Título: Memorias de infancia: la escuela en el cuerpo. Autora: Julia Alcain (UNPA UACO- Caleta Olivia. Santa Cruz) Área: Cuerpo: relatos, escrituras, cuerpos hablantes. 1. Lo que pasa, pasa en el cuerpo. El presente escrito se desprende de algunas preguntas y reflexiones en torno a un trabajo de investigación realizado para la tesis “Lo que queda de la escuela. Experiencia, memoria y narración en ex alumnxs de escuelas primarias de Caleta Olivia”. La experiencia de la escuela primaria deja huellas que se memoran y narran tiempo después, dando cuenta de lo que ha afectado y atravesado las vidas en el tiempo de la infancia: ¿Qué queda de la escuela? ¿Qué imágenes, qué situaciones y qué personas memoramos? Siguiendo a Contreras Domingo y Pérez de Lara (2010), entendemos que sólo podemos comprender la realidad educativa en su alcance pedagógico en cuanto experiencia, “es decir, según es vivida por sus protagonistas y atendiendo a lo que les supone, a lo que les significa, a lo que les da que pensar” (p. 21). Mediante la denominada investigación narrativa (Connelly y Clandinin, 1995), la forma de componer algunas respuestas a las preguntas iniciales fue la realización de entrevistas abiertas a veinticinco jóvenes y adultxs -hombres y mujeres entre dieciocho y setenta años de edad, de distintas generaciones y ocupaciones- que habían asistido en diferentes instituciones a la escuela primaria en la ciudad de Caleta Olivia. Se recupera de los relatos lo que ha vivido y ha sido relevante para cada sujetx que pasó por la escuela primaria; lo que ha constituido una experiencia y es narrado tiempo después. Las categorías esbozadas como respuestas a la indagación emergen de la saturación de la muestra analizada y de la recurrencia de algunos tópicos. Disciplinamiento, afecto, reconocimiento y juegos irrumpen en los relatos poniendo en el centro que lo que se memora de la escuela, ha atravesado de alguna manera- en el cuerpo de lxs niñxs: a veces vejado, violentado, otras veces reconocido, mirado, valorado; muchas veces habilitado para moverse, jugar, decidir. El disciplinamiento –cristalizado en acciones concretas derivadas de la gramática escolar-, el juego –como mojón que fractura la inercia del tiempo institucional- el afecto y reconocimiento –en forma de gestos que hicieron visibles a lxs sujetxs y valorados en su singularidad- se alojan en la memoria de la infancia de manera indeleble. Se exponen fragmentos de entrevistas que ilustran el modo en el que se inscribió la escuela en el cuerpo, narraciones que dan cuenta que lo que ha pasado, pasó por el cuerpo. Referimos al final lo que se olvida o se silencia. Licuadas en el tiempo, lo que no se nombra son situaciones de enseñanza áulica. Hayan sedimentado –o no- en quienes memoran la escuela, no son recuperadas como recuerdos. Se trata del contenido que la escuela erige como protagonista de lo que hace, como eje vertebrador de lo que dice que hace. Sin embargo, ningunx de los entrevistadxs lo menciona. 2. Las huellas del disciplinamiento. En las entrevistas aparece de manera persistente lo que denominaremos disciplinamiento que se expresa en algunas voces como respeto o miedo. Si la experiencia es aquello que –según los principios presentados por Larrosa (2016)- “me pasa”, pasa y no pasa desapercibido, le pasa a un sujeto abierto, que percibe y es permeado por lo que viene de afuera; lo narrado por lxs entrevistadxs como disciplinamiento puede entenderse en estos términos. Son recurrentes las narraciones de acontecimientos pintorescos y humillantes; que se evocan con detalle. Se recuerda con nombre y apellido a quienes infligieron castigos, los modos de ejercerlos, las circunstancias, las zonas del cuerpo vejadas. Se recuerdan situaciones de padecimiento y de pasividad ante un poder que ordenaba el tiempo, los cuerpos y ofrecía castigos corporales a quienes se desviaran de lo normado. Los relatos dan cuenta de las huellas que dejan algunas decisiones aparentemente inocuas. Daniel no menciona la palabra disciplina y transmite en su relato un halo de añoranza: “Poníamos el pañuelo abajo de las manos y te revisaban que llevaras el pañuelo limpio y las uñas limpias. Y si había una uña negra, te decía: -‘¿está de luto usted?’ (Risas). Nos hacía pasar vergüenza. (Su esposa: -‘y el cepillo que tenía que estar en el baño, con el jabón blanco’). Claro, y zapatos bien lustrados. (Su esposa: -‘Y no con olor eh? El que tenía olor, ¡a su casa a bañarse!’). Te revisaban todo, ¡nos tenían zumbando!O Parra, que cuando te portabas mal te agarraba de la patilla así y te levantaba, ¡miércoles que te vas a quejar a la casa! (Su esposa: - ‘O Salas cuando te pegaba con el puntero en la cabeza’)” (Daniel, 64 años, abril de 2017). La memoria del miedo a la autoridad compone también lo que se recupera de la escuela. Se recuerda el miedo enhebrado con imágenes de parálisis y de silencio; y al adultx educador como una amenaza, que dispone de los cuerpos y voluntades de los sujetos. “Me acuerdo del director del colegio, te adoctrinaba con el grito o con la regla de madera. Si no ibas en la fila agarrado con la manito, ‘¡tic!’ te pegaba en la mano. Una vez nos encontraron en falta, y yo me la había mandado feo. El cura me tuvo una semana en la oficina de él haciendo letra gótica. Cuando me descubrieron me tuvo abrazado a un pilar. Estuve abrazado una tarde mirando la pared. Tremendo respeto le teníamos a ese viejo. Después las patillas te las arrancaba. No le podías decir ni ‘mu’” (Fernando, 42 años, agosto de 2017). Antelo (2007) hace referencia a un miedo típicamente escolar, que se suma a la larga lista de miedos que puede escuchar un psicoanalista; es un miedo que atraviesa la vida y no se reduce a lo experimentado en la escuela: miedo en general móvil y tramitable que es relativamente sencillo localizar junto a la larga y sofisticada lista de humillaciones, vergüenzas, goces y padecimientos escolares. La siguiente anécdota ilustra el alcance del poder de la palabra del docente y la impotencia de los niños para expresar sus temores o preguntas. En esta escena, que a la distancia resulta pintoresca, se recuerda la obediencia y el miedo. Estela y Ana cuentan que al finalizar cada jornada, para salir de la escuela la orden era que se tomaran de la mano con un compañero. Pero lo que sucedía era que acatando las órdenes de la maestra –quien no había aclarado que debían soltarse en la vereda– los niños continuaban por las calles aledañas tomados de la mano. Al llegar a un punto que lxs obligaba a separase para poder seguir el camino a sus respectivos hogares, no lo hacían; pues la orden había sido no soltarse. Y ahí se quedaban, tomadxs de la mano hasta que los buscara algúnx adultx que hubiera notado su falta. La anécdota es relatada por Ana, refiriéndose a su marido: “Bueno, los chicos y las chicas van de la mano, y no se sueltan hasta que la señorita les dice. Tenían que salir del colegio de la mano con la compañerita. Y bueno, la señorita no dijo que se suelten, o no escuchó. Siguieron de la mano hasta la esquina esa que bifurca, habían hecho dos cuadras casi de la mano, y tiraban uno de un lado y otro para el otro porque la señorita había dicho. Porque iba a primer grado, y estaban ahí en la esquina uno para un lado que tenía que ir y otro para el otro pero no se soltaban. Ellos tenían esa premisa. No soltarse, pero a la señorita se le olvidó decir que se soltaran. Era muy impresionante la figura de la maestra” (Ana, 61 años, abril de 2017). La figura de la maestra y sus órdenes interiorizadas en el cuerpo les impedía decidir soltarse de la mano e ir a sus casas. El silencio, la parálisis y la sumisión ante órdenes de adultos, o ante prácticas de maltrato son reiteradas en las narraciones que evocan la escuela. 3. El afecto indeleble En una institución signada por el requerimiento de control de las emociones, la distancia afectiva y la mesura, se memoran personas y situaciones que ofrecen afecto y desmesura. Son recurrentes asimismo situaciones en las que lxs entrevistadxs sienten que han sido reconocidxs y valoradxs, como así también las condiciones en que se produjeron a sí mismxs como reconocidxs y deseadxs. En los relatos hay una especial valoración de la mirada del adultx como referente, como presencia que habilita lo propio, lo frágil, lo diferente, lo no uniformizable. Se otorga especial importancia a las miradas de lxs otrxs, a sus gestos de atención, a las intervenciones imprevistas, que se corrieron de lo planificado. Ana precisa escenas que no pasaron desapercibidas, que, por alguna razón, hoy se reponen intactas. “Yo recuerdo el recreo, la campana. Estaba la portera con ollas bien grandes, haciéndonos mate cocido. Así que el aroma de las diez de la mañana, diez y media te invadía el aroma del mate cocido puro. Y una panadería donaba los bollitos o facturas que nos daban a cada uno. Recuerdo a la portera, porque la portera siempre tenía algo extra para mí, como toda gordita, si le quedaba una factura siempre me daba una para mí. Y no era que yo necesitaba (sic), pero era una cuestión de afecto y yo me sentía bien” (Ana, 61 años, abril de 2017). El relato de Alejandro que refiere al modo de llegar a la escuela rebosa de ternura y solidaridad. Recuerda que cada tarde, para ir o volver de la escuela, era necesario que estuvieran todxs. Si faltaba algunx, lo esperaban. La amistad que construían, en gestos cotidianos, se hacía palpable cada tarde: “Veníamos del Barrio Mar del Plata nosotros (…). Si no estábamos los quince, si faltaba alguno, le preguntábamos a la portera, a alguno y nos íbamos los quince. Y por ahí nos juntábamos en el cementerio y de ahí nos veníamos todos. Si estábamos sobre la hora decíamos: “¡Vamos a buscar a Mariano que no vino!”. Entonces uno lo iba a buscar. ¿Y dónde está Mariano? Si faltaba alguno lo íbamos a buscar” (Alejandro, 53 años, abril de 2017). Elsa recuerda a la maestra que en la escuela –a diferencia de lo que habitualmente se hacía- la llamó por su nombre y no por su apellido. Guillermo memora a la maestra que lo detuvo en los recreos y le preguntó cómo estaba: “No era una época de gran acercamiento ni con las maestras ni con directivos. Y una de las cosas que me acuerdo era que nos llamaban por el nombre. Viste que por lo general en esa época no te llamaban por el nombre: te llamaban por el apellido o por ahí ni se acordaban. ¿Viste? Y eso era algo que nos movilizaba. Que a mí me dijeran “Elsa”, no era lo mismo que me dijeran “Fernández”, ¿viste?, o nena, o chiquita o ese tipo de cosas. Esas dos maestras o personas fueron significativas por eso” (Elsa, 57 años, mayo de 2017). Cuando Guillermo recuerda su primaria describe lo que pasaba en el recreo, un escenario atravesado –para él- por el cuidado, por la ternura, por las conversaciones que se abrían a partir de alguna intervención puntual. “Recuerdo que a mí me llamó varias veces; “¿Cómo estás? ¿Cómo está tu familia? ¿Tus cosas? ¿Tu mamá?” Y todos sabíamos que si te veíamos con la seño Irma ibas a tener que contar las cosas que te pasaban en la casa.(…) Así que uno de los primeros recuerdos es en el patio, en ese arenero, charlando” (Guillermo, 43 años, agosto de 2017). Irrumpe en las narraciones –de manera privilegiada- el campo de los afectos y el lenguaje sentimental, que se da en lugares atípicos de la escuela: los pasillos, fuera del aula, el arenero, el patio, el gimnasio, la casa de la maestra. 4. El juego el cuerpo, la memoria. El juego es narrado como experiencia subjetiva porque allí el sujetx hace algo: la memoria de lo acontecido reposa en lo significativo de un tiempo escolar asociado a la libertad del cuerpo, a la alegría, al disfrute. Lxs entrevistadxs evocan el juego en el recreo o fuera del horario escolar. Precisos e imbuidos de añoranza, los relatos refieren a un tiempo de indiscutida felicidad: narran a qué juegos se jugaba, dónde y con quiénes. En el juego afirmamos que “el tiempo pasó volando”, se destruye el tiempo cronológico y emerge una experiencia de tiempo “aiónica” (Kohan, 2015). Experiencia del tiempo por cierto, opuesta a la experiencia de tiempo cronológica que organiza la vida tanto dentro como fuera de la escuela. Alberto, Isabel y Estela tienen más de sesenta años y lo primero que recuerdan de su escuela es que jugaban. Describen el espacio, el clima, el juego, la compañía y la felicidad. La memoria del juego es precisa y ahonda en detalles: “La imagen más clara que tengo era salir de la escuela e ir a jugar a la pelota… Nos juntábamos a la tarde a jugar a la pelota, o íbamos al campo no sé a qué… O ir a la playa, con el frío que hacía… te llenabas de petróleo. Felices de la vida” (Alberto, 63 años, abril 2017). “Los recreos me gustaban. Había un patio con hamacas y pasamanos. Había un subibaja, alejadito, donde está el patio del jardincito... Ni bien empezaba el recreo corríamos a ver quién agarraba primero la hamaca. Jugábamos a la ronda, saltábamos la cuerda y jugábamos al Martín Pescador” (Isabel, 68 años, abril de 2017). Estela especifica: los mejores momentos de la escuela eran gimnasia y la hora de música, y gimnasia era lo mejor porque “jugaban sanamente”: “Eran los mejores momentos: la gimnasia y la hora de música, (…) porque jugábamos sanamente todos los chicos y, bueno… y ahí se me vienen recuerdo de otros chicos y compañeros que íbamos a jugar” (Estela, 69 años, noviembre de 2017). Luis y Horacio, entre otrxs también evocan y detallan, al recordar su escuela, los juegos, el recreo, los amigos. No es el recuerdo del juego en general, sino una descripción precisa de la escena: “Me acuerdo que sabíamos jugar al ladrón y al policía. Me quedó grabado eso: “….melón, melón tú serás la-drón, sandía, sandía tú serás po-li-cí-a…”. Me acuerdo que una vez a mí me tocó ser ladrón y salí corriendo a todo lo que da; y se ve que salí corriendo cabeza agachada y le pegué en el vientre a una profesora. Que era de las más malas de la escuela, una señora bien gorda. La señora Luna era. Todos se acuerdan. La señora cayó abierta de piernas, yo me acuerdo ¿viste? “A rectoría” -hace un gesto señalando con el índice-. Esa es la que me acuerdo siempre. Pero es de primer grado esa” (Luis, 50 años, junio de 2017). “Me acuerdo de las figuritas, no nos podíamos olvidar las figuritas o las bolitas para llevar al colegio… siempre que no las sacáramos en clase” (Horacio, 49 años, junio de 2017). En la entrevista Matías menciona los juegos en primer lugar: de la escuela primaria lo primero que le viene son recuerdos vinculados a juegos, recreos y a las clases de Educación Física y los nombra como experiencias. Describe las condiciones en que se daban con exactitud y menciona los juegos de carreras, de pelota, la tapadita, la escondida como los recuerdos más significativos: “¿Qué me acuerdo...? Primero me acuerdo de las personas, algunos compañeros, docentes, me acuerdo de situaciones, experiencias no tanto vinculadas a contenidos aprendidos, los primeros recuerdos que me vienen son recuerdos vinculados a juegos, recreos, experiencias vividas de gimnasia (…). Me gustaba mucho cuando hacíamos juegos en gimnasia que eran afuera de la escuela y me acuerdo cuando estaban los días lindos salíamos a jugar, hacíamos carreras, y jugábamos a la pelota, incluso sacábamos los colchones. Y eso me gustaba bastante. En los recreos y a la entrada, incluso en clases jugábamos a las figuritas. Había un juego que se llamaba la tapadita donde vos agarrabas y tirabas las figuritas a alguna altura, y nosotros usábamos la silla. Con el compañero de al lado jugábamos a escondidas en la clase” (Matías, 25 años, mayo de 2017). 5. Consideraciones finales La irrupción de referencias al disciplinamiento, y al miedo, al afecto y al juego; delinearon algunas pistas para revisitar la pregunta. El disciplinamiento como una gran huella que queda en el cuerpo; el afecto y sus corolarios, como marcas indelebles de gestos amorosos que no se olvidan y el recuerdo del juego como el recuerdo – casi fotográfico- de la potencia y de la alegría. Lo que irrumpió fue la importancia de los gestos, acciones, omisiones, palabras o silencios que atravesaron el cuerpo de lxs niñxs. La relevancia de formas de violencia física y simbólica que tramitadas desde diferentes marcos tejieron las narraciones; las relaciones interpersonales recuperadas en la descripción de detalles quizás imperceptibles para quienes los produjeron pero inolvidables para quienes los recibieron. Preguntar por lo que se memora de la escuela es también preguntar por los olvidos: “Abordar la memoria involucra referirse a recuerdos y olvidos, narrativas y actos, silencios y gestos. Hay en juego saberes, pero también hay emociones. Y hay también huecos y fracturas” (Jelin, 2002, p.16). Y en este sentido, resulta llamativo que en los relatos de lxs entrevistadxs, no se nombraran situaciones de enseñanza escolar. Queda pendiente explorar su significado, o en qué sentido ese silencio puede considerarse ausencia de experiencia, o escenas donde el cuerpo quizá no haya tenido lugar. Queda mucho abierto e inconcluso; el recorrido nos obstante invita a demorarnos en los efectos indelebles que la escuela y lxs adultxs producen/producimos de manera imperceptible o poco tematizada, en el cuerpo de quienes las habitan. Bibliografía Antelo, E. (2007). Alarma en las escuelas. Miedo, seguridad y pedagogía. Propuesta educativa, 27(14), 7-17. Connelly, F. M. y Clandinin, D. J. (1995). Relatos de experiencia e investigación narrativa. En J. Larrosa, R. Arnaus, V. Ferrer, N. Pérez de Lara, M. Connelly, J. Clandinin y M. Greene. Déjame que te cuente. Ensayos sobre narrativa y educación (pp.11-59). Barcelona, España: Laertes. Contreras Domingo, J. y Pérez de Lara, N. (2010). La experiencia y la investigación educativa. En J. Contreras Domingo y N. Pérez de Lara (Comps.). Investigar la experiencia educativa (pp. 21 -86). Madrid, España: Morata. Jelin, E. (2002). ¿De qué hablamos cuando hablamos de memorias? En Los trabajos de la memoria (pp 17-37). Madrid, España: Siglo Veintiuno Editores. Kohan, W. (5 de octubre de 2015) Educación, Filosofía e Infancia. Conferencia presentada en VI Jornadas Regionales de Filosofía y Educación. Facultad de Filosofía y Letras UNCuyo Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=9IYjUwTXWt0 Larrosa, J. (2016). Experiencia y alteridad en educación. En J. Larrosa, C. Skliar. (Comps.) Experiencia y alteridad en educación (pp. 13-45) Rosario, Argentina: Homo sapiens. .