ORIGEN Y FUNDAMENTOS DEL CONOCIMIENTO SEGÚN DAVID HUME David Hume, junto con John Locke principal representante del la corriente filosófica denominada “empirismo”, arraigada en las islas británicas, propondrá una solución al problema del conocimiento, central en la Filosofía moderna, bastante diferente a la propuesta por los autores continentales influidos por el racionalismo cartesiano. Para Hume, el origen y fundamento del conocimiento sólo puede estar en la experiencia sensible, en los datos de los sentidos que llegan a nuestra mente y dejan en ella su huella, en una mente que, como decía Locke, no es más que una tabula rasa, que se limita a recibir los datos y a asociarlos entre sí. Eso es el conocimiento. Cierto es que a veces nos engañan los sentidos, pero son nuestra única fuente de conocimiento. La mente sin los datos de la experiencia está absolutamente vacía, dicen los autores empiristas, pues no hay ninguna idea innata, todas al final son asociaciones de ideas que provienen de impresiones sensibles. Esta es la base del criterio empirista de significado, tan coherentemente afirmado por Hume: sólo tienen sentido, significado, conocimiento, aquellas ideas que finalmente estén respaldadas por alguna impresión sensible. Las ideas que no estén basadas en ninguna experiencia son meros sonidos (resuena aquí el eco de Ockam, su crítica a los universales como flatus vocis). Por tanto, la Filosofía, especialmente en su rama metafísica, quedará radicalmente mutilada (habrá que arrojar al fuego tantos volúmenes de metafísica que no hablan de nada, dirá Hume). Es claro la diferencia entre el planteamiento de estos autores y el del Racionalismo encabezado por Descartes: la mente humana no es nada para Hume, es un mero receptáculo. Esta teoría representacional del conocimiento tendrá una enorme influencia, y será la base de la crítica a las ideas innatas. Las ideas que hay en la mente no son más que huellas (más o menos mejor asociadas entre sí, y por tanto más o menos deformadas) de las impresiones sensibles (tanto de la experiencia de un mundo exterior como de un mundo psíquico interior). Pero la coherencia de Hume con su propio planteamiento empirista llevará a su filosofía finalmente al escepticismo y al fenomenismo, a través de dos críticas radicales: a la identidad personal y a la causalidad. Según la primera crítica, la identidad personal, ese yo cuya existencia es la primera evidencia para Descartes, no es una idea respaldada por ninguna experiencia (interna, en este caso), pues al hacer un ejercicio de introspección nosotros sólo percibimos de nosotros mismos fenómenos siempre cambiantes o en todo caso mutables, estados de ánimo que van y vienen, y los atribuimos a un supuesto sustrato que en realidad nadie percibe (esta es la base también de la crítica de Locke a la idea de sustancia, según él sólo se perciben los accidentes, por tanto no existe ese sustrato inmutable). Pero aunque no percibamos esa identidad nuestra asumimos que existe dejándonos llevar por la mera costumbre. Esta crítica estaba directamente dirigida contra la argumentación que condujo a Descartes hasta su primera verdad. Hume, desde unos presupuestos radicalmente diferentes, le replica que ese yo mismo es una invención de nuestra costumbre. La segunda crítica que convertirá al empirismo británico en una filosofía casi escéptica será la crítica a la causalidad, principio básico de la ciencia: para Hume, al afirmar que “A es causa de B”, siendo A y B dos fenómenos perceptibles, estamos afirmando algo que no puede nunca estar en la experiencia. Pues hay tres supuestos ahí: primero, decimos que percibimos A y B, que son contiguos; segundo decimos que hay una prioridad de A sobre B, que siempre la “causa” es percibida antes. Esos dos supuestos de la afirmación causal sí están respaldados por la experiencia, y por tanto podemos admitirlos según el criterio empirista de significado, pero el tercero no podemos admitirlo. Y este tercero es que existe una conexión necesaria entre esos dos fenómenos, de forma que siempre van a estar vinculados en la experiencia. Pero esa conexión necesaria en absoluto es percibida. Vuelve a ser un producto de nuestra costumbre. Por lo tanto no es una idea con contenido de conocimiento, y no debemos realmente admitirla. En la experiencia sólo hay fenómenos. No podemos establecer leyes con una necesidad absoluta. A lo más podríamos hacer estadísticas de cómo han ido correlacionados los fenómenos hasta hoy. La ciencia no puede nunca ser un sistema seguro de leyes acerca del mundo. Duro golpe a la ciencia desde los presupuestos empiristas. Tras estas dos críticas, el conocimiento humano queda reducido a bien poca cosa, para Hume: conocemos los fenómenos percibidos, en el momento de percibirlos. Este fenomenismo está muy próximo al escepticismo, pues acaba dejando un margen al conocimiento tremendamente estrecho.