LAS GUERRAS CELTÍEBERO LUSITANAS Las guerras celtibero-lusitanas se dieron por el deseo de control de Roma de la P. Ibérica y afectaron a la República romana y a los pueblos autóctonos de Iberia. Desde la llegada de los romanos a la Península éstos, conscientes de la importancia estratégica y económica de la misma, hacen todo lo posible por quedarse. Comienza en ese momento una lucha por el control efectivo de la misma. Las primeras zonas controladas por los romanos fueron el Levante y Andalucía, las tierras más ricas y civilizadas. Los romanos dividen desde el principio la parte que controlan de la Península en dos provincias (Hispania Citerior y Ulterior). Su extensión será mayor o menor en función del momento de la conquista en el que nos fijemos. Cada una de estas provincias estuvo gobernada por un pretor. En el año 180 a. C., la Citerior es destinado Tiberio Sempronio Gracio y a la Ulterior Lucio Postumio Albino. Ambos concentran sus fuerzas en el valle alto del Guadalquivir desde donde avanzan hacia la Meseta Norte por dos rutas diferentes. Postumio, tomó la ruta más occidental y alcanzó las comarcas del valle del Duero donde luchó contra vacceos. Por su parte, Albino se centró en combatir a los lusitanos. De ellos la actividad más relevante la llevó a cabo Graco quien, desde algún punto del Guadalquivir descendió río abajo hasta las cercanías de la actual Córdoba, tomó Munda y continuó hasta las cercanías de Málaga. Después retomó su camino hacia el norte llegando a la Meseta y a sus comarcas más orientales donde sometió a más de 130 ciudades. Desde allí entró en la Celtiberia logrando la adhesión de la ciudad de Ercavica (en Cuenca), una unión que extendió a otras comarcas rompiendo la capacidad de resistencia de los celtíberos. Graco debió acabar con su campaña estableciendo un puesto militar en la confluencia de los ríos Ebro y Queiles que fue conocido como Gracchurris (Alfaro, La Rioja). Graco impuso medidas pacificadoras a la zona para garantizar y salvaguardar su estabilidad (medidas aceptadas tanto por los indígenas como por el Senado romano). Éstas fueron: La concesión de privilegios legales y fiscales a los residentes en el lugar. El establecimiento de guarniciones que actuasen como avanzadilla defensiva. El derribo de los poblados fortificados. La repartición de tierras cultivables entre la gente de forma que estuviesen dispuestos a abandonar sus antiguos lugares de residencia. La prohibición de construir nuevas murallas en las ciudades existentes. El establecimiento de un sistema fiscal que regulaba las contribuciones que los gobernadores acostumbraban a pedir para sufragar el mantenimiento y las pagas de las tropas de ocupación. Las medidas tomadas por Graco generaron un largo período de paz que fue aprovechado por los romanos para dirigir sus fuerzas a otros territorios necesitados de pacificación como la zona de Macedonia donde van a llevar a cabo la conocida como Tercera Guerra Macedónica. Una vez finalizada esta guerra es cuando se reanudan las noticias de conflictos en la Península Ibérica. En el año 155 a. C. el pretor de la Ulterior atacó a los lusitanos y éstos, bajo el liderazgo de un tal Púnico respondieron con incursiones en la provincia romana. En el 154 a. C., Púnico y los lusitanos parecen haber derrotado en una batalla al ejército romano matando a unos de los comandantes y aniquilando lo efectivos de una legión. En ese momento, Púnico parece que alistó a sus vecinos vetones, extendiendo sus correrías por la Ulterior hasta llegar a las regiones del mar Mediterráneo, pasando incluso a África (donde es derrotado). Púnico murió en esta expedición pero, a pesar de ello, los lusitanos continuaron con la guerra. Contemporáneamente a estos hechos surgió otro problema en la Celtiberia. Los romanos se enteraron de que una ciudad de la región tenía intención de ampliar sus murallas porque su población había aumentado y necesitaban ampliar la cerca para dar cobijo a los nuevos habitantes. Esta ciudad era Segeda (de los belos). Los romanos, haciendo referencia al antiguo pacto de Graco por el que se prohibía la construcción de nuevas murallas, prohibieron a los habitantes de Segeda que llevasen a cabo sus planes y les reclamaron tributos y tropas. Éstos les respondieron enviando a un embajador a Roma para mostrar que, según ellos, no se estaban construyendo nuevos muros, si no que se estaban remodelando los anteriores. El Senado romano rechazó sus argumentos y les declaró la guerra. Para desarrollar esta guerra se asignó al gobierno de la Citerior al cónsul Marco Fulvio Nobilior. En la Ulterior se mantuvo el gobierno de un pretor, Lucio. Mummio. El cambio en el escalafón del gobernante indica hasta qué punto los romanos consideraban importante la guerra contra los Celtíberos. Mummio se enfrentó a la difícil situación causada por los lusitanos y, tras unos comienzos trágicos, logró recuperarse y derrotarlos en varias ocasiones. En la Citerior, Nobilior desplegó a 30.000 hombres frente a Segeda lo que obligó a su población a desalojar su ciudad y refugiarse con sus vecinos los arévacos cuya ciudad más fuerte era Numancia. La persecución de los huidos llevó a Nobilior a invadir el territorio arévaco donde se enfrentó en campo abierto con una coalición de fuerzas de la zona, conducida por los segedanos, que les derrotaron. El desastre parece que fue menor de lo que podía haber sido porque la caballería romana logró frenar la persecución de los vencedores que tuvieron que reagruparse en Numancia. Nobilior los siguió y tras varias escaramuzas, se mostró dispuesto a asaltar la ciudad. Desgraciadamente el otoño estaba ya tan avanzado que no pudo establecer el cerco antes de que llegase el invierno. En estas circunstancias, su sucesor, Claudio Marcelo, que conocía bien la Península pues ya había sido gobernador de las dos provincias entre los años 169 y 168 a. C. cambia de estrategia. Se marcha de Numancia prefiriendo combinar fuerza y diplomacia, actuando militarmente sobre los bordes de la zona de conflicto y negociando individualmente con cada uno de los pueblos. Con ello logró que casi todos los pueblos de la zona (incluidos los arévacos) aceptasen enviar embajadores a Roma para negociar los términos de un nuevo tratado. Pero el Senado, no conforme con esos términos, desautorizó al cónsul tachándole de blando y de comportarse de un modo impropio e impuso la continuidad de la guerra. Marcelo acató la decisión del Senado romano y, tras pasar el invierno en la Ulterio atacó el núcleo central de la Celtiberia logrando encerrar a los numantinos tras las murallas de la ciudad y forzarles (tanto a ellos como a sus vecinos pelendones, titios y belos) a firmar un tratado de paz con Roma. Al mismo tiempo, en la otra provincia, el gobernador de turno (Lucio Atilio) repitió la estrategia que había llevado a cabo Marcelo en la Citerior y lanzó un ataque contra los lusitanos tomando una ciudad de nombre y localización desconocida y logrando que los habitantes de la comarca y sus vecinos vetones depusieran las armas en unas condiciones similares a las negociadas por los Celtíberos. El sucesor de Marcelo en la Citerior fue Lucio Licinio Lúculo que decidió llevar la guerra contra los vacceos. Su dominio ofrecía a Roma una importante base para futuras operaciones tanto en la Celtiberia como en la Lusitania porque su territorio comunicaba los dos mencionados. La penetración de Lúculo en territorio vacceo se dio desde el sur, asediando por ejemplo la ciudad más importante de los vacceos (Cauca, actual Coca en Segovia). Después continuó avanzando hacia el norte en medio de una gran resistencia. En ese avance obtienen Intercatia (Montealegre de Campos, Valladolid) pero no logran Pallantia (Palencia). El invierno se acercaba peligrosamente y ante la alternativa de tener que pasarlo en la zona para continuar con la guerra Lúculo decide regresar a sus bases sin haber satisfecho sus expectativas. Mientras, en la Ulterior, el pretor Sulpicio Galba fue el responsable de romper en equilibrio (ya de por sí frágil) que había logrado su predecesor, Atilio Serrano, en las relaciones con los lusitanos. Galba comenzó su gobierno sin mucha fortuna porque las campañas contra Lusitania le dieron poca gloria y muchos disgustos pero el fracaso de Lépido con los vacceos permitió que le echase una mano en la provincia vecina. Ambos dieron la vuelta a la guerra y llegaron a un cierto entendimiento con algunos grupos lusitanos con los que Galba intentó hacer la misma política que había usado Graco en la Celtiberia (el ofrecimiento de buenas tierras de labor a cambio de desocupar sus castros y de abandonar sus costumbres. Cuando en el año 150 a. C. los que se mostraron dispuestos a aceptar la oferta de Galba se presentaron en el lugar requerido para el asentamiento, las tropas romanas los masacraron (muriendo unas 30.000 personas y siendo capturados y vendidos como esclavos el resto). La tradición sitúa entre quienes se salvaron a Viriato, cuyo odio a los romanos se justifica por este hecho. Posiblemente por el impacto de esta masacre no hubo en la Península ninguna actividad bélica durante, al menos dos años. El regreso a las acciones violentas se da en el año 147 a. C. cuando, en un lugar llamado Tríbola (de ubicación desconocida) el pretor romano Vetilio fue derrotado por los lusitanos, hecho prisionero y matado. Los lusitanos ya estaban en este momento dirigidos por Viriato. La verdadera personalidad de Viriato nos es casi desconocida. Para los romanos es un pastor y un bandolero no obstante, otros datos, hablan de él como un aristócrata local con carisma y aspiraciones sobre su pueblo. Los datos disponibles no dan ninguna causa del por qué real del conflicto entre los romanos y los lusitanos y tampoco explican cómo Viriato se convirtió en el líder de éstos. La victoria de Tríbola inquietó a amplias comarcas de la P. Ibérica. Los agentes eran, probablemente, pequeñas partidas que no buscaban un enfrentamiento en campo abierto sino que hostigaban continuamente el territorio bajo dominio directo de Roma (o bajo su influencia) atacando a las tropas romanas allí destacadas, asaltando ciudades y pueblos e interrumpiendo el tránsito por caminos y vías. Puede que por su escasa violencia los romanos consideraban bandoleros a los integrantes de estas partidas (de ahí la interpretación que daban a Viriato) aunque es cierto que les costó mucho reducirlos. En el año 145 a. C. Fabio Máximo fue nombrado cónsul de la Ulterior. Éste, en los dos años que duró su cargo, logró algunos éxitos que devolvieron a la Ulterior la paz, posiblemente expulsando a Viriato de la misma. No es seguro quien era el contemporáneo gobernador de la Citerior aunque existen documentos que dicen que la primera víctima de Viriato (Vetilio) alistó a 5000 soldados de le belos y titios para ayudarle en Lusitania, mientras que algo más tarde, un gobernador de la Citerior del que desconocemos su nombre expulsó a Viriato de su jurisdicción después de que sublevase precisamente a titios y a belos. El sucesor del gobernador des¨conocido fue Q. Cecilio Metelo Macedónico. Mientras, en la Ulterior, la estabilidad lograda por Máximo se vio alterada ya que Viriato renovó sus acciones. Los lusitanos llevaron a cabo varias expediciones contra las comarcas más orientales de la Citerior y afianzaron su dominio en la región comprendida entre el Guadiana y las sierras de Huelva y Córdoba, donde parece que lograron el apoyo de varias ciudades. Por este motivo, y ante la gravedad de la situación, la campaña contra Viriato requirió de uno de los cónsules salientes del 142 a. C., Q. Fabio Máximo Servilano. El panorama que encontró Serviliano a su llegada a la Ulterior no era muy halagüeño, pues los lusitanos parecían haber apoderado de algunas comarcas de la provincia. Apoyado por el refuerzo de la caballería númida, el gobernador romano logró que Viriato se replegara hasta Lusitania; pero cuando trataba de redondear sus éxitos antes de entregar el relevo a su sucesor, Q. Servilio Cepión, en el asalto de una localidad llamada Eriasne quizá Lucena, en Córdoba), Serviliano se vio envuelto en un gran desastre, porque Viriato acorraló sus tropas y le obligó a rendirse. Los términos de la rendición fueron aceptados por el Senado romano: se reconocía el legítimo dominio de Viriato sobre el territorio que controlaba, asegurándole un tratamiento preferente como aliado y “·amigo del pueblo romano”. Cepión se quejó mucho de las condiciones del tratado y parece que, con la autorización del Senado, actuó contra Viriato, primero en secreto y luego abiertamente, atacando y tomando Arsa (que algunos sitúan en Zalamea de la Serena, Badajoz). Parece que Cepión tendió una emboscada a los lusitanos, de la que Viriato escapó huyendo hacia Occidente, pero perseguido de cerca por los romanos. Sin embargo, Viriato no sólo logró desengancharse de sus seguidores sino que regresó al núcleo de sus dominios, desde donde aguantó con fortuna los repetidos asaltos de su enemigo mientras intentaba encontrar una salida razonable al conflicto. Primero lo intentó con Popilio Lenas (cónsul del 139 a. C. y gobernador de la Citerior) pero cuando los tratos con éste fallaron, Viriato entabló conversaciones con Cepión y, de algún modo, el romano logró atraerse a los representantes lusitanos convenciéndoles de que el conflicto no tenía otra salida que la eliminación de Viriato. La conspiración triunfó y Viriato fue asesinado por sus generales. Con esto, Cepión, abandonó Hispania habiendo logrado la casi total sumisión de los lusitanos. La desaparición de Viriato no trajo inmediatamente la paz a Lusitania, puesto que las fuentes registran operaciones militares en la región durante todo el siglo siguiente pero sí bajo su virulencia. El sucesor de Cepión, Junio Bruto, recibió el encargo de terminar de asentar a los combatientes de la pasada guerra en tierras fértiles, atribuyéndosele la fundación de Valentia (Valencia) y de pacificar la zona conquistada. Acabadas esas tareas, Bruto dedicó su segundo año a la organización del territorio pacificado. A este fin buscó pelea fuera de los límites de la provincia avanzando hacia el Norte hasta alcanzar las orillas del Duero; allí asedió Pallantia, fracasando por falta de medios y porque recibieron la orden expresa del Senado de abandonar la intentona. Bruto, no obstante, continuó avanzando hacia el norte, hasta llegar a la zona del río Miño, y durante la expedición hizo méritos suficientes para lograr el nombre de “el galaico”. EL ASALTO A NUMANCIA En el 143 a. C., las acciones de Viriato parecen haber propiciado que los celtíberos se levantasen en armas y la gravedad de la amenaza probablemente explica que el Senado romano mandase a la Citerior a uno de los cónsules de ese año. Éste fue Cecilio Metelo, que dirigió sus esfuerzos contra los habitantes de la parte oriental de la Meseta, logrando bastantes éxitos, gracias a una estrategia metódica y continuada que le permitió avanzar desde las bases seguras del litoral hacia el interior de la Meseta. Primero sometió a los habitantes de las comarcas más orientales de la Celtiberia (lusones, titios y belos) obteniendo una importante ciudad sobre Contrebia Belaisca (ruinas de Botorrita, en Zaragoza). Luego, en lugar de avanzar directamente hacia el centro de la comarca arévaca, fue hacia sus partes más occidentales, las limítrofes con los vacceos: es probable que este movimiento buscase disuadir a las posibles ayudas de este pueblo a Numancia. Metelo llegó a Numancia justo cuando acababa su mandato. Su relevo fue C. Q. Pompeyo quien centró, desde el primer momento, su interés en dicha ciudad, fracasando de manera rotunda. Tampoco acertó en su intento de hacerse con la vecina ciudad de Termes (Montejo de Termes, Soria). En su segunda campaña, Pompeyo se planteó la rendición de Numancia por asedio, pero la dureza y la dificultad de los trabajos de circunvalación, el clima desfavorables y la baja moral de la tropa le obligaron a entablar negociaciones secretas con los numantinos que le permitieran una salida digna y que satisfacieran el orgullo romano. Pompeyo mintió al Senado y a su sucesor de la existencia de estos “tratos” por lo que el éste, Popilio Lenas, se negó a continuar con las conversaciones. Lenas tuvo la misma mala suerte que Pompeyo en su asalto a Numancia por lo que decidió cambiar el ataque frontal sobre el enemigo por incursiones de menos calado contra las ciudades vacceas vecinas de los arévacos con el pretexto de que habían ayudado a los numantinos. La incapacidad romana alcanzó su cenit cuando el cónsul del 137 a. c., Hostilio Mancino, recibió el mando de la provincia y no sólo fue incapaz de de repetir la rutina de sus predecesores asediando en tiempo la que fuera la plaza fuerte de los arévacos si no que, alarmado por ante las noticias de refuerzos enemigos, abandonó apresuradamente sus campamentos y cayó en una emboscada en la que se vio obligado a capitular. Escamados por lo sucedido con Pompeyo, los enemigos obligaron a Mancino a refrendar las condiciones de su rendición con su imperium. El tratado fue considerado tan humillante por parte del Senado romano que Mancino fue depuesto y sustituido por M. Emilio Lépido. Tras este hecho hubo dos años de relativa calma en la Celtiberia. Ante esta parálisis, el pueblo de Roma (motivado por una facción senatorial) decidió tomar el asunto en sus manos y exigir que se confiase la dirección de la guerra a Publio Cornelio Escipión Africano Emiliano. Éste partió a Hispania acompañado por un refuerzo de “amigos” suyos de 4000 voluntarios. Allí reforzó la disciplina de los soldados existentes en el lugar y les sometió a un duro entrenamiento que incluía la construcción de una completa circunvalación a la ciudad. Escipión había decidido lograr la rendición de Numancia por hambre. Para ello, su primera prioridad fue negar a los sitiados cualquier contacto con el exterior mediante un cerco a toda la ciudad. Después impidió que recibiesen ayuda de los pueblos vecinos haciéndose con los ríos que pasaban cerca de la ciudad. A continuación, en el verano del 134 a. C. emprendió una campaña contra los pueblos vecinos para apoderarse o quemar sus cosechas, evitando así la posibilidad de que pudieran asistir a los asediados. Estos aguantaron durante el invierno del 134133 a. C., pero su situación era tan desesperada que intentaron en varias ocasiones conseguir ayuda externa o una salida honrosa. Todo fue rechazado por Escipión. La inutilidad les llevó a forzar una salida contra las fortificaciones romanas, pero fracasaron con grandes pérdidas. Tras quince meses de asedio, los numantinos se rindieron sin condiciones. Pero Escipión les debió exigir unas condiciones tan duras que muchos prefirieron morir antes que aceptarlas (lo que les llevó al suicidio). Cuando las tropas romanas asaltaron la ciudad en el año 133 a. C., Escipión mandó incendiar la ciudad, repartió las tierras y propiedades e los numantinos entre los vecinos que habían colaborado con él y ajustó cuentas con las ciudades que habían simpatizado con los vecinos. Luego, licenció a las tropas y regresó a Roma.