchas partidas de rescate. Me dijo usted que su marido es un hombre sensato. —Por lo general sí. Se llevó una mano a los ojos inundados de lágrimas. A juzgar por su aspecto, Coop dudaba que hubiera dormido más de una hora desde que su marido había desaparecido. —No debería haber insistido en subir a la cima —prosiguió la señora Tyler, meciéndose en la silla como si el movimiento la ayudara a mantener la calma—. En los últimos cinco años prácticamente solo ha caminado en la cinta de casa. —Pero usted me dijo que estaba en forma. —Sí. Debería haber ido con él —gimió la mujer, mordiéndose el labio mientras se mecía con más fuerza—. No debería haberle dejado ir solo, pero no me apetecía pasarme el día caminando por el monte. Yo quería alquilar unos caballos, pero a Jim le ponen nervioso. Creí que podría convencerlo para que volviera conmigo cuando llegamos al cruce de caminos. Me puso tan furiosa que no me hiciera caso que le contesté mal. Lo último que hice fue hablarle mal. Willy la dejó llorar y pidió a Coop por señas que se quedar mientras acercaba una silla para poder darle a la mujer unas palmaditas de consuelo en el brazo. —Sé que está asustada y me gustaría tener más noticias que darle, algo que la tranquilizase. —Su móvil. Usted me dijo que intentarían localizar su móvil. —Sí, lo hemos intentado, pero no localizamos la señal. Puede que se quedara sin batería. —Habría llamado. Habría intentado llamar —aseguró con voz temblorosa al tiempo que se enjugaba el rostro con un pañuelo de papel—. No querría que me preocupara. Cargamos los teléfonos antes de salir del hotel por la mañana. Dicen que habrá inundaciones. Lo han dicho en las noticias. Página 261 —Su marido es un hombre sensato. Y un hombre sensato se quedaría en las tierras altas. No lo hemos encontrado, señora Tyler pero tampoco hemos encontrado indicio alguno de que le haya pasado algo. Quédese con eso de momento. —Lo intento. —Buscaré a alguien para que la acompañe al hotel. Si quiere, puedo asignar a una persona para que se quede con usted; así no tendrá que estar sola. —No, no hace falta. No he llamado a mis chicos, a nuestros hijos. Estaba tan convencida de que volvería esta mañana, pero ahora… hace veinticuatro horas que tendría que haber vuelto. Creo que tengo que llamarlos. —Como quiera. —A Jim se le metió entre ceja y ceja hacer este viaje. Wild Bill, Calamity Jane, Caballo Loco, las Colinas Negras… Tenemos un nieto de tres años y otro en camino. Jim dijo que debíamos practicar un poco para luego llevarlos de excursión. Incluso compró equipos nuevos. —Y dice usted que llevaba todo lo que recomiendan las guías —comentó Willy mientras la llevaba afuera—. Mapa, linterna… Coop se acercó a la ventana para contemplar la lluvia estrellarse contra el suelo. Esperó a que Willy volviera y cerró la puerta del despacho. —Otra noche allá arriba no le vendrá nada bien a Jim Tyler. Coop se volvió. —Si se ha topado con Ethan Howe, puede que no tenga una segunda noche. —¿Quién es Ethan Howe? Coop le contó cuanto sabía en un informe rápido y conciso, tal como le habían enseñado cuando era policía e investigador. —No es una conexión demasiado sólida con Lil y sus animales, pero al menos es una conexión —concedió Willy—. Pero que tú sepas o ella recuerde, ¿ese tal Howe y Lil nunca tuvieron problemas ni conflictos? —Lil casi no se acuerda de él, lo único que recuerda es que salía con aquella estudiante. Es un tipo problemático, Willy. Vagabundo, solitario, ilocalizable… salvo por la condena que cumplió. Había bebido y tuvo un desliz. Por lo demás es muy discreto cuando está con gente. Le gusta hablar de sus raíces indias, pero no destaca. Eso sí, tiene mala leche y es un fantasmón; esos son sus principales puntos débiles. —Conozco a mucha gente que tiene esos mismos puntos débiles. Página 262 —Suficiente mala leche, según los amigos y familiares de la chica, para asustarla —añadió Coop—. Carolyn Roderick era el mismo tipo de chica que la de Montana. Deportista, fuerte, sin pareja. Molly Pickens vació su cuenta bancaria y se fue con él. Willy se reclinó con el tazón blanco de sopa y asintió mientras seguía bebiendo. —Por voluntad propia. —Y eso es lo último que sé de ella, que se marchó con él por voluntad propia. No ha usado sus tarjetas de crédito desde ese mes de agosto, y hasta entonces había usado una Master Card con regularidad. No ha renovado su carnet de conducir. No ha presentado ninguna declaración de la renta. Se marchó de Columbus, Ohio, en 1996 a los dieciocho años. Al parecer su padre era un maltratador; no denunció su desaparición. Carolyn dejó algún rastro sobre papel. Lo he seguido, pero desde que se fue con Ethan Howe, nada de nada. Ni rastro. Willy respiró con expresión pensativa y exhaló el aire con pitido. —Crees que mató a la camarera y a la estudiante. —Pues sí. —Y crees que es él quien ha estado causando problemas a Lil. —Tendría sentido y da el perfil. —Y si Tyler se topó con él… —Puede que no quiera que lo vean, puede que no quiera que un excursionista vuelva a casa y hable del hombre al que conoció en ruta. O puede que Tyler diera con su campamento y lo sorprendiera en plena caza furtiva. O puede que le guste matar y punto. Más cosas… —Uf —suspiró Willy, pellizcándose el puente de la nariz—. Venga, dispara. —Melinda Barrett, veinte años. Willy frunció el ceño. —Es la chica a la que encontrasteis Lil y tú. —Fuerte, guapa, deportista. Salió sola de excursión. Apuesta a que fue la primera. Por entonces debía de tener su misma edad. Y ha habido otras. — Coop dejó caer una carpeta sobre la mesa de Willy—. Te he hecho una copia de mi expediente. Willy abrió los ojos como platos, pero no para mirar la carpeta sino a Cooper. —Madre mía, Coop, estás hablando de un asesino en serie. Estás hablando de un tipo que lleva unos doce años matando. Página 263 —Menos durante el año y medio que pasó en la cárcel, según mis cálculos. El problema de relacionar el primer asesinato con los otros que descubrí y que se parecían a ese primero residía en el período de tiempo transcurrido. Pero cuando añades a la lista a personas desaparecidas, cadáveres que nunca se han encontrado, será por casualidad sea porque él se ha encargado de que nadie los descubra… entonces todo cuadra. Willy bajó la mirada hacia la carpeta, quiso decir algo pero se vio interrumpido por un fuerte ataque de tos. Agitó la mano hasta que logró recuperar el aliento. —Maldita primavera —se quejó—. Revisaré lo que me has traído. Lo leeré y después querré hablar contigo de ello. Tomó un último sorbo de la sopa ya tibia. —¿Quieres trabajar para mí? —Ya tengo trabajo. —Lo de ser policía se lleva en la sangre —sonrió Willy. —Ahora mismo solo quiero mis caballos, la verdad. Pero este caso me interesa de una forma especial. No pienso darle ocasión de ponerle la mano encima a Lil. Ni hablar. —Coop se levantó—. Si me buscas para hablar, probablemente estaré allí. Volvió a casa para meter ropa limpia en una bolsa de lona. Paseó la mirada por el reformado barracón y se dijo que había pasado menos noches allí que en el sofá de Lil. O en su cama. Como debe ser, concluyó antes de salir a la lluvia implacable para cargar la bolsa en la camioneta y dirigirse a la casa principal. Hizo sentar a sus abuelos a la mesa de la cocina y les contó todo. Cuando terminó, Lucy fue a la alacena, sacó una botella de whisky y sirvió tres chupitos. Luego se sentó y apuró el suyo de un trago y sin pestañear siquiera. —¿Se lo has contado a Jenna y a Joe? —Iré a verlos de camino al refugio. No puedo demostrar… —No tienes que demostrar nada —lo interrumpió Sam—. Con lo que crees basta. Rezaremos porque te equivoques acerca del hombre al que andan buscando. Rezaremos por que se haya perdido y salga de esta con un simple buen susto y un catarro. —Bien, pero rezad dentro de casa. He dado de comer y acostado a los animales. Volveré al amanecer. Quiero que os quedéis dentro, cerréis puertas y ventanas y tengáis la escopeta a mano. Necesito que me lo prometáis — insistió con firmeza al observar el ángulo testarudo que formaba la mandíbula Página 264 de su abuelo—. Si no me dais vuestra palabra, no podré ir a casa de Lil para protegerla. —Me estás presionando —masculló Sam. —Sí, señor. —Si no hay otro remedio, tienes mi palabra. —Vale. Si oís cualquier cosa o tenéis la sensación de que algo anda mal, me llamáis a mí y luego a la policía. No lo penséis dos veces; llamad y no os preocupéis por si es una falsa alarma. Necesito que también me prometáis esto, porque si no iré a buscar a dos hombres para que monten guardia delante de la puerta. —¿Crees que vendrá aquí? —preguntó Lucy. —No. Lo que creo que es que tiene una misión. No creo que venga aquí, porque este sitio no forma parte de su plan. Pero no me iré sin vuestra promesa. Puede que necesite suministros o un sitio seco donde dormir. Es un psicópata, así que no intentaré vaticinar lo que hará. No pienso correr riesgos con ninguno de vosotros dos. —Vete a casa de Lil —le dijo Sam—. Tienes nuestra palabra respecto a todo —añadió antes de volverse hacia su mujer, que asintió—. Probablemente Joe y Jenna van hacia allí o no tardarán en salir. Puedes hablar con ellos en el refugio. Mientras tanto les llamaré por si todavía están en casa y se lo contaré todo. Coop asintió, cogió el vasito de whisky, bebió y clavó la mirada en el fondo. —Todo lo que me importa está aquí. En esta casa, en casa de Joe y Jenna, en casa de Lil… Sois lo único que me importa. Lucy alargó la mano y cubrió la suya. —Pues díselo a ella. Coop levantó la mirada y recordó la conversación que había sostenido con Lil aquella mañana. Esbozó una sonrisa y contestó lo mismo que horas antes: —Estoy en ello. Para cuando llegó al refugio, todos estaban inmersos en el frenesí de la cena. Ya había presenciado el procedimiento en otras ocasiones, pero nunca bajo una lluvia como aquella. Los empleados corrían de un lado a otro envueltos en chubasqueros negros, acarreando enormes cestos de comida, pollos enteros, grandes pedazos de ternera, contenedores llenos de caza, todo ello Página 265 procesado en la cámara. Cientos de kilos, calculó Coop, cada uno de ellos lavado, preparado y transportado cada atardecer. También toneladas de pienso enriquecido, cereales, balas de heno cargadas, vertidas y esparcidas noche tras noche, hiciera el tiempo que hiciese. Contempló la posibilidad de echar una mano, pero no habría sabido ni por dónde empezar. Además, ya había pasado muchas horas bajo la lluvia y no tardaría en pasar algunas más. Entró en la cabaña con la tartera de estofado de ternera que le había dado su abuela. Decidió que sería más útil si tenía la cena preparada. Abrió una botella de vino tinto y dejó que se aireara mientras calentaba el estofado y los panecillos de leche. Resultaba extrañamente relajante trabajar en la acogedora cocina mientras la lluvia azotaba el tejado y las ventanas, envuelto en el estruendo de los animales salvajes. Cogió dos velas del salón, las colocó sobre la mesa y las encendió. Cuando Lil entró en la cabaña, empapada y malhumorada, Coop ya había puesto la mesa y calentado el estofado y los panecillos; en ese momento estaba sirviendo una copa de vino. —Puedo prepararme la cena yo solita. —Adelante. Más estofado para mí. —Van a empezar con la instalación del sistema mañana, si el tiempo lo permite. Así podremos terminar con esta locura. —Muy bien. ¿Quieres un poco de vino? —Es mío. —De hecho, lo he traído yo. —Yo también tengo vino. —Como quieras. —Se quedó mirándola mientras bebía el primer sorbo—. Está muy bueno. Lil se dejó caer en el banco y fulminó las velas con la mirada. —¿Pretendías crear un ambiente romántico? —No, es por si se va la luz. —Tenemos un generador. —Que tarda un minuto en arrancar. Pero apágalas si te molestan. Lil resopló, pero no para apagar las velas. —Odio que seas capaz de mantener la calma cuando yo me comporto como una auténtica zorra. Coop sirvió una segunda copa de vino y la dejó sobre la mesa. Página 266 —Tómate el vino de una puñetera vez, zorra. ¿Mejor así? Lil suspiró, conteniendo a duras penas una sonrisa. —Algo mejor. —Menudo trabajo dar de comer a los animales con esta lluvia. —Tienen que comer, y sí, es un trabajo. —Lil se restregó el rostro—. Estoy cansada e irritable. Y tengo hambre, así que ese estofado, que imagino es obra de Lucy, me vendrá de perlas. No he escrito la lista, pero me la sé de memoria y tenemos que hablar varias cosas. Yo cambié las reglas. Fue mi decisión, mi movida, cosa mía. Lo siento si fue un error, si afecta nuestra amistad, no quiero eso. —Ya cambiaste las reglas la primera vez. Fue tu decisión, tu movida, cosa tuya. —Supongo que tienes razón. —No siempre puedes hacer las cosas a tu manera, Lil. —No estoy hablando de hacer las cosas a mi manera o a la tuya. Además, no siempre se han hecho a mi manera, ni mucho menos. Solo quiero que volvamos a pisar tierra firme, Coop, para que… —Puede que tengamos que posponerlo un poco. Tengo que contarte lo que he averiguado acerca de Ethan Howe. —El hombre que crees que raptó a Carolyn Roderick. —Sí, y también el hombre que creo que raptó a otras mujeres y las mató. El hombre que creo que mató a Melinda Barrett. Lil se quedó petrificada. —¿Por qué crees que la mató a ella? De eso hace casi doce años. —Te lo contaré mientras cenamos. Y Lil… si hay algo en tu lista mental que no encaje con mi presencia aquí para asegurarme de que no te pase nada, ya puedes ir tachándolo. —No tengo intención de rechazar ninguna ayuda que nos proteja a mí, mis compañeros, mi familia y mis animales. Pero no eres responsable de mí, Cooper. —La responsabilidad no tiene nada que ver con esto. Coop dispuso el estofado y los panecillos sobre la mesa. La luz de las velas danzaba entre ellos mientras comían y él le hablaba de asesinatos. Página 267 19 L il lo escuchó sin apenas interrumpirlo mientras Coop desgranaba los hechos y los tejía en forma de teoría. Intentó de nuevo forjarse una imagen clara del hombre al que se refería, pero tan solo acudían a su mente contornos vagos, detalles borrosos, como un dibujo a lápiz muy antiguo. Ethan Howe no había significado nada para ella, no le había causado ninguna impresión especial. Apenas si habían hablado las veces que acudió para trabajar de voluntario o para ver a Carolyn. —Recuerdo que me preguntó por mi ascendencia, el linaje de los sioux lakota. La clase de preguntas que suele hacerme la gente que no me conoce. Lo incluimos en mi currículum porque despierta interés y muestra que mi familia lleva varias generaciones viviendo en estos montes. Pero él quería más detalles y me contó que él también era sioux y que descendía de Caballo Loco. Levantó las manos. —Eso también pasa a menudo. Algunas personas quieren reafirmar su ascendencia y, ya que lo hacen, ¿por qué no ir a por el premio gordo, por así decirlo? No le presté mucha atención porque todos esos rollos de parentesco con Toro Sentado o Caballo Loco suelen parecerme una auténtica chorrada. —Así que pasaste de ello y de él. —Probablemente fui cortés. No suelo mostrarme insultante con la gente, y menos con los voluntarios y los donantes potenciales. Pero tampoco lo invité a una cerveza para que pudiéramos hablar de nuestros antepasados. —Pasaste de él —repitió Coop—. Cortésmente. Lil resopló. —Es posible. La verdad es que apenas lo recuerdo. Era un chico corriente, un poco pesado, pero solo porque parecía más interesado en preguntarme por esas cosas que por el refugio. Cada semana tengo docenas de conversaciones con personas a las que conozco y a las que apenas recuerdo, Coop. —Pero la mayoría de ellas no va por ahí matando. Haz un esfuerzo. Lil se llevó las manos a los ojos e intentó concentrarse, remontarse en el tiempo hasta aquel verano, aquel período tan breve. Hacía calor, pensó. Aquel verano hizo calor, y los insectos, así como los parásitos y las enfermedades que portaban, eran enemigos omnipresentes e implacables. Página 268 Limpiar, desinfectar… Tenían una marmota herida. ¿O eso había sido el verano anterior? Los olores. Sudor, heces, protector solar. Muchos turistas. El verano era la mejor época para eso. Visualizó una imagen vaga de ella de pie junto a una jaula, enjuagándola por segunda vez después de limpiarla y desinfectarla. ¿Hablando con él? Sí, explicándole algo acerca de los procedimientos y protocolos para proporcionar a los animales un entono seguro, limpio y saludable. —La jaula del puma —murmuró—. Acababa de limpiar sus juguetes. La pelota azul que tanto le gustaba a Baby, el palo naranja la pelota roja… Todo limpio y apilado mientras enjuagaba la jaula y le explicaba todos los pasos de la limpieza diaria. Y… Intentó recordar, pero no acababa de verle la cara. No era más que otro chaval con tejanos, botas y sombrero de vaquero. Pero… —En un momento dado me pregunto si creía estar recuperando tierra sagrada para mi pueblo y sus espíritus…, los animales. Yo tenía mucho trabajo. No recuerdo exactamente qué le dije, pero probablemente que me interesaba más proteger a los animales de verdad y educar a la gente que a sus espíritus. —O sea que pasaste de él otra vez —señaló Coop con un gesto asentimiento. —Maldita sea —exclamó Lil mientras se pasaba la mano por el cabello—. Haces que parezca una zorra, y estoy segura de que no me comporté así. Ese chaval nos estaba echando una mano, así que seguro que fui amable con él. Además, lo que le dije no era del todo cierto. El puma es mío. Espíritu, guía, talismán… como quieras llamarlo. Pero es algo personal e íntimo que no cambio por nada. —¿Recuerdas algo más? ¿Algo que dijera o hiciera? ¿Su reacción? —Estábamos muy ocupados. Chichi, la hembra de leopardo que perdimos aquel otoño, estaba enferma. Era vieja y estaba enferma, de modo que yo no estaba por la labor. La verdad, no sé si es por lo que sé ahora o si será cierto, pero Ethan Howe no me caía demasiado bien. Aparecía de repente como de la nada y pasaba mucho tiempo cerca de las jaulas, observando a los animales y a mí. —¿Particularmente a ti? —Esa es la sensación que tengo ahora. Pero la gente me observa mucho; el refugio es mío, yo lo dirijo y lleva mi nombre. Pero… Baby tampoco le Página 269 gustaba. Lo había olvidado. A Baby le gusta que le presten atención, pero no se acercaba a la valla cuando ese tipo andaba cerca. No ronroneaba. De hecho, un par de veces se abalanzó contra la valla cuando Ethan estaba allí. Y no es la conducta habitual de Baby. No es agresivo, y le gusta la gente. —Pero ese tipo no. —Creo que no. Por lo demás, Ethan no pasaba demasiado tiempo aquí, y no hablábamos mucho. Lo que sí sé es que no llevaba ningún collar de dientes de oso. Me habría dado cuenta y lo recordaría. —Habría llamado la atención en un sitio como este, un refugio para animales. Lo habrías notado y le habrías comentado algo —aseguró Coop, escudriñándole el rostro—. Y no te habría gustado. —Tienes razón. Coop, ¿de verdad crees que ese hombre ha matado a todas esas personas? ¿Crees que mató a Melinda Barrett? —No tengo pruebas, solo indicios circunstanciales y conjeturas. —No te he preguntado eso. ¿Qué es lo que piensas? —Que sí. ¿Por qué no estás asustada? —Sí que lo estoy —afirmó ella con un estremecimiento que reforzaba sus palabras—. Pero tener miedo no ayuda. Tengo que hablar con mis padres. Tienen que saberlo. —Mi abuelo se ha ocupado de ello. Creía que estarían aquí. —Les he pedido que se queden en casa esta noche. Me las he ingeniado para que se sientan culpables —añadió con una sonrisa algo tensa—. «¿Estáis preocupados por mí? ¿Y no se os ha ocurrido que yo también estoy preocupada por vosotros? Me preocupa que no durmáis lo suficiente» y blablablá. Mi padre ha participado seis horas en la búsqueda. Mi madre ha salido a patrullar. Han asignado a Jerry Tobías para acompañarla, y él llevaba cinco años sin montar tantas horas. Ahora me arrepiento de haberles dicho que se quedaran en casa. Si estuvieran aquí, estarían hechos polvo pero a salvo. —Llámalos; te quedarás más tranquila. Lil asintió. —Si tienes razón, Ethan Howe lleva matando desde que era casi un crío. No entiendo lo que puede impulsar a una persona actuar así, a convertir la muerte en la misión de su vida. Coop se reclinó en la silla sin dejar de mirarla. —De eso se trata exactamente, de la misión de su vida. Tal vez no entiendas sus motivaciones, pero eso sí lo entiendes. He averiguado algunas cosas sobre él. Pasó algún tiempo tutelado cuando era niño, rebotando entre la Página 270 casa de sus padres y hogares de acogida. Su padre pasó un tiempo entre rejas, no mucho. De vez en cuando les pegaba a él y a su madre. Ella nunca lo denunció. Se mudaban a menudo. Luego desapareció durante un tiempo. Por lo visto se dedicaban al trabajo itinerante, tanto aquí como en Wyoming y Montana. Su viejo fue detenido por caza furtiva aquí mismo, en el parque nacional. —¿Aquí? —Cuando Ethan tenía unos quince años. De esa época no se sabe nada de la madre. —Podría haberlo conocido —murmuró Lil—. No lo recuerdo. Pero es posible. O haberme cruzado con él en el pueblo o en algún camino cuando salíamos de excursión. —O tal vez él te vio a ti. A tu familia. Puede que él y su padre vinieran a buscar trabajo. —No lo recuerdo. Lil lanzó un suspiro exasperado y se levantó para buscar galletas saladas. —Mis padres tienen por norma no contratar a trotamundos —prosiguió mientras sacaba una cuña de queso cheddar de la nevera—. Creo que sobre todo era por mí. Son generosos, pero también protectores. No habrían contratado a desconocidos, y menos cuando yo tenía trece años y ellos eran un hombre y un hijo adolescente. Se interrumpió y esbozó una sonrisa mientras disponía el tentempié sobre la mesa. —Y recordaría a un chico de quince años que hubiera trabajado en la granja cuando yo tenía esa edad. Por entonces empezaba a fijarme en los chicos. —En cualquier caso, por lo que he podido averiguar, Ethan se marchó más o menos por esa época, y ahí es donde desaparece de mi radar durante un par de años. Lo vuelvo a localizar cuando entró trabajo como guía rural en Wyoming. Debía de tener unos dieciocho años. Duró seis meses. Un buen día se esfumó con un caballo, algo de material y provisiones. —Un hombre no roba un caballo si pretende viajar por carretera. Roba un caballo cuando quiere desaparecer en el monte. Con un gesto que bien podía ser de aprobación, Coop colocó las lonchas de queso sobre una galleta salada y se la ofreció. —Habrías sido una buena policía. —Es que es lógico, pero ¿qué me dices de sus padres? Si pudiéramos hablar con ellos, quizá sacáramos algo en claro. Página 271 —Su padre murió hace ocho años en Oshoto. Complicaciones derivadas de una vida marcada por el alcoholismo. No he encontrado ni rastro de la madre en los últimos diecisiete años. Lo último que sé es que sacó el dinero de su nómina en Cody, Wyoming, donde trabajaba de pinche de cocina en un restaurante de carretera. Diecisiete años —repitió con un encogimiento de hombros—. Pero hasta entonces siempre había trabajado. Unas semanas, unos meses, con algunos intervalos entre empleos, pero siempre conseguía trabajo dondequiera que vivieran. Y de repente, nada. —Crees que está muerta. —Una persona lo bastante motivada y asustada aprende a esconderse. Podría haberse cambiado el nombre. Hasta podría haberse largado a México para casarse con otro tipo, y quizá en este momento esté sentada con un nieto sano y regordete en su regazo. Pero la verdad es que creo que sí, que está muerta. Que tuvo un accidente o que a su marido se le fue la mano un buen día. —El tal Ethan no era más que un crío por entonces. Si pasó eso, si vio cómo su padre mataba a su madre… El rostro de Coop se trocó en una máscara gélida. —Eso es lo que alegará su abogado. El pobre niño maltratado destrozado por un padre alcohólico y una madre pasiva. Sí, mató a un montón de gente, pero no es responsable. Y una mierda. —Las conductas aprendidas no son solo cosa de los animales. No te discuto lo que dices, Coop. En mi opinión, matar es una elección clara y consciente. Pero todo lo que me has contado indica que estaba predispuesto, que tomó una serie de decisiones que le proporcionaron esa misión vital. Si todo esto es cierto, muchas personas han perdido la vida y muchas otras están sufriendo por esas mismas decisiones. No me da pena. —Bien, me alegro —espetó Coop. —No me da pena —repitió Lil—, pero creo que ahora le entiendo un poco mejor. ¿Crees que acechó a las otras y las acoso como está haciendo conmigo? —Barrett parecía un asesinato por oportunidad, impulsivo. Molly Pickens, según su jefe, se fue con él por voluntad propia. Pero Carolyn Roderick… creo que a ella sí la acechó y la acosó. Creo que depende de lo bien que conozca a su presa. Y del vínculo que tenga con ella. —Si ha matado a Jim Tyler, ese también podría considerara un asesinato impulsivo. Página 272 —O una especie de desahogo. Ninguna de las mujeres cuyos cadáveres se han encontrado fue violada. No había indicios de agresión sexual, mutilación ni tortura. Es matar lo que le pone. —Reconozco que no sé ver la botella medio llena. En fin, lo que ha hecho me ha puesto…, nos ha puesto en estado de alerta. Es casi imposible que llegue hasta mí o los míos, así que… —Interpretó a la perfección la expresión de Coop—. ¿Me he convertido en un desafío mucho más interesante? —Tal vez. Si tengo razón, esta es al menos la cuarta vez que viene a esta zona. Puede que haya estado más veces y que no contactara contigo o que estuvieras fuera. Pudo encontrar trabajo por aquí, en alguna granja, en alguna de las empresas… Conoce el territorio. —Yo también. —Y lo sabe. Si solo quisiera matarte, ya lo habría hecho. El tono neutro y frío en que Coop pronunció aquellas palabras le causó otro estremecimiento. —Me dejas mucho más tranquila. —Podría haberte matado la noche que soltó al tigre o en cualquier otro momento que has pasado aquí sola. Podría haber derribado la puerta y matarte. Podría haberte tendido una emboscada mientras cabalgabas hacia casa de tus padres. Ha tenido muchas ocasiones, pero no ha aprovechado ninguna de ellas. Todavía. Lil cogió la copa de vino y muy despacio tomó un sorbo. —Estás intentando asustarme. —Claro que sí. —No es necesario; ya estoy lo bastante asustada y pienso tener mucho cuidado. —Podrías hacer un viaje. Seguro que puedes ir a trabajar a alguna parte un par de semanas o meses. —Claro, con mi currículum… Y él puede descubrir dónde estoy, seguirme y pillarme en un lugar donde no conozco el territorio. O esperar a que vuelva, hasta que empiece a relajarme. Y tú sabes todo esto tan bien como yo. —Mejor que una buena policía —alabó Coop—. Sí, lo sé muy bien, pero también he pensado en las probabilidades de dar con él mientras estás fuera. Y me parecen más que decentes. —No pienso irme, Coop. —¿Y si pudiera arreglarlo para que tus padres también pasaran unas semanas fuera? Página 273 Lil dejó el vino sobre la mesa y tamborileó sobre ella con los dedos. —Eso es un golpe bajo. —Recurriré a lo que sea para mantenerte a salvo. Lil se levantó para preparar una cafetera. —No pienso irme —repitió—. No permitiré que me ahuyenten de mi casa, del lugar que he construido con mis propias manos. No pienso abandonar a mi gente ni a mis animales en una situación tan vulnerable y esconderme. O sabes eso o no sabes nada de mí. —Había que intentarlo. —Estás dedicando mucho tiempo y esfuerzo a esto. —¿Quieres factura? Lil miró atrás. —No pretendo que te enfades. Antes sí, esperaba que te cabrearas, te fueras y me dejaras un poco de espacio. No sé qué hacer contigo, Coop, esa es la cuestión. La verdad es que no lo sé. Sí que tenemos que hablarlo, pero ahora no es el momento. Quiero decir que nunca tenemos tiempo — puntualizó—. Tengo que llamar a mis padres y salir a hacer mi guardia. —Hay suficientes personas ahí fuera. No tienes por qué hacer guardia. Estás agotada, Lil, se nota. —Primero me haces sentir segura y ahora me inflas el ego —bromeó ella mientras cogía un termo—. Bueno, para eso están los amigos. —Tómate la noche libre. —¿Tú lo harías? ¿Podrías hacerlo si estuvieras en mi lugar? De todas formas, no pegaría ojo. —Podría dispararte un dardo tranquilizante. Así dormirías unas cuantas horas… ¿Para qué están los amigos si no? —añadió cuando ella se echó a reír. Lil llenó el termo y se lo llevó. —Aquí tienes. Saldré después de llamar a mis padres. Coop se levantó; dejó el termo sobre la mesa y le tomó los brazos. —Mírame. Nunca dejaré que te pase nada. —Entonces no tenemos nada de qué preocuparnos. Coop la besó con infinita suavidad, y el corazón de Lil dio un brinco. —Tenemos otras cosas de que preocuparnos. Llévate el café. Coop se puso la ropa impermeable y cogió el termo. —No pienso dormir en el sofá. —Ya. Lil lanzó un suspiro cuando Coop salió. Decisiones, pensó de nuevo. Por lo visto, ella ya había tomado la suya. Página 274 Lil eligió una zona de guardia y echó a andar a lo largo de la valla de los felinos pequeños. Pese a la lluvia, Baby y sus compañeros jugaban a acechar y emboscar con la gran pelota roja. Los gatos monteses se perseguían por un árbol, gruñendo y maullando en tono burlón. Lil sospechaba que, de no ser por los focos, los sonidos, los olores y la presencia de los humanos, los felinos se habrían resguardado de la lluvia. En el otro extremo del hábitat, la adquisición más reciente rugía de vez en cuando, como si quisiera expresar que todavía no sabía dónde demonios estaba, pero que a pesar de eso ella era un personaje muy importante. —Menuda fiesta tienen montada. Lil sonrió cuando Farley se situó junto a ella para contemplar a los animales. —Sí. Les gusta tener público. Me siento idiota aquí fuera esta noche — confesó a su amigo—. Nadie va a acercarse aquí para tocarme las narices con todo este jaleo. —Pues a mí me parece que cuando hay que tener más cuidado es cuando uno cree que está a salvo. —En fin. ¿Quieres café? —Le tendió el termo. —Ya he tomado, pero no te diré que no. —Se sirvió un poco—. Imagino que Tansy te ha contado cosas. —Sí. —Lil esperó hasta que Farley la miró—. En mi opinión es una chica con suerte. La sonrisa de Farley se ensanchó lentamente. —Sienta bien oírte decir eso. —Dos de mis personas favoritas están juntas… ¿Qué inconveniente puede haber en eso? —Ella cree que no es más que un capricho mío. Es lo que quiere creer. A lo mejor sigue pensándolo hasta que tengamos un par de hijos. Lil se atragantó con el café. —Joder, Farley, cuando decides hacer algo, te mueves como un leopardo. —Cuando encuentras lo que quieres, lo que de verdad es para ti, más vale que te muevas para conseguirlo. La quiero, Lil. Está como un flan por todo esto y por lo que siente por mí. La verdad es que no me importa demasiado; de hecho, es bastante halagador. Lil tomó otro sorbo de café mientras la lluvia goteaba del sombrero de Farley. —En fin, quería pedirte un favor. Página 275 —He hablado con Tansy, Farley. Le he dicho que me pareces un hombre ideal para ella. —También me alegro de oír eso, pero no es el favor que quería pedirte. Lo que necesito es que me acompañes a elegir un anillo. No sé nada de esas cosas y no quiero fastidiarla. Por un instante, Lil se quedó mirándolo sin habla. —Farley… ¿Así, por las buenas? ¿En serio? ¿Vas a ir a comprarle un anillo y a pedirle que se case contigo? ¿Así, sin más? —Ya le he dicho que la quiero y que voy a casarme con ella. Me la llevé a la cama. —Pese a la oscuridad, Lil advirtió que se ruborizaba—. No quiero hablar más de la cuenta, pero me has dicho que Tansy te ha contado cosas. Quiero comprarle un anillo que le guste, y seguro que tú sabrás ayudarme. ¿A que sí? —Supongo que sí, aunque nunca he comprado un anillo de compromiso. Pero creo que si veo algo que le guste lo sabré. Joder, Farley. —¿Crees que podríamos encontrarlo en Deadwood? Si no, podríamos ir a Rapid City. —Probemos en Deadwood. Deberíamos… Es que todavía no me lo creo. —Lil lo observó a través de la cortina de lluvia—. Farley… —Con otra carcajada, se puso de puntillas y le dio un ruidoso beso—. ¿Se lo has dicho a mis padres? —Jenna ha llorado. Pero de alegría, ¿eh? Es ella la que me ha dicho que te pida que me acompañes a comprar el anillo. Les he hecho prometer que no dirán nada hasta que lo tengamos. Tú tampoco dirás nada, ¿verdad, Lil? —Soy una tumba. —Quería hablar con ellos primero. Es como…, bueno, no sé… Te parecerá una chorrada… —¿El qué? Farley se balanceó sobre sus largas piernas de saltamontes. —Quería su bendición. —No me parece ninguna chorrada. Eres un cielo, Farley, te lo juro. ¿Por qué no te habrás enamorado de mí? Farley sonrió y ladeó la cabeza. —Pero Lil, si tú y yo somos como hermanos. —¿Puedo preguntarte una cosa, Farley? —Claro. Lil echó a caminar junto a él a un paso que habría constituido un paseo bajo la lluvia de no ser por las armas que ambos llevaban. Página 276 —Tuviste una infancia difícil. —Muy difícil. —Lo sé. Creo que soy más consciente de ello precisamente porque no fue mi caso. Tuve una infancia casi perfecta. Cuando te fuiste de casa, no eras más que un crío. —Pero yo no me sentía un crío. —¿Por qué lo hiciste? Quiero decir, ¿por qué decidiste marcharte? Es un paso de gigante y aterrador. Incluso cuando lo conocido es una mierda, al menos es conocido. —Convivir con mi madre era difícil y me harté de vivir con desconocidos y sentirme mal con ella y el tipo de turno. No recuerdo muchas noches sin gritos y peleas. A veces empezaba ella, a veces el tío con el que vivía. En cualquier caso, antes o después siempre acababa sangrando. Una vez estuve a punto de darle con el bate a uno de esos tíos después de que nos pegara a los dos. Pero era un tipo enorme, y me dio miedo que me quitara el bate y me hiciera papilla con él. De repente, Farley se detuvo en seco. —Lil, no estarás pensando que sería capaz de hacerle daño a Tansy, ¿verdad? —Ni en sueños, Farley. Estoy intentando entender otra cosa. Cuando te fuiste de casa estabas hecho polvo, tenías hambre y no eras más que un crío. Pero no había ni una pizca de maldad en ti. Mis padres la habrían detectado. Son un poco blandengues, pero también muy intuitivos. No llegaste aquí para robar, pelear o engañar. Y podrías haberlo hecho. —En ese caso no habría sido mejor que lo que dejaba atrás, ¿no crees? —Elegiste ser mejor de lo que dejabas atrás. —Lil, la verdad es que Jenna y Joe me salvaron. No sé donde habría acabado ni si habría llegado entero si ellos no me hubieran acogido. —Supongo que todos tuvimos suerte el día que mi padre decidió recogerte cuando hacías autoestop. Ese hombre, el que creemos que anda suelto por aquí, también tuvo una infancia difícil. —¿Y? Ya no es un niño, ¿no? Lil meneó la cabeza. Apreciaba la lógica sencilla y aplastante de Farley, pero sabía que, por regla general, la gente era mucho más complicada. Volvió a la cabaña poco después de las dos. Guardó el rifle y subió la escalera. Todavía guardaba alguna prenda de lencería fina de la época de Jean-Paul, pero no le parecía correcto llevar para Coop lo que había llevado para otro hombre. Página 277 Así pues, se puso lo que solía llevar para dormir, pantalones de franela y camiseta, y se sentó en la cama para cepillarse el cabello. ¿Cansada?, se preguntó. Sí, estaba cansada, pero al mismo tiempo despierta. Quería que Coop fuera a ella, quería estar con él después de un día largo y difícil. Quería hacer el amor con él mientras la lluvia golpeaba la cabaña y la noche reptaba hacía otra mañana. Quería algo luminoso en su vida, y aunque fuera una luminosidad complicada, seguiría siendo mejor que la oscuridad anodina. Lo oyó entrar y se levantó para dejar el cepillo sobre el tocador. Dejó vagar los pensamientos, se volvió para abrir la cama y luego para mirarlo cuando entró en el dormitorio. —Tenemos que hablar —dijo—. Tenemos muchas cosas que decirnos. Pero son las dos de la mañana, y las palabras son para la luz del día. Ahora solo quiero acostarme contigo. Solo quiero sentir, saber que hay algo bueno y fuerte después de un día tan desolador. —Entonces hablaremos mañana por la mañana. Y Coop se acercó a ella, le deslizó los dedos por la cabellera y le echó la cabeza hacia atrás. Sus labios se unieron a los de ella con una ternura, una paciencia que Lil había olvidado que Coop pudiera dar. He ahí la dulzura que en tiempos habían compartido. Lil se tendió con él sobre las sábanas frescas y suaves, y abrió su cuerpo, su mente y su corazón. Despacio y con infinita suavidad, como si Coop supiera que necesitaba… mimos. La tensión se desvaneció para dejar paso al placer. Las manos de Coop se pasearon por su cuerpo, las palmas duras, el tacto delicado. Con un suspiro de satisfacción, Lil volvió la cabeza mientras los labios de él exploraban su cuello, su mandíbula. No había necesidad de apresurarse, de recibir y recibir, esta vez no. Aquello era seda y terciopelo, calidez y suavidad. No solo sensaciones, no solo deseo, sino sentimientos. Lil le quitó la camisa y rozó la cicatriz que le surcaba el costado. —No sé si habría soportado que… —Chist. —Coop se llevó los dedos de Lil a los labios para besárselos y luego besarla en la boca—. No pienses. No te preocupes. Aquella noche podía proporcionarle paz y recibir también para ella. Aquella noche quería mostrarle tanto amor como pasión. Más amor, de hecho. Aquella noche se saborearían el uno al otro, piel, suspiros, olores. Lil olía a lluvia, un olor oscuro y fresco. Sabía a lluvia. Coop le quitó la ropa, la acarició, saboreó su piel desnuda, entreteniéndose cuando ella se Página 278 estremecía. También Lil tenía cicatrices. Cicatrices que no tenía cuando se convirtieron en amantes mucho tiempo atrás. Ahora lucía las marcas de su trabajo. Al igual que la cicatriz de bala era la marca que el trabajo le había dejado a él. Ninguno de los dos era ya lo que había sido. Y sin embargo Lil seguía siendo la única mujer a la que había querido en toda su vida. Cuántas veces había soñado con esto, con amar a Lil durante toda la noche, con sentir las manos de ella deslizarse por su cuerpo, con acompasar los movimientos y los cuerpos de ambos… Lil rodó sobre sí misma para besarlo en el pecho, besarlo de nuevo en la boca y hundirse, hundirse, hundirse en el beso mientras su melena resbalaba alrededor de Coop como una cortina oscura. Bajo las manos de Lil, bajo sus labios, el corazón de Coop latía enfurecido. Se incorporó para rodearla con sus brazos, mecerla y sostenerla mientras su boca encontraba el pecho de ella. Allí el placer era intenso; los movimientos, lentos; la piel, muy sensible… Lil lo observó mientras lo guiaba a su interior, lo observó. Reteniendo la respiración hasta que ella volvió a estremecerse. Sus labios, temblorosos, se unieron en un beso. Lil arqueó la espalda y cerró los ojos. Cabalgó sobre él suavemente, suavemente, saboreando cada gota de placer. Lento y sedoso, tan bello que las lágrimas se le agolpaban en la garganta. Y sintió que su cuerpo se liberaba al tiempo que su corazón se ensanchaba. Apoyó la cabeza en el hombro de Coop mientras descendía de la cumbre. Él sepultó el rostro en su cuello. —Lil —jadeó—. Dios mío, Lil. —No digas nada. Por favor. Si lo hacía, tal vez ella dijera más de lo que debía. Se había quedado sin defensas. Se apartó un poco para acariciarle la mejilla. —Las palabras son para la luz del día —repitió. Coop se tendió con ella y la abrazó con fuerza. —Tengo que irme antes de que amanezca —le dijo—. Pero volveré. Necesitamos pasar algún tiempo a solas, Lil. Sin interrupciones. —Están pasando demasiadas cosas. No puedo pensar con claridad. —No es cierto. Eres la persona de mente más clara que conozco. No cuando se trata de ti, se dijo Lil para sus adentros. Nunca cuando se trata de ti. Página 279 —Ya llueve menos. Dicen que mañana despejará. Hablaremos mañana, a la luz del día. Pero la luz del día trajo muerte. Página 280 20 F ue Gull quien encontró a Jim Tyler. Fue más una cuestión de suerte que de habilidad que él, su hermano Jesse y uno de los ayudantes del sheriff más novatos llegaran a aquel recinto caudaloso del arroyo Spearfish. Aquella mañana, brumosa como una ventana empañada por el vaho de la ducha, cabalgaban por el barro. El agua, embravecida por la lluvia y el deshielo, retumbaba como un tambor, y sobre ella pendían gruesos lazos de niebla grisácea. Se habían apartado bastante de la ruta lógica que Tyler debía haber tomado para llegar a la cima de Crow Peak y volver al inicio del camino. Pero la búsqueda se había extendido por las laderas arboladas del cañón; divididos en pequeños grupos, peinaban las zonas más altas y las más bajas cubiertas por la maleza. Gull no esperaba encontrar nada; se sentía un poco culpable por estar disfrutando de un ocioso paseo a caballo. La primavera empezaba a asomar, y la lluvia realzaba el verdor que tanto le gustaba contemplar en el monte. Un arrendajo surcó la niebla como una bala azul mientras los carboneros trinaban como críos en un parque. La lluvia había removido las aguas, confiriéndoles vida y energía, pero aún había rincones donde el arroyo se veía cristalino como un chupito de ginebra. Gull esperaba tener ocasión de guiar pronto a un grupo de turistas a los que les gustara pescar y así poder pasar algunas horas capturando truchas. A decir verdad, consideraba que tenía el mejor trabajo del mundo. —Si ese tío se desvió hasta aquí desde el sendero marcado, es que no tiene más sentido de la orientación que un pájaro carpintero ciego —comentó Jesse—. Estamos perdiendo el tiempo. Gull miró a su hermano. —No hace mal día para perderlo. Además, puede que se despistara a causa de la tormenta y la oscuridad. Pudo tomar la dirección equivocada y continuar hasta llegar aquí. —Pues a lo mejor si el pobre diablo tuviera el buen sentido de encontrar una piedra, sentarse y quedarse quietecito, alguien lo encontraría. —Jesse se removió en la silla; pasaba mucho más tiempo errando caballos que montando, y el trasero le dolía horrores—. No creo que pueda aguantar Página 281 cabalgando mucho más en busca de un tipo que no pone nada de su parte para que lo encuentren. El ayudante del sheriff, Cy Fletcher, hermano pequeño de la propietaria del primer par de pechos que Gull había tocado en su vida, se rascó la barriga. —¿Qué tal si seguimos el curso del arroyo un rato más y luego damos la vuelta? —Por mí vale —convino Gull. —Con esta niebla no se ve una mierda —se quejó Jesse. —El sol la despejará —aseguró Gull con un encogimiento de hombros—. En algunos sitios ya se está disipando. ¿Tienes algo mejor que hacer, Jesse? —Ganarme la vida, ¿no te parece? Yo no tengo un empleo que me permita pasarme todo el puñetero día ganduleando de paseo con turistas idiotas. Aquel tema generaba conflicto entre los dos hermanos, que siguieron machacándose mutuamente mientras el sol cobraba fuerza y la niebla la perdía. Cuando se acercaron a una de las pequeñas cascadas, el estruendo del agua consiguió que insultarse resultara demasiado engorroso. Gull se dispuso a seguir disfrutando del paseo y pensó en las empresas de rafting que no tardarían en iniciar la temporada. El tiempo podía volver a cambiar, se dijo, y era tan probable que nevara otra vez como que empezaran a brotar las flores, pero a la gente le encantaba montarse en las barcas de goma y salir disparada corriente abajo. Algo que él no entendía. Montar a caballo o pescar sí tenía sentido. Si lograba encontrar a una mujer a la que le gustaran ambas cosas y además tuviera una buena delantera, se casaría con ella sin pensarlo ni un segundo. Aspiró una bocanada profunda y satisfecha del aire limpio cada vez más cálido, y sonrió como un crío mientras las truchas daban saltos en el riachuelo. Relucían como la plata que su madre sacaba en Navidad para luego volver a sumergirse en las aguas embravecidas. Siguió con la mirada las ondas hasta el blanco espumoso de la cascada. De repente entornó los ojos y sintió que se le erizaba el vello de la nuca. —Me parece que hay algo allí abajo, en los rápidos. —No veo una mierda. —Que tú no veas una mierda no significa que no esté —replicó Gull, y haciendo caso omiso de su hermano, se acercó más a la orilla. —Si te caes al agua, no pienso sacarte. Página 282 Debía de ser una roca, se dijo Gull, y entonces se sentiría como un imbécil y tendría que aguantar el machaque de Jesse durante el resto del trayecto. Pero no parecía una roca; parecía la mitad delantera de una bota. —Creo que es una bota. ¿Lo ves, Cy? —No sé —repuso el ayudante del sheriff con los ojos protegidos por el ala del sombrero y mirando sin demasiado interés. Seguramente es una roca. —Yo creo que es una bota. —Avisa a los medios de comunicación, joder —espetó Jesse levantándose un poco para frotarse el trasero dolorido—. Un puto excursionista ha perdido una bota en el arroyo Spearfish. —Si un puto excursionista ha perdido una bota en el arroyo ¿por qué sigue ahí? ¿Cómo es que el agua no la ha empujado abajo? Capullo — masculló Gull entre dientes mientras sacaba los prismáticos. —Porque es una puta roca. O la bota de un puto excursionista atascada en una puta roca. A la mierda, hombre. Me estoy meando. En cuanto miró por los prismáticos, Gull palideció como un muerto. —Madre mía. Por el amor de Dios. Creo que hay alguien metido en esa bota. Joder, Jesse. Veo algo debajo del agua. —Venga ya, Gull. Gull bajó los prismáticos y se quedó mirando a su hermano. —¿A ti te parece que estoy de broma? Al ver la expresión de su hermano, Jesse apretó los dientes. —Será mejor que vayamos a echar un vistazo. Gull se volvió hacia el ayudante, un joven de constitución enclenque, y deseó que no se sintiera obligado. —Soy el que nada mejor de los tres. Iré yo. Cy lanzó un suspiro cargado de nerviosismo y resignación. —Es mi trabajo. —Puede que sea tu trabajo —intervino Jesse mientras sacaba un rollo de cuerda—, pero Gull nada como un puto pez. El agua está muy revuelta, así que te voy a atar. Eres un capullo, Gull, pero también eres mi hermano y no pienso dejar que te ahogues. Intentando mantener la calma, Gull se desvistió hasta quedar en calzoncillos y dejó que su hermano le asegurara la cuerda a la cintura. —Seguro que el agua está helada. —Eres tú el que quería ir a echar un vistazo. Puesto que no podía discutir aquel punto, Gull bajó a la orilla, se abrió camino entre las rocas y la pizarra, y observó las aguas vertiginosas. Miró por Página 283 encima del hombro y se aseguró de que su hermano tuviera la cuerda bien sujeta. Se metió en el agua sin pensarlo. —¡Qué fría está, joder! —gritó—. Suelta un poco de cuerda. Nadó contra la fuerte corriente, imaginando que los dedos de los pies se le ponían morados y se le caían. Pese a la cuerda, iba chocando contra las rocas, pero una y otra vez se impulsaba para alejarse de ellas. Se sumergió en el agua, nadando y nadando contra corriente, en el agua cristalina como la ginebra comprobó que estaba en lo cierto. Aquellas botas tenían ocupante. Salió a la superficie agitando los brazos y sin resuello. —Tira de la cuerda. ¡Por el amor de Dios, tira de la cuerda! Su cabeza era un torbellino de pánico y empezó a sentir nauseas. Dando manotazos, tragando agua, confió en que su hermano lo arrastrara hasta la orilla. Se encaramó como pudo a una roca, vomitó el desayuno con grandes cantidades de agua hasta que se desplomó en el suelo, jadeante. —Lo he visto. Lo he visto. Dios mío, les peces se han cebado con él. Con su cara. —Da parte, Cy, da parte —indicó Jesse antes de bajar resbalando hasta la orilla para envolver a su hermano en una manta estribera. La noticia se propagó como suelen propagarse las noticias. Coop se enteró del hallazgo de Gull por tres fuentes antes de que Willy lo localizara en los establos. —Ya lo sabes. —Sí. Voy a pasarme a ver a Gull. Willy asintió. Seguía algo afónico, pero se encontraba mejor. —Está bastante alterado. Si quieres acompañarme, ahora voy a su casa para tomarle declaración. La verdad, Coop, te agradecería que vinieras conmigo, y no solo porque trabaja para ti. No es la primera vez que me encuentro con un homicidio, pero jamás había visto algo así. Aquí todo el mundo va a querer meter la cuchara me gustaría que tú también… oficiosamente. —Te sigo en mi coche. ¿Se lo has dicho ya a la mujer de Tyler? Willy apretó los labios. Página 284 —Sí, ha sido la peor parte. Supongo que te verías más de una vez en esa tesitura cuando trabajabas en Nueva York. —Sí, y es la peor parte —corroboró Coop—. He oído distintas versiones. ¿Sabes ya la causa de la muerte? —El forense nos lo dirá. Llevaba bastante tiempo en el agua, y sabes cómo son estas cosas. Pero no se cayó y no fueron los peces los que le rebanaron el cuello y le sujetaron el cuerpo con piedras. La crecida no lo hizo aflorar a la superficie. Si Gull no tuviera vista de lince, quién sabe cuándo lo habríamos encontrado. —¿Con qué dices que sujetó el cadáver? —Con cuerda de nailon y piedras. La cuestión es que, tal como estaba posicionado el cuerpo, me pareció que el asesino tuvo que meterse en el agua para hacerlo. Qué psicópata. Se llevó la cartera, la mochila, el anorak y la camisa. Lo dejó en pantalones y botas. —No debían de ser de su talla; de lo contrario se los habría llevado. No desperdicia nada. Gull vivía en un piso al otro extremo del pueblo, sobre una brasería. El estrecho apartamento olía como él, a caballo y a cuero, y estaba amueblado como una habitación de residencia universitaria, con trastos desechados por sus padres, hermanos y cualquier otra persona deseosa de cambiar de mesa o de sillas. Pese a sus quejas sobre el hecho de que tenía que ganarse la vida, fue Jesse quien les abrió la puerta. No se había apartado ni tres metros de su hermano desde que lo sacó del Spearfish. —Todavía está un poco hecho polvo. Estaba pensando en llevarlo a casa de mamá para que lo mime un poco. —Seguro que le sentaría bien —convino Willy—. Voy a tomarle declaración. Ya tengo la tuya, pero puede que recuerdes algo más. —He preparado café. Gull está tomando un Mountain Dew, como siempre. No sé cómo puede tragarse ese brebaje tan fuerte, pero en fin, es lo que hay. —Un café me irá de perlas. —Willy se acercó a Gull, que estaba sentado en un gastado sofá tapizado a cuadros con la cabeza apoyada en las manos. —No dejo de verlo. No puedo quitármelo de la cabeza. —Has hecho algo muy difícil hoy, Gull. Has hecho lo que debías. —No puedo evitar desear que hubiera sido otro quien viera aquella maldita bota —confesó Gull al tiempo que alzaba la cara y miraba a Coop—. Hola, jefe. Quería ir, pero… Página 285 —No te preocupes. ¿Por qué no se lo cuentas todo a Willy? Suéltalo todo, seguro que te sienta bien. —Ya te lo he contado —dijo Gull a Willy—, y también a los forestales — añadió antes de lanzar un suspiro y restregarse la cara—. Vale. Estábamos siguiendo el arroyo —empezó. Coop guardó silencio, dejó que Willy formulara las preguntas necesarias. Tomó café de vaquero mientras Gull vomitaba todo los detalles. —Ya sabes lo transparente que es esa agua. Incluso después de la tormenta. Me sumergí porque no veía bien por culpa de la espuma de los rápidos. Y entonces sí que vi bien. Una de sus piernas había salido a la superficie. Supongo que por la lluvia y la corriente No llevaba camisa, solo los pantalones y las botas. Y los peces se habían cebado con él. Su cara… Gull se volvió hacía Coop con los ojos inundados de lágrimas. —Nunca he visto nada igual. No es como en las películas; no se parece a nada. Ni siquiera sabía seguro si era él, el tipo al que estábamos buscando. No se parecía en nada a la foto que teníamos por culpa de los peces. Salí a la superficie, pero había tragado un montón de agua. Supongo que grité como una nenaza debajo del agua y por eso tragué tanta. No podía mover las piernas, Jesse y Cy tuvieron que sacarme con la cuerda. —Dedicó una leve sonrisa a su hermano—. Luego vomité como un cabrón…, quizá no tanto como tú cuando mascaste tabaco, jefe, pero bastante. Debía de dar bastante pena, porque Jesse no me ha machacado. —Yo quería volver —intervino Jesse—, y empecé a protestar y a quejarme. Dije que ese tío, el que Gull ha encontrado muerto, era un cabrón. Lo siento… Una vez fuera, Willy hinchó los carrillos. —Hay bastante distancia entre el camino y el punto donde acabó Tyler. Muchos sitios donde pudo toparse con el asesino. —¿Crees que se alejó tanto del camino? —No, no lo creo. Al menos no por voluntad propia, si es eso lo que quieres decir. Un poco sí, claro, pero llevaba un mapa y el móvil. Lo que creo es que el asesino lo obligó a ir hasta allí. —Estoy de acuerdo. No quería que descubriéramos el cadáver demasiado pronto y no quería que lo encontráramos cerca de su territorio. Lo suyo es alejar a la presa de tu… hábitat —dijo pensando en Lil—. Matar, deshacerte del cadáver, volver a tu zona. —Debió de llevarle un buen rato. Probablemente varias horas. Ha tenido suerte con la lluvia. Página 286 —No puede tener suerte eternamente. —Ahora mismo buscamos a un sujeto no identificado. No podemos relacionar el asesinato de Tyler con lo que pasó en el refugio de Lil ni con los asesinatos que has investigado tú. Voy a difundir una foto de Ethan Howe como Persona de Interés. Cy, mi ayudante, ha protegido la escena del crimen lo mejor que ha podido. Está muy verde, pero no es tonto. Tenemos fotos, y no creo que te moleste si te hago llegar copias. —No. —Los de la brigada de investigación criminal están peinando la zona. Ellos tampoco son tontos. Si a ese cabrón se le cayó aunque solo sea un palillo, lo encontrarán. Será útil saber más o menos la hora de la muerte; nos permitirá reconstruir un par de escenas. Me encantará conocer cualquier idea que tengas. No pienso permitir que nadie se dedique a acosar a mis amigos ni a matar turistas. —Entonces te contaré unas cuantas de mis ideas ahora mismo. Vive escondido allí arriba. Tiene algún sitio, o probablemente más de uno, donde guarda la mayor parte de sus cosas. No debe de tener muchas. Necesita viajar ligero y a menudo. Cuando necesita o quiere algo, lo roba. Campistas, segundas residencias, casas vacías… Sabemos que tiene al menos un arma, así que necesita munición. Caza para comer o saquea campamentos. Y creo que está muy atento a todo. Sabrá que habéis encontrado el cadáver. Lo más sensato por su parte sería recoger todos sus trastos, largarse a Wyoming y desaparecer durante un tiempo. Pero no creo que lo haga. Tiene un plan y todavía no ha terminado. —Lo buscaremos por tierra y por aire. Si asoma aunque solo sea la punta del capullo, lo pillaremos. —¿Te han llegado denuncias por robo de campistas, excursionistas, casas o tiendas? —Siempre hay algunas. Repasaré todas las de los últimos meses. Podría nombrarte ayudante por un tiempo. —No, no quiero volver a llevar placa. —Un día de estos, Coop, tú y yo tendremos que ir a tomar unas cervezas para que me cuentes por qué. —Ya veremos. Tengo que ir a ver a Lil. —Pásate a buscar las fotos. Lleves placa o no, pienso exprimirte. En esta ocasión, cuando Coop llegó al refugio llevaba la nueve milímetros bajo la chaqueta, así como el portátil, los expedientes que le había dado Willy y tres cargadores de recambio. Entró en la cabaña de Lil y, tras pensarlo unos Página 287 instantes, se guardó uno de los cargadores en el bolsillo y metió los otros dos en uno de los cajones de la cómoda. Al abrir el cajón arqueó una ceja y sacó un picardías negro muy corto con encaje muy transparente en los sitios más interesantes. Se preguntó por qué siempre llevaba prendas de franela. Rozó un trapito rojo y casi transparente, meneó la cabeza y volvió a guardar la prenda negra en el cajón. Una vez en la cocina, colocó el portátil sobre la mesa, cogió un par de botellas de agua de la despensa y salió para echar un vistazo a la instalación del sistema de seguridad. Pasó un rato con el instalador en jefe de Rapid City y se escabulló en cuanto el hombre dedujo que sabía algo de seguridad antes de que pudiera reclutarlo para ayudar con el cableado. Advirtió que el buen tiempo había animado a salir a la gente. Contó tres grupos de visitantes en el recinto, y el voluminoso autobús escolar amarillo indicaba que había más. A buen seguro en el centro educativo, concluyó. Lil se mantenía ocupada, lo cual estaba muy bien. También era una lástima, o eso pensaría ella, pero quedaban pocas horas de luz… y tenían una cita. Enganchó el remolque a su camioneta y cargó el caballo que le había vendido. Luego eligió al más joven y grande de los animales que quedaban en el establo y también lo subió al remolque. Le hizo gracia que nadie cuestionara sus acciones. O les resultaba demasiado familiar o les imponía demasiado, pero los estudiantes siguieron a lo suyo, y desde la otra punta del complejo, Tansy agitó la mano a modo de saludo. Preguntó por Lil a un empleado que pasaba por ahí y averiguó que estaba en su despacho. Dejó el remolque delante de la cabaña entró a buscarla. —Hola, Coop —lo saludó Mary con un gesto distraído desde la mesa—. Está hablando por teléfono, pero creo que ya termina. —Desvió la mirada hacia el despacho y bajó la voz—: ¿Te has enterado del asesinato? ¿Sabes si es verdad? —Sí, es verdad. —Pobre hombre. Y pobre su esposa. Venir aquí para pasar las vacaciones y volver a casa viuda. Cada vez que pienso que la gente en el fondo es buena y decente, pasa algo que me convence de que demasiadas personas son todo lo contrario. —Tienes razón en las dos cosas. Página 288 —Ese es el problema, ¿no? Ah, ha llamado tu amigo, el de la alarma. —Ya he hablado con él. Dice que acabará la instalación en un par de días. —Me alegro, aunque por otra parte es una lástima tener que invertir tanto dinero y esfuerzo solo porque algunas personas tengan malas intenciones. —Es una buena inversión. —En fin… Mira, ya ha colgado. Será mejor que entres antes de que se líe con otra llamada. —Mary, ¿te importa que me lleve a Lil un par de horas? —No si te la llevas a algún sitio que no tenga nada que ver con el trabajo y la distraiga de sus preocupaciones, que es lo único que ha tenido durante las últimas semanas. —Trato hecho. —No aceptes un no por respuesta —le ordenó Mary cuando Coop entraba en el despacho de Lil. Lil estaba inclinada hacia la pantalla, los dedos sobre el teclado. Coop se preguntó si sabía lo pálida que estaba y las ojeras que tenía. —Tengo noticias de un tigre. —Esa no es una frase que uno oye todos los días. —Boris está muy solo. Un club de striptease de Sioux City utilizaba una hembra de tigre de Bengala como parte del numerito. —¿Ella también se desnudaba? —Ja, ja, muy gracioso. No, la tenían en una jaula o encadenada. Al final cerraron el garito por maltrato de animales. Le arrancaron las garras, la drogaron y sabe Dios qué más barbaridades. Vamos a adoptarla. —Vale, ve a buscarla. —Estoy intentando que nos la traigan. Tengo mucho papeleo que despachar. Necesitamos donaciones; la pobre ha salido en algunos medios de comunicación, y puedo aprovechar eso para conseguir fondos. Solo tengo que… —Ven conmigo. Advirtió que Lil se ponía tensa. —¿Pasa algo? ¿Algo más? —No, y no pasará en las próximas dos horas. La tigresa puede esperar. Todo puede esperar. Quedan algunas horas de luz. —Coop, estoy trabajando. Tengo un grupo de alumnos de primaria en el centro educativo y un montón de tíos conectando el sistema de seguridad. Matt acaba de operar a un cervato atropellado por un coche y estoy intentando que nos traigan a Delilah a principios de la semana que viene. Página 289 —Deduzco que Delilah es la tigresa, no una de las bailarinas. Yo también tengo mucho trabajo, Lil, y el trabajo seguirá aquí cuando volvamos. Vámonos. —¿Adónde? Dios mío, Coop, un pobre hombre ha sido asesinado y arrojado al Spearfish. No es momento de salir a caminar y hablar de… lo que sea. —No vamos a caminar… y ya veo que tendremos que hacerlo por las malas. Rodeó la mesa, la levantó y se la cargó al hombro. —Por el amor de Dios. —Lil le asestó un puñetazo en la espalda—. ¿Quieres parar? Esto es ridículo. ¡Para! Ni se te ocurra salir de aquí con… Coop cogió el sombrero de Lil al pasar. —Estaremos fuera unas horas, Mary. Mary lo miró seria aunque sus ojos sonreían. —De acuerdo. —¿Te importa cerrar si no llegamos a tiempo? —Ningún problema. —Basta. Esta es mi empresa. No eres quién para decirles a mis empleados… No salgas de la cabaña. Cooper, nos estás poniendo en evidencia a los dos. —A mí no me da ninguna vergüenza —aseguró él mientras salía y se dirigía a la camioneta—. Pero a ti sí te dará si no te quedas sentadita donde te deje, porque te prometo que si te mueves te cogeré y te volveré a sentar. —Me estás cabreando. —Me da lo mismo. —Coop abrió la puerta del acompañante y la dejó caer en el asiento—. Lo digo en seno, Lil; te cojo y te vuelvo a sentar. —Le puso el cinturón de seguridad y le arrojó el sombrero sobre el regazo. Sus ojos azul hielo se clavaron en los lagos chocolate que eran los de ella—. Quédate quietecita. —Vale, me quedaré quietecita. Me quedaré porque no pienso dar ningún numerito aquí fuera. —Perfecto. —Coop cerró la puerta, rodeó la camioneta y se sentó al volante—. Salimos a montar y no volveremos hasta que vuelvas a tener un poco de color en la cara. —Se volvió hacia ella—. Y no me refiero a ponerte roja de rabia. —Pues es lo único que vas a sacar de esto. —Ya veremos —repuso él, enfilando el camino—. Iremos en coche hasta Rimrock; podríamos considerar que es territorio neutral. Página 290 Y estaba muy lejos del lugar donde habían encontrado el cadáver de Tyler. —¿Qué pretendes con todo esto? —Necesitas un respiro, y yo también. Además, ya hemos aplazado esto demasiado tiempo. —Yo decido cuándo necesito un respiro. Maldita sea, Coop, ni sé por qué te empeñas en cabrearme tanto. Ya tengo bastante para encima pelearme contigo… y estábamos bien. Anoche estábamos bien. —Anoche estabas demasiado cansada para hablar. Prefiero verte cabreada que a punto de llorar ante la perspectiva de hablar conmigo. —He hablado mucho contigo. —Lil reclinó la cabeza y cerró los ojos—. Por el amor de Dios, Coop, ha muerto un hombre. Muerto. ¿Y ahora tú me vienes con estas? ¿Hablar de qué? ¿De lo que acabó hace un siglo? —Tienes razón, ha muerto un hombre. Y el asesino te tiene en su punto de mira. Necesitas ayuda, pero no confías en mí. Con movimientos bruscos, Lil cogió el sombrero y se lo puso. —Eso no es verdad. —Confías en mí para que te ayude a proteger el refugio. Confías en mí lo suficiente para acostarte conmigo. Pero en el fondo no confías en mí, y los dos lo sabemos. Coop aparcó en la zona de acampada. Juntos y en silencio, descargaron los caballos. —Desde aquí podemos coger el camino de abajo. Es más corto. —No me gusta que me traten así. —No me extraña. Y me da igual. Lil montó y giró el caballo hasta el inicio del sendero. —Puede que las mujeres con las que has estado toleraran este tipo de trato, pero yo no. No me da la gana. Tendrás tus dos horas porque eres más grande y más fuerte, y porque no estoy dispuesta a armar números delante de mis empleados, mis estudiantes y mis clientes. Pero después se acabó, Cooper. —Cuando vea que te vuelve el color a la cara y que desaparezca la preocupación de tus ojos, y cuando hayamos aclarado las cosas entre nosotros. Si después de eso sigues diciendo que se acabo, pues se acabó. Abrió la cancela del ganado para dejar pasar a Lil y la cerró a su espalda. —Puedes contarme todo lo que sepas sobre el asesinato James Tyler. De todos modos, no puedo pensar en mucho más. Me parece increíble que no lo entiendas. Página 291 —Vale, te lo contaré. Y Coop se lo explicó todo, cada detalle que recordaba, mientras cabalgaban hacia el borde del cañón. Habló de muerte y asesinato mientras el camino se aplanaba y serpenteaba entre los pinos y los álamos temblones, donde los carpinteros escapularios volaban como flechas de árbol en árbol. —¿Gull está bien? —Se pasará bastante tiempo viendo a Tyler tal como lo encontró vez que cierre los ojos. No podrá dormir y, cuando por fin lo consiga, tendrá pesadillas. Pero al final se le pasará. —¿Eso es lo que te pasó a ti? —Vi a Melinda Barrett durante mucho tiempo. La primera vez que vi un cadáver cuando ya era policía fue igual de horrible. Y luego… Se encogió de hombros. —¿Te acostumbras? —No. Se convierte en parte de tu trabajo, pero nunca te acostumbras. —Yo a veces aún la veo. Incluso antes de que empezara todo esto. Pensaba que ya lo había superado y de repente un día me despertaba empapada en sudor frío y pensando en ella. —Algo más calmada, Lil se volvió hasta que sus miradas se encontraron—. Compartimos un episodio muy duro cuando no éramos más que unos críos. En realidad, compartimos muchas cosas. Te equivocas en decir que no confío en ti. Y te equívocas al pensar que tratarme de esta forma es el medio para conseguir lo que quieres. —Lo que quiero eres tú. Eres lo que siempre he querido. Las mejillas de Lil recuperaron el color cuando se volvió bruscamente hacia él. —Vete a la mierda. Y azuzó su caballo al trote. Página 292 TERCERA PARTE Espíritu Nada es singular en el mundo: todo por una ley divina se encuentra y funde en un espíritu. PERCY BYSSHE SHELLEY Página 293 21 M ierda, pensó Coop, y la dejó marcar cierra distancia. Quizá se le pasara el enfado o quizá no, pero prefería el enfado a la fatiga. Lil necesitaba montar a caballo, se dijo, respirar hondo durante un rato. El aire estaba perfumado de salvia y enebro; un águila sobrevolaba el bosque en busca de caza. Oyó lo que le pareció el tamborileo de un urogallo procedente de unos arbustos de lirios californianos cuyos capullos parecían a punto de estallar en mil flores. Estuviera enfadada o no, sabía que Lil lo estaría asimilando todo. Aunque no alzara la cabeza para contemplar el águila, sabría que estaba allí. Cuando por fin aflojó el paso, Coop le dio alcance. No, concluyó al mirarla, no se le había pasado. Seguía montando como siempre montaba a Rocky. —¿Cómo puedes decirme algo así? —espetó ella—. ¿Cómo puedes decirme que soy lo único que has querido en tu vida? Me dejaste. Me rompiste el corazón. —Lo recordamos de formas distintas, porque yo no recuerdo que nadie dejara a nadie. Y desde luego, no parecía que tuvieras el corazón roto cuando decidimos que la relación a distancia no funcionaba. —Cuando tú lo decidiste. Viajé la mitad del camino a Nueva York para verte, para estar contigo. De hecho, quería ir hasta allí, pasar tiempo contigo en tu terreno, pero a ti no te dio la gana. —Aquellos ojos oscuros se clavaban en él como dagas mortíferas—. Supongo que pensaste que sería más difícil dejarme en tu piso de Nueva York. —Joder, Lil, yo no te dejé —exclamó Coop, herido por aquellos ojos, sangre derramada que ella no veía—. No fue así. —¿Pues cómo fue desde tu punto de vista? Me dijiste que no podías seguir así, que necesitabas concentrarte en tu vida, en tu carrera. —Dije que no podíamos seguir así, que los dos necesitábamos… —¡Y una mierda! Rocky se encabritó un poco a causa del tono enfurecido, Lil lo controló sin atisbo alguno de esfuerzo ni inquietud. —No tenías derecho a hablar en mi nombre ni en el de mis sentimientos. Ni entonces ni ahora. —Entonces no dijiste nada de eso —replicó Coop. Página 294 Su caballo se alteró tanto como Rocky. Coop lo tranquilizó quiso girarlo para encararse con Lil, pero ella se alejó. Otra vez. Coop apretó los dientes y azuzó su caballo para que la siguiera. —Estuviste de acuerdo conmigo —prosiguió, molesto por su tono defensivo que había cobrado su voz al llegar de nuevo junto a ella. —¿Y qué querías que hiciera? ¿Que me arrojara en tus brazos y te suplicara que te quedaras conmigo, que me quisieras? —De hecho… —Fui hasta aquel maldito motel en Illinois. Estaba tan emocionada… Era como si hiciera años que no nos veíamos, y me preocupaba que no te gustara mi pelo o la ropa que llevaba. Chorradas. Y tenía tantas ganas de verte que me dolía todo. Literalmente. Me dolía hasta el dedo gordo del pie. —Lil… —Y en cuanto te vi supe que algo iba mal. Llegaste antes que yo…, ¿te acuerdas? Te vi cruzar el aparcamiento desde aquel pequeño restaurante. La voz de Lil cambió; la furia se desvaneció y dejó paso a la tristeza. La furia lo hería, pero la tristeza lo hacía pedazos. Guardó silencio y la dejó acabar. Aunque podría haberle dicho que sí, que lo recordaba. Recordaba cuando cruzó el aparcamiento lleno de baches, recordaba el primer momento en que fue consciente de su presencia. Recordaba la emoción, el deseo, la desesperación. Todo. —Al principio no me viste. Y lo supe. Intenté convencerme de que solo eran los nervios de volver a verte. Pero estabas… diferente. Más duro. —Había cambiado. Los dos habíamos cambiado. —Mis sentimientos no habían cambiado como los tuyos. —Un momento. —Alargó la mano para asir la brida de Lil—. Espera un momento. —Hicimos el amor nada más cerrar la puerta de la habitación. Y supe que ibas a dejarme. ¿Crees que no me di cuenta de que te habías alejado de mí? —¿Que me había alejado de ti? ¿Cuántas veces habías hecho tú lo mismo? ¿Por qué llevábamos tanto tiempo sin vernos? Siempre tenías entre manos algún proyecto, algún viaje, alguna… —¿Me estás echando la culpa? —No hay culpa que echar —empezó Coop, pero Lil desmontó y se alejó a grandes zancadas. Intentando no perder la paciencia, Coop desmontó para atar ambos caballos. Página 295 —Tienes que escucharme. —Te quería. Te quería. Tú eras el hombre de mi vida, el único. Y habría hecho cualquier cosa por ti, por nosotros. —Eso era parte del problema. —¿Quererte era un problema? —Que habrías hecho cualquier cosa, Lil… Estate quieta, maldita sea. — La agarró por los hombros para impedir que volviera a alejarse de él—. Sabías lo que querías hacer en la vida. Sabías lo que querías y lo estabas haciendo. La mejor de tu promoción, premios, oportunidades… Cobraste vida, Lil. Estabas exactamente donde tenías que estar, haciendo exactamente lo que debías hacer. Yo no podía formar parte de ello y, desde luego, no podía interponerme en tu camino. —O sea, que me dejaste y me arrancaste el corazón por mi propio bien. ¿Así es como lo ves? —Así es como fue y como es. —Nunca llegué a olvidarte, cabrón —masculló Lil, arrojándole hasta la última gota de furia y dolor con cada parte de su cuerpo rostro y voz—. Me destrozaste la vida. Me robaste algo que nunca pude recuperar ni dar a otro. Hice daño a un buen hombre, a un hombre excelente, porque no fui capaz de amarlo, porque no pude darle lo que merecía tener y tú habías desechado. Lo intente. Jean Paul era ideal para mí, y yo debería haber conseguido que lo nuestro funcionara. Pero no lo conseguí porque Jean-Paul no eras tú. Y él lo sabía, siempre lo supo. Y ahora pretendes hacerme creer que me dejaste por mi propio bien. —Éramos unos críos, Lil, solo unos críos. —Tener diecinueve años no hizo que te quisiera menos ni que lo pasara mejor. —Tú tenías planes, cosas que lograr. Y yo necesitaba hacer lo mismo, de modo que sí, lo hice por ti y también por mí. No tenía nada que ofrecerte. —Y una mierda. Lil intentó zafarse, pero Coop tiró de ella. —No tenía nada. No era nada —insistió—. Estaba sin blanca viviendo al día… si tenía suerte. Viviendo en un cuchitril porque no podía permitirme nada más y haciendo horas extra cada vez que podía. No venía a menudo porque no tenía dinero para el viaje. —Decías que… —Mentía. Te decía que estaba muy ocupado o que no pudía coger vacaciones. En parte era cierto, porque trabajaba en dos sitios si encontraba Página 296 un segundo empleo y hacía horas extra siempre que podía. Pero no era por eso por lo que no venía con más frecuencia. Vendí la moto porque no me podía permitir conservarla. Algunos meses vendía sangre para pagar el alquiler. —Por el amor de Dios, Coop, si las cosas te iban tan mal, ¿por qué no…? —¿Por qué no pedía dinero a mis abuelos? Porque ya me habían dado algo para empezar y no pensaba aceptar más dinero de ellos. —Podrías haber vuelto a casa. Podrías… —¿Haber vuelto convertido en un fracasado, apenas con dinero suficiente para pagarme el billete de autobús? Necesitaba convertirme en algo, y deberías entenderlo. Debería haber recibido parte del fideicomiso al cumplir los veintiuno. Necesitaba el dinero para buscar un piso decente y poder desarrollarme profesionalmente sin agobios, pero mi padre me impidió cobrarlo. Estaba tan cabreado porque había ido en contra de sus decisiones y los planes que tenía para mí… Me quedaba algo del dinero que me habían dado mis abuelos. Mi padre me congeló las cuentas. —¿Cómo? —A eso se dedica. Conoce a gente, conoce el sistema. Encima dejé la universidad y gastaba como si el dinero creciera en los árboles. De eso solo tengo la culpa yo, pero era joven e idiota. Estaba endeudado hasta las cejas, y mi padre me tenía pillado por los huevos. Supongo que pensó que así me haría entrar en razón. —¿Me estás diciendo que tu padre te dejó sin blanca, te negó lo que era tuyo porque quería que fueras abogado? —No. —Tal vez Lil nunca lo entendiera—. Lo hizo porque quería controlarme, porque no pensaba ni piensa tolerar que nadie se resista a ese control. Puesto que Lil lo estaba escuchando, Coop la soltó. —El dinero es un arma, y mi padre sabe usarla. Me dijo que liberaría algunos fondos si…, bueno, enumeró toda una serie de condiciones, pero ya da igual. Tuve que buscar un abogado, y todo el asunto costó mucho esfuerzo y dinero. Así que cuando cobré lo que me pertenecía, tuve que pagar gran parte de ello en concepto de costas. No podía dejarte venir a Nueva York para que vieras cómo vivía por aquel entonces. Tenía que concentrarme por completo en el trabajo. Tenía que ascender a detective, demostrar que era lo bastante bueno. Y Lil, tú habías despegado. Publicabas artículos, viajabas, eras la mejor estudiante… Eras increíble. —Deberías habérmelo contado. Tenía derecho a saber lo que estaba pasando. Página 297 —Si lo hubiera hecho, me habrías pedido que volviera, y quizá habría vuelto. Con las manos vacías. Y lo habría odiado. Y tarde o temprano te habría echado la culpa. O tú lo habrías dejado todo para venir a Nueva York. Y más temprano que tarde habrías acabado odiándonos. Si te lo hubiera contado, Lil, si te hubiera dicho que te quedaras conmigo hasta que consiguiera hacer algo con mi vida, el Refugio para Animales Salvajes Chance no existiría. No serías quien eres, ni yo tampoco. —Tú tomaste todas las decisiones. —Lo reconozco, pero tú estuviste de acuerdo. —Porque lo único que me quedaba era el orgullo. —Entonces deberías entender que también era lo único que me quedaba a mí. —Me tenías a mí. Coop quería tocarla, rozarle el rostro con las yemas de los dedos, una caricia que disipara el dolor que reflejaban sus ojos, pero ese no era el camino. —Necesitaba ser alguien por mí mismo. Necesitaba algo de que enorgullecerme. Pasé los primeros veinte años de mi vida ansiando que mi padre me quisiera y estuviera orgulloso de mí. Como mi madre, supongo. Tiene un talento especial para lograr que te mueras por conseguir su aprobación y luego negártela para que así la desees aún más y te sientas… poca cosa, porque la verdad es que nunca te la da. No sabes lo que es eso. —No, no lo sé. Lil recordaba con claridad al niño al que había conocido. Aquel día tan lejano. Aquellos ojos tristes y furiosos. —No supe lo que era tener a alguien que me quisiera por mí mismo y se sintiera orgulloso de mí hasta el verano que pase aquí en casa de mis abuelos. Después de aquello, en ciertos aspectos me pareció aún más importante obtener lo mismo de mis padres. Sobre todo de mi padre. Pero nunca lo conseguí. Se encogió de hombros para desterrar aquel anhelo que ya que pertenecía al pasado y no importaba. —Darme cuenta de eso cambió las cosas. Me cambió a mí. Quizá sí que se me endureció el carácter, Lil, pero empecé a perseguir lo que yo quería, no lo que quería él. Era un buen policía, y eso es importante para mí. Cuando ya no pude seguir siendo policía, creé la agencia y me convertí en un buen investigador. Nunca me importó el dinero, aunque te aseguro que es pero que Página 298 muy duro no tener nada, creer que no vas a poder pagar el alquiler por segundo mes consecutivo. Lil paseó la mirada por el cañón, donde las rocas se alzaban con poder silencioso hacia el azul cada vez más oscuro del cielo. —¿Creías que no lo entendería? —Ni siquiera yo lo entendía del todo y no sabía cómo contártelo. Te quería, Lil. Te he querido cada día de mi vida desde los once años. —Coop se llevó la mano al bolsillo y sacó la moneda que ella le había regalado al final de aquel primer verano—. La he llevado conmigo cada día. Pero durante mucho tiempo pensé que no te merecía. Puedes echármelo en cara, pero lo cierto es que los dos teníamos que seguir nuestro camino. No habríamos conseguido nada si no nos hubiéramos apartado el uno del otro. —Eso no lo sabes. Y desde luego, no tenías derecho a decidir por mí. —Decidí por mí. —¿Y diez años más tarde vuelves a aparecer, cuando resulta que tú estás preparado? ¿Y pretendes que te siga la corriente? —Creía que eras feliz… y te aseguro que me rompía el corazón pensar que seguirías adelante, haciendo lo que querías hacer, sin mí. Cada vez que oía hablar de ti, tenía que ver con la reputación que te estabas forjando, la construcción del refugio, alguna expedición a África o Alaska. Las pocas veces que te vi, siempre estabas ocupada, a punto de irte a algún sitio. —Porque no soportaba estar cerca de ti. Dolía demasiado, maldita sea. —Estabas prometida. —Nunca estuve prometida. La gente deducía que estábamos prometidos. Vivía con Jean-Paul, y a veces viajábamos juntos si nuestros proyectos coincidían. Yo quería vivir la vida, fundar una familia. Pero no conseguí que funcionara. Ni con él ni con nadie. —Si te consuela, cada vez que oía hablar de él o de que tú salías con otro, me volvía loco. Pasé muchos días, noches, horas, años deseando no haber hecho lo que consideraba y aún considero que debía hacer. Supuse que habías seguido adelante, y muy a menudo te odiaba por ello. —No sé qué quieres que diga o que haga. —Yo tampoco. Pero te estoy contando quien soy ahora, lo que soy, y que me siento a gusto en mi pellejo. Hice lo que necesitaba hacer, ¿y ahora? Ahora estoy haciendo lo que quiero hacer. Voy darles a mis abuelos lo mejor de mí, porque eso es lo que ellos siempre me han dado a mí. Y también te daré a ti lo mejor de mí porque no pienso volver a dejarte marchar. —Pero es que no me tienes, Coop. Página 299 —Pues no pararé hasta tenerte. Si lo único que puedo hacer de momento es ayudarte, mantenerte a salvo, acostarme contigo, asegurarme de que sabes que no me voy a ir a ninguna parte, perfecto. Tarde o temprano volverás a ser mía. —No somos los que éramos. —Somos más de lo que éramos. Y, Lil, seguimos siendo el uno para el otro. —Pero esta vez la decisión no depende solo de ti. —Todavía me quieres. —Sí, es cierto. —Lil se encaró de nuevo con él y lo miró una expresión transparente e inescrutable al mismo tiempo—. Y he vivido mucho tiempo sabiendo que el amor no es suficiente. Me hiciste daño, más del que nadie me ha hecho ni me hará jamás. No estoy segura de si saber por qué mejora o empeora las cosas. No es tan fácil. —No busco el camino fácil. Vine aquí porque mis abuelos me necesitaban. Además, estaba preparado para dejar aquello. Esperaba encontrarte prácticamente casada. Me dije que tendría que aceptarlo. Había tenido mi oportunidad. Tal como lo veo yo, tú también tuviste la tuya, Lil. Tómate el tiempo que necesites. No pienso irme a ninguna parte. —Eso ya lo has dicho. Lil se apartó y echó a andar hacia los caballos, pero Coop la tomó del brazo para darle la vuelta. —Y lo seguiré diciendo hasta que me creas. Te voy a decir una cosa, Lil. ¿Sabes de cuántas maneras puedes tropezarte con el amor? ¿Un amor que te haga feliz o desgraciado? Que te forme un nudo en el estómago o te encoja el corazón. Un amor que lo hace todo más nítido y brillante, o que difumina todos los contornos. Un amor que te hace sentir rey o bufón… Pues yo he conocido todos esos tipos de amor contigo. La atrajo hacia sí para besarla, para sucumbir a ese anhelo infinito mientras el viento transportaba el perfume de la salvia. —Quererte me convirtió en un hombre —prosiguió Coop cuando la soltó —. Y es el hombre el que ha vuelto a buscarte. —Aún consigues que me tiemblen las rodillas, y sigo queriendo sentir tus manos sobre mí, pero eso es lo único que sé con certeza. —Es un comienzo. —Tengo que volver. —Te ha vuelto el color a las mejillas y no pareces tan cansada. Página 300 —Sí, hurra. Eso no significa que no esté cabreada por la forma en que me has arrastrado hasta aquí. —Lil montó su caballo—. Ahora mismo estoy cabreada contigo en muchos sentidos y por muchas cosas. Coop escudriñó su rostro mientras montaba a su vez. —Cuando empezamos a ir juntos no nos peleábamos tanto, éramos demasiado jóvenes e íbamos demasiado calientes. —No, no nos peleábamos tanto porque tú no eras tan capullo. —No creo que sea por eso. —Supongo que tienes razón. Probablemente eras igual de capullo que ahora. —Te gustaban las flores. Cuando salíamos de excursión a caballo o a pie, siempre te gustaba mirar las flores silvestres. Tendré que regalarte flores. —Oh, sí, con eso todo se arreglará. —Su voz se quebró como el enebro en plena sequía—. No soy una de tus mujeres de ciudad a las que puedas comprar con un elegante ramo de rosas. —No sabes nada de mis mujeres de ciudad, lo cual probablemente te corroe. —¿Por qué lo dices? Muchos hombres… me han regalado flores desde que te fuiste. —Vale, un punto para ti. —Esto no es un juego ni un concurso. —No. —Pero Lil había empezado a hablarle, lo cual Coop consideraba un tanto en la columna del haber—. A estas alturas solo puedo pensar que es cosa del destino. Me he esforzado mucho para vivir mi vida sin ti. Y aquí estoy, de vuelta en la casilla de salida. Lil guardó silencio mientras los caballos avanzaban por la hierba alta de regreso al inicio del camino. Coop esperó a que hubieran cargado los caballos en el remolque y aseguraron la puerta. Se sentó al volante y contempló el perfil de Lil. —He llevado algunas cosas a tu casa. Voy a instalarme allí, al menos hasta que hayan detenido a Howe. Mañana llevaré unas cuantas cosas más. Necesito un cajón y un poco de espacio en el armario. —Te daré un cajón y espacio en el armario, pero eso solo significa que estoy dispuesta a ponerte las cosas más fáciles porque agradezco tu ayuda. —Y por el sexo. —Y por el sexo —reconoció ella sin inmutarse. —Tendré que trabajar mientras esté en tu casa. Si no te parece bien que me instale en la mesa de la cocina, necesitaré otra donde poner el portátil. Página 301 —Puedes instalarte en el salón. —Vale. —¿No me has contado cómo murió Jim Tyler porque crees que no puedo sobrellevarlo? —Quería hablar de otras cosas. —No soy tan frágil. —No, pero todo esto te está afectando mucho. Habrá que esperar a la autopsia, pero, por lo que dice Willy, le cortaron el cuello. Solo llevaba los pantalones y las botas, así que deduzco que el asesino pensó que podría aprovechar la camisa, el chaquetón y el gorro. También le quitó la cartera y el reloj. Probablemente destrozó el móvil, o Tyler lo perdió por el camino. El asesino debía de llevar encima la cuerda con que lo ató. Sumergió el cadáver con ayuda de piedras. Se tomó bastantes molestias para sumergirlo en el río y procurar que no saliera a flote. Pero la lluvia desplazó suficientes piedras y agua para que Gull llegara a verlo. —Seguro que ha tenido más suerte al desembarazarse de otros cadáveres. —Supongo que sí. —Así que si: él mató a Molly Pickens, no estaba ni muerto ni en la cárcel como creías, al menos no cumpliendo una condena tan larga como pensabas. Lo que pasa es que ha ido cambiando de método. Ha dejado algunos cadáveres para los animales, para que los encuentren o que se han encontrado por suerte, y otros los ha escondido. —Eso parece. Lil asintió despacio, como Coop sabía que hacía cuando seguía el hilo de algún razonamiento. —Y los asesinos que actúan así, los asesinos en serie que vagabundean y viajan, que saben esconderse y no destacar, que son capaces de controlarse hasta cierto punto, no siempre acaban en la cárcel. —Veo que has hecho los deberes. —Es lo que hago cuando necesito información. Esos tipos acaban con algún nombre creativo… a veces incluso con una película, como Zodiac o El asesino de Green River. Pero aun así, a menudo no pueden evitar la tentación de provocar a la policía o echar mano de los medios de comunicación. En cambio él no lo hace. —En su caso no se trata de alcanzar el reconocimiento ni la gloria. Es una misión, algo personal que le proporciona satisfacción. Cada asesinato le demuestra que él es mejor que la víctima. Mejor que su padre. Está demostrando algo; sé lo que es eso. Página 302 —¿Te hiciste policía para convertirte en un héroe, Coop? Los labios de Coop se curvaron en una sonrisa. —Al principio… probablemente sí. Durante el poco tiempo que pasé en la universidad estuve completamente fuera de lugar. No era que estuviese buscando mi sitio, es que me sentía como pez fuera del agua. Lo único que aprendí allí sobre la ley era que no quería ser abogado pero que la ley en sí misma era fascinante. Es por lo que me decanté por la policía. —Para luchar contra la delincuencia en los cañones urbanos. —Me encantaba Nueva York. De hecho, aún me encanta —afirmó convencido—. Y sí, imaginaba que cazaría a los malos y protegería a la gente. No tardé en descubrir que me pasaría muchas horas de pie, sentado, llamando a puertas y despachando papeles. Hay tantos días de tedio en proporción a los escasos momentos de terror absoluto… Aprendí a ser paciente. Aprendí a esperar y aprendí lo que significa servir y proteger. Y el 11 de septiembre todo cambió. Lil alargó la mano y cubrió la suya durante un instante breve pero intenso, absoluto, lleno de consuelo, compasión y comprensión. —Lo pasamos muy mal hasta que supimos que te encontrabas bien. —Aquel día no estaba de servicio. Para cuando llegué a la zona, ya se había desplomado la segunda torre. Aquel día todo el mundo hizo lo que debía y lo que pudo. —Estaba en clase cuando supimos que un avión se había estrellado contra una de las torres. Al principio nadie sabía que estaba pasando. Y entonces… fue como si el mundo se detuviera y solo existiera aquel horror. Coop sacudió la cabeza porque, si lo permitía, volverían cobrar forma en ella las imágenes de lo que había visto y hecho, como de lo que no había podido hacer. —Conocía a algunos de los policías que entraron, y también a algunos de los bomberos. Personas con las que había trabajado salido, jugado al béisbol. Y ya no estaban. Después de aquello nunca me planteé dejar el trabajo. Se convirtió en una especie de misión. Mi gente, mi ciudad. Pero cuando murió Dory ya no pude más. Fue como si alguien me hubiera desconectado, y se acabó. Perder aquello fue lo peor que me había pasado después de perderte a ti. —Podrías haber pedido el traslado. —Eso es lo que hice, pero a mi manera. Supongo que necesitaba construir algo para compensar tanta destrucción. Crear algo a partir de la muerte y el dolor. No sé, Lil. Hice lo que consideré oportuno y me fue bien. Página 303 —Seguirías allí si Sam no hubiera tenido el accidente. —No lo sé. La ciudad se recuperó, y yo también. Cerré una etapa y, de hecho, ya había hecho planes para volver antes del accidente. —¿Antes? —Sí, necesitaba la tranquilidad de aquí. —Teniendo en cuenta todo lo que ha pasado, no has encontrado mucha que digamos. Coop la miró. —Aún no. Ya era casi noche cerrada cuando enfilaron el camino del refugio. Largas sombras al final de un día largo. —Voy a ayudar con la cena de los animales —anunció Lil—. Y luego tengo trabajo que hacer. —Yo también. —Coop alargó la mano antes de que Lil pudiera abrir la puerta y la asió por la nuca—. Podría decir que lo siento, pero no lo siento, porque estás aquí. Podría decirte que nunca volveré a hacerte daño, pero te lo haré. Lo que sí puedo decirte es que te querré el resto de mi vida. Puede que eso no baste, pero es lo que tengo ahora mismo. —Y yo te digo que necesito tiempo para pensar, para calmarme, tiempo para averiguar qué quiero esta vez. —Tengo tiempo. Me voy al pueblo. ¿Necesitas algo? —No, tengo de todo. —Volveré dentro de una hora. Tiró de ella y la besó en los labios. Tal vez el trabajo fuera en efecto una muleta, reconoció Lil. Algo en que apoyarse, que la ayudaba a seguir cojeando después de un duro golpe. Pero no quedaba más remedio que hacerlo, así que se puso a cargar kilos de carne mientras los animales vociferaban a coro. Observó a Boris abalanzarse sobre la comida y desgarrarla. Si las cosas van bien, pensó, en menos de una semana tendrá compañía. Otra muesca en el cinto del refugio, cierto, pero, más importante aún para ella, otro animal maltratado que encontraba refugio, libertad en la medida de lo posible y cuidados. —¿Qué tal la aventura? A juzgar por la sonrisa de Tansy, Lil concluyó que su amiga había presenciado su humillante mutis. Y los que no lo habían visto sin duda ya Página 304 estarían al corriente. Se vengaría de Coop por aquello. —Los hombres son imbéciles. —A menudo es verdad, pero por eso los queremos. —Coop ha decidido marcarse el numerito del cavernícola para poder contarme por qué me rompió el corazón hace tantos años. Resulta que fue por orgullo masculino, por mi propio bien y no sé qué otras gilipolleces que, claro está, yo era demasiado joven ingenua para considerar o entender en aquella época. Mejor hacerme pedazos que hablar conmigo, ¿no? Qué capullo. —Uau. —¿Alguna vez se paró a pensar en lo que me había hecho? ¿En lo que me dolió? ¿En qué me pasé años creyendo que no era bastante buena para él, que había encontrado a otra? Me he pasado media puñetera vida intentando superar aquello. Y ahora vuelve y me suelta que bueno, Lil, lo hice por ti. Y pretende que ponga a dar saltos de alegría y… ¿darle las gracias? —Pues no sé qué decirte, y aunque supiera qué decirte, lo mal mejor sería que no te lo dijera. —Siempre me ha querido. Siempre me querrá y blablablá. Y va y me lleva como si fuera un paquete que puede dejar tirado y recoger cuando le da la gana, de nuevo por mi propio bien, y me suelta todo ese rollo. Si yo fuera una persona menos civilizada le habría dado una patada en los huevos. —Ahora mismo no pareces una persona demasiado civilizada. Lil lanzó un suspiro. —Bueno, pues lo soy, así que no puedo hacerle eso. Ademáis sería como rebajarme a su nivel prehistórico. Soy científica. Tengo un doctorado. ¿Y sabes qué? —¿Qué, doctora Chance? —Cierra el pico. Lo llevaba bien, llevaba bien lo nuestro antes de que él apareciera. Y ahora no sé qué narices pensar. —Te ha dicho que te quiere. —No se trata de eso. —Entonces, ¿de qué se trata? Tú le quieres. Me dijiste que cuando Jean-Paul y tú lo dejasteis, fue porque seguías enamorada de Coop. —Me hizo daño, Tansy. Y me ha vuelto a hacer pedazos al contarme por qué lo hizo la primera vez. Y no lo ve. No lo pilla. Tansy la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. —Yo sí que lo entiendo, cariño, yo sí. Página 305 —Incluso yo puedo entenderlo… intelectualmente. Si me distancio un poco y pienso en todo lo que me ha dicho, objetivamente puedo asentir con mucha sabiduría y decir «Claro, por supuesto, una conducta muy razonable». Pero no soy objetiva, no puedo serlo. Me da igual si soy razonable o no. Estaba perdidamente enamorada de él. —No tienes por qué tratar de ser razonable. Ocúpate solo de lo que sientes. Y si le quieres, le perdonarás después de hacerlo sufrir un tiempo. —Que sufra —declaró Lil—. No quiero ser justa y benévola. —Hoy, no. ¿Por qué no entramos? Puedo preparar unas margaritas versión Los Hombres Dan Asco. Si quieres me quedo esta noche; así evito a mi propio imbécil. Nos emborracharemos y prepararemos la hegemonía mundial de la mujer. —Me parece una idea genial y me encantaría. Pero Coop va a volver. Hasta que haya pasado todo, se quedará aquí. Tengo que aceptarlo. Además, no puedo emborracharme a base de margaritas versión Los Hombres Dan Asco, aunque desde luego tú haces las mejores del mundo, porque tengo que trabajar. Y tengo que trabajar porque un capullo me ha secuestrado durante dos horas. Lil se dio la vuelta y abrazó a Tansy. —Dios mío… Han matado a un hombre, su mujer debe de estar destrozada, y yo aquí compadeciéndome de mí misma. —No puedes cambiar lo que ha pasado. No es culpa tuya. —Eso lo sé… otra vez intelectualmente. No es culpa mía, no es responsabilidad mía… Pero, Tansy, lo que siento es diferente. James Tyler estaba en el lugar equivocado en el momento menos indicado, y es así porque ese psicópata está obsesionado conmigo. No es culpa mía, no. Pero… —Cuando piensas así, él se anota un tanto —advirtió Tansy al tiempo que la apartaba con firmeza para mirarla a los ojos—. Esto es terrorismo, guerra psicológica. Te está acosando. Para él, Tyler no era distinto del puma o del lobo. No era más que otro animal al que matar y utilizar en tu contra. No se lo permitas. —Sé que tienes razón. —A punto estuvo de volver a decir «pero». Sin embargo, lo que hizo fue abrazar de nuevo a Tansy—. Eres un cielo, aun sin margaritas. —Somos chicas inteligentes. —Lo somos. Vete a casa y ocúpate de tu propio imbécil. —Supongo que no me queda otro remedio. Página 306 Lil fue a ver al cervato atropellado. Atendido, alimentado y a salvo en una zona del zoo infantil. Si se curaba del todo, lo dejaría en libertad. Si no…, bueno, ahí tendría su refugio. El tiempo lo diría. Pasó una hora más en el despacho. Oyó camionetas que iban y venían. Empleados que se marchaban a casa, centinelas voluntarios que llegaban. El sistema de alarma no tardaría en estar instalado, y entonces podría dejar de abusar de amigos y vecinos. De momento no podía sino estarles agradecida. Salió y divisó a Gull de inmediato. —Gull, no hacía falta que vinieras esta noche. —De todas formas no habría podido pegar ojo. Mejor hacer algo. —Quizá aún estuviera un poco afectado, pero en sus ojos se pintaba una furia muy saludable—. Casi tengo ganas de que ese hijo de puta aparezca por aquí esta noche. —Sé que ha sido una experiencia horrible pero, gracias a ti su mujer sabe lo que ha pasado. Ya no tiene que seguir preguntándose qué habrá sido de él. Si no lo hubieras encontrado, sería todavía peor, porque su mujer seguiría en la inopia. —Willy me ha dicho que han llegado sus hijos. —Gull apretó los labios y desvió la mirada—. Han venido sus hijos, así que no está sola. —Eso está bien; no conviene que esté sola. Lil le frotó el brazo antes de continuar andando. Al entrar en la cabaña vio a Coop sentado en el sofá, con el portátil sobre la mesita de centro. Al oírla llegar, giró algo con un gesto despreocupado…, demasiado despreocupado, de hecho. Una fotografía, adivinó ella. —Puedo preparar unos bocadillos —se ofreció—. No tengo tiempo para mucho más. Quiero salir a hacer mi guardia. —He comprado una pizza en el pueblo. La estoy calentando en el horno. —Vale, perfecto. —Enseguida acabo con esto. Podemos comer algo juntos y hacer la primera guardia. —¿En qué estás trabajando? —Un par de cosas. Molesta por su vaguedad, Lil fue a la cocina. Sobre la mesa había un jarrón repleto de tulipanes amarillos. Al notar que los ojos le ardían y el corazón se le ablandaba, les dio la espalda para coger los platos. Oyó entrar a Coop mientras se ocupaba de la pizza. Página 307 —Las flores son muy bonitas, gracias. No arreglan nada. —Pero son bonitas. —Había tenido que insistirle a la propietaria de la floristería para que le abriera y se las vendiera. Pero eran bonitas—. ¿Quieres una cerveza? —No, beberé agua. —Se volvió con los dos platos y a punto estuvo de chocar con él—. ¿Qué pasa? —Mañana podríamos tomarnos la noche libre. Podría llevarte a cenar y al cine, si quieres. —Las citas tampoco arreglan nada. Y no me parece bien estar tanto tiempo fuera. Ahora no. —Vale. En cuanto el sistema esté instalado, tú puedes preparar la cena y yo alquilaré una película. Cogió los platos y los llevó a la mesa. —¿No te importa que esté cabreada contigo? —le preguntó Lil. —No, o al menos no tanto como el hecho de que te quiero. He esperado mucho tiempo, así que puedo seguir esperando hasta que dejes de estar cabreada conmigo. —A lo mejor tienes que esperar mucho. —Bueno —suspiró Coop al tiempo que se sentaba y cogía un triángulo de pizza—. Como no dejo de repetirte, no pienso irme a ninguna parte. Lil se sentó y cogió otro triángulo. —Sigo enfadada, y mucho, pero ahora mismo estoy demasiada hambrienta para pensar en ello. —La pizza está muy buena —comentó Coop con una sonrisa. Lo estaba, pensó ella. Y los tulipanes eran muy bonitos, maldita sea. Página 308 22 I nspeccionó el botín en su cueva del monte. Supuso que el reloj, un artilugio discreto de gama media alta, habría sido un regalo de cumpleaños o Navidad. Le gustaba imaginar al bueno de Jim al abrirlo; expresar su agrado y sorpresa; dar a su mujer, también muy discreta si se parecía a la foto que Jim llevaba en la cartera, un beso de agradecimiento. Al cabo de seis meses, tal vez un año, podría empeñarlo si necesitaba dinero. En aquel momento, gracias al bueno de Jim, contaba con una fortuna de 122,86 dólares que había sacado de sus bolsillos. También se había hecho con una navaja suiza, que nunca estaba de más; una llave magnética de hotel; medio paquete de chicles y una cámara digital Canon Powershot. Dedicó un rato a averiguar cómo funcionaba y a ver las fotos que Jim había sacado ese día. Casi todas eran paisajes, aunque también había algunas de Deadwood y un par de la elegante señora Tyler. La apagó para ahorrar batería, aunque Jim, muy considerado él, llevaba una de repuesto en la mochila. Era una mochila de buena calidad y muy nueva. Le vendría de perlas. Contenía barritas energéticas, agua y un botiquín. Imaginó a Jim leyendo una guía del excursionista y confeccionándose una lista de lo que debía llevar consigo. Cerillas, vendas, gasas, analgésicos, un pequeño cuaderno, un silbato, un mapa de senderos, por supuesto, la propia guía. Pero todo aquello no le había servido de nada porque era un aficionado. Un intruso. Carne de cañón. Pero veloz, pensó mientras masticaba unos frutos secos de Jim. El cabrón corría como una liebre. Aun así, había resultado muy fácil azuzarlo y alejarlo del camino hacia el río. Qué divertido. También había conseguido una buena camisa y un anorak nuevecito. Lástima lo de las botas. El capullo llevaba unas Timberland muy buenas, pero tenía los pies enanos. En suma, una buena cacería. Otorgaba a Jim un seis sobre diez. Y el botín era de primera. Página 309 Había pensado que la lluvia jugaría en su favor. Era imposible que aquellos polis y forestales de pacotilla, los paletos locales encontraran algún rastro del bueno de Jim si la lluvia borraba las huellas. Él sí lo habría conseguido. Él y sus antepasados, los dueños de la tierra sagrada. La lluvia le había ahorrado el tiempo y el esfuerzo de tener que volver para borrar las huellas y colocar algunas falsas. No lo hubiera importado hacerlo, a fin de cuentas formaba parte del trabajo y proporcionaba cierta satisfacción. Pero cuando la Naturaleza te hace un regalo, lo aceptas con gratitud. El problema era que a veces el regalo resultaba ser una trampa. Sin la lluvia y la crecida, el bueno de Jim se habría quedado donde lo había dejado un montón de tiempo. No había cometido ningún error, no señor. Los errores podían costarte la vida en la naturaleza. El viejo lo había azotado bien cada vez que cometía uno. No, no había cometido ningún error. Había cubierto a Jim de peso y lo había atado fuerte bajo el agua. Se había tomado su tiempo. (Quizá no suficiente, insistía aquel rincón secreto de su mente. Quizá se había apresurado un poco porque con la caza le había entrado hambre. Quizá…). Desterró de su mente aquellos pensamientos. Él no cometía errores. Pero lo habían encontrado. Se quedó mirando con el ceño fruncido la radio que había robado hacía algunas semanas. Los había oído comunicarse por radio, dispersos por todo el monte. Y se había partido el pecho. Hasta que aquel capullo tuvo un golpe de suerte. Gull Nodock. A lo mejor le haría una visita un día de estos. Entonces ya no tendría tanta suerte. Lo que debía hacer era recoger sus cosas y largarse. Ir a Wyoming y esconderse allí durante unas semanas. Dejar que la cosa se enfriara. Los capullos de la policía se tomarían más en serio la muerte de un turista que la de un lobo o un puma. En su opinión, el lobo y el puma valían infinitamente más que un cabrón de Saint Paul. La del lobo había sido una caza justa, pero el puma… Lo había pasado mal después de lo del puma. Una y otra vez tenía pesadillas sobre el espíritu del puma, que volvía para atormentarlo. Solo había querido saber cómo era matar a un animal salvaje y libre mientras estaba enjaulado. No imaginaba que se sentiría tan mal ni que el espíritu del felino regresaría para torturarlo. Página 310 Para cazarlo. En sus sueños, bajo la luna llena, el puma lo acechaba y chillaba al abalanzarse contra su cuello. En sueños, el espíritu del puma al que había matado lo miraba con una expresión gélida que le producía sudores fríos y conseguía que se despertara con el corazón desbocado. Como un bebé, habría dicho su padre. Como una nenaza. Temblando y lloriqueando y con miedo a la oscuridad. No importaba, ya estaba hecho, se dijo. Y había conseguido asustar a la guapa Lil, ¿verdad? Había que sopesar lo bueno y lo malo. Lo estarían buscando con insistencia por culpa del bueno de Jim. Lo más prudente, como decía su padre, sería alejarse lo más posible del coto de caza. Volvería por Lil, para continuar con el torneo, al cabo de un mes, de seis meses si el calor aguantaba. Que los polis y los forestales se dedicaran a morderse la cola. El problema era que él no estaría allí para verlo, y eso no tenía gracia, no le ponía. Le parecía absurdo. Si se quedaba, sentiría cómo intentaban darle caza. Y quizá también él les daría caza. Podía acabar con un par de ellos. Sí, el riesgo merecería la pena. Y el riesgo era lo que te mantenía vivo. Era el riesgo lo que te demostraba que no eras un bebé ni una nenaza. Que no tenías miedo de nada, maldita sea. El riesgo, la caza, la presa… Todos ellos te demostraban que eras un hombre. No quería esperar seis meses a Lil. Ya había esperado mucho. Se quedaría. Aquella tierra era suya ahora, al igual que era la tierra de sus antepasados. Nadie lo echaría de allí. Ocuparía el territorio que le pertenecía. Si no era capaz de derrotar a un puñado de cabrones uniformados, no era digno del torneo. Aquí estaba su destino y, lo supiera ella o no, él era el destino de Lil. La instalación avanzaba con gran eficacia en el recinto, más aún, observó Lil, desde la llegada de Brad Dromburg. No hacía restallar ningún látigo ni señalaba a nadie con el dedo, pero todo parecía hacerse más deprisa cuando él andaba por allí. El único problema que Lil tenía con el sistema ya casi acabado era la curva de aprendizaje. Página 311 —Habrá algunas falsas alarmas —señaló Brad mientras recorría los senderos con ella—. Te aconsejo que limites el acceso al cuadro de control a tus colaboradores más cercanos. Cuantas menos personas conozcan los códigos y el procedimiento, menos margen de error habrá. —¿Y al final del día ya estará todo en marcha? —Creo que sí. —Habéis trabajado muy deprisa. Más de lo normal, Brad, y mejor aún porque has venido para supervisar la instalación. Te lo agradezco mucho. —El servicio es el servicio. Además, me ha permitido tomarme lo que podríamos llamar unas pequeñas vacaciones de trabajo, tiempo para ponerme al día con un amigo y el mejor pollo con empanadillas a este lado del cielo. —La especialidad de Lucy. —Lil se detuvo para acariciar al asno de mirada dulce que le había llamado la atención antes de seguir caminando—. Reconozco que me sorprendió saber que te alojabas en casa de Coop y no en un hotel. —En un hotel puedo alojarme siempre. Demasiadas veces, la verdad. Pero ¿con qué frecuencia tiene un chico de ciudad como yo la oportunidad de alojarse en el barracón reformado de una granja de caballos? Lil lo miró y se echó a reír; Brad estaba más contento que un niño con zapatos nuevos. —Supongo que tienes razón. —Además, he podido ver por qué mi amigo y colega urbanita decidió cambiar los cañones de cemento por las Colinas Negras. Esto es tal como siempre lo describía —añadió Brad, paseando la mirada por las colinas—, una explosión de verdor primaveral. —¿Así que hablaba de esto, de cuando venía a pasar los veranos aquí de pequeño? —Hablaba de los paisajes, los olores, las sensaciones. De cómo era trabajar con los caballos y salir a pescar con tu padre. Cuando vivía en Nueva York, estaba claro que consideraba esto su hogar. —Qué raro. Siempre creí que para él su hogar era Nueva York. —Si quieres mi opinión, Nueva York era para Coop algo que debía conquistar. En cambio aquí siempre se ha sentido…, bueno, en paz. Ya sé que suena un poco fuerte. Cuando me hablaba de este sitio, yo siempre pensaba que lo pintaba de una forma demasiado romántica, que lo adornaba como uno hace cuando recuerda algo de su infancia. Y debo reconocer que pensaba lo mismo cuando hablaba de ti. Pero me equivocaba en ambos casos. Página 312 —Bonito cumplido, pero imagino que todo el mundo hasta cierto punto recuerda su infancia de una forma demasiado romántica o demasiado diabólica. No creo que Coop hablara tanto de mí… Vaya, ahora parece que soy yo la que busca cumplidos gratuitos… Uf, lo siento. —Pues hablaba mucho de ti, de cuando erais niños… y no tan niños. Me enseñaba los artículos que escribías. —Vaya —musitó Lil, atónita—. Debían de ser fascinantes para un profano en la materia. —Pues la verdad es que sí. Me transportaban a los bosques de Alaska, a las profundidades de los Everglades, a las llanuras de África, al Oeste americano, a los misterios de Nepal… Has viajado por muchos sitios. Y los artículos que has escrito sobre el refugio me han ayudado a diseñar el sistema de seguridad. —Brad guardó silencio unos instantes antes de continuar—. Seguro que estoy quebrantando alguna norma de la amistad masculina al decirte esto, pero llevaba una foto tuya en la cartera. —Fue él quien se marchó. Él tomó la decisión. —No te lo discutiré. No conoces a su padre, ¿verdad? —No. —Es un cabrón desalmado. Más duro y frío que un iceberg. Yo también tuve algún que otro conflicto con mi padre, pero siempre supe que le importaba. En cambio Coop siempre ha sabido que la única parte de él que le importa a su padre es el apellido. Cuesta tener autoestima cuando la persona que debería quererte incondicionalmente no deja de machacártela. Triste y furioso, pensó Lil. Uno acaba triste y furioso. —Sé que fue muy difícil para él. Y también fue difícil para mí, que tengo a los mejores padres de todo el universo de padres, entender del todo lo que significaba aquel tormento. Aun así, añadió mentalmente, maldita sea. —Pero dime una cosa… ¿Es típicamente masculino eso de alejarte de las personas que te quieren y te valoran para luchar solo y enfrentarte una y otra vez a aquellos que no te quieren ni te valoran? —¿Cómo sabes que mereces ser querido y valorado si no te lo demuestras a ti mismo? —O sea, que es cosa de tíos. —Puede. Pero, por otro lado, aquí estoy yo, hablando con una mujer que acaba de pasar seis meses en los Andes, bastante lejos del hogar… Ya, era por trabajo —añadió antes de que ella pudiera replicar—. Un trabajo al que te dedicas en cuerpo y alma. Pero no viajas con red de seguridad, ¿verdad? Me Página 313 imagino que has hecho muchos viajes y has pasado mucho tiempo sola porque tenías que demostrarte a ti misma que mereces el lugar que ocupas en la vida. —Una verdad incómoda, desde luego. —Después de que aquel tipo matara a su compañera y le disparara, Coop hizo un esfuerzo para reconciliarse con su madre. Ah, vaya, pensó Lil. Claro, cómo no. Muy propio de Cooper Sullivan. —Y salió bastante bien —prosiguió Brad—. También intentó llevarse mejor con su padre. —Ah, ¿sí? —Preguntó Lil—. Ya, claro, no podía ser menos. —Pero eso no salió nada bien. Después se dedicó a levantar una empresa muy potente. Si quieres mi opinión, era un modo de demostrar que no necesitaba el dinero del fideicomiso para salir adelante. —Apuesto algo a que eso es lo que le diría su padre. No lo conozco, pero me lo imagino diciéndole a Coop, cuando intentó reconciliarse con él, que sin el dinero no era nada. El dinero de la familia. Dinero procedente de su padre. Sí, como si lo oyera. Y me imagino a Coop resuelto y decidido a demostrar que su padre se equivocaba. —Y lo demostró. Más de una vez. Pero yo diría que ese fue el momento en que Coop dejó de necesitar la aprobación de su padre en todos los sentidos. Nunca me lo ha dicho y seguramente no lo reconocería, pero le conozco. Y también sé que nunca ha dejado de necesitar la tuya. —Nunca me ha pedido opinión ni aprobación. —¿No? —preguntó Brad en tono casual. —No… —Lil se interrumpió en seco al oír un grito y se volvió para mirar el furgón que estaba aparcando delante de la primera cabaña—. Es nuestra tigresa. —No me digas…, ¿la del club de striptease? ¿Puedo mirar? —Sí, pero no creo que nos haga un numerito. La instalaremos en la jaula —explicó Lil mientras se dirigían al furgón—. Al otro lado de la valla está la jaula de Boris. Es viejo pero bastante guerrero. Ella es joven pero la han desuñado. Además, ha pasado la toda la vida enjaulada, encadenada y drogada. Nunca ha convivido con los de su especie. Veremos cómo reaccionan. No quiero que ninguno de los dos resulte herido. Se detuvo para presentarse y estrechar la mano al conductor y al vaquero. —Esta es nuestra gerente, Mary Blunt. Ella se encargará del papeleo mientras yo me ocupo de la tigresa. Página 314 Lil subió a la caja del furgón y se agachó para que sus ojos quedarán a la altura de los de la tigresa. —Hola, Delilah. Bienvenida a un mundo completamente nuevo. Llevémosla a casa —ordenó—. Iré con ella aquí detrás. Se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y apoyó la palma de la mano con cuidado contra los barrotes. Delilah apenas se movió. —Nadie volverá a hacerte daño ni a humillarte. Ahora tienes una familia. Tal como habían hecho con la mimada Cleo, situaron la jaula delante de la puerta abierta del recinto. Pero a diferencia de Cleo, la tigresa no hizo amago alguno de salir. Por su parte, Boris patrullaba la valla de separación y husmeaba el aire. Marcó el límite de su territorio mientras se acicalaba, observó Lil, como no lo había hecho en mucho tiempo. Al cabo de unos instantes sacó pecho y rugió. Delilah se estremeció dentro de la jaula. —Vamos a apartarnos un poco. Está nerviosa. Tiene comida y agua, y Boris está hablando con ella. Entrará cuando esté preparada. Lucius bajó la cámara. —Parece muy apagada… emocionalmente, quiero decir. —Pondremos a Tansy a trabajar con ella, y si hace falta traeremos al psicólogo. —¿Tenéis un psicólogo para tigres? —preguntó Brad, estupefacto. —Es un psicólogo conductual. Ya hemos trabajado con él en casos extremos. Podría decirse que es el hombre que susurra a los animales exóticos —explicó con una sonrisa—. Búscalo en Animal Planet. Pero creo que podremos ocuparnos solos de ella. Está cansada y… tiene poca autoestima. Nos aseguraremos de que sepa que aquí la queremos, la valoramos y la mantendremos a salvo. —Me parece que ese grandullón está deslumbrado —comentó Brad mientras Boris se restregaba contra la valla. —Estaba muy solo. Los tigres macho se llevan bien con las tigresas. Son más caballerosos que los leones. —Lil retrocedió y se sentó en un banco—. Me quedaré a observarlos un rato. —Yo voy a comprobar las verjas. Creo que podremos probar el sistema dentro de un par de horas. Al cabo de una media hora, Tansy se reunió con ella y le ofreció una de las botellas de Pepsi light que llevaba consigo. —La maltrataban con fustas y pistolas eléctricas —dijo. Página 315 —Ya lo sé —repuso Lil sin dejar de mirar a la tigresa inmóvil mientras bebía un poco de Pepsi—. Espera que la castiguen si sale de la jaula. Tarde o temprano saldrá por la comida. Si mañana todavía no ha salido, tendremos que sacarla, aunque espero que no haga falta. Tiene que salir sola y no recibir ningún castigo. —Boris ya se ha encaprichado de ella. —Sí, qué monada. Puede que Delilah reaccione a él, el macho alfa, antes que a la comida. Y tendrá que evacuar. Seguro que habrá tenido que evacuar más de una vez en su jaula, pero no querrá hacerlo si tiene alternativa. —El veterinario especializado en abusos contra animales la trató por una infección de vejiga y tuvo que arrancarle dos dientes. Matt está revisando el historial y quiere examinarla, pero, al igual que tú, cree que necesita que primero la dejen un rato en paz. ¿Cómo van las cosas con Coop? —Estamos en una especie de moratoria, me parece. Tenemos que poner en marcha el sistema de seguridad. Además, creo que está colaborando con la policía. Tiene unos expedientes que no quiere enseñarme. De momento lo estoy dejando en paz. —Como a la tigresa. —No está mal como metáfora de mi relación con Coop. Inestable y con la posibilidad de un ataque en cualquier momento. Encontré dos cargadores de su revólver en mi cajón de la ropa interior. ¿Por qué narices los habrá guardado allí? —Supongo que para no olvidar dónde están. ¿Tu ropa interior normal o la de «fóllame»? —La de «fóllame». Qué vergüenza. Iba a tirar la mayoría. Se me hace muy raro conservarla. El factor Jean-Paul. Él compró la mayoría de las cosas, y le encantaban. —Tíralo todo y cómprate lencería nueva. —Ya, pero no sé si es el mejor momento para invertir en esa cuestión. Podría enviar señales indeseadas. —Cierto. El otro día compré dos saltos de cama rollo «arráncame esto del cuerpo ahora mismo, machote». Me encanta comprar por internet, pero todavía me pregunto por qué no me controlé. —Farley se tragará la lengua de emoción. —No paro de decirme que tengo que atajar esto antes de que se complique todavía más, y sin darme cuenta ya estoy repasando la colección de primavera de Victoria’s Secret. Estoy fatal, Lil. —Estás enamorada, cariño. Página 316 —Creo que no es más que lujuria. Y la lujuria está bien. Porque se pasa. —Ya, solo lujuria. Y una porra. —Vale, deja de machacarme. Sé que es más que lujuria, pero es que no sé cómo manejarlo. Así que deja de torturarme. —Si me lo pides así… Mira. ¡Mira! —Exclamó, oprimiendo la rodilla de Tansy—. Se está moviendo. Observada por ambas, Delilah avanzó un paso y luego otro, Boris emitió un gruñido alentador. Cuando tenía ya medio cuerpo fuera, la tigresa se quedó de nuevo inmóvil como una estatua, y Lil temió que fuera a retroceder. Al cabo de unos instantes, Delilah se estremeció, se agazapó y se abalanzó sobre el pollo que le habían dejado en la plataforma de hormigón. Lo atenazó entre las patas mientras miraba a derecha, a izquierda y hacia delante. Por fin sus ojos se encontraron con los de Lil. Vamos, come, pensó Lil. Venga. La tigresa ladeó la cabeza y sin dejar de vigilar a Lil hincó los dientes en el pollo. Mientras desgarraba la carne, Lil apretó la mano de Tansy. —Está esperando a que alguien la castigue. Dios, ojalá pudiera usar una fusta con esos cabrones de Sioux City. —Desde luego. Pobrecilla. Acabará vomitando. Pero Delilah no vomitó. Cuando acabó, en lugar de limpiarse las patas se dirigió al abrevadero y bebió como si le fuera la vida en ello. Al otro lado de la valla, Boris se alzó sobre las patas traseras y la llamó. Delilah permaneció agazapada en actitud sumisa, pero se acercó a la valla para husmearlo. Cuando Boris descendió hacia ella, la tigresa regresó corriendo a la entrada de la jaula. Donde creía que estaría a salvo, pensó Lil. Boris volvió a llamarla con insistencia hasta que Delilah reptó de nuevo hacia la valla y, sin dejar de temblar, dejó que el macho le oliera el hocico y las patas delanteras. Cuando la lamió, Lil sonrió. —Deberíamos haberlo llamado Romeo. Saquemos la jaula y encerrémosla dentro. Boris se ocupará de ella a partir de ahora. —Miró el reloj al levantarse —. Qué oportuno. Tengo que ir al pueblo. —Creía que ya habían ido por suministros. —Tengo que hacer algunos recados y quiero pasar a ver a mis padres. Volveré antes de que se ponga el sol. Página 317 No tenía intención de pasar por los establos de los Wilks, pero llegó con tiempo y allí estaban… En cualquier caso, la tentación fue irresistible cuando divisó a Coop conduciendo por el cercado a una niña pequeña montada en un robusto poni bayo. Cualquiera habría dicho que la niña tenía en sus manos la llave de la mayor juguetería del mundo. Daba saltitos sobre la silla, a todas luces incapaz de estarse quieta, y su cara, protegida por un sombrerito de vaquero de color rosa, relucía como el sol en verano. Al apearse de la camioneta, Lil oyó a la pequeña charlar con Coop mientras la madre reía a carcajadas y el padre sacaba fotos. Embelesada, se dirigió hacia la valla y se apoyó contra ella para observarlos. Coop también parecía encantado de la vida. Estaba por completo concentrado en la niña, respondiendo a un sinfín de preguntas mientras el caballito daba vueltas con una paciencia propia de un santo. ¿Cuántos años debía de tener la pequeña? ¿Cuatro? Dos coletas doradas asomaban bajo el sombrero, y en el dobladillo de sus tejanos relucían flores bordadas en muchos colores. Una auténtica monada, concluyó Lil. Y de repente sintió que su corazón le daba un vuelco al ver a Coop levantar los brazos para ayudar a la niña a desmontar. Nunca había pensado en él como padre. En una época se había limitado a suponer que tendrían una familia, pero siempre de un modo vago, difuminado. Hermosos sueños de «algún día». Pensó en todos los años transcurridos. Podrían haber tenido una niña. Coop dejó que la pequeña acariciara el caballo, sacó una zanahoria de una bolsa, le enseñó a sujetarla y puso la guinda al maravilloso día de la niña al permitirle que se la diera al poni. Lil esperó mientras Coop hablaba con los padres y lo vio sonreír de oreja a oreja cuando la niña se abrazó a sus piernas. —Se acordará de ti toda la vida —señaló cuando Coop se acercó a ella. —Más bien del poni. Nadie olvida su primer caballo. —No sabía que ofrecías paseos en poni. —No estaba previsto, pero la niña se moría de ganas de probar. De todos modos, hace tiempo que me lo planteo. Pocos gastos y beneficios considerables. El padre ha insistido en darme diez dólares de propina — explicó con otra sonrisa mientras se sacaba el billete del bolsillo—. ¿Quieres ayudarme a gastarlos? —Muy tentador, pero he quedado. Has estado encantador con la niña. Página 318 —Me lo ha puesto muy fácil, y sí, yo también he pensado en ello. —Al ver que Lil levantaba las cejas a modo de pregunta, Coop posó las manos sobre las de ella por encima de la valla—. He pensado en la clase de niños que podríamos haber tenido. —Le apretó las manos con más fuerza para evitar que Lil las apartara—. Tus ojos. Siempre me han perdido tus ojos. También me he preguntado qué clase de padre sería. Y creo que no lo haría mal. Ahora. —No pienso ponerme romanticona por unos hijos imaginarios, Coop. —Este es el lugar perfecto para criar a los hijos, los dos lo sabemos. —Te estás precipitando de lo lindo. Me acuesto contigo porque quiero acostarme contigo. Pero tengo muchas cosas que resolver, mucho en que pensar antes de que esto pueda ir más allá de lo que está resultando ser una amistad un poco tambaleante. —Te dije que esperaría y esperaré. Pero eso no significa que no vaya a hacer cuanto esté en mi mano para recuperarte. Se me ha ocurrido que nunca he tenido que esforzarme por ti, Lil. Podría resultar interesante. —No he venido para hablar de esto. Me pones de los nervios. —Apartó las manos con ademán brusco—. Quería decirte que Brad cree que podremos poner el sistema en marcha esta misma tarde. —Vale, genial. —Voy a decirles a todos que ya no necesitaremos centinelas. Eso te incluye a ti. —Me quedaré contigo hasta que Howe esté encerrado en una celda. —Allá tú. Y no te niego que prefiero pasar las noches acompañada. Puedes quedarte el cajón y el espacio del armario. Y me acostaré contigo. En cuanto a lo demás, no sé. —Echó a andar, pero al poco se detuvo—. Quiero saber todo lo que te ha contado Willy, porque sé que te tiene al corriente de la investigación, de la búsqueda. Quiero ver esos expedientes que con tanto cuidado me ocultas. Si quieres tener alguna oportunidad conmigo, Coop, será mejor que entiendas que espero que me respetes y confíes en mí. En todos los sentidos. Con buen sexo y tulipanes amarillos no hay ni para empezar. Farley se paseaba nervioso por la acera delante de la joyería cuando Lil llegó. —No quería entrar sin ti. —Siento llegar tarde. Me han entretenido. —No pasa nada —dijo Farley, haciendo sonar las monedas que llevaba en los bolsillos—. No llegas tarde, es que yo he llegado pronto. Página 319 —¿Estás nervioso? —Un poco. Quiero tener la seguridad de que elijo el anillo perfecto. —Vamos a ello. En el interior de la joyería había bastantes clientes y muchas piezas centelleantes. Lil saludó con la mano a la dependienta que conocía y luego se colgó del brazo de Farley. —¿Qué tenías pensado? —preguntó Lil. —Para eso estás tú aquí. —No, primero dime lo que tenías pensado. —Bueno, yo… Tiene que ser algo especial, diferente. Ni llamativo ni… —Algo único, vaya. —Sí, único, como ella. —En eso, en opinión de su mejor amiga, tienes toda la razón del mundo. —Lil tiró de él hacia la vitrina de anillos de compromiso—. ¿Oro blanco o amarillo? —Joder, Lil —jadeó Farley con expresión aterrada, como si le hubiera preguntado si prefería cianuro o arsénico en el café. —Vale, era una pregunta trampa. Teniendo en cuenta su colorido natural y su personalidad… además de su predilección por las cosas únicas, creo que deberías decantarte por el oro rosado. —¿Y eso qué narices es? —Algo así. —Lil señaló un anillo—. ¿Lo ves? Es cálido y suave. Reluce pero no centellea. —Pero es oro, ¿no? Quiero decir que es bueno, que no es menos…, ya sabes, importante, ¿verdad? Tiene que ser un anillo importante. —Es oro. Si no te gusta, entonces yo tiraría por el oro amarillo. —Sí que me gusta. Es diferente y…, sí, cálido. Rosado. Ah, claro, es que se llama oro rosado. —Tranquilízate, Farley, todo va bien. —Ya. —Echa un vistazo y elige el primero que te atraiga. —Ah… ¿Este? Lleva un diamante redondo muy bonito. —Es precioso, el problema es que el diamante sobresale mucho. —Lil separó el pulgar y el índice para indicarle a qué se refería—. Tansy trabaja mucho con las manos, con los animales. Se le engancharía en todas partes. —Claro, tienes razón. O sea que tiene que ser algo que no sobresalga tanto. —Se apartó el sombrero para rascarse la cabeza—. No hay muchos de Página 320 este color, pero aun así cuesta decidir. Este tiene un aro muy bonito, pero el diamante es un poco raquítico. No quiero que parezca barato. Mientras Lil se inclinaba para verlo mejor, la dependienta se acercó a ellos. —Vaya, ¿tenéis algo que contarme? —Ya no podemos seguir guardando el secreto de nuestro amor —bromeó Lil, a lo que Farley se ruborizó—. ¿Cómo estás, Ella? —Muy bien. ¿Así que has arrastrado a Farley hasta aquí para disimular? Si ves el anillo que quieres, estaré encantada de enseñárselo a Coop cuando venga. —¿Qué? ¡No! No, no. —Todo el mundo está esperando a que lo anunciéis. —No habrá ningún anuncio. Todo el mundo… se equivoca. —Alterada, Lil sintió que también ella se ruborizaba—. Solo he venido en calidad de asesora. Es Farley el que se casa. —¿De verdad? —casi chilló Ella—. Los más callados siempre son los más profundos. ¿Y quién es la afortunada? —Es que todavía no se lo he pedido, así que… —¿No será por casualidad una belleza exótica con la que te he visto bailar un par de veces? ¿La que vive a un par de manzanas de aquí, en un edificio delante del cual he visto tu camioneta aparcada en varias ocasiones estas últimas semanas? —Bueno… —Farley se removió inquieto. —¡Dios mío, es ella! Qué notición. Espera a que se lo cuente a… —No puedes contárselo a nadie, Ella. Aún no se lo he pedido. Ella se llevó una mano al corazón y levantó la otra a modo juramento. —Ni una palabra. Aquí somos expertos en guardar secretos aunque en este caso me costará no hacerme pis encima de impaciencia si tardas mucho en pedírselo. Bueno, manos a la obra. Dime lo que tienes en mente. —Lil cree que lo mejor es el oro rosado. —Es ideal para ella. Ella abrió la vitrina y dispuso una pequeña selección sobre una alfombrilla de terciopelo. Comentaron y discutieron la jugada mientras Lil se probaba cada candidato. Después de bastante rato y preocupación, Farly lanzó a Lil una mirada angustiada. —Si me equivoco, me lo dices, pero me gusta este. Me gusta el aro ancho, le da sustancia, ¿no crees? Y la forma en que los diamantes pequeños se Página 321 dirigen hacia el redondo del centro. Sabrá que lo lleva y sabrá que se lo he puesto yo. Lil se alzó de puntillas y lo besó en la mejilla mientras Ella lanzaba un suspiro desde detrás del mostrador. —Esperaba que eligieras este. Le va a encantar, Farley. Es perfecto. —Gracias a Dios, porque empezaba a desesperarme. —Es precioso, Farley. Original, contemporáneo y al mismo tiempo romántico. Ella guardó los demás anillos. —¿Cuál es su talla? —Uf, yo qué sé. —Creo que una seis —dijo Lil—. Yo llevo una cinco, y a veces nos hemos intercambiado anillos. Los suyos me van un pelo grandes y suelo llevarlos en el dedo corazón. Creo que… —Cogió el anillo y se lo puso en el dedo corazón—. Creo que este le irá bien. —Debe de ser el destino. Si necesita que se lo ajustemos, la traes, y nos ocuparemos de ello. O también puede cambiarlo por otro si ve alguno que le guste más. Voy a ocuparme del papeleo, Farley. —Ella dobló un dedo para indicarle que se acercara— como una vez te dejé que me besaras detrás de las gradas, te haré un quince por ciento de descuento. Solo te pido que vengas a comprar las alianzas cuando llegue el momento. —No se me ocurriría ir a otro sitio. —Farley se volvió hacia Lil con expresión aturdida—. Acabo de comprarle un anillo a Tansy. No hagas eso — suplicó al advertir que los ojos de Lil se llenaban de lágrimas—. Si no yo también me pondré a llorar. Lil lo abrazó y apoyó la cabeza en su pecho mientras él le daba palmaditas en la espalda. Decisiones, pensó Lil. Y oportunidades. Algunos tomaban las decisiones correctas y aprovechaban al máximo las oportunidades. Página 322 23 F arley la siguió hasta la granja, de modo que Lil tuvo ocasión de presenciar una escena conmovedora cuando el joven mostro el anillo a sus padres. Hubo palmadas en la espalda, algunas lágrimas y la promesa de traer a Tansy para una celebración familiar en cuanto hubiera aceptado su proposición. Cuando Farley pidió a Joe que salieran a dar un paseo, sin duda para pedirle algún consejo de hombre a hombre, Lil se sentó con su madre. —Dios mío, pero si hace nada era un crío —suspiró Jenna. —Vosotros habéis hecho de él un hombre. Jenna se enjugó las lágrimas. Otra vez. —Le dimos acceso a las herramientas para que pudiera convertirse en un hombre por sí solo. Si Tansy le rompe el corazón, le daré tal patada que la mandaré a la otra punta del planeta. —Ponte a la cola. Pero no creo que lo haga. No creo que Farley se lo permita. Farley tiene un plan, parte del cual imagino que le estará contando a papá ahora mismo. Tansy está perdida. —Imagina los hijos que tendrán. Ya lo sé, ya lo sé —rio Jenna agitando la mano—. Típica reacción. Pero es que me encantaría tener niños correteando por aquí. Guardo la cuna que tu abuelo hizo para mí y que usé para ti en el desván. Pero tengo que aparcar todo eso y pensar en los planes de boda. Espero que nos dejen pagarla. Me encantaría encargarme de todo. Flores, vestidos, tartas y… Jenna dejó la frase sin terminar. —Yo no te he dado ocasión de hacerlo por mí. —Ha sonado así, pero no era mi intención. No hace falta que te diga lo orgullosos que estamos de ti, ¿verdad? —No. En una época hice planes que no salieron bien. Así que tracé otro, y ese sí salió bien. Y ahora me encuentro en una situación extraña y complicada. No me iría mal tu opinión. —Cooper. —Siempre ha sido Cooper. Pero hace mucho tiempo que no es tan sencillo. —Te hizo mucho daño —musitó Jenna, envolviendo la mano de Lil entre las suyas—. Lo sé, cariño. Página 323 —Me arrancó una parte de mí. Y ahora quiere arreglarlo, pero no sé si eso es posible. —No, no lo es —afirmó Jenna, oprimiéndole la mano antes de reclinarse en la silla—. Pero eso no significa que no pueda encajar de otra manera. Una manera mejor. Le quieres, Lil. Eso también lo sé. —El amor no bastó en su momento. Me explicó… y te aseguro que se tomó todo el tiempo del mundo para explicármelo, por qué no bastó. Mientras contaba la historia, Lil tuvo que levantarse de la mesa, acercarse a la ventana y abrir la puerta principal para dejar pasar el aire. Moverse, simplemente moverse mientras su madre permanecía sentada, escuchando. —Por mi propio bien, porque tenía algo que demostrar, porque estaba sin blanca, porque se sentía un fracasado. ¿Y qué? Además, en cualquier caso, yo merecía conocer sus razones. Yo formaba parte de esa relación. No hay relación si uno de los dos toma todas las decisiones, ¿no? —Cierto, o al menos no hay una relación equilibrada. Entiendo lo que sientes y por qué estás enfadada. —Pero es que estoy más que enfadada. Una de las decisiones más importantes de mi vida no la tomé yo. Y en cuanto a los motivos por los que me lo ocultó todo… ¿Cómo voy a estar segura de que no volverá a pasar? No puedo construir mi vida con alguien capaz de hacer algo así. No puedo. —No, precisamente tú no puedes. Y ahora te voy a decir algo que quizá te decepcione. Lo siento, siento muchísimo que sufrieras tanto. Yo también sufrí mucho por ti, Lil, te lo aseguro. Sentía tu dolor como si fuera mío. Pero al mismo tiempo le estoy muy agradecida por hacer lo que hizo. Lil se encogió como si acabara de recibir un golpe. —¿Cómo puedes decir eso? ¿Lo dices en serio? —Si no lo hubiera hecho, tú habrías renunciado a todo, a todas tus pasiones salvo a él. Si hubieras tenido que decidir entre él y tus metas personales y profesionales… estabas demasiado enamorada para elegir otra cosa que no fuera él. —¿Y quién dice que no podía haberlo tenido todo? ¡Maldita sea! ¿Por qué se trataba de elegir y renunciar? —Quizá lo habrías conseguido, pero las probabilidades eran pocas. Oh, Lil —dijo con tanta compasión que Lil sintió que los ojos le ardían de lágrimas—. Tú no tenías ni veinte años, y el mundo entero se abría ante ti. Coop tenía casi dos años más y un mundo difícil y estrecho. Él tenía que luchar, y tú tenías que crecer. Página 324 —Vale, éramos jóvenes. Papá y tú también erais jóvenes cuando os casasteis. —Sí, y tuvimos suerte. Y además queríamos lo mismo, ya entonces. Lo que queríamos estaba aquí, y eso mejoraba nuestras posibilidades. —O sea que crees que debo pasar de los últimos diez años. Perdonarlo todo y decirle a Coop que soy suya para siempre. —Lo que creo es que debes tomarte todo el tiempo que necesites y averiguar si puedes perdonarle. Lil lanzó un profundo suspiro cuando parte de la presión que le atenazaba el pecho se disolvió. —Y creo que, así como entonces tenía algo que demostrarse a sí mismo, ahora tiene algo que demostrarte a ti. Que lo haga. Y mientras te tomas el tiempo que necesitas, pregúntate si quieres vivir los próximos diez años sin él. —Ha cambiado, y la persona en la que se ha convertido… Si acabara de conocerlo, si no tuviéramos un pasado… Caería en sus brazos como una tonta. Y eso me asusta. Saber que, si me dejo llevar, le daré el poder para que me arranque otra parte de mí. —¿No estás cansada de acercarte a hombres que no pueden hacerlo, cariño? —Sinceramente, no sé si lo hice adrede o porque él es el único que puede hacerlo. —Lil se frotó los brazos como si quisiera entrar en calor—. En cualquier caso, es otra decisión aterradora. Y hay muchas cosas en que pensar. Tengo que volver; no tenía intención de pasar tanto rato fuera. —Asuntos importantes. —Jenna se levantó y le apoyó las manos en los hombros—. Encontrarás tu camino, Lil, estoy convencida. Y ahora quiero que me asegures que no necesitas que pasemos allí esta noche. —El sistema estaba casi listo cuando me he marchado. Si han encontrado algún problema, os llamaré, te lo prometo. Puede que esté confundida respecto a mis sentimientos y a Coop, pero tengo muy clara la importancia de la seguridad en el refugio. No pienso correr ningún riesgo. —De acuerdo. Casi todos creen que se ha ido, que no se habrá quedado en esta área ahora que todo el mundo lo busca. —Espero que tengan razón. —Lil apoyó la mejilla en la de su madre—. Y sé que no nos vamos a relajar, al menos del todo, hasta que lo detengan. Tampoco quiero que tú corras riesgos. Salió al porche y vio a Farley y a su padre rodear uno de los edificios anexos con los perros brincando a su alrededor. —Dale a Farley muchos ánimos de mi parte. Página 325 Echó a andar hacia la camioneta, se dio la vuelta para seguir caminando de espaldas y observó lo guapa que estaba su madre de pie en el porche de la vieja casa. —Me regaló un ramo de tulipanes amarillos —dijo. Y más guapa aún cuando sonríe, pensó Lil. —¿Y han servido de algo? —Más de lo que le he dado a entender. Hablando de reacciones típicas… Llegó al refugio antes de la hora de cierre y encontró abierta la verja nueva. Pese a ello, echó un vistazo a la cámara de seguridad. La cerradura y el teclado de codificación. Evitarían que alguien entrara en vehículo después de cerrar, pero resultaba imposible proteger las colinas. Condujo por el camino de acceso muy despacio mientras escudriñaba el terreno y los árboles. Yo encontraría la forma de entrar, se dijo. Lil conocía cada centímetro del recinto; sin duda hallaría un modo de eludir el sistema de seguridad si se tomaba el tiempo y las molestias suficientes. Saberlo la hacía estar más alerta. Alzó la mirada. Más cámaras colocadas estratégicamente para cubrir el complejo y la carretera. No sería fácil evitarlas todas. Y los focos nuevos lo iluminarían todo. Imposible esconderse en la oscuridad una vez dentro. Paró delante de la cabaña; se alegró al ver tres grupos de visitantes. Divisó a Brad en el extremo más occidental del complejo, hablando con uno de los instaladores. Pero su mirada no tardó en desviarse hacia el miembro más reciente de la familia Chance. Su humor mejoró de inmediato. Delilah estaba tumbada junto a la valla de separación y, al otro lado, Boris yacía pegado a ella. Lil hizo la primera parada allí. La hembra no levantó la cabeza cuando Lil se acercó. Estaba tendida pero con los ojos abiertos. Todavía desconfiaba, se dijo Lil. Quizá nunca llegara a superar aquella desconfianza hacia los humanos. Pero por otro lado había encontrado consuelo en un ejemplar de su propia especie. —Me parece que quitaremos la valla de separación antes de lo que creíamos —comentó en voz más bien baja y sin hacer movimientos bruscos —. Buen trabajo, Boris. Necesita un amigo, así que cuento contigo para que la pongas al corriente. —Perdone, señorita. Página 326 Lil se volvió hacia el grupo de cuatro personas apostada al otro lado de la barandilla de seguridad. —¿Sí? —No debería pasar la barandilla. Lil se irguió y se dirigió al hombre que le había hablado. —Soy Lil Chance —se presentó al tiempo que le tendía la mano—, la propietaria del refugio. —Oh, lo siento. —No pasa nada. Estaba echando un vistazo a nuestra adquisición más reciente. Todavía no hemos podido poner la placa. Se llama Delilah, y este es su primer día en el refugio. Es una tigresa de Bengala —empezó antes de dejarse enredar en una de las pocas visitas guiadas que hacía. Cuando terminó y dejó al grupo en manos de dos estudiantes, Brad la estaba esperando. —Todo en marcha, Lil, y completamente operativo. Quiero repasar todo el sistema contigo y con tus colaboradores más cercanos. —Les he dicho que tal vez tengan que quedarse más rato esta noche. Prefiero esperar a después del cierre, si no te importa. —En absoluto…, sobre todo porque Lucius me ha dicho que podía ayudar con la cena de los animales…, si a ti te parece bien. —Es mucho trabajo. —Me gustaría poder volver a Nueva York contando que he dado de comer a un león. Me servirá de gancho durante mucho tiempo. —En tal caso, trato hecho. Yo te enseño a dar de comer a los animales y luego tú me enseñas cómo funciona el sistema de seguridad —propuso antes de volverse hacia las jaulas—. Aunque ya había visto el diseño, tenía miedo de que fuera demasiado llamativo, demasiado sofisticado y…, bueno, cantón. Pero no lo es. Está muy bien disimulado y no estorba en absoluto. —La estética es importante, pero también lo es la eficiencia. Creo que verás que te hemos proporcionado las dos cosas. —Ya lo veo ahora. Vamos, te acompaño a la cámara. Después de la cena, Lil aprendió todos los controles del sistema de seguridad bajo la supervisión de Brad. Para la tardía reunión de personal, sacó cerveza, una bandeja de pollo frito y algo para picar. Aquello era un asunto serio, pero eso no significaba que no pudieran pasarlo bien. Ya estaban bastante estresados. Página 327 Lil repasó los sectores y los elementos, encendió luces, activó alarmas y cerraduras, las volvió a desactivar, cambió la imagen de las cámaras en los monitores… —Muy bien —alabó Brad—. Aunque no tanto como Lucius. Sigue teniendo el récord. —Empollón —lo acusó Tansy. —Y a mucha honra. Pantalla dividida en cuatro imágenes, —dijo el aludido mientras mordía un muslo de pollo y se subía las gafas—. A ver de qué eres capaz. —¿Crees que no lo conseguiré? —Apuesto un dólar a que no te sale a la primera. —Yo apuesto dos a que sí —replicó Tansy. Lil se frotó las manos y repasó mentalmente los códigos y la secuencia. Cuando aparecieron cuatro imágenes en la pantalla, hizo una reverencia. —Pura churra. Apuesto cinco a que Mary no se aclara con la secuencia. Mary se limitó a suspirar. —Yo apuesto en mi contra. Tarjetas magnéticas, códigos de seguridad… Lo próximo que pondremos serán escáneres de retina. —Pese a todo, se acercó al ordenador como una valiente. En menos de treinta segundos había hecho saltar la alarma—. ¡Maldita sea! —Gracias a Dios —suspiró Matt, pasándose la mano por la frente—. Menos presión para mí. Mientras Brad repasaba el procedimiento con la exasperada Mary, Lil se acercó a Tansy. —Tú ya lo dominas. Vete cuando quieras. —Quiero repasarlo una vez más. Además… —levantó el plato de plástico — ensalada de patatas. No tengo ninguna prisa. ¿Qué? —preguntó al ver que Lil la miraba con el ceño fruncido. —Nada. Lo siento, estaba pensando en otra cosa. —Concretamente en el anillo que le quemaba el bolsillo a Farley—. Estará muy silencioso esta noche sin los centinelas. —Bueno —repuso Tansy, haciendo aletear las pestañas cuando Coop entró—. No sé qué decirte. A lo mejor te convendría sacar la lencería sexy y darle otra oportunidad. Lil le propinó un codazo. —Cállate. Sofocó una carcajada cuando Mary consiguió dejar la pantalla en blanco. —Le llevará su tiempo. Página 328 —Si lo tuviera todo en una hoja de cálculo, lo haría de la hostia. —Pero mientras… Lil apoyó la cadera contra la mesa de Lucius y tomó un sorbo de cerveza. Ya era noche cerrada y en el cielo brillaba una luna de tres cuartos cuando despidió a sus últimos empleados. Esperaba que todos se aclararan con la tarjeta magnética para entrar a la mañana siguiente. Por su parte, ella quería encargarse de las tareas que había tenido que aparcar durante el día. —Mañana me paso —anunció Brad en el porche mientras Coop se sentaba sobre la barandilla—. Quiero repasar el sistema otra vez con Mary y asegurarme de que no hay fallos. —Te agradezco todo lo que has hecho —dijo Lil, paseando la mirada por las jaulas, los focos y el parpadeo rojo de los detectores de movimiento—. Es un alivio saber que los animales están a salvo. —Tienes el número del instalador local por si surge algún problema. Y también el mío. —Espero que vuelvas algún día aunque no surjan problemas. —No lo dudes. —Hasta mañana. Lil entró en su cabaña. Al ver la hora, decidió prepararse una tetera y trabajar alrededor de una hora. Sobre la gastada mesa de la cocina había un jarrón de margaritas con pintas. Eran preciosas. —Maldita sea. ¿Era débil y simplona por conmoverse ante unas flores? Pero ¿acaso existía un ataque más directo que unas flores colocadas por un hombre sobre la mesa de una mujer? Limítate a disfrutarlas, se ordenó al tiempo que ponía agua a hervir. Acéptalas por lo que son, un gesto amable y punto. Preparó el té, sacó un par de galletas y se sentó a la mesa con el portátil y las flores. Primero revisó el correo del refugio, divertida como siempre al leer las cartas de los niños y encantada con las de donantes potenciales que pedían más detalles acerca de algún proyecto en concreto. Les contestó a todos por orden y con igual mimo. Al abrir uno de los correos, se quedó sin aliento y tuvo que leerlo dos veces. Hola lil. cuanto tiempo sin vernos al menos tu, que movida en el refugio i que bien me lo e pasado mirando, me parece que Página 329 nos bolveremos a ver. qeria que fuera una sorpresa pero parece que la poli sabe que estoi aqui. me lo estoi pasando muy bien viendo como pasean el culo gordo por el monte i pronto les dejare un regalo. siento lo del puma pero no tenias que metelo en una jaula asi que es culpa tulla que este muerto. los amimales son espíritus libres i nuestros antepsados lo sabían i tu has biolado la confianza sagrada pense matarte por eso ace mucho tiempo pero entonces me lie con carolyn y estava mui bien i fue un juego estupendo i murió bien. es importante morir bien i creo que tu moriras bien. cuando acabe contigo soltare a todos los animales que tienes en la carsel. si me das un buen juego lo aré en tu onor. cuidate asi cuando nos encontremos seremos iguales. el bueno de jim estubo bien para practicar pero tu seras el plato fuerte. espero que esto te llege no se me dan bien los ordinadores i solo he cojido este prestado para enbiarte este mensaje. un avrazo ethan felino veloz. Lil guardó el correo e hizo una copia. Luego esperó unos instantes a recobrar el aliento y la tranquilidad, y salió en busca de Coop. Vio los faros traseros del coche de alquiler de Brad y a Coop volviendo al porche de la cabaña. —Brad quería llegar a la granja a tiempo para birlarle a mi abuela un trozo de tarta. Dice que… —Se interrumpió en seco al ver la expresión de Lil a la luz de los focos—. ¿Qué ha pasado? —Me ha enviado un correo electrónico. Tienes que verlo. Coop la hizo a un lado, entró en la cabaña y fue directo a la cocina, donde inclinó la pantalla del portátil para poder leer el mensaje de pie. —¿Has hecho una copia? —Sí, en el disco duro y en el lápiz de memoria. —También necesitaremos copias impresas. ¿Reconoces la dirección del correo electrónico? —No. —No creo que sea difícil seguirle la pista. —Se apartó de la mesa para coger el teléfono. Al cabo de un instante, Lil lo oyó poner a Willy en antecedentes con una voz neutra que se ajustaba bien con su expresión—. Te lo reenvío. Dame tu dirección. —La garabateó en el cuaderno colocado junto al teléfono—. Ya la tengo. Pasó el teléfono a Lil y volvió junto al ordenador. Página 330 —¿Willy? Sí, estoy bien. ¿Podrías enviar una patrulla a casa de mis padres? —Se volvió hacia Coop, que tecleaba a toda velocidad—. Y a casa de los abuelos de Coop. Me quedaré más tranquila si… Gracias. Sí, no te preocupes. Vale. Colgó y a duras penas evitó retorcerse las manos. —Dice que rastreará la dirección enseguida. Nos llamará o pasará por aquí en cuanto sepa algo. —Sabe que cometió un error con Tyler —masculló Cooper como si hablara solo—. Sabe que lo hemos identificado. ¿Cómo lo sabe? Tiene algún modo de conseguir información. Tal vez una radio. O se arriesga a ir al pueblo para enterarse de los chismes. —Releyó el correo con los ojos entornados—. Hay varios sitios en el pueblo donde conectarse a internet, pero… sería demasiado arriesgado. Encontraríamos el sitio, luego a alguien que lo hubiera visto o hablado con él… Eso nos proporcionaría mucha información. Es más probable que haya entrado en alguna casa. Lo ha enviado a las diecinueve treinta y ocho. Ha esperado a que fuera de noche. Luego ha buscado una casa, tal vez una en la que viva un niño o un adolescente, que son los que suelen dejar el ordenador encendido. —Puede que haya matado a alguien más. Puede que haya asesinado a alguien, incluso a más de una persona, solo para enviar esto. Dios mío, Coop. —No pensaremos en eso a menos que sea estrictamente necesario. Olvídalo —le ordenó con frialdad—. Concéntrate en lo sabemos, y lo que sabemos es que ha cometido otro error. Ha salido de las sombras porque ha sentido el impulso de comunicar contigo. Ha descubierto que sabemos quién es y se ha sentido libre para contactar contigo. —Pero no se comunica conmigo, sino con una idea distorsionada que tiene de mí. Se comunica consigo mismo. —Exacto. Sigue. —Es…, oh… —Lil se llevó una mano a la frente y se mesó cabello—. Tiene poca cultura y no sabe gran cosa de ordenadores. Sin duda ha tardado bastante en escribir el mensaje. Quiere que yo…, mejor dicho su versión de mí, sepa que me está observando. Quiere fantasmear un poco. Dice que lo ha pasado muy bien viendo lo que hemos hecho aquí. El nuevo sistema de securidad. La cacería. Está convencido de que ninguna de las dos cosas le impedirá lograr su objetivo. El juego. Dice que Carolyn fue un juego estupendo. —Y que Tyler le fue bien para practicar. Todo apunta a que alejó a Tyler del camino, mucho, y lo empujó hacia el río. Tyler era un hombre sano y Página 331 estaba en forma. Y era más alto y corpulento que Howe, lo que nos lleva a concluir que Howe llevaba un arma. Un cuchillo no habría servido si Tyler hubiera conseguido alejarse lo suficiente. ¿Dónde está el juego si te limitas a obligar a un tipo a caminar delante de ti varios kilómetros? Lil veía los distintos pasos y capas con más claridad. Y verlo la ayudó a mantener la calma. —Sabemos que tiene un arma y que conoce las colinas. Sabe rastrear y… caza. —Sí, y tú no se lo has puesto nada fácil. Ese es el juego, la caza en sí. Elige una presa, la acecha y la caza. —Y me ha elegido a mí porque cree que, al construir el refugio aquí, he profanado una tierra sagrada y la confianza sagrada de los Antepasados. Porque, según él, ambos compartimos al puma como espíritu guía. Es una locura. —También te ha elegido a ti porque conoces el terreno. Sabes rastrear, cazar y esconderte, lo cual te convierte en un trofeo extraordinario. —Quizá vino por mí hace un par de años, pero Carolyn lo distrajo. Era joven y guapa, y se sentía atraída por él. Escuchaba sus teorías, sin duda se acostaba con él… Y cuando empezó a conocerlo lo suficiente para asustarse, preocuparse o cuando menos cortar con él, el tipo fue por ella. Carolyn se convirtió en su presa. Consternada, Lil se sentó en el banco. —No es culpa tuya, Lil. —Ya lo sé, pero eso no quita que Carolyn esté muerta. Casi con toda seguridad. Y puede que esta misma noche haya muerto alguien más solo para que él pudiera llegar a un ordenador y enviarme esto. Si va por alguien más, por alguno de los míos, no sé qué haré. No lo sé. —Eso no me preocupa tanto como antes… Te ha enviado una advertencia —prosiguió Coop cuando Lil lo miró—. Ya no tiene que demostrarte nada más. No le hace falta atraerte ni provocarte. Lil respiró hondo antes de hablar. —Una cosa… ¿Brad se aloja en casa de tus abuelos solo porque le gusta la cocina de Lucy, o se lo pediste para que echara una ojeada por allí? —La cocina de mi abuela es un plus. Coop cogió una botella de agua, la abrió y se la ofreció. —Es un buen amigo —constató Lil tras beber un trago. —Lo es. Página 332 —Creo que… —Lil intentó tranquilizarse con otra profunda bocanada de aire—. Creo que puedes hacerte una idea bastante precisa de las personas a través de sus amigos. —¿Necesitas hacerte una idea de mí, Lil? —Necesito hacerme una idea de tus últimos diez años. Lil miró el teléfono, deseó que sonara, que Willl llamara y les dijera que todos estaban bien, que no había habido más muertes. —¿Cómo soportas esta espera? —Es lo que toca. El refugio está seguro. Si intenta venir, la alama saltará. Estás a salvo. Estás conmigo. Y por eso puedo esperar. En un intento de mantener la calma, Lil alargó la mano y deslizó un dedo sobre los pétalos de una margarita. —Me has traído más flores. ¿Por qué? —Porque te debo alrededor de una década de flores. Por peleas, cumpleaños, etcétera. Lil escudriñó su rostro y decidió ceder a un impulso. —Dame tu cartera. —¿Por qué? Lil tendió la mano. —¿Quieres volver a caerme bien? Pues dámela. Divertido y desconcertado al mismo tiempo, Coop se sacó la cartera del bolsillo posterior. Y en ese momento, Lil atisbó el arma que llevaba a la cadera. —Llevas un revólver. —Tengo licencia —señaló él al tiempo que le pasaba la cartera. —Guardaste unos cargadores en mi cajón, pero ya no están. —Porque ahora tengo un cajón para mí solo. Bonita lencería por cierto. ¿Cómo es que nunca te la pones? —Porque me la compró otro hombre —replicó ella con una sonrisa algo sarcástica al ver la expresión de fastidio de Coop—. Una parte al menos. No me parece apropiado llevarla para ti. —Yo estoy aquí. Él no. —Y si ahora me pusiera ese trapito rojo, por ejemplo, ¿no se te pasaría por la cabeza, mientras me lo quitaras, que otro hombre había hecho lo mismo? —Tíralo todo. Por razones mezquinas, aquella petición brusca le arrancó una sonrisa. Página 333 —Si algún día tiro todas esas cosas, sabrás que estoy preparada para volver a ser tuya… del todo. ¿De qué te desprenderás tú por mí, Coop? —De lo que quieras. Lil sacudió la cabeza y abrió la cartera. Durante un rato, para su propia satisfacción, examinó el carnet de conducir y la licencia de investigador privado. —Siempre has sido muy fotogénico. Con esos ojos de vikingo algo atormentados. ¿Echas de menos Nueva York? —El estadio de los Yankees. Algún día te llevaré a ver un partido; entonces verás béisbol de verdad. Con un encogimiento de hombros, Lil revisó el contenido de la cartera hasta dar con la fotografía. Recordaba el día en que Coop la sacó, el verano que se convirtieron en amantes. Dios mío, qué joven, pensó. Qué total y absurdamente feliz. Estaba sentada junto al riachuelo, rodeada de flores silvestres, a su espalda las colinas verdeantes como telón de fondo. Las rodillas dobladas, los brazos alrededor de ellas, el cabello suelto y derramado sobre los hombros. —Es una de mis favoritas. El recuerdo de un día perfecto, un lugar perfecto, la chica perfecta. Te quería, Lil, con toda mi alma. Pero no tenía suficiente para darte. —A ella le bastaba —murmuró Lil. Y en aquel momento sonó el teléfono. Página 334 24 D espués de llamarla, Willy le hizo una visita. Lil le abrió la verja con el mando a distancia y tuvo un momento para pensar que aquello era más seguro y fácil. Había pasado del té al café y sirvió una taza a Willy mientras Coop le abría la puerta. Llevó la taza al salón y se la ofreció. —Gracias, Lil. Suponía que querrías oír los detalles en persona. Ha utilizado la cuenta de Mac Goodwin. Ya conoces los Goodwin. Tienen la granja en la 34. —Sí, fui a la escuela con Lisa. Lisa Greenwald por entonces, una animadora a la que había detestado porque siempre estaba alegre como unas castañuelas. Le revolvía el estómago recordar la multitud de veces que había criticado a Lisa a sus espaldas. —Mac me ha llamado a los cinco minutos de llamar tú para anunciar que habían entrado en su casa. —¿Están…? —Están bien —se anticipó Willy—. Habían salido a cenar y al concierto de primavera de su hijo mayor. Al volver se han encontrado la puerta trasera forzada. Han hecho lo más prudente, es decir, quedarse fuera y llamarme por el móvil. En fin, me ha parecido demasiada casualidad, así que le he preguntado si tenían una cuenta de correo electrónico con la dirección que me has dado. Y bingo. —No estaban en casa. No les ha pasado nada —farfulló Lil, sintiendo que las piernas le fallaban. —Están bien. Tienen un cachorro nuevo porque su perro murió hace algunos meses, y estaba encerrado en el lavadero. Él también está bien. He pasado por ahí para hablar con ellos y echar una ojeada. He dejado a uno de mis hombres para ayudar a Mac a asegurar la puerta. Parece que la forzó y fue en busca del ordenador. Mac no lo había apagado antes de salir. Dice que con el jaleo de los niños se le olvidó. Suele pasar. —Sí, suele pasar. Salieron juntos durante todo el instituto. Mac y Lisa, Lisa y Mac. Y se casaron la primavera después de la graduación. Tienen dos niños y una niña. La niña aún es un bebé. Qué curioso, pensó Lil, aturdida, recordar tantos detalles de la antes odiada Lisa. Página 335 —Cierto, y están todos bien. Lo único que me han podido decir a primera vista es que se ha llevado comida. Pan, latas, pastelillos, cerveza y zumos. Ha dejado la cocina hecha un asco. También se ha llevado los doscientos dólares que Mac guardaba en el escritorio, el dinero de las huchas de los niños y los cien pavos que Lisa escondía en el congelador. Observó el rostro de Lil y Coop y luego siguió hablando en el mismo tono. —La gente no se da cuenta de que esos son los primeros sitios donde mira cualquier ladrón que se precie. Tendrán que revisarlo todo cuando estén más tranquilos para saber si les ha robado algo más. —¿Armas? —quiso saber Coop. —Mac guarda la suya en una caja fuerte cerrada a cal y canto, así que hemos estado de suerte. Hemos tomado huellas. Descartaremos las de los Goodwin y me apuesto la gorra a que las demás coincidirán con las de Ethan Howe. Mañana llamaré al FBI. Ladeó la cabeza al advertir la expresión que se dibujaba en el rostro de Coop. —No me hace demasiada gracia la idea de trabajar con los federales ni de que se hagan cargo de la investigación. Pero parece que tenemos pruebas de que se trata de un asesino en serie, y Lil ha recibido un correo amenazador, lo cual es un ciberdelito. Y encima está claro que el territorio de ese cabronazo…, perdona, Lil, incluye el parque nacional. Voy a luchar por conservar mi sitio en la investigación, pero no pienso preocuparme por cuestiones jerárquicas. —Cuando tengas claro lo de las huellas, deberías sacar la foto de Howe en todos los medios de comunicación —aconsejó Coop—. Cualquier persona que venga a la zona de excursión y toda la gente de aquí tienen que ser capaces de identificarlo nada más verlo. —Ya lo tengo apuntado en la lista. —Si usa ese alias, Felino Veloz, puede que encontremos sobre ello. —Cincuenta kilómetros por hora —masculló Lil, y sacudió la cabeza cuando Coop se volvió hacia ella—. Es la velocidad punta de un puma cuando esprinta. No pueden correr a esa velocidad durante mucho rato. Hay felinos mucho más rápidos que el puma, lo que quiero decir es que… —Hizo una pausa y se llevó las manos a los ojos en un intento de ordenar sus pensamientos—. Que no conoce bien al animal que según él es su espíritu guía. Y creo que me ha revelado su sobrenombre porque está convencido de Página 336 que compartimos ese espíritu. No creo que lo haya usado antes, al menos a menudo. —De todos modos lo comprobaremos —insistió Willy, dejando el café sobre la mesita de centro—. Lil, ya sé que tienes alarmas nuevas y al exdetective de Nueva York, pero puedo proporcionarte protección. —¿Dónde? ¿Cómo? Willy, ese tipo viaja deprisa. Si me voy puede esconderse y esperar a que vuelva. Vigila el refugio y sabe lo que pasa aquí. La única forma de rastrearlo es mantenerme accesible. —Lil tiene voluntarios y estudiantes en prácticas —intervino Coop—. Podrías asignar a un par de agentes de paisano para que trabajen en el refugio. —Puedo arreglarlo —asintió Willy—. Me pondré en contacto con los del estado y los del servicio del parque. Creo que podremos proporcionarte a un par de hombres. —Trato hecho —accedió Lil de inmediato—. No pretendo hacerme la valiente, Willy. Lo que pasa es que no quiero esconderme y tener que enfrentarme a esto otra vez dentro de seis meses, un año o cuando sea. —Tendrás a dos hombres aquí mañana por la mañana. Esta misma noche me ocuparé de todo lo que pueda. Mañana te llamo. Lil advirtió la mirada que intercambiaban los dos hombres. —Te acompaño afuera —dijo Coop. —No. —Lil lo cogió del brazo—. Si tenéis algo más que decir sobre este asunto, tengo derecho a saberlo. Ocultarme información no me protege, solo me cabrea. —He situado a Howe en Alaska en la época en que desapareció Carolyn Roderick —explicó Coop con la mirada clavada en ella—. Un tanto más a nuestro favor. Localicé una tienda de material deportivo cuyo dueño lo recordaba, y lo identificó en cuanto le envié la foto por fax. Lo recuerda porque Howe compró una ballesta Stryker, el modelo más completo con mira, dardos de carbono, una correa y munición para una treinta y dos. Se gastó casi dos mil dólares y pagó en efectivo. Dijo que quería llevar a su chica de caza. Lil emitió un gemido al pensar en Carolyn. —Después de lo de Tyler amplié la búsqueda de crímenes parecidos — prosiguió Coop—. Cuatro meses más tarde apareció un cadáver en Montana, varón de veintitantos años abandonado a los animales y en muy mal estado. Pero la autopsia reveló una herida en la pierna, profunda, hasta el hueso, y el forense determinó que era un dardo de ballesta. Si Howe todavía tiene esa ballesta… Página 337 —Podríamos relacionarlo con la desaparición de Roderick y el asesinato de Montana —concluyó Willy—. Lo más probable es que la conserve. Vale un montón de pasta. —Anoche se llevó más de trescientos dólares, y también tiene lo que le quitó a Tyler. Tal como trabaja, no debe de tardar mucho en reunir cantidades considerables. —Añadiré la ballesta y los dardos a la orden de busca y captura. Buen trabajo, Coop. —Si haces las llamadas suficientes, acabas teniendo suerte. En cuanto estuvieron a solas, Lil fue a avivar el fuego. Vio que Coop había llevado el bate de béisbol que Sam le hizo tantos años atrás. Estaba apoyado contra la pared. Porque este es su hogar ahora, pensó. Al menos hasta que esto termine, este es su hogar. Y Lil no podía pensar en ello, aún no. —Es más difícil esconder una ballesta que una pistola —señaló mientras contemplaba las llamas cada vez más altas—. Es más probable que lleve la ballesta cuando sale específicamente a cazar. Al atardecer o antes del amanecer. —Puede. —No mató al puma con la ballesta. De haberla tenido y haberla usado, habría tenido más tiempo para huir y ocultar sus huellas. Pero no lo mató con la ballesta. —Porque entonces no habrías oído el disparo —observo Coop—, razón por la que seguramente eligió la pistola. —Para que yo oyera el disparo y temiera por el puma —prosiguió Lil, dando la espalda al calor y a la luz—. ¿Cuántas cosas más sabes que no me has contado? —No son más que conjeturas. —Quiero ver los expedientes, esos que escondes cada vez que aparezco. —No te servirá de nada. —Sí que me servirá. —Maldita sea, Lil, ¿de qué te servirá ver fotos de Tyler antes y después de que lo sacaran del río, después de que los peces se cebaron con él? ¿O leer los detalles de una autopsia? ¿De qué te servirá grabarte todo eso en la memoria? —Tyler estuvo bien para practicar, pero yo soy el plato fuerte —dijo Lil, citando el correo electrónico—. Si te preocupa mi sensibilidad, deja ya de Página 338 preocuparte. No, nunca he visto fotos de un cadáver. Pero ¿tú has visto un león saltar desde la maleza y abatir a un antílope? No son humanos, pero te aseguro que no es un espectáculo para cardíacos. Deja de protegerme, Coop. —Nunca dejaré de protegerte, Lil, pero te enseñaré los dientes. Abrió un maletín y sacó las fotos. —Las fotos no te ayudarán. El forense situó la hora de la muerte entre las quince y las dieciocho. Lil se sentó, abrió la carpeta y observó la impresionante fotografía en blanco y negro de James Tyler. —Espero que su mujer no haya tenido que verlo así. —Supongo que hicieron cuanto pudieron para evitarlo. —Le cortó el cuello… Eso es muy personal, ¿no? Lo dice una gran experta en CSI y demás series. —Implica acercarte mucho, tocar a tu víctima, mancharte las manos de sangre. Por regla general, un cuchillo es mucho más íntimo que una bala. Atacó a Tyler por detrás y cortó de izquierda a derecha. El cadáver presentaba cortes y magulladuras previas a la muerte, probablemente causadas por tropezones y caídas. Rodillas, manos, codos… —Dices que murió entre las tres y las seis. En pleno día o, como muy tarde, cerca de la puesta de sol. Llegar desde el camino donde vieron a Tyler por última vez hasta ese punto del río debe de llevar varias horas. Seguramente más si estamos de acuerdo en que el asesino obligó a Tyler a ir por un terreno muy escarpado, la ruta donde fuera más improbable cruzarse con ayuda. Tyler llevaba una mochila. Si corres para salvar la vida, te quitas la mochila, ¿no? —No han encontrado la mochila. —Pero apuesto a que Ethan sí. —Estoy de acuerdo. —Y cuando tiene a Tyler en el sitio elegido, no le dispara. No tendría gracia. Se acerca a él para matarlo de una forma mucho más personal. Lil repasó la lista de los objetos que, según la esposa, Tyler llevaba consigo cuando emprendió el ascenso a la cumbre. —Bastantes cosas —constató—. Un botín considerable. No necesitará el reloj. Sabe calcular la hora mirando el cielo y husmeando el aire. Puede que lo conserve como un trofeo y algún día lo empeñe en otro estado si necesita dinero. —Se volvió hacia Coop—. Se lleva algo, efectos personales de cada una de las víctimas de las que lo consideras responsable, ¿verdad? Página 339 —Eso parece. Joyas, dinero, provisiones, ropa… Es un carroñero, pero no es lo bastante estúpido para usar las tarjetas de crédito ni los carnets de identidad de las víctimas. No ha habido actividad en las tarjetas de crédito de ninguna de las personas desaparecidas desde el momento de su desaparición. —No deja rastro. Además, considera que las tarjetas de crédito son un invento del hombre blanco, una debilidad del hombre blanco. Me pregunto si sus padres tendrían tarjetas de crédito. Apuesto algo a que no. —Seguro que tienes razón. Eres lista, Lil. —Somos chicas inteligentes —musitó ella con aire ausente—. Pero va y compra una ballesta, que no es precisamente la clásica arma india. O sea, que va cambiando de método. En suma, un engreído. Habla de tierras sagradas, pero las profana cazando a un hombre desarmado. Por puro deporte. Para practicar. Si realmente tiene sangre sioux, también la ha profanado. No tiene ni pizca de honor. —Los sioux consideraban las Colinas Negras el centro sagrado del mundo. —Axis mundi —confirmó Lil—. Consideraban y aún consideran que las Colinas Negras son el corazón de cuanto existe. Paha Sapa. Los rituales sagrados empezaban en primavera. Seguían a los bisontes por los montes, formando un camino en forma de cabeza de bisonte. En un tratado les prometieron sesenta millones de acres en las colinas. Pero luego encontraron oro, y el tratado quedó en papel mojado, porque el hombre blanco quería la tierra y el oro que contenía. El oro valía más que el honor, que el tratado, que la promesa de respetar lo sagrado. —Pero el litigio sigue pendiente. —Veo que has estudiado un poco de historia —comentó Lil—. Sí, Estados Unidos se apropió de la tierra en 1877, violando el Tratado de Fort Laramie, algo que los sioux teton, los lakota, nunca aceptaron. Cien años más tarde, el Tribunal Supremo decretó que Estados Unidos se había apropiado de las Colinas Negras ilegalmente y que el gobierno debía pagar el precio inicial prometido más intereses. Más de cien millones de dólares, pero los indios rechazaron el acuerdo. Querían la tierra. —Desde entonces, los intereses se han ido acumulando, por lo que la tierra vale ahora más de setecientos millones de dólares. Lo he investigado. —No quieren el dinero. Es una cuestión de honor. Mi bisabuelo era sioux, y mi bisabuela, blanca. Soy fruto de esa mezcla, aunque las siguientes generaciones han ido diluyendo mi sangre sioux. Página 340 —Pero entiendes lo que significa el honor, entiendes por qué se pueden rechazar setecientos millones de dólares. —El dinero no es tierra, y lo que sucedió es que el hombre blanco les arrebató la tierra. —Lil entornó los ojos—. Si crees que Ethan hace todo esto como venganza por una promesa rota, por el robo de una tierra sagrada, yo no estoy de acuerdo. No creo que se trate de nada tan profundo. No es más que una excusa que quizá le permita verse a sí mismo como un guerrero o un rebelde. Dudo que conozca toda la historia. Algunos fragmentos tal vez, y probablemente adulterados. —No, mata porque le gusta. Pero te ha elegido a ti y este lugar porque encaja con su idea de venganza. Eso lo hace más emocionante, más satisfactorio. Tiene un concepto del honor completamente distorsionada, pero tiene su propia versión. No te matará cuando estés cruzando el complejo. Ese no es el juego, no es satisfactorio y no cumple el objetivo. —Qué tranquilizador. —Si no lo creyera, te aseguro que estarías encerrada en algún sitio a mil kilómetros de aquí. Solo intento ser sincero —añadió al ver que Lil lo miraba con el ceño fruncido—. Tengo una foto suya y una especie de perfil, lo cual me asegura que quiere que le entiendas, que te encares con él, que opongas resistencia de verdad. Esperará su oportunidad, pero se está impacientando. El correo electrónico lo demuestra. —Es un desafío. —Sí, y una declaración. Necesito que me prometas que no responderás a ese desafío, Lil. —Te lo prometo. —¿Sin discusión? ¿Sin condiciones? —Sí. No me gusta cazar y sé que no me gustaría que me cazaran. No necesito demostrarle nada ni desde luego demostrarme nada a mí misma enfrentándome a un psicópata asesino. —Siguió hojeando el expediente—. Mapas. Vale, vale, esto ya me gusta más. —Se levantó y despejó la mesita de centro—. Veo que has estado muy ocupado —comentó al advertir que había marcado en el mapa los sucesos atribuidos a Ethan Howe—. Intentas determinar los lugares donde podría estar su guarida. —Ya se han registrado los sectores que parecían más probables. —Es casi imposible registrar cada metro cuadrado, sobre todo cuando buscas a alguien que sabe moverse y ocultar su rastro. Aquí encontramos a Melinda Barrett hace casi doce años. En aquel caso no había indicios de que la hubiera cazado. Ninguna señal de que hubiera corrido o la hubieran Página 341 perseguido. Todo señalaba a que Howe la siguió camino arriba. Acechándola quizá. O tal vez se cruzó con ella. ¿Qué fue lo que lo impulsó a matarla? —Si su objetivo no era matarla, quizá quería dinero o sexo, encontraron algunos cardenales en su bíceps, la clase de moratones que te deja alguien cuando te agarra con fuerza y tú intentas soltarte. La estrelló contra el árbol con fuerza suficiente para hacerle una brecha en la cabeza. —Sangre. Quizá bastaba con la sangre. Los animales salvajes huelen la sangre. La sangre los azuza. —Lil asintió: visualizaba la posible escena—. Ella se resiste, tal vez grita, quizá lo insulta o insulta su virilidad de algún modo. Él la mata con el cuchillo, de cerca, muy personal. Si era su primera víctima, sin duda el subidón debió de ser tremendo, y él era entonces tan joven… Subidón y pánico. La arrastra, la deja para que los animales acaben con ella. Quizá pensó, probablemente pensó que atribuirían su muerte a un puma o a un lobo. —La siguiente vez que apareció de forma confirmada fue aquí en el refugio —señaló Coop en el mapa—. Estableció contacto contigo e intentó jugar la carta del legado común. —Y conoció a Carolyn. —A ella le parece atractivo e interesante, le alimenta el ego. Y probablemente podía contarle cosas de ti y del refugio, ella satisface una serie de necesidades en el terreno del sexo y del orgullo así que Ethan se introduce en su mundo. Pero no encaja, y Carolyn empieza a ver cómo es cuando no está en su elemento. Ethan la sigue a Alaska para cerrar esa puerta, para satisfacer esa necesidad más fuerte que el sexo, y luego vuelve aquí. —Y resulta que yo estoy en Perú. Así que tiene que esperar. —Mientras espera, viene de noche al menos una vez. —La noche que Matt pasó aquí solo. Sí. Y apagó la cámara. Pocos días antes de que yo volviera. —Porque sabía que volvías. Si otra persona hubiera salido a comprobar la cámara, la habría apagado otra vez. Hasta dar contigo. —Suponía que iría sola —prosiguió Lil—. Me gusta ir sola a las colinas y acampar. Era lo que tenía pensado hacer. Si lo hubiera hecho, habría empezado el juego y él habría ganado. Así que te debo una. —Probablemente, al ver que ibas acompañada, pensó que podría matarme. Me elimina a mí y te caza a ti. Por lo tanto, creo que los dos debemos mucho a ese sinfín de noches de guardia y al sueño ligero. Viene al campamento. —Coop se centró de nuevo en el mapa—. Vuelve a donde está Página 342 la cámara y baja otra vez al campamento. Luego a la entrada principal del refugio para dejar el lobo. Y otra visita al refugio para soltar al tigre. —Y en algún momento va al camino de Crow Peak, donde intercepta a Tyler, y lo lleva al punto del río donde lo encontraron. Va a la granja de los Goodwin, que está más o menos aquí. Son muchos kilómetros. La mayor parte del terreno pertenece a Spearfish, así que está en su casa. Bueno, y en la mía. Lil se quedó mirando su taza de café vacía, deseando que se llenara por arte de magia. —Muchas cuevas —añadió—. Necesita un refugio, y no me lo imagino montando una tienda. Necesita una guarida. Hay mucha caza y pesca. El mejor lugar para esconderse sería este. —Lil trazó con el dedo un círculo sobre el mapa—. Llevaría semanas registrar tanto territorio, tantas cuevas y escondrijos. —Si estás pensando en ir allí como cebo para pescarlo, ya puedes olvidarte. —Lo he pensado durante unos dos minutos. Creo que puedo rastrearlo o al menos tener tantas posibilidades como cualquiera de los que lo buscan — aseguró Lil mientras se frotaba la nuca donde se acumulaba gran parte de la tensión—. Y muchas posibilidades de que los que me acompañen acaben muertos. Así que no voy a servir de cebo. —Tiene que haber alguna manera de saber cuál será su siguiente paso o adónde irá cuando termine. Tiene que haber un patrón, pero no lo veo. Lil cerró los ojos. —Tiene que haber un modo de engañarlo para que salga y caiga en una trampa en lugar de al revés. Pero yo tampoco sé verlo. —A lo mejor no lo ves porque has tenido un día muy duro. —Y tú estás dispuesto a distraerme. —No voy a negarlo. —En honor a la verdad, a mí también se me ha ocurrido —convino Lil mientras se volvía hacia él—. Estoy bastante empanada Coop. Tendrás que esforzarte mucho. —Creo que me las apañaré. Cuando Lil alargó la mano hacia él, Coop se levantó y esquivó. —¿Así que nos vamos derechos arriba? Creía que querrías hacerme entrar un poco en calor aquí abajo. —No vamos arriba. —Coop apagó las luces para que solo las llamas iluminaran la estancia, se dirigió al pequeño equipo de música y pulsó el Página 343 botón del CD. Una música suave y emotiva llenó el salón. —No sabía que tuviera un disco de Percy Sledge. —Es que no lo tenías —repuso Coop al tiempo que se volvía hacia ella y le cogía la mano para levantarla—. Me ha parecido que podría venirnos bien. —La atrajo hacia sí y empezó a mecerla—. Hemos bailado muy pocas veces. —Sí… —Lil cerró los ojos mientras la voz mágica de Percy le decía lo que hacía un hombre cuando amaba a una mujer—. Muy pocas. —Habrá que hacerlo más a menudo. —Coop volvió la cabeza para besarla en la sien—. Como con las flores. Te debo varios años de bailes. Lil apretó la mejilla contra la de él. —No podemos recuperarlos, Coop. —No, pero sí compensarlos. —Deslizaba las manos arriba y abajo, arriba y abajo, por los tensos músculos de la espalda—. Algunas noches me despertaba y te imaginaba tendida en la cama junto a mí. A veces era tan real que te oía respirar, olía tu pelo. Ahora, algunas noches me despierto y te veo en la cama junto a mí, y por un momento, cuando te oigo respirar y huelo tu pelo, me entra el pánico de que todo sean imaginaciones mías. Lil cerró los ojos con fuerza. ¿Era su propio dolor el que experimentaba o el de Coop? —Quiero que vuelvas a creer en nosotros. En mí. En esto. —Se inclinó hacia ella hasta encontrar sus labios y sumergirla en un beso arrebatado mientras se mecían al fulgor dorado de las llamas—. Dime que me quieres. Solo eso. El corazón de Lil tembló. —Sí, pero… —Solo eso —repitió él antes de volver a besarla—. Solo eso. Dímelo. —Te quiero. —Te quiero, Lil. Aún no crees mis palabras, pero seguiré demostrándotelo hasta que me creas. Las manos de Coop se deslizaban ahora por sus costados mientras sus bocas seguían unidas, saboreándose. Y el corazón que temblaba por él empezó a latir por él, lento y espeso. Seducción. Besos suaves y manos firmes. Movimientos líquidos entre luces doradas y sombras de terciopelo. Palabras dulces susurradas contra su piel. Abandono. El cuerpo de Lil dócil bajo el suyo. Sus labios rendidos a un asalto suave y paciente. Un suspiro de placer largo, interminable. Se arrodillaron en el suelo sin dejar de abrazarse y mecerse. Página 344 Coop le quitó la camisa y se llevó sus manos a los labios, que oprimió contra sus palmas. Todo, pensó, Lil tenía en sus manos todo lo que él era. ¿Cómo podía no saberlo? Se llevó aquella mano al corazón y la miró a los ojos. —Es tuyo. Cuando estés preparada para aceptarlo, para aceptarme a mí, es tuyo. La atrajo hacia sí de modo que sus manos quedaran atrapadas entre ambos cuerpos, y esta vez su boca ya no fue dulce ni paciente. El deseo se apoderó de Lil con fiereza mientras el corazón de Coop latía desbocado contra la palma de sus manos. Coop le quitó los vaqueros y la estrechó con gestos salvajes, sin dejar de hacerlo cuando ella gritó. Cuando el cuerpo de Lil se relajó como si quisiera fundirse en el suelo, Coop se tendió sobre ella y siguió tomándola. Manos y labios desnudándola, dejándola expuesta, débil, aturdida. Aliento entrecortado, otro grito cuando Coop la penetró con fuerza. Le agarró las manos y las apretó con fuerza cuando Lil entrelazó los dedos con los de él. —Mírame, Lil. Mírame. Lil abrió los ojos y vio su rostro bañado por los tonos rojos y dorados del fuego. Fieros y feroces como los latidos de su corazón. Coop siguió cabalgando en ella hasta que la visión se le nubló, hasta que el roce de sus cuerpos empezó a sonarle a música. Hasta entregarse por completo a él. No protestó cuando Coop la llevó en brazos al dormitorio. No protestó cuando se tendió con ella en la cama y la abrazó con fuerza. Cuando la besó una vez más, fue como el primer beso de la noche. Suave, dulce, seductor. Cerró los ojos y se permitió soñar. A la mañana siguiente, Lil se levantó de la cama cuando Coop salía del baño con el pelo empapado. —Creía que dormirías más —dijo él. —No puedo. Tengo un día muy apretado. —Yo también. Algunos de tus empleados llegarán dentro de media hora, ¿no? —Más o menos. Siempre y cuando todos recuerden cómo funciona la verja nueva. Coop se acercó a ella y le acarició la mejilla con el pulgar. Página 345 —Puedo quedarme hasta que lleguen los primeros. —Creo que, por media hora, me las apañaré sola. —Me quedaré. —¿Porque estás preocupado por mí o porque esperas que dedique la media hora a prepararte el desayuno? —Por las dos cosas —confesó Coop, bajando el pulgar hacia el contorno de su mandíbula—. Traje beicon y huevos. —¿Nunca piensas en el colesterol? —No después de convencerte para que me prepares huevos con beicon. —Vale, prepararé unos bocadillos. —Y yo haré unos filetes a la barbacoa esta noche. —Genial. Huevos, beicon, carne roja. Pobres arterias. Coop la aferró por las caderas y la levantó para darle un contundente beso de buenos días. —Así habla la hija de un granjero. Lil bajó a la cocina pensando que parecía casi normal charlar del desayuno, planes para la cena, agendas apretadas… Pero no era normal. Nada estaba dentro de la zona segura de la normalidad. No necesitaba ver la ropa desparramada por el suelo del salón para recordar la noche anterior. La recogió y la dejó en el lavadero. Cuando el café empezó a salir, puso una sartén al fuego. Dejó el beicon chisporroteando en ella, abrió la puerta trasera y salió al porche para respirar el aire de la mañana. El amanecer despuntaba al este, convirtiendo las colinas en siluetas delicadas contra las primeras luces del cielo. Más arriba, las últimas estrellas se extinguían como velas. El aire olía a lluvia. Sí, era hija de un granjero, sin duda. La lluvia traería más flores silvestres, abriría más hojas y ella pensaría que tenía que comprar algunas plantas para el complejo. Cosas normales. Contempló la salida del sol y se preguntó cuánto esperaría él. Cuánto tiempo observaría, esperaría y soñaría con la muerte. Entró de nuevo en la cabaña, cerró la puerta, escurrió el beicon y rompió los huevos contra el borde de la sartén. Cosas normales. Página 346 25 T ansy no llevaba el anillo. Lil sintió que su ánimo caía en picado; había contado con recibir alguna buena noticia. Pero cuando Tansy llegó corriendo a donde Lil y Baby sostenían su habitual conversación matutina, el dedo anular de su mano izquierda estaba desnudo. Con los ojos relucientes de consternación, Tansy abrazó con fuerza a su amiga. —Hum… —farfulló Lil. —Anoche estuve a punto de llamarte. Estaba tan alterada… Pero pensé que ya tendrías bastantes preocupaciones y que no hacía falta que yo añadiera más. —¿Alterada? Oh, Tans. —Su ánimo se precipitaba ahora en caída libre, y lo único que alcanzó a hacer fue devolver el abrazo de oso de su amiga—. Sé que una no puede evitar sentir lo que siente y que debe ser fiel a esos sentimientos, pero detesto la idea de que te haya alterado. —Pues claro que me ha alterado —exclamó Tansy al tiempo que se apartaba y la zarandeaba con suavidad—. De hecho, «alterada» no expresa ni de lejos lo que siento cuando mi mejor amiga recibe amenazas. A partir de ahora controlaremos tu correo. De hecho, todos los correos. —¿Correos? —¿Has tomado alguna droga, cariño? —¿Qué? ¡No! Los correos. ¡El correo! Lo siento, ¡pero él! Acabo de verte llegar y no creía que lo supieras. —Entonces, ¿de qué narices creías que hablaba? —Esto… —Acorralada, Lil consiguió lanzar una risita—. Me has pillado. Es que todavía estoy un poco aturdida. ¿Cómo es que te has enterado tan deprisa? —Farley y yo nos topamos con el sheriff anoche justo después de que le llamaras. Willy sabía que estabas preocupada por tus padres y quería que Farley estuviera al corriente. Farley se fue derecho a casa. —¿Farley se fue derecho a casa? —Sí, Farley. Lil, quizá deberías acostarte un rato. No se lo ha pedido, comprendió Lil mientras Tansy le tocaba la frente para comprobar si tenía fiebre. No había tenido ocasión de pedírselo. Página 347 —No, no, estoy bien. Es que tengo muchas cosas en la cabeza y estoy intentando no trastocar la rutina. Creo que eso ayudará. —¿Qué decía? No. —Tansy sacudió la cabeza—. Lo leeré yo misma. Debería haberte dicho enseguida que todo el mundo está bien en casa de tus padres. Farley me ha llamado esta mañana para decírmelo. —Ya he hablado con ellos, pero gracias. Qué bien, tú y Farley. —Dirás qué raro, yo y Farley. Bien y raro, supongo. Observó a Lil mientras esta recogía la pelota azul brillante la lanzaba en una alta volea al interior del recinto. Baby y sus compañeros se lanzaron en su persecución entre alaridos de alegría. —Lo encontrarán, Lil. Lo encontrarán muy pronto, y todo esto habrá terminado. —Eso espero. Tansy, menciona a Carolyn en el correo. —Oh —balbució Tansy, con los oscuros ojos brillantes por lágrimas—. Dios mío. —Se me hace un nudo aquí cada vez que lo pienso. —Lil se llevó el puño al esternón—. Bueno, rutina. —Se volvió hacia Baby y sus compañeros, que retozaban por el recinto en un intento de hacerse con la pelota—. Y consuelo. —Rutina siempre hay para dar y vender. —¿Sabes lo que me gustaría, Tansy? ¿Sabes lo que sería un auténtico consuelo? —¿Un helado con chocolate caliente? —Eso nunca falla, pero no. Me gustaría estar allá arriba participando en la cacería. Me consolaría poder subir a las colinas y rastrearlo. —No. —No, no puedo hacerlo. —Lil se encogió de hombros sin apartar la mirada de las colinas—. Pondría en peligro a otras personas. Pero lo peor es esta espera mientras otros van en busca del responsable de todo. —Suspiró profundamente—. Voy a ver a Delilah y a Boris. —Lil —la llamó Tansy cuando se alejaba—. No harás ninguna tontería, ¿verdad? —¿Yo? ¿Y arriesgarme a perder el estatus de chica inteligente? No. Rutina —repitió—. Solo rutina. Tenía un plan, un plan estupendo. Creía haberlo descubierto en estado de trance y se convenció de que su gran antepasado lo guiaba en forma de puma. Llevaba tanto tiempo afirmando que descendía de Caballo Loco que la Página 348 conexión se había convertido en realidad para él. Cuanto más tiempo pasaba en las colinas, más real era. El plan requeriría meticulosidad y precisión, pero él no era un cazador chapucero. Conocía el terreno, tenía su campamento base. Prepararía el camino y el cebo. Y cuando llegara el momento, haría saltar la trampa. Primero realizó una expedición de reconocimiento; consideró y descartó varios lugares antes de decidirse por aquella cueva poco profunda. Convendría para sus propósitos a corto plazo. La ubicación era buena, una especie de cruce entre los dos puntos principales. Haría las veces de jaula. Satisfecho, regresó serpenteando hacia el territorio del parque hasta que pudo incorporarse a un camino transitado. Llevaba una de las chaquetas que había robado, así como unas gafas de aviador y una gorra del Refugio para Animales Salvajes Chance. Un buen detalle, pensó. Aquellos accesorios y la barba que se había dejado crecer no engañarían a ningún policía atento durante mucho tiempo, pero le permitía experimentar la emoción de pasearse en libertad mientras sacaba fotos con la pequeña Canon del bueno de Jim. Se movía entre ellos, pero ellos no lo conocían. Incluso se tomaba la molestia de charlar con otros excursionistas. Otros capullos que pisoteaban aquella tierra sagrada como si tuvieran todo el derecho del mundo. Antes de que terminara, todo el mundo sabría quién era y que simbolizaba. Lo que era capaz de hacer. Se convertiría en una leyenda. Había llegado a la conclusión de que había nacido para eso. Nunca hasta entonces lo había comprendido con tanta claridad. En todos los años transcurridos, nadie había conocido su rostro ni su nombre. Sabía que eso debía cambiar para que él pudiera abrazar su destino de forma absoluta. No podía ni quería huir como había hecho en el pasado, cuando había sentido muy cerca a sus perseguidores y había temido (ahora ya podía reconocer el miedo) que lo capturaran. Su lugar estaba allí, en aquella tierra, en aquellos montes. Vida o muerte. Era fuerte, sabio y justo. Estaba convencido de que viviría. Vencería, y la victoria añadiría su nombre a los de sus predecesores. Caballo Loco, Toro Sentado, Nube Roja. Años atrás, antes de comprender, había ofrecido sacrificios a la tierra. Todo empezó cuando la sangre de la mujer, derramada por él, se fundió con la Página 349 tierra. No fue un accidente como había creído en un principio. Ahora comprendía que su mano había seguido un camino guiado. Y el puma, su espíritu guía, había bendecido el sacrificio. Lo había aceptado. Y ella había profanado aquel sacrificio. Lillian Chance. Había ido al lugar del sacrificio, su tierra sagrada, donde él se había convertido en un hombre, en un guerrero, al derramar la sangre de la mujer. Había ido acompañada del gobierno, encarnado en la policía. Lo había traicionado. Ahora todo tenía sentido, todo encajaba. Había llegado el momento de derramar su sangre. Se unió a un pequeño grupo de excursionistas mientras un helicóptero sobrevolaba la zona. Lo buscaban a él, pensó con una punzada de orgullo. Cuando los demás excursionistas tomaron uno de los muchos caminos que cruzaban un riachuelo, se despidió de ellos. Había llegado el momento de escabullirse. Si cumplía su destino, al gobierno no le quedaría más remedio que desvelar a la opinión pública lo que había robado. Y tal vez algún día el pueblo verdadero erigiría una estatua suya en aquella tierra, como habían hecho con Caballo Loco. Por el momento, la caza y la sangre serían su recompensa. Avanzaba deprisa, recorría a buen paso el terreno, las cuestas, los llanos, la hierba alta, los riachuelos poco profundos… Pese a su destreza y velocidad, dedicó la mayor parte del día en dejar un rastro falso hacia el oeste, en dirección a la frontera con Wyomíng, dejando indicios que hasta un ciego sería capaz de seguir, pensó con desprecio. Como toque final, añadió la cartera de Jim Tyler antes de dar media vuelta. Y de nuevo se dirigió hacia el este por el paisaje perfumado de pino. Pronto habría luna llena, y bajo aquella luna llena empezaría la cacería. Lil plantó pensamientos en el parterre situado frente al recinto de Cleo. Soportarían las heladas, que no eran solo probables sino inevitables, así como las nevadas primaverales, también más que probables a lo largo de las semanas siguientes. Sentaba bien hundir las manos en la tierra y contemplar la explosión de color. Puesto que el jaguar la observaba con avidez, Lil se acercó a su jaula. —¿Qué te parece? Pero Cleo parecía mostrarse indiferente ante los pensamientos. Página 350 —Si todavía estás esperando a que te dé chocolatinas Godiva, lo llevas claro. El felino apretó el flanco contra la valla y se restregó. Interpretando sus intenciones, Lil pasó por debajo de la barrera sin dejar de observar los ojos de Cleo, que se entornaron de placer cuando la acarició a través de la valla. —Lo echabas de menos, ¿eh? Nada de chocolate ni caniches pero sí te podemos prestar atención personalizada de vez en cuando. —Por muy a menudo que te vea hacer eso, nunca me entran ganas de probar. Lil se volvió para mirar a Farley con una sonrisa. —Tú acaricias a los caballos. —Un caballo puede darme una coz brutal, pero no me arrancará la yugular. —Cleo está acostumbrada a que la toquen y le hablen, a los olores y las voces de los humanos. No solo las personas necesitan contacto físico. —Eso díselo a más de un domador de circo, que ha acabado con un zarpazo. —Esas cosas pasan solo de cuando en cuando —señaló Lil al tiempo que pasaba de nuevo por debajo de la barrera para reunirse con Farley—. Incluso un gatito te araña y te muerde si está enfadado o aburrido. Nadie que trate con felinos se queda sin su ración de cicatrices. ¿Buscas a Tansy? —También quería verte a ti. Solo quería decirte que me quedaré cerca de casa, así que no tienes por qué preocuparte. —Eso te fastidió los planes anoche. —Esperaba poder llevarla de pícnic. Eso es romántico, ¿no? —Cumple todos los requisitos. —Pero en primavera hay mucho trabajo tanto aquí como en la granja. —Ve a saquear la despensa de mi cabaña. Podéis ir a la zona de pícnic. —¿Aquí? —Exclamó Farley con los ojos como platos—. ¿Ahora? —Apuesto mi presupuesto de los próximos cinco años a que llevas el anillo en el bolsillo. —No puedo aceptar la apuesta; tengo que ahorrar —suspiró Farley antes de mirar a su alrededor con una expresión entre emocionada e inquieta—. ¿Crees que puedo pedírselo aquí? —Hace una tarde preciosa, Farley. A Tansy le gusta este sitio tanto como a mí, de modo que sí, creo que puedes pedírselo aquí. Procuraré que los demás os dejen en paz. —Pero no puedes explicarles por qué. Página 351 —Ten un poco de fe en mí. Farley tenía mucha fe en Lil, y cuanto más lo pensaba, más acertada la parecía la idea. A fin de cuentas, Tansy y él se habían conocido en el refugio. Se había enamorado de ella en el refugio. Y ella de él, algo que, en su opinión, Tansy estaba casi preparada para reconocer. Lil no tenía gran cosa para preparar un pícnic, pero Farley encontró provisiones suficientes para hacer un par de bocadillos. También cogió manzanas, una bolsa de patatas fritas y dos Coca-cola light, ya que no tenía ninguna otra bebida. Luego le tocó convencer a Tansy para que lo acompañara a una mesa de pícnic. —No puedo tomarme demasiado rato para comer. —Ni yo, pero quiero pasar contigo el poco rato que tengo. Advirtió que Tansy se ablandaba al escuchar sus palabras. —Ay, Farley, es que me matas. —Anoche te eché de menos. —Farley le levantó la barbilla para darle un beso y luego señaló el banco que ya había limpiado. —Yo también —suspiró Tansy—. De verdad. Pero me alegro de que volvieras a casa. Era lo que tocaba. Todo el mundo intenta no ponerse nervioso, y eso me pone todavía más nerviosa. Paso mucho tiempo en lo que la mayoría de la gente considera una zona peligrosa. Y hay riesgos, por supuesto. Pero son riesgos calculados, respetados y comprendidos. Pero esto no lo entiendo. Creo que los humanos son los animales más imprevisibles del mundo. —Tienes esta cicatriz —musitó Farley, alargando la mano para reseguir la marca que le surcaba el antebrazo. —De un guepardo que consideró que era una amenaza. Culpa mía más que suya. Nada de esto es culpa de Lil. Nada. —No dejaremos que le pase nada. Ni a ti tampoco. —Ese tipo no está interesado en mí —aseguró Tansy mientras posaba una mano sobre la de Farley—. En fin, estoy estropeando el pícnic relámpago. ¿Qué tenemos aquí? —Cogió un bocadillo se echó a reír—. ¿Crema de cacahuete y mermelada? —Lil no tenía demasiados platos en la carta. —Siempre tiene crema de cacahuete y mermelada —contestó Tansy antes de dar un bocado—. ¿Qué tal las cosas en la granja? —Mucho trabajo. Pronto empezaremos la labranza de primavera. Y también convertiremos algunos terneros en bueyes. Página 352 —Eh… Ah. —Tansy levantó la mano e hizo un gesto de tijeras con los dedos—. ¿Ris, ras? —Sí. Siempre me duele un poco. —No tanto como al ternero. —Es una de esas cosas que hay que hacer por narices —sonrió Farley—. Vivir en una granja…, bueno, se parece bastante a esto. Ves las cosas como son. Trabajas al aire libre, te sientes parte del conjunto. A ti te gustaría vivir en una granja. —Puede. Cuando vine aquí para ayudar a Lil, estaba convencida de que sería algo temporal. La ayudaría a poner en marcha el refugio y a formar al personal, y luego me iría para trabajar en un zoológico de los grandes para forjarme una reputación. Pero este sitio me enganchó. —Y ahora es tu hogar. —Eso parece. En aquel momento, Farley sacó el anillo. —Forma un hogar conmigo, Tansy. —Farley… Oh… —balbució Tansy al tiempo que levantaba una mano y se llevaba la otra al corazón—. No puedo respirar No puedo respirar. Farley atacó el problema dándole la vuelta y colocándole la cabeza entre las rodillas. —Tranquila. —Esto es una locura —jadeó ella sin aliento. —Respira unas cuantas veces. —¿Qué has hecho, Farley? ¿Qué has hecho? —Comprar un anillo para la mujer con la que me voy a casar. Respira un par de veces más. —¡Pero casarse es un paso brutal! Si apenas hemos salido un par de veces. —Hace mucho que nos conocemos y llevamos un tiempo acostándonos con cierta regularidad. Estoy enamorado de ti —declaró Farley mientras le frotaba la espalda con firmeza para ayudarla a calmarse—. Y si tú no estuvieras enamorada de mí, ahora mismo no tendrías la cabeza entre las rodillas. —¿Así mides el amor? ¿Por el hecho de que estoy mareada y no puedo respirar? —Es buena señal. Bueno, ¿estás preparada para levantar la cabeza y echar un vistazo al anillo? Lil me ayudó a escogerlo. Página 353 —¿Lil? —Tansy se levantó de inmediato—. ¿Lil lo sabe? ¿Y quién más lo sabe? —Tuve que contárselo a Joe y Jenna. Son mis padres a todos los efectos. Y a Ella, la de la joyería. Es casi imposible comprar un anillo sin que ella se entere. Y nadie más. Quería darte una sorpresa. —Y me la has dado. Pero… —¿Te gusta? Tal vez algunas mujeres habrían resistido la tentación de examinar el anillo con detenimiento, pero Tansy no era una de ellas. —Es precioso. Es…, oh…, es una maravilla. De verdad. Pero… —Como tú. No podría pedirte que llevaras un anillo que no lo fuera. Es de oro rosado, y eso lo hace diferente. Tú eres diferente de todas las demás, así que quería regalarte algo especial. —Farley, tú sí que eres diferente de todos los demás. —Por eso estamos hechos el uno para el otro. Escúchame un momento antes de decir nada. Sé trabajar y ganarme bien la vida. Tú también. Los dos hacemos lo que sabemos hacer y lo que nos gusta. Creo que eso es muy importante. Este es nuestro hogar, el tuyo y el mío. Eso también es importante. Pero lo más importante es que te quiero. Le cogió la mano sin apartar de su rostro aquellos ojos transparentes y ahora tan serios. —Nadie te querrá nunca como te quiero yo. Joe y Jenna hicieron de mí un hombre. Cada vez que te miro, entiendo por qué. Lo que más deseo en este mundo, Tansy, es construir una buena vida contigo y hacerte feliz cada día. Bueno, casi cada día, porque a veces te enfadarás conmigo. Quiero construir un hogar y formar una familia contigo. Creo que lo haré bien. Si no estás preparada todavía puedo esperar. Todo el tiempo que haga falta. —Tengo la cabeza llena de argumentos razonables y sensatos. Pero cuando te miro, cuando me miras, pierden fuerza. Como si fueran excusas. Tú no tenías que ser el hombre de mi vida, Farley. No sé por qué lo eres, pero lo eres. —¿Me quieres, Tansy? —Sí, Farley. —¿Y te casarás conmigo? —Sí —asintió antes de lanzar una carcajada nerviosa—. ¡Sí, me casaré contigo! Tansy alargó la mano, y Farley le puso el anillo. —Me va perfecto —musitó ella en un susurro ronco y tembloroso. Página 354 Farley paseó una mirada deslumbrada entre el anillo y ella. —Acabamos de prometernos. —Sí —convino Tansy, y esta vez rio del todo liberada y le arrojó los brazos al cuello—. Acabamos de prometernos. Lil mantuvo al personal trabajando en la otra punta del complejo todo el rato posible. En un momento dado, cuando unos estudiantes guiaban a un grupo de visitantes por las jaulas, tuvo que cambiar de posición para no perder de vista la mesa de pícnic. Se dijo a sí misma que no estaba espiando, sino tan solo… supervisando la situación. Y cuando vio que Tansy se arrojaba a los brazos de Farley, no ahogó una exclamación de alegría. —¿Cómo dices? —preguntó Eric. —Nada, nada. Esto… ¿te importaría asegurarte de que todo está listo para la visita escolar de mañana? En el centro educativo. Llévate a un par de estudiantes más. —Vale. Matt examinará a la tigresa esta tarde. Me gustaría poder estar presente y ayudar, si es posible. —Si Matt está de acuerdo… —Se rumorea que vas a quitar la valla de separación entre los recintos. —Sí, cuando Matt termine de examinarla. Delilah sigue enjaulada, Eric. Es una jaula más grande, está limpia y es segura… Una vez quitemos la separación, tendrá libertad para interactuar con otro ejemplar de su especie y, cuando esté preparada, recorrer su hábitat, caminar por la hierba, correr… Jugar, espero. —Quería asegurarme de que no era solo un rumor. No soporto pensar en lo que le han hecho. El caso de Cleo es diferente. Es tan fina y elegante… Pero la tigresa solo parece triste y cansada. Supongo que me da pena. —Por eso haces cada vez mejor tu trabajo, porque sientes compasión por ellos. —Gracias —dijo Eric, encantado. ¿Alguna vez había sido ella tan joven?, se preguntó Lil. ¿Hasta tal punto que el cumplido de un profesor o formador le pusiera esa expresión en los ojos y le diera ese brío en los andares? Creía que sí. Pero siempre había estado tan centrada, tan completamente decidida a seguir su camino… No solo a alcanzar su objetivo, sino también compensar lo que había perdido. Compensar la pérdida de Coop. Respiró hondo mientras paseaba la mirada por el complejo. En términos generales, las cosas le habían salido bien. Ahora dependía de ella decidir si Página 355 quería volver a abrirse y recuperar lo que había perdido. Oyó pasos sobre la grava, pasos lentos, y giró sobre sus talones para defenderse. Matt retrocedió con tal brusquedad, que resbaló y a punto estuvo de caer. —¡Madre mía, Lil! —Perdona, perdona. —¿Llevaba todo el día así de tensa?—. Me has asustado. —Bueno, tú acabas de quitarme cinco años de vida, así que estamos en paz. Venía para preparar la revisión de la tigresa. —Claro. Eric quiere ayudarte. —Estupendo. —Matt le dio una levísima palmada en el hombro, lo que en su caso equivalía a un abrazo—. Hay mucho trabajo dentro. Podrías encargarte tú. —Quiero que me vea. Si ese tipo está ahí fuera, observándome, quiero que me vea, que vea que sigo haciendo lo de siempre. Esto es un duelo de poder —afirmó, recordando lo que Coop le había dicho—. Cuanto más me esconda, más poder le otorgo. Además, Matt —añadió al ver a Farley y Tansy besarse junto a la camioneta—, hoy es un buen día. —Ah, ¿sí? —Espera y verás. Lil se embutió las manos en los bolsillos traseros y caminó hacia Tansy mientras Farley se alejaba en la camioneta. —Tú lo sabías. —Déjame ver cómo te queda. —Lil le cogió la mano—. Es fabuloso. Perfecto. Qué buena soy. Aunque de hecho lo eligió él, a menos que mi empujoncito mental funcionara. —Por eso decías esas cosas tan raras esta mañana. Creías que me refería a que Farley me había pedido que me casara con él, no al correo electrónico. —Tuve un lapsus —admitió Lil—, pero de ahí a decir raras… —Me acaba de decir que pensaba pedírmelo anoche. Había comprado velas y una botella de champán, e iba a prepararlo todo en mi casa. —Pero tuvo que ocuparse de la familia. —Sí —musitó Tansy con los ojos inundados de lágrimas—. Así es él, y esa es una de las razones por las que ahora mismo llevo este anillo. Ya lo tengo claro. Vale, es más joven y de piel más clara que yo. Pero es un buen hombre, un gran hombre. Mi hombre. Voy a casarme con Farley, Lil. Con una risotada, Lil agarró a Tansy y se puso a bailar con ella en círculos. Página 356 —¿Qué demonios pasa aquí? —quiso saber Matt. —Ya te he dicho que hoy es un buen día. —¿Y por eso estáis dando saltos y gritando como energúmenas? —Sí —exclamó Tansy mientras corría y se abalanzaba sobre él en un abrazo que estuvo a punto de derribarlo—. Me he prometido. ¡Mira, mira mi anillo! —Muy bonito. —Matt la apartó de su espacio personal y sonrió—. Felicidades. —Tengo que enseñárselo a Mary. Y a Lucius. Pero sobre todo a Mary. Lil siguió sonriendo de oreja a oreja mientras Tansy se alejaba a la carrera. —¿Lo ves? Un día genial. La familia es lo primero, se recordó Lil, e intentó alejar las preocupaciones de la mesa del comedor de sus padres. Su madre había querido…, insistido en una cena familiar de celebración, de modo que Lil estaba donde debía. Con sus padres, con Farley y Tansy, con Lucy y Sam, que se habían erigido en abuelos oficiosos de Farley, y por supuesto con Coop. Pero sus pensamientos no dejaban de vagar hacia el refugio. El sistema de seguridad estaba en marcha, se recordó. Matt, Lucius y dos estudiantes se habían quedado allí. Todo iba bien. Ellos estaban bien, sus animales estaban bien. Pero si les pasaba algo durante su ausencia… Mientras la conversación fluía a su alrededor, Coop se inclinó hacia ella. —Deja de preocuparte —le susurró al oído. —Lo intento. —Pues esfuérzate más. Lil alzó la copa de vino y procuró sonreír. Boda a finales de verano. Intentó prestar atención. Ya estaban en abril, y quedaban tantas cosas por hacer… Se abrió un debate en torno al lugar. La granja o el refugio. También en torno a la hora, a mediodía o por la noche. ¿Sabía él que no estaba en el refugio?, se preguntó Lil. ¿Intentaría hacer daño a alguien solo para demostrar que podía hacerlo? Bajo la mesa, Coop le oprimió la mano, pero no en señal de apoyo y amor, sino para advertirle que lo dejara de una vez. Lil le propinó un puntapié pero salió de su ensimismamiento. Página 357 —Si puedo votar, voto por la granja y por la tarde. Así podemos alargar la fiesta hasta la noche. Cerraremos el refugio por un día. Aquí hay más sitio, y si el tiempo no acompaña… —No seas pájaro de mal agüero —la interrumpió Jenna. —Bueno, en cualquier caso la casa es más espaciosa que las cabañas. —¿Cerrar el refugio por un día? —Exclamó Tansy—. ¿De verdad? —Venga, Tans. No todos los días se casa mi mejor amiga. —¡Madre mía!, tenemos que ir de compras. —Jenna guiñó un ojo a Lucy —. Vestidos, flores, comida, la tarta… —Estábamos pensando en una boda sencilla —terció Farley. —Buena suerte, hijo —masculló Joe. —Ningún problema, pero aunque sea sencilla, tendrá que ser bonita y perfecta —afirmó Jenna, y subrayó sus palabras clavado un dedo en el brazo de Joe—. Espero que tu madre pueda venir pronto, Tansy, así podremos empezar a hacer planes juntas. —Ni un huracán la detendría —aseguró Tansy—. Me ha llamado tres veces desde que se lo dije y ya tiene un montón de revistas de bodas. —Saldremos de compras cuando venga. ¡Será genial! Lucy, iremos de safari consumista. —Estoy más que a punto. Jenna, ¿te acuerdas de las flores de la boda de la hija de Wendy Rcarder? Estoy segura de que podemos hacerlo mejor. —Sencillo. —Sam miró a Farley y puso los ojos en blanco—. Antes de que a las mujeres se os vaya la pinza y empecéis a hablar de soltar cien palomas y seis caballos blancos… —Caballos. —Jenna interrumpió a su marido dando palmadas de emoción —. Podríamos tener un carruaje tirado por caballos. Podríamos… —Para, Jenna, para. Farley se está poniendo pálido. —Lo único que tiene que hacer es aparecer. Deja todo lo demás en nuestras manos —aconsejó Jenna a Farley. —Entretanto —dijo Joe, señalando a su esposa con el dedo para silenciarla—, Jenna y yo hemos hablado de algunos aspectos prácticos. Puede que vosotros tengáis otras intenciones o que todavía no hayáis pensado en ello, pero queremos regalaros tres acres de tierra. Será suficiente para que os construyáis una casa y tengáis un espacio propio. Lo bastante cerca para que a los dos os resulte fácil desplazaros al trabajo. Es decir, si tú tienes intención de quedarte en la granja, Farley, y si Tansy tiene pensado seguir con Lil. —Pero… —farfulló Farley con los ojos muy abiertos—, las tierras deben pasar a Lil por derecho. Página 358 —No seas burro, Farley —resopló Lil. —No…, no sé qué decir ni cómo decirlo. —Tendrás que comentarlo con tu prometida —señaló Joe—. La tierra es tuya si decides que la quieres. Y si no la quieres, no pasa nada. —La prometida tiene algo que decir —anunció Tansy antes de levantarse y besar primero a Joe, luego a Jenna—. Gracias. Me habéis tratado como a una más de la familia desde que Lil y yo compartíamos habitación en la universidad. Ahora formo parte de la familia, y no se me ocurre nada mejor que vivir cerca de vosotros y de Lil —aseguró, dedicando una sonrisa a Farley—. Soy la mujer más afortunada del mundo. —Así pues, asunto resuelto. —Joe alzó la mano para cubrir la que Tansy le había apoyado en el hombro—. En cuanto tengamos ocasión iremos a inspeccionar esos acres. Demasiado abrumado para articular palabra, Farley se limitó a asentir. Por fin carraspeó. —Voy a… Se levantó de un salto y se escabulló a la cocina. —Ahora tenemos un tema de conversación muy interesante. —Sam se frotó las manos—. Tenemos que construir una casa. Jenna intercambió una mirada con Tansy y se dispuso a seguir a Farley a la cocina. Farley la había atravesado para salir al porche, donde estaba con las manos apoyadas sobre la barandilla. La lluvia que Lil había olido por la mañana golpeteaba el suelo, empapando los campos que aguardaban la labranza. Farley se irguió al sentir la mano de Jenna en su espalda, se volvió y la abrazó con todas sus fuerzas. —Mamá. Jenna emitió un sollozo de felicidad mientras lo abrazaba aún más fuerte. Casi nunca la llamaba así, y cuando lo hacía solía decirlo en tono de broma. Pero ahora aquella única palabra lo decía todo. —Mi niño… —No sé qué hacer con toda esta felicidad. Tú siempre me decías «Encuentra la felicidad y no la sueltes, Farley». Ahora tanta que no puedo con toda, y no sé cómo darte las gracias. —Acabas de hacerlo de la mejor forma posible. —Cuando era pequeño, siempre me decían que nunca tendría nada, que nunca sería nada. Era fácil creerles, mucho más que creer lo que me decíais tú Página 359 y Joe. Una y otra vez. Que pudía ser lo que quisiera. Que podía tener cuanto me ganara. Pero al final conseguisteis que lo creyera. —Tansy ha dicho que es la mujer más afortunada del mundo, la verdad es que tiene mucha suerte. Pero yo no me quedo atrás. Tengo a mis dos hijos cerca y puedo verlos construir su vida. Y encima puedo planificar una boda. —Jenna se apartó un poco le acarició las mejillas—. Voy a ser una auténtica pesadilla. —Y yo lo estoy deseando —sonrió Farley. —Eso lo dices ahora, pero espera a que te toque las narices hasta sacarte de quicio. ¿Estás preparado para entrar? Si te quedas demasiado rato aquí fuera, Sam y Joe habrán diseñado tu casa antes de que puedas decir ni mu. —Ahora mismo estoy preparado para cualquier cosa —afirmó Farley al tiempo que le rodeaba los hombros con el brazo. Página 360 26 U na tormenta cargada de vientos enfurecidos descargó durante toda la noche, y por la mañana la situación no hizo más que empeorar. El primer granizo cayó del cielo en forma de innumerables guijarros que rebotaban en los senderos y golpeteaban los tejados. Acostumbrada a las inclemencias de la primavera, Lil ordenó que se pusiera a cubierto el mayor número posible de vehículos y maniobró su camioneta por el barro mientras los guijarros se convertían en pelotas de golf. Los animales habían tenido el buen juicio de cobijarse, pero Lil vio a algunos de los estudiantes corretear entre risas, cogiendo puñados de granizo y arrojándoselos unos a otros. Como si fuera una fiesta, pensó, y los destellos de los relámpagos que surcaban el cielo plomizo no fueran más que parte de un sofisticado espectáculo de luces. Sacudió la cabeza al ver a Eric haciendo malabares con tres bolas de granizo, como un artista callejero mientras retumbaba el luego cruzado de los truenos. Alguien se llevaría un buen golpe, auguró. Masculló un juramento cuando un pedazo de hielo del tamaño de un melocotón se estrelló contra el capó de la camioneta. Mientras aparcaba bajo el techado del almacén, resopló al pensar en la nueva abolladura. Advirtió que los estudiantes habían dejado de reír y corrían en busca del refugio más cercano. Había más abolladuras y rasguños, lo sabía. Plantas destrozadas y una cantidad tremenda de hielo que apañar y limpiar. Pero de momento estaba a salvo en la camioneta y decidió esperar allí a que la tormenta amainara un poco. Hasta que vio que una pelota de hielo colisionaba contra la espalda de una de las estudiantes con fuerza suficiente para hacerla caer de bruces en el barro. —Mierda. Se apeó y corrió como una exhalación hacia la chica mientras un par de estudiantes más se acercaban también para levantarla. —Entradla. ¡Vamos! Era como sufrir el ataque de un equipo de béisbol enfurecido. Agarró a la chica y medio la arrastró, medio la cargó hasta el porche de su cabaña. Llegaron empapadas y sucias, y la estudiante estaba tan pálida como Página 361 el hielo que asolaba el complejo. —¿Te ha hecho daño? La chica meneó la cabeza y apoyó las manos en las rodillas para recobrar el aliento. —Me ha dado un susto de muerte —jadeó. —Me lo imagino. —Lil repasó los datos desordenados que se agolpaban en su mente en busca de los nombres de los dos estudiantes de la nueva hornada mientras los truenos rugían en los montes como leones al acecho—. Tranquilizare. Reed, entra y dale a Lena un poco de agua. Limpiaos los zapatos —añadió, aunque sabía que no serviría de nada. —Ha sido tan de repente… —explicó Lena con un estremecimiento y el rostro manchado de barro—. No caían más que virutas, luego pelotas de ping pong y de pronto… —Bienvenida a Dakota del Sur. Le pediré a Matt que te eche un vistazo. ¿Seguro que no te duele? —Humm… No, solo estoy un poco… alucinada. Gracias, Reed. —Lena cogió la botella de agua y bebió un largo trago—. Me he asustado, pero al mismo tiempo… —Miró más allá de Lil, donde las pelotas de hielo atacaban la tierra y un tridente de relámpagos surcaba las nubes—. Es… extraño pero guay. —Piensa en eso cuando nos toque limpiar. El granizo no durará mucho. —De hecho, ya empezaba a amainar—. La tormenta se dirige hacia el oeste. —¿De verdad? —Lena parpadeó sorprendida—. ¿Cómo lo sabes? —Por el viento. Sube a ducharte; te dejaré algo de ropa. Cuando deje de granizar, los demás presentaos en la cabaña. Habrá mucho que hacer. Vamos, Lena. Llevó a la chica arriba y le enseñó el baño. —Puedes dejar aquí la ropa sucia; la meteré en la lavadora. —Siento causarte tantas molestias. No era con un pelotazo de granito como quería que te fijaras en mí. —¿Qué quieres decir? —preguntó Lil, volviéndose hacia ella desde la cómoda, de la que acababa de sacar unos vaqueros y un jersey limpios. —Solo que desde que llegué casi siempre he trabajado con Tansy y Matt. No he tenido casi ocasión de trabajar contigo directamente con todo lo que ha pasado. —Ya habrá ocasión. —Es que tú eres la razón por la que estoy aquí. La razón por la que estudio biología animal y conservación. Página 362 —¿De verdad? —Ya sé que suena a empollona total. —Lena se sentó en el retrete para quitarse las botas—. Es que un día vi aquel documental sobre el trabajo que haces aquí. Aquella serie de tres capítulos. Estaba en casa enferma y aburrida. Haciendo zapping, ya sabes. Y di con el capítulo sobre ti y el refugio. No pude ver los otros dos capítulos porque me curé y volví a la escuela. Pero me compré el DVD, el mismo que vendemos en la tienda de regalos. Y me gustó muchísimo lo que hacías y lo que dijiste y lo que estabas construyendo aquí. Y pensé: Esto es lo que quiero ser de mayor. A mi madre le pareció genial y creyó que cambiaría de idea veinte veces antes de ir a la universidad. Pero no cambié de idea. Intrigada, Lil dejó los vaqueros, el jersey y unos calcetines gruesos sobre la repisa del baño. —Vaya, no está mal para un solo documental. —Es que hablabas con tanta pasión… —prosiguió Lena al tiempo que se levantaba para bajarse la cremallera de la sudadera embarrada—. Con tanta claridad y compromiso… Hasta entonces nunca me había interesado la ciencia, pero tú hacías que pareciera… no sé… excitante, inteligente, importante. Y ahora creerás que te estoy haciendo la pelota. —¿Cuántos años tenías? —Dieciséis. Hasta entonces siempre había querido ser estrella de rock — confesó Lena con una sonrisa mientras se retorcía para quitarse los pantalones mojados—. No me preocupaba en absoluto no saber cantar ni tocar ningún instrumento. Pero entonces te vi en la tele y pensé: Ella sí que es una estrella de rock. Y aquí estoy desnudándome en tu cuarto de baño. —Tus profesores te dieron una puntuación muy alta cuando solicitaste hacer las prácticas aquí. Sin pudor alguno, Lena se quedó en ropa interior y la miró con expresión esperanzada. —¿Has leído mi expediente? —Este refugio es mío. He observado que trabajas duro y escuchas con atención. Llegas a tu hora cada mañana y te quedas hasta más tarde si hace falta. No te quejas del trabajo sucio y tus informes escritos son muy meticulosos…, aunque un poco ingenuos todavía. He notado que te molestas en hablar a los animales y que haces preguntas. Cierto, últimamente están pasando muchas cosas, y eso ha restringido bastante el tiempo que me gusta dedicar a cada uno de los estudiantes en prácticas, pero me había fijado en ti antes de que te cayeras de bruces en el barro. Página 363 —¿Crees que tengo lo que hace falta para este trabajo? —Te lo diré al final de tu período de prácticas. —Uf, qué miedo, pero me parece justo. —Ve a lavarte. —Lil se dispuso a marcharse pero lo pensó mejor—. Lena, ¿qué dice la gente sobre lo que está pasando? ¿Cómo lo lleváis? Sé que habláis —dijo—. Yo también fui estudiante en prácticas y lo recuerdo. —Todos estamos un poco nerviosos, pero al mismo tiempo no parece real. —Convendría que estuvierais juntos lo máximo posible. Ve a la otra cabaña cuando acabes. Lil bajó para meter la ropa sucia en la lavadora y se ordenó a sí misma recordar que más tarde debía ponerla en la secadora. Mientras los truenos, ahora más lejanos, retumbaban en el cielo, pensó en la chica que se estaba duchando en el piso de arriba y de repente comprendió que le recordaba a Carolyn. La idea le produjo un estremecimiento antes de salir para empezar a limpiar los estragos de la tormenta. En la granja, Coop y Sam sacaron los caballos al pasto. Sam cojeaba un poco y quizá siempre cojearía, pero por lo demás se lo veía robusto y fuerte. Lo suficiente para que Coop no sintiera la necesidad de vigilar cada uno de sus pasos. Juntos contemplaron a los potros jugar mientras los adultos pastaban. —Menos mal que todavía no teníamos lista la cosecha de primavera. Podría haber sido peor. —Sam se agachó para recoger un pedazo de hielo del tamaño de una pelota de béisbol—. ¿Qué tal tu brazo? —Aún lo tengo. —Eso habrá que verlo. Divertido, Coop cogió la bola de hielo y lanzó una volea alta y larga. —¿Y el tuyo? —Creo que a estas alturas ya está preparado para los lanzamientos al cuadro, pero sigo teniendo puntería. —Sam cogió otra bola, apuntó a un pino y estrelló el hielo en el centro del tronco—. Y buena vista. —El corredor en segunda base hace una carrera larga. El bateador amaga un toque y acepta el strike. El corredor sigue. —Coop cogió otra bola de hielo y la lanzó al imaginario tercera base—. Y queda eliminado. Mientras Sam reía y alargaba la mano para coger más hielo, les llegó la voz de Lucy desde la casa. Página 364 —¿Vais a quedaros ahí tirando bolas de hielo como unos idiotas o pensáis hacer algo de provecho? Estaba apoyada sobre la azada con la que había estado limpiando el hielo del huerto. —Nos ha pillado —dijo Coop. —Está enfadada porque el granizo se ha cargado toda la col rizada. Yo estoy encantado; detesto esa verdura. ¡Ya vamos, Lucy! —Sam se limpió las manos en los pantalones mientras se dirigían hacia la casa—. He estado pensando en lo que dijiste de contratar a alguien más. Lo voy a hacer. —Me alegro. —No es que no pueda apañármelas solo. —No, señor. —Es que deberías dedicar más tiempo al negocio. Si contratamos a alguien para que ayude en los trabajos de la granja, tendrás más tiempo para el alquiler de caballos y las excursiones con guía. Es lo más práctico. —Estoy de acuerdo. —Y no creo que vayas a vivir en el barracón mucho tiempo más. Bueno, eso sí tienes dos dedos de frente. Si tienes dos dedos de frente y redaños, lo que harás es ampliar la cabaña de Lil. Necesitaréis más espacio cuando forméis una familia. —¿Me estás echando? —El pájaro tiene que abandonar el nido —refunfuñó Sam con una sonrisa —. Te daremos un poco de tiempo, pero procura no perderlo. —Las cosas están muy complicadas, abuelo. —Las cosas siempre están muy complicadas, chico. Lo mejor que podéis hacer es intentar deshacer algunos entuertos juntos. —Creo que lo estamos haciendo, o al menos empezando hacerlo. Ahora mismo, mi máxima prioridad es mantenerla a salvo. —¿Y crees que eso cambiará? —Sam sacudió la cabeza—. Si Dios quiere, las cosas no siempre serán como ahora, pero te pasaras el resto de tu vida intentando mantenerla a salvo. Y, con un poco de suerte, intentando mantener a salvo a los hijos que tengáis juntos. Acostarte con ella no es un problema, ¿no? Coop reprimió a duras penas el impulso de agachar la cabeza. —No. —Pues entonces… Sam siguió andando como si aquello zanjara el asunto. Página 365 —Volviendo al tema de la empresa —dijo Coop—. Quería hablar de ello contigo y con la abuela. Estoy pensando en invertir. —¿Invertir qué? —Dinero, abuelo. Tengo mucho. Sam volvió a detenerse. —La empresa funciona bien. No necesita ninguna… ¿Cómo se dice? Ninguna inyección. —Pero la necesitará si ampliamos. Más establos, paseos en poni y una pequeña tienda. —¿Una tienda de qué? ¿De recuerdos? —No exactamente. Más bien de material de senderismo y provisiones. Muchos de nuestros clientes compran esas cosas en otros sitios. ¿Por qué no intentar que compren en nuestra tienda los frutos secos, las botellas de agua, las guías y las cámaras desechables cuando se den cuenta de que se les ha acabado la batería de la suya? Si actualizáramos el ordenador y la impresora, podríamos imprimir fotos y convertirlas en postales. A las madres les gustará tener una postal de su pequeña vaquera montada en un poni. De hecho, les gustará tener una docena. —Todo eso son palabras mayores. —Plantéatelo como una expansión orgánica. —Una expansión orgánica —bufó Sam—. Eres increíble, Coop. Supongo que podríamos pensar en ello. Postales —masculló, sacudiendo la cabeza. De repente frunció el ceño y se protegió los ojos del sol que asomaba tras la tormenta. —Viene Willy. Lucy también lo había visto y había dejado el trabajo para quitarse los guantes de jardinería y pasarse las manos por el pelo que el viento le alborotaba. —Señorita Lucy. —Willy se llevó la mano al sombrero—. Menudos destrozos le ha causado el granizo en el huerto. —Podría haber sido peor. Por lo visto no ha dañado el tejado, y eso ya es mucho. —Sí. Sam, Coop… —Hola, Willy. ¿Te ha pillado el granizo? —preguntó Sam. —Me he librado de lo peor. El hombre del tiempo no dijo nada de que hoy granizaría. La mitad de las veces no sé ni por qué escucho el parte. —Eso es más o menos lo que acierta, la mitad de las veces. Página 366 —Si llega. Pero parece que la temperatura ha subido un poco con la tormenta. Puede que siga así unos días. Coop, ¿podría hablar contigo un momento? —William Johannsen, si tienes algo que decir acerca de esos asesinatos, dilo delante de nosotros —advirtió Lucy con los brazos en jarras—. Tenemos derecho a saberlo. —Supongo que tiene razón. Voy a pasar a hablar con Lil, así que de todas formas se enterarán. —Se subió un poco el sombre con un golpecito en el ala —. Hemos encontrado la cartera de Tyler. O lo que creemos que es la cartera de Tyler. Tenía su carnet de conducir y otros documentos de identificación. Nada de dinero ni fotografías, que según su mujer también llevaba. Pero sí las tarjetas de crédito que nos dijo. —¿Dónde? —quiso saber Coop. —Eso es lo curioso. Muy al oeste de aquí, solo a unos ocho kilómetros de la frontera con Wyoming. Como si se dirigiese hacía Carson Draw. La lluvia borró parte de su rastro, pero en cuanto los hombres volvieron a encontrarlo, fue bastante fácil seguirlo. —Eso está muy lejos de aquí —comentó Lucy—. Muy lejos. Fuera de su territorio actual, pensó Coop. Fuera de su coto de caza. —Se llevó las fotos pero dejó los documentos. —Exacto. Una teoría es que considerara que estaba lo bastante lejos del equipo de búsqueda para deshacerse de la cartera. La otra es que se le cayó. —Si hubiera querido deshacerse de ella, podría haberla tirado al río o haberla enterrado. Willy asintió. —Cierto. —Pero es una buena noticia, ¿no? Si está tan al oeste y sigue viajando, eso significa que se va —volvió a intervenir Lucy, alargando la mano para tocar el brazo de Coop—. Sé que hay que encontrarlo y detenerlo, pero no lamentaré que lo detengan a muchos kilómetros de aquí. Es una buena noticia. —Puede. —Desde luego, mala no es —espetó Lucy a Willy. —En circunstancias como estas, señorita Lucy, debo ser prudente. —Pues sé prudente, pero te aseguro que esta noche dormiré más tranquila. Entra y siéntate un momento. Tengo té helado y café bien caliente. —Me encantaría, de verdad, pero debo irme. Quiero que esta noche duerman más tranquilos, pero también que sigan cerrando las puertas con llave. No se cansen demasiado. Señorita Lucy, Sam… Página 367 —Ahora vuelvo —anunció Coop antes de alejarse con Willy—. ¿Cuánto tardaréis en verificar que es la cartera de Tyler y en cotejar las huellas? —Espero que lo tengamos todo mañana. Pero apuesto algo a que es la cartera de Tyler y a que las huellas que encontraremos en ella serán las de Howe. —¿Y también apuestas algo a que se deshizo de ella adrede o crees que se le cayó? —No me atrevería a asegurarlo. —Yo apuesto algo a que se deshizo de ella adrede. Willy volvió a asentir con los labios apretados. —Diría que estamos de acuerdo. Parece demasiado fácil. No encontramos casi ninguna pista de ese tipo durante días, y de repente deja un rastro que, incluso después de la lluvia, hasta mi abuela miope podría seguir. Seré un policía de pueblo, pero no soy tan idiota como cree. —Quiere tiempo y espacio para preparar lo que sea que tiene en mente. Házselo entender a Lil. Yo haré lo mismo cuando la vea, pero quiero que primero se lo digas tú. —Lo haré —prometió Wílly mientras abría la puerta del coche patrulla—. Coop, los federales se están centrando en Wyoming. A lo mejor tienen razón. —No. —Las pistas apuntan hacia allí, así que las siguen. Lo único que tengo yo es la intuición de que nos está tomando el pelo. Eso es lo que le diré a Lil. Subió al coche, saludó a Coop con la mano y se alejó por el sendero de acceso. Cuando Coop llegó al complejo, los focos nocturnos ya estaban encendidos. Por los sonidos supo que era la hora de la cena. Un grupo de estudiantes que habían terminado su jornada subían a una furgoneta. De inmediato se oyó la música ensordecedora de Weezer. Un vistazo a la cabaña que albergaba las oficinas le indicó que ya habían cerrado. Aun así, hizo la ronda sobre la grava, los senderos de hormigón y el barro, hacia las oficinas, los cobertizos, los establos, el centro educativo y la cámara para asegurarse de que todos los edificios estaban vacíos y cerrados. En las ventanas de la cabaña de Lil se veía luz. Al dirigirse hacia ella la vio: el cabello recogido en una trenza, el azul intenso del jersey de algodón, incluso el destello de los pendientes de plata que oscilaban en sus orejas. La Página 368 contempló a través del vidrio: sus movimientos mientras se servía una copa de vino y tomaba un sorbo al tiempo que vigilaba algo que tenía al fuego. Vio el vapor que brotaba de la cacerola y, a través de él, las marcadas líneas de su perfil. Sintió que una oleada de amor intensa, casi violenta, lo embargaba. Debería estar acostumbrado, pensó. Debería estar acostumbrado a ella después de tanto tiempo, incluso teniendo en cuenta todos los años que no nos hemos visto. Pero no lograba acostumbrarse. No lograba superar la emoción que sentía al verla. Tal vez su abuelo tuviera razón. Estaba perdiendo el tiempo. Subió al porche y abrió la puerta. Lil giró sobre sus talones al tiempo que cogía un enorme cuchillo de sierra. En aquel instante, Coop detectó miedo y valentía en su mirada. Levantó las manos. —Vengo en son de paz. Lil volvió a dejar el cuchillo en el soporte con un levísimo temblor en la mano. —No he oído la camioneta y no esperaba que entraras por la puerta trasera. —Entonces deberías asegurarte de que la puerta esté cerrada con llave. —Tienes razón. Quizá estuviera perdiendo el tiempo, pensó Coop, pero en ese momento no tenía ningún derecho a presionar. —¿Ha venido Willy? —le preguntó mientras sacaba una segunda copa. —Sí. Coop volvió la mirada hacia el fogón y vio la botella de vino blanco bueno. —Lil, si estás pensando en celebrarlo… —¿Desde cuándo soy idiota? —lo atajó ella con sequedad. Destapó la cacerola y vertió el excelente vino sobre el pollo que estaba salteando en ella —. Es evidente que Ethan no está en Wyoming. Ha procurado dejar suficientes pistas para que la policía las siga. Solo le ha faltado pegar a la cartera una «Pista». —Vale. —No vale. Nos está tomando el pelo. —¿Y eso es peor que intentar matarnos? —Es un insulto más. Me siento insultada. —Lil cogió la copa y bebió un trago de vino. Página 369 —¿Por eso estás guisando el pollo con una botella de vino de veinticinco dólares? —Si supieras algo de cocina, sabrías que si un vino no es lo bastante bueno para beberlo, tampoco lo es para cocinar. Y tenía ganas de cocinar. Ya te dije que sabía cocinar. Nadie te obliga a comerlo. En cuanto Lil tapó de nuevo la cacerola, Coop se acercó a ella y la abrazó en silencio, apretándola más cuando ella intentó zafarse. La mantuvo entre sus brazos sin decir palabra. —Está allá arriba, riéndose de nosotros. Y eso lo empeora. Me da igual si suena mezquino, pero lo empeora. Así que estoy cabreada. —Me parece perfecto que estés cabreada. Pero puedes mirarlo desde otro punto de vista. Cree que somos idiotas, que tú no eres idiota. Cree que nos hemos tragado su jueguecito, pero no es así. Te ha subestimado, y eso es un error. Le ha costado mucho tiempo y esfuerzo dejar ese rastro, colocar la cartera. Tiempo y esfuerzo desperdiciados. Lil se relajó un poco. —Visto así… Coop le alzó el rostro y la besó. —Hola. —Hola. Deslizó la mano a lo largo de su trenza, deseando poder pedir, exigir, suplicar. Y por fin la soltó. —¿Ha causado muchos estragos el granizo? —Nada del otro mundo. ¿Y en la granja de tus abuelos? —Para secreta satisfacción de mi abuelo, han perdido casi toda la cosecha de col rizada. —A mí me gusta la col rizada. —¿Por qué? —No tengo ni idea —rio ella—. Esta noche dan partido de béisbol por la tele. ¿Te apetece verlo? —Desde luego. —Vale, pues pon la mesa. Coop sacó platos y puso la mesa envuelto en la fragancia de la comida y de ella. Al poco decidió que formular una simple pregunta no equivalía a presionar. —¿Sigue la lencería sexy en tu cajón? —Sí. Página 370 —Vale —masculló él, abriendo el cajón de los cubiertos—. Quiero que elijas una fecha para este verano. Te daré el calendario de los Yankees, y escogerás el partido que te vaya mejor. Puedo pedirle a Brad que envíe el avión. Nos tomaremos un par de días, nos alojaremos en el Palace o en el Waldorf. Lil echó un vistazo a las patatas con romero que se asaban en el horno. —Aviones privados, hoteles elegantes… —Todavía conservo mi abono de temporada. Asientos en tribuna. —Vaya, y encima asientos en tribuna. ¿Cuánto dinero tienes, Cooper? —Mucho. —A lo mejor debería convencerte para que hicieses otra donación. —Te doy cinco mil si tiras el trapito rojo que guardas en el cajón de tu cuarto. —Soborno… Lo pensaré. —Nueva York y los Yankees han sido el primer soborno, ¿no te has dado cuenta? Lil se dijo que había echado de menos aquello, ese tomarse el pelo. —¿Cuánto me das por tirar toda la lencería? —Di tú un precio. —Hum…, podría ser bastante. Quiero construir una residencia para los estudiantes. Coop se volvió hacia ella y ladeó la cabeza. —Es buena idea. Así pasarían más tiempo en el refugio. Dispondrían de más horas, probablemente llegarían a conocerse mejor y a conocer mejor al personal… Y habría varias personas en el recinto a todas horas. —Esto último ni me lo había planteado hasta hace poco, pero la verdad es que ahora no me apetece nada hablar de ello. El alojamiento y el transporte no son problemas graves, pero siempre dan bastante trabajo. Quiero construir una residencia de seis dormitorios, con cocina y salón comunes. Así tendríamos espacio para doce estudiantes. Si donas una cantidad suficiente, le pondré tu nombre. —Soborno. Lo pensaré. Lil sonrió de oreja a oreja. —¿Qué se siente al estar forrado? —Es mejor que estar sin blanca. Me crie con dinero, así que nunca pensé en él; ese fue parte de mi error cuando llegué a la universidad. Nunca había tenido que preocuparme por de dónde salía la comida o por cómo me pagaría Página 371 el siguiente par de zapatos y ese tipo de cosas. Me gasté todos los ahorros y más. —Eras un crío. —Tú también eras una cría, pero tenías un presupuesto y te atenías a él. Me acuerdo de eso. —Yo no me crie con dinero. Tú te gastabas mucho en mí en aquella época. Y yo te dejaba. —En cualquier caso, fue muy duro cuando caí en el hoyo, y la cosa empeoró cuando fui y le dije a mi padre que dejaba la universidad y que quería ser policía. Pero, pese a todo, creía que saldría adelante. Se encogió de hombros y tomó un sorbo de vino como si aquello ya no le importara. Pero Lil sabía que no era cierto. —Pronto recibiría la primera parte del fideicomiso, así que no importaba si tenía que apretarme el cinturón durante un tiempo. No sabía lo que era apretarse el cinturón de verdad, pero lo averigüé. —Debías de estar muerto de miedo. —A veces. Me sentía derrotado y estaba cabreado. Pero al mismo tiempo, estaba haciendo lo que debía, y se me daba bien. Empezaba a dárseme bien. Cuando mi padre bloqueó el pago del fideicomiso y me congeló las cuentas con lo poco que tenía en ellas, la situación se hizo desesperada. Tenía trabajo, no tendría que irme debajo de un puente, pero el cinturón siguió apretándose. Necesitaba un abogado, uno bueno, y los abogados buenos cobran buenos honorarios. Tuve que pedir dinero. Brad me lo prestó. —Ya sabía yo que me caía bien. —Tardé meses, casi un año en poder devolvérselo. Pero no solo se trataba del dinero, Lil, ni de acabar con el control que mi padre ejercía sobre los pagos del fideicomiso. Por fin conseguí acabar con el control que ejercía sobre mí. —Él se lo perdió. Y no me refiero al control. Te perdió a ti. —Y yo te perdí a ti. Lil sacudió la cabeza y se volvió de nuevo hacia el fogón. —Tenía que demostrarme a mí mismo que era alguien antes de poder estar contigo, y eso significaba que no podía estar contigo. —Pero aquí estamos. —Y ahora tengo que volver a demostrarte algo. —No es eso —protestó ella con una nota de exasperación en la voz—. Eso no está bien. Página 372 —Claro que está bien. Es lo justo. Una putada, pero justo. Cuando trabajas con caballos, tienes mucho tiempo para pensar. Y he dedicado gran parte de ese tiempo a pensar en esto. Me tienes en libertad condicional, y eso es una putada. Quieres asegurarte de que no volveré a marcharme y de que quieres que me quede. Pero mientras tanto puedo acostarme contigo y de vez en cuando me encuentro con una comida caliente que no he tenido que preparar yo. Y te puedo contemplar a través de la ventana. No está mal. —¿Sexo, comida y un poco de voyerismo? —Y te puedo mirar a los ojos y ver en ellos que me quieres. Sé que no te resistirás eternamente. —No me estoy resistiendo. Es que… —Te estás asegurando —terminó Coop por ella—. Es lo mismo. Se acercó a Lil con un movimiento rápido y ágil para atraparla en un beso cargado de calidez y deseo. Luego la soltó despacio, no sin antes morderle el labio inferior con infinita delicadeza. —El pollo huele bien. Lil lo apartó un poco más. —Siéntate; creo que ya está listo. Comieron y por acuerdo tácito centraron la conversación en temas livianos. El tiempo, los caballos, el saludo de la nueva tigresa. Fregaron los platos juntos y, después de que Coop comprobara las cerraduras, el único indicio externo de problemas, se sentaron a ver el partido. Más tarde hicieron el amor mientras la luna plateada bañaba la estancia a través de las ventanas. Pese a todo, aquella noche Lil soñó que corría. Una carrera terrorífica por un bosque iluminado por la luna, el corazón desbocado por el miedo y la respiración entrecortada. Sentía el sudor causado por el esfuerzo y la piel empapada por el terror. La maleza desgarraba esa piel mientras intentaba salvarse, y percibía el olor de su propia sangre. Y él también lo percibiría. Se había convertido en su presa. La hierba alta le golpeó las piernas cuando alcanzó la pradera. Oía a su perseguidor cerca, cada vez más cerca por muy deprisa que ella corriera y por mucho que cambiara de dirección. La luna era un foco implacable, negándole todo escondrijo. Solo la huida podría salvarla. Pero su sombra cayó sobre ella como si quisiera abatirla con su peso. Y cuando se volvió para encararse con su cazador y luchar, el puma surgió de entre la hierba alta y se abalanzó sobre ella mostrándole los colmillos. Página 373 27 P asó un día y luego otro. Se recibieron informes de personas que afirmaban haber visto a Ethan en Wyoming, desde su extremo más meridional, en Medicine Bow, hasta la punta norte de Shoshoni. Pero ninguno de ellos arrojó resultados positivos. El equipo de búsqueda de Spearfish fue perdiendo integrantes, y en el pueblo y las granjas circundantes empezaron a hablar de otros temas. La labranza de primavera, la siembra, el nacimiento de los corderos, el puma que había trepado a un manzano en un jardín a menos de quinientos metros del centro de Deadwood. Delante de un plato de tarta en la cafetería, en la oficina de correos y entre tragos de cerveza en el bar, la gente convenía en que el tipo que había matado al pobre diablo de Saint Paul había huido. El rastro se había enfriado. Pero Lil recordaba el sueño y sabía que se equivocaban. Mientras los que la rodeaban bajaban la guardia, ella se dedicó a reforzarla. Tomó por costumbre guardarse un cuchillo en la bota cada mañana. Su peso le otorgaba paz de espíritu aun si le disgustaba el hecho de necesitar un arma. El buen tiempo atrajo a los turistas, y los turistas significaban más donaciones. Mary comunicó que el aumento del siete por ciento alcanzado en el primer trimestre se había mantenido durante las primeras semanas del segundo. Lil sabía que eran buenas noticias, pero no lograba entusiasmarse. Cuanto más tranquilos y rutinarios eran los días, más inquieta se sentía ella. ¿A qué esperaba Ethan? Se hacía esa pregunta cuando cargaba con cestas de comida, cuando regaba las jaulas, cuando almacenaba suministros. Cada vez que hacía la ronda por los recintos se preparaba para un ataque que no llegaba. Casi quería que llegara. Prefería ver a Ethan abalanzarse sobre ella desde el bosque, armado hasta los dientes, que esperar y esperar hasta caer en una trampa invisible. Podía contemplar a Boris y Delilah acurrucados, o ver al macho guiar y a la hembra seguirlo vacilante y sentir placer y orgullo. Pero debajo de aquella sensación siempre acechaban la preocupación y el estrés. Debería ayudar a Mary y a Lucius a planificar la jornada de puertas abiertas que organizaban cada verano, o esforzarse de verdad por ayudar a Página 374 Tansy en los preparativos de la boda. Pero lo único que ocupaba sus pensamientos era ¿Cuándo? ¿Cuándo aparecerá? ¿Cuándo acabará todo esto? —La espera me está volviendo loca. Siguiendo otra costumbre recién adquirida, Lil hacía la ronda de las jaulas con Coop cuando todos los demás se habían marchado. —Lo que toca ahora es esperar. —Pero no por eso tiene que gustarme. Lil llevaba una de las nuevas sudaderas con capucha del Refugio para Animales Salvajes Chance debajo de su chaqueta más vieja, y no podía dejar de manosear los cordeles del cuello. —No es como pasarte media noche sentada en un jeep esperando a que una manada de leones se acerque a beber, ni siquiera como pasarte horas sentada delante del ordenador, siguiendo a un puma con collar para redactar un informe. Por lo menos haces algo. —Quizá estábamos equivocados. Quizá sí que se ha ido al oeste. —Sabes muy bien que no. Coop se encogió de hombros. —Willy hace lo que puede, pero cuenta con unos recursos muy limitados. Los montes son inmensos, y hay un montón de campistas y excursionistas a pie y a caballo que van dejando huellas. —Willy no va a encontrarlo. Creo que los dos lo sabemos. —A veces hay suerte, Lil, y existen más probabilidades de tener suerte si uno persevera. Y Willy persevera como el que más. —Y también existen más probabilidades de tener suerte si uno se arriesga. Me siento atrapada aquí, Coop, peor aún, como si corriera sin moverme del sitio. Necesito moverme, necesito actuar. Necesito ir allá arriba. —No. —No te estoy pidiendo permiso. Si decido hacerlo, no podrás impedírmelo. —Sí que podré. —Coop clavó la mirada en ella—. Y lo haré. —No quiero discutir ni pelearme contigo. Tú has subido. Sé que has hecho excursiones guiadas estos últimos días. Y los dos sabemos que le encantaría hacerte daño aunque solo fuera para jorobarme. —Es un riesgo calculado. Mira —le pidió antes de que ella pudiera rebatir sus palabras—. Si intentara matarme, la búsqueda se reanudaría con su fuerza original. Ha dedicado mucho tiempo y esfuerzo en colocar una flecha hacia el oeste para que el FBI la siga. ¿Por qué traerlos de vuelta? Y en segundo lugar, si fuera lo bastante idiota e impulsivo para intentarlo, llevo una radio que Página 375 enseño a usar a todos los integrantes de las excursiones guiadas, por si hay un accidente. Así que tendría que matarme a mí y a todo el grupo. Riesgo calculado —repitió. —Y encima puedes montar y respirar aire puro. Coop le acarició el pelo, un gesto sutil de compasión. —Cierto. —Sé que vas allá arriba con la esperanza de encontrar algún indicio, alguna pista. Pero no encontrarás nada. Tienes algunos conocimientos, pero bastante oxidados. Y nunca fuiste tan bueno como yo. —Lo cual nos devuelve a la cuestión de la suerte y la perseverancia. —Podría acompañarte, guiar a un grupo contigo. —Y si Ethan nos viera o te viera, podría matarme, secuestrarte a punta de pistola y, para cuando cualquier superviviente avisará por radio, a saber dónde estarías. Muy lejos, si te llevara a caballo. Si esperamos, lo obligamos a mover ficha, a exponerse. Lil se paseaba por delante de la jaula. Dentro de ella, Baby imitaba sus movimientos, lo cual arrancó una sonrisa a Coop. —Este puma te adora. Lil se volvió y casi sonrió. —Nada de pelota esta noche, Baby. Mañana jugaremos. Baby profirió un alarido. Coop habría dicho que era un gemido, si es que los pumas eran capaces de gemir. Lil pasó por debajo de la barrera de protección para acariciarlo a través de la valla, dejar que le empujara la cabeza y le lamiera la mano. —¿Se enfadará si me acerco? —No. Te ha visto muchas veces conmigo. Te ha olido en mí y a mí en ti. El olfato de los pumas no es el mejor del mundo, pero Baby conoce mi olor. Acércate. Cuando Coop se situó junto a ella, Lil le cubrió la mano y la apoyó sobre el pelaje de Baby. —Te asociará conmigo. Sabe que no te tengo miedo ni me siento amenazada por ti. Y le encanta que lo acaricien. Junta tu frente con la mía. Inclínate y junta tu frente con la mía. —Huele tu pelo —murmuró Coop mientras descansaba la frente contra la de Lil—. Como yo. Huele como el monte. Limpio y un poco silvestre. —Y ahora apoya la frente en los barrotes. Es una muestra de afecto, de confianza. Página 376 —Confianza —masculló Coop, intentando no pensar en lo que podían hacer esos dientes tan afilados—. ¿Estás segura de que no es celoso? —No le hará daño a alguien a quien quiero. Coop apoyó la frente en los barrotes. Baby lo observó unos instantes, luego se alzó sobre las patas traseras y apoyó la cabeza contra la frente de Coop. —¿Esto ha sido como estrecharnos la mano o como darnos un beso con lengua? —preguntó Coop. —Algo entre una cosa y la otra. Intenté dejarlo en libertad tres veces. La primera cuando los llevé a él y a sus hermanos a las colinas. Me siguió hasta casa de mis padres. Había ido a verlos a caballo. Imagínate la sorpresa que nos llevamos cuando lo oímos y al abrir la puerta trasera lo vimos sentado en el porche. —Siguió tu olor. —A lo largo de muchos kilómetros, y en teoría no debería ser capaz de hacerlo, ni debería quererlo. —Capacidad combinada con amor, diría yo, y con deseo. —Nada científico, pero… La segunda vez siguió mi rastro hasta el refugio, y la tercera hice que Tansy y un estudiante se lo llevaran. Me sentía culpable. No quería dejarlo marchar, pero pensé que debía intentarlo. Baby llegó aquí antes que ellos. Volvió a casa. Fue su decisión. Buenas noches, Baby. Lil se dirigió de nuevo hacia el camino. —La otra noche soñé que me perseguían. Corría y corría, pero el cazador se hallaba cada vez más cerca. Y cuando supe que estaba perdida, que no me quedaba más remedio que encararme con él y luchar, un puma salió de un salto de la maleza para atacarme. Coop le pasó el brazo por los hombros y Lil se apoyó en él. —Nunca había soñado que me atacaba un felino. Nunca. Ni siquiera después de que me mordiera uno o de salir airosa de una situación arriesgada. Pero esta historia lo ha conseguido. No puedo seguir viviendo con miedo. No puedo seguir encerrada aquí. —Hay otras formas de salír. —¿Cuáles? ¿Ir de compras a la ciudad? —Por ejemplo. —Pareces mi madre. Me sentará bien, me distraerá… Eso cuando no me suelta que Tansy quiere que su mejor amiga y dama de honor la acompañe a elegir el vestido de novia. Página 377 —O sea que irás. —Claro que iré —suspiró Lil—. La madre de Tansy ha llegado hoy, y mañana toca safari consumista. Y me siento culpable porque no me apetece nada. —Podrías comprarte lencería sexy. Lil lo miró de soslayo. —Eres un obseso. —No te agobies y al final llegarás a la línea de meta. —Necesito subir a las colinas, Coop —insistió ella, retorciendo una vez más los cordeles de la sudadera—. ¿Cuánto tiempo más tengo que permitir que me las robe? Coop se inclinó y le besó el cabello. —Llevaremos los caballos a Custer y cabalgaremos por las colinas un día entero. Lil quiso decirle que esas no eran sus colinas, pero habría sido una mezquindad señalarlo. Alzó la mirada hacia su silueta negra y lisa contra el firmamento. Pronto, pensó. Tiene que ser pronto. Lil se recordó, otra vez, que le gustaba ir de compras. Por cuestiones geográficas y logísticas, casi siempre compraba por internet, de modo que cuando tenía ocasión de sumergirse en los colores, las formas, las texturas y los olores de las tiendas en tres dimensiones, lo hacía con entusiasmo. Y también le gustaba la compañía de las mujeres, sobre todo de aquellas mujeres. Sueanne Spurge era encantadora y divertida, y congenió al instante con Jenna y Lucy. También le gustaba la ciudad. Casi siempre. Le gustaba el cambio de ritmo, los monumentos, las tiendas, las muchedumbres. Desde que era pequeña, una excursión a Rapid City siempre había sido algo especial, un día de diversión y ajetreo. Pero ahora el ruido le molestaba, la gente se interponía en su camino y lo único que quería era volver al refugio… que la noche antes se le había antojado casi una cárcel. Sentada en el bonito probador de la boutique de trajes de novia y bebiendo un agua con gas adornada con una fina rodaja de limón, Lil repasaba mentalmente las rutas que tomaría si tuviera ocasión de salir a cazar a Ethan. Página 378 Empezaría por la pradera, donde el asesino había desconectado la cámara. La partida de búsqueda había cubierto aquella zona, pero daba lo mismo. Tal vez habían pasado por alto algún detalle. Ethan había matado allí al menos dos veces. A un ser humano y a su puma. Ese lugar pertenecía a su coto de caza. Desde allí avanzaría hasta la pista de Crow Peak, donde con toda probabilidad había interceptado a James Tyler. Y luego en dirección al río, donde habían descubierto su cadáver. Y a continuación… —¡Lil! Lil dio un respingo tan brusco que a punto estuvo de derramar el agua sobre su regazo. —¿Qué? —El vestido. Tansy abrió los brazos para exhibir el modelito color marfil de hombros descubiertos y grandes cantidades de seda y encaje. —Estás preciosa. —Todas las novias están preciosas —replicó Tansy con un dejo de impaciencia—. Quiero opiniones sobre el vestido. —Hum… —¡A mí me encanta! —Terció Sueanne con las manos juntas mientras se le llenaban los ojos de lágrimas—. Pareces una princesa, cariño. —Ese color te sienta muy bien, Tansy —añadió Jenna—. Es un blanco muy cálido. —Y las líneas —agregó Lucy, acariciando la espalda de Sueanne—. Es muy romántico. —Es un vestido espectacular —logró decir Lil por fin. —Y es una boda en el campo y al aire libre. ¿Solo yo pienso que sí, que es espectacular, pero excesivo para una sencilla boda en el campo? —Pero serás la estrella principal —insistió Sueanne. —Mamá, sé que tienes grabada en la mente la imagen de la princesa Tansy y te quiero por eso. A mí también me gusta el vestido, pero no es lo que tenía pensado para mi boda. —Ah, bueno… —balbució Sueanne, a todas luces decepcionada y con una sonrisa temblorosa—. Eres tú la que tiene que estar convencida. —¿Por qué no buscamos un poco más? —Propuso Lucy—. Lil puede ayudarla a quitarse este y ponerse uno de los otros que tenemos aquí. Pero quizá se nos haya pasado por alto el vestido perfecto. Página 379 —Buena idea. Vamos, Sueanne. —Jenna asió del brazo a la madre de la novia para sacarla del probador. —Me gusta, de verdad —afirmó Tansy, girando sobre sí misma ante el espejo de tres lunas—. ¿Cómo no me va a gustar? Si la boda fuera más formal, me lo compraría sin pensarlo, pero… ¡Lil! —Hum… Maldita sea. Lo siento, lo siento —se disculpó Lil antes de dejar el vaso y levantarse para desabrochar la espalda del vestido—. Soy la peor de las amigas. La peor dama de honor del toda la historia de las damas de honor. Merezco llevar organdí bermellón con dos docenas de volantes y mangas abombadas. No me obligues a llevar organdí bermellón, por favor. —Me reservo esa posibilidad —masculló Tansy—, así que cuidado con lo que haces. Sé que no querías venir. —No es eso; es que no conseguía concentrarme. Pero ahora sí, te lo prometo. Te lo juro. —Entonces ayúdame a ponerme el vestido que he escondido detrás de ese que tiene una falda inmensa. Sé que mamá quiere verme con un enorme vestido blanco, y mejor aún si tuviera una cola de siete metros y seis millones de lentejuelas, pero me he enamorado de este nada más verlo. Creo que es el vestido ideal. Era de un cálido color miel, con un escote corazón festoneado con perlas minúsculas y delicadas. Descendía hasta una cintura pronunciada para luego abrirse en un discreto vuelo. Unas cintas se cruzaban por toda la espalda hasta el intrincado lazo que marcaba la parte posterior de la cintura. —Oh, Tansy, estás… para comerte. Si no fuera por Farley, me casaría contigo. —Me sienta muy bien —afirmó Tansy mientras giraba ante el espejo con expresión radiante—. Eso es lo que quiero. Irradiar por fuera lo mismo que siento desde dentro. —Pues con este vestido lo consigues. No es espectacular. El hermoso y tan tan… tú. —Es mi vestido de boda. Tienes que ayudarme a convencer a mi madre. No quiero decepcionarla, pero es mi vestido. —Creo que… Lil se detuvo en seco cuando Sueanne regresó a la cabeza de la pequeña comitiva. Se quedó mirando a su hija y se llevó las manos a la boca, esta vez ya no pudo contener las lágrimas. —Oh, pequeña. Mi pequeña… —Creo que no hará falta convencerla de nada —concluyó Lil. Página 380 Las compras empezaron a distraerla en cuanto se lo permitió. Y no había nada comparable a la diversión de un día entero de tiendas entre chicas. Vestidos bonitos, zapatos bonitos, bolsos bonitos. Innumerables compras realizadas sin sentimiento de culpabilidad alguno gracias a la boda de Tansy. El intermedio consistió en una elegante comida que a instancias de Sueanne incluyó una botella de champán. Con un humor tan chispeante como el vino, volvieron a ponerse manos a la obra, entrando en floristerías y pastelerías en busca de ideas e inspiración. Con aire triunfal y una montaña de bolsas, se apretaron por fin en el monovolumen de Jenna. Para cuando dejaron a Tansy y a su madre en Deadwood, las farolas ya estaban encendidas. —Debemos de haber caminado unos treinta kilómetros —dijo Lucy, estirando las piernas con un gemido—. Voy a rematar el día con un baño bien largo. —Yo estoy muerta de hambre. Ir de compras siempre me da hambre. Y me duelen los pies —reconoció Jenna—. ¿Qué podría comer dentro de la bañera? —Te duelen porque has salido de la zapatería con los zapatos nuevos puestos. —No he podido resistir la tentación. —Jenna extendía y flexionaba sus doloridos dedos—. No puedo creer que me haya comprado tres pares de zapatos en un solo día. Eres una mala influencia para mí. —Estaban de oferta. —Uno de los tres pares estaba de oferta. —Bueno, uno de los pares te ha salido gratis, así que es como si no te lo hubieras comprado. —Ah, ¿sí? —Claro —afirmó Lucy en tono tranquilo—. Es como si no te lo hubieras comprado, así que míralo desde este punto de vista solo te has comprado dos pares. Y uno de ellos es para la boda; esos no te quedaban más remedio que comprártelos. Así que en realidad solo te has comprado un par. —Una lógica aplastante. Y confusa. En el asiento trasero, Lil escuchaba con una sonrisa a las dos amigas de siempre disfrutando de su mutua compañía. No he dedicado el tiempo suficiente a esto, reconoció. Tiempo para sentarme a escuchar a mi madre, estar con ella, con Lucy. He permitido que ese cabrón me robara también esto, estos pequeños momentos de placer. Pero se acabó. Página 381 —Pasemos un día en un spa. Jenna la miró por el retrovisor. —¿En un qué? —En un spa. No me he hecho una limpieza de cutis ni la manicura desde antes de irme a Sudamérica. Busquemos un día que todas podamos tomarnos libre y reservemos un montón de tratamientos decadentes en un spa urbano. —Lucy, en el asiento trasero hay una mujer que finge ser Lil. Lil se inclinó hacia delante y le dio un golpecito en el hombro. —Le diré a Mary que llame y reserve hora en cuanto haya revisado mi agenda y la de Tansy, así que ya podéis decirle si hay algún día de la semana que viene que no os va bien. Si no, mala suerte. —Creo que podré hacer un hueco en mi agenda. ¿Y tú, Lucy? —Tendré que cambiar un par de cosas, pero creo que sí. Será divertido. —Se giró y sonrió a Lil. —Sí, será divertido. Y ya era hora. En cuanto llegaron a la granja de Lucy, Lil se apeó para estirar las piernas y sentarse delante. —Déjame que te ayude con las bolsas. —Todo esto lo he comprado yo, así que también puedo cargarlo yo — replicó Lucy. Las tres rebuscaron entre las bolsas del maletero del monovolumen. —Esta es mía —declaró Lucy—. Esta es de tu madre. Esta… sí, esta es mía. Y esta. Y… madre mía, creo que me he pasado un poco. Con una carcajada, Lucy besó a Jenna en la mejilla. —No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien. Buenas noches, cariño —se despidió de Lil, besándola también en la mejilla—. Me voy a casa, a oír a Sam preguntándome por qué me he comprado otro par de zapatos si solo tengo dos pies, y luego sumergiré mis viejos huesos en la bañera. —Hasta mañana —dijo Jenna y esperó a que Lucy entrara en la casa antes de enfilar de nuevo el camino. —¿Y tú? ¿Baño o cena? —Creo que me quitaré los zapatos, me relajaré y me comeré un bocadillo enorme. —Has tenido un buen día y serás una dama de honor preciosa. —El vestido es muy bonito —afirmó Lil antes de reclinarse en el asiento con un suspiro—. Hace siglos que no salía así de compras. Siglos. Página 382 —Sé que no te ha resultado fácil ausentarte un día entero. Y ahora vas a organizar otro día en el spa urbano. Eres una buena amiga. —Ella haría lo mismo por mí. Además, he sacado un vestido precioso, unos zapatos fabulosos y un montón de accesorios que en realidad no necesitaba. —Es más divertido cuando no los necesitas. —Qué gran verdad. —Lil jugueteó con los pendientes que se había comprado y que, al igual que su madre había hecho con los zapatos, se había llevado puestos de la tienda—. ¿Por qué será? —se preguntó en voz alta. —Porque comprarte las cosas que necesitas es fruto del trabajo duro, mientras que comprarte lo que no necesitas es la recompensa por el trabajo duro. Trabajas muy duro, cariño. Me alegro de que te hayas tomado el día libre. Ha sido genial ver a Sueanne tan contenta y emocionada, ¿verdad? Está encantada con Farley. —Y tú te sientes orgullosa. —Sí. Es tan gratificante que otras personas te digan lo buena persona que es tu hijo. Me hace sentir bien saber que lo acogerán con tanto cariño en esa familia. Y a ti también te gustará que viva tan cerca. —Apuesto algo a que papá y Farley han pasado de la partida de ajedrez y se han dedicado toda la tarde a pensar en el diseño de la casa. —Seguro que sí. Probablemente lamentarán verme. Cuando llegaron a la verja, Jenna se detuvo para que Lil pudiera pasar la tarjeta e introducir el código. —No sabes cuánto me tranquiliza saber que tienes este sistema de seguridad nuevo. Casi tanto como saber que no estarás sola en casa. —Es raro tener a Coop. Quiero que esté conmigo, pero al mismo tiempo intento no acostumbrarme a su presencia. —Tienes miedo. —Sí. Una parte de mí cree que quizá lo estoy castigando por algo que hizo o no hizo, que dijo o no dijo, cuando yo tenía veinte años. Y no quiero hacer eso. Otra parte de mí se pregunta si estamos juntos aquí por lo que ha pasado, porque yo tengo problemas y él necesita ayudarme. —¿Dudas de que te quiera? —No, no lo dudo. —¿Pero? —Pero si no tengo cuidado y vuelve a marcharse, no sé si lo superaré. —No puedo decirte lo que tienes que hacer. Bueno, podría, pero no lo haré. Solo te diré que nada en el mundo viene con garantía. En el caso de las Página 383 personas y del amor, una promesa tiene que bastar. Y cuando te basta, te dejas llevar. —Cuesta pensar con claridad o sentir con claridad teniendo en cuenta lo que está pasando. No quiero tomar ninguna decisión ni dar un paso importante cuando todo a mí alrededor está patas arriba. —Una actitud muy sensata. Lil entornó los ojos mientras Jenna frenaba delante de la cabaña. —¿Y equivocada? —Yo no he dicho eso. —Sí que lo has dicho, pero no en voz alta. —Lil, eres mi hija. Mi tesoro. —Alargó la mano para apartarle un mechón de cabello y deslizarlo entre los dedos—. Quiero que estés a salvo y que seas feliz. No me sentiré satisfecha hasta que esté segura de las dos cosas, al menos en la medida de lo posible. Quiero a Cooper, así que me encantaría que decidieras que él forma parte de tu seguridad y felicidad. Pero sobre todo quiero seguridad y felicidad por y para ti, decidas lo que decidas. De momento me gusta ver su camioneta aparcada aquí, las luces encendidas en tu cabaña, y… verlo salir al porche para recibirte. Jenna bajó del coche. —Hola, Coop. —Señoras —las saludó Coop mientras bajaba los escalones—. ¿Cómo ha ido? —Puedes hacerte una idea viendo la cantidad de bolsas que llevamos en el maletero. Hemos considerado la posibilidad de alquilar una furgoneta de mudanzas, pero al final hemos conseguido meterlo todo y volver. A duras penas, eso sí. Jenna abrió el maletero y empezó a pasarle bolsas. —¿Habéis dejado algo para el resto del estado? —Lo mínimo. Toma. Lo demás es mío, únicamente mío. —Jenna se volvió y abrazó a Lil—. Deberíamos hacer esto más a menudo. —Tendría que subirme el sueldo. —Llámame mañana. —Vale. —Cuida de mi pequeña, Cooper. —Es mi máxima prioridad. Lil la despidió agitando la mano mientras seguía con la mirada los faros que se alejaban. —¿Todo bien por aquí? Página 384 —Sí. —Debería comprobar si alguien me ha dejado algún mensaje. —Matt y Lucius todavía estaban aquí cuando he llegado. Me han pedido que te diga que todo ha ido bien sin ti. Aunque no te haga ninguna gracia saberlo. —Claro que me hace gracia saberlo. —¿Y por qué frunces el ceño? Voy a entrar las bolsas. —No estoy acostumbrada a pasar un día entero fuera. Y ahora que estaba de vuelta, se preguntaba qué mosca le habría picado para proponer otra salida. —Pasaste seis meses en Perú. —Eso es diferente. Ya sé que no tiene sentido, pero es diferente. Tengo que hacer la ronda por las jaulas. —Ya lo he hecho yo —anunció Coop mientras dejaba las bolsas al pie de la escalera—. Baby se ha conformado conmigo. —Ah, muy bien. Supongo que no hay noticias de Ethan ni nada parecido. —Te lo habría dicho. —Coop se inclinó para besarla—. ¿Por qué no te relajas? Se supone que a las mujeres vaciar tiendas las relaja, ¿no? —Eso ha sido un comentario muy sexista y acertado. Me muero de hambre. —Me he comido las sobras. —Quiero un bocadillo. Enorme. —Pues menos mal que he ido a comprar —dijo Coop mientras entraba con ella en la cocina—. Porque no tenías pan ni nada para poner dentro salvo crema de cacahuete. —Ah, gracias. —Lil abrió la nevera y se quedó mirando el contenido con los ojos muy abiertos—. Caramba. Cuánta comida. —No es tanta si dos personas comen aquí dos veces al día. Lil se encogió de hombros y sacó algunos envases de embutido. —Hemos ido a comer a un restaurante muy elegante, lo cual significa que siempre acabas pidiendo ensalada. Una ensalada elegante, eso sí. He estado a punto de pedir una cerveza, pero no pegaba. Sobre todo porque hemos pedido una botella de champán. Creo que está prohibido tomar cerveza y champán en la misma mesa. Coop se sentó en el banco y la observó. —Lo has pasado bien. Se te nota. —Sí. Me ha llevado un buen rato cambiar de chip, ponerme en situación o como quieras llamarlo. Pero por suerte lo he conseguido y no me veré Página 385 obligada a llevar organdí bermellón con volantes en la boda de Tansy. —¿Qué color es el bermellón exactamente? —preguntó Coop con la cabeza ladeada. —La peor pesadilla de cualquier dama de honor. Tansy se ha comprado un vestido increíble. Es brutal, y el mío lo complementará a la perfección. Y los zapatos… Ver a Lucy y a mi madre en la sección de zapatería es apasionante y muy educativo. Comparada con ellas, no soy más que una aficionada. Y los bolsos… Charló sobre los bolsos y las floristerías, reviviendo pequeñas anécdotas del día mientras se servía un vaso de leche. —Hemos saqueado las tiendas como una manada de ciervos hambrientos. Creo que al final del día mi tarjeta de crédito sacaba humo. —Llevó el bocadillo a la mesa y se dejó caer en el banco—. ¡Dios, cómo me duelen los pies! —Dio el primer bocado al tiempo que se quitaba los zapatos—. Es un gran esfuerzo esto de ir de compras. Tanto como limpiar establos. —Ya. Coop apoyó los pies de Lil sobre su regazo y empezó a masajearle la planta con los nudillos. Lil sintió que un estremecimiento la recorría de pies a cabeza. —Oh… Así debe de ser el paraíso. Un bocadillo enorme, un vaso de leche fría y un masaje en los pies. —Sales muy barata, Lil. Ella sonrió y dio otro bocado. —¿En qué parte de mi día de compras has desconectado? —En la zapatería. —Lo sospechaba. Por suerte para ti, das unos masajes de pie de muerte. Más tarde, mientras colgaba el vestido nuevo en el armario, se dijo que había sido un día excepcional. Sin estrés en cuanto a desterrarlo de su mente, y salpicado de momentos de auténtica felicidad y de maravillosa frivolidad. Y su madre tenía razón, comprendió mientras oía a Coop encender la radio para escuchar los resultados del béisbol. Era agradable tener a alguien que saliera a recibirte al porche. Página 386 28 L il notó que la tocaba, el roce más delicado, una caricia suavísima en el hombro y brazo abajo, como si quisiera asegurarse de que estaba allí antes de levantarse en la oscuridad previa al alba. Permaneció tumbada, ahora muy despierta, en el calor de la cama, el calor que Coop había dejado para ella, y escuchó el sonido de la ducha, el salpicar del agua contra los azulejos y la bañera. Consideró la posibilidad de levantarse, preparar el café y empezar el día. Pero había algo tan reconfortante, tan encantadoramente sencillo en el hecho de quedarse en la cama y escuchar el agua correr en el baño… Las tuberías protestaron una vez, y Lil sonrió al escuchar la palabrota de Coop amortiguada por la puerta cerrada del baño. Le gustaba darse duchas largas, lo bastante largas para que el pequeño calentador se quejara. Ahora se afeitaría… o no, según le diera. Se cepillaría los dientes con la toalla enrollada alrededor de las caderas y el cabello aún empapado. Se lo frotaría impacientemente con la toalla y quizá se pasaría un par de veces los dedos por el pelo. Menuda suerte no tener que dedicar tiempo ni esfuerzo en el pelo. En cualquier caso, la vanidad no formaba parte de la naturaleza de Coop. Ya estaría pensando en las cosas que tenía que hacer durante el día y qué tarea de la lista acometería primero. Tenía muchas obligaciones, se dijo Lil. La granja, la hípica y por ser como era, la responsabilidad de seguir implicando a sus abuelos en los quehaceres cotidianos, cerciorándose al mismo tiempo de que no trabajaban demasiado. Y luego ella. No solo se trataba de recuperarla, sino también de ayudarla a afrontar la amenaza muy real que los acechaba a ella y, los suyos. Eso significaba más horas, más preocupaciones y más trabajo en su día ya de por sí apretado. Y le regalaba flores. Coop volvió al dormitorio con sigilo. Lil sabía que era al mismo tiempo una habilidad innata y un gesto considerado. A fin de no despertarla, se vistió en la penumbra y no se puso las botas. Olía a agua y jabón, una fragancia que también la reconfortaba. Lo oyó abrir un cajón y volver a cerrarlo. Página 387 Más tarde, pensó, bajaría la escalera y percibiría el aroma del café y de la compañía. Alguien la quería lo suficiente para pensar en ella. Con toda probabilidad encendería el fuego para mitigar el frío de la casa pese a que él ya no disfrutaría de su calor. Si lo necesitaba en cualquier momento del día, no tenía más que llamarle, y él siempre hallaba el modo de ayudar. Coop se acercó a la cama, se inclinó hacia ella y la besó en la mejilla. Lil estuvo a punto de decir algo, pero decidió que las palabras estropearían el momento, le arrebatarían lo que sucedía en su interior, de modo que guardó silencio mientras él abandonaba el dormitorio. La noche anterior había salido al porche para recibirla. Se había comido las sobras y había hecho la compra. Luego la había acompañado a hacer la ronda nocturna. La estaba esperando, reconoció Lil. Pero ¿qué esperaba ella? ¿Promesas, garantías, certeza? Coop le había roto el corazón, y la había sumido en una soledad innombrable. No importaba que hubiera actuado movido por las mejores intenciones; aun así, le había hecho mucho daño. Y el dolor seguía allí. Lil tenía casi tanto miedo de ese dolor como de Ethan. De hecho, Coop era el único hombre capaz de romperle el corazón o intimidarla. ¿Quería vivir sin ese riesgo? Porque nunca se libraría de él si estaba con Coop. Al igual que nunca se sentiría tan absolutamente a salvo, feliz y emocionada con ningún otro hombre. Lo oyó marcharse cuando el amanecer empezaba a filtrarse por las ventanas. La puerta se cerró tras él y al cabo de unos instantes oyó el motor de la camioneta. Se levantó y fue a abrir el último cajón de la cómoda. Hundió la mano en varias capas de jerséis hasta desenterrar el puma que él le había tallado cuando eran niños. Sentada en el suelo con las piernas cruzadas, deslizó los dedos por las líneas del animal como había hecho innumerables veces a lo largo de los años. Lo había guardado, cierto. Pero siempre lo llevaba consigo cuando viajaba y lo conservaba en aquel cajón cuando estaba en casa. Su talismán. Y un pedazo tangible de Coop del que nunca había logrado desprenderse. A través de aquel símbolo de talla tosca, Coop la había acompañado a Perú, Alaska, África, Florida y la India. Había sido su acompañante en cada uno de sus expediciones de campo. Veinte años, pensó. Habían transcurrido casi veinte años desde que Coop cogió un trozo de madera y talló lo que ya entonces sabía que era sumamente Página 388 valioso para ella. ¿Cómo iba a vivir sin eso? ¿Por qué iba a querer vivir sin eso? Se levantó, dejó el puma sobre la cómoda y abrió otro cajón. Sintió una punzada de remordimientos por Jean-Paul. Esperaba que estuviera bien y que fuera feliz. Le deseaba todo el amor que merecía. Y luego vació el cajón. Llevó la lencería a la planta baja. El fuego chisporroteaba en la chimenea, y el aroma del café impregnaba el aire. Una vez en la cocina, metió las prendas en una bolsa y con una leve sonrisa la llevó al lavadero. Podía esperar hasta que Coop volviera a casa, se dijo, porque esa era su casa ahora. La de los dos. El hogar era el lugar donde uno amaba si era afortunado. Donde alguien encendía el fuego y esperaba a que volvieras. Era el lugar donde conservabas lo más valioso. Un bate de béisbol, un puma tallado. Se sirvió una taza de café, subió con ella al dormitorio y se vistió para empezar el día. Sería un buen día, pensó, porque en él se abriría a las alegrías y los riesgos del amor. Coop transpiró el primer sudor del día limpiando los establos. Ese día tenían tres excursiones de grupo, dos de ellas guiadas, de modo que necesitaba un par de caballos más y ultimar todos los preparativos. También tenía que pedir hora al veterinario y al herrero, tanto para los establos como para la granja. Y pasar por el despacho para echar un vistazo a la web y ver si había más solicitudes de excursiones. Además, quería una hora entera sin interrupciones para estudiar los expedientes, sus notas y el mapa en busca de una nueva perspectiva para rastrear a Ethan Howe. La había, él sabía que la había. Pero no alcanzaba a verla. El puñado de hombres no podían cubrir los centenares de acres que comprendían colinas, bosques, cuevas y llanos. Los perros no podían seguir ningún rastro si no había ningún rastro que seguir. Necesitaban un señuelo. Algo que sacara a Ethan de su escondrijo, lo suficiente para atraparlo. Pero, puesto que el único cebo lo bastante atractivo parecía ser Lil, tenía que encontrar otro camino. Otra perspectiva. Arrojó otra brazada de heno en la carretilla y se apoyó en la horca al ver entrar a su abuelo. Apenas cojeaba, observó, aunque la cojera se acentuaba si Página 389 pasaba muchas horas en pie. En aquel aspecto, la idea consistía en conseguir que Sam se tomará varios descansos sin que parecieran descansos. —Justo el hombre al que quería ver. —Coop se interpuso entre su abuelo y la carretilla antes de que a Sam se le ocurriera cargar con el estiércol—. ¿Me haces un favor? Necesitamos hora con el veterinario y el herrero tanto aquí como en los establos. Si te encargas tú, me ahorrarás un buen rato. —De acuerdo. Te dije que los establos los limpiaría yo. —Ah, pues lo había olvidado. En fin, ya casi he terminado. —Chaval, tú no te olvidas de nada. Ahora dame la horca. —Sí, señor. —Si te estás devanando los sesos para encontrar otras formas de quitarme trabajo y atarme a la mecedora, te lo pondré fácil. —Con el garbo que da la experiencia, Sam se puso a limpiar el último establo—. Joe y Farley me han pedido que los ayude a comprobar las vallas. Voy a contratar al hijo de los Hossenger para que se ocupe de algunas cosas aquí antes y después de la escuela. Si lo hace bien, se quedará todo el verano. Se le ha metido en la cabeza que quiere trabajar con caballos. Le daremos una oportunidad. —Vale. —Es fuerte y no tiene un pelo de tonto. Ayer hablé con Bob Brown. Dice que su nieta busca trabajo. La chica sabe montar y está pensando en preguntarte si necesitas otro guía. —No me iría mal, sobre todo ahora que está a punto de empezar la temporada. ¿Conoce los caminos? —Bob dice que sí. Y por lo visto es muy sensata. Habla tú con ella y decide. —De acuerdo. Sam hinchó los carrillos. —Jessie Climp da clases en la escuela primaria y busca un trabajo de verano. Podrías hablar con ella. Se ha criado entre caballos y se le dan bien los niños. Podría ser ideal para esos paseos en poni que vamos a ofrecer. Coop sonrió. De modo que había estado comentando los cambios que quería introducir. —Hablaré con ella. —En cuanto a los ordenadores nuevos y demás, lo dejo en tus manos y en las de Lucy. No quiero tocarlos más de lo estrictamente necesario. —Nos pondremos a ello en cuanto podamos. Página 390 —Y por lo que respecta a la ampliación, a lo mejor hablo con Quint para que nos diseñe algo. He hablado con Mary Blunt sobre el tema de la tienda, y dice que en la tienda de Lil venden postales y cosas así. —No has parado. —Ayer fui al médico. Dice que estoy bien y en forma. La pierna está curada. —Para demostrarlo, Sam se dio un cachete en el muslo—. A mi edad tendré que mimarla un poco, pero puedo caminar, estar de pie, montar a caballo y conducir el tractor. Así que volveré a ocuparme de algunas de las excursiones guiadas. No has venido para matarte a trabajar; no es eso lo que queremos tu abuela y yo. —Estoy bastante lejos de matarme a trabajar. Sam se apoyó en la horca, como había hecho Coop. —Me ha costado bastante decidirme a contratar a más gente. No me gustan los cambios. Pero las cosas cambian nos guste o no, y la verdad es que la hípica va bien. Mejor de lo que esperábamos. Tenemos que contratar a más gente aquí y también en la granja para que puedas hacer lo que has venido a hacer, y si eso significa añadir algunas cosas y cambiar otras, así se hará. —Que contrates a más personal no herirá mis sentimientos, pero estoy haciendo lo que vine a hacer, ampliemos o no la empresa. —Viniste para ayudar a tu abuelo lisiado. —Sam dio un salto y una patada, y Coop se rio—. ¿A ti te parece que estoy lisiado? —No, pero tampoco es que seas Fred Astaire. Sam blandió la horca. —Viniste a excavar las raíces que plantaste cuando eras un crío. Para llevar la hípica y ayudar en la granja. —Como te he dicho, estoy haciendo lo que vine a hacer. —No del todo —puntualizó Sam, señalándolo con el dedo—. ¿Estás casado con esa chica? ¿Acaso olvidaste invitarme a la boda? —No vine para casarme con Lil. De hecho, creía que ella iba a casarse con otro. —En tal caso, habrías buscado la manera de quitársela al francés a los diez minutos de volver a verla. —Puede. Sam asintió con aire satisfecho. —Lo habrías hecho. En fin, voy a contratar a más personal y vamos a ampliar la empresa. Tu abuela y yo lo hemos decidido. —Vale. Haré que funcione, abuelo. Página 391 —Si funciona para ti, seguro que también funcionará para mí. Y tendrás tiempo para hacer todo lo que viniste a hacer. Voy a terminar esto. Tú ve a convencer a tu abuela para que te prepare el desayuno antes de irte. Tiene pensado empezar hoy la limpieza de primavera, así que estamos apañados. En la cocina encontrarás los nombres y los números de teléfono de las personas que te he dicho. —Me llevo la carretilla. —¿Crees que no tengo suficiente fuerza para cargarla yo? —Abuelo, estoy seguro de que puedes cargar tu mierda y la del resto del mundo, pero me viene de camino. Coop empujó la carretilla mientras Sam reía a carcajadas. Se dirigió hacia el estercolero con una sonrisa de oreja a oreja. En la cocina de los Chance era la hora del desayuno. Farley engullía tortitas sin dar crédito a su suerte, pues iban acompañadas de salchichas y patatas fritas. Un desayuno propio de un rey para un día entre semana. —Jenna nos llena el estómago para compensar el hecho de que ayer me vació la cartera —dijo Joe. Jenna le dio un codazo en el hombro y volvió a llenarle la taza de café, un gesto que alivió solo un poco la cantidad que había sacado de la tarjeta de crédito. —Nuestra cartera, señor mío. —Pero sigue estando vacía. Jenna se echó a reír y se sentó para repasar la lista de la compra, la de la tienda de piensos y otros recados. —Es día de mercado, así que voy a vaciar un poco más la lata de monedas que tienes enterrada en el jardín. —Yo antes creía que de verdad tenías una —dijo Farley entre dos bocados. —¿Y qué te hace pensar que no la tengo? Si quieres un consejo, Farley, agénciate una lata de esas y entiérrala bien hondo. Un hombre casado necesita fondos de emergencia. En los ojos de Jenna apareció un destello divertido pese a que los entornó para mirar a su marido. —Estoy al corriente de todo lo que hay enterrado en esta casa. Y también sé dónde enterrar tu cadáver para que nadie lo encuentre si no te andas con cuidado. Página 392 —Una mujer capaz de amenazarte de muerte a la hora del desayuno es el único tipo de mujer que merece la pena tener —aseguró Joe a Farley. —Tengo una de esas; soy un tipo con suerte. —Pues más vale que estos dos tipos con suerte acaben y salgan de aquí si quieren hacer algo de provecho antes de ir a ayudar a Sam. —Estaremos fuera casi todo el día. Llevaremos la radio por si necesitas algo. —Yo también tengo un día muy ocupado. Lucy os preparará la comida, o sea que no os moriréis de hambre ni tendréis que volver antes de terminar el trabajo. Más tarde iré al pueblo y luego pasaré a ver a Lucy. Ella ha empezado hoy la limpieza de primavera, así que me encargaré de comprarle en el mercado las provisiones que necesita. —¿Puedes pasar por la ferretería? Necesito un par de cosas. —Ponlas en la lista. Joe anotó lo que necesitaba mientras apuraba el café. —Si quieres tener cerca a los perros, podemos entrarlos. —No, de todos modos me iré dentro de un par de horas. Deja que salgan a correr con vosotros. ¿Vendrás a cenar, Farley? —Bueno, la madre de Tansy se va hoy, así que había pensado… —Sé perfectamente lo que habías pensado. Entonces hasta mañana. Añadió un par de cosas más a la lista mientras Farley quitaba la mesa. —Iré a cargar las herramientas —anunció el joven al acabar—. Gracias por el desayuno, Jenna. Una vez se quedaron a solas, Joe guiñó un ojo a su mujer. —Parece que esta noche tendremos la casa para nosotros solos, así que había pensado… Jenna se echó a reír. —También sé perfectamente lo que tú habías pensado. —Se acercó para recibir su beso—. Vete ya, así podrás volver temprano. Y no te canses demasiado, no vaya a ser que no te quede energía suficiente para lo que tienes pensado. —Siempre me queda energía suficiente para eso. Mientras completaba las listas en la cocina, ahora silenciosa, Jenna sonrió; Joe había dicho la pura verdad. Lil ayudó a limpiar y regar las jaulas antes de ir a las oficinas. Era día de higiene dental, de modo que Matt y varios estudiantes estarían muy ocupados Página 393 sedando animales y limpiando dientes. Asimismo, aquella mañana debía llegar un cargamento de pollo, lo cual significaba que otros estudiantes se dedicarían a descargar y almacenar la carne. El torno de la puerta de la jaula de la leona había hecho un ruido muy desagradable aquella mañana cuando lo bajó para mantener a Sheeba fuera del recinto mientras otros la limpiaban y desinfectaban. Necesitaba mantenimiento, pensó, y algunas plegarias para que no hubiera que cambiarlo. Tal vez algún día podría permitirse el lujo de comprar sistemas hidráulicos, pero ese día aún no había llegado. —Esta mañana pareces más contenta que unas pascuas —comentó Mary. —Ah, ¿sí? —Sí —asintió Mary, mirándola por encima de las gafas de leer—. ¿Buenas noticias? —Ninguna noticia, lo cual supongo que es bueno. La temperatura llegará a los veintiún grados, una auténtica ola de calor. El hombre del tiempo dice que seguirá así hasta mañana y que luego bajará de golpe unos seis grados. Necesitamos más pienso para el zoo infantil. —Lo encargué ayer. —Tengo noticias —anunció Lucius, agitando su sempiterna barrita de regaliz—. Acabo de consultar la web; ya hemos recibido cinco mil dólares en donaciones por Delilah. La gente está emocionadísima con ella, con ella y con Boris. Supongo que es por la historia de amor entre ellos. —En tal caso, generaremos una historia de amor para todos los animales. —Esos dos han recibido más visitas que ningún otro animal esta semana a través de la webcam, y también más comentarios. Estaba pensando que podríamos actualizar las biografías de todos los animales, hacerlas un poco más interesantes. Y cambiar algunas fotos, e incluso colgar un par de vídeos. —Buena idea. ¿Sabes qué, Lucius? Podrías hacer un par de vídeos de Matt y los estudiantes haciendo limpiezas dentales. No es que sea muy sexy, pero muestra el tipo de cuidados que les damos y el trabajo que supone. Es didáctico y además podría generar donaciones de personas que no saben la cantidad de trabajo que representa cuidar de ellos. —Sí, pero creo que funcionaría mejor si los acompañaras con algún texto. Algo gracioso que hablara de que la gente odia a los dentista y cosas así. —A ver si se me ocurre algo. Entró en su despacho para trabajar en un artículo que esperaba poder vender para sufragar el rescate de Delilah. Lo aderezaría con el toque romántico de su relación con Boris. La buena alimentación, los cuidados Página 394 adecuados y el alojamiento eran importantes, pero la conexión con otro ser vivo era lo que hacía que la vida mereciera realmente la pena. Con un gesto de asentimiento, Lil se sentó y se puso manos a la obra mientras se decía que, en efecto, el amor flotaba en el ambiente. Estaba preparado, del todo listo. Le había llevado horas y horas de trabajo, pero ahora creía que cuanto necesitaba estaba dispuesto. El momento era una incógnita, un factor de riesgo, pero merecía la pena. De hecho, todo sería más emocionante, más importante gracias a esa incertidumbre. Estaba preparado para matar aquí y ahora, y también para correr el riesgo. Pero mientras vigilaba desde su escondite, bajó la ballesta. Tal vez no tuviera que matar para atraer a su presa. Quizá fuera mejor hacerlo de forma limpia. Le costaría menos tiempo y energía. Y de ese modo la auténtica cacería resultaría mucho más satisfactoria. Míralos, pensó, ahí están, ocupados en sus tareas, esas tareas inútiles, sin tener ni idea de que él andaba tan cerca. Ni idea de que los estaba observando. Podría matarlos tan fácilmente… Sería tan fácil… más fácil incluso que matar un ciervo que estuviera bebiendo en el río. Pero ¿no se esforzaría ella más, no correría más, no lucharía con más encono si les perdonaba la mísera vida? Si derramaba demasiada sangre, tal vez ella dejara de luchar. Y no era eso lo que él quería. Había esperado demasiado tiempo y trabajado demasiado duro. Así que siguió observándolos mientras cargaban los rollos de tela metálica. Putos granjeros, empeñados en compartimentar la tierra. Su tierra. Encerrando a las reses descerebradas, animales ni tan siquiera dignos de convertirse en presas. Venga, venga, los apremió, apretando los dientes mientras oía sus voces y sus risas. Marchaos. Para cuando volváis, todo habrá cambiado. Sí, mejor dejarlos con vida, dejarlos sufrir cuando se dieran cuenta de lo que había hecho justo delante de sus narices. Sus lágrimas serían más dulces que su sangre. Sonrió mientras los perros corrían y saltaban de emoción. Ya se había resignado a matar a los perros, pero no le había hecho ni pizca de gracia. Y ahora, por lo visto, incluso podría evitar derramar su sangre. Los hombres se fueron, los alegres perros los siguieron. Y la pequeña granja del valle entre las colinas se sumió en el silencio. Pero siguió Página 395 esperando. Quería que estuvieran lejos, fuera de su vista y del alcance de su oído antes de salir de su escondrijo. Había observado a las mujeres tantas veces… había estudiado la rutina de la granja como estudiaba a los animales a los que acechaba. Ella era fuerte, y sabía que tenían armas en la casa. Cuando se la llevara, tendría que hacerlo deprisa. Rodeó el granero a paso rápido y sigiloso. En su imaginación llevaba pieles de gamuza y mocasines, así como el rostro pintado con los símbolos del guerrero. Los pájaros trinaban, y algunas vacas mugían. Oyó el cloqueo de los pollos y, al acercarse a la casa, la voz de la mujer cantando. Su madre nunca cantaba. Había vivido con la cabeza gacha y la boca cerrada, haciendo lo que se le ordenaba para evitar recibir otra paliza. Al final, su padre no había tenido más remedio que matarla. Le explicó que su madre le había robado. Se había quedado las propinas. Había escondido dinero. Mentido. Zorra blanca de mierda, espetó su padre mientras la enterraban muy hondo. Un error. Las mujeres no servían para nada, y las blancas eran las peores de todas. Una lección importante. Se acercó a la ventana lateral; recordaba la disposición de la cocina de las veces que la había espiado. Oía el golpeteo de cacharros. Estaba fregando los platos, se dijo, y al asomarse con cuidado a la ventana, descubrió con satisfacción que la mujer estaba de espaldas a él mientras cargaba el lavavajillas. Sobre el mostrador se amontonaban sartenes y cacerolas, y la mujer balanceaba las caderas y cantaba. Se preguntó cómo sería violarla, pero de inmediato descartó la idea. La violación no era digna de él. Tampoco ella era digna de él. No se ensuciaría tocándola. Era el cebo. Nada más. El agua corría en el fregadero. Oía el golpeteo de las cacerolas. Bajo la protección del ruido procedente de la cocina, se deslizó hasta la puerta trasera y probó el picaporte. Sacudió la cabeza algo decepcionado al ver que no estaba cerrada con llave. Se había imaginado derribándola, había visualizado el horror en el rostro de la mujer cuando lo viera. Pero dadas las circunstancias, bajó el picaporte, la abrió y entró. Página 396 La mujer se volvió bruscamente, sartén en mano. Cuando la levantó para golpearlo con ella o arrojársela, Ethan se limitó a levantar la ballesta. —Preferiría no hacerlo, pero si quieres que te clave este dardo en la barriga, allá tú. Estaba tan pálida, que sus ojos relucían muy negros en contraste con la piel. Recordó que por sus venas corría una parte de su sangre. Pero ella había permitido que se diluyera. Había hecho caso omiso de su legado. Bajó la sartén muy despacio. —Hola, Jenna —la saludó. Observó que la garganta de Jenna se movía espasmódica y disfrutó de su miedo. —Hola, Ethan. —Fuera —le ordenó mientras separaba el móvil de Jenna del cargador y se lo guardaba en el bolsillo trasero—. Puedo dispararte un dardo en el pie y arrastrarte —añadió al ver que no se movía—, o puedes salir por tu propio pie. Tú decides. Alejándose lo más posible de él, Jenna fue a la puerta y salió al porche. Ethan cerró la puerta a sus espaldas. —Sigue andando. Harás exactamente lo que yo te diga y exactamente cuándo te lo diga. Si intentas escapar, averiguarás que un dardo es mucho más rápido que tú. —¿Adónde vamos? —Lo sabrás cuando lleguemos. Consideró que no caminaba lo bastante aprisa y la empujó. —Ethan, te están buscando. Tarde o temprano te encontrarán. —Son imbéciles. Nadie me encontrará si no quiero que me encuentren. — La obligó a andar en dirección a los árboles. —¿Por qué haces esto? Vio que la mujer movía la cabeza de un lado a otro y supo que buscaba algún lugar al que correr, que estaba calibrando sus posibilidades. Casi deseó que lo intentara. Como Carolyn. Aquello sí había sido interesante. —Es lo que soy. Es lo que hago. —¿Matar? —Cazar. Matar es el final del juego. Apóyate de cara al árbol —ordenó al tiempo que la empujaba. Jenna extendió las manos para mantener el equilibrio y se las arañó con la corteza. —Muévete o te haré daño. Página 397 —¿Qué hemos hecho? Jenna intentó pensar, encontrar una salida, pero no lograba superar el temor. El miedo reptaba por sus entrañas y sobre su piel hasta invadir cada poro. —¿Qué te hemos hecho? —Esto es tierra sagrada —replicó Ethan mientras le pasaba una cuerda por la cintura y apretaba lo suficiente para dejarla sin aliento—. Es mía. Y tú… tú eres aún peor que los demás. Llevas sangre sioux en tus venas. —Amo la tierra. —¡Piensa, piensa, piensa!—. Yo… Mi familia siempre la ha honrado y respetado. —Mentirosa. Le empujó la cabeza contra el árbol, haciéndole sangre, y cuando Jenna lanzó un grito, le tiró del cabello con fuerza. —Ponte esto y súbete la cremallera. —Le arrojó un anorak azul marino—. Y ponte la capucha. Nos vamos de excursión, Jenna. Escúchame con atención. Si nos cruzamos con alguien, mantén la boca cerrada y la cabeza baja. Y limítate a hacer lo que te ordene. Si mueves un solo músculo, si intentas conseguir ayuda, mataré a cualquier persona con la que hables. Y su muerte te pesará en la conciencia. ¿Entendido? —Sí. ¿Por qué no me matas ahora? Ethan sonrió de oreja a oreja. —Porque tenemos cosas que hacer. —Pretendes utilizarme para llegar hasta Lil, pero no te lo permitiré. Ethan volvió a agarrarla del pelo y tiró hasta que Jenna vio las estrellas. —Me sirves tanto viva como muerta. Es más divertido si estás viva, pero muerta también me sirves. —Dio una palmadita al cuchillo que llevaba envainado en el cinturón—. ¿Crees que reconocería tu mano si te la corto y se la envío? Podemos probar. ¿Que te parece? —No —balbució ella con las mejillas empapadas de lágrimas de impotencia y dolor—. Por favor. —Entonces haz lo que digo. Ponte esto. —Le tendió una mochila gastada —. Somos dos excursionistas —señaló, tirando de la cuerda—, y uno de ellos va atado con una correa. Y ahora camina. Date prisa o me las pagarás. Ethan evitó el camino en la medida de lo posible; avanzaban a buen paso por terreno muy agreste. Si Jenna tropezaba, tiraba de ella o la arrastraba. Y puesto que parecía disfrutar de ello, Jenna dejó de intentar entorpecer su avance. Página 398 Sabía que estaban recorriendo los márgenes de las tierras de su hija, y el corazón se le desbocó. —¿Por qué quieres hacer daño a Lil? Mira lo que ha hecho aquí. Protege la tierra y da refugio a animales salvajes. Tú eres sioux, respetas a los animales. —Los mete en jaulas para que la gente pueda mirarlos. Por dinero. —No, ha dedicado su vida a salvarlos y a educar a la gente. —Les da de comer como si fueran mascotas —prosiguió él, empujándola al ver que se detenía—. Atrapa a los que deberían ser libres y los enjaula. Eso es lo que quieren hacer conmigo. Enjaularme por hacer lo que está escrito en mi destino. —Todo lo que ha hecho ha sido para proteger la tierra y la fauna. —¡Esta tierra no le pertenece! ¡Ni los animales tampoco! Cuando acabe con ella, los dejaré a todos en libertad para que puedan cazar como yo. Quemaré el refugio hasta los cimientos, luego tu casa y todo lo demás. —En su rostro brillaba un destello de auténtica locura—. Purificación. —Entonces, ¿por qué mataste a los demás? ¿A James Tyler? ¿Por qué? —La caza. Cuando cazo para comer, lo hago con respeto. Pero por lo demás… es un deporte. Aunque en el caso de Lil son las dos cosas. La respeto. Estamos unidos. Por la sangre, por el destino. Ella descubrió a mi primera víctima. Sabía que algún día nos enfrentaríamos. —Ethan, eras un niño. Podemos… —Era un hombre. Al principio pensé que había sido un accidente. Me gustaba esa chica. Quería hablar con ella, tocarla. Pero ella me rechazó. Me maldijo. Me pegó. No tenía ningún derecho. —Tiró de la cuerda, y Jenna cayó dando tumbos sobre él—. Ningún derecho. —No —musitó Jenna con el pulso acelerado—. Ningún derecho. —Y cuando vi mis manos manchadas con su sangre, tuve miedo, lo reconozco. Tuve miedo. Pero era un hombre y supe lo que debía hacer. La dejé como ofrenda para los animales, y fue la hembra de puma la que acudió a por ella. Mi espíritu guía. Y fue hermoso. Devolví a la tierra lo que se le había arrebatado. Fue entonces cuando me convertí en un hombre libre. —Ethan, necesito descansar. Tienes que dejarme descansar. —Descansarás cuando yo lo diga. —No soy tan fuerte como tú. Tengo edad suficiente para ser tu madre. No puedo ir tan deprisa. Ethan se detuvo, y Jenna advirtió un destello de vacilación en su mirada. Pese a que tenía la garganta reseca, intentó tragar saliva. Página 399 —¿Qué le pasó a tu madre, Ethan? —Recibió su merecido. —¿La echas de menos? ¿La…? —¡Cierra el pico! No hables de ella. No la necesitaba. Soy un hombre. —Todo hombre empieza siendo un niño y… Enmudeció cuando Ethan le cubrió la boca con la mano mientras escudriñaba los árboles. —Viene alguien. Baja la cabeza y cierra la boca. Página 400 29 J enna sintió el brazo de Ethan rodeándole la cintura, para inmovilizarla, supuso, y para ocultar la cuerda que asomaba por debajo del anorak. Rezó por la vida de la persona con la que se habían topado y al mismo tiempo rezó porque esa persona advirtiera algo extraño. No se atrevía a hacerle una señal, pero sin duda percibiría su miedo y la locura en el hombre que la sujetaba contra su costado. Estaba en sus ojos. ¿Cómo podía alguien pasar por alto la demencia asesina que centelleaba en sus ojos? Esa persona podría buscar ayuda. Había alguna posibilidad de conseguir ayuda. Y entonces Ethan jamás podría llegar hasta Lil. —¡Buenos días! Oyó el alegre saludo y se arriesgó a alzar la mirada unos centímetros. El pulso se le aceleró cuando vio las botas y los pantalones de uniforme. No era un excursionista, pensó, sino un guarda forestal. Y por tanto iría armado. —Buenos días —repuso Ethan—. ¡Hace una mañana preciosa! —Ideal para salir de excursión. Se han apartado bastante del camino. —Sí, queríamos explorar un poco. Hemos visto unos ciervos y hemos decidido seguirlos un rato. —No les aconsejo que se alejen demasiado. Es muy fácil perderse si uno se aparta de las pista señalizadas. No se quedarán a pasar la noche, ¿verdad? —No, señor. «Pero ¿no oye la locura en su voz? ¿No la oye en esa alegría forzada? Si se nota a la legua…». —Bueno, han recorrido bastante trecho desde el comienzo del camino. Si siguen en esta dirección, la cuesta se hace bastante escarpada, pero las vistas merecen la pena. —Por eso estamos aquí. —Si retroceden hasta el camino señalizado lo pasarán mejor. —Así lo haremos, gracias. —Disfruten del día y del tiempo. Vayan hacia… —El forestal se interrumpió con expresión vacilante—. ¿Jenna? ¿Jenna Chance? Jenna contuvo el aliento y negó con la cabeza. —¿Qué demonios estás haciendo aquí en…? Página 401 Jenna percibió el instante de comprensión. Por puro instinto levantó la cabeza y se apretó contra el cuerpo de Ethan, pero en ese mismo momento él sacó la ballesta que llevaba escondida tras la espalda. Jenna profirió un grito e intentó abalanzarse hacia delante, pero Ethan tenía razón. El dardo era mucho más rápido que ella. Lo vio dar en el blanco con tanta fuerza que el forestal casi salió despedido. —No, no, no… —Tú tienes la culpa. —El bofetón que le propinó Ethan la hizo caer de bruces—. ¡Mira lo que has hecho, imbécil! Mira toda la porquería que tengo que limpiar. ¿No te he dicho que mantuvieras el pico cerrado? Le dio una patada, y la puntera de la bota se le clavó en las lumbares. Jenna se aovilló en un intento de protegerse. —No he dicho nada. No he dicho nada. Dios mío. Dios mío…, tiene mujer e hijos. —Pues que no se hubiera metido donde no le llamaban, Capullos. Son todos unos capullos. Mientras se acercaba a grandes zancadas al cadáver para extraer el dardo que tenía clavado en el pecho, Jenna sucumbió a las arcadas. —Mira. Aprende algo. —Ethan sacó el revólver de la pistolera y lo alzó —. Botín de guerra. Luego giró el cadáver y le quitó la cartera. Volvió a guardar el revólver en la pistolera, la soltó y se la prendió al cinturón; luego metió la cartera en la mochila. —Levántate y ayúdame a arrastrarlo. —No. Ethan se le acercó, sacó el arma y apretó el cañón contra su sien. —O te levantas o te mando con él al otro barrio. Seréis la cena de los lobos. Vivir o morir, Jenna. Tú decides. Vivir, pensó ella. Quiero vivir. Pugnando por contener las náuseas y sin resuello a causa del dolor que le atenazaba la espalda y la cara, Jenna se levantó. Quizá no estuviera muerto. Quizá alguien lo encontrara y le ayudara. Se llamaba Derrick Morganston. Su mujer era Cathy. Tenían dos hijos, Brent y Lorna. Repitió una vez su nombre y los de su familia mientras obedecía las órdenes de Ethan, levantaba a Derrick por los pies y lo arrastraba más lejos aún del camino. No dijo nada cuando Ethan la ató a un árbol para poder ir a coger la radio de Derrick y registrarle los bolsillos en busca de cualquier otro objeto útil. Página 402 También guardó silencio cuando echaron a andar de nuevo. No quedaba nada que decir, pensó. Había intentado en vano hallar algún resquicio humano al que apelar. Pero no existía tal resquicio. Ningún rincón. Ethan no cubría su rastro, y Jenna se preguntó qué significaría eso. Se preguntó si sobreviviría a aquel día tan hermoso de primavera. Si volvería a ver a su marido, su casa. Si volvería a abrazar a sus hijos, a charlar con sus amigos. Si llegaría a estrenar los zapatos nuevos. Estaba fregando la sartén cuando su vida cambió de repente. ¿Alguna vez volvería a freír beicon? Le ardía la garganta y le dolían las piernas. Los rasguños de las manos le palpitaban… Pero todas aquellas molestias significaban que estaba viva. De momento. Si surgía la posibilidad de matarlo y escapar, ¿la aprovecharía? Sí. Sí, lo mataría para salvar la vida. Se bañaría en su sangre si eso significaba proteger a Lil. Si pudiera hacerse con su cuchillo, con la pistola, con una piedra siquiera… Si pudiera encontrar la manera de usar las manos para acabar con él… Se concentró en aquellos pensamientos, en el rumbo, el ángulo del sol, las marcas del paisaje. Mira, pensó, mira el azafrán silvestre en flor. Delicado pero valiente y esperanzado. Y vivo. Ella sería el azafrán silvestre. De aspecto delicado y de espíritu valeroso. Siguió caminando, un pie delante del otro, la cabeza siempre gacha, pero los ojos y el cuerpo atentos a cualquier ocasión para escapar. —Ya estamos en casa —anunció él por fin. Desconcertada, Jenna parpadeó para apartarse el sudor de los ojos. Apenas veía la entrada de la cueva. Era tan baja, tan estrecha, como un ojo entornado, como la muerte. Se volvió como un rayo para encararse con él y luchar. Sintió dolor y satisfacción cuando su puño se estrelló contra el rostro de Ethan. Sin dejar de gritar, usó uñas y dientes para arañarlo y morderlo como un animal. Y cuando percibió el sabor de la sangre, se emocionó. Pero cuando el puño de Ethan se le hundió en el vientre, Jenna quedó sin respiración. Y cuando al poco chocó contra su rostro, el sol se convirtió en una confusa esfera de color rojo oscuro. —¡Puta! ¡Maldita zorra de mierda! Jenna oyó a lo lejos la respiración jadeante de Ethan. Le había hecho daño. Algo era algo. Le había hecho daño. Página 403 Ethan tiró de la cuerda para obligarla a recorrer los últimos metros de terreno agreste y sumergirse en la negrura. Jenna se resistió cuando la ató de pies y manos. Gritó, escupió y lo maldijo hasta que él la amordazó. Luego Ethan encendió un pequeño farol y con la mano libre la arrastró hasta las profundidades de la cueva. —Podría matarte. Hacerte pedazos y enviárselos a ella. ¿Qué te parece la idea? Lo único que alcanzó a pensar Jenna era que le había dejado marcas. La sangre brotaba de los arañazos que le había abierto en las mejillas y en las manos. Entonces Ethan le dedicó una amplia sonrisa de loco, y Jenna recordó que tenía miedo. —Los montes están llenos de cuevas. Tengo localizadas varias que uso regularmente. Esta es la tuya. Dejó el farol en el suelo, sacó el cuchillo y se puso en cuclillas. Hizo girar la hoja para que la tenue luz la alumbrara. —Necesito un par de cosas de ti. Joe, pensó Jenna. Joe. Lil. Mi pequeña. Y cerró los ojos. Tardó más de lo previsto, pero aun así seguía dentro del horario. Las prisas, la presa imprevista y la resistencia inesperada que había ofrecido la zorra madre no eran más que factores que acrecentaban la emoción. Lo mejor fue entrar en el refugio como cualquier otro cliente. Era el mayor riesgo y el momento más excitante. Pero no le cabía duda de que Lil le proporcionaría momentos aún mejores. Sonrió a la bonita estudiante por entre la barba que se había dejado crecer durante el invierno. El vello disimulaba casi todos los arañazos que aquella puta le había hecho. Llevaba unos viejos guantes de montar para ocultar lo que le había hecho en las manos. —¿Le pasa algo a la leona? —No, nada. Le están haciendo una limpieza dental. Los felinos en especial necesitan una buena higiene dental; tienden a perder piezas. —Será porque viven enjaulados. —De hecho, conservan los dientes más tiempo en el refugio que en libertad. Les damos huesos una vez a la semana, un elemento importante para la higiene dental. Los felinos suelen tener la boca llena de bacterias, pero con Página 404 limpiezas periódicas, una buena alimentación y los huesos semanales, podemos ayudarlos a conservar la sonrisa —explicó con una sonrisa propia—. Nuestro veterinario y su asistente están velando por la salud de la dentadura de Sheba. Aquello lo ponía enfermo, lo enfurecía. Limpiar los dientes de un animal salvaje como si fuera un niño que hubiera comido demasiados caramelos. Le entraron ganas de llevarse a la chica sonriente y clavarle el cuchillo en el estómago. —¿Se encuentra bien? —le preguntó la joven. —Estupendamente. Creía que esto era una reserva natural. ¿Cómo es que no permiten que sea natural? —Parte de nuestra responsabilidad consiste en que los animales que viven aquí reciban buenos cuidados médicos, lo cual incluye su dentadura. Casi todos los animales del refugio Chance han sido rescatados de situaciones de maltrato o traídos aquí cuando estaban enfermos o heridos. —Viven enjaulados. Como delincuentes. —Es cierto que viven en jaulas, pero hacemos todo lo posible para proporcionarles un hábitat natural que cubra sus necesidades. Con toda probabilidad, estos animales no sobrevivirían en libertad. Ethan advirtió en el rostro de la joven cierta preocupación rayana en la suspicacia, y supo que se había excedido. No había ido allí para eso. —Claro, claro. Ustedes saben mucho más del tema que yo. —Me encantará contestar a cualquier otra pregunta que tenga acerca del refugio o de los animales. También puede visitar nuestro centro educativo. Allí se proyecta un vídeo sobre la historia del refugio y el trabajo que ha realizado la doctora Chance. —Quizá lo haga. Decidió seguir su camino antes de soltar algo que preocupara a la joven lo suficiente para pedir ayuda. O antes de ceder al impulso de propinarle una paliza. Entendía el impulso. Se había lavado con meticulosidad, pero todavía podía oler la sangre del guarda forestal. Y de la zorra madre. Más dulce, una dulzura que lo inquietaba. Tenía que hacer lo que había ido a hacer y largarse antes de cometer algún error. Deambuló por el refugio, deteniéndose ante cada jaula con un estremecimiento de furia. Al llegar a la zona de los pumas esperó reencontrar Página 405 su centro, ver los ojos de su espíritu guía y hallar en ellos aprobación. Una bendición. Pero el felino gruñó y empezó a pasearse inquieto. —Llevas demasiado tiempo enjaulado, hermano. Algún día volveré a buscarte, te lo prometo. Al oír sus palabras, el puma lanzó un alarido de advertencia y arremetió contra los barrotes. En el complejo, varios empleados y visitantes se volvieron hacia ellos. Ethan se alejó a toda prisa, seguido por los alaridos del puma. Lil lo había corrompido, pensó consumido por la rabia. Lo había convertido en una mascota, en un mero perro guardián. El puma le pertenecía, pero se había acercado a él como un enemigo. Otro pecado por el que Lil no tardaría en pagar. Eric cruzó el complejo a la carrera para ir a ver a Baby. El puma, por lo general tan juguetón, seguía paseándose con nerviosismo. Al poco se encaramó a una rama sobre el tejado de su casa, saltó de nuevo al suelo y se levantó sobre las patas traseras junto a la puerta trasera de la jaula. —Eh, Baby, tranquilo. ¿Por qué estás tan alterado? No puedo dejarte salir a correr; primero tenemos que limpiarte los dientes. —Es por ese tío —explicó Lena, corriendo hacia él—. Juraría que es por ese tío. —¿Qué tío? —Ese. Va hacia el centro educativo, ¿lo ves? Gorra de béisbol, pelo largo, barba. Lleva la cara llena de arañazos. Desde aquí no se ve, pero debajo de esa barba asquerosa tiene unos cuantos arañazos considerables. Hace unos minutos he estado hablando con él y he notado algo, no sé, siniestro. Algo raro en su expresión. —Iré a echar un vistazo. —Quizá deberíamos decírselo a Lil. —¿Decirle qué? ¿Que un tipo de mirada siniestra está visitando el refugio? No lo perderé de vista. —Ten cuidado. —Siempre tengo cuidado —aseguró Eric mientras se alejaba caminando de espaldas—. Hay un par de grupos en el centro educativo, y también algunos estudiantes. No creo que el tipo de mirada siniestra cause problemas allí. Página 406 Ethan no fue al centro, sino que se desvió y dio media vuelta para dejar el regalo que llevaba consigo sobre la mesa del porche trasero de Lil. Para cuando Eric cruzó el complejo, Ethan ya había desaparecido entre los árboles. A partir de ahí se desplazó con rapidez. La siguiente fase del juego estaba a punto de comenzar. En cuanto llegó al puesto de vigilancia, se acomodó y sacó los prismáticos. Acto seguido se puso a comer frutos secos y a jugar con el móvil de Jenna. Nunca había tenido móvil ni querido tenerlo. Pero sí había practicado con algunos que había robado o quitado a sus víctimas. Pulsó teclas y buscó hasta dar con la agenda. Sonrió al ver la entrada «Lil móvil». Pronto, pensó, Lil recibiría una llamada que jamás olvidaría. Sentada en su despacho, Lil contestó el último correo de la lista. Quería pasar por la cámara y asegurarse de que la carne estaba bien almacenada antes de ir a ver a Matt. Miró la hora y se sorprendió al comprobar que eran casi las tres. Había pedido a Matt que dejara a Baby y los otros pumas para el final, cuando ella tuviera un rato libre para ayudarle. Baby detestaba los días de limpieza dental. Así pues, primero iría a ver a Matt. Cuando se levantó, Lena dio unos golpecitos en la puerta. —Siento molestarte, Lil, pero es que… Baby está nervioso. —Probablemente sabe que estamos a punto de sedarlo y limpiarle la dentadura. —Puede ser, pero… Había un tío… raro, y Baby ha empezado a ponerse nervioso cuando ha llegado. Eric lo ha seguido al centro educativo, pero me ha dado mala espina y quería contártelo. —¿Raro en qué sentido? —preguntó Lil al tiempo que salía del despacho. —Siniestro… en mi opinión. Decía cosas como que aquí enjaulamos a los animales como si fueran criminales. —A veces pasa. ¿Qué aspecto tenía? —Pelo largo, barba, gorra de béisbol, cazadora tejana. Varios arañazos recientes en la cara. No dejaba de sonreír, pero a mí me ha puesto los pelos de punta. —Vale, iré al centro por si acaso. ¿Puedes hacerme un favor? Dile a Matt que he ido a ocuparme de esto y que iré a ayudarle con Baby y los demás pumas en cuanto acabe. —De acuerdo. Seguro que no es nada, pero ha activado mis alarmas antitipos siniestros. Página 407 Se separaron. Mientras Lil se dirigía hacia el centro, su móvil sonó. Lo sacó con aire ausente y, al ver el número de su madre, descolgó. —Hola, mamá. ¿Puedo llamarte dentro de un rato? Es que tengo que… —Ella tampoco puede hablar ahora mismo. Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza. Sintió que las manos le temblaban con violencia y agarró el teléfono con más fuerza. —Hola, Ethan. —Qué curioso, ella ha dicho lo mismo. De tal palo, tal astilla. El terror la hacía tiritar como si acabara de sumergirse en un río helado, pero hizo lo posible por mantener un tono sereno. Domínate, se ordenó. Domínate como te dominarías ante cualquier fiera. —Quiero hablar con ella. —Y yo quiero que te detengas. Si das un solo paso más hacia las oficinas, le corto un dedo. Lil se detuvo en seco. —Buena chica. No olvides que te veo. Llevas una camisa roja y estás mirando hacia el este. Un solo movimiento en falso y tu madre pierde un dedo. ¿Entendido? —Sí. —Ve hacia tu cabaña y entra por detrás. Si alguien se te acerca o te llama, evítalo. Estás ocupada. —De acuerdo. Pero ¿cómo sé que no le has robado el teléfono a mi madre? Tendrás que darme alguna prueba más, Ethan. Déjame hablar con ella. —He dicho que ahora mismo no puede hablar. Sigue andando. Te he dejado algo en el porche trasero. Encima de la mesa. Eso es, corre. Lil había echado a correr, rodeó la cabaña y subió los escalones del porche. Y de repente, durante un instante terrible, todo se paralizó en su interior, corazón, pulmones, cerebro… Por fin se obligó a coger la pequeña bolsa de plástico. Contenía un mechón de cabello de su madre y su alianza manchada de sangre. —Me imaginaba que los reconocerías y sabrías que no te estoy vacilando. Lil cedió a la debilidad de sus piernas y se dejó caer en el sucio del porche. —Déjame hablar con ella. ¡Déjame hablar con ella, maldita sea! —No. —¿Cómo sé que sigue viva? Página 408 —No lo sabes, pero te garantizo que dentro de dos horas, si no la encuentras, no seguirá viva. Ve hacia el oeste. Te he dejado un rastro. Si lo sigues, la encontrarás. Si no… Si se lo cuentas a alguien, si intentas buscar ayuda, la mato. Y ahora tira el teléfono al jardín. Ponte en marcha ya. Ethan la veía, pensó Lil, pero la barandilla del porche le proporcionaba cierta protección. Se acurrucó hecha un ovillo e inclinó el cuerpo hacia la casa. —No le hagas daño, por favor. No hagas daño a mi madre. Por favor, por favor. Haré lo que quieras, todo lo que me pidas pero no… Lil colgó sin terminar la frase. —Por favor, Dios mío —musitó antes de marcar el número de Coop. Se balanceó y empezó a temblar mientras las lágrimas afloraban a sus ojos—. Contesta, contesta, contesta. Cerró los ojos con fuerza cuando saltó el contestador. —Tiene a mi madre. Me voy hacia el oeste desde la parte trasera de mi cabaña. Puede verme y solo tengo unos segundos. Me ha dado dos horas para encontrarla. Te dejaré un rastro. Ven a buscarme. Por el amor de Dios, ven a buscarme. Colgó, se levantó y se volvió hacia el oeste, esperando que Ethan viera sus lágrimas y su miedo. Luego tiró el teléfono y echó a correr. Encontró el rastro enseguida. Maleza pisoteada, ramas rotas, huellas en el terreno blando. Ethan no quería que se perdiera, pensó. Quizá la estuviera llevando a muchos kilómetros de distancia de su madre, pero no tenía elección. La alianza manchada de sangre. Un mechón de aquel cabello tan hermoso. Se obligó a aminorar el paso y a respirar. Si se precipitaba podía pasar por alto una señal o seguir una pista falsa. Cabía la posibilidad de que Ethan siguiera observándola, de modo que le convenía ir con cuidado al dejar las señales para Coop. Le había dado dos horas. ¿Habría raptado a su madre en casa? Parecía lo más lógico. Esperar hasta que estuviera sola y llevársela. ¿A pie o a caballo? Seguramente a pie. Un rehén era más fácil de controlar a pie. A menos que la hubiera obligado a subir al coche y… No, eso ni lo pienses, se ordenó mientras el pánico le atenazaba la garganta. Piensa de forma simple. Bajo toda esa fachada, Ethan es simple. Dos horas desde la cabaña… y sin duda quería apretarla, quería que le costara conseguirlo. Lil visualizó un mapa. Algún lugar solitario y accesible desde la cabaña y desde la granja. Si estaba viva… Estaba viva, tenía que Página 409 estar viva. En tal caso tenía que esconderla. Una cueva sería la mejor solución. Si él… Se detuvo, examinó las huellas, las flores silvestres aplastadas. Había retrocedido. Lil respiró hondo una vez y luego otra para calmar su nerviosismo, y siguió el retroceso de Ethan hasta encontrar el punto donde empezaba el falso rastro. Borró las huellas falsas e hizo una marca en la corteza de un árbol con la navaja para que Coop no cometiera el mismo error. Luego volvió al camino y apretó el paso. Creía saber adónde la había llevado y sabía que tardaría casi dos horas en llegar hasta allí. Jenna se retorcía y giraba sobre sí misma. Había perdido todo sentido de la orientación, solo podía esperar que estuviera acercándose a la salida de la cueva. Antes de irse, Ethan le había vendado los ojos, de modo que la oscuridad era completa. Cada vez que se veía obligada a descansar, permanecía inmóvil e intentaba decidir si el aire era algo más fresco. Pero solo olía el polvo, su propio sudor y su propia sangre. Lo oyó acercarse, gritó detrás de la mordaza y forcejeó para intentar liberarse de las ataduras. —Vaya, Jenna, estás hecha un desastre. ¿Qué dirán las visitas? Cuando le arrancó la venda de los ojos, la luz del farolillo le quemó los ojos. —No tardará en llegar, así que no te preocupes. Voy a asearme un poco. Se sentó en el suelo de la cueva con las piernas cruzadas y, con una navaja de viaje y un trozo de espejo, empezó a afeitarse. En el refugio, Lena llamó a Eric por señas. —¡Eh! ¿Qué te ha parecido tipo Siniestro? —No he llegado a verlo. Debe de haber cruzado el centro en un santiamén o cambiado de opinión. —Ah. Vaya. ¿Qué ha dicho Lil? —¿Sobre qué? —Sobre ese tipo. Cuando ha ido al centro. —A ella tampoco la he visto. —Pero… si iba hacia allí. No entiendo cómo puedes haberte cruzado con ella sin verla. Página 410 —A lo mejor la han entretenido. —Eric se encogió de hombros—. Quería ayudar a Matt cuando se pusiera con los pumas. Mira, tengo que volver a… Lena lo agarró por la manga de la camiseta. —Acabo de hablar con Matt. Lil tampoco está allí, y Matt la está esperando. —En alguna parte estará. Vale, vamos a echar un vistazo. Yo miraré en la cámara, y tú mira en su casa. —Sabe que Matt la espera —insistió Lena. Pero corrió hacia su cabaña, llamó a la puerta y por fin abrió. —¡Lil! ¿Lil? Perpleja, cruzó la casa y salió por la puerta de atrás. Tal vez en el despacho, pensó. Al bajar los escalones del porche oyó la musiquilla del móvil de Lil. Con un suspiro de alivio, miró atrás con la esperanza de que la vería aparecer con el móvil pegado a la oreja. Pero allí no había nadie. Se giró de nuevo y siguió el sonido. Recogió el móvil del suelo y lo abrió. —Hola, Lil. Acabo de acompañar a mi madre al aeropuerto y… —Tansy, Tansy, soy Lena. Creo que está pasando algo —explicó mientras corría hacia las oficinas—. Creo que tenemos que avisar a la policía. En un tramo de carretera entre la granja y los establos, Coop apretaba los tornillos del neumático de repuesto de un monovolumen. Los dos niños sentados en el vehículo lo observaban mientras bebían de sus vasos biberón. —Le estoy muy agradecida. Podría haberlo cambiado yo misma, pero… —Creo que con los de ahí dentro ya tiene bastante —comentó Coop, señalando las ventanillas con la cabeza—. Lo he hecho encantado. —Me ha ahorrado un montón de palabrotas —aseguró la joven madre con una sonrisa radiante—. Y probablemente lo ha cambiado en la mitad de tiempo que habría tardado yo, sin contar con las peleas de las que me habría tenido que encargar ahí dentro. Llevamos todo el día fuera haciendo recados, así que se han saltado la siesta. —Rio con una mirada divertida—. Y yo también. Después de guiñarles el ojo a los niños, Coop empujó el neumático pinchado hacia el maletero para guardarlo y sacudió la cabeza cuando la mujer le ofreció diez dólares por las molestias. —No, pero gracias. Página 411 La mujer metió la cabeza en el maletero y rebuscó entre las bolsas de la compra. —¿Y un plátano? Coop se echó a reír. —Vale, eso sí. —Guardó las herramientas, saludó a los pequeños con el plátano, lo que los hizo reír, y cerró la puerta—. Ya puede marcharse. —Gracias otra vez. Coop volvió a su camioneta y esperó a que la mujer se alejara con el coche. Luego hizo un giro de ciento ochenta grados para volver a enfilar la dirección que llevaba cuando vio el monovolumen parado en el arcén. Al cabo de menos de un kilómetro, el teléfono sonó para avisarle de que tenía un mensaje de voz. —Ya tengo tus bolsas para congelar y el bote de limpiacristales superahorro, abuela —masculló entre dientes. Aun así, pulsó la tecla para escuchar el mensaje. «Tiene a mi madre». Coop frenó de golpe y derrapó hasta el arcén. Tras el primer golpe de calor, todo su ser se convirtió en hielo. Pisó el acelerador a fondo y marcó el número del sheriff. —Pásame con él ahora mismo. —El sheriff Johannsen no está. —Pues ponme con él dondequiera que esté, joder. Soy Cooper Sullivan. —Hola, Coop, soy Cy. No puedo hacerlo. Es que no tengo autorización para… —Escúchame. Ethan Howe tiene a Jenna Chance. —¿Qué? ¿Qué? —Puede que a estas alturas también tenga a Lil. Localiza a Willy y dile que vaya al refugio. Ahora. Ahora mismo, joder. —Voy, Coop. Por el amor de Dios. Ahora mismo voy. ¿Qué quieres qué…? —Voy hacia el refugio. Quiero que Willy vaya allí con todos los hombres que pueda. Nada de helicópteros. —Se apresuró añadir, desesperado por no perder la perspectiva—. Si ve helicópteros las matará. Dile que Lil me ha dicho que me dejará un rastro y que lo seguiré. Hazlo. Colgó y condujo como una exhalación hacia el refugio. Página 412 Lil lo vio sentado en la entrada de la cueva con las piernas cruzadas y la ballesta en el regazo. Tenía el rostro hecho un desastre, surcado de feos arañazos bajo las líneas de pintura de guerra que se había trazado. Pensó en el hombre barbudo que había disparado las alarmas de Lena. Llevaba una correa de cuero trenzada alrededor de la cabeza, adornada con una pluma de halcón. Calzaba botas de caña alta de cuero muy suave, y al cuello lucía un collar de dientes de oso. Aquel ridículo intento de jugar a los indios le habría parecido gracioso de no haber sabido que sus intenciones eran mortíferamente serias. Ethan alzó la mano a modo de saludo y se adentró en la cueva. Lil ascendió el último tramo, contuvo el aliento y lo siguió al interior. Al cabo de unos metros, la cueva se agrandaba, aunque seguía siendo demasiado baja para caminar erguida. Pero era profunda, pensó mientras contemplaba la luz tenue del farolillo. Ethan estaba sentado bajo aquella luz con un cuchillo pegado al cuello de su madre. —Ya estoy aquí, Ethan. No tienes por qué hacerle daño. Si le haces daño, no conseguirás nada de mí. —Siéntate, Lil. Te explicaré lo que vamos a hacer. Lil se sentó, conteniendo a duras penas el temblor. El rostro y las manos de su madre eran un mapa de arañazos y cardenales. —Quiero que apartes el cuchillo del cuello de mi madre. He hecho lo que me has ordenado y seguiré haciéndolo, pero no si le haces más daño del que ya le has hecho. —Casi todo se lo ha hecho ella misma. ¿A que sí, Jenna? Los ojos de Jenna lo decían todo. «Corre, corre. Te quiero». —Te estoy pidiendo que apartes el cuchillo del cuello de mi madre. No lo necesitas. Estoy aquí y he venido sola. Eso es lo que querías. —Esto no ha sido más que el principio —puntualizó Ethan, aunque apartó el cuchillo un par de centímetros—. Todo lo demás no ha sido más que el principio. Ahora llega el final. Tú y yo. —Tú y yo —asintió Lil—. Así que déjala marchar. —No seas tonta. No pienso perder el tiempo con tonterías. Te doy diez minutos de ventaja. No está mal para una persona que conoce las colinas. Luego saldré a cazarte. —Diez minutos. ¿Me darás un arma? —Eres la presa. —Los pumas y los lobos tienen colmillos y garras. Página 413 —Tú también tienes dientes —sonrió él—, si te acercas lo suficiente para usarlos. Lil señaló la ballesta. —El juego está muy sesgado a tu favor. —El juego es mío, así que yo pongo las reglas. Lil probó otro enfoque. —¿Es así como un guerrero sioux demuestra su honor, su valor? ¿Cazando a mujeres? —Tú eres más que una mujer. Esta… —Tiró a Jenna del pelo, y Lil estuvo a punto de abalanzarse sobre él—. Esta mestiza de pacotilla… ahora es mía por derecho. La he capturado, al igual que nuestros antepasados capturaban a blancos para convertirlos en esclavos. Puede que me la quede un tiempo. O… Sabe muy poco de los que afirma son sus antepasados, pensó Lil. —Los sioux cazaban bisontes, ciervos, osos. Cazaban para comer y para vestirse. ¿Cómo puedes honrar a tus ancestros matando a una mujer atada e indefensa? —¿Quieres que viva? Pues entonces empecemos la cacería. —¿Y si gano yo? —No ganarás. —Ethan se inclinó hacia delante—. Has deshonrado a los de tu sangre, a tu espíritu. Mereces morir. Pero te concederé el honor de la caza. Morirás en tierra sagrada. Si juegas bien, puede que le perdone la vida a tu madre. Lil sacudió la cabeza. —No jugaré si no la dejas marchar. Ya has matado y volverás a matar. Así eres tú. Juegue como juegue yo, no creo que le perdones la vida. Así que primero tendrás que dejarla marchar. Ethan volvió a acercar el cuchillo al cuello de su madre. —La mataré ahora mismo. —Entonces tendrás que matarme aquí mismo a mí también. No jugaré a tu juego ni respetaré tus reglas a menos que la dejes marchar. Y entonces habrás desperdiciado todo este tiempo y esfuerzo. Ardía en deseos de mirar a su madre, de tocarla, pero se obligó a no apartar la mirada de Ethan. —Y tú no serás más que un carnicero. No un guerrero. El espíritu de Caballo Loco te dará la espalda. —Las mujeres no son nada. Menos que perros. Página 414 —Un auténtico guerrero honra a la madre, pues toda vida surge de ella. Deja marchar a mi madre. No terminarás esto, Ethan. Nunca terminará a menos que tú y yo nos enfrentemos, ¿verdad? No la necesitas. Pero yo sí la necesito a ella para ser digna de tu juego. Te proporcionaré la cacería de tu vida, te lo juro. Los ojos de Ethan brillaron al escuchar aquella promesa. —De todos modos no sirve para nada. —Pues entonces déjala marchar, así solo quedaremos tú y yo. Eso es lo que quieres. Es un trato digno de un guerrero, digno de la sangre de un gran jefe. Ethan cortó las cuerdas que ataban las muñecas de Jenna, que lanzó un gemido al levantar los brazos doloridos para quitarse la mordaza. —No, Lil. No te dejaré aquí. —Qué conmovedor —espetó Ethan, escupiendo al cortarle las ataduras de los tobillos—. Seguro que esta zorra no puede ni andar. —Andará. —No, no te dejaré aquí con él. Cariño… —No pasa nada —musitó Lil acercándose a Jenna—. No pasa nada. Apártate de ella —ordenó a Ethan—. Te tiene miedo. Apártate para que pueda consolarla y despedirme de ella. No somos más que dos mujeres desarmadas. No puedes tenernos miedo. —Treinta segundos —advirtió Ethan al tiempo que retrocedía tres pasos. —Lil, no. No puedo dejarte aquí. —Vienen a ayudarme —le susurró Lil al oído—. Necesito que te vayas, saber que estás a salvo, si no seré incapaz de concentrarme para ganar. Sé lo que tengo que hacer. Tienes que irte; si no, nos matará a las dos. Dale un poco de agua —exigió a Ethan en tono disgustado—. ¿Qué clase de hombre honorable pega a una mujer o le niega un trago de agua? —Que se beba su propia saliva. —Dale agua a mi madre y podrás quitarme cinco minutos de ventaja. Ethan le acercó una botella con el pie. —No necesito tus cinco minutos para ganarte. Lil destapó la botella y la llevó a los labios de su madre. —Despacio, tranquila. ¿Podrás encontrar el camino de vuelta? —Creo que… Lil. —¿Podrás? —Sí. Sí, creo que sí. Página 415 —No te servirá de nada. Para cuando ella llegue, si es que llega, y empiecen a buscarte, ya estarás muerta. Y yo me habré esfumado. —Coge el agua y vete. —Lil. —Si no te vas, nos matará a las dos. La única posibilidad que tengo de sobrevivir es que te vayas. Tienes que creer en mí. Tienes que darme esa posibilidad. Voy a ayudarla a salir de la cueva, Ethan. Puedes apuntarme con la ballesta. No pienso salir huyendo. Lil ayudó a su madre a levantarse y masculló un juramento cuando Jenna rompió a llorar de dolor y de pena. Agazapada en el exiguo espacio, ayudó a Jenna a llegar cojeando hasta la salida. —Vendrán por mí —repitió en un susurro—. Puedo entretenerlo hasta que lleguen. Vuelve a casa lo más deprisa que puedas. Prométemelo. —Oh, Lil. Dios mío, Lil. Mientras el sol proseguía su camino hacia los montes, Jenna la abrazó con todas sus fuerzas. —Lo llevaré hasta la pradera que hay sobre el río —murmuró Lil con el rostro sepultado en el hombro de su madre, como si estuviera abrumada por la tristeza—. Donde vi al puma. Recuérdalo. Envíalos allí. —¡Cierra el pico! O cierras el pico y ella se va, o la mato ahora mismo y a ti detrás. —Vete, mamá —apremió Lil, apartando de sí los brazos arañados y amoratados de Jenna—. Vete o me matará. —Cariño. Te quiero, Lil. —Yo también te quiero. Siguió con la mirada a su madre mientras esta se alejaba cojeando y dando tumbos. Advirtió la agonía de las emociones en su rostro magullado cuando se volvió para mirarla. Ya solo por eso, Ethan pagaría. Costara lo que costase. —Empieza a correr —ordenó Ethan. —No. La caza no empezará hasta que ella se haya alejado más. Hasta que sepa con seguridad que no irás por ella. ¿Qué prisa tienes, Ethan? —Preguntó al tiempo que se sentaba en una roca—. Has esperado este momento durante mucho tiempo. Seguro que puedes esperar un poco más. Página 416 30 E l complejo estaba sumido en el caos. Una docena de personas acudió corriendo desde todas partes cuando Coop se apeó de un salto, y todos se pusieron a hablar a la vez. —¡Basta! Tú —señaló a Matt—, hazme un resumen, deprisa. —No encontramos a Lil. Lena ha encontrado su móvil en el jardín que hay detrás de la cabaña. Y al ir a ver he encontrado esto. —Matt le mostró la bolsa de plástico que contenía el mechón de Jenna y su alianza—. Había un tipo aquí, un cliente. A Lena le ha dado mala espina, y a Baby tampoco le ha caído bien. Nadie ha vuelto a verlo. Nos tememos que se ha llevado a Lil. Mary está dentro, llamando a la policía. —Ya los he llamado yo. —Creo que es la alianza de Jenna —intervino Tansy con las mejillas empapadas de lágrimas. —Sí, es de Jenna. Ese cabrón la tiene, y Lil ha ido a rescatarla. Callaos y escuchad —ordenó cuando todos empezaron a hablar al unísono otra vez—. Necesito a todos los que sepan manejar un arma sin peligro de dispararse un tiro. Lil nos lleva como mínimo una hora de ventaja, pero ha dejado un rastro. Lo seguiremos. —Yo sé disparar —se ofreció Lena—. Sé manejar una escopeta. Fui campeona de tiro al plato tres años seguidos. —Ve a la cabaña de Lil. La escopeta está en el armario de la entrada, y la munición, en el estante de arriba. Venga. —Yo nunca he disparado un arma, pero… —Quédate aquí —interrumpió Coop a Matt—. Espera a la policía y luego cierra el refugio. Tansy, ve a la granja de los Chance. Si Joe no sabe nada, tiene que enterarse. Escúchame. Dile que lo más probable es que Ethan se llevara a Jenna de allí. Que él, Farley y todos los hombres que pueda reunir salgan de allí. Fue él quien enseñó a Lil a rastrear. Seguro que encuentra el camino. Necesitamos radios. Mary salió de la cabaña mientras dos estudiantes entraban a toda prisa en busca de radios. —La policía está de camino. Tardarán un cuarto de hora. —Diles que nos sigan cuando lleguen; no vamos a esperarlos. Tú, arriba, dormitorio, cajón superior izquierdo de la cómoda. Tres cargadores. Cógelos. Página 417 Espera —exclamó de repente con la mano levantada y la mirada vuelta hacia las jaulas—. Necesito algo de Lil, alguna prenda suya. —Su jersey está en el despacho —anunció Mary—. Espera. —Ese puma la adora. ¿La rastrearía? —¡Sí! Por Dios, claro que sí —exclamó Tansy, llevándose la mano a la boca—. La siguió hasta aquí cada vez que intentó dejarlo en libertad. —Vamos a soltarlo. —La última vez que salió de su hábitat tenía seis meses —terció Matt, escéptico—. Aunque salga del refugio, es imposible predecir qué hará. —La adora —insistió Coop, cogiendo el jersey que le tendía Mary. —Tendremos que separar a los demás. —Tansy corría hacia la jaula con él. —Haz lo que tengas que hacer, pero hazlo deprisa. Coop sostuvo el jersey junto a los barrotes. Baby se acercó y emitió un gruñido; luego restregó la cara contra la prenda y ronroneó. —Sí, eso es. Tú la conoces y vas a encontrarla. Varios estudiantes colocaron cebo para los demás mientras Eric abría la puerta exterior. Baby irguió la cabeza y miró a su alrededor al tiempo que sus compañeros se lanzaban hacia la comida. Al poco volvió a sepultar el hocico en el jersey. —Qué locura —suspiró Matt, pero se quedó cerca con la pistola de dardos tranquilizantes—. Apartaos. Apartaos mucho, Tansy. Tansy descorrió el cerrojo de la puerta interior. —Busca a Lil, Baby. Busca a Lil. Utilizando la propia puerta como barrera, Tansy la abrió. El puma salió muy despacio hacia lo desconocido, atraído por el olor de Lil. Coop levantó una mano en dirección a Matt cuando el puma se le acercó. —Me conoce. Sabe que soy de Lil. Una vez más, Baby se restregó contra el jersey y empezó a rastrear. —Su olor está por todas partes, ese es el problema. Está por todas partes. Baby subió de un salto al porche de Lil y profirió varios alaridos. Luego bajó de nuevo para seguir rastreando. —Te he preparado un kit —explicó Mary poniéndoselo en las manos—. Mete el jersey en esta bolsa de plástico; de lo contrario, el pobre se hará un lío. Tráela de vuelta, Coop. —Lo haré. —Observó cómo el felino avanzaba sigiloso por el jardín y se preparaba para echar a correr hacia los árboles—. En marcha. Página 418 Lil calculó el tiempo y planeó rutas mientras permanecía sentada en la roca a la luz mortecina del atardecer ante el hombre que quería matarla. Sus nervios se iban calmando a cada minuto que pasaba. Cada minuto alejaba más a su madre y acercaba más a Coop. Cuanto más rato pudiera retenerlo allí, más posibilidades tendría. —¿Te enseñó tu padre a matar? —preguntó en tono despreocupado, con la mirada fija en el oeste, en el sol poniente. —Me enseñó a cazar. —Llámalo como quieras, Ethan. Abriste en canal a Melinda Barrett y dejaste su cadáver a merced de los animales. —Vino un puma. Una señal. Mi señal. —Los pumas no cazan por deporte. —Yo soy un hombre —replicó él con un encogimiento de hombros. —¿Dónde dejaste a Carolyn? Ethan esbozó una sonrisa. —Ah, un banquete para los osos pardos. Pero la caza fue estupenda. Aunque creo que tú lo harás aún mejor. Puede que aguantes casi toda la noche. —¿Y adónde irás después? —A donde me lleve el viento. Y después volveré. Mataré a tus padres y prenderé fuego a su granja. Y haré lo mismo con tu zoo. Cazaré en estos montes y viviré libre, como tendría que haber vivido mi pueblo. —Me pregunto qué porcentaje de tu visión de los sioux es real y qué porcentaje es la versión adulterada de tu padre. Ethan enrojeció de ira y con un gesto le advirtió que no lo provocara. —Mi padre no era un adúltero. —No quería decir eso. ¿Crees que los lakota aprobarían lo que haces? ¿El modo en que cazas y matas a personas inocentes? —No son inocentes. —¿Qué hizo James Tyler para merecer la muerte? —Venir a esta tierra. Su pueblo mató a mi pueblo. Se lo arrebató todo. —Era un agente inmobiliario de Saint Paul. Estamos solos, Ethan, así que no hace falta fingir que esto es más de lo que es. Te gusta matar. Te gusta aterrorizar, acechar. Te gusta sentir la sangre caliente en las manos. Por eso utilizas un cuchillo. Cualquier otra cosa, como decir que mataste a Tyler por un puñado de tratados incumplidos, mentiras, codicia y el deshonor perpetrado por personas que llevan más de cien años muertas, es una locura. Y tú no estás loco, ¿verdad, Ethan? Página 419 Un destello, una especie de chispa maliciosa se encendió en los ojos de Ethan y se apagó casi al instante. Descubrió los dientes en una mueca desagradable. —Vinieron a esta tierra. Mataron. Sacrificaron. Y ahora su sangre alimenta la tierra como la alimentó la nuestra. Levántate. Una gélida oleada de miedo la embargó. Diez minutos, se recordó, si es que Ethan respetaba sus propias reglas. Podía avanzar un buen trecho en diez minutos. Se puso en pie. —Corre. Se moría de ganas de hacerlo. —¿Para que veas en qué dirección voy? ¿Así es como rastreas? Creía que esto se te daba bien. Ethan sonrió. —Diez minutos —le recordó antes de meterse en la cueva. Lil no perdió ni un segundo. Sus máximas prioridades eran la velocidad y la distancia. La estrategia tendría que esperar. La granja estaba más cerca, pero tenía que alejarlo lo más posible de su madre. Cooper llegaría por el este. Descendió dando tumbos por la pendiente, obligándose a tener cuidado y no correr el riesgo de romperse un tobillo. El miedo la instaba a tomar la ruta más recta y corta hacia el refugio, pero entonces pensó en la ballesta. De ese modo la rastrearía con demasiada facilidad, y con esa ballesta podría abatirla desde bastante lejos. Además, Ethan podría seguir cualquier rastro que dejara para Coop. Giró hacia el norte y corrió por delante de la oscuridad. En la granja de los Chance, Joe se embutió más munición en los bolsillos. —Apenas queda luz. Usaremos linternas hasta que salga la luna. —Quiero ir contigo, Joe —Sam lo cogió por el hombro—, pero sé que eso te retrasaría. —No nos apartaremos de la radio —prometió Lucy mientras le daba una mochila ligera—. Esperaremos tus noticias. Tráelas a casa. Joe asintió y salió seguido de Farley. —Tened cuidado —le suplicó Tansy al tiempo que le daba un abrazo corto pero fuerte—. Tened mucho cuidado. —No te preocupes. Una vez fuera, Farley se situó junto a Joe a la cabeza de los tres hombres armados que los acompañarían. Los perros husmeaban el aire y aullaban. Página 420 —Sí les ha hecho daño… —musitó Joe a Farley—. Si le ha hecho daño a cualquiera de las dos, lo mataré. —Lo mataremos. A varios kilómetros de distancia, Coop examinaba las señales que Lil le había dejado. No veía al puma desde que se había adentrado en el bosque. Lo acompañaban dos estudiantes, y estaba oscureciendo muy deprisa. Debería haber ido solo, pensó. No debería haber perdido los valiosos minutos que habían dedicado a llenar la mochila y soltar al puma. Los demás iban diez minutos o más por detrás de él. Algunos se dirigían hacia el norte, y otros hacia el sur. Gracias a la radio sabía que Joe encabezaba otro grupo que se acercaba desde el oeste. Pero aun así, la superficie que debían cubrir era inmensa. —Esperad a que lleguen los demás. —Te preocupa que la caguemos o que acabemos heridos. No nos pasará nada —sentenció Lena, mirando a su compañero—. ¿A que no, Chuck? Chuck la miró con los ojos como platos, pero asintió. —Claro que no. —Si os quedáis rezagados, volved. Informa de nuestro nuevo rumbo — ordenó Coop a Chuck antes de dirigirse hacia el sudoeste. Lil había dejado señales muy claras, pensó mientras se obligaba a no correr para no pasar por alto ninguno de los indicios. Lil contaba con él. Si no se hubiera parado en la carretera para hacer de buen samaritano, habría recibido su llamada enseguida y la habría convencido para que esperara y así poder acompañarla. Habría… No servía de nada. La encontraría. Pensó en Dory. Una buena policía y una buena amiga. Y en los largos y pegajosos segundos que había tardado en desenfundar el arma. Esta vez no llegaría demasiado tarde. No para Lil. Lil dejó un rastro hasta un riachuelo y retrocedió. Al ponerse el sol, la temperatura descendió. Pese a estar sudando por el esfuerzo y el miedo, tenía frío. Mientras se quitaba las botas y los calcetines, pensó en el cálido jersey que había dejado en el despacho aquella tarde. Borrando las huellas a medida que avanzaba, bajó de nuevo hasta el riachuelo y apretó los dientes al vadear el arroyo por el agua helada. Tal vez Página 421 el falso rastro lo engañara, o tal vez no. Pero merecía la pena intentarlo. Vadeó unos diez metros corriente abajo y luego otros diez antes de empezar a escudriñar las orillas. Tenía los pies entumecidos cuando divisó un montón de rocas. Servirían. Salió del agua, volvió a ponerse los calcetines y las botas, y trepó por las rocas hasta que llegó a un terreno blando. Echó a correr para alejarse del agua; rodeó la maleza hasta que no le quedó más remedio que adentrarse en ella. Sus botas golpeaban la tierra mientras subía por una cuesta pronunciada. Buscó el cobijo de los árboles para descansar y escuchar. La luna se elevaba como un foco por encima de los montes. La ayudaría a no tropezar con rocas o raíces en la oscuridad. Su madre ya debía de estar a medio camino de la granja, calculó. La ayuda llegaría de esa dirección. Tenía que creer que su madre lo conseguiría y enviaría al grupo de búsqueda al lugar que había elegido para el enfrentamiento. Tenía que volver a dirigirse hacia el este. Se frotó los brazos helados, haciendo caso omiso de las magulladuras y los cortes que se había hecho al correr. Si la maniobra junto al río le permitía ganar un poco de tiempo, contaba con ventaja suficiente para conseguirlo. Solo necesitaba la energía. Apretó de nuevo los dientes, se levantó y ladeó la cabeza al oír un leve chapoteo. Algo de tiempo, pensó mientras giraba hacia el este, pero no tanto como había esperado. Ethan se aproximaba. Y estaba cada vez más cerca. Coop volvió a detenerse. Vio el rasguño reciente en la corteza del pino. La señal de Lil. Pero examinó las huellas y… eran huellas de puma. La señal indicaba el oeste, mientras que las huellas señalaban hacia el norte. Nada demostraba que se tratara del puma de Lil. Y a todas luces, Lil se había dirigido al oeste. Siguiendo el rastro de Ethan, en busca de su madre. Pero después, Ethan habría querido experimentar la emoción de la caza. La cabeza le decía que siguiera hacia el oeste, pero el corazón… —Id hacia el oeste. Id despacio y sin hacer ruido. Seguid las marcas de los árboles. Avisad por radio a los demás de que yo me voy hacia el norte. —Pero ¿por qué? —Quiso saber Lena—. ¿Adónde vas? —Voy a seguir al puma. Página 422 ¿No habría intentado Lil alejar a Ethan de su madre?, se preguntó Coop. El corazón se le aceleraba cada vez que pensaba que le había perdido el rastro. ¿Qué le hacía creer que sería capaz de rastrear al puma? Puto señor Nueva York. Ahora no encontraría ninguna señal de Lil. Ninguna de esas marcas tan prácticas, ningún montoncito de piedras. No podía dejar señales porque Ethan la perseguía. Ven a buscarme, le había suplicado. No podía sino rezar por haber tomado el rumbo correcto. En dos ocasiones perdió la pista del puma, y el terror y la desesperación lo empaparon de sudor. El corazón le daba un vuelco cada vez que volvía a encontrarla. Y entonces descubrió las huellas de botas. Las botas de Lil. Se agachó y con un estremecimiento rozó la impresión que habían dejado en la tierra. Estaba viva. Viva y en movimiento. Vio otras pisadas, las de Ethan, cruzándose con las suyas. La seguía, pero ella aún le llevaba cierta ventaja. Y el puma los seguía a ambos. Siguió avanzando. Al oír el murmullo de agua sobre rocas, apretó el paso. Lil habría ido hacia el agua para despistar a su perseguidor. Llegó al riachuelo y se detuvo, desconcertado. Las huellas de Lil se perdían en el agua, pero las de Ethan avanzaban un poco más y luego daban media vuelta. Coop cerró los ojos e intentó pensar con claridad. ¿Qué haría Lil? Dejar un rastro falso, retroceder. Él no sabía lo suficiente para hacer algo así. Si Lil se había metido en el agua, podía haber salido en cualquier punto. El puma se había metido, de eso no cabía duda. Tal vez solo para cruzar el riachuelo, o quizá para seguirla. ¿En qué dirección? Apretó los puños a lo largo de los costados mientras intentaba con todas sus fuerzas ver el territorio como lo vería ella. Corriente arriba y por la orilla opuesta, podía atravesar la zona en dirección a la granja de sus abuelos u otras casas. Un trayecto largo, pero Lil lo conseguiría. Abajo y al otro lado, la granja de sus padres, más próxima. Tenía que saber que los refuerzos llegarían desde allí. Siguiendo su instinto, se metió en el agua y, de repente, se detuvo. Corriente abajo y hacia el este. La pradera. La cámara de Lil. Su rincón. Retrocedió y echó a correr. Ya no seguía huella alguna, sino los pensamientos y patrones de una mujer a la que conocía y amaba desde su niñez. Página 423 Joe bajó la mirada hacia la sangre que manchaba la tierra. Relucía muy negra a la luz de la luna. Sintió que las piernas le fallaban y que se mareaba, de modo que se arrodilló y posó la mano sobre la sangre. Jenna, fue lo único que alcanzó a pensar. —¡Aquí! —Gritó entonces uno de los ayudantes—. Es Derrick Morganston. Maldita sea, es Derrick. Está muerto. No era Jenna. No era su Jenna. Más tarde, en algún momento, tal vez lamentara no haber pensado en ese hombre, en su familia, haberse concentrado tan solo en sus propios seres queridos. Pero ahora el temor y una furia renovada lo impulsaron a levantarse como un resorte. Echó a andar de nuevo sin dejar de buscar huellas. Como un milagro, Jenna apareció entre las sombras y la luna. Caminaba dando tumbos y cayó al suelo mientras Joe corría hacia ella. De nuevo se arrodilló, la incorporó, la meció y lloró al tiempo que le acariciaba el rostro magullado. —Jenna… —La pradera —farfulló ella. —Aquí tienes agua, mamá. Agua. Más lágrimas afloraron a los ojos de Joe cuando Farley acercó una botella de agua a los labios de Jenna. Jenna bebió para calmar la sed que la atormentaba mientras Farley le acariciaba el cabello y Joe seguía meciéndola. —La pradera —repitió. —¿Qué? —Preguntó Joe, cogiendo la botella de manos de Farley—. Bebe un poco más. Estás herida. Él te ha hecho daño. —No. Lil. La pradera. Lo está llevando hacia allí. A su rincón. Encuéntrala, Joe. Encuentra a nuestra pequeña. Sin duda ya sabía hacia dónde se dirigía, pero ya no podía remediarlo. Lo único que debía hacer era situarse un momento en el campo de visión de la cámara con la esperanza de que alguien la viera y luego esconderse. Llevaba el cuchillo en la bota. Ethan no lo sabía. No estaba del todo indefensa. Cogió una piedra y la sujetó con fuerza. No, no estaba indefensa, maldita sea. Necesitaba descansar. Recuperar el aliento. Habría vendido su alma por un sorbo de agua. Deseó que la luna se ocultara tras las nubes aunque tan solo Página 424 fuera por unos minutos. Ahora ya podía orientarse en la oscuridad, y la oscuridad le proporcionaría refugio. Los músculos de las piernas protestaron una vez más mientras subía por la siguiente cuesta, y los dedos que sujetaban la piedra estaban entumecidos. El aliento le brotaba de la boca en pequeñas vaharadas fantasmales mientras se esforzaba hasta la extenuación. Dio un traspié, se odió por su torpeza y apoyó la mano en un árbol hasta recobrar el equilibrio. El dardo se incrustó en el tronco a escasos centímetros de sus dedos. Lil se tiró al suelo y rodó sobre sí misma para protegerse detrás del árbol. —¡Podría haberte dejado clavada como una polilla! La voz de Ethan viajaba clara como el agua. ¿A qué distancia estaba? ¿Cómo de cerca? Imposible saberlo. Lil se levantó y corrió agazapada de árbol en árbol. Cuando el terreno se tornó más llano, incrementó la velocidad mientras imaginaba el dolor de uno de esos maléficos dardos en la espalda. Se maldijo por pensar en aquellas cosas. Había llegado muy lejos, casi a la meta. Los pulmones le ardían y respiraba entre silbidos mientras corría por la maleza y se despertaba la piel helada a base de nuevos cortes. Ahora Ethan olería su sangre. Salió de los matorrales y porque alguien la viera cuando entró en el campo de visión de la cámara. Acto seguido se dejó caer entre la hierba alta. Con los dientes apretados, se sacó el cuchillo de la bota. El corazón le latía desbocado contra el suelo. Contuvo el aliento y esperó. Qué silencio, qué absoluta quietud. El aire apenas rozaba la hierba. Cuando su torrente sanguíneo se tranquilizó un poco, oyó los sonidos de la noche, leves susurros, la llamada indolente de un búho. Y luego a él acercándose entre la maleza. Acércate, pensó. Acércate más. El dardo surcó la hierba treinta centímetros a su izquierda. Lil contuvo el grito que amenazaba con escapársele y permaneció inmóvil. —Eres buena. Sabía que lo serías. La mejor que he tenido. Es una pena que se acabe. Aunque estoy pensando en darte otra oportunidad. ¿Quieres otra oportunidad, Lil? Pues echa a correr. El siguiente dardo se clavó en la tierra a su derecha. —Tienes el tiempo justo mientras recargo. Unos treinta segundos. No está lo bastante cerca para el cuchillo. —¿Qué te parece? Empieza la cuenta atrás. Treinta, veintinueve… Página 425 Lil se levantó como un rayo, giró sobre sí misma y lanzó la piedra con el entusiasmo propio de una chica convencida de que puede jugar en primera división. El proyectil se estrelló contra la sien de Ethan con un golpe sordo. Ethan se tambaleó y, cuando dejó caer la ballesta, Lil profirió un grito y se abalanzó sobre él. Ethan sacó el arma que había robado al guarda forestal y disparó una bala a los pies de Lil. —De rodillas, zorra —ordenó, y aunque seguía tambaleándose y la sangre salía a borbotones de la herida, la mano que sostenía el arma no vacilaba. —Si piensas dispararme, dispárame ya, maldita sea. —Puede que lo haga. En el brazo o en la pierna. No a matar —explicó al tiempo que desenvainaba el puñal—. Ya sabes lo que va a pasar. Pero lo has hecho muy bien. Incluso me has herido. Se enjugó la sangre con el dorso de la mano en la que llevaba el cuchillo y se quedó mirándola. —Me inclino ante ti, Lil. Nos has traído hasta aquí, al lugar idóneo para terminar con esto. Es el destino. El tuyo y el mío. El círculo se cierra, Lil. Lo has entendido siempre y mereces morir de una forma limpia. Echó a andar hacia ella. —Quieto. Suelta el arma. Apártate de él, Lil —ordenó Coop desde el margen de la pradera. El sobresalto hizo temblar la mano en la que Ethan llevaba la pistola, pero el cañón siguió apuntando a Lil. —Si se mueve, le disparo. Tú me dispararás a mí, pero yo le dispararé a ella. Tú eres el otro. —Ethan se detuvo un instante y luego asintió—. Es lógico que estés aquí. —Baja el arma de una puta vez o te mato. —Le estoy apuntando a la barriga. Podré disparar una vez, quizá dos. ¿Quieres verla desangrarse? ¿No? Pues apártate. Apártate tú de una puta vez. Lo dejaremos en tablas. Ya habrá otra ocasión. Si no bajas el arma, le meto una bala en la barriga. Si la bajas, me iré, y ella vivirá. —Está mintiendo —dijo Lil, convencida. Había advertido de nuevo aquel destello fugaz de maldad en su mirada—. Pégale un tiro a este cabrón — apremió a Coop—. Prefiero morir a dejar que se marche. —¿Podrías soportarlo? —Preguntó Ethan—. ¿Podrías soportar verla morir? —Lil —dijo Coop, confiando que ella supiera interpretar su mirada mientras bajaba el arma un par de centímetros. Página 426 El puma surgió de la maleza, una llama dorada de colmillos y garras a la intensa luz de la luna. Su alarido desgarró la noche como una espada de plata. Ethan se quedó mirándolo con expresión aturdida, boquiabierto. Y entonces fue su grito el que se oyó cuando el puma le hundió los dientes en el cuello y lo abatió. Lil retrocedió dando un traspié. —¡No corras! ¡No corras! —Advirtió a Coop—. ¡Podría ir por ti! ¡Quédate quieto! Pero Coop siguió acercándose. Acercándose a ella, pensó Lil, sin entenderlo y con la mirada borrosa. Acercándose para sostenerla cuando las rodillas por fin se negaron a seguir haciéndolo. —Te hemos encontrado —musitó Coop antes de besarla en los labios, las mejillas, el cuello—. Te hemos encontrado. —Tenemos que alejarnos. Estamos demasiado cerca de la presa. —Es Baby. —¿Qué? No… —farfulló ella, volviéndose hacia los ojos relucientes del felino sentado en la hierba y viendo aquel hocico manchado de sangre. Y entonces el puma caminó hacia ella y le empujó el brazo con la cabeza mientras ronroneaba. —Ha matado. —Por mí, pensó, por mí—. Pero no se lo ha comido. Eso no es… Eso no debería… —El artículo ya lo escribirás más tarde —la interrumpió Coop al tiempo que sacaba la radio—. La tengo. —Se llevó la mano de Lil a los labios—. Te tengo. —Mi madre. ¿Está…? —Está a salvo. Las dos estáis a salvo. Vamos a llevarte a casa. Quiero que te quedes aquí sentada mientras voy a echar un vistazo a Ethan. —Se le lanzó a la yugular —murmuró Lil sepultando la cabeza entre las rodillas—. Instinto. Siguió su instinto. —Te siguió a ti, Lil. Más tarde, cuando lo peor hubo pasado, Lil se sentó en el sofá delante del fuego. Se había dado un baño caliente y tomado una copa de brandy. Pero aun así no lograba entrar en calor. —Debería ir a ver a mi madre. —Lil, está durmiendo. Sabe que estás bien; ha oído tu voz por la radio. Está deshidratada, magullada y agotada. Déjala dormir. Ya la verás mañana. Página 427 —Tenía que ir, Coop. No podía esperar. Tenía que ir a buscarla. —Ya lo sé. No tienes que volver a decírmelo. —Sabía que vendrías a buscarme. —Lil se llevó la mano de Coop a la mejilla y cerró los ojos para absorber su calor—. Pero Matt y Tansy cometieron una locura al soltar a Baby. —Todos estábamos como locos. Pero ha funcionado, ¿no? Ahora se está poniendo morado de pollo y disfrutando de su nuevo estatus de héroe. —En teoría no debería haber sido capaz de rastrearme, no como lo ha hecho. No debería haber sido capaz de encontrarme. —Te ha encontrado porque te quiere. Igual que yo. —Lo sé —asintió Lil, tomándole el rostro entre las manos—. Lo sé. Sonrió cuando Coop se inclinó para besarla con infinita suavidad. —No voy a irme a ninguna parte. Ya es hora de que lo creas. Lil apoyó la cabeza en su hombro mientras contemplaba el fuego. —Si Ethan se hubiera salido con la suya, habría vuelto en busca de mis padres. Los habría matado, o al menos lo habría intentado. Y habría venido aquí para matar. Le gustaba matar. Cazar a seres humanos lo excitaba. Hacía que se sintiera importante, superior. El resto, todo ese rollo de la tierra sagrada, la venganza, el linaje…, no eran más que chorradas. Creo que había llegado a creérselo, o al menos en parte, pero no eran más que chorradas. —Pero no se ha salido con la suya —señaló Coop. Se preguntó cuántos cadáveres no llegarían a descubrirse nunca. A cuántos habría cazado y matado con completo desconocimiento del mundo. Pero decidió que no era el momento de pensar en aquellas cosas. Tenía a Lil, la tenía a salvo entre sus brazos. —Ibas a dispararle. —Sí. —Has bajado la pistola lo suficiente para que se convenciera de que ibas en serio y se girara hacia ti. Y entonces lo habrías matado. Y suponías que yo sería lo bastante lista para quitarme de en medio. —Sí. —Pues tenías razón. Estaba a punto de tirarme al suelo cuando ha aparecido Baby. Confiamos el uno en el otro, a vida o muerte, sin condiciones. Eso es muy importante. —Lil lanzó un largo suspiro—. Dios, estoy agotada. —Pues no entiendo por qué. —Un día de estos te lo explicaré. ¿Me haces un favor? Esta mañana he dejado la basura en el lavadero. ¿Te importaría sacarla? Página 428 —¿Ahora? —Sí, por favor. Ya sé que es poca cosa en comparación con salvarme la vida, pero te lo agradecería. —Vale. Lil contuvo una sonrisa cuando Coop salió a grandes zancadas, a todas luces molesto. Tomó otro sorbo de brandy y esperó. Coop volvió, se situó delante de ella y la miró. —¿Has dejado esto en el lavadero esta mañana? —Sí. —¿Antes de que te salvara la vida… o ayudara a salvarte la vida? —Sí. —¿Por qué? Lil sacudió la melena y lo miró de hito en hito. —Porque he llegado a la conclusión de que no te irás a ninguna parte, y puesto que te he amado durante casi toda mi vida, quiero que te quedes aquí conmigo. Eres el mejor amigo que he tenido jamás, y el único hombre al que he amado. ¿Debería vivir sin ti solo porque a los veinte años eras un idiota? —Eso es discutible… Me refiero a lo de que era idiota —replicó Coop, acariciándole el pelo—. Eres mía, Lil. —Sí. —Lil se levantó con una pequeña mueca de dolor—. Y tú eres mío —añadió, refugiándose entre sus brazos—. Esto es lo que quiero —murmuró —. Mucho de esto. ¿Sales a dar un paseo conmigo? Sé que es una cursilada, pero me apetece pasear a la luz de la luna, sintiéndome a salvo, querida y feliz. Contigo. —Coge la chaqueta —le aconsejó Coop—. Hace frío. La luna los iluminaba pura y blanca mientras paseaban. A salvo, queridos y felices. La llamada del puma rompió el silencio de aquella noche fresca de primavera en el valle. Luego se perdió en las colinas, que se alzaban muy negras en la oscuridad. Página 429 NORA ROBERTS (Silver Spring, Maryland, 1950). Eleanor Marie Robertson fue la menor de cinco hermanos, la única niña. Fue educada durante un tiempo en una escuela católica antes de casarse muy joven con Ronald Aufem-Brinke y establecerse en Keedysville, Maryland. Durante un tiempo trabajó como secretaria legal pero permaneció en casa después del nacimiento de sus dos hijos. El matrimonio Aufem-Brinke se divorció. Comenzó a escribir durante una tormenta en febrero de 1979, y su primera novela, Irish Thoroughbred, apareció en 1981, publicada por Silhouette. Para firmar sus novelas románticas ha utilizado el seudónimo de Nora Roberts, diminutivo de su nombre y apellido. Bajo el seudónimo de J. D. Robb, Robertson también escribe la serie «In Death» de ciencia ficción sobre temas policíacos. Las protagonizan la detective de Nueva York Eve Dallas y su marido Roarke y tienen lugar a mediados del siglo XXI en Nueva York. Las iniciales «J. D.» son de sus hijos, Jason y Dan, mientras que «Robb» es una forma apocopada de Robertson. Robertson es famosa por ser muy prolífica. En 1996 superó el listón de las 100 novelas con Montana Sky. Escribe ocho horas cada día, todos los días, e incluso trabaja durante las vacaciones. Página 430 Muchos lectores y estudiosos de la ficción romántica atribuyen la transformación hacia una heroína romántica más fuerte en parte a la habilidad de Robertson para desarrollar personajes y narrar una buena historia. Otras autoras de novela romántica se refieren a ella humorísticamente como «The Nora». Se han rodado más de una docena de telefilmes basándose en sus novelas. Página 431 Notas Página 432 [1] Chance significa «oportunidad» en inglés. (N. de la T.) << Página 433