Fuera de Ruta ¿Qué tan “natural” es un hombre embarazado? Elsa Cornejo Vucovich* Recientemente se reportó en la prensa nacional e internacional el caso de Thomas Beatie, el primer “hombre embarazado”. Thomas es un hombre transgénero: nació mujer pero decidió llevar a cabo un proceso de reasignación de sexo, incluyendo la extirpación de las mamas y la terapia hormonal, así como el cambio legal de su nombre y su sexo. Sin embargo, decidió no extirparse el útero, pensando que algún día podría desear tener hijos. Al momento de iniciar su terapia de reasignación de sexo, Thomas era pareja de la que después se convirtió en su esposa, Nancy. Llegó el momento en que decidieron formar una familia, pero Nancy era incapaz de tener más hijos, así que decidieron que Thomas daría a luz a su progenie. Él dejó de tomar hormonas durante dos años para que su sistema reproductor estuviera dispuesto, y por medio de la inseminación artificial finalmente lograron un embarazo viable. Thomas y Nancy esperan a una niña este verano. No se dejaron esperar las críticas. Muchas, sin mayor criterio ni razonamiento, descalifican el embarazo de Thomas por no ser “normal”, porque ni él ni su situación se apegan a lo que su sociedad considera convencional. Sin embargo, consideremos que las normas cambian a través del tiempo y de una cultura a otra. Varias comunidades indígenas norteamericanas reconocen a las personas que nacen con “dos espíritus” y que asumen ambos roles de género, femenino y masculino, y las consideran personas especiales que cumplen funciones importantes en su comunidad, como ser jefes o personas de medicina. En las comunidades zapotecas del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, existen los muxes (se pronuncia “mushes”): hombres que asumen el rol femenino y portan vestimenta de mujer que también cumplen funciones importantes en sus familias y sociedad. También se ha criticado el caso de Thomas Beatie por ser supuestamente “anti-natural”, insistiendo que si él decidió ser hombre, debió haber renunciado a la maternidad porque ése es condición de las mujeres. Pero si buscamos en la naturaleza, que es el ámbito de lo “natural”, encontramos que en varias especies de plantas y animales el macho es quien se embaraza. Por ejemplo, la hembra del caballito de mar deposita sus huevos por medio de un ovopositor en la bolsa incubadora del macho, donde éste los fertiliza y los lleva a término, hasta parir a sus crías. Más allá del respeto a los derechos y la aceptación que todavía falta para las personas transgénero, las posibilidades que han abierto las nuevas tecnologías de la reproducción —incluyendo la clonación— nos obligan a establecer criterios mucho más complejos que la simple aceptación o el rechazo basado en lo que es “normal” o “natural”. Los seres humanos somos expertos en transgredir los límites de lo natural, y cambia vertiginosamente nuestro criterio de lo que es “normal”. Incluso los criterios religiosos, que parecieran ser menos susceptibles a las idiosincrasias humanas y a los cambios repentinos, a veces se modifican cuando aterrizan en lo personal. En 1978, en Inglaterra, nació Louise Brown, la primera “bebé de probeta”. Lesley, la madre de Louise, no podía concebir de manera “normal” porque sus trompas de falopio estaban bloqueadas. Los doctores Patrick Steptoe y Robert Edwards tomaron uno de los óvulos de Lesley, lo inseminaron in vitro (en un recipiente de vidrio) con los espermas del padre, y después de dos días insertaron el óvulo fecundado en el útero de Lesley. Nueve meses después nació Louise. Algunas instituciones religiosas, incluyendo la Iglesia Católica, se oponen a la fertilización in vitro. No obstante, según la revista Science, han nacido más de 300,000 niños y niñas gracias a este método de reproducción asistida, y según la revista National Catholic Reporter, muchos católicos ni siquiera saben que la Iglesia se opone a esta práctica. Aparentemente, el deseo de concebir es más poderoso que las interrogantes éticas y las prohibiciones religiosas. O como dice Thomas Beatie, la aspiración a tener descendencia no es un deseo femenino ni masculino, sino humano. Esto implica que las decisiones éticas en cuanto a las tecnologías de la reproducción también son una responsabilidad humana que no están limitadas a ciertas instituciones —médicas, gubernamentales o religiosas— ni a intereses individuales. Son una interrogante humana que va más allá de un criterio voluble basado en lo que es “natural”, y mucho menos “normal”. * Ayudante de investigación del Centro de Estudios en Salud y Sociedad de El Colegio de Sonora, ecornejo@colson.edu.mx