4 Trabajo, capital y mercado El mercado como constructor de sentido en el capitalismo: sociedad salarial. Modelos de organización del trabajo en la producción industrial. El debate sobre la centralidad del trabajo. Procesos de acumulación del capital, internacionalización y trasnacionalización. América Latina y la configuración centro-periferia. Importancia estratégica de los recursos naturales. El problema ambiental El salariado es la relación laboral en la que una persona (el asalariado) vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Hoy en día, lo entendemos como el empleo formal, regulado por contratos y leyes laborales. Pero en épocas anteriores, esta idea estaba apenas en sus primeras etapas, no era lo que conocemos hoy como un empleo estable y regulado. El salariado no abarca a todos los pobres o miserables, pero sí representa una forma de trabajo que en esa época era vista como una degradación. Ser asalariado implicaba estar en una posición de vulnerabilidad y desventaja. En esta época, ser asalariado no era una posición deseable. Las personas preferían ser propietarios, aunque fuera de pequeñas parcelas de tierra, o trabajar de forma independiente. El salariado era visto como una última opción cuando alguien no podía sostenerse por sí mismo. Ejemplos de esto: • Campesinos: Si un campesino pequeño no podía vivir solo de su tierra, debía trabajar para otros, convirtiéndose en asalariado. • Artesanos: Si un artesano no lograba ser independiente, debía trabajar para otro artesano o para un comerciante. • Compañeros: En el sistema de gremios, un aprendiz o compañero aspiraba a convertirse en maestro. Si no lo lograba, debía permanecer como asalariado, lo que era considerado un fracaso. En la sociedad preindustrial el vagabundeo era considerado como el "grado cero" de la condición salarial. Esto se debe a que el vagabundo es una persona que no tiene acceso a una relación salarial formal, aunque en términos absolutos, solo posee la fuerza de su trabajo, su "mano de obra". En este sentido, el vagabundo es un asalariado "puro", ya que su única fuente de sustento es el trabajo físico. Sin embargo, debido a su falta de poder adquisitivo o de propiedad sobre su propia persona, le es imposible vender su fuerza de trabajo, lo que lo convierte en un "no asalariado". El vagabundeo revela la falta de seguridad y las condiciones de exclusión social de una gran parte de los trabajadores en esa época, incluso aquellos que no eran vagabundos. El asalariado en general se encontraba en una posición de fragilidad, ya fuera como semisalariado, salariado fraccionado, clandestino o despreciado. Estos trabajadores no disfrutaban de una posición estable dentro de la organización social y estaban sujetos a la disolución o marginalización. De hecho, en muchas ocasiones, los asalariados ocupaban las zonas más vulnerables de la estructura social. Según Marx, la fuerza de trabajo solo puede ser vendida como mercancía si el trabajador es dueño de su fuerza laboral y tiene la libertad de disponer de ella. Este es un concepto clave: la "libertad" del trabajador está asociada a la posibilidad de disponer de su propia fuerza de trabajo. Sin embargo, Marx también reconoce que esta "libertad" es solo una forma teórica, ya que muchas veces los trabajadores no son "libres" en el sentido pleno de la palabra. Los siervos, por ejemplo, aunque no son plenamente libres, podían llegar a convertirse en asalariados parciales si, luego de cumplir con sus obligaciones como siervos, ofrecían una parte de su tiempo "libre" a cambio de una retribución. En el contexto medieval, el trabajo industrial en las ciudades se organizaba principalmente a través del sistema gremial. Este sistema de producción estaba basado en pequeños talleres y la organización de los trabajadores en gremios. El trabajo de los artesanos, que se llevaba a cabo dentro de estas comunidades gremiales, no se consideraba salariado en el sentido moderno, pero es visto como la principal matriz del salariado futuro. El maestro artesano era propietario de sus herramientas y tenía entre sus trabajadores a compañeros (asalariados a tiempo completo) y aprendices (no retribuidos). En el caso de los compañeros, aunque no eran propietarios de sus propios medios de producción, recibían una compensación por su trabajo. Este tipo de salariado, aunque en principio parecía ser una condición relativamente sólida, estaba en realidad orientado a ser transitorio. El ideal de la organización gremial era que los compañeros llegaran a convertirse en maestros, es decir, que fueran capaces de formar su propio taller y convertirse en empleadores de otros trabajadores. Una característica importante de los gremios era su capacidad para regular tanto la producción como el mercado de trabajo. En lugar de existir un mercado libre de trabajo, los gremios controlaban la contratación de los trabajadores, estableciendo normas estrictas para el ingreso en el oficio. Esta organización tenía como objetivo asegurar un control sobre la calidad del trabajo y proteger a los miembros del gremio de la competencia externa, pero también impedía que el sistema laboral evolucionara hacia un mercado libre. Los gremios no solo aseguraban el monopolio de la producción, sino que también mantenían un sistema jerárquico que limitaba la movilidad de los trabajadores, restringiendo sus posibilidades de cambiar de taller o ciudad. Desde el siglo XIV, el sistema gremial, que organizaba el trabajo en las ciudades medievales, empieza a entrar en crisis, esto se debió a que las regulaciones se volvieron más estrictas, y solo los hijos de los maestros podían aspirar a la maestría. El requisito de una costosa "obra maestra", que antes solo se pedía excepcionalmente, se generalizó, lo que dificultaba el acceso a los puestos de maestro y bloqueaba la promoción interna dentro de los gremios. A medida que las restricciones aumentaban, algunos de estos compañeros trataron de organizarse en huelgas, como la que ocurrió entre 1539 y 1542 en Lyon, donde los impresores luchaban por el control del mercado laboral. Los compañeros querían imponer el papel de "rouleur", un intermediario que gestionaba el empleo dentro del gremio, lo que les daba poder sobre la contratación de nuevos trabajadores. Durante el siglo XVI y XVIII, las dinámicas del trabajo artesanal se vieron transformadas por el predominio de los mercaderes en ciertas industrias, como la textil, especialmente en Flandes e Italia del Norte. Aunque los talleres de los artesanos continuaban siendo una organización artesanal, los mercaderes financiaban la producción, proveían la materia prima y controlaban la comercialización del producto terminado. Los artesanos, aunque mantenían ciertos privilegios y la propiedad de sus herramientas, perdían el control sobre la producción y no participaban directamente en la acumulación de riqueza. A la par del crecimiento del capitalismo comercial, en las zonas rurales surgió lo que se conoce como protoindustria. El putting-out system (sistema de subcontratación) permitió que los mercaderes enviaran materia prima a los campesinos, quienes la procesaban en sus hogares y devolvían el producto semiterminado para su comercialización. Este sistema permitió una mayor producción sin necesidad de concentrar la mano de obra en fábricas, y también proporcionó un ingreso adicional para los campesinos que ya trabajaban la tierra. En el contexto británico, este tipo de organización rural creció rápidamente y permitió que el país desarrollara un mercado nacional que abastecía productos industriales. Sin embargo, cuando el sistema alcanzó sus límites, el desarrollo de la revolución industrial en el siglo XIX fue una respuesta a las insuficiencias del sistema protoindustrial. La introducción de la máquina y la concentración de los trabajadores en fábricas permitió un mejor control de la producción y transformó las relaciones laborales, marcando la transición a una forma moderna de organización del trabajo. Aparece en este contexto dos tipos de trabajo: el trabajo regulado y el trabajo forzado. El trabajo regulado era aquella modalidad organizada dentro de estructuras corporativas, como los gremios, estos no solo organizaban la producción, sino que establecían normas estrictas que regulaban cómo debía ser el trabajo, quién podía trabajar en qué, y bajo qué condiciones. Por otro lado, el trabajo forzado hacía referencia a aquellas actividades que eran realizadas bajo la coacción de una autoridad, como el trabajo en la tierra bajo el feudalismo, donde la relación de los trabajadores con sus señores no era de libertad, sino de sumisión. En la sociedad medieval el trabajo manual era visto de manera despectiva, debido a la división tripartita de la sociedad medieval propuesta por la doctrina social de la época. Según esta concepción, la sociedad estaba dividida en tres órdenes: los oratores (los clérigos), los bellatores (los guerreros) y los laborantes (los trabajadores manuales, principalmente campesinos). En este esquema, el trabajo manual estaba vinculado a una actividad "vil" y "abyecta", algo indigno en comparación con las actividades de los clérigos o los nobles. De hecho, se consideraba que la actividad manual despojaba a las personas de dignidad social, ya que se asociaba con la fatiga, el esfuerzo físico y la subordinación. Los gremios, a pesar de que estaban formados por trabajadores manuales, desempeñaban un papel crucial en cambiar la percepción del trabajo. Eran organizaciones que, aunque formadas por artesanos, les otorgaban una estructura que les proporcionaba un cierto reconocimiento social. Estos gremios funcionaban como una respuesta a las estructuras feudales y ofrecían a los trabajadores un cierto estatus dentro de la sociedad. Los trabajadores fuera de los gremios, es decir, los pobres, dependían de un sistema de control social conocido como la "policía de los pobres". Este sistema no solo tenía que ver con el control del trabajo, sino con la regulación de la vida de los desposeídos. La policía de los pobres abarcaba varias áreas, como la disciplina de las costumbres, la lucha contra la vagancia y el libertinaje, la conservación de la salud pública, y la organización de la asistencia social, como los hospitales para los inválidos. Pero lo fundamental aquí era que, para los más desfavorecidos, el trabajo se convertía en una obligación. Es decir, la función de la policía no era solo proteger, sino obligar a las personas a trabajar. En Francia, la situación laboral era distinta a la de Inglaterra, principalmente porque la pequeña explotación agrícola se mantuvo durante más tiempo. Esto significa que en Francia había más pequeños arrendatarios (personas que alquilan tierras para trabajar) que dependían menos de trabajos industriales. Además, las ciudades francesas tenían gremios (grupos organizados de trabajadores con reglas propias), lo que ayudaba a regular el trabajo urbano. Sin embargo, el Estado trataba de intervenir para organizar el trabajo de manera más estructurada. En 1545, el rey Francisco I emitió una orden que obligaba a los mendigos válidos (aquellos que podían trabajar pero no tenían empleo) a ser empleados en obras públicas en París, como si estuvieran trabajando en el sector privado. A lo largo del tiempo, se pensaron diversas soluciones, como la creación de "casas públicas" para hombres, mujeres y niños, en las cuales los pobres se convertirían en aprendices. También se idearon sanciones severas, como prisión, para aquellos que no quisieran trabajar. Aunque los intentos de emplear a los pobres fracasaron, la idea de hacer que todos los pobres trabajaran para el Estado nunca desapareció. Se crearon diferentes formas de trabajo forzado, como los "talleres de caridad" y los "depósitos de mendicidad". Estos mecanismos trataban de obligar a los pobres a trabajar, y aquellos que no querían ser parte de estos sistemas eran castigados con medidas punitivas, como la prisión. La idea era que el Estado debía controlar el trabajo de los pobres, y aquellos que no encontraran empleo por su cuenta debían ser enviados a trabajos públicos, como la construcción de puentes y caminos. A medida que nos acercamos al final del Antiguo Régimen (siglos XIV a XVI), la cantidad de asalariados crecía y se diversificaban los tipos de salario, pero seguían siendo marginales respecto a las formas tradicionales de trabajo, como los gremios. Los salarios eran una parte importante de la economía urbana medieval, pero estructuralmente no desafiaban las estructuras de poder y trabajo preexistentes. TIPOS DE ASALARIADOS EN LA EDAD MEDIA • El trabajo de los "compañeros" de los gremios: Su ideal era llegar a ser maestros artesanos, es decir, alcanzar una posición de mayor autonomía y no depender del salario. Sin embargo, al estar atrapados en un sistema que no les permitía avanzar, muchos se veían obligados a aceptar la condición de asalariados permanentes, sin poder escapar de la subordinación. • Los maestros "venidos a menos": Estos eran artesanos que, debido a las crisis económicas, se veían obligados a trabajar para terceros, especialmente mercaderes. Aunque ya no eran dueños de su oficio, seguían vendiendo los productos que ellos mismos fabricaban, pero no su fuerza de trabajo. • Los obreros marginales: A los obreros que no pertenecían a los gremios, como los "chambrelans" (trabajadores no reconocidos por las leyes gremiales) o los "foráneos" (aquellos que intentaban establecerse por su cuenta), se les relegaba a una situación precaria. Estos trabajadores no solo carecían de estabilidad laboral, sino que también sufrían una exclusión social. • Los domésticos y servidores: Los sirvientes domésticos representaban un grupo social particularmente ambiguo, pues algunos disfrutaban de una cierta estabilidad y seguridad en sus trabajos, sobre todo aquellos que trabajaban en "grandes casas". • Trabajadores no manuales: Este grupo estaba compuesto por empleados que no realizaban trabajos manuales, como los dependientes en oficinas o los empleados judiciales, pero que tampoco gozaban de un estatus prestigioso ni de estabilidad económica. • Trabajo no calificado: La gran mayoría de la población urbana trabajaba en oficios no cualificados como los de albañiles, cargadores, aguateros, o mozos de cuerda. Estos trabajos, conocidos como "mercenarios", eran realizados por personas que alquilaban su fuerza de trabajo, en su mayoría por un salario diario. • Trabajo en el campo: Los campesinos que trabajaban en el campo solían complementar sus ingresos con oficios artesanales, como la fabricación de tapices o trabajos rurales. En el campo, una gran parte de • • la población estaba compuesta por "asalariados fraccionados", es decir, personas que no vivían exclusivamente de su trabajo asalariado, sino que complementaban sus ingresos con otras actividades, como la agricultura o el artesanado. En esta situación, el trabajo asalariado no era visto como una ocupación principal, sino más bien como una necesidad temporal o complementaria. Trabajo agrícola estacional: Había también campesinos que, además de trabajar la tierra, realizaban trabajos estacionales en las fábricas o minas que se encontraban en el campo. Estos "obreros-campesinos" eran menos dependientes de la fábrica, pues podían alternar sus labores con las tareas agrícolas. Trabajadores migrantes: se trasladaban a diferentes regiones en busca de empleo estacional, estos trabajadores, que carecían de estabilidad y dependían completamente de las estaciones y de la disponibilidad de trabajo, con salarios bajos y condiciones precarias. Aunque las condiciones laborales estaban comenzando a cambiar, el asalariado "puro", es decir, aquel que solo vivía del salario, seguía siendo una minoría, tanto en el campo como en la ciudad. La mayor parte de los trabajadores seguían dependiendo de actividades secundarias para complementar su ingreso. La industrialización aún no había transformado completamente la estructura del trabajo. El trabajo asalariado no surgió del contrato libre ni de la libertad, sino de un sistema de tutela que estructuraba las relaciones laborales. Este modelo de tutela está vinculado a la corvée, una obligación impuesta a los campesinos de trabajar gratuitamente para el señor feudal durante ciertas jornadas, posteriormente, podía pagar dinero en lugar de trabajo, lo que le daba cierta libertad para organizar su propio trabajo y obtener ingresos. Aunque jurídicamente diferentes, el trabajo asalariado y la corvée compartían muchas similitudes en cuanto a las condiciones de trabajo y la dependencia del trabajador respecto al empleador. La principal diferencia era que el asalariado recibía un pago, aunque en muchos casos este era mínimo y apenas suficiente para subsistir. Por ejemplo, en Inglaterra algunos campesinos, conocidos como lundinarii, debían realizar la corvée los lunes y trabajaban como asalariados otros días de la semana, a menudo para el mismo amo. En la práctica, su trabajo era idéntico, pero la diferencia radicaba en si recibían o no un pago. En el siglo XVIII, se promulgaron leyes que abolieron tanto los gremios como la corvée, con el objetivo de liberar la economía y permitir la libertad de empresa. Estas reformas marcaron el fin de las coacciones tradicionales en el trabajo y el inicio de un mercado laboral basado en el contrato libre. A fines del Antiguo Régimen, el trabajo asalariado comenzó a expandirse de forma espectacular, pero sus principales grupos de crecimiento –como los artesanos rurales y el primer proletariado industrial– enfrentaban condiciones de miseria extrema. Para controlar la creciente fuerza laboral industrial, se implementaron medidas autoritarias. Por ejemplo: • Ordenanza de 1749: Los trabajadores necesitaban un "billete de licencia" firmado por su patrón para abandonar su empleo. • Libreta laboral (1781): Los obreros debían portar una libreta visada por las autoridades administrativas al desplazarse o contratarse en otro lugar. Este sistema recordaba las formas de control de manufacturas reales y talleres de caridad. En las primeras concentraciones industriales, las condiciones laborales eran tan miserables que solo las aceptaban quienes estaban en extrema necesidad. Estas fábricas y talleres reclutaban a los más vulnerables: vagabundos, mujeres y niños. En algunos casos, como las minas de Newcastle en el siglo XVIII, se encadenaba a los trabajadores para evitar que escaparan. Jeremy Bentham propuso en su obra "Esbozo de una obra a favor de los pobres" una solución extrema: arrestar a los indigentes y obligarlos a trabajar en "casas de trabajo" organizadas como empresas privadas. Estas instituciones aplicarían tecnología y división del trabajo (precursoras del taylorismo) para maximizar la producción y erradicar la miseria. Con la llegada de la modernidad liberal, se promovió el libre acceso al trabajo, desafiando las regulaciones anteriores que restringían el movimiento y la contratación laboral. El trabajo "libre" pasó de ser una excepción (algo fuera de los estatutos tradicionales) a convertirse en el modelo base del sistema salarial. CONCEPCION DEL TRABAJO A TRAVES DEL TIEMPO Y MODELOS DE ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO EN LA PRODUCCIÓN INDUSTRIAL. El trabajo fue visto durante mucho tiempo como una especie de "maldición" o condena divina en la tradición bíblica. Esta visión se concreta en el pasaje de la Biblia donde se dice "ganarás el pan con el sudor de tu frente", lo que vincula el trabajo manual (el esfuerzo físico) con la supervivencia humana. Para los sectores más pobres, el trabajo no era solo una necesidad económica, sino una obligación moral que les era impuesta por la estructura social. Este trabajo, especialmente el manual, no solo era visto como el medio para ganarse la vida, sino como un medio para evitar la "ociosidad", que se percibía como un vicio. El trabajo físico o manual era la forma en que los más pobres pagaban su "deuda social", mientras que los ricos eran exentos de este tipo de trabajo y se beneficiaban de una estructura social donde los demás se encargaban de la producción de bienes. La concepción medieval de la riqueza estaba vinculada a un sistema feudal, donde la riqueza no provenía directamente del trabajo. La tierra era vista como un don o una entrega previa, y aquellos que poseían tierras o derechos sobre ellas, como los señores feudales, no dependían del trabajo físico para generar riqueza. El sistema feudal estaba basado en la dependencia y la lealtad, no en la producción directa. El trabajo no solo fue percibido como una necesidad económica, sino también como una obligación moral que debía ser cumplida, particularmente por los más pobres. La iglesia, desde el siglo XII, reconoció la utilidad económica del trabajo, pero siempre con un enfoque moral y religioso. Este modelo de trabajo estaba profundamente relacionado con la coerción y la disciplina social, siendo la pobreza vista como un pecado que debía ser redimido a través del trabajo. A medida que la Edad Moderna avanzaba, especialmente con el comercio internacional que surgió en esta época (especias, seda, azúcar, café, entre otros), la relación entre trabajo y riqueza se complejizó. El comercio, al igual que el feudalismo, no necesariamente se basaba en la producción de valor a través del trabajo productivo, sino más bien en un intercambio desigual que generaba riqueza para los comerciantes y terratenientes. Los mercantilistas, preocupados por el poder del Estado y la competencia en los mercados internacionales, vieron el trabajo como un recurso a maximizar. Este enfoque era parte de un esfuerzo por aumentar la producción y la riqueza del reino. Sin embargo, incluso en este período, el trabajo no se justificaba por su valor intrínseco, sino por su capacidad para generar poder y riqueza para el Estado. Con la llegada del liberalismo en el siglo XVIII, la visión del trabajo dio un giro importante. Los filósofos y economistas liberales, como Locke, Adam Smith y Turgot, promovieron una nueva concepción del trabajo. Ya no se trataba solo de una herramienta para garantizar la redención moral o el poder del Estado, sino de una fuerza económica fundamental. • • • Locke, por ejemplo, postuló que el trabajo era la base de toda propiedad. Smith argumentó que el trabajo era la fuente de toda riqueza, para Smith, la cantidad de trabajo incorporado a un producto determinaba su valor de intercambio, y este principio fundamentaba el mercado libre. En este contexto, el trabajo ya no debía ser coaccionado ni regulado por la moralidad o las estructuras rígidas del Estado. Por el contrario, debía ser "libre", es decir, los trabajadores debían tener la libertad de negociar sus condiciones y participar en un mercado donde el valor del trabajo se reflejara en los intercambios libres. Turgot uno de los más importantes filósofos liberales de la época, defendió la idea de un "Estado mínimo". Según Turgot, el papel del Estado no era intervenir directamente en la economía o regular el trabajo, sino eliminar las barreras que impedían el libre intercambio de bienes y la libre contratación de trabajadores. En su visión, el trabajo y la industria debían ser libres de restricciones, y solo la competencia y el interés individual podían garantizar la prosperidad y el equilibrio social. Las fundaciones y los hospitales, instituciones caritativas bajo el Antiguo Régimen, fueron vistas con creciente desaprobación por los pensadores ilustrados. Estas instituciones no solo eran centros de asistencia a los indigentes, sino que también promovían el trabajo forzado. A medida que las condiciones en estos lugares se volvían cada vez más insostenibles y deshumanizantes, los pensadores liberales cuestionaron la moralidad y la eficacia de las políticas de asistencia. De hecho, se pensaba que estas instituciones, al no permitir el trabajo libre, frenaban el potencial de los pobres, a quienes se les negaba la posibilidad de participar en el mercado laboral de manera productiva. En lugar de ser lugares de rehabilitación o ayuda, los hospitales y depósitos de mendicidad se percibían como una carga para la economía, ya que impedían que los pobres pudieran generar riqueza a través de su trabajo. • • Montlinot argumentó que el trabajo debe ser libre y regido por el interés personal, es decir, la búsqueda del propio bienestar y la mejora personal. La libertad de trabajo es vista como un motor de la producción, ya que, a través del deseo de mejorar, se estimulaba la productividad de los trabajadores. Este principio se opone a la idea tradicional, que veía el trabajo como una obligación impuesta por el orden social y no como una oportunidad para el individuo de avanzar y prosperar. Turgot en 1776, como Controlador General de Finanzas, intentó abolir las instituciones que mantenían el trabajo forzado, como los depósitos de mendicidad, y las regulaciones gremiales que limitaban la libertad de los trabajadores. Para Turgot, la supresión de estas restricciones era un paso necesario para permitir que el trabajo se organizara según principios naturales y de libre competencia, en lugar de seguir los antiguos sistemas arbitrarios y coercitivos. Al igual que Montlinot, Turgot entendía que el derecho al trabajo era un derecho fundamental, y que todo hombre debía tener la libertad de trabajar y acceder a los recursos necesarios para su subsistencia. Turgot, a pesar de sus esfuerzos, no logró que estas reformas prosperaran debido a su caída del poder. Sin embargo, la nueva concepción del trabajo ya había comenzado a calar en la sociedad, y las ideas liberales sobre la organización del trabajo siguieron influyendo en la Revolución Francesa y en los movimientos sociales posteriores. Para los liberales de la época, el trabajo no solo era una forma de subsistencia, sino también la base de la riqueza nacional, ya que la capacidad de trabajo de la población debía ser optimizada para aumentar la producción. La riqueza de una nación no dependía solo de sus recursos naturales o de la acumulación de capital, sino de la forma en que se organizaba y aprovechaba el trabajo de su población. Esta nueva organización del trabajo afectó a las clases trabajadoras. Los pensadores ilustrados vieron en la clase trabajadora un "semillero" de riqueza social, al que se debía cuidar y mantener para asegurar su capacidad de generar riqueza a través del trabajo. La idea de que la riqueza de una nación dependía del trabajo de sus ciudadanos llevó a la necesidad de reorganizar el trabajo de manera que se potenciara el uso de la fuerza de trabajo disponible, garantizando que los trabajadores pudieran acceder a las oportunidades económicas para poder subsistir y mejorar su situación. A pesar de que algunos de los cambios propuestos por los liberales en cuanto a la organización del trabajo no se implementaron completamente, las ideas sobre la libertad de trabajo, la abolición de los monopolios y la competencia se convirtieron en pilares del pensamiento económico moderno. Esta transformación estructural permitió el paso de una sociedad organizada jerárquicamente y basada en el control de la autoridad, a una sociedad donde los individuos eran responsables de su propio destino y podían prosperar en función de su esfuerzo y competencia. El Comité para la Extinción de la Mendicidad de la Asamblea Constituyente propuso: • • • • Dejar de ver la pobreza como una cuestión de caridad y comenzar a considerarla como un derecho, es decir, no se trataba de una acción de generosidad sino de un deber social: el derecho a la subsistencia, no algo que dependa de la benevolencia de los individuos o de la caridad pública, sino una obligación que el Estado debe garantizar. Hacer una distinción clave entre dos tipos de pobres: los incapaces de trabajar y los capaces de trabajar. Aquellos que no podían trabajar, como los ancianos, los enfermos y los niños, deberían tener derecho a recibir asistencia, y este derecho al socorro debía ser asegurado por el poder público. Por otro lado, los pobres capaces de trabajar, a quienes se les consideraba válidos para el trabajo, debían ser tratados de manera diferente. En lugar de simplemente ofrecerles asistencia, el Estado debía garantizarles acceso al trabajo. Un sistema en cuanto a la administración del socorro que fuera parte del aparato estatal, con el Estado siendo responsable de garantizar que los recursos para asistir a los pobres fueran distribuidos de manera equitativa y eficaz. El sistema de hospitales, casas de caridad y otras instituciones que anteriormente administraban los fondos para la asistencia se reemplazaría por un fondo nacional gestionado por el poder público. Afirmarlo como un derecho fundamental y lo eleva a la categoría de un principio constitucional, se trataba de incluir este derecho a la subsistencia en las leyes fundamentales de la nación, algo que no se había considerado de forma sistemática hasta ese momento. El Comité también se plantea una crítica al rol del gobierno en la economía. No se debía esperar que el gobierno proporcionara empleo directamente, sino que debía crear las condiciones para que los trabajadores pudieran encontrar trabajo por sí mismos. Así, el Comité refuerza la idea de que el gobierno debe alentar el trabajo y multiplicar las oportunidades laborales a través de una legislación que favorezca la libertad económica y la prosperidad, sin que esta intervención se perciba como una acción directa o visible. Pero el Comité de Mendicidad no contemplaba la posibilidad de que el mercado de trabajo no fuera capaz de absorber a todos los que buscaban empleo. A los empleadores no les convenía tener trabajadores disponibles en todo momento, ya que si los trabajadores pudieran exigir mejores condiciones laborales, esto afectaría negativamente a las empresas y, por ende, a la estabilidad económica del Estado. Este escenario lleva a un conflicto de intereses entre los empleadores (quienes no querían estar a merced de la demanda de los trabajadores) y los trabajadores (que podían volverse más exigentes en las condiciones laborales). El Comité, sin reconocer esta contradicción fundamental, asumió que una vez que se abrieran los mercados, el trabajo se distribuiría eficientemente entre los individuos. A pesar de que la teoría liberal sugería que cualquier "mendigo válido" podría encontrar trabajo, esta afirmación resultaba demasiado optimista y no tenía en cuenta las realidades estructurales de la economía. A medida que avanzaba la Revolución, se comprendió que el desequilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo y las tensiones entre las clases sociales requerían una solución más compleja que simplemente confiar en el mercado libre. La idea de "malos pobres", aquellos que se rehusaban a trabajar incluso cuando podían, comenzó a ganar terreno. Estos individuos fueron vistos como un peligro para el orden social y la cohesión del Estado, ya que su inacción era percibida como una amenaza a la estabilidad pública. El 14 de junio de 1791, la Asamblea legislativa aprobó la ley Le Chapelier, que marcó un hito en la relación entre el trabajo y el Estado. Esta ley estableció que el trabajo debía ser tratado como una mercancía que se regía por la ley de oferta y demanda. A partir de entonces, el trabajo dejó de ser visto como una actividad protegida por derechos laborales o garantías externas y se convirtió en una transacción entre el empleador y el trabajador, regulada únicamente por las convenciones privadas entre ambos. Este cambio significaba una profunda transformación en la forma en que se organizaba el trabajo. Ya no habría sindicatos ni corporaciones que pudieran intervenir en las condiciones laborales, y los trabajadores no tendrían más que su libre albedrío para negociar sus condiciones. Sin embargo, esta liberalización del trabajo generó un mercado en el que los trabajadores estaban a merced de las leyes del mercado, sin ninguna protección garantizada. El 19 de marzo de 1793, la Convención Nacional proclamó que todo hombre tenía derecho a su subsistencia, ya sea por trabajo o por el socorro gratuito si no estaba en condiciones de trabajar. Este doble principio quedó formalizado en el artículo 21 de la Constitución de 1793, que estipulaba que la sociedad debía procurar la subsistencia de los ciudadanos mediante trabajo o asistencia. La Revolución propuso una articulación entre el liberalismo económico y el socorro estatal, buscando una solución a la miseria y el desempleo. Sin embargo, este modelo resultó inaplicable debido a la incompatibilidad interna entre dos enfoques: por un lado, el liberalismo quería minimizar la intervención del Estado en la economía, mientras que la propuesta de asistencia pública exigía un Estado fuerte y una intervención directa en la distribución de recursos. Estas dos visiones no pudieron coexistir de manera efectiva. Además, el principio del "libre acceso al trabajo" se reveló ambiguo. Aunque la ley reconocía que los ciudadanos debían tener acceso al trabajo y a la subsistencia, el Estado no se comprometía a garantizar empleo para todos. Este vacío generó una tensión entre la libertad del trabajador para buscar empleo y la obligación del Estado de proporcionarlo. En lugar de resolver la pobreza, se abrió la posibilidad de explotación y precarización laboral, sin garantizar los derechos fundamentales de los trabajadores. El fracaso del intento de combinar estos enfoques radicaba en que la Revolución no había previsto un espacio para la negociación entre los intereses del Estado y los de los trabajadores, lo que dejó al sistema económico en manos del liberalismo sin una verdadera política social. La propuesta de "derecho al trabajo" en su máxima expresión fue demasiado radical para la época y no se concretó en acciones efectivas que beneficien a los más necesitados, mientras que los empleadores se beneficiaban del "libre acceso al trabajo" sin responsabilidades hacia los trabajadores. Un ejemplo clave citado es el preámbulo de la ley Le Chapelier (1791), que prohibió las organizaciones gremiales y sindicales en Francia. Este documento afirmaba que los obreros debían mantener el acuerdo contractual con sus empleadores. Sin embargo, en la práctica, esta "libertad contractual" era una ilusión, ya que los trabajadores solo disponían de una libertad negativa (ausencia de coacción), pero no de las condiciones necesarias para negociar en igualdad de condiciones. La desigualdad inherente entre empleadores y trabajadores quedaba expuesta en la relación contractual. Los empleadores, al no depender de inmediato del contrato para sobrevivir, podían imponer condiciones desfavorables. En contraste, los trabajadores, que necesitaban el salario para subsistir, estaban forzados a aceptar términos desventajosos. El paso hacia una relación salarial más estable y estructurada dependió de cinco condiciones fundamentales que permitieron esta transición: 1. Separación rígida entre quienes trabajan efectiva y regularmente, y los inactivos o semiactivos, que hay que excluir del mercado de trabajo, o sea integrar bajo formas reguladas. La definición moderna de población activa fue crucial para identificar quiénes trabajaban regularmente y quiénes quedaban fuera del mercado laboral. Este proceso de clasificación fue largo y complejo, y se logró con claridad solo a fines del siglo XIX y principios del XX en países como Francia (1896) e Inglaterra (1901). • Definición de población activa: Incluye a quienes participan en el mercado de trabajo o de bienes y servicios con una ganancia monetaria. • Identificación del desempleo involuntario: Se diferenció a los trabajadores regulares de aquellos con relaciones laborales erráticas o intermitentes. Para controlar los flujos laborales, se buscó una distribución más organizada del empleo: • En Inglaterra, las oficinas de colocaciones y sindicatos (con prácticas como el closed shop, que aseguraba empleo solo para los sindicalizados) jugaron un papel importante. • En Francia, los esfuerzos por regular el mercado laboral fueron menos efectivos debido al retraso en el desarrollo del salariado industrial. Por ejemplo, iniciativas como las bolsas de trabajo controladas por sindicatos fracasaron debido a divisiones internas. La moralización de los trabajadores fue una estrategia central para estabilizar el sistema laboral: • Disciplina laboral: Se promovió la idea del "buen obrero" regular y disciplinado. • Represión del vagabundeo: o En Francia, a finales del siglo XIX, hubo un aumento significativo de los arrestos por vagabundeo como forma de presionar a los trabajadores hacia una conducta laboral regular. o Esto coincidió con una crisis económica y el inicio de la segunda revolución industrial. La organización técnica del trabajo, especialmente a través de la maquinaria, transformó las relaciones laborales: • La máquina impuso un ritmo de trabajo que los obreros debían seguir, reduciendo la posibilidad de comportamientos laborales "volátiles" o intermitentes. • Esta transformación hizo que la disciplina ya no dependiera únicamente de valores morales o persuasión, sino de las demandas objetivas del proceso productivo. Las políticas patronales y las intervenciones gubernamentales influyeron en el desarrollo del salariado: • Políticas patronales: Combinaban beneficios sociales con reglamentaciones estrictas para fomentar la lealtad de los obreros y neutralizar su resistencia. • Intervención estatal: Aunque limitada, en países como Francia, se promovieron medidas como la creación de agencias municipales de colocación y la Oficina de Trabajo (1891), que se enfocó en reunir datos y estadísticas sobre el empleo. 2. La fijación del trabajador a su puesto de trabajo y la racionalización del proceso del trabajo en el marco de una "gestión del tiempo precisa, dividida, reglamentada". Desde el siglo XIX, se buscaron métodos para mantener al trabajador en su puesto de trabajo mediante coacciones técnicas, anticipando lo que luego se llamaría "taylorismo". Un ejemplo temprano de esta tendencia es la visión del barón Charles Dupin, quien en 1847 idealizaba un sistema en el que las máquinas operaran de forma ininterrumpida, reduciendo al mínimo los intervalos de reposo. En esta concepción, tanto hombres como mujeres y niños serían incorporados a un ritmo de trabajo perpetuo, arrastrados por el motor mecánico hacia jornadas diurnas y nocturnas, en una búsqueda de máxima productividad. Sin embargo, esta utopía de explotación rivalizaba con las capacidades humanas y dependía en gran medida del "factor humano". Más tarde, el taylorismo se consolidaría como un enfoque sistemático que eliminaba la dependencia de estas coacciones externas. En lugar de esto, introdujo un cronometraje riguroso y una división detallada de las tareas laborales, reduciendo el margen de maniobra y autonomía del obrero. Esto significó una pérdida significativa de control sobre el ritmo y contenido de su trabajo. Además, el cronometraje eliminó el "paseo" del obrero, una práctica que antes permitía cierta flexibilidad e iniciativa en el desempeño laboral. El taylorismo también simplificó las tareas y las hizo más repetitivas, lo que llevó a una disminución en la necesidad de calificaciones complejas o polivalentes. En consecuencia, el trabajador perdió una de sus principales herramientas de negociación: su pericia profesional. Este proceso marcó el fin de una era en la que el obrero cualificado podía ofrecer sus habilidades al mejor postor. No obstante, este cambio afectó principalmente a las nuevas poblaciones obreras que llegaban de zonas rurales y que, en su mayoría, carecían de autonomía o calificaciones avanzadas. Aunque la "organización científica del trabajo" generó una pérdida de autonomía, también tuvo un efecto unificador. Antes del taylorismo, los obreros solían identificarse más con su oficio específico (por ejemplo, como carpinteros o forjadores) que con una identidad de clase común. Las rivalidades internas y las diferencias salariales dentro de cada gremio mantenían fragmentada a la clase obrera. Sin embargo, la estandarización de las condiciones laborales bajo el taylorismo contribuyó a forjar una identidad obrera más homogénea, lo que fortaleció la conciencia de clase y facilitó la organización sindical. Este proceso, sin embargo, no fue uniforme. Por un lado, fomentó la homogeneización al eliminar barreras gremiales. Por otro lado, intensificó la diferenciación al crear categorías dentro de la fuerza laboral, como los obreros especializados (centrados en tareas repetitivas) y los obreros técnicos (encargados de mantenimiento y supervisión). Esto también promovió la aparición de nuevos roles, como el de los "ejecutivos", encargados de la planificación y gestión del trabajo. Aunque el taylorismo se convirtió en un símbolo de la racionalización del trabajo, su aplicación inicial fue limitada. Antes de la Primera Guerra Mundial, solo el 1% de la población industrial en Francia estaba bajo este sistema. Además, el taylorismo fue una manifestación extrema de una tendencia más amplia hacia la "racionalización" del trabajo, que también incluyó otras formas menos estrictas de organización. Estas prácticas se extendieron más allá de las fábricas, alcanzando sectores como oficinas, grandes almacenes y servicios terciarios. El taylorismo contribuyó al desarrollo de una nueva dimensión en la relación salarial moderna, caracterizada por: 1. Racionalización máxima del trabajo: El control detallado de las operaciones y tareas permitió alcanzar una productividad elevada. 2. Separación del tiempo de trabajo y no-trabajo: Se establecieron límites claros entre las horas laborales y el tiempo libre. 3. Producción en masa: Este modelo organizativo facilitó la fabricación de bienes a gran escala, sustentando el crecimiento económico y el consumo. 3. El acceso a través del salario a "nuevas normas de consumo obrero" que convertían al obrero en el propio usuario de la producción en masa. La transformación clave en el marco de las condiciones laborales y económicas fue el cambio en la percepción del trabajador como un mero productor, que debía generar el máximo valor con el menor costo posible, hacia la figura del trabajador-consumidor. Este cambio comenzó a vislumbrarse con las propuestas de Frederick Taylor y se consolidó con Henry Ford. Taylor ya había planteado la idea de aumentar los salarios de los trabajadores para incentivarlos a aceptar la estricta disciplina que la nueva organización del trabajo requería. Sin embargo, Ford fue quien implementó esta noción de manera sistemática, vinculándola con la producción en masa. Con su famoso "five dollars day", Ford no solo aumentó considerablemente el salario de sus empleados, sino que abrió una nueva dimensión para el obrero: la posibilidad de consumir los productos que él mismo ayudaba a fabricar. Antes de este giro, el patrón veía al trabajador principalmente como una herramienta de producción. Se buscaba maximizar la utilidad generada por su labor, manteniendo los salarios lo más bajos posibles. Esto implicaba que cualquier beneficio adicional que se otorgara a los trabajadores, como prestaciones sociales (ayuda en caso de enfermedad, accidente, o vejez), no se concebía como un medio para mejorar su capacidad de consumo, sino para evitar una degradación total de su calidad de vida. El consumo legítimo del trabajador, según esta ideología, debía limitarse a lo necesario para su supervivencia y la de su familia. Cualquier excedente que pudiera destinarse al consumo personal era visto con recelo, ya que se consideraba que fomentaba vicios como el alcoholismo o el ausentismo. La preocupación por el bienestar y el consumo empezó a manifestarse también entre los propios trabajadores. Esto se observa en las palabras de Alphonse Merrheim, líder sindical de la CGT, quien en 1913 declaró que las reivindicaciones obreras (reducción de la jornada laboral y aumentos salariales) tenían como objetivo mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora y aumentar sus posibilidades de consumo. Este cambio en la percepción del consumo obrero está relacionado con la transformación de los modos de vida populares. En la sociedad preindustrial, y durante los inicios de la industrialización, muchos trabajadores podían sobrevivir a pesar de salarios extremadamente bajos gracias a sus vínculos con el medio rural. Cultivaban sus propias parcelas de tierra o participaban en trabajos agrícolas estacionales, lo que les permitía complementar su economía doméstica. Sin embargo, la expansión de las grandes concentraciones industriales provocó una ruptura con este modelo. A medida que más trabajadores se trasladaban a las ciudades y se desvinculaban del campo, sus ingresos dependían exclusivamente de los salarios. Esto generó una homogeneización de las condiciones de vida y del consumo, haciendo necesario un salario que no solo cubriera la subsistencia básica, sino que también permitiera un mayor nivel de bienestar. El fordismo puede definirse como la integración de la producción en masa con el consumo masivo. Henry Ford entendió que para sostener la producción en masa era necesario que los trabajadores, como consumidores potenciales, tuvieran los medios económicos para adquirir los productos que ellos mismos fabricaban. Por esta razón, implementó salarios más altos y redujo la jornada laboral a ocho horas, lo que además incentivaba a los trabajadores a mantenerse productivos y comprometidos. Ford destacó que esta política salarial representaba un ahorro a largo plazo, ya que los salarios más altos no solo mejoraban la motivación y el rendimiento, sino que también aumentaban la demanda de productos. Este enfoque permitió a los trabajadores salir de la precariedad extrema que los había caracterizado durante siglos, accediendo a un nuevo nivel de existencia social basado en el deseo y no únicamente en la necesidad. El trabajador podía aspirar a objetos duraderos como automóviles, electrodomésticos y viviendas, lo que le otorgaba una mayor libertad y calidad de vida. Según Merrheim, este "deseo de bienestar" marcaba una nueva etapa en la relación salarial, donde el consumo se convertía en un elemento central de la identidad obrera. 4. El acceso a la propiedad social y a los servicios públicos. La idea central aquí es que los trabajadores, además de ser agentes económicos, son también miembros de una comunidad y, como tales, tienen derecho a participar de los bienes comunes no comerciales de la sociedad. Estos bienes, que incluyen servicios como la salud, la educación, la vivienda y otros aspectos relacionados con el bienestar colectivo, son fundamentales para consolidar la integración social y mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. Esto hace referencia al concepto de propiedad transferida la cual no se refiere a bienes materiales en posesión directa sino a derechos colectivos asociados al acceso a servicios públicos y sociales, que complementan el ingreso salarial de los trabajadores. Durante los inicios de la industrialización, el pauperismo –es decir, la pobreza extrema y estructural que afectaba a las clases trabajadoras– era uno de los mayores problemas sociales. Esta condición generaba una gran inestabilidad, tanto para los trabajadores como para el sistema económico en su conjunto. Frente a este "veneno" social, el seguro obligatorio surgió como una respuesta clave. El seguro obligatorio se estructuró como una red mínima de seguridades vinculadas al trabajo, destinada a proteger al obrero en situaciones de desamparo absoluto, como accidentes laborales, enfermedades o la vejez. La estabilización del trabajo continuo en el largo plazo fue clave para la implementación de derechos como la jubilación. Este derecho, por ejemplo, requiere que el trabajador tenga un historial laboral constante para garantizar un ingreso durante la vejez. Antes del desarrollo de los seguros sociales, los trabajadores dependían de las economías domésticas (como los ahorros familiares) o de la ayuda comunitaria para enfrentar situaciones de crisis. La propiedad social buscaba romper esta dependencia, proporcionando un sistema institucionalizado de protección. Aunque este modelo de propiedad social y seguros obligatorios fue diseñado inicialmente para los obreros de la gran industria, su impacto trascendió a otros sectores de la población trabajadora. La clase obrera, en este contexto, ganó mayor acceso a bienes colectivos esenciales, como: • Salud y atención médica: Mejorar la higiene y el acceso a servicios sanitarios fue un paso crucial para reducir las altas tasas de mortalidad y mejorar la calidad de vida de los trabajadores y sus familias. • Vivienda: Las políticas de vivienda social buscaron aliviar el hacinamiento y las condiciones insalubres que afectaban a los obreros en las áreas urbanas. • Educación: El acceso a la educación pública fue fundamental para elevar el nivel de instrucción de la clase trabajadora y facilitar su integración en la sociedad industrial. • Higiene: Campañas y servicios enfocados en mejorar las condiciones sanitarias generales, tanto en el trabajo como en los hogares, fueron parte de este esfuerzo. 5. La inscripción en un derecho del trabajo que reconocía al trabajador como miembro de un colectivo dotado de un estatuto social, más allá de la dimensión puramente individual del contrato de trabajo. Originalmente, el artículo 1710 del Código Civil definía el contrato de trabajo como un "contrato por el cual una de las partes se compromete a hacer algo para la otra, a cambio de un pago". Esta definición está enmarcada en el derecho civil tradicional, que asume que las partes involucradas son igualmente libres y autónomas para pactar los términos del acuerdo. Sin embargo, esta concepción liberal del contrato ha sido ampliamente criticada por su profunda asimetría. En la práctica, la relación entre empleador y empleado no es equitativa debido al desequilibrio inherente en términos de poder y recursos entre ambas partes. El verdadero cambio llegó con la ley del 25 de marzo de 1919, que estableció un estatuto jurídico para las convenciones colectivas. Estas convenciones, producto de negociaciones entre empleadores y representantes de los trabajadores, prevalecían sobre los contratos individuales, introduciendo un marco normativo que regulaba las relaciones laborales entre grupos sociales. Léon Duguit destacó la importancia revolucionaria de las convenciones colectivas, describiéndolas como una "categoría jurídica totalmente nueva". Según él, estas convenciones no eran simples acuerdos entre partes, sino una convención ley que definía el régimen legal de las relaciones laborales entre clases sociales. Este nuevo enfoque superó el modelo individualista del contrato de trabajo, asegurando que incluso los obreros contratados individualmente se beneficiaran de las disposiciones de las convenciones colectivas. A pesar de su importancia, la aplicación inicial de la ley de convenciones colectivas fue decepcionante. Tanto los empleadores como los trabajadores mostraron reticencias para entrar en procesos de negociación, lo que obstaculizó la implementación efectiva de estas medidas. En este contexto, el Estado asumió un papel central como mediador y motor en el desarrollo del derecho laboral. El período del Frente Popular en 1936 fue un momento crucial para el desarrollo del derecho del trabajo y las relaciones laborales. Durante este período, se produjo una convergencia única entre una voluntad política y un movimiento social. El gobierno del Frente Popular, con una mayoría socialistacomunista, promovió una política social favorable a los trabajadores. Paralelamente, cerca de dos millones de obreros ocuparon fábricas en junio, ejerciendo una presión social sin precedentes. Los acuerdos de Matignon, firmados en este contexto, marcaron un avance significativo en la consolidación del derecho laboral. Estos acuerdos impulsaron las convenciones colectivas y establecieron la figura de los delegados de fábrica, elegidos por los trabajadores, como representantes en las negociaciones laborales. Este fue un paso decisivo hacia la democratización de las relaciones laborales y la institucionalización de los derechos de los trabajadores. OHNISMO, TAYLORISMO Y FORDISMO El aporte de Taiichi Ohno, considerado uno de los grandes innovadores del sistema de producción Toyota (TPS), tiene dos componentes principales que definen su enfoque: la autonomía o "automatización del componente humano" y el concepto de "justo a tiempo". El ohnismo define la unidad de trabajo como el conjunto más pequeño de "actos productivos transferibles", que pueden ser realizados por diferentes operarios. En este enfoque, no solo se considera la tarea directa (la producción en sí), sino también tareas indirectas como el mantenimiento, el cambio de herramientas, la gestión de calidad, etc. En el ohnismo, el trabajo no es individual, sino que se realiza en equipos. Los miembros de un equipo comparten información y conocimientos relacionados con las tareas productivas, lo que fomenta la colaboración y la rotación de tareas dentro y entre los equipos. Esto permite que los operarios sean multifuncionales, capaces de realizar una variedad de tareas. El principio de eficiencia en el ohnismo se basa en la optimización del flujo de trabajo y en la reducción de inventarios mediante el sistema "justo a tiempo" (JIT), donde los materiales se entregan justo cuando se necesitan en el proceso de producción. No existe una única manera de hacer el trabajo, sino que la eficiencia se busca a través de la mejora continua. Los operarios pueden proponer sugerencias para mejorar los procesos y solucionar problemas, lo que promueve una cultura de perfeccionamiento continuo. En lugar de estandarizar el trabajo de manera rígida, el trabajo se organiza de forma evolutiva y flexible, adaptándose a las necesidades cambiantes y a la producción de variedad. Se formaron algunas tesis que presentan al ohnismo como una “variante del taylorismo” o hasta como un hiper – taylorista, pero en realidad tanto el taylorismo como el ohnismo son dos enfoques distintos. En el taylorismo, la organización del trabajo se basa en una fragmentación extrema de las tareas: • Descomponer el trabajo en unidades muy pequeñas, hasta llegar a tareas elementales atomizadas, que se describen minuciosamente. El objetivo es establecer "la única y mejor manera" de hacer las tareas, las cuales son impuestas de forma rigurosa a los trabajadores. • Los trabajadores deben realizar tareas repetitivas y especializadas, siguiendo una división funcional estricta. Cada operario se encarga de un conjunto limitado de tareas repetitivas, que no varían. Este sistema busca que cada trabajador sea experto en una tarea específica, pero no se espera que el trabajador se involucre en otros aspectos del proceso de producción. • Los trabajadores que realizan las tareas no son los mismos que coordinan el trabajo. Los coordinadores tienen poder de control y sanción sobre los operarios. • El principio de eficiencia del taylorismo se basa en mejorar el rendimiento de los trabajadores individualmente, sin mucha flexibilidad en sus roles o en las tareas que deben ejecutar. Comparación entre taylorismo y ohnismo • Unidad de trabajo: En el taylorismo, las tareas son fragmentadas y repetitivas, mientras que en el ohnismo, se combinan tareas directas e indirectas en unidades de trabajo que pueden ser transferidas entre operarios. • Trabajo individual vs. trabajo en equipo: El taylorismo enfatiza el trabajo individual y la especialización de cada operario, mientras que el ohnismo se enfoca en el trabajo en equipo, promoviendo la multifuncionalidad y la rotación de tareas. • Eficiencia y "one best way": El taylorismo busca una única y mejor manera de hacer las cosas, mientras que el ohnismo promueve una mejora continua y flexibilidad en la producción. • Objetivo de la eficiencia: Mientras que el taylorismo busca la eficiencia a través de la repetitividad y especialización individual, el ohnismo busca la eficiencia mediante la optimización del flujo de trabajo en equipo, la reducción de tiempos muertos, y la eliminación de inventarios innecesarios. En la medida en que Ford hace suya la esencia de los principios tayloristas de la organización científica del trabajo, todas las diferencias entre taylorismo y ohnismo, indicadas más arriba, son también válidas para la oposición entre ohnismo y fordismo. Las principales diferencias son: 1. Sistema de Producción: Flujo "Tirado" vs. Flujo "Empujado" • Sistema Toyota (Justo a Tiempo - JIT): En el sistema de Toyota, se utiliza un flujo de producción tirado. Esto significa que la producción depende directamente de la demanda del cliente. El sistema produce solo lo que se necesita, cuando se necesita, en pequeñas cantidades o incluso unidades individuales. Este sistema se ajusta continuamente según las necesidades del mercado, evitando la sobreproducción. En este modelo, los materiales o productos fluyen hacia la línea de producción solo cuando son requeridos, lo que ayuda a reducir el inventario y a mejorar la eficiencia. • Sistema Ford (Producción en Masa): En contraste, el fordismo se basa en un flujo empujado. Aquí, la empresa produce en grandes volúmenes sin importar necesariamente la demanda real en el mercado. La producción se planifica en función de estimaciones de demanda y luego los productos son empujados hacia el mercado, lo que puede llevar a la sobreproducción y al almacenamiento de inventarios no deseados. Las cadenas de montaje fordistas están diseñadas para la producción masiva de productos idénticos. 2. Nivelación de Producción: Flexibilidad vs. Rigidez • Sistema Toyota: El sistema de Toyota se enfoca en nivelar los volúmenes de producción, produciendo diferentes modelos en pequeñas series o incluso una unidad a la vez. Esto permite mayor flexibilidad y responde mejor a las fluctuaciones de la demanda del mercado. Para esto, los tiempos de cambio de herramientas son reducidos a 10 minutos, lo que permite hacer ajustes rápidos en la producción. • Sistema Ford: En el fordismo, la producción se basa en la especulación sobre la producción de masa, fabricando grandes volúmenes de productos idénticos y estandarizados. Las series largas son preferidas para aumentar la eficiencia de la producción, y la reducción de los tiempos de cambio de herramientas también es un objetivo, pero con menos flexibilidad que el sistema Toyota. 3. Responsabilidad del Operador: Especialización vs. Multifuncionalidad • Sistema Toyota: En el sistema Toyota, se espera que cada operador sea responsable de varias máquinas y tareas dentro de la secuencia de producción. Esto requiere que los operarios tengan habilidades diversas y que se les dé mayor autonomía. Además, el trabajo se organiza en equipos, lo que promueve la colaboración y el aprendizaje compartido. La rotación de tareas y la autonomía son esenciales, ya que los trabajadores son capaces de detener la línea de producción si detectan problemas (por ejemplo, piezas defectuosas), lo que favorece la calidad y la mejora continua. • Sistema Ford: En el fordismo, los operarios son altamente especializados en una sola tarea dentro de la línea de montaje. Se busca maximizar la eficiencia mediante la repetición de la misma tarea una y otra vez. Los trabajadores no tienen mucha autonomía, y la línea de montaje no se detiene, incluso si se detectan piezas defectuosas. 4. Control de la Producción: Mejora Continua vs. Planificación Centralizada • Sistema Toyota: Toyota se basa en el principio de mejora continua (kaizen), donde los trabajadores son alentados a hacer sugerencias para mejorar el proceso productivo. Los problemas se detectan rápidamente a través del sistema de kanbans, que envían información de abajo hacia arriba para ajustar la producción en tiempo real, eliminando la sobreproducción. El objetivo es optimizar constantemente y ajustar los procesos para evitar disfunciones. • Sistema Ford: El control en el fordismo se realiza desde arriba hacia abajo. La producción está basada en planes preestablecidos que se comunican de forma rígida a los operarios. El control es centralizado y no se permite mucha flexibilidad en la toma de decisiones durante el proceso productivo. March y Simon hablan sobre 3 tipos de organización del trabajo: 1. Organización pasiva (Taylorismo y Fordismo): En este tipo de organizaciones, los empleados son vistos como instrumentos pasivos que ejecutan tareas que les son asignadas, sin demostrar iniciativa ni ejercer influencia en el proceso de trabajo. En estos modelos, las tareas están altamente especializadas y son repetitivas, lo que limita la creatividad de los trabajadores. Esto se basa en el principio de Taylor: "alguien piensa algo y otro lo hace", es decir, una separación clara entre la planificación y la ejecución del trabajo. 2. Organización activa pero controlada (Escuela Sociotécnica): En la década de 1970, los intentos de mejorar los sistemas tayloristas y fordistas no solo se centraron en las relaciones humanas, sino también en cambiar las estructuras de trabajo. La escuela sociotécnica promueve la creación de grupos semiautónomos, donde los empleados tienen mayor polivalencia y participación en la toma de decisiones. En este contexto, los trabajadores no solo realizan tareas, sino que también resuelven problemas y toman decisiones dentro de sus áreas de trabajo. 3. Organización como tomadores de decisiones (Sistema Ohniano): En lugar de tratar a los empleados como ejecutores pasivos, se les considera como tomadores de decisiones y solucionadores de problemas. Esto implica que los trabajadores en los equipos multifuncionales tienen un poder de decisión sobre diversos aspectos del proceso productivo. No se les limita a realizar tareas repetitivas; más bien, tienen que resolver problemas de producción, gestionar la diversificación de productos y manejar los imprevistos que surgen en el proceso de fabricación. OFFE ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL TRABAJO El trabajo es una fuente esencial de plusvalor (o plusvalía), que se refiere a la riqueza generada a partir del trabajo humano en un sistema capitalista. Sin un mercado de trabajo organizado, no existiría una estructura adecuada para producir y extraer ese plusvalor. El sistema capitalista, para generar riqueza y multiplicar el capital, utiliza el trabajo como un medio para aumentar el valor más allá de lo invertido inicialmente. El concepto de organización social del trabajo implica que los individuos no trabajan de forma autónoma, sino que su trabajo forma parte de un sistema organizado (por ejemplo, fábricas, empresas, instituciones). Al trabajar dentro de esta organización, los individuos pierden independencia y se subordinan a las reglas, estructuras y objetivos del sistema productivo. La idea central es que el plusvalor no se extrae del esfuerzo de un solo individuo, sino de un sistema de producción particular. Imaginemos una fábrica con 200 trabajadores cada trabajador está contribuyendo con su trabajo al proceso productivo, aunque cada uno genera un plusvalor (ganancia), este no se puede entender aislado. El capitalista no extrae plusvalor de un trabajador en particular, sino del conjunto de los 200 trabajadores organizados bajo la lógica del sistema. La organización social del trabajo se refiere a cómo el trabajo está estructurado dentro de un sistema económico y social. En el capitalismo: 1. El trabajo es una mercancía: Los trabajadores venden su fuerza de trabajo (su capacidad de trabajar) a cambio de un salario. Este intercambio ocurre en el mercado laboral. 2. Regulación por relaciones de intercambio: La organización del trabajo no es espontánea, sino que está regulada por las reglas del mercado laboral, donde: o Se fijan salarios. o Se determinan condiciones laborales. o Se decide cómo se distribuye la fuerza laboral entre los distintos sectores productivos. Esta organización social del trabajo se puede interpretar o se puede estructurar en función del grado de mercantilización el cual mide cuánto del trabajo y la fuerza laboral se integra al mercado como una mercancía, es decir, cómo la sociedad organiza el trabajo bajo una lógica capitalista de compra-venta. A mayor mercantilización, más integrado está el trabajo a las reglas del mercado. El sociólogo alemán Claus Offe examina cómo la organización social del trabajo afecta al sistema capitalista y señala dos aspectos clave: • Tiempo vital: Es el tiempo que un individuo tiene para sí mismo, fuera del trabajo (ocio, descanso, vida personal). • Tiempo social de trabajo: Es el tiempo que el individuo dedica al trabajo dentro del sistema productivo, contribuyendo a la economía. Él dice que la relación entre estos tiempos está regulada por el sistema capitalista, que busca maximizar el tiempo social de trabajo, reduciendo al mínimo el tiempo vital. Esto genera tensiones sociales y económicas. También plantea que las crisis del capitalismo están relacionadas con cómo se organiza el trabajo: • Formas de subordinación positivas: Se refiere a cómo el sistema capitalista incorpora a los trabajadores en formas organizadas y subordinadas que generan más valor. • Relaciones desmercantilizadas: Si aumentan las relaciones que no siguen la lógica del mercado (como subsidios, trabajos informales o servicios no remunerados), se rompe el equilibrio capitalista. Esto genera una "crisis de segundo orden", ya que se viola el principio universal de intercambio (la idea de que todo debe tener un precio en el mercado). Offe clasifica a la población en cuatro sectores, según su relación con el trabajo y la generación de plusvalor. Estos sectores son: sector de monopolio, sector competitivo, sector estatal y la fuerza residual del trabajo. SECTOR MONOPOLIO Es un sector económico con alto grado de organización. CARACTERISTICAS • • Dominio del mercado: Tiene el poder de establecer las reglas del juego en los mercados donde opera (tanto minoristas como de capital). La competencia tiene un rol subordinado porque este sector domina el mercado y no necesita competir agresivamente para mantenerse en el sistema. Alta composición orgánica del capital: La composición orgánica del capital es la relación entre el capital constante (recursos tecnológicos y materiales como máquinas, tecnología, infraestructura) y capital variable (mano de obra y sus costos asociados). En el sector de monopolio hay una alta proporción de capital constante, es decir, hay mucha inversión en tecnología y maquinaria avanzada, pero a su vez hay baja proporción de capital variable o sea se necesita menos trabajo humano directo, pero ese trabajo tiene una alta calificación. Esto provoca que sectores desarrollados tecnológicamente requieran menos trabajadores para producir el mismo o mayor valor, eso si los trabajadores que emplean son altamente calificados y altamente remunerados. Ejemplo: Un ingeniero que desarrolla un algoritmo puede ganar un sueldo alto, pero el valor que genera para la empresa es tan significativo que el costo de su salario representa una proporción mínima en comparación con los beneficios obtenidos. • • Sindicatos fuertes y organizados: Los sindicatos suelen estar bien organizados y tienen una posición de fuerza en la negociación laboral. Cuando hablamos de sindicatos no hablamos solo de sindicatos obreros sino también de organizaciones empresariales (como la Unión Industrial Argentina o la Cámara Argentina de Comercio Exterior) que también actúan como "sindicatos" del sector empresarial, defendiendo intereses frente al Estado y la competencia internacional. Alta mercantilización y movilidad laboral: La fuerza laboral está completamente mercantilizada ya que los trabajadores venden su mano de obra como una mercancía en el mercado laboral y no hay relaciones desmercantilizadas como trabajos informales o no remunerados. Además, hay una alta circulación y movilidad laboral ya que existen muchos puestos de trabajo disponibles y los trabajadores tienen mayor movilidad, pudiendo cambiar de empleo dentro del sector. El éxito y funcionamiento del sector monopolio dependen de tres elementos principales: 1) las contribuciones al crecimiento mayor plus valor 2) el potencial innovador en el sistema 3) las estrategias de mercado. SECTOR COMPETITIVO CARACTERISTICAS Fuerte impronta en la competencia, especialmente de precios: Las empresas buscan destacarse reduciendo costos y ofreciendo precios más bajos que sus rivales para atraer clientes esto contrasta con el sector monopólico, donde la competencia es limitada o inexistente. Alta dependencia del sector monopólico: Las PYMES (Pequeñas y Medianas Empresas) dependen del sector monopólico porque suelen proveer bienes o servicios para las grandes empresas y distribuir productos fabricados por el sector monopólico. Estas relaciones de dependencia están regidas por relaciones de poder administrativas o sea las grandes empresas imponen términos y condiciones a las PYMES, estas compiten entre sí para ser seleccionadas como proveedores de las grandes empresas, esto las coloca en una posición subordinada, ya que el sector monopólico tiene mayor poder de negociación. Estructura de costos y rentabilidad subordinada al gran capital: Las decisiones administrativas del gran capital (incluidos los bancos y las grandes corporaciones) determinan las tasas de interés que afectan los costos de financiamiento de las PYMES y las condiciones comerciales y los márgenes de rentabilidad disponibles para estas empresas. Esto genera una relación de dependencia financiera y operativa para las PYMES respecto al sector monopólico y el sistema financiero. Fomento de las PYMES: Dado que las PYMES son fundamentales para la economía, se implementan políticas de fomento como: • Subsidios de tasas para créditos: Reducción de intereses para que las PYMES accedan a financiamiento. • Exenciones impositivas: Beneficios fiscales para aliviar sus costos. • Programas de promoción de exportaciones: Ayudan a pequeñas empresas innovadoras a competir en mercados internacionales. • Desarrollo de startups: Impulso a nuevas empresas tecnológicas o de alto crecimiento. • Incubadoras de empresas: Espacios que brindan apoyo técnico, financiero y logístico a nuevas empresas. • Parques industriales y polos tecnológicos: Zonas diseñadas para facilitar la producción y el desarrollo tecnológico. Fuerza laboral condicionada por el poder económico y político: Las relaciones entre los trabajadores y las empresas están fuertemente influenciadas por las decisiones del poder económico y político. Aunque existen formas de organización laboral (como sindicatos), estas tienen menos poder de negociación que en el sector monopólico. Generación de valor en el sector competitivo: El sector competitivo genera valor y está mercantilizado, aunque en menor medida que el sector monopólico ya que el valor generado proviene de la producción de bienes y servicios que incorporan trabajo. SECTOR ESTATAL Este sector incluye a todos los trabajadores del Estado, como funcionarios públicos, empleados administrativos, docentes en escuelas públicas, médicos en hospitales públicos, etc. No están directamente involucrados en actividades que generen plusvalor, como sucede en los sectores monopólico y competitivo. CARACTERISTICAS Predominan los principios organizativos de soberanía política sobre los de intercambio: El trabajo se organiza en función de los objetivos del Estado (principio de soberanía política) y no del mercado (principio de intercambio). • • Principio de soberanía política: Se refiere al rol del Estado en garantizar derechos y cumplir funciones públicas esenciales, como salud, educación, justicia y seguridad. Principio de intercambio: En el mercado, el trabajo se regula por la oferta y demanda, buscando maximizar ganancias. Esto no aplica al sector estatal, donde el objetivo no es generar valor económico sino satisfacer necesidades colectivas. Remuneración basada en renta y presupuesto: La remuneración de los trabajadores estatales no proviene de la generación de plusvalor, sino de los impuestos y otros ingresos del Estado y el pago de los salarios y demás gastos del sector estatal se define en el presupuesto nacional, que es la principal herramienta para distribuir los recursos públicos. Esto significa que los salarios del sector estatal no se fijan exclusivamente por las reglas del mercado, pero sí pueden compararse con los del sector privado para mantener cierta competitividad laboral. Asignación de recursos y relación de intercambio: La asignación de recursos no se basa directamente en las reglas del mercado (oferta y demanda) sino más bien que se decide según las prioridades y necesidades políticas, sociales y económicas definidas por el gobierno. Aunque no dependa del mercado, el sector estatal interactúa con él a través de la recolección de impuestos que financian los servicios públicos y por la relación entre el nivel salarial del sector estatal y las condiciones del mercado laboral privado. SECTOR DE FUERZA DE TRABAJO RESIDUAL Este sector no está vinculado a las reglas del mercado ni al mercado laboral. Sus ingresos y monetización no dependen de la generación directa de valor económico. Sus recursos se sustentan por asignaciones oficiales, como subsidios, ayudas sociales, pensiones, y recursos financieros otorgados por el Estado u organizaciones sociales. CARACTERISTICAS Fuerza laboral desmercantilizada: La fuerza laboral de este sector no se rige por la lógica del mercado laboral (compra y venta de trabajo). Se organiza como contraprestación social o como parte de un sistema de protección. Ejemplo: Una persona jubilada no está produciendo directamente, pero recibe una pensión como reconocimiento de sus años de trabajo previos. Inclusión de inactivos: o Infancias y menores de edad: No participan en el mercado laboral por su edad. o Tercera edad: Retirados o jubilados que ya no trabajan. o Discapacitados: Pueden estar limitados en su participación activa en el mercado laboral. o Otros inactivos: Personas que, aunque no producen directamente, dependen del sistema para sobrevivir. No hay que confundir con los desocupados que son los que buscan trabajo activamente y no lo encuentran, pertenecen al "mercado laboral activo", aunque no estén empleados, mientras que los inactivos no están participando directamente en el mercado de trabajo ni buscan activamente integrarse. La forma que estos sectores se mueven o se van desplegando es través de 1) relevancia funcional que es la importancia del sector para que el sistema siga funcionando 2) grado de organización donde el grado de organización es muy alto en el sector de monopolio, pero va bajando a medida que se des mercantiliza porque se sale del principio universal de intercambio 3) crecimiento proporcional que es la proporción en que este sector crece en relación con el resto del sistema por ejemplo en una crisis económica, podría aumentar el número de personas recibiendo subsidios, presionando los recursos del Estado y 4) intensidad del conflicto que son las tensiones que surgen por los recursos asignados a este sector, especialmente en contextos de crisis económica o desigualdad. DEBATE SOBRE LA CENTRALIDAD DEL TRABAJO La centralización del trabajo se refiere a la idea de que la clase obrera, especialmente el proletariado industrial, ocupaba un papel preeminente como motor de la producción y, por ende, de la economía y la sociedad. Durante gran parte del siglo XIX y principios del XX, tanto los teóricos revolucionarios como los defensores del sistema capitalista reconocían esta centralidad: Perspectiva revolucionaria: La clase obrera era vista como el agente principal de cambio social. Según el marxismo, su posición subordinada en el sistema capitalista (el trabajo asalariado alienado) la convertía en el grupo con mayor potencial para transformar radicalmente la sociedad y superar la explotación inherente al capitalismo. Perspectiva conservadora: La clase obrera también era percibida como una amenaza al orden social. Desde esta perspectiva, su centralidad implicaba un riesgo de desestabilización debido a su organización creciente y capacidad de lucha a través de sindicatos, huelgas y movimientos revolucionarios. El Debate en las décadas de 1950 y 1960 Con las transformaciones económicas y sociales de mediados del siglo XX, la centralidad de la clase obrera comenzó a cuestionarse. Este debate incluye dos posturas principales: 1. El fin de la centralidad del proletariado ("aburguesamiento") Esta perspectiva, sostenida por autores como Michel Crozier, argumenta que el desarrollo del capitalismo, el crecimiento económico y la elevación general del nivel de vida diluyeron las características distintivas del proletariado. Elementos clave de esta visión incluyen: • Mejora de las condiciones materiales: El acceso a bienes de consumo, la urbanización y la movilidad social contribuyeron a la "integración" de los obreros en la sociedad capitalista. • Despolitización: La clase obrera dejó de ser el epicentro de los movimientos revolucionarios. La "sociedad de consumo" captó su atención, desviándola de luchas ideológicas hacia el bienestar material. • Fusión con las clases medias: La mejora en los ingresos y la adopción de valores burgueses promovieron la idea de que la clase obrera se estaba disolviendo en un mosaico más amplio de clases sociales. 2. La persistencia de la centralidad obrera a través de la "nueva clase trabajadora" Autores como Serge Mallet sostuvieron que, aunque la clase obrera tradicional perdía protagonismo, emergía una "nueva clase trabajadora" en las industrias tecnológicamente avanzadas: • Transformación de la división del trabajo: Los nuevos actores, como técnicos, diseñadores e ingenieros, ocupaban un rol central en la producción, pero seguían subordinados a las decisiones del capital. • Antagonismo de clases renovado: Aunque no eran idénticos al antiguo proletariado, estos trabajadores modernos heredaban su posición subordinada, lo que los convertía en posibles agentes de transformación social. • Fallas en la cohesión: Sin embargo, la fragmentación interna y la defensa de intereses particulares (por ejemplo, la jerarquización dentro de las empresas) dificultaban que estas nuevas capas laborales adoptaran un papel revolucionario. En este contexto, el "centro" del trabajo se descentraliza, fragmentando la clase obrera y dejando el lugar a una sociedad más heterogénea y competitiva, sin un sujeto revolucionario claramente definido. PROCESOS DE ACUMULACIÓN DEL CAPITAL, INTERNACIONALIZACIÓN Y TRASNACIONALIZACIÓN. En la teoría marxista, el valor de una mercancía se mide por la cantidad de trabajo necesario para producirla. Marx sostiene que el trabajo no solo crea el valor de las mercancías, sino que el trabajo excedente, es decir, el trabajo que se realiza más allá del necesario para reproducir la fuerza de trabajo, produce plusvalía. Esta plusvalía es el excedente de valor que el capitalista se apropia sin pagar por él al trabajador. Proceso de acumulación de capital El plusvalor o plusvalía se convierte en la base de la acumulación de capital, que es el proceso por el cual los capitalistas reinvierten las ganancias obtenidas a través de la explotación del trabajo en la producción de más mercancías. Esto significa que el capitalista utiliza parte de las ganancias (plusvalía) para expandir su producción, adquiriendo más medios de producción (como maquinaria, materiales, etc.) y aumentando la cantidad de trabajo explotado. A través de esta acumulación, se reproduce y amplía el capital. Para que la acumulación de capital continúe, es necesario que el capitalista logre prolongar la jornada laboral más allá del tiempo necesario para reproducir el valor de la fuerza de trabajo del trabajador. Esto da lugar a más plusvalía, lo cual asegura la reproducción ampliada del capital, que es el proceso por el cual el capitalista no solo reemplaza lo que ha invertido, sino que obtiene una ganancia adicional. Cuando Marx habla de la acumulación de capital, la lógica se puede extender a la internacionalización y transnacionalización del capital, que son procesos que van más allá de la simple acumulación a nivel nacional. Internacionalización: Se refiere a la expansión de las empresas capitalistas fuera de las fronteras nacionales para maximizar la acumulación de plusvalor. Este proceso implica que los capitalistas busquen nuevos mercados, recursos y mano de obra más barata en países extranjeros. La plusvalía generada en estos países de bajos salarios se maximiza por la explotación de los trabajadores en economías periféricas, es decir, en países subdesarrollados. Transnacionalización: Implica que las empresas ya no operan solo en el ámbito de un país o mercado, sino que se convierten en multinacionales que operan en varios países simultáneamente. A través de la transnacionalización, las empresas pueden aprovechar las diferencias de costos laborales y los recursos naturales en diferentes partes del mundo. Esto también implica una redistribución global del trabajo donde se separa el proceso productivo entre países: los países centrales se encargan de los aspectos más rentables y tecnológicamente avanzados, mientras que los países periféricos suelen centrarse en actividades más intensivas en trabajo y menos remuneradas. La globalización del capital se basa en este proceso de acumulación extendido a nivel internacional. Las empresas buscan constantemente nuevas formas de incrementar la plusvalía aprovechando las condiciones de los países con menores costos laborales y menos regulaciones. Esto se vincula directamente con el imperialismo moderno, donde los países más desarrollados controlan los flujos de capital, inversión y comercio a escala global. Por ejemplo, el capitalista en un país desarrollado invierte en una fábrica en un país en vías de desarrollo, donde los costos laborales son bajos. La plusvalía obtenida de la explotación de la fuerza de trabajo barata es luego repatriada al país de origen, lo que permite la expansión del capital en forma de mayores ganancias. IMPORTANCIA ESTRATÉGICA DE LOS RECURSOS NATURALES. EL PROBLEMA AMBIENTAL Los recursos naturales han sido fundamentales para el progreso industrial y económico de las naciones. El Sur global (países en desarrollo) ha sido históricamente una fuente clave de materia prima y biodiversidad para el Norte global (países industrializados), generando un modelo de dependencia. La explotación de los recursos por parte del Norte, sin compensación adecuada para las comunidades locales, ha perpetuado la desigualdad global. Esto incluye actividades extractivas como minería, tala de bosques y uso intensivo del suelo para agricultura destinada a la exportación. La dependencia de los recursos naturales genera conflictos sociales y económicos en las comunidades locales, que pierden acceso a bienes comunes esenciales como el agua y la tierra. La riqueza extraída del Sur contribuyó al crecimiento del Norte, mientras que el Sur quedó con problemas como pobreza y subdesarrollo. La contaminación, deforestación, y agotamiento de recursos en el Sur son resultado directo de las actividades del Norte, como la extracción de materias primas y el uso indiscriminado de los ecosistemas. La exportación de residuos tóxicos y el cambio climático son ejemplos de cómo los países industrializados han transferido sus problemas al Sur. La deuda ecológica propone cuantificar los impactos ambientales históricos del Norte sobre el Sur y utilizarlos como argumento para exigir compensaciones. Este concepto busca justicia ambiental, responsabilizando a quienes han contribuido más al deterioro ambiental. La introducción de la historia ecológica en la política internacional, como en el Foro Social Mundial, demuestra que el problema ambiental no solo es científico, sino también ético y político. Las propuestas incluyen campañas de sensibilización, auditorías sobre los daños ambientales y la promoción de una cooperación justa entre países. Los recursos naturales han sido históricamente la base del desarrollo económico y la riqueza de las sociedades. Durante la época colonial, las potencias europeas aplicaban políticas extractivas, buscando principalmente la acumulación de oro y plata para sustentar el mercantilismo y financiar guerras. Sin embargo, los fisiócratas, entre otros pensadores ilustrados, replantearon esta visión al afirmar que la verdadera riqueza de las naciones radica en la agricultura y el uso racional de los recursos naturales. La doctrina fisiocrática consideraba a la tierra como la fuente principal de riqueza. Esto implicaba reconocer la necesidad de conservar los recursos para garantizar la productividad a largo plazo. Manuel Belgrano, influido por estas ideas, propuso medidas concretas como la rotación de cultivos, el uso de abonos y la siembra de árboles, subrayando la conexión entre una gestión sostenible de los recursos y el bienestar económico y social. Humboldt aportó un enfoque más moderno y ecológico al estudio de los recursos naturales. Su concepción de las interrelaciones entre plantas, clima y actividades humanas destacó la importancia de gestionar de manera sostenible los recursos, no solo para obtener beneficios económicos, sino también para preservar el equilibrio ambiental. En el caso de Brasil la selva fue percibida como un obstáculo para el cultivo, especialmente de productos como la caña de azúcar, lo que llevó a prácticas intensivas de desmonte y quema. Los bosques eran esenciales para proveer madera tanto para astilleros en zonas navegables como para la infraestructura minera. La destrucción de estos recursos cercanos encareció actividades fundamentales para la economía, comprometiendo la sostenibilidad de sectores estratégicos. La quema y tala indiscriminada, especialmente para actividades agrícolas, transformaron bosques ricos en biodiversidad en tierras áridas y erosionadas. A esto se suma la falta de prácticas sostenibles, que no preservaron la fertilidad del suelo ni aseguraron su disponibilidad para futuras generaciones. La destrucción de los bosques no solo eliminó árboles, sino que afectó la capacidad de los ecosistemas para regular el agua, proteger los suelos de la erosión y mantener la biodiversidad. Esto generó impactos a corto y largo plazo, como la inviabilidad de ciertas actividades económicas (minería y agricultura). Si bien algunos autores de la época colonial ya reconocían el valor de los recursos naturales para prevenir la erosión o sostener industrias estratégicas (como la construcción naval), esta visión fue minoritaria frente al paradigma extractivista predominante. Simón Bolívar comprendió la importancia estratégica de los recursos naturales para el desarrollo sostenible y la supervivencia de las comunidades en América Latina, una visión notablemente adelantada para su época, identificó que la falta de agua y vegetación afectaba directamente la capacidad de sustento, la economía y la vida cotidiana. Sin estos recursos, es imposible garantizar alimentos, combustible y materiales para la industria. Es por eso que impulsó decretos para proteger el agua, plantar un millón de árboles y regular la extracción de recursos, como la prohibición de la matanza indiscriminada de vicuñas. Bolívar reconoció el valor económico de los recursos, como maderas para la construcción naval y medicinas derivadas de plantas. Al repartir tierras del Estado entre los habitantes locales, Bolívar buscó garantizar que los recursos estuvieran disponibles para el desarrollo de las comunidades y no solo para intereses privados. Las grandes potencias europeas y Estados Unidos impulsaron la colonización y expansión territorial no solo para controlar territorios sino, especialmente, para acceder y monopolizar recursos naturales estratégicos. Algunos ejemplos son: • Colonización europea en África: Se dividió el continente en áreas de dominio para asegurar el control de materias primas como minerales y caucho. • Expansión de Estados Unidos: Mediante compras territoriales (Luisiana, Florida), conquistas (Texas, California) e intervenciones (Panamá), buscaban garantizar acceso a recursos como oro, tierras fértiles y posiciones estratégicas, como el Istmo de Panamá. Los países periféricos fueron relegados a ser proveedores de materias primas y consumidores de productos manufacturados de los países centrales. Esto profundizó una relación de dependencia económica y política: • La India, controlada por Gran Bretaña, fue utilizada para exportar té y opio, mientras importaba productos industriales británicos. • Las inversiones extranjeras en infraestructura como ferrocarriles y puertos consolidaron a las economías periféricas como piezas dependientes de las potencias centrales. El intento de Paraguay de desarrollar un modelo económico basado en la autosuficiencia y la propiedad estatal de los recursos lo enfrentó al modelo hegemónico de explotación promovido por Argentina, Brasil y Uruguay. Paraguay no tenía deuda externa, controlaba sus recursos estratégicos (yerba mate, madera, tabaco) y limitaba la inversión extranjera. Este modelo autosuficiente fue desmantelado tras la guerra. Paraguay perdió recursos estratégicos y se privatizaron tierras y empresas clave. La tala de madera y la explotación de yerba mate pasaron a manos extranjeras. Las potencias usaron intervenciones militares para garantizar acceso a recursos estratégicos y fortalecer su posición económica por ejemplo Estados Unidos en América Latina utilizó intervenciones y guerras para controlar territorios ricos en recursos o estratégicos como Panamá, Cuba y Puerto Rico. La globalización y el impulso de la industrialización en el siglo XIX marcaron una etapa en la que muchos recursos naturales antes considerados sin valor comenzaron a ser aprovechados, abriendo nuevos mercados internacionales. Este proceso, que incluyó tanto investigación científica como inversión de capitales, permitió identificar, medir y explotar recursos previamente desconocidos o no utilizados. La literatura de la época refleja las concepciones ideológicas que justificaban la conquista y la explotación de los recursos naturales de América. Escritores como Shakespeare en La Tempestad y Sarmiento en su Facundo defendieron la idea de que los pueblos originarios de América eran inferiores y necesitaban ser civilizados por las potencias europeas. En este contexto, los recursos naturales de América eran vistos como un bien que debía ser explotado en beneficio de la "civilización" europea. La literatura de viajes, en particular, ofreció relatos que subrayaban la incapacidad de los pueblos periféricos para gestionar adecuadamente sus propios recursos, justificando así su intervención por parte de las potencias coloniales.