EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO (Autor: J. Richmann) PERSONAJES: Else Friedell, ama de llaves del coronel Bruckner Helmuth Bruckner, oficial de las SS Karel Hesler, judío, dueño de una farmacia Gunther Dannecker, periodista judío, amigo de Hesler Helga Hesler, oficinista, hija de Karel Ana Hesler, estudiante, hermana de Helga ESCENA 1 (Salón acomodado de la casa del oficial Bruckner, sofá, butacas, mesa pequeña y cuadros de valor en las paredes. Es una casa que respira lujo y tradición. Helmuth Bruckner, sentado, fuma y escucha música de Bach, procedente de una vieja gramola. Entra su ama de llaves, la señora Friedell. Parece nerviosa) BRUKNER: (Sin mirarla) ¿Qué desea, señora Friedell? FRIEDELL: No quisiera molestarle, señor Bruckner, no me atrevería a hacerlo si no fuera porque… BRUCKNER: (Pausa. Se levanta con desgana y apaga la música) Señora Friedell, ¿cuántos años lleva usted sirviendo en esta casa? FRIEDELL: (Confundida durante el siguiente parlamento ante la mirada atenta de Bruckner) ¿Cuántos años?... No sabría decirle de manera exacta. Si hago memoria, creo que entré a su servicio hace unos diez o doce años… Sí, unos diez años más o menos… Fue poco después de… bueno… después de que… Así que, sí, fue a principios de 1 928, en enero o en febrero… Eso creo, al menos. BRUCKNER: Sí, está usted en lo cierto. Usted entró en esta casa el ocho de febrero de 1 928 FRIEDELL: Siempre me ha parecido que tenía usted una memoria envidiable. BRUCKNER: No, se equivoca usted. Tengo muy mala memoria. La realidad es que no recuerdo casi nada. No consigo acordarme bien de ninguno de los momentos anteriores a… Tampoco consigo recordar su cara, sus ojos… Ya no recuerdo cómo era su voz ni siquiera. Estas fotografías que usted ve no le hacen justicia en absoluto. No sirven para nada… (Se calla mientras se sirve un vaso) Si recuerdo la fecha en la que entró usted es porque… porque ese día se cumplían tres meses de… bueno tres meses del… del acontecimiento. FRIEDELL: (Sinceramente afligida) Un acontecimiento muy penoso, señor Bruckner. Una verdadera desgracia… Una… EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 1 BRUCKNER: (Interrumpiéndola con mucha severidad) Bien, y en todos estos años, ¿no ha tenido usted tiempo de aprender que hay cosas que usted no debe, que usted no puede hacer, bajo ninguna circunstancia? ¿Una regla básica en su trabajo que nunca, fíjese bien, nunca puede usted quebrantar? FRIEDELL: (Asustada) Discúlpeme, señor Bruckner, no pretendía molestarle… Como le he dicho, me he atrevido a dirigirme a usted porque la insistencia de… BRUCKNER: (Muy severo aún) No se trata sólo de que me haya molestado usted a mí. No se trata sólo de que haya interrumpido mi descanso, que como usted sabe bien, es una cosa sagrada en esta casa… FRIEDELL: De nuevo le pido disculpas. Sé que nunca debo entrar aquí cuando está usted en su tiempo de descanso. Que no debo distraerlo suceda lo que suceda… se trate de lo que se trate… BRUCKNER: Así es. Pero como le digo, no se trata de mí. Se trata de algo más sublime que mi propia persona. De algo que le trasciende a usted. Me trasciende a mí, a todos nosotros… ¿Me entiende, señora Friedell? FRIEDELL: Creo… creo que sí. BRUCKNER: No me lo parece. No sabe de lo que estoy hablando. FRIEDELL: No, no sé muy bien si se refiere usted a… BRUCKNER: Le estoy hablando de arte, señora. De música. Lo imperdonable en su actitud es que me ha obligado a interrumpir a Bach. Eso es lo que no admite disculpa, señora Friedell. FRIEDEL: seguro. (Sonríe con alivio) ¡Ah! Ahora le entiendo. No volverá a suceder. Puede usted estar BRUCKNER: ¿Le parece a usted que estoy bromeando? FRIEDELL: (Se le hiela la sonrisa) No, señor. De ninguna manera. BRUCKNER: No lo olvide en el futuro, señora Friedell. Hacer callar la música de Bach es un pecado sólo comparable al de hacer callar, de manera injusta, la boca y el corazón de una persona. Es aun peor, si se piensa bien. No le conviene olvidarlo si quiere usted continuar en esta casa. FRIEDELL: Lo tendré muy presente, señor Bruckner. BRUCKNER: Estoy seguro. No cometerá en adelante este pecado. Ustedes los judíos saben mucho de estas cosas. Para ustedes, casi todo les hace volverse impuros. No puede haber impureza más grande que hacer callar a Bach. Espero que haya quedado claro. FRIEDELL: Desde luego, señor Bruckner. BRUCKNER: Perfecto. Dígame ahora qué le ha hecho entrar en esta habitación. Espero que tenga usted una buena razón para haberlo hecho. (Sonríe sin humor) Sólo podría disculpar su comportamiento en el único caso de que hubiera acudido a visitarme a mi casa el mismísimo Fuhrer. FRIEDELL: (Muy nerviosa de nuevo) Se trata del señor Hesler… Karal Hesler el farmacéutico… el amigo de su padre. BRUCKNER: Ya, ya sé quién es el señor Hesler… Otro judío. (Pausa) ¿Para qué ha venido? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 2 FRIEDELL: No me lo ha dicho, señor. Sólo me ha dicho que deseaba hablar con usted por un asunto de suma importancia. (Ante el silencio de él) Está esperando en la puerta. ¿Le hago pasar? BRUCKNER: (Con evidente disgusto) Este no es un buen momento. Dígale que se marche. Ya iré a verlo uno de estos días. FRIEDELL: Parece muy preocupado, señor. Tal vez podría usted atenderle un momento. Al fin y al cabo, fue muy buen amigo de su difunto padre… BRUCKNER: (En un estallido de ira) ¡No vuelva usted a decirme nunca más lo que debo o lo que no debo hacer! ¡Y no vuelva a atreverse a mencionar a mi padre jamás! (Se domina tras una pausa) Dígale que tengo diez minutos para él. Ni uno más. FRIEDELL: Sí, señor. Voy a decirle que pase. (Sale. Al cabo de un momento entra el señor Hesler) HESLER: (De pie en la puerta, con el sombrero en la mano, muy azorado) Buenas tardes, Helmuth. ¿Cómo estás? Perdona que me haya presentado así, sin anunciarte mi visita. BRUCKNER: (Disimulando su incomodidad) No es inconveniente, Karel. Pasa. No te quedes ahí de pie plantado. Siéntate. (Lo hace) ¿Te apetece tomar algo? ¿Un café? ¿Un té o cualquier otra cosa? HESLER: No, no. Nada. No te molestes. No me apetece tomar nada. BRUCKNER: ¿Seguro? Vamos, anímate. Veamos… (Observando las botellas) Te voy a poner un poco de coñac, lo vas a agradecer con este frío que hace. HESLER: Bueno, tomaré un poco. Gracias. (Beben ambos) Te preguntarás por qué me he tomado la libertad de venir a tu casa de esta manera tan inoportuna. BRUCKNER: Sí, la verdad es que me le pregunto. Supongo que vas a contármelo, pero antes, dime: ¿cómo van las cosas? ¿Qué tal tu negocio? ¿Y qué tal las niñas? HESLER: (Se remueve incómodo) Las cosas van como van, o más bien como pueden ir… No mejor que a todos los demás, pero tampoco peor. De momento… BRUCKNER: (Aparentemente, sin entender) ¿Qué quieres decir con eso, Karel? HESLER: Quiero decir que la situación no tiene buen aspecto, que lo que se percibe alrededor no invita a sentirse muy optimista porque… porque… Bueno, luego hablamos de esto, si no te importa… No quisiera ser descortés… BRUCKNER: No lo eres, Karel. No le des más importancia al hecho de haberte presentado de esta forma. Y ya que estás aquí me gustaría, desde luego, que me dijeras cuál es el motivo de tu visita. HESLER: (Sin oírle) Descortés porque no te he preguntado por tus asuntos. ¿Cómo estás? ¿Qué tal te encuentras? BRUCKNER: (Sonríe incómodo) Supongo que no habrás venido hasta mi casa para preguntarme cómo estoy… No es una conversación fácil, ni para ti ni para mí. Yo diría que no tenemos tanta confianza. HESLER: Es verdad, es verdad, Helmuth. Perdóname, perdóname. Tienes toda la razón. Espero que sepas disculparme… Es que me encuentro un poco nervioso. BRUCKNER: ¿A qué se debe ese nerviosismo, Karel? Si me lo cuentas, tal vez pueda ayudarte. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 3 HESLER: Sí, sí. Seguro, seguro. Esa es la razón por la que estoy aquí, porque espero de tu amabilidad que puedas echarme una mano. BRUCKNER: Antes necesito saber de qué se trata. HESLER: No, no es fácil, Helmuth… No sé por dónde empezar… No sé cómo… Yo, yo, como sabes, tengo dos hijas. No sé si podrás entenderme porque tú… (Ante la mirada sombría de su interlocutor) ¡Oh, perdona, perdona, Helmuth! No, no. No quería decir eso. Por supuesto que tú podrás entenderme a pesar de… a pesar de todo… (Pausa) Debe ser muy duro, Helmuth, has debido sufrir tanto… No puedo ni imaginármelo. Estos años han debido ser muy, muy difíciles… (Pausa) ¿No has pensado nunca en…? Quiero decir: pensado en rehacer tu vida. Aún estás a tiempo. Aún te queda mucho por vivir… Podrías… BRUCKNER: (Con evidente aspereza) Karel, tengo muy poco tiempo para ti. márchate a tu casa. Aprovéchalo o HESLER: ¡Disculpa, Helmuth! Te pido disculpas, te pido disculpas. No consigo pensar con cordura y no digo más que inconveniencias. Creí… pensé que podría hablarte del modo en el que lo he hecho. A tu padre le prometí que cuidaría de ti. ¡Qué buen hombre era tu padre! ¡Un médico excelente! El mejor de todo Berlín, estoy convencido. ¡Qué pena que Dios quisiera llevárselo tan pronto de nuestro lado! Lo echo mucho de menos… A pesar de la diferencia de edad fuimos muy buenos amigos. Amigos de verdad, pero ahora… ya no está y aunque le prometí cuidarte, ocuparme de ti, no he sido capaz, y lo cierto es que eres tú quien puede cuidarme a mí, intentarlo al menos… Echarme una mano. BRUCKNER: mano. Ya lo has dicho antes. Te pediría que me dijeras de una vez cómo puedo echarte una HESLER: Te lo diré, Helmuth. Tú ves, como yo, como todos nosotros, que las cosas se están poniendo difíciles. No para todo el mundo. Difíciles para los judíos. Para mí, para mis hijas, incluso para la señora Friedell. Está en el ambiente, está en el aire que se respira, en las palabras, en los gestos, en lo que se dice y en lo que no se dice, en la prensa, en las conversaciones…En todas partes. Lo noto en la farmacia cuando despacho medicamentos, cuando hablo con los proveedores. Lo notan mis hijas: Helga en su oficina con los compañeros. Lo nota Ana con sus amigas de colegio… Algo malo va a pasar. Nos odian, Helmuth, nos odian, nos odian de una manera absoluta, devastadora y el inmenso odio que nos tienen se va a desbordar muy pronto. Queda muy poco para eso. Algo malo, muy malo va a pasar. BRUCKNER: (Muy a disgusto con el rumbo que ha tomado la conversación) No sé de qué estás hablando, Karel. No veo las cosas como las ves tú. La señora Friedell no ha manifestado nada parecido y ella también es judía. FRIEDELL: La señora Friedell trabaja en tu casa. En la casa de un oficial de la SS. A ella la respetan, pero pronto, estoy seguro, empezará a tener problemas. BRUCKNER: Bien. Cuando lleguen esos problemas, ya nos enfrentaremos a ellos. (Pausa) ¿En qué puedo ayudarte a ti ahora? FRIEDELL: (Con mucha dificultad) Helmuth, tú eres un oficial bien considerado. Tienes influencias, contactos, amistades, que pueden ser muy valiosos. Tal vez podrías hablar con alguien, alguien que pueda interceder por mí, que pueda impedir que cierren mi farmacia. BUCKNER: ¿Quién va cerrar tu farmacia? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 4 HESLER: Hace dos meses recibí una carta del ayuntamiento, con sello y membrete oficial, así que no se trataba de un error o de una broma. Era una carta oficial, en la que me comunicaban que el ayuntamiento había decidido cerrar la farmacia de una manera definitiva. BRUCKNER: ¿Por qué? ¿Qué razón te daban para cerrarla? HESLER: Ninguna. BRUCKNER: ¿Qué fecha indicaban para su cierre? HESLER: Para el 11 de noviembre de este año. BRUCKNER: O sea, pasado mañana. HESLER: Sí. BRUCKNER: verme. Es una fecha muy próxima. No sé si podré hacer algo. Has tardado mucho en venir a HESLER: Inténtalo, Helmuth, te lo ruego. Hazlo por mis hijas y por la vieja amistad que me unió a tu padre. Si él estuviera aquí, no dudo que hubiera hecho lo posible para ayudarme. Y yo sé que tú eres un digno hijo de tu padre. Tan noble como él. BRUCKNER: (Seco) No es necesario que me ruegues nada ni que me recuerdes a mi padre. Haré lo que pueda. Intentaré hablar con las personas adecuadas. Pero no puedo prometerte nada. HESLER: Lo entiendo, lo entiendo… Confío en ti y en tu capacidad de influencia. Sólo necesito ganar un poco de tiempo. La farmacia es mi único medio de vida. Si logro mantener la farmacia abierta durante un par de meses, podré arreglarlo todo para salir del país con mis hijas. BRUCKNER: ¿Vais a abandonar Alemania? ¿Por qué? HESLER: ¿No lo ves, Helmuth? ¿De verdad que no sabes nada? ¿De verdad que no lo ves venir? No estamos seguros aquí. Ningún judío puede sentirse a salvo. Algo malo, muy malo va a pasar. Hay que marcharse ahora que todavía estamos a tiempo. BRUCKNER: Intentaré todo lo que esté en mi mano. (Pausa) Ahora debes marcharte. (Se dirige a la señora Friedell) Señora Friedell: traiga el abrigo del señor Hesler. (Entra el ama de llaves con el abrigo) El señor Hesler ya se marcha. Acompáñelo a la puerta. Adiós, Karel HESLER: Adiós, Helmuth. Gracias (Salen ambos. Bruckner se sirve un vaso, mientras oye la puerta de la calle cerrarse) BRUCKNER: ¡Señora Friedell! (Entra ésta) ¿Ya se ha marchado nuestro visitante? FRIEDELL: Sí, señor. Iba muy contento. Desde luego, mucho más tranquilo de lo que vino. BRUCKNER: Si el señor Hesler vuelve a presentarse preguntando por mí, sea la hora que sea,… por favor dígale que no estoy en casa y que no sabe usted cuándo voy a volver. FRIEDELL: (Muy asombrada) Perdón, señor. Creo que no he entendido bien… BRUCKNER: Me ha entendido usted perfectamente. Ahora salga y no vuelva a interrumpirme. (Mientras sale, Bruckner vuelve a poner la música, se sienta y se fuma un cigarrillo. Se hace el oscuro) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 5 ESCENA 2 (Despacho interior en la farmacia del señor Hesler. Separados por una mesa conversan éste mismo y el señor Dannecker) HESLER: Cada vez que viene usted a verme me trae peores noticias, señor Dannecker DANNECKER: Es así, en efecto, y lo siento de veras, pero la realidad es la que es: detenciones y arrestos por todas partes. Como le he dicho, lo último que hemos conocido es la detención del señor y la señora Hotzfeld. HESLER: Pero, ¿cómo es posible? No se puede consentir. ¿Por qué se les ha arrestado?... ¿De qué se les acusa? (Inquieto de pronto) ¿Ha oído usted la campanilla? (Escuchan ambos) No, no ha sonado. Me había parecido oírla. Si suena, me disculpará usted que salga a atender a los clientes. Tuve que instalarla porque desde este despacho no oía cuando entraban y perdía alguna venta. Y no es cosa de perder ninguna, ahora que cada vez entra menos gente. De un tiempo a esta parte… Perdóneme, estábamos hablando de los Lindermann, y yo le preguntaba por qué… DANNECKER: (Amable) Sé que hace usted preguntas por preguntar, por intentar encontrar alguna forma de alivio con esta conversación, pero ya conoce la respuesta, porque no es la primera vez que sucede: dos agentes, dos policías se presentan en casa o en el negocio de nuestros vecinos, les piden la documentación y, sin mediar palabra, se los llevan detenidos. HESLER: Pero, ¿a dónde? ¿Qué hacen con ellos? DANNECKER: No lo sabemos. La información que llega al periódico es muy confusa. Algunos reaparecen al cabo de un par de días, regresan a casa silenciosos, no cuentan nada de lo que les ha ocurrido, pero es evidente lo que han hecho con ellos: golpes, torturas y todo tipo de vejaciones… abusos que no me atrevo ni a imaginar. Otros tienen peor suerte: no vuelven a aparecer. HESLER: Es del todo increíble que estas cosas puedan estar pasando. Es desesperante que ocurra y que nadie haga nada. DANNECKER: Ninguno hacemos nada, señor Hesler. Nadie hace nada. Ni usted ni yo. No hay que buscar culpables fuera. Nosotros mismos lo somos. HESLER: (Exaltado) ¿Soy yo culpable, señor Dannecker? ¿De qué soy culpable? ¿Ordeno yo acaso esas detenciones y esas torturas? ¿Por qué dice usted que todos somos culpables? DANNECKER: (Comprensivo y calmado) No se altere, no se altere por favor. Entiéndame bien: naturalmente que no es usted culpable de lo que está ocurriendo, pero sí somos al menos responsables, de nuestra inacción, de nuestra pasividad, al permitir que esto suceda sin hacer nada: ni una manifestación, ni una queja, ni una exigencia de explicaciones a quien tenga que darlas. A la redacción del periódico no llega ni una carta de protesta, denunciando las cosas terribles que están sucediendo. HESLER: Se han hecho, se han hecho. No diga usted que no. Hace meses hubo varias manifestaciones, varias protestas, y ya recordará cómo termino todo aquello. DANNECKER: Se hicieron. Es verdad. Pero durante este pasado mes de octubre y principios de noviembre, cuando las detenciones se han multiplicado y se han convertido en una cosa casi cotidiana, nadie se ha atrevido a levantar la voz. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 6 HESLER: Hay personas que tienen más posibilidades de hacerse oír que otras. Si yo fuera el redactor de un periódico como usted, llenaría las portadas diarias con noticias y denuncias de los arrestos. DANNECKER: (Pausa tensa, tras la cual Dannecker contesta visiblemente molesto) Es una actitud muy cómoda la suya, señor Hesler. Es la actitud del que elude sus responsabilidades, dejando que los demás se hagan cargo de ellas. Pero no se da cuenta de que en este momento casi todos estamos razonando de la misma manera. Todos nos decimos: “bueno, ya pasará. Seguro que habrá alguien que se decida a actuar y a poner fin a estos acontecimientos tan terribles. Así que, por el momento, me voy a limitar a esperar y a capear el temporal de la mejor manera posible”. HESLER: (Muy alterado) Usted me está insultando, señor Dannecker. DANNECKER: ¿Yo? En absoluto. Nada más lejos de mi intención. Sólo trato de hacerle ver que… HESLER: Me está usted llamando cobarde. DANNECKER: Es que es usted un cobarde… Y yo, y todos nosotros. No podemos no serlo. Me produce terror ver esos uniformes, esas botas resonantes, esas insignias bordadas en el pecho y en los hombros de esos energúmenos que desfilan vociferando por las calles de Berlín. No me dirá que a usted no. De ninguna manera desearía verme en sus manos, y no soy capaz de hacer nada que pueda atraerme su enemistad. Veo sus desmanes a cada momento, y publicaría mil artículos denunciándolos, pero sólo si contara con algún apoyo dentro de la redacción. Pero no es el caso, el editor y la dueña del periódico, aunque son tan judíos como usted y como yo, han decidido mirar para otro lado. HESLER: (Abatido) Tiene usted razón, señor Dannecker. Le pido disculpas por mi comportamiento. No puedo dar lecciones de nada a nadie. Es que… es que lo han conseguido. Nos han inoculado su odio como un veneno y han logrado lo que pretendían: paralizarnos de terror. Tengo miedo, ésa es la verdad, pero creo que mi miedo no es por lo que pueda ocurrirme a mí. Al fin y al cabo he vivido, una vida larga y razonablemente feliz. Tengo miedo por mis hijas. Las veo tan frágiles, tan desvalidas… DANNECKER: Ese es un miedo muy natural, supongo, si bien debo confesarle que me es un poco ajeno. Como usted ya sabe, no he tenido hijos. HESLER: (Sonriendo con tristeza) Pues afortunadamente para usted, a diferencia de lo que ocurre conmigo, podrá viajar más ligero de equipaje. DANNECKER: ¿Viajar a dónde? ¿Es que se marcha usted? HESLER: Así es. Si todo va bien y Dios me concede un par de meses de margen, me marcharé de Alemania con mis dos hijas. DANNECKER: ¿Tan mal cree usted que se van a poner las cosas aquí en nuestro país? HESLER: Sí, lo creo. Creo firmemente que en Alemania no hay sitio para ninguno de nosotros, los judíos, y considero que usted debería hacer lo mismo. DANNECKER: (Reflexivo) ¡Vaya, me sorprende usted! (Pausa) Pero, dígame: ¿por qué ha dicho antes que necesita un par de meses de margen antes de marcharse? HESLER: Porque es así. Si pudiera disponer de un par de meses más, podría organizar mis asuntos: traspasar la farmacia, vender el local y vender también la casa familiar. Pero para eso, necesito EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 7 que la farmacia permanezca abierta durante este tiempo. Como ya le conté, el ayuntamiento me ha amenazado con cerrarla el próximo día once. DANNECKER: Mañana. HESLER: Exacto: mañana. Por eso, siguiendo sus consejos, ayer me presenté en casa del oficial Bruckner, con la intención de pedirle ayuda. DANNECKER: las SS. (Muy sorprendido, pero con disimulo e ironía) Ha pedido usted ayuda a un coronel de HESLER: ayuntamiento Eso fue lo que usted me dijo que hiciera cuando le conté lo de la carta del DANNECKER: Es cierto, pero ese consejo mío podía haber sido válido entonces. Ahora, dos meses después, las cosas han cambiado bastante. HESLER: (Muy asustado) ¿Cree que he hecho mal? DANNECKER: No lo sé. Le aconsejé que pidiera ayuda al coronel tomando en consideración la excelente relación que mantenía usted con su padre, el doctor Bruckner. Pero ahora todo se ha vuelto muy distinto y no sé… En todo caso, ¿qué le dijo el coronel? ¿Lo encontró dispuesto a ayudarle? HESLER: No puedo asegurarlo. Yo estaba tan nervioso… Apenas escuchaba lo que me decía… pero creo que sí… Al final de la conversación me dijo que haría todo lo que estuviese en su mano, aunque, desde luego, no me prometía nada… DANNECKER: Ya, ya… Yo, en su lugar, no estaría muy tranquilo, señor Hesler. No me da la impresión de que el coronel, tal y como están las cosas, esté muy dispuesto a ayudarle a usted. Dependerá quizá de su relación. ¿Son ustedes muy amigos? HESLER: Lo cierto es que no mucho. Fui muy amigo de su padre, en realidad. No he sido amigo de Helmuth a pesar de tener más o menos la misma edad. Hemos seguido caminos muy distintos: él eligió la carrera militar, para enorme disgusto de su padre por cierto, y yo elegí la carrera de farmacia. Y esto, la ciencia, es lo que me unía a su padre. Cuando iba a visitar al doctor Bruckner coincidíamos de vez en cuando y charlábamos con bastante cordialidad. En las ocasiones en que nos cruzábamos por la calle, compartíamos un café, pero lo cierto es que al final, acabábamos siempre hablando de su padre… DANNECKER: Pues todo esto no le favorece mucho a usted, me temo. Casi con toda seguridad, el coronel Bruckner le odia o, como poco, le tiene envidia. HESLER: (Escandalizado) ¡No, no, no! Pero, ¿qué ideas se le ocurren? Helmuth es un hombre noble, intachable en todos los aspectos de su vida… Es verdad que cambió mucho después de su terrible pérdida, pero en esencia sigue siendo el mismo… DANNECKER: Si usted lo dice… A pesar de todo, considero que el coronel va a necesitar un estímulo poderoso para decidirse a prestarle su ayuda. Por lo que conviene… (Se interrumpe porque suena la campanilla de la puerta, entrando poco después en el despacho las hijas del señor Hesler: Helga, la mayor, y su hermana Ana. El señor Hesler se acerca a ellas para recibirlas) HESLER: ¡Helga, Ana, hijas, que pronto habéis vuelto! (Inquieto) ¿Ha ocurrido algo? HELGA: ¡Hola, papá! Señor Dannecker… EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 8 HESLER: Decidme. ¿Es que ha pasado algo? ANA: antes. No, papá, tranquilízate. Todo está bien. Es sólo que las dos hemos salido un poco HELGA: (Con sarcasmo e ira contenida) Sí. Todo está muy bien. Hoy he visto cómo le escupían a una mujer en el mercado. Nadie ha intervenido, por supuesto. La señora se ha limpiado con calma la cara con un pañuelo y ha seguido con sus compras, como si no hubiera ocurrido nada…. Todo está muy bien. Es verdad… ¡Ah! Lo olvidaba. También he visto como un cerdo con uniforme golpeaba… ANA: ¡Helga, por favor! Date cuenta de que tenemos visita HELGA: ¡Oh, sí! Es cierto. El señor Dannecker… Pero tener una visita no es incompatible con el hecho de que un cerdo con uniforme golpeara a una pareja de ancianos en plena calle a la vista de todo el mundo, ¿no crees? HESLER: a… ¡Helga! ¿No has oído a tu hermana? Te ruego que cuides tu lenguaje. Tenemos en casa HELGA: Sí, sí… El señor Dannecker. (Dirigiéndose a él) Por cierto: yo diría que se le ve mucho por aquí últimamente… HESLER: (Alarmado) ¡Helga! ¡No seas impertinente! El señor Dannecker es nuestro invitado y siempre es bien recibido entre nosotros. No hables de esa manera. ANA: descarada. No le haga caso a mi hermana, señor Dannecker. Últimamente se ha vuelto muy HELGA: ¿Te quieres callar, Ana? A ti todo lo que digo siempre te parece mal. ¿Es que acaso no es verdad que al señor Dannacker lo hemos visto por aquí estos dos últimos meses más que en los últimos cinco años? ¿Por qué será eso? HESLER: ¡Ya está bien, Helga! Ahora soy yo quien te ordena que te calles. HELGA: ¿Me lo ordenas? ANA: Helga, es mejor que te calles de una vez. No hagas enfadar a papá. HESLER: Pídele disculpas al señor Dannacker ahora mismo. HELGA: ¿Disculpas? ¿Pero por qué? No he hecho más que decir la verdad. DANNACKER: (Que ha asistido a la conversación silencioso y muy atento) Su hija mayor tiene razón, señor Hesler. No ha dicho nada que no sea verdad. Estoy viéndoles a ustedes ahora más a menudo. Esto es así porque me preocupo por ustedes y porque… HELGA: ¿Cómo van las cosas en su periódico? Lo digo porque es seguro que muy pronto les cerrarán la redacción. ANA: ¡No te inventes tonterías, Helga! ¿De dónde sacas esa idea de que la van a cerrar? HELGA: Tú no sabes muchas cosas, Ana. Y es mejor que no hables de lo que no sabes. ANA: (Dirigiéndose a su padre) ¡Papá! ¿Te parece bien que tu hija mayor le hable de esa manera a tu hija menor? ¡Te ruego que hagas algo! EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 9 HESLER: Sí. Voy a hacer algo. Os voy a pedir que os vayáis las dos a casa. Yo me quedaré aquí a solas con mi invitado. A la hora de la cena nos volveremos a ver, y entonces os impondré un castigo apropiado a vuestro inadmisible comportamiento. Me estáis haciendo quedar en evidencia delante del señor Dannecker. DANNECKER: ¡Bah! No es para tanto… No las castigue usted. No me siento ofendido en absoluto. Son jóvenes… Jóvenes e impulsivas. Supongo que no pueden evitarlo. ¿Fuimos nosotros así, a su edad? HESLER: Sólo puedo hablar por mí. Cuando lo conocí a usted, ya éramos dos hombres hechos y derechos, por lo que no tengo modo de saber cómo sería usted de joven. Yo, desde luego, siempre fui muy obediente y muy respetuoso con mis mayores. DANNECKER: Un buen judío. HESLER: soy. Eso es algo que nadie más que Dios puede juzgar, pero me gustaría pensar que sí lo HELGA: Papá es el judío más temeroso de Dios que pueda usted encontrar en toda Alemania HESLER: (Enfadado) ¡Helga! ¿Cuándo vas a dejar de decir estupideces? DANNECKER: (Sin oírle, en apariencia. Con frialdad) ¿Y usted? (Pausa) ¿Es usted una buena judía, señorita Hesler? ANA: (Tras un incómodo silencio) No. No lo es. A esa pregunta puedo contestarle yo. DANNECKER: (Se dirige a Ana) Pero esa pregunta debe contestarla ella, ¿no le parece? HELGA: (Desafiante) Desde luego. Nadie más que yo. Le responderé. No tengo inconveniente, pero antes dígame: ¿es de buen judío no publicar una sola noticia que recoja alguno de los arrestos, de las detenciones, de las palizas, de las deportaciones forzosas incluso que se dan a cada momento en esta ciudad? ¿Es de buen judío tener un noble oficio y no ejercer ese oficio? ¿Qué le parece a usted? DANNECKER: Se refiere usted a mi oficio de periodista, naturalmente… Bien, pues lo que me parece es que usted, como le ha dicho a su hermana pequeña, también ignora muchas cosas. Y, además, me parece que ha eludido usted mi pregunta. HESLER: Señor Dannecker. Le ruego que no entre en el juego de mi hija mayor. Como buena abogada que es, discúlpeme la inmodestia, le encanta debatir, discutir y argumentar… Eso dice ella, pero lo que realmente le encanta es tener razón, de modo que no se rendirá hasta salirse con la suya y convencerle a usted de lo que sea. DANNECKER: Bueno, en este caso no sé de qué debe convencerme. ¿De que es una buena o de que es una mala judía? HELGA: pascua? ¿Qué es ser una buena judía? ¿Respetar las leyes, asistir a la sinagoga, celebrar la DANNECKER: Sí, podría ser algo propio de una buena judía… ANA: Le aseguro, señor Dannecker, que mi hermana hace todas esas cosas, pero yo no diría que es una buena judía… DANNECKER: ¿Por qué dice tal cosa? (A Helga) Bien, ¿qué responde usted? ¿Lo es o no lo es? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 10 HELGA: Para responder a su pregunta, primeramente debemos ponernos de acuerdo en que… DANNECKER: (Interrumpiéndola) Le propongo un juego. Vamos a imaginar una situación hipotética, ficticia y usted debe ayudarme a buscar una solución. En función de las respuestas a mis preguntas, su padre, su hermana y yo determinaremos si es usted una buena judía. HELGA: Mi padre y Ana ya saben de sobra lo que soy. Me conocen muy bien. DANNECKER: Tiene usted razón. Entonces sólo seré yo quien decida una cosa o la otra. ¿Lo encuentra justo? HESLER: Por favor, señor Dannecker, es mejor que nos dejemos de juegos… Tenemos asuntos muy importantes que tratar. DANNECKER: Es que se trata justamente de esos asuntos. HELGA: No te preocupes, papá. (Mirando a Dannecker) Este juego, sinceramente, me parece una tontería porque creo que usted ya ha emitido un juicio sobre mí, pero no quiero que piense que tengo miedo, de modo que vamos a jugarlo. ANA: suspender. Yo sí tendría miedo, Helga. Es como un examen muy difícil. Un examen que puedes HELGA Pues correré el riesgo. DANNECKER: De acuerdo. Vamos allá. (Pausa) Imaginemos a un hombre cualquiera… un hombre corriente, que podría ser judío, ¿por qué no? Un hombre de familia, con hijas, viudo… Alguien como su padre por ejemplo. Suponga, como digo, que un hombre así se encontrara en un grave aprieto y que para salir de él decidiera pedir ayuda a otro hombre que tiene poder e influencias… Pongamos… un… un militar de cierto rango… ¿Me sigue? HELGA: Por supuesto. DANNECKER: Bien, pues vamos a suponer ahora que este militar no tiene demasiado interés en ayudar a nuestro hombre, porque no es judío y porque prestarle ayuda le puede acarrear serios problemas. O, al menos, eso piensa él… Así que duda mucho de la conveniencia de exponerse de ese modo. Además… HELGA: ¿Sí? DANNECKER: Además, se conocen de mucho tiempo atrás, y el militar guarda cierto rencor, odio lo podríamos llamar, hacia el judío porque… HESLER: ¿Es necesario incluir esto último en la ficción que está usted planteando? Tal vez no deba ser necesariamente así. ANA: ¡Papá, por favor! Deja al señor Dannecker que incluya lo que le parezca. Al fin y al cabo, la historia es suya. DANNECKER: (Como si no hubiera oído) Porque de algún modo siente que el judío le robó el amor de su padre. Quizá sin pretenderlo, pero lo hizo. Así que no tiene ninguna predisposición a auxiliar a nuestro judío. Por eso, le pregunto, señorita Hesler: ¿qué se podría hacer para que este militar influyente se decidiera a ayudar a nuestro hombre? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 11 HELGA: hombre. Para responder a esa pregunta necesito saber qué clase de ayuda necesita nuestro DANNECKER: Bueno… Digamos que necesita su influencia para evitar que las autoridades cierren su negocio, una pequeña tienda de ropa, que es su único sustento. HELGA: Tal vez no necesite la ayuda de este militar para impedir tal cosa. Tal vez pueda impedirlo por sus propios medios. DANNECKER: No me haga trampas, señorita Hesler. No cambie los supuestos de esta ficción. Usted y yo sabemos que lo necesita. De hecho, no tiene otra posibilidad. HELGA: ¿Por qué? DANNECKER: Yo diría que está bastante claro: nuestro padre de familia es judío. Y nuestro influyente militar no lo es. HELGA: ¿Y qué? ¿Es que no puede haber otro judío que le ayude? ¿No hay nadie que pueda hacerlo? Otro judío con cierto prestigio, alguien influyente, alguien como usted, por ejemplo, redactor de uno de los tres periódicos más importantes de la ciudad. HESLER: No diga que no se lo advertí, señor Dannecker… DANNECKER: (Un poco confundido ante la seguridad de Helga) No, no, no… Está bien, está bien. Admitámoslo: quizá haya alguien también judío que pudiera ayudarle, pero…pero… (Reflexiona) ANA: A lo mejor apruebas, Helga. HESLER: ¡Ana, por favor! DANNECKER: Pero usted me reconocerá que es más peligroso para otro judío que para el militar. El primero arriesga mucho más… ANA: Ese argumento no es muy convincente. No veo por qué es más arriesgado para uno que para otro. ¿Tú qué opinas, papá? ¿Para quién crees que es más arriesgado? ¿Para un judío que ayuda a otro judío o para alguien que no siendo judío ayuda a un judío? HESLER: (Que hace rato está muy molesto con el juego que se desarrolla) A mí no me preguntes, hija. Esta tontería que os traéis entre manos no me gusta ni me interesa lo más mínimo. Admite que el militar es la única opción para el judío, y acabad este juego de una vez… DANNECKER: No hay razón para molestarse, señor Hesler. Es un juego inocente, un mero pasatiempo intelectual. (A Helga) ¿Está de acuerdo? ¿Admite lo que propone su padre? HELGA: Si no hay más remedio… DANNECKER: Bien, pues volvemos al principio: ¿qué se puede hacer para que el militar se decida a prestar su ayuda a nuestro judío? Pues es evidente que tal vez necesite un estímulo poderoso para hacerlo HELGA: ¿Cómo es este militar? DANNECKER: ¿Cómo? ¿Qué quiere decir? HELGA: Sí, ¿cómo es? ¿Cómo se comporta? ¿Qué ideas tiene? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 12 DANNECKER: Entiendo. Bueno… pues… pongamos que es un militar convencido, muy partidario del régimen… Leal al Fuhrer y a Alemania. Podemos imaginar que se ha incorporado recientemente al servicio, después de una larga convalecencia. HELGA: ¿Suponemos que ha estado enfermo o que ha sido herido? DANNECKER: No. Podemos decir que no se ha estado recuperando de una herida del cuerpo, sino más bien de una herida del espíritu, de una terrible pérdida para él. HELGA: ¿Ha perdido a un ser querido? DANNECKER: A dos. HELGA: ¿Tiene mujer? DANNECKER: No. HELGA: ¿Hijos? DANNECKER: No. Tampoco. ¿Por qué me hace estas preguntas? ¿Qué pretende averiguar con ellas? HELGA: Bueno, yo tengo la teoría, señor Dannecker, que por cierto no es nada original, de que todo el mundo tiene un punto flaco, una debilidad. Y es por ahí por donde se debe atacar. ANA: por ahí. Eso es verdad. El punto flaco de mi hermana es la arrogancia. Por eso, siempre la ataco HELGA: Tu punto flaco, hermanita, es la ingenuidad, pero yo creo que no eres tan ingenua, sino que te lo haces. Por eso, siempre te ataco por ahí. HESLER: ¡Haced el favor de dejaros las dos de tonterías! Señor Dannecker, le ruego que dé por terminado este juego. Ya ve usted que no es posible llegar a ninguna conclusión. HELGA: No, papá. Un poco de paciencia. Ya estamos terminando. (A Dannecker) Juguemos fuerte, señor Dannecker, y le ruego a usted que no se escandalice… DANNECKER: ¡Vaya, señorita Hesler! La escucho. Usted dirá… HELGA: ¿Este militar puede ser comprado con dinero? DANNECKER: Lo dudo mucho. Es un hombre de principios, pero además este judío nuestro no tiene recursos para comprar su ayuda. HELGA: Muy bien. ¿Este militar acostumbra a ir con prostitutas? HESLER: (Muy nervioso) ¡Helga! ¿Se puede saber qué estás diciendo? DANNECKER: No lo podría afirmar. Supongo que no está interesado en eso. HELGA: ¿No mantiene relaciones sexuales con mujeres? HESLER: vez! (Más nervioso aún) ¡Pero bueno, Helga, ya está bien! ¡Es suficiente! ¡Cállate de una EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 13 DANNECKER: ¿Quién puede saberlo, señorita Hesler? ¿Quién puede saber lo que hace un hombre o una mujer en la intimidad? Sin embargo, podríamos decir que es bastante probable que no mantenga ninguna relación con una mujer. No una relación de naturaleza sexual, al menos. HESLER: (Aliviado porque acaba de oír la campanilla) Ana, hija mía, por favor, ve a atender a los clientes. Alguien ha entrado en la farmacia. ANA: Pero, papá, ¿de verdad crees que voy a dejar de escuchar esta conversación? HESLER: ¡Ana, ve inmediatamente a atender a los clientes! Yo iré en seguida. ANA: (Con evidente molestia) Está bien, papá, como tú digas. (No se decide a salir) HELGA: homosexual? ¿Así que no es probable que mantenga relaciones con una mujer? ¿Por qué? ¿Es HESLER: (Muy alterado) ¡Helga, te ordeno de inmediato que acabes de una vez con este estúpido juego! ¡Ahora mismo! (Se fija en Ana, que aún no ha salido) ¡Ana, ve inmediatamente a atender! ¡Ahora mismo! (Sale por fin) DANNECKER: No hay por qué alterarse tanto, señor Hesler. Ya estamos terminando… Verá, señorita Hesler, nuestro militar no es homosexual. Es sólo que considera que debe guardar respeto a su mujer. HELGA: Usted ha dicho que no tenía mujer. DANNECKER: Y lo mantengo. Su mujer murió hace años. HELGA: Ya veo… (Pausa reflexiva) Bueno… esto cambia las cosas. No es homosexual, guarda respeto eterno a su mujer… No se le puede comprar con dinero… No hay dinero… Ya tiene suficiente poder… Bien, entonces, tal como lo veo, me inclino a pensar que sólo queda una posibilidad… Que no tenga interés en una mujer que no sea su difunta esposa, no quiere decir que no tenga interés por el sexo. De hecho, sospecho que aunque él no lo sepa, debe tener mucho interés por el sexo. (Pausa) Ya sé qué puede aportar nuestro judío para conseguir ayuda… Tiene una hija. Una hija joven y guapa. Virgen. Sin estrenar. Eso puede convencer a nuestro honorable militar. HESLER: (Muy, muy alterado) ¿Qué vergüenza es ésta, Helga? Te prohíbo que digas semejanzas obscenidades. ¡No te lo consiento! ¡Sal inmediatamente de aquí y márchate a casa! DANNECKER: No, no, señor Hesler, por favor. Un momento. Desde luego su hija es bastante atrevida, no hay que dudarlo, pero no argumenta del todo bien. Que nuestro judío cuente con una hija joven y virgen que pueda ofrecer al militar a cambio de su ayuda, no significa que ella esté dispuesta, ¿no cree? HELGA: Sí, claro. Pero le aseguro a usted que ella está muy dispuesta. Un militar uniformado, aunque se trate de un auténtico cerdo, tiene cierto atractivo para una joven judía. (Pausa breve) Una joven judía como yo, por ejemplo. HESLER: ¡¡¡Helga!!! HELGA: (Tras un intenso silencio) ¿Y bien? ¿Cuál es su veredicto? ¿Soy o no soy una buena judía? (En ese momento entra Ana muy asustada) ANA: ¡Papá, papá! No son clientes. Han venido dos señores. Parecen policías. Están esperando. Dicen que quieren hablar contigo. Dicen que han venido a cerrar la farmacia. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 14 Hesler: ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Es imposible! ¡Se están adelantando! ¡Todavía no es día once! (Sale precipitadamente junto con el señor Dannecker) (OSCURO) ESCENA 3 (Continuación de la escena anterior. En el mismo espacio, las hermanas Hesler están de pie, escuchando las voces que llegan de la farmacia en la otra habitación) ANA: Parece que ya se van HELGA: No oigo la voz del señor Dannecker. Debe haberse marchado hace rato ANA: ¿Qué estará pasando, Helga? ¿Será verdad que nos van a cerrar la farmacia? HELGA: No lo sé. Vamos a ver qué nos cuenta papá ANA: ¿No estás asustada? HELGA: Pues claro que sí. ANA: Pero si tú nunca pareces tener miedo. No hay más que ver cómo le hablas a la gente. Sin ir más lejos al señor Dannecker HELGA: Te voy a contar un secreto, Ana. Yo soy la que más miedo tiene de todos nosotros. Lo que ocurre es que, a veces, el desprecio y la rabia vencen a mi miedo ANA: ¿Lo dices por el señor Dannecker? No parece que te resulte muy simpático, es verdad HELGA: No me fío de él. ¿Tú sí? Me da la impresión de que hay algo muy peligroso en él, debajo de tanta sonrisa y tanta amabilidad. ANA: No sé. No lo había pensado. Desde luego, me dan más miedo otras personas. Por ejemplo, los dos hombres que están hablando con papá en este momento… Pero yo soy una ingenua, ya sabes… HELGA: (Le da un abrazo) No, no. Sólo te haces la ingenua… (Oye cerrarse la puerta de la calle. Se separan) Se han marchado. Aquí viene papá. (Entra, en efecto, el señor Hesler, cubriéndose la nariz con un pañuelo y presa de una gran agitación interior, que intenta disimular) HESLER: Bien… bueno… bueno… Ya se han marchado todos… Voy a cerrar las cuentas del día… Poco que hacer… Enseguida terminaré, lamentablemente… Voy a revisar las existencias, para que no falte nada, por si hay que hacer algún pedido… En fin… Vosotras… HELGA: ¿Qué ha pasado, papá? HESLER: ¿Pasar? Nada… No ha pasado nada… No sé a qué te refieres… ANA: ¿Qué te han dicho esos dos hombres? HESLER: Ah, esos hombres… pues… pues eran dos policías, la verdad… venían… EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 15 HELGA: ¿Querían cerrar la farmacia? HESLER: ¿Cerrarla? No, no, por favor… No pueden hacer eso ANA: A mí me han dicho que sí, que venían a buscarte para cerrarla HESLER: ¿Sí? Pues ya ves, que no… La farmacia no está cerrada, ¿no? Está claro que ha debido haber un malentendido. Debían referirse a otra cosa… HELGA: Entonces, ¿a qué se han referido? ¿Por qué han venido dos policías a buscarte? ANA: ¿Han sido amables contigo? HESLER: (Con rabia) No. No han sido amables… (Disimulando) Pero, pero… los policías no suelen serlo, ¿verdad? HELGA: ¿Y el señor Dannecker? ¿Qué ha hecho? ¿Te ha ayudado de algún modo? HESLER: (Muy abstraído, sin mostrar el rostro) ¿El señor Dannecker?... ¿eh?... Pues no, no, la verdad es que no. Se ha marchado enseguida. Los policías no le han dicho nada, pero me ha dado la impresión de que se conocían… HELGA: (A Ana) ¿Lo ves, Ana? No es de fiar… HESLER: (Sin oírla y sin dejar de remover papeles) No, no son de fiar… ninguno de ellos, pero no… no debéis preocuparos… Nada malo va a pasar… nada malo. Ahora, lo mejor es que os marchéis a casa. Es hora de preparar la cena. Yo iré después… HELGA: ¡Papá, para, para, por favor! Deja de hacer cosas. Dinos, por favor, qué ocurre. Nosotras también merecemos saberlo. HESLER: (Como volviendo a la realidad bruscamente) ¡Lo merecéis! Por supuesto que lo merecéis. Os merecéis todo, hijas… Cumplimos con nuestro deber, hacemos lo que se espera de nosotros. Ana va a clase, estudia, hace sus deberes… Tú trabajas en la oficina, traes informes a casa, yo llevo esta farmacia, atiendo, despacho, ayudo a mis clientes.… Vosotras ayudáis en ella también, respetamos las leyes… vamos a la sinagoga… celebramos las fiestas… (En un estallido de rabia y pena) ¡Nada malo puede pasar! ¡No tiene por qué pasar! ¡No debería pasar! HELGA: ¡Basta, basta, papá, tranquilízate! Ven, vamos. Ana, trae un vaso de agua. (Lo sientan e intentan calmarlo. Tras una pausa) Ana, por favor, ve a casa y prepara algo para la cena. Nosotros iremos en un momento. (Ana duda) Ana, por favor, déjame un rato a solas con él. ANA: (Asiente molesta, pero haciéndose cargo de la situación) Está bien. (Sale) HELGA: (Tras una pausa y con voz calmada, como si le hablara a un niño) Ya estamos solos, papá. Ana se ha marchado. Ya sé que no querías hablar delante de ella. Sé que deseas protegerla, y lo entiendo. Yo también lo hago, a mi modo, pero ya no es tan niña, y hay cosas que va a necesitar saber. HESLER: (La mira atónito y empieza a hablar muy despacio) Esos dos hombres eran de la policía. Venían de parte del ayuntamiento. Me han dicho que tenían orden de clausurar la farmacia. He intentado hablar con ellos, convencerles, pero ha sido imposible. Querían clausurarla en ese momento. Les he dicho que la hora del cierre estaba cercana, que podíamos retrasar la orden para más adelante: un mes, una semana, unos días… Y entonces…yo… ellos… (Mira de modo inconsciente su pañuelo, que está manchado de sangre) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 16 ANA: (Alarmada y llena de rabia) ¡Papá! ¿Te han pegado? HESLER: (Humillado) Sí… uno de ellos… Un manotazo en la nariz, y he empezado a sangrar. Mucho… en abundancia… No se ha inmutado. Uno me ha pegado y el otro… el otro,… como si lo hubiera hecho muchas veces, me ha dicho: “límpiate, cerdo, lo vas a poner todo perdido con tu sucia sangre judía”… (Se miran en silencio y juntan sus cabezas. Hesler vuelve a hablar) No tiene solución, hija. Nos quedamos sin farmacia, nuestro modo de vida. No sé qué podemos hacer. Con tu sueldo no vamos a poder mantenernos. No sé quién podría ayudarnos, echarnos una mano. Te confieso que he llegado a pedir ayuda al coronel Bruckner, ya sabes quién es. Fui amigo de su padre HELGA: Sí, sé quién es. El viudo. HESLER: Sí, es persona decente, pero hasta el momento está claro que no me ha ayudado, tal vez no ha podido, no le ha dado tiempo… o no ha querido ANA: Tal vez necesite un estímulo poderoso para decidirse a hacerlo, como dijo el señor Dannecker en su estúpido juego. HESLER: Helga. Un juego muy estúpido, desde luego. Juego en el que no tenías que haber participado. HELGA: Siento haberte hecho pasar vergüenza, papá. Es que no soporto a ese individuo HESLER: Dijiste cosas terribles. ¿No las piensas, realmente? ¿Verdad, Helga? Era sólo una forma de provocar al señor Dannacker. ¿No es así? HELGA: (Pausa breve durante la cual ella no responde) ¡Papá! ¿Con todos los problemas que nos rodean, perdemos ahora el tiempo con estos asuntos? HESLER: Un padre es siempre un padre, hija mía. HELGA: El señor Dannecker no es de fiar, papá. Miente. No sé qué pretende, pero no es como lo vemos. Oculta algo peligroso. ¿Estás seguro de que es realmente judío? HESLER: ¿Cómo puedo saberlo? Si no es judío, ¿qué hace entre nosotros? Sólo pretende ayudar HELGA: ¿En qué ayuda, papá? Se pasea de un sitio a otro con la excusa de recabar información, pero luego no publica nada. ¿Qué clase de periodista es? HESLER: ¡Oh, basta, Helga, basta! No sé… no sé, ya no sé nada. Todo lo que parecía estable, seguro, ya no lo es… Así que no lo sé… La única certeza que tengo es que nos obligan a cerrar la farmacia HELGA: ¿Pero por qué no lo han hecho ya? HELDER: abrirla. No la han cerrado esta noche, pero me han dicho que a partir de mañana no podremos HELGA: (Alarmada) ¿Mañana? Es muy pronto. No tenemos tiempo para nada. HELDER: No sé qué hacer, hija. No he tenido margen para arreglar nuestra salida y no tenemos ahorros suficientes HELGA: ¿Nuestra salida? HELDER: Sabes tan bien como yo que Alemania ya no es segura para nosotros. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 17 HELGA: (Muy sorprendida y alarmada) ¿Salir de Alemania? Pero… pero… papá, aquí tenemos todo…Nuestro trabajo, nuestros amigos… nuestra vida. No lo había pensado, no lo había considerado hasta ahora, a pesar de… a pesar de todo lo que está pasando… ¿Por qué no nos has dicho nada? Si ésa era tu intención, ¿por qué nos la has ocultado? HESLER: alternativas… Tienes razón, hija… No… No lo sé… Todo ha ido de repente tan rápido, y hay tan pocas HELGA: No quiero que abandonemos el país. Éste es nuestro país. No quiero irme de aquí. Tiene que haber alguna posibilidad HESLER: (Abatido) No la encuentro, hija, desgraciadamente, no la encuentro. Sólo nos queda confiar en que el coronel Bruckner pueda hacer algo HELGA: (Lo mira con ironía) ¿El coronel Bruckner? HESLER: (Desesperanzado) Bueno, entonces sólo nos queda confiar en Dios. HELGA: (Reflexiva y desafiante) Mejor es que confiemos en nuestras propias fuerzas. Nadie va a defender a nuestra familia como lo haríamos nosotros. Es preferible que confíes en mí. (Pausa. Le toma la cara en un gesto cariñoso) Papá, confía en mí, por favor. (OSCURO) ESCENA 4 (Salón del coronel Bruckner. En escena se encuentran la señora Friedell y Helga Hesler. Parecen llevar un rato conversando. Hablan con mucha confianza, como si ya se conocieran.) FRIEDELL: Vuelvo a decirte que has cometido un error viniendo aquí. HELGA: ¿Por qué? Es un tipo raro, pero más o menos educado, por lo que dicen de él. Eso piensa papá, por lo menos. Así que dudo que se niegue a hablar conmigo FRIEDELL: No estoy tan segura. No le gustan nada las visitas no anunciadas. Atendió a tu padre, pero era evidente su disgusto. No he tenido ocasión de hablar con Karel aún, pero hay algo que debería saber. HELGA: ¿El qué? FRIEDELL: El coronel me dijo que si tu padre volvía de nuevo a esta casa, fuera la hora que fuese, no debía abrirle la puerta. Debía decirle que estaba fuera y que no sabía cuándo iba a volver. HELGA: De manera que nunca ha tenido la más mínima intención de ayudarle. FRIEDELL: No lo sé. Quizá, sí, a pesar de todo. Lo que no desea es ver a más judíos rondando por su casa, porque eso le compromete. Y ahora, te presentas tú… Lo siento, Helga, pero no creo que tú puedas conseguir nada. HELGA: Déjame comprobarlo. Además, no hay otra alternativa. ¿Cuándo crees que vendrá? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 18 FRIEDELL: Debe estar a punto de llegar. A estas horas vuelve cansado y con un humor de perros, por lo que te pido, por lo que más quieras, que tengas mucho cuidado HELGA: No me va a matar FRIEDELL: Puede hacerte daño HELGA: Sé defenderme FRIEDELL: No sabes, Helga. Eres una niña, aunque tú creas lo contrario. Sin embargo, él es un hombre. Un hombre que no tiene afecto por nada ni por nadie, y mucho menos por nosotros los judíos. HELGA: En estos tiempos nadie tiene afecto por los judíos. FRIEDELL: ¿De veras, Helga? ¿Nadie? ¿Eso es lo que crees? HELGA: Ni siquiera los propios judíos. FRIEDELL ¿Qué quieres decir? HELGA: Me refiero a gente como el señor Dannacker… FRIEDELL: ¿Quién es ese señor? HELGA: No importa… Es… (Se interrumpe porque entra el coronel. Serio, se detiene en el umbral y las observa, mientras deja su cartera. La señora Friedell se acerca a él) FRIEDELL: Buenas noches, señor Bruckner. Déjeme recoger su abrigo. Enseguida le preparo la cena si usted lo desea. Permítame que le presente a la señorita Hesler (la señala) Es Helga, la hija mayor del señor Hesler, el farmacéutico, el amigo de su padre, el… (Se calla al ver que el coronel le impone silencio con un gesto) BRUCKNER: ¿Por qué la ha dejado entrar? No la he invitado a mi casa y no nos ha anunciado su visita. Dígale que se marche inmediatamente. O la echa usted o la echo yo. FRIEDELL: Por favor, señor Bruckner, la señorita Hesler le pide disculpas por presentarse así, y confía en su bondad para que le permita unos minutos de su tiempo a fin de poder hablar con usted. BRUCKNER: (Se dirige a Helga, con severidad) Señorita Hesler: es un gesto muy desagradable presentarse en casa de alguien a quien no se conoce y del que no se ha recibido invitación alguna, por lo que le voy a pedir que se marche ahora mismo a la suya. Seguro que la esperan para cenar HELGA: (Con descaro) Lo cierto es que albergaba la esperanza de poder cenar con usted. BRUCKNER: ¿Se comporta usted de forma tan desvergonzada con todo el mundo o me dedica esa actitud especialmente a mí por algún motivo que se me escapa? HELGA: No pretendía ser desvergonzada, sólo sincera. Esperaba poder cenar aquí, o al menos tomar una copa con usted, para conversar de diferentes asuntos que seguro serán de su interés BRUCKNER: (Asombrado, a su pesar, ante el aplomo de la joven) ¿De qué asuntos? ¿De qué podríamos hablar usted y yo? HELGA: Señor Bruckner, he venido a hacerle una entrevista. He venido sin avisar porque era la única manera de conseguirlo, ya que, de otro modo, usted no me lo habría permitido. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 19 BRUCKNER: No le quepa la menor duda. (Pausa) De modo que quiere hacerme una entrevista. ¿Es usted periodista? ¿Trabaja usted algún periódico? HELGA: Trabajo para el señor Dannacker, en el “Berliner täglich” BRUCKNER: He oído hablar de ese tal Dannacker, pero no lo conozco personalmente… Un periodista judío… Un periódico judío, por supuesto. No creo que tarden mucho en cerrarlo HELGA: Esta entrevista pretende evitarlo. Si usted me lo permite, le haré unas cuantas preguntas y no le robaré mucho tiempo BRUCKNER: ¿Por qué habría de dedicarle mi tiempo, por escaso que fuera, para hacer una entrevista que se publicará en un periódico judío? No tengo el más mínimo interés, señorita Hesler HELGA: Se perdería usted un rato de agradable conversación con una joven culta y sensible. Sospecho que añora usted ese tipo de conversaciones. Entre militares, no creo que las conversaciones sean demasiado refinadas. Y tampoco abundarán las voces femeninas. BRUCKNER: ¿Le parece a usted que es un momento adecuado? ¿No ha mirado a su alrededor? ¿No nota usted que estamos ante la calma que precede a la tempestad, que va a estallar antes de que nos demos cuenta? HELGA: Razón de más para que charlemos usted y yo ahora. Luego vamos a estar muy ocupados buscando refugio para protegernos del diluvio. BRUCKNER: (El coronel duda. Mira a la señora Friedell y después a Helga) Está bien, señorita Hesler. Tiene usted una interesante manera de expresarse… Y no le falta aplomo… Eso es apreciable. Le concedo veinte minutos. Ni uno más. Señora Friedell, déjenos a solas. Ya le avisaré cuando la señorita Hesler vaya a marcharse FRIEDELL: poco de cena? (Duda, temerosa) ¿No desea usted que les traiga algo de beber? ¿O que les prepare un BRUCKNER: entendido? Le he dicho que salga de aquí, y no vuelva a entrar hasta que yo la llame. ¿Me ha FRIEDELL: Sí, sí… claro, señor Bruckner. Es sólo que… HELGA: (Se dirige a la señora Friedell en un tono familiar) Ve a hacer tus cosas, Else, el señor Bruckner ha tenido la amabilidad de acceder a la entrevista, y eso es lo que vamos a hacer. No hay de qué preocuparse. (La señora Friedell asiente y sale de la estancia) BRUCKNER: (Bastante asombrado) ¿Else? ¿Por qué se ha dirigido a la señora Friedell por su nombre de pila? ¿Es que la conoce usted? HELGA: En realidad, sí. Pero ésa es una historia complicada… ¿Le parece bien que empecemos? ¿Nos sentamos? (Se sientan uno en frente del otro. Helga saca una libreta y un bolígrafo de su bolso) BRUCKNER: para nadie. Nunca me han hecho una entrevista y, la verdad, no sé qué interés puedo tener yo HELGA: Ya lo veremos. Los lectores serán quiénes lo juzguen, ¿no cree? Veamos… Primera pregunta: ¿a qué edad ingresó usted en la academia militar? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 20 BRUCKNER: (Sin hacer caso) No leería nada acerca de alguien como yo. No ofrezco ningún interés. Ni creo que lo tenga para usted tampoco… HELGA: ¿Puede responderme, por favor? ¿Cuándo entró en la academia? Y, además, dígame: ¿siempre quiso ser militar? ¿Cuándo lo supo? BRUCKNER: Por eso, sospecho que usted no ha venido a eso. HELGA: salir muy bien ¿No me va a contestar a ninguna pregunta? (Sonríe incómoda) La entrevista así no va a BRUCKNER: Antes conteste usted: ¿a qué ha venido? HELGA: Ya se lo he dicho. He venido a hacerle una entrevista para mi periódico. He corrido el riesgo de venir hasta aquí, asumiendo la posibilidad de que usted no estuviera dispuesto a atenderme, porque la situación es muy difícil para el “Berliner täglich”. La publicación de una entrevista a un oficial de prestigio podría darnos un poco de aire. BRUCKNER: Usted no parece periodista HELGA: ¿Ah, no? ¿Y cómo son las periodistas? ¿Conoce usted muchas? BRUCKNER: No, lo cierto es que no conozco a ninguna HELGA: ¿Las imaginaba con más edad? ¿Más altas? ¿Más feas que yo? BRUCKNER: (Sorprendido por lo que escucha, hace una pausa reflexiva) ¿Por qué ha elegido hacerme una entrevista precisamente a mí? HELGA: Nuestro periódico lo leen los judíos, pero no sólo. Muchos berlineses de todo tipo y condición tienen interés por conocer más a fondo qué piensa y qué hace un militar de renombre. Un héroe de guerra BRUCKNER: Yo no soy un héroe en absoluto. No diga usted tonterías HELGA: Usted se comportó con mucha valentía durante la Gran Guerra BRUCKNER: No sé quién le ha dicho a usted esa idiotez. Durante la Gran Guerra hice sólo labores de intendencia. No disparé un solo tiro a nadie en ningún momento. HELGA: (Desconcertada, pero disimulando) Bueno, tal vez la visión que mi padre tiene de usted, haya distorsionado un poco las cosas. Él me transmitió desde niña la idea de que usted, el hijo de su amigo el doctor Bruckner, era un héroe BRUCKNER: Pues lamento que haya usted crecido con esa idea tan equivocada. ¿Realmente le decía tal cosa su padre o se lo está inventando ahora para mantenerme interesado en esta conversación? HELGA: Le aseguro a usted que sí. Y a mí, como niña y adolescente después, no me costaba nada creerlo. Cuando le veía, vestido siempre de uniforme. Tan serio, tan grave y tan solemne, tan atractivo, ¿por qué no decirlo?..., no lo dudada. Pensaba que estaba en presencia de un héroe. BRUCKNER: (Incómodo con los halagos) Ya comprueba usted que no es así. Espero no haberla decepcionado. Yo, por el contario, no recuerdo haberla visto a usted nunca. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 21 HELGA: mujer. Ahora sí me ve, ¿verdad? No ha visto a la niña, ni a la adolescente, pero ahora ve a la BRUCKNER: ¿Mujer? No tendrá usted ni veinte años HELGA: (Orgullosa) Tengo veinticinco BRUCKNER: Ya. (Pausa) Se es mujer con veinticinco años… Sí… Supongo que sí… (Medita) Conocí a mi esposa justamente con esa edad. Yo tenía bastante más edad que ella: treinta y cinco. ¿Se es un hombre con treinta y cinco años? No conteste. Es evidente que sí, pero no dejo de preguntarme qué se es con cincuenta y seis. HELGA: atractivo. (Sonríe coqueta) Un hombre más sabio. Con más edad, está claro, pero todavía BRUNCKER: (Parece no oírla) Ya era oficial entonces. Aunque yo no quería, ¿sabe? Por extraño que parezca, si lo pienso bien, yo nunca quise ser militar… ¿Qué le parece? No publique eso. No es conveniente, ¿no cree?... (Como sobresaltado) ¡Vaya! Le estoy contando cosas que no debería contar. HELGA: ¿Por qué no? Pudo no querer serlo, pero al final lo ha sido, y un militar de éxito, además. De todas formas, podemos hablar de lo que usted quiera… BRUCKNER: No tengo nada especial de lo que hablar. Es usted quien maneja esta entrevista HELGA: Me interesa lo que acaba de decir: eso de que, en realidad, no deseaba ser militar BRUCKNER: Es así. ¿Qué más puedo decirle? Si desea que hablemos sobre este asunto no tengo inconveniente en hacerlo, pero debo asegurarme de que no publicará nada al respecto HELGA: Le aseguro que no publicaré nada sobre esta cuestión BRUCKNER: ¿Y ya está? ¿Con esa afirmación debo darme por satisfecho? HELGA: ¿Qué otra cosa puedo hacer? Le estoy dando mi palabra BRUCKNER: sagrado. No sé cuánto vale su palabra. No la conozco. Podría jurarlo por lo que considere más HELGA: ¿Es que acaso juran los judíos? BRUCKNER: No lo sé. Dígamelo usted HELGA: Yo soy una judía muy particular, señor Bruckner BRUCKNER: No. En absoluto. Usted me parece una judía como todas las demás HELGA: Puede ser. Pero más atractiva y más interesante que cualquier otra. Eso no me lo negará. Al igual que usted. Es más atractivo y más interesante que cualquier otro hombre de su edad. BRUCKNER: ¡Vaya! Es usted una descarada, desde luego… Descarada o excesivamente sincera. O excesivamente lista…No sé… (Reflexivo) Tal vez pueda fiarme de usted a pesar de todo… Pero… por si acaso...Es usted… ¿Cómo diría? Confortable… Esa es la palabra. Es usted una descarada, pero confortable… ¿Quiere un poco de coñac? (Pausa asombrada) Quizá… quizá la encuentro confortable porque me recuerda usted a alguien. (Se queda pensativo) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 22 HELGA: ¿Qué quería ser usted? BRUCKNER: (Confuso) ¿Cómo? ¿A qué se refiere? HELGA: Si no quería ser usted militar, ¿qué deseaba ser realmente? BRUCKNER: Bach ¡Ah, eso! Bueno… Yo quería ser músico. Ésa es la verdad. Quería ser tan grande como HELGA: ¿Y por qué no se dedicó a ello? BRUCKNER: Bueno… La realidad es como es. No tengo grandes aptitudes para la música, para componerla, interpretarla, quiero decir… Sólo para apreciarla, me temo. HELGA: ¿Tuvo que ver su padre, el doctor Bruckner, con su decisión de hacerse militar? BRUCKNER: De ningún modo. Él quería que yo fuera médico, como él. Quería que me dedicara a algo relacionado con la ciencia, como al final hizo su padre, Karel, que estudió farmacia. Tenía mucho aprecio por él, por cierto. HELGA: ¿Y por usted? ¿Tenía aprecio por usted? BRUCKNER: (Incómodo) Esto no parece una entrevista, señorita Hesler HELGA: ¿Ah, no? ¿Y qué parece, entonces? BRUCKNER: No lo sé. Parece… parece un interrogatorio… Se diría que está usted buscando algo… Algo para… No sé… ¿Tiene alguna pregunta más? HELGA: mujer? ¿A quién le recuerdo?... (Ante el silencio de él y con mucha cautela) ¿Le recuerdo a su BRUCKNER: Juzgue usted misma. (Le muestra una foto enmarcada que hay sobre la mesa) HELGA: nada. (La observa detenidamente) ¿Es ella? Yo diría que… diría que no nos parecemos en BRUCKNER: (Sonríe por primera vez, tomando la foto de sus manos) ¿Usted cree? Puede que tenga razón. Entonces no es a ella. Será a otra persona. HELGA: Puedo imaginar que la echa usted mucho de menos. BRUCKNER: (Muy tenso) De mi esposa no hablo, señorita Hesler HELGA: (Con mucha dulzura) ¿Nunca? BRUCKNER: Nunca HELGA: No pretendo molestarle, señor Bruckner, pero tal vez le agradara, por una vez, hablar de ella y de lo que pasó BRUCKNER: ¿A usted? ¿Por qué? ¿En una entrevista? HELGA: Habrá observado que hace rato que no tomo notas. No me interesa la entrevista. Me interesa usted. (Rompe lentamente las hojas escritas) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 23 BRUCKNER: ¿Por qué? HELGA: Porque usted sufre BRUCKNER: ¿Usted no? HELGA: También, pero de otro modo. Yo sufro por el presente, por el futuro, pero usted sufre por el pasado. Y el pasado no se puede cambiar BRUCKNER: Ni su presente ni su futuro, señorita Hesler, aunque usted crea lo contrario HELGA: Usted dijo que le resulto confortable… BRUCKNER: (Tras una pausa, habla con una voz neutra, como ajena a él mismo) Murió, señorita Hesler. Hace diez años. No hay mucho más que añadir… (Pausa, durante la cual, Helga aguarda muy atenta) Bueno… debo corregirme… Murieron las dos: la madre y el bebé. HELGA: (Con exquisito cuidado) Mi padre me contó que tuvieron que esperar varios años hasta que llegó el embarazo BRUCKNER: Sí, cuatro años difíciles, con varios abortos, a la espera de un niño que no llegaba, y por fin tras un embarazo delicado, el parto… HELGA: Y entonces, complicaciones médicas, según se dijo BRUCKNER: Muchas complicaciones… y una decisión que tomar: la vida de la madre o la de la hija. HELGA: ¿Qué decidió usted? BRUCKNER: No tenía ninguna duda: la madre, siempre la madre. Mi mujer… a pesar de que ella rogara por lo contrario… Pero, aun así, los médicos no son capaces de salvarla y, sin embargo, de manera milagrosa, una nueva vida, un ser indefenso al que cuidar… Solo… (Furioso) Y un odio atroz por el nuevo ser que la ha matado a ella… Y después… HELGA: ¿Sí?... BRUCKNER: Después, a los pocos días, ese bebé, una niña preciosa a pesar de todo, deja de respirar. De repente. Sin motivo alguno… ¿O tal vez hay un motivo?... (Silencio) ¿Lo hay, señorita Hesler? ¿Usted qué cree? HELGA: No. No hay ningún motivo que podamos entender. Es la naturaleza, somos nosotros… Es muy triste, señor Bruckner, pero todo eso pertenece el pasado. Debemos continuar con nuestra vida. Hay personas a las que nos debemos. Es muy tiste, pero lamentablemente sucede en cualquier lugar, a cada momento… BRUCKNER: (Rehaciéndose y furioso por su flaqueza. Se levanta y se sirve una copa) “En cualquier lugar, a cada momento”, usted lo ha dicho, señorita Hesler. Pero, ¿sabe qué? No me importa. Me es absolutamente indiferente. No me interesa. No es de mi incumbencia el sufrimiento de los demás. HELGA: ¡Señor Bruckner, no puede decir eso! ¡Usted puede ayudar a aliviar el sufrimiento de otros! ¡Tiene esa capacidad! BRUCKNER: Me importa el mío. ¡Sólo el mío! ¡Una mala decisión, eso fue en realidad! ¡Una decisión equivocada! ¡O una decisión imposible! ¡Una mala decisión y nada más! (Calmándose un poco) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 24 ¡Como la suya al haber venido a esta casa! ¡Dígame de una vez, qué quiere de mí, y déjese de estupideces de entrevistas y de periódicos! (Con rabia) ¿Qué quiere de mí? HELGA: (A pesar de todo, muy tranquila) Lo sabe muy bien BRUCKNER: No quiere hacerme una entrevista. Es mentira. HELGA: Sí. Era una excusa para poder hablarle BRUCKNER: No tiene ningún interés en mi historia personal. He sido un perfecto imbécil hablando de ella. No debía haberlo hecho… HELGA: No, no es verdad. Creo que le he podido reconfortar de alguna manera. He querido demostrarle que si yo puedo ayudarle, usted también pueda ayudarme a mí. BRUCKNER: ¡Basta de palabrería inútil! Dígame de una vez qué quiere de mí. HELGA: Quiero que haga usted lo que dijo que iba a hacer: ayudar a mi padre BRUCKNER: (Furioso de nuevo) No recuerdo haber dicho tal cosa. Sólo dije que haría lo que estuviera en mi mano. HELGA: ¡Pero es que está en su mano! ¡Usted puede evitar que cierren la farmacia! Puede evitar la ruina de mi familia. BRUCKNER: cambiarla. No es verdad. No puedo hacer nada. La decisión está tomada y no hay manera de HELGA: ¡Tiene poder, tiene influencia! ¡Tiene contactos! Si no acude a ellos, si no hace una simple llamada a alguien para que revoque la orden, estará usted faltando a su palabra de caballero. A su palabra de hombre y de militar BRUCKNER: (Sorprendido e irritado) ¿A mi palabra?... ¿Se atreve a hablarme de “palabra”? ¡Usted que ha venido aquí mintiendo, engañando, recurriendo a lo que fuera necesario para conseguir su mezquino propósito! ¡Basta! Esta conversación ha terminado en este preciso momento. ¡Recoja sus cosas y lárguese a su casa de una maldita vez! HELGA: No puedo marcharme. No lo haré hasta que me asegure que va a hacer lo posible por ayudar a mi padre BRUCKNER: (Furioso) No lo haré. No voy a ayudarle. ¿Y sabe por qué? … Porque no me conviene. HELGA: (Abatida) ¿No le conviene? BRUCKNER: No, pero ésta no es la razón más importante de todas. ¿Le interesa saber cuál es? HELGA: (En un hilo de voz) ¿Cuál es? BRUCKNER: (Muy frío) La razón fundamental es que no quiero. Tan simple como eso: no quiero ayudar a un judío. A un cerdo que es un enemigo de mi país y de mi patria. Por mí pueden irse todos ustedes al infierno. ¿Hay un infierno para los judíos? ¿O sólo lo hay para los cristianos? HELGA: (Con rabia contenida) Seguro que hay uno para los buenos alemanes. BRUCKNER: Yo lo soy. Soy un buen alemán. ¿Iré a parar al infierno? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 25 HELGA: No tengo ninguna duda. Usted y todos los que son como usted. BRUCKNER: pregunta? ¿Sabe que podría volarle la tapa de los sesos ahora mismo y nadie haría una sola HELGA: ¿Y por qué iba usted a hacer eso? ¿Sólo porque he dicho la verdad? Usted ya sabe que va a ir al infierno BRUCKNER: No lo creo. Ya estoy en el infierno. Y pronto lo estaremos todos nosotros. Esta noche empiezan a arder las llamas, ya lo verá, y no van a dejar de arder en mucho tiempo. Arderán sin descanso en todas partes, créame. El infierno ya está aquí. (Avanza al proscenio con una copa, dando por acabada la conversación) HELGA: (Con lágrimas en los ojos) Dígame qué puedo hacer para que nos ayude. ¿Qué puedo ofrecerle a cambio? BRUCKNER: No hay nada que pueda usted darme. No me interesa nada de usted HELGA: Algo podré darle. Algo deseará de mí BRUCKNER: Absolutamente nada HELGA: Pero yo soy una mujer… BRUCKNER: Sí. Ya lo ha dicho antes… Una mujer de veinticinco años HELGA: Una mujer que le recuerda a su esposa… (Helga empieza a desvestirse) BRUCKNER: (Lívido de rabia) ¿Cómo se atreve?... (Se interrumpe al ver lo que hace Helga) HELGA: Le resulto confortable… Está a gusto a mi lado… Puede estar tan cerca de mí como desee… Hace mucho tiempo que no está cerca de una mujer… joven… sin estrenar. (Está casi desnuda) Una mujer virgen de veinticinco años, que está deseando que un hombre experimentado, maduro, pero aún vigoroso la posea por primera vez… BRUCKNER: (Entre avergonzado y asqueado) ¿Qué haces? ¿Qué estás haciendo? ¿Qué clase de ramera eres tú? Eres la vergüenza de tu raza. (Le arroja las ropas a la cara) ¡Vístete y lárgate de aquí si no quieres que te eche a patadas! ¡Lárgate, cerda judía! ¡Me das asco! ¡Me dais todos asco! ¿Cómo has pensado siquiera que iba a tocarte? ¿A una depravada judía como tú? (La arrastra a empujones fuera del salón) HELGA: (Aterrada y humillada) ¡No, no! ¡No quiero marcharme! ¡Debe usted tomarme, señor Bruckner! ¡Hágalo, hágalo, por favor! ¡Mi familia lo necesita! BRUCKNER (Gritando) ¡Señora Friedell! ¡Venga aquí inmediatamente! ¡Ahora! (Entra el ama de llaves muy alarmada) FRIEDELL: ¿Señor Bruckner? ¡Helga! ¿Pero qué ocurre aquí? ¿Qué está pasando? BRUCKNER: Señora Friedell: acompañe a esta ramera a la puerta de la calle, échela y luego sírvame la cena. Estoy muerto de hambre. (Lo hace con tremenda dulzura, mientras Helga llora de rabia y humillación. El coronel, quieto en escena, fuma un cigarro tranquilamente. Se hace el OSCURO) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 26 ESCENA 5 (La siguiente escena se desarrolla en el proscenio, quedando en penumbra detrás el salón del coronel Bruckner. Estamos en el exterior, en una fría calle de Berlín. Aparece Helga como si acabase de ser arrojada de la casa del oficial. Deambula como herida o desorientada. Se sienta acurrucada al pie de una farola y se oculta el rostro entre las rodillas. Aparece su hermana Ana y repara en ella) ANA: (Acercándose y agachándose junto a ella) ¡Helga, Helga! ¿Eres tú? ¡Por fin te encuentro! ¡Llevo mucho tiempo buscándote! ¡Por todas partes! ¡Helga! ¿Qué te pasa? ¿Qué te han hecho? ¡Contéstame!... Helga, ¿qué ha ocurrido? HELGA: (Abriendo los ojos con dificultad) ¡Ana! Eres tú… Ana… ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en casa? (Esquivando su mirada) ANA: He salido a buscarte. Papá ha venido hace un rato y me dijo que hacía mucho que habías salido de la farmacia para ir a casa. Le ha extrañado que aún no hubieras aparecido. Por eso, he corrido a buscarte, porque estaba segura de que algo malo te había pasado. (Pausa) ¿Qué tienes, Helga? ¿Por qué tienes la ropa desordenada? Te vas a morir de frío. (Le ayuda a vestirse bien) HELGA: Vete a casa, Ana. Lo más deprisa que puedas. Es muy peligroso que andes tú sola por las calles. No tenías que haber venido. No sé cómo ha podido permitírtelo papá. ANA: No lo sabe. Me he escapado… Helga, ¿no quieres decirme lo que te ha pasado? HELGA: No ha sido nada. Nadie me ha hecho daño, no te preocupes. Vete a casa ANA: Nos vamos las dos. No pienso dejarte aquí. HELGA: (Se abraza a ella, enternecida) Mi querida Ana… Nadie me ha hecho daño. He sido yo misma. No sufras por mí. Vete, por favor. No me va a pasar nada. Enseguida estaré con vosotros ANA: ¿Te has daño tú misma? ¿Por qué? No entiendo lo que me dices, Helga HELGA: Sí, he sido yo misma… Por pensar que podría… por creerme más fuerte… más capaz de lo que realmente soy… Por… ANA: Pero si es así. Eres la más fuerte y la más capaz de todos nosotros HELGA: No. Sólo soy una orgullosa… Tú lo dijiste ANA: Estaba bromeando, Helga. No pienses ahora en eso… No sé qué ha ocurrido. Ya me lo contarás si quieres…Ahora lo más importante es volver a casa. Papá tiene que estar muy preocupado. No le hagamos esperar más HELGA: No puedo volver a casa, Ana… No todavía…Déjame un rato aquí…Un rato nada más y me recuperaré. (Pausa) Cuánta razón tenías: soy una orgullosa, pero ahora… ahora no me queda ni un resto de orgullo, te lo puedo asegurar… (A punto de llorar) ¡Qué humillación, Ana! ¡Qué vergüenza! Nunca había sentido nada igual… He sido tan estúpida… No se puede hacer nada… Su odio es inmenso. No vamos a poder con él. Nos va a arrastrar. Nos va a llevar a todos por delante… Sólo nos queda una posibilidad. Huir. Tenemos que huir si queremos salvar la vida EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 27 ANA: ¿De qué estás hablando, Helga? Me estás asustando. Nos van a cerrar la farmacia, sólo eso. ¿Por qué hablas así? ¿Nos van a matar? ¿Quiénes? ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho? HELGA: Nada. No hemos hecho nada. No hace falta haber hecho nada. Basta con ser judío, o comunista, o gitano, o cristiano… Basta con no ser como ellos. ANA: ¿Cómo quiénes? (Comprendiendo) ¿Como el coronel Bruckner? HELGA: Sí. ANA: Los cerdos con uniforme HELGA: (Pausa) No eres tan ingenua, Ana. Sabía que para algunas cosas te hacías la ingenua. Creo que comprendes la situación mucho mejor de lo que podríamos pensar ANA: Durante el juego del señor Dannacker entendí enseguida que se estaba refiriendo al coronel. Y también entendí que era la última persona a la que cualquiera de nosotros debería pedirle ayuda. No debemos hacerlo. Nunca nos ayudará. HELGA: Ojalá lo hubiera sabido antes. Ojalá hubiese sido tan inteligente como tú. ANA: ¿Te ha hecho daño? (Se miran las dos, entendiéndose en silencio) HELGA: (Con infinita dulzura) No, preciosa. Créeme si te digo que nadie me ha tocado. Nadie me ha hecho daño. He cometido un error. Sufriré por él un tiempo. Mi orgullo y mi dignidad se han derrumbado, pero me recuperaré ANA: Estoy segura de que va a ser así. Puedes contar conmigo. (Se incorpora y le ofrece la mano) ¡Vámonos a casa! HELGA: (Incorporándose) ¡Vámonos! Hemos de convencer a papá de que debemos marcharnos de inmediato. Esta misma noche. Después no vamos a tener tiempo ANA: Va a ser difícil. Papá no puede vivir sin su farmacia. Es toda su vida HELGA: Él también piensa que lo mejor es marcharse de Alemania. Me lo dijo el otro día. ANA: Pero ya sabes cómo es. Le cuesta mucho tomar cualquier decisión, y ésta va a ser una decisión muy difícil para él HELGA: Tendrá que cambiar. Tendrá que dejar de actuar como siempre. En esta ocasión tendrá que dejar de ser tan indeciso ANA: Tienes razón. Seguro que podrá hacerlo. Mírame a mí. He dejado de ser tan ingenua HELGA: O tú a mí: yo he dejado de ser tan orgullosa. (Se cogen del brazo) ¡Vamos! (Salen de escena por un lateral. Vuelve la luz hacia el salón del coronel Bruckner) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 28 ESCENA 6 (En el salón del coronel. Vemos a éste en la misma posición de antes. Se gira porque oye entrar a alguien. Quien lo hace es el señor Dannacker) BRUCKNER: ¡Ah, señora Friedell! ¿Ya ha echado a esa…? (Se interrumpe al ver al visitante) ¿Quién es usted? ¿Qué hace en mi casa? (Ante su mutismo) ¿Quién le ha dado permiso para entrar? DANNACKER: Buenas noches, coronel Bruckner. BRUCKNER: ¿Dónde está la señora Friedell? DANNACKER: ¿La señora Friedell? ¡Ah, sí! ¡La he enviado a casa de los Hesler! Deben estar esperándola con ansiedad desde hace horas. Exactamente desde que Karel Hesler salió de esta casa, después de hablar con usted BRUCKNER: (Irritado, pero cauto, ante el aspecto peligroso de su interlocutor) ¿Por qué razón la ha enviado a casa de Karel? ¿Qué derecho cree usted tener para hacer tal cosa? DANNECKER: Bueno… Por empezar por la primera pregunta, le diré que, en realidad tenía dos razones. La primera es que la señora Friedell estaba ansiosa por reunirse con su marido… Bueno, no exactamente su marido, sino su… ¿cómo podríamos decir?... ¿Su amante? ¿Su enamorado? ¿Su compañero? Todo un poco ridículo, ¿no le parece? ... No sé qué palabra emplear… La única correcta es “padre”… Sí. Ésa es… La señora Friedell ardía en deseos de reunirse con el padre de sus hijas, y con ellas también, por supuesto BRUCKNER: ¿La señora Friedell es la madre de las hijas de Karel? DANNECKER: Lo dice usted de una manera muy complicada. Pero, sí… Por sintetizar, digamos que Karel Hesler, el amigo de su padre, y Else Friedell, su ama de llaves, son los padres de Helga y Ana Hesler. BRUCKNER: No es posible. No sabe lo que dice. Karel estuvo casado con Brenda Linmermann, que murió hace ya años, y ella es la verdadera madre de las dos chicas DANNECKER: Le aseguro a usted que no. Brenda Limermann era estéril. Podría enseñarle los informes clínicos que así lo acreditan, y que obran en mi poder, pero no va a ser necesario. Estoy seguro de que usted me cree. Durante años, las propias niñas vivieron en el engaño. Sólo recientemente, tras la muerte de Brenda, Karel se decidió a revelarles la verdad. BRUCKNER: ¿Qué verdad? DANNECKER: Que su madre es la señora Friedell. Karel y ella se conocieron tras el matrimonio de él, y se hicieron amantes. Tuvieron dos hijas. Brenda Limermann mostró la mayor disposición a adoptarlas. Al fin y al cabo, eran hijas de su marido. A cambio, exigió a su marido una vida ordenada, sin ningún tipo de escándalo, y sobre todo, que dejara de ver a Else Friedell BRUCKNER: Cosa que Karel no hizo DANNECKER: Por supuesto que no BRUCKNER: ¿Nadie sospechó nunca nada? Es muy difícil mantener un engaño así EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 29 DANNECKER: ¡Bah! No lo crea. Los judíos somos muy hábiles guardando secretos. Los embarazos de Brenda se fingieron y los partos también, naturalmente. BRUCKNER: ¿Las hijas de Karel aceptaron a la señora Friedell como su nueva madre? DANNECKER: No lo sé. No me he interesado en averiguarlo, pero quizá debiera haberlo hecho… Da la impresión de que sí. Incluso diría que no guardan rencor a su padre por sus hazañas, pero no sé qué opinión tienen de él en el fondo… De cualquier modo, no es fácil saber qué piensan esas dos chicas. Sobre todo la mayor… Muy rebelde… Muy liberal… Pero usted ya la conoce. (Pausa) La segunda razón por la que he enviado a la señora Friedell a casa de Karel es bastante evidente. ¿No está de acuerdo? BRUCKNER: Es posible, que sí, pero, a pesar de todo, dígame cuál es DANNECKER: tranquilidad ¡Ah! Es muy sencilla y fácil de entender. Quería estar a solas con usted para hablar con BRUCKNER: (Muy severo) Comprendo. Bueno… Yo diría que ya lo ha hecho. Ha hablado bastante, a mi entender. Tal vez pueda ahora marcharse de mi casa. DANNECKER: ¡Oh, no, no! No puedo marcharme todavía. Hay muchos asuntos de los que aún no hemos tratado. BRUCKNER: (Disimulando apenas su ira) Pero es que se da la circunstancia de que yo no deseo seguir hablando con usted. Ha entrado en mi casa sin mi permiso y puedo echarle de ella con todo el derecho del mundo DANNECKER: ¿Cómo va a hacer eso? ¿Se va a poner violento conmigo? No le conviene en absoluto, coronel Bruckner BRUCKNER: ¿Por qué no? ¿Quién es usted? ¿Me lo va a decir de una vez? DANNECKER: ¿Está usted incómodo? BRUCKNER: Dígame quién es y qué quiere de mí DANNECKER: No se ponga nervioso, coronel. Todo a su debido tiempo. (Se sienta con toda naturalidad) Tome asiento, se lo ruego. Esto nos va a llevar un rato, y no tenemos tiempo que perder. Ya sabe usted que pronto vamos a tener unos bonitos fuegos artificiales por toda la ciudad. (El coronel se sienta también) Hay una pregunta que me ha formulado usted y que no he respondido. Voy a hacerlo ahora. Me ha preguntado qué derecho me asistía para mandar a su ama de llaves a casa de los Hesler, dado que, al fin y al cabo, ella es empleada de usted. BRUCKNER: memoria. Sí. Eso ha sido al principio de nuestra conversación. Veo que tiene usted buena DANNECKER: Es lo único que tengo, coronel: mi buena memoria. Memoria e inteligencia. Y gracias a ellas he llegado hasta donde he llegado. Gracias a ellas, de hecho, estoy aquí ahora sentado delante de usted. BRUCKNER: Lo celebro. Bien, ¿hay algo más que tenga usted que decirme? DANNECKER: Lo cierto es que he mentido a la señora Friedell. La he visto cuando despedía, entre lágrimas, a su hija Helga. Me he acercado y me ha dicho que debía prepararle la cena a usted. Entonces le he dicho que Karel no se encontraba bien, que estaba en un aprieto serio y que necesitaba su ayuda. EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 30 Le he dicho que yo me ocuparía de invitarle a cenar a usted en un restaurante, que haría lo posible por convencerlo, dado que por teléfono habíamos concertado una entrevista para uno de estos días. BRUCKNER: (Murmurando casi) Todos ustedes emplean la misma excusa… DANNECKER: Perdón, ¿cómo dice? BRUCKNER: Nada, no tiene importancia. Un pensamiento en voz alta… Lo que me resulta inverosímil de lo que me está diciendo es que la señora Friedell le haya creído a usted. Ella sabe que no ceno nunca fuera de casa DANNECKER: Tal vez le interesaba creerlo. Al oír que Karel estaba mal, no ha podido pensar en nada más. Además, estoy seguro de que quería también ir a casa de los Hesler para encontrarse con Helga y consolarla (Pausa) ¿Qué le hizo usted, coronel? Parecía destrozada… BRUCKNER: (Ignorándole) Me pregunto por qué sabe usted tanto de los Hesler DANNECKER: mundo Sé mucho de los Hesler. Y de usted también. En realidad, sé mucho de casi todo el BRUCKNER: ¿Y eso por qué? DANNECKER: Es mi trabajo BRUCKNER: ¿Cuál es su trabajo? ¿En qué consiste exactamente? DANNECKER: De manera oficial, soy periodista BRUCKNER: ¿Y de manera extraoficial? BRUCKNER: Es difícil contestar a esa pregunta DANNECKER: Haga un esfuerzo. ¿A qué se dedica de manera extraoficial? DANNECKER: Las preguntas las haré yo, coronel Bruckner, si no le importa BRUCKNER: (Altivo) Por supuesto que me importa. ¿Quién es usted? DANNECKER: Mi nombre es Gunther Dannecker BRUCKNER: ¿Dannecker? He oído hablar de usted DANNECKER: Bien, espero. BRUCKNER: mí? No consigo entender qué hace en mi casa. ¿Puede decirme de una vez qué quiere de DANNECKER: Desde luego. De manera oficial, de cara a todo el mundo quiero decir, soy redactor de un periódico. De manera extraoficial, en secreto para casi todo el mundo… digo “casi” porque hay personas que lo saben, esto es evidente, soy una especie de… ¿cómo le diría? Soy una especie de informador. Alguien que indaga en la vida de los demás, llega a conocer determinados aspectos de la vida de éstos, recaba cierta información y la pone a disposición de otras personas interesadas. ¿Me está entendiendo? (Pausa) A veces es muy difícil conseguir información. A veces no hay nada de interés. La gente puede ser muy aburrida, coronel Bruckner. No tiene nada interesante que ofrecer. Pero otras veces puede haber datos muy valiosos, que incluso son fáciles de obtener. Como el secreto de los Hesler EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 31 BRUCKNER: ¿Cómo ha llegado a conocerlo? DANNECKER: (Restando importancia a lo que dice) No hice nada. No tuve que esforzarme lo más mínimo. El señor Hesler me lo contó una tarde en la que había bebido más coñac de lo debido. Supongo que estaba deseando contarlo. Por otro lado, el señor Hesler confía mucho en mí. Y, entre usted y yo, es un hombre bastante ingenuo. Sobre todo para ser judío BRUCKNER: ¿Así de fácil? ¿Es siempre tan sencillo? DANNECKER: ¡Oh, no! No lo crea. El señor Hesler es una excepción. Como puede imaginar, me muevo en círculos sociales en los que sobre todo hay judíos. Y éstos son, por naturaleza, desconfiados, temerosos y muy conservadores, de manera que es muy difícil extraer de ellos cualquier tipo de información útil. Supongo que estos rasgos nos han permitido sobrevivir, coronel Bruckner. De otro modo, nos habríamos extinguido BRUCKNER: ¿A disposición de quién pone la información que obtiene? DANNECKER: Esa es la madre de las preguntas, coronel Bruckner, pero ¿debo recordarle que dije que las preguntas las hacía yo? BRUCKNER: ¿Para quién trabaja? DANNECKER: (Con mucha calma y mucha intención) Formo parte del SD, el servicio de inteligencia de las SS. Es decir, formo parte de los que le vigilan a usted. BRUCKNER: (Sorprendido con la revelación) ¿A mí? (Pausa) ¿Por qué razón han de vigilarme a mí? ¡No le creo! ¡Usted no puede pertenecer a las SD! (Con rabia) ¡Es usted judío! DANNECKER: (Con suma tranquilidad) No creo haberle dicho exactamente eso. ¿Soy judío? No. Yo no soy nada, coronel Bruckner. He crecido dentro de la tradición judía, es cierto. Dentro de la sociedad judía de esta ciudad, conozco sus costumbres, sus normas, sus secretos, pero no soy judío. No creo en ningún dogma, en ninguna religión. Ni siquiera creo en Dios, sólo creo en mí. Creo en mi supervivencia. Como todos, supongo. Si el servicio de inteligencia de las SS considera que puedo ser de utilidad dadas mis características, entonces, me tiene a su disposición BRUCKNER: (Con rabia contenida) Es judío, señor Dannecker, y tiene todos los rasgos que definen a los de su raza. No tiene principios. No tiene escrúpulos y no es de fiar. Es capaz de vender a sus propios hermanos con tal de obtener una pequeña ventaja DANNECKER: (Disimulando su ira) No me juzgue, señor Bruckner. No me juzgue. No está usted en condiciones de juzgar a nadie (Le muestra su documentación) BRUCKNER: No logro entender cómo han podido admitirle a usted dentro del SD. Si hemos de recurrir a judíos para llevar adelante nuestro proyecto, Alemania estará perdida. DANNECKER: Ya le he dicho que no soy judío. Los odio tanto como usted. Posiblemente más. ¿Puede explicarme por qué tiene a su servicio a una judía desde hace más de diez años? BRUCKNER: (Empezando a levantar la voz) ¿Esto es lo que le han pedido averiguar de mí? ¿Si mi ama de llaves es judía? ¿En eso ocupan su tiempo? ¿No tienen nada más importante que hacer? DANNECKER: Todo es importante, señor Bruckner, porque una cosa puede llevar a la otra. Cuando descubrí que la señora Friedell trabajaba en su casa, me quedé muy sorprendido. ¿Un oficial de las SS EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 32 tiene a su servicio a una judía? (Pausa) ¿Es que no ha sido capaz de encontrar a una mujer alemana mucho más capaz y trabajadora que una miserable judía? BRUCKNER: No tengo por qué darle explicaciones, pero le diré que la señora Friedell es muy cumplidora con su trabajo. No tengo ninguna queja de ella. Me gustaría saber qué quiere usted decir DANNECKER: Quiero decir que, tal vez, le gusten a usted más los judíos de lo que cree. Y, pienso, que quizá debería informar de este asunto a mis superiores BRUCKNER: un imbécil! (En un grito) ¿Va a comunicar a sus superiores que mi ama de llaves es judía? ¡Es usted DANNECKER: (Gritando también) ¡Cuidado con sus palabras, coronel! Mida muy bien lo que dice. Vivimos en un tiempo en el que las palabras son muy peligrosas. Puedo decir que usted tiene a su servicio a una judía porque ama a los judíos. Puedo decir que, en el fondo, usted es amigo de los judíos BRUCKNER: ¿Por qué iba a decir tal cosa? DANNECKER: Porque puedo BRUCKNER: Es verdad. Puede. Puede mentir si lo desea. Hágalo. Diga a sus superiores lo que le venga en gana, pero párese a pensar un momento (Pausa) ¿A quién van a creer? ¿A un cerdo judío, que dice no serlo, y que es capaz de traicionar a los suyos si hace falta, o a un coronel de las SS con una hoja de servicios intachable? DANNECKER: ¡Vamos, coronel! No exagere usted. Los dos sabemos que su papel durante la Gran Guerra no fue heroico, precisamente. Sabemos también que estuvo retirado del servicio muchos años por cuestiones, vamos a llamarlas… espirituales, a causa de ciertas desgracias, que acontecen a todo el mundo con mucha más frecuencia de lo que pensamos. También sabemos que su reciente incorporación no le ha permitido realizar grandes logros por el momento BRUCKNER: (Que ha palidecido intensamente) Señor Dannacker. Es usted repugnante. Hemos terminado esta conversación. Haga lo que tenga que hacer. ¡Fuera de mi casa! DANNECKER: En absoluto. No hemos hecho más que empezar BRUCKNER: Si no sale de mi casa ahora mismo, voy a terminar esta conversación de otra manera DANNECKER: ¿Cómo? ¿Qué va a hacer usted? (Pausa) Tiene que ser más listo, menos impulsivo, más reflexivo... Si no conseguimos pensar, no vamos a sobrevivir ninguno de nosotros. Siéntese, aún tengo un par de asuntos que tratar. (El coronel permanece de pie) Como quiera. (Dannacker se sirve una copa) No le conviene que pase estas informaciones a mis superiores. Entre ellos hay mucha envidia, creo que usted lo sabe. Están deseosos de encontrar algo que haga caer en desgracia a sus rivales. Usted está bien considerado, es verdad. Dicen que el mismísimo Fhurer le tiene aprecio, así que muchos oficiales estarían bastante dispuestos a creer cualquier cosa que le perjudicara a usted… ¿Me sigue? No conviene, por tanto, que se sepa que tiene a su servicio a una judía, de vida un tanto licenciosa, que tiene a un amigo judío farmacéutico, muy amigo de su difunto padre el doctor Bruckner, que tiene encuentros con una joven judía, muy conocida por su carácter subversivo, probablemente de afiliación comunista, que sale de su casa de noche, medio desnuda… En fin, ¿quiere que continúe? (Ante su silencio) De modo que es necesario que usted y yo nos entendamos. BRUCKNER: (Pausa) ¿Qué quiere? DANNECKER: Es probable que los dos queramos lo mismo. ¿Qué quiere usted? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 33 BRUCKNER: ¿A qué viene eso? No creo que le interese DANNECKER: ¡Oh, sí, por supuesto que sí! Me interesa. Mi idea es que, en el fondo, todos queremos lo mismo, y que, por lo tanto, estamos obligados a entendernos. ¡Vamos! Dígame: ¿qué quiere usted? BRUCKNER: Está bien. Quiero meterle un tiro entre ceja y ceja. DANNECKER: (Se ríe sardónicamente) ¡Cuánta sinceridad! ¿Lo ve? Ambos queremos lo mismo. Lo que ocurre es que ahora no nos conviene a ninguno de los dos alcanzar nuestro deseo, debido a que nos necesitamos. Usted necesita mi silencio y yo necesito algo de usted BRUCKNER: Así procede con todo el mundo, supongo. No es más que un vulgar chantajista DANNECKER: (Muy irritado, pero dominándose) No vuelva a ofenderme, se lo advierto. No tiene cuidado con las palabras, y acabará pagando por ello, ya lo verá. (Pausa) No puedo actuar así con todo el mundo como dice. Muchos judíos, en contra de lo que pudiera pensar, apenas tienen dinero ya. Por lo que me dirijo a personas como usted. Quiero su dinero, en efecto, y me consta que lo tiene, y en gran cantidad. BRUCKNER: judíos. Mi dinero a cambio de no informar a sus superiores acerca de mi trato con ciertos DANNECKER: Su dinero a cambio de no pasar ningún tipo de información comprometedora para usted, ya sea falsa o verdadera. BRUCKNER: ¿Cuánto? DANNECKER: Con dos mil marcos podríamos llegar a entendernos BRUCKNER: ¿Dos mil marcos? Y si accedo a este chantaje, ¿qué garantías tengo de que no volverá a pedirme dinero de nuevo? DANNECKER: ¡Ah, eso! Pues, en realidad no tiene usted ninguna garantía. Pero le diré algo. Dudo mucho que usted y yo volvamos a vernos de nuevo. Todo va a estallar por los aires. Usted lo sabe bien. Esta noche empieza todo. Estoy seguro de que le han dado instrucciones al respecto y no se le escapa lo que está por venir. BRUCKNER: No sé qué va a ocurrir. Mis órdenes son sólo las de estar prevenido y dispuesto por si precisan de mí. DANNECKER: No me tome por imbécil, coronel. Sabe incluso mejor que yo lo que va a pasar BRUCKNER: Me trae sin cuidado, que usted me crea o no. DANNECKER: concentración (Tras una pausa valorativa) Los van a deportar. A todos. Los van a enviar a campos de BRUCKNER: ¿A quiénes? DANNECKER: ¿A quién va a ser? A todo el mundo: a comunistas, católicos, homosexuales, gitanos… A todos. A los supuestos enemigos de Alemania. Pero especialmente a los judíos. Esta noche empieza todo. BRUCKNER: (Con furia) ¡No son hipotéticos enemigos de Alemania! ¡Son enemigos reales de Alemania! Especialmente ustedes… los judíos EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 34 DANNECKER: ¿De veras? ¿Eso cree? ¿Considera usted que hay que enviarlos a campos de concentración? … ¿A todos ellos? BRUCKNER: (Arrebatado) Sí. El proyecto de una nueva Alemania así lo exige. Estamos rodeados de enemigos. Es la única manera de que nuestro país recupere su pasado esplendor. ¡Alemania es sólo para los buenos alemanes, para los auténticos alemanes! ¡Alemania es sólo para los patriotas leales! ¡El proyecto del Fuhrer es el único válido! ¡El único que nos llevará a la gloria! ¡Y si todos los demás se oponen, hay que llevarlos a campos de concentración! ¡A todos! DANNECKER: ¿Y exterminarlos? ¿Debemos exterminarlos a todos? BRUCKNER: ¡Si no hay otra alternativa, sí! Pero nadie está hablando de tal cosa. Basta con que estén fuera de nuestro país. Aquí no hay sitio para ellos DANNECKER: ¿Y los Hesler? BRUCKNER: ¿Qué pasa con ellos? DANNECKER: ¿Los exterminamos o nos conformamos con echarlos del país? BRUCKNER: (Pausa. Con calma) A pesar de todo. A pesar de todo lo que usted diga o invente, los Hesler no son peligrosos. Son escoria, es verdad, pero no son peligrosos para nadie. DANNECKER: Bueno. Sean peligrosos o no, también están condenados. Si no es esta misma noche, será mañana, pasado mañana o dentro de unos días… La cuestión es que los van a deportar. Los van a mandar a un campo de concentración. Ya están en la lista BRUCKNER: (Sorprendido a su pesar) ¿Los van a deportar a todos? DANNACKER: (Con intención) A todos. Incluida su servicial ama de llaves, la señora Friedell. Supongo que es algo que a usted le será absolutamente indiferente. ¿Me equivoco? BRUCKNER: (Sosteniéndole la mirada) No. No se equivoca. Absolutamente indiferente DANNECKER: Espero sinceramente que sea así. Nuestro acuerdo tiene unos términos muy claros: yo no comunico nada a mis superiores respecto de sus inadecuadas relaciones con ciertas personas y usted me concede a cambio una determinada cantidad de dinero. Sin embargo, y esto es de suma importancia, si usted decidiera continuar con estas relaciones o se sintiera inclinado a prestarles algún tipo de ayuda, sea la que fuere, yo me sentiría liberado de mi parte del compromiso y lo comunicaría de inmediato a mis superiores, con las consecuencias que cabe prever para usted. ¿Me he explicado con claridad? BRUCKNER: Con total claridad. (Pausa breve) ¿Cuándo debo darle su dinero? DANNECKER: Ahora mismo si no le es inconveniente. BRUCKNER: ¿Supone que tengo esa cantidad de dinero en casa? DANNECKER: No lo supongo. Estoy seguro de que la tiene. BRUCKNER: uno de ellos) Espere un momento. (Se dirige a una mesa con varios cajones. Saca una llave y abre DANNECKER: (Sentado. Se sirve otra copa) Es una pena lo de los Hesler, en realidad. Bueno, una pena lo de las hijas. Al fin y al cabo, el señor Hesler y la señora Friedell han tenido una vida agradable EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 35 hasta este momento. Pero las hijas… Ana, la pequeña, empieza a vivir ahora y Helga, la mayor… Bueno, Helga parece haber vivido bastante ya… ¿Usted qué cree? ¿Habrá tenido muchas relaciones? Es guapa y desenvuelta, de eso no hay duda. Bueno, cuando la deporten, no le van a faltar ocasiones. Los guardias lo van a pasar bien… BRUCKNER: ¿Quiere hacer el favor de cerrar su sucia boca, señor Dannecker? DANNECKER: ¿Qué ocurre? ¿Por qué se lo toma así? No es más que una desvergonzada chica judía. ¿No le parece? (Pausa) ¡Vaya! ¿No será que le gusta a usted? Es joven. Es atractiva. Y tal vez, esté sin estrenar después de todo… Yo, en todo caso la estrenaría muy a gusto. ¿Usted no?... Aunque en realidad puede que ya lo haya hecho. No me ha contado aun qué pasó cuando vino a su casa esta tarde. La chica salió medio desnuda y muy agitada. (Ante el silencio del coronel) ¿No me dice nada? Bueno, supongo que se sentirá usted un poco solo desde la desgracia de su mujer, y necesitará… (Se interrumpe porque el coronel se acerca con un sobre y una pistola en la mano) BRUCKNER: ¿No es capaz de mantener su asquerosa boca cerrada, verdad? Necesita escupir continuamente su bilis y su podredumbre, ¿no es así? ¿Qué me impide volarle la tapa de los sesos ahora mismo? ¡Dígamelo! ¿Qué me lo impide? Nadie haría una sola pregunta. Nadie le echaría de menos DANNECKER: (Muy asustado) Sólo estaba bromeando, coronel Bruckner. Una broma estúpida. Sin ninguna intención. No vamos a romper nuestro acuerdo ahora que ya está casi cerrado. Es verdad que nadie me echaría de menos, pero sí harían preguntas. Mis superiores saben que estoy aquí y esperan mi informe. No tardarían en presentarse en su casa para saber si me había ocurrido algo malo. Piénselo. No le conviene BRUCKNER: Tome su dinero y lárguese antes de que me arrepienta. No quisiera poner todo mi salón perdido de sucia sangre judía. (Baja el arma, le arroja el sobre. Dannecker sale lentamente sin dejar de mirar la pistola) OSCURO ESCENA 7 (Estamos en el despacho interior de la farmacia de los Hesler. La familia está reunida al completo. Han acondicionado la estancia para pasar la noche. En un rincón, con un mantel en el suelo están sentadas las dos hijas. Ana come, pero Helga se resiste a hacerlo, a pesar de la insistencia callada de su madre, la señora Friedell. Karel Hesler está en el lado opuesto de la habitación, de pie y de espaldas a esta escena, revisando papeles en una mesa. La señora Friedell le observa preocupada y se dirige a él. Conversan de modo que las hijas no puedan escucharlos) FRIEDELL: Karel, ¿no quieres tomar algo? Necesitas comer, reponer fuerzas HESLER: (Negando con la cabeza) No, no quiero nada, gracias. (Pausa breve. Refiriéndose a Helga) ¿Te ha dicho algo? FRIEDELL: No. No ha querido hablar. No sé qué habrá ocurrido. Ha hablado un poco con Ana, y ella me ha asegurado que no le ha hecho daño HESLER: ¿Y tú lo crees? FRIEDELL: No es daño físico, Karel. Es humillación, vergüenza EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 36 HESLER: ¿Por qué? FRIEDELL: No lo sé. Ya nos lo contará. Debemos tener paciencia HESLER: ¿Más todavía? Puedo imaginar cualquier cosa, Else, cada una peor que la otra. La situación se está complicando mucho… Mucho… Demasiado para mí FRIEDELL: Creo que has acertado al decidir que nos trasladásemos a la farmacia por unos días, mientras esperamos que todo pase. Verán que está cerrada y nos dejarán tranquilos por el momento HESLER: Hasta que alguien decida a entrar a robar o simplemente a curiosear, y entonces… ¿qué vamos a hacer? FRIEDELL: Tenemos que irnos. HESLER: Sí. Esta ciudad no es segura para nosotros FRIEDELL: situación Irnos del país, Karel. Irnos de Alemania. Creo que no terminas de ver la gravedad de la HESLER: (Alterado) ¡Claro que la veo! ¡No soy ningún idiota! … Pero, ¡Entiéndelo, no es fácil tomar una decisión así! Por supuesto que la veo: nos han cerrado la farmacia y ahora lo de Helga. Lo peor es que el ataque ha venido de quien se suponía que nos iba a ayudar… FRIEDELL: Nunca pensó en ayudarte. Ya te lo he dicho. También se lo dije a Helga y no me hizo ningún caso. Ahora lo importante es preparar nuestra salida. HESLER: Necesito un poco de tiempo. Un par de días nada más. No es fácil despedirse de tu país, de tu vida entera… FRIEDELL: ¿Dónde vamos a conseguir dinero? HESLER: Lo conseguiré. Puedo vender el local y nuestra casa aunque sea a un precio ridículo. También puedo pedir dinero prestado al señor Dannecker FRIEDELL: ¿Dannecker? Lo conozco menos que tú… No sé… ¿Crees que es de fiar? ¿Crees que estaría dispuesto a ayudarnos? HESLER: Confío en que sí… (Se interrumpe porque suena la campanilla de la entrada) ANA: (Asustada) ¡Papá! ¡Alguien está intentando abrir la puerta de la farmacia! HELGA: (Asustada también) ¡No abráis! Será algún curioso. Se cansará pronto, se marchará y nos dejará tranquilos. FRIEDELL: ¡Silencio! ¡Callaos! ¡Que no nos oigan! (Escucha en silencio) HESLER: Están intentando forzar la puerta. Voy a abrir. Antes de que rompan la cerradura HELGA: ¡No! ¡No te muevas! No lo lograrán. No podrán entrar FRIEDELL: Helga tiene razón, Karel. No te muevas. Seguro que se irán pronto HESLER: No. Han conseguido abrirla. (Escuchan en tensión unos pasos en la estancia de al lado. Entra el coronel Bruckner) EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 37 BRUCKNER: estaríais aquí. He ido a tu casa, Karel. No había luz, ninguna señal de vida, así que he supuesto que HESLER: aquí. (Asustado, tenso y con rabia contenida) ¿Qué quieres, Helmuth? No eres bienvenido BRUCKNER: He venido a avisarte. No tenéis tiempo que perder. Debéis abandonar el país esta misma noche sin falta HESLER: (Enfurecido) Nos iremos cuando yo lo decida. Soy el cabeza de familia y yo decidiré cuándo abandonar mi ciudad y mi país. Nos iremos porque cerdos como tú han decidido que no hay sitio para nosotros. Porque cerdos con uniforme como tú han decidido que somos enemigos de la gran Alemania, ésa que sólo está en la cabeza enferma de gente como tú y como tu despreciable Fuhrer. BRUCKNER: (Más enfurecido aún) ¡Karel! ¡Si vuelves a insultarme a mí o al Fuhrer, te juro que te vuelo la cabeza aquí mismo delante de toda tu familia! ¡He venido a ayudaros! No hay futuro para vosotros. ¡Entiéndelo bien, imbécil! ¡Si no os vais esta misma noche, no hay futuro! ¡¡Estáis condenados!! ¡Lárgate con tu familia antes de que sea demasiado tarde! HESLER: ¡Basta de órdenes! ¡Basta de ladridos! ¡No te permito que ladres más! ¡Estás en mi casa! ¡No te lo consiento! ¡Te pedí ayuda y ha sido el error más grande que he cometido en mi vida! ¡Has despreciado, has humillado a mi mujer, después de años a tu servicio! ¡Me has humillado haciéndome creer que pretendías ayudarme! ¡Has humillado, has deshonrado a mi hija mayor! ¡No quiero ni imaginar lo que le habrás hecho!... HELGA: (Avergonzada) ¡Papá, por favor! ¡No, no! HESLER: … ¿Y ahora te presentas aquí, ofreciendo tu ayuda? ¡NOOO! ¡No la queremos! ¡Lárgate! ¡Lárgate ahora mismo! BRUCKNER: ¡Eres un imbécil, Helmuth! ¡Imbécil! ¡Imbécil! ¡Has elegido el peor momento de todos para este arrebato de dignidad y de orgullo! ¡No es el momento! ¡Despréciame cuanto desees, pero no pongas en riesgo a tu familia! ¡Puedes salvarla si quieres! ¡Marchaos esta noche! HESLER: ¡No te creo, Helmuth! ¡No creo ni una palabra de lo que dices! ¡La situación está difícil, no se puede decir lo contrario, pero dudo mucho que el fin del mundo llegue precisamente esta noche! ¡Nos iremos cuando yo lo decida! BRUCKNER: ¡No ves, porque estás ciego de orgullo inútil y de estupidez, que tal vez no tengas ocasión de decidir nada! ¡Pueden venir a por vosotros dentro de unas horas, esta noche…mañana mismo! HESLER: ¿Quién va a venir a por nosotros? ¿Vas a venir tú, acompañado de tus amigos con vuestros flamantes uniformes y vuestras lustrosas botas, llenos de correajes, vociferando y clamando que sois los únicos alemanes verdaderos? ¡¡¡Yo soy tan alemán como tú!!! ¡Dime! ¿Qué hemos hecho? ¡No hemos hecho nada! ¡No hemos infringido ninguna ley! BRUCKNER: ¡Tu delito, el delito de toda tu familia es que sois judíos! ¡Una raza decadente que sólo piensa en atesorar dinero y conservar lo poco que tiene! Una raza avariciosa y mezquina. ¿Por qué no te largas ya? Te lo voy a decir: porque estás apegado a tus pertenencias, a tu maldita farmacia, a tus miserias… ¡No puedes soportar deprenderte de ella sin sacarle toda la rentabilidad posible! EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 38 HESLER: ¿Qué puedes entender tú? Acostumbrado al lujo, ¿cuándo has tenido tú o los de tu clase, los buenos alemanes, que ocuparos en ganar dinero, en llevar un negocio o en sacar adelante a una familia? El fin del mundo para mí es perder mi negocio con el que mantener a mi familia BRUCKNER: (Abatido y bajando la voz) El fin del mundo ya ha llegado, pero tú no te has dado cuenta todavía (Pausa) Está bien, está bien… Como tú quieras… Señora Friedell: me dirijo a usted ahora. Quizá usted sea más razonable. Escúcheme: esta noche sale un tren a las once y veinte para Amsterdam. Me han asegurado que hay pasajes libres. Considero que deberían tomar ese tren… No puedo hacer más… Puede acompañarme a casa para recoger sus cosas si lo desea. Aquí le dejo dinero por el sueldo del resto del mes… (Deja un sobre en la mesa. Los mira a todos) Adiós (Sale) ANA: (Después del silencio que ha producido la salida de Bruckner, dirigiéndose hacia la mesa) ¿Puedo abrirlo, mamá? HESLER: No lo toques, Ana. No podemos aceptar nada que venga de ese nazi FRIEDELL: No hagas caso, hija, ábrelo. Al fin y al cabo, ese dinero es mío ANA: (Abriéndolo) ¡Mamá, mira, mira! ¡Hay mucho dinero! ¡Miles de marcos! FRIEDELL: (Acercándose) ¿Qué dices? ¡Déjame ver! ¡Es cierto! ¡Mira, Karel, casi dos mil marcos! HESLER: hace? (Asombrado) No entiendo… No entiendo. ¿Por qué te da tanto dinero? ¿Por qué lo FRIEDELL: No lo sé, pero con este dinero podemos marcharnos ahora mismo. Podemos comprar los billetes y viajar a Ámsterdam esta misma noche como él dijo HESLER: Querrá lavar su conciencia con este gesto. No lo vamos a rechazar porque lo necesitamos. Mañana por la mañana iré a la estación y compraré billetes para dentro de un par de días. Tengo que organizar bien nuestra salida y despedirnos de nuestros amigos y familiares. HELGA: ¡No, papá! ¡Es un error! ¡Es mejor que cojamos ese tren que sale a las once y veinte! ¡Tengo el horrible presentimiento de que es nuestra última oportunidad! ¡Hazme caso, por favor! ¡Marchémonos esta noche! HESLER: No, hija. Está decidido. Voy a hacer lo que he dicho. Ya es hora de que actúe con determinación. Me lo vais a agradecer. ¿No me habéis criticado siempre por ser tan indeciso? . Else, ve por tus cosas a casa del coronel y luego vuelve aquí. Ten cuidado y no te entretengas. (Pausa) Lo que no termino de entender es por qué nos ha dejado todo ese dinero HELGA: ¿Pero es que no lo ves, papá? Está tratando de ayudarnos (OSCURO) ESCENA 8 (En el salón del coronel Bruckner, éste está vestido de uniforme, listo por si debe pasar a la acción. Bebe una copa tras otra. Escucha música de Bach. Al rato aparece la señora Friedell) FRIEDELL: (Pasando por detrás del coronel) Con su permiso, señor Bruckner. He venido a recoger mis cosas. No le molestaré más que un momento. (El coronel no contesta. Sigue oyéndose la música muy suavemente. La señora Friedell sale por un lateral. Al cabo de un momento, empieza a oírse un EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 39 estruendo atronador de voces en alemán, gritos, disparos, golpes, vidrios rotos y ruidos de motor. La señora Friedell aparece muy asustada) FRIEDELL: ¿Qué ocurre, señor Bruckner? ¿Qué está pasando? ¿No lo oye? (El coronel ni se inmuta. Friedell va de un lado a otro, mirando por las ventanas. Se detiene en una de ellas, mirando a los espectadores) ¡Oh, Dios! ¿Qué están haciendo? ¡No pueden hacer eso! ¡No, no, por favor! ¡No, hagan eso! ¡Noooo! ¿Karel? ¡Es Karel! ¡Karel! ¿Qué estás haciendo, Karel? ¡Sal de ahí! ¡Sal de ahí! ¡Corre! ¡Corre!... (Aguarda ansiosa) ¡Lo ha logrado! ¡Está subiendo por las escaleras, señor Bruckner! ¡Voy a abrirle! (La señora Friedell sale a abrir. Bruckner fuma un cigarro, concentrado en la música a pesar del estruendo en la calle. Entra como una tromba Karel Hesler, empujando a la señora Friedell) HESLER: Helmuth! ¡Déjame, déjame, Else! ¡Tengo que hablar con el coronel! ¡Tengo que hablar con FRIEDELL: ¡Karel! ¡Karel! ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí? HESLER: (En un grito desesperado) ¡¡Helmuth!! ¡¡Helmuth, ayúdame!! ¡¡Ayúdanos!! ¡Se las han llevado! ¡Se las llevan! FRIEDELL: ¿A quién se llevan, Karel? ¿A quién? HESLER: ¡Han entrado en la farmacia y se las han llevado! ¡He salido detrás de ellas, corriendo como un loco, pero las he perdido! ¡Las he perdido! ¡Helmuth, ayúdame, ayúdame a encontrarlas! ¿Qué van a hacer con ellas? ¡Dímelo, tú tienes que saberlo! ¡Ayúdame, te lo ruego! BRUCKNER: Nadie puede ayudarte HESLER: sin rechistar! ¡Tú, sí! ¡Tú sí puedes! ¡Eres un oficial de alto rango! ¡Te escucharán! ¡Te obedecerán BRUCKNER: Yo no puedo ayudarte. FRIEDELL: (La señora Friedell mira por la ventana forntal y, desesperada, descubre el pelotón de soldados que lleva a sus dos hijas) ¡Están abajo, Karel! ¡Míralas! ¡Ahí están! (En un lateral, enmarcadas en un haz de luz aparecen Helga y Ana) HESLER: (Hesler se acerca a la ventana y mira abajo) ¡Es verdad! ¡Son ellas! ¡Helga, Ana! ¡Hijas mías! ¡Soltadlas, soltadlas, no les hagáis daño! ¡Soltadlas! FRIEDELL: tarde! ¡Bajemos, Karel! ¡Se las van a llevar! ¡Bajemos! ¡Bajemos antes de que sea demasiado HESLER: (A la señora Friedell, dudando) No vamos a poder hacer nada… no vamos a poder…pero… pero él, sí. Él puede ayudarnos. (Se dirige al coronel) ¡Helmuth, tú puedes ayudarnos! ¡Baja con nosotros, por favor! ¡Bastará con que les des una orden y las soltarán enseguida! ¡Eres coronel! ¡A ti te obedecerán! ¡Baja con nosotros! ¡Vamos! FRIEDELL: ¡Señor Bruckner, por favor! ¡Ayúdenos! ¡Vamos a liberarlas! BRUCKNER: (Totalmente indiferente) Es inútil. Ya nadie puede hacer nada HESLER: ¡Claro que sí, Helmuth! ¡Eres su superior! ¡Eres coronel de las SS! ¡Te obedecerán! BRUCKNER: ¿Lo crees de verdad? ¿Crees que tengo autoridad sobre esos hombres? EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 40 HESLER: ¡Seguro que sí! ¡Son unas bestias, pero saben obedecer! BRUCKNER: A mí me parece que no. Dudo que lo hicieran, pero tampoco pienso comprobarlo FRIEDELL: buscarlas! ¡Déjalo, Karel! ¡No va a ayudarnos! (Decidida) ¡No perdamos el tiempo! ¡Bajo a HESLER: (Sujetándola) ¡No, no, no! ¡No serviría de nada! ¡Te detendrían también! FRIEDELL: ¡Suéltame, suéltame! ¡Se las llevan! ¡Las van a matar! ¡Estoy segura! ¡Suéltame! HESLER: (Tomando la pistola, que había quedado encima de la mesa, y apuntando a Bruckner) ¡Helmuth! ¡Te exijo que bajes a ordenar a esos animales que suelten a mis hijas! ¡Baja y diles que las liberen! ¡Vamos! ¡Hazlo! BRUCKNER: No pienso moverme de aquí. Ya te he ayudado bastante y lo has rechazado. No has querido escucharme. La culpa de lo que está pasando es tuya. Ya te lo dije: ¡eres un imbécil! HESLER: ¡Baja! ¡Baja conmigo y ordena a esos hombres que suelten a mis hijas! (Bruckner sigue fumando. En un aullido) ¡¡Baja!! ¡¡Ordénales que las suelten!! (El coronel no se mueve. La señora Friedell mira horrorizada por la ventana) ¡¡Vamos!! ¡¡Vamos, maldito hijo de puta nazi!! ¡¡Vamos, maldito cabrón patriota!! ¡¡Baja, baja de una vez o te meto una bala en tu repugnante cabeza enferma!! (En un alarido) ¡¡¡Baja conmigo!!! (En ese momento, en el lateral, las hijas de Hesler salen de escena y son arrastradas al interior de un camión. Se oye un portazo y el camión arranca) HESLER: nuestras hijas! (Horrorizado) ¡Else! ¡Las hemos perdido! ¡Las hemos perdido! ¡Hemos perdido a BRUCKNER: (Con suma frialdad) Perder a los hijos… Acontece con más frecuencia de lo que pensamos… Sucede en cualquier lugar, a cada momento. (Llena de ira, la señora Friedell le arrebata la pistola a Hesler y dispara un tiro por la espalda al coronel Bruckner. Mientras éste deja caer la cabeza sobre el pecho, muerto, se hace el oscuro) FIN EN CUALQUIER LUGAR, A CADA MOMENTO 41