Santa Maria, Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz 1 de enero de 2009 Nm 6, 22-27. El Señor te bendiga y te proteja, se fije en ti y te conceda la paz. Sal 66. Conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Ga 4, 4-7. Dios envió a su Hijo nacido de una mujer para llegar a ser hijos por adopción. Lc 2, 16-21. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Combatir la pobreza, construir la paz De la mano de María, la Madre de Dios, vamos conociendo más y mejor al Hijo, a Jesús, Príncipe de la Paz, tal como lo define Isaías en su anuncio mesiánico. Conocer a Jesús, ésta es la experiencia más gratificante si vamos profundizando y orando desde la liturgia de este tiempo festivo. De la mano de María, que lo conservaba todo en su corazón y lo meditaba, y de la mano de su Hijo, Jesús, el Señor, queremos orientar este año nuevo que hoy empieza. Queremos hacerlo agradeciéndolo como don de Dios y considerándolo una nueva oportunidad que se nos brinda para responder con fidelidad a su constante llamada. ¿Qué podemos esperar de una Madre, como la Madre de Dios, en este misterio del nacimiento de Jesús que estamos celebrando desde el día de Navidad? Benedicto XVI ha recordado recientemente que la Navidad es un acontecimiento que habla al corazón del hombre, la fiesta que celebra el nacimiento de un niño y que es siempre un evento que trae alegría. Tener en el regazo a un recién nacido suscita conmoción y da ternura. La Navidad y el establo de la cueva de Belén invitan a los cristianos a pensar en los niños que nacen en gran pobreza en muchas regiones del mundo, en los que no son acogidos, en los que vienen rechazados, en los que no llegan a sobrevivir por falta de cuidados y atenciones. Haciéndonos eco de sus mejores deseos de paz, somos invitados a empezar el nuevo año, con la mirada puesta en Jesús, y a reflexionar sobre el tema «Combatir la pobreza, construir la paz», lema de la Jornada Mundial de la Paz que hoy la Iglesia celebra. Palabras que, desde la Iglesia, quieren ser de aliento, esperanza y llamada a la responsabilidad social para los momentos delicados que vivimos. Él mismo ha dicho que «las dificultades, la incertidumbre y la misma crisis económica mundial que está afectando en estos meses a tantas familias y a la humanidad entera podrían ser una ocasión para redescubrir el candor de la simplicidad, la amistad y la solidaridad, que son los valores típicos de la Navidad» (Audiencia general, 17-XII-2008). Venimos contemplando estos días como del misterio del nacimiento de Jesús emana un mensaje de esperanza que hay que desear, acoger y proclamar. Así nos lo indica, para que lo hagamos nuestro como palabra y estilo de vida, el texto bíblico con que hemos empezado la proclamación de la Palabra de Dios: «Que el Señor te bendiga y te proteja; que el Señor te mire con agrado y te muestre su bondad; que el Señor te mire con amor y te conceda la paz» (1ª lectura). Nunca tan bien dicho. ¿Podemos querer algo mejor? Un texto más que adecuado para desear felicidad para estos días de fiesta y para todo el año, y a la vez como compromiso compartido de hacer realidad lo que decimos. Para ello, sin embargo, hemos de trabajar unidos en muchos ámbitos de nuestra sociedad y hacerlo con la convicción y la energía que nos da la dignidad de ser «hijos de Dios», la que hemos recibido de la presencia del «Espíritu de su Hijo» en nuestra vida y que nos abre a actuar con plena confianza en Dios «Padre» y siendo consecuentes con todo lo que ello significa (2ª lectura). Hijos de un mismo Padre, al que todos invocamos como hermanos. Ésta filiación y fraternidad es la fuente para un fecundo trabajo por la paz. En este año de especial crisis que afecta a todos, pero sobre todo a los más pobres, Benedicto XVI ha querido invitarnos a construir la paz combatiendo la pobreza. Dice la doctrina social de la Iglesia que «la paz es la meta de la convivencia social, como aparece de forma extraordinaria en la visión mesiánica de la paz: cuando todos los pueblos acudirán a la casa del Señor y Él les mostrará sus caminos y podrán caminar por las sendas de la paz (cf. Is 2,2-5). Al mismo Mesías se le llama «Príncipe de la Paz» (Is 9,5)» (CDSI, 490). La promesa se ha hecho realidad en Jesucristo, de quien san Pablo dice «Él es nuestra paz» (Ef 2,14), y en quien nos fijamos para construirla hoy entre nosotros, sobre todo combatiendo la pobreza y haciéndolo con amor preferencial por los pobres. El mensaje de Benedicto XVI para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz se fija especialmente en la necesidad de erradicar la pobreza en todas sus formas y manifestaciones. «Combatir la pobreza -dice- implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la globalización, que se presenta con una marcada nota de ambivalencia y, por tanto, ha de ser regida con prudente sabiduría. De esta sabiduría, forma parte el tener en cuenta en primer lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que los hombres adoptan para afrontarlos. La desproporción es de orden cultural y político, así como espiritual y moral. En efecto, se limita a menudo a las causas superficiales e instrumentales de la pobreza, sin referirse a las que están en el corazón humano, como la avidez y la estrechez de miras. La lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano» (n. 2 y 13). El problema de la pobreza tiene dimensiones globales, pero pide una nueva sensibilidad solidaria y requiere nuestra implicación personal y social. Ya en este primer día del año se nos está pidiendo un gesto de conversión para atender aquellas personas a las que hay que aproximarse. Pero, al mismo tiempo y más allá de éste ámbito inmediato de acción solidaria que realizamos como Iglesia desde las Caritas y tantas otras instituciones, es preciso influir de forma más conjuntada a nivel global para situar a los pobres en el primer puesto de atención. Ello «comporta -dice Benedicto XVI en su mensaje- que se les dé un espacio adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional, una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional» (n. 12). Para estar a favor del pobre, que tiene nombre y apellidos, toda esta lucha contra la pobreza necesita concretarse entre aquellas personas y ambientes en los que el Señor nos pide estar presentes y trabajar, haciéndolo con su misma mirada de Padre y con la opción preferencial de Jesús. Este nombre «Jesús», que significa «Dios salva» define claramente su misión y la nuestra. La pobreza no se suprime eliminando al pobre, sino salvándolo y defendiendo su dignidad trascendente como persona y como hijo de Dios. Contemplando a Jesús en el pesebre y, con su familia, excluido de la ciudad (Evangelio), pensemos especialmente hoy en los niños. Cuando la pobreza afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables: casi la mitad de los que viven en la pobreza absoluta son niños. Educación y sanidad, junto con el compromiso en la defensa de la familia y de la estabilidad de las relaciones en su interior, serán objetivos prioritarios para prevenir todas las consecuencias. Ahora, una vez más podemos experimentar que nuestro compromiso viene reforzado por la participación del Señor en la Eucaristía, haciendo de nuestra vida una opción de amor capaz de transformar las estructuras humanas y sociales del presente e impulsar un futuro nuevo, según Dios. ¡Mis mejores deseos para un año nuevo lleno de Paz!