Una economía caracterizada por el gran mal J. Bradford DeLong profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley, ex secretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas. 10/2/2013 En toda la región del Atlántico Norte, los banqueros centrales y los Gobiernos parecen, en su mayor parte, impotentes para restablecer el pleno empleo en sus economías. Europa se ha deslizado de nuevo hasta la recesión sin haberse recuperado de verdad en ningún momento de la crisis financiera y de deuda soberana que comenzó en 2008. La economía de EE UU está creciendo a un ritmo anual del 1,5% (aproximadamente un punto porcentual menos de lo que podría) y el crecimiento puede aminorarse a causa de una pequeña contracción fiscal este año. Las economías de mercado industriales han padecido crisis financieras periódicas, seguidas de un desempleo elevado, al menos desde el pánico de 1825 que casi causó el desplome del Banco de Inglaterra. Semejantes episodios son malos para todo el mundo —trabajadores que pierden sus empleos, emprendedores y accionistas que pierden sus beneficios, Gobiernos que pierden sus ingresos fiscales y tenedores de bonos que sufren las consecuencias de la quiebra—, y hemos dispuesto de casi dos siglos para aprender a abordarlos. Así pues, ¿por qué han fracasado los Gobiernos y los bancos centrales? Hay tres razones por las que las autoridades pueden fallar al intentar restablecer el pleno empleo rápidamente después de una desaceleración. Para empezar, unas perspectivas de inflación poco firmes y dificultades estructurales podrían hacer que las medidas adoptadas para impulsar la demanda se notaran casi exclusivamente en un aumento más rápido de los precios y solo mínimamente en un mayor empleo. Ese fue el problema en el decenio de 1970, pero no lo es ahora. La segunda razón podría ser la de que, aun con perspectivas de inflación firmes (y, por tanto, estabilidad de los precios), las autoridades no saben cómo mantenerlas y al tiempo impulsar la corriente de gasto en la economía. Y aquí me detengo desconcertado. Al menos tal como yo interpreto la historia, en 1829 los economistas tecnocráticos de la Europa occidental habían entendido por qué ocurrían esos ataques periódicos del gran mal económico. Aquel año, Jean-Baptiste Say publicó su Cours complet d’économie politique pratique (Curso completo de economía política práctica), en el que reconoció que Thomas Malthus había acertado a medias al sostener que una economía podía sufrir durante años una “saturación general” de mercancías, y casi todo el mundo intentaría reducir el gasto por debajo de los ingresos: dicho en jerga actual, desapalancar. Y como el gasto de una persona es el ingreso de otra, el desapalancamiento universal solo produce depresión y un elevado desempleo. Durante el siglo siguiente, economistas como John Stuart Mill, Walter Bagehot, Irving Fisher, Knut Wicksell y John Maynard Keynes idearon una lista de medidas que se deben adoptar para evitar o curar una depresión. 1. En primer lugar, evitarla: evitar lo que quiera que infunda el deseo de desapalancamiento, ya sea la presión exterior con el patrón oro, las burbujas de precios de los activos o ciclos de apalancamiento y pánico, como por ejemplo el de 2003-2009. 2. Si no se ha logrado eso, suprimir el deseo de desapalancamiento haciendo que el banco central compre bonos por efectivo, con lo que hará bajar los tipos de interés para que la tenencia de deuda resulte más atractiva que la de efectivo. 3. Si tampoco se ha logrado eso, suprimir el deseo de desapalancamiento haciendo que el Tesoro garantice los activos de riesgo o emita otros que sean seguros para aumentar la calidad de la deuda existente en el mercado; también eso hará que la tenencia de deuda sea más atractiva. 4. Si eso falla, suprimir el deseo de desapalancamiento prometiendo imprimir más dinero en el futuro, lo que aumentaría la tasa de inflación y haría que la tenencia de efectivo resultara menos atractiva que el gasto. 5. En el peor de los casos, hacer que el Gobierno intervenga, se endeude y compre, con lo que se reequilibrará la economía al desapalancarse el sector privado. Hay muchas formas sutiles para que los Gobiernos y los bancos centrales intenten aplicar esas medidas. Y, de hecho, los Gobiernos y los bancos centrales de la región del Atlántico Norte lo han intentado hasta cierto punto, pero está claro que no lo suficiente: no se ha encendido la señal de stop de las perspectivas de inflación, que aceleraría el aumento de los precios y aumentaría en gran medida los tipos de interés a largo plazo, todo lo cual nos indicaría que habíamos llegado hasta los límites estructurales y de perspectivas de la política expansionista. Así pues, no hemos conseguido el pleno empleo por la tercera razón. La cuestión no es que los Gobiernos y los bancos centrales no puedan restablecer el empleo o no sepan cómo, sino que no adoptarán las medidas de políticas expansionistas en una escala suficiente para restablecer el pleno empleo rápidamente. Y a este respecto reflexiono sobre el decenio de 1930 y sobre cómo se repiten los acontecimientos históricos, al aparecer primero como tragedia y después, pace Karl Marx, como otra tragedia más. Keynes pidió a las autoridades de su época que no hicieran caso a los “seres austeros y puritanos” que propugnan “lo que llaman cortésmente una ‘liquidación prolongada’ para que corrijamos la situación” y afirmó “no entender cómo podría resultar beneficiosa una quiebra universal o acercarnos más a la prosperidad”. Las autoridades actuales, que en modo alguno están dispuestas a transgredir el límite que se han marcado y que excluye las medidas expansionistas, deben detenerse a considerar la misma cuestión.