REVALORIZACION DEL TRABAJO SOCIAL EN LOS TRIBUNALES PENALES: La eximente del 20.3º o “eximente de las trabajadoras sociales” José Luis Segovia Bernabé Criminólogo Poco a poco, a pesar de no pequeñas dificultades, el papel de esta profesión, con nítida vocación de dinamización social y transformación de la realidad se va abriendo paso al reconocimiento colectivo. Prueba de la consolidación de su estatuto social es el paulatino reconocimiento que va teniendo en los Tribunales de Justicia. Nos referiremos, en concreto, a la Justicia Penal. Ya no es llamativo que una resolución judicial, incluso del Tribunal Supremo, recoja entre sus fundamentos los informes sociales de una Diplomada en Trabajo Social como elemento fundamental a la hora de valorar una disminución de la capacidad de culpabilidad1. Del mismo modo, los informes sociales son una exigencia de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor que acaba de entrar en vigor. En adultos debieran serlo igualmente, por mor del nuevo Código Penal, que, sobre todo en fase de ejecución de sentencia, obliga al juez a individualizar la pena o la medida en función de las circunstancias personales y sociales del condenado. Si eso puede hacerse sin el concurso de una profesional del Trabajo Social es una cuestión que se responde por sí sola. Ahora queremos referirnos de manera singular a una circunstancia de enorme importancia en el nuevo Código y que, sin embargo, en la práctica, es muy pocas veces invocada por los Abogados y consiguientemente resulta inaplicada por los Tribunales. Su fuerte contenido social justifica que, sin el concurso de informes periciales por una profesional de estas disciplinas, no pueda ser estimada y, consiguientemente, resulten baldías las posibilidades terapéuticas que brinda como alternativa a la prisión. Nos referimos al art. 21.6 del nuevo Código, al que venimos llamando “la eximente de las trabajadoras sociales”, que exonera de responsabilidad criminal y abre la puerta a otras respuestas sociales y terapéuticas- al infractor que “tenga alterada gravemente la conciencia de la realidad”. No se está refiriendo el legislador a déficits orgánicos –que precisarían de un médico para valorarlos- ni siquiera a meras disfunciones psicológicas, sino a auténticas carencias en el proceso de socialización a ser documentadas por la Trabajadora Social a través un informe pericial. No se trata ahora de meternos en vericuetos jurídicos, pero baste saber que el antecedente de esta norma era la que se refería al sordomudo de nacimiento y carente de instrucción. En el debate parlamentario previo al nuevo Código se vio necesario ampliar esta noción tan biologicista a otra de contenido más social que tuviera en cuenta los déficits de interacción con el medio, basados 1 Así, p.e., la famosa sentencia del Tribunal Supremo, de la que es ponente el Magistrado Martínez Arrieta, que abría la posibilidad de alternativas a la prisión a los drogodependientes (STS 11.04.00). no sólo en elementos orgánicos –la sordera y la mudez- sino, sobre todo, en carencias de tipo educativo. Por eso el precepto quedó redactado así: Art. 20.3º “El que, por sufrir alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde la infancia, tenga alterada gravemente la conciencia de la realidad”. En ausencia de abundante jurisprudencia y de una explicación más detallada en la exposición de motivos, siguiendo a CARMONA SALGADO la esencia de esta eximente radica en el anormal conocimiento de lo injusto provocado por la ausencia total o parcial de una educación adecuada que impide el sujeto mantener un contacto adecuado con el mundo externo. Según QUINTERO OLIVARES, es aplicable a personas que por proceder de ambientes nocivos, con sobrecarga de tensiones emocionales y conflictos psicológicos, penuria económica y estímulos culturales, ausencia de transmisión de valores ‚ticos, sociales etc. Apoya el sentido de esta interpretación los párrafos posteriores del núm.3 del art. 8 del Código Penal que si antes hablaban de establecimientos de educación de anormales, ahora aluden al internamiento en centro educativo especial, fórmula mucho más amplia y que comprende el subdesarrollo cultural. Por tanto, resulta aplicable a aquellos supuestos, no solo de hospitalismo y síndrome de HAUSS, en los que se ha vivido un proceso de socialización paralelo al normalizado, en el que la relación con las instancias de internalización de valores sociales y pautas de comportamiento ha provocado el efecto de disocialización contrario al que les corresponde en una sociedad organizada ( familias rotas, fracaso escolar, falta de acceso al mundo laboral) . Los elementos de socialización -familia, escuela trabajo- se han convertido en referencias que lejos de ayudar a asumir un horizonte axiológico normalizado contribuyen por hiperadaptación a su desviación. Cuando ésta se produce con la intensidad suficiente es procedente aplicar la eximente completa (si está “gravemente afectada”), pero si la afectación es incluso moderada nada impide, sino todo lo contrario invocar la semi-eximente. En ambos casos se abre la puerta a medidas más educativas que meramente represivas. Así pues se tratará de acreditar documentalmente los requisitos: 1º ) Tener alterada la percepción 2º ) Tal defecto desde nacimiento o infancia ; 3º ) Como consecuencia el sujeto tenga grave alteración en la conciencia de la realidad. MARTINEZ REGUERA sostiene que la eventual afectación de las facultades superiores no puede sólo ser considerada desde el normal funcionamiento del umbral perceptivo o moral (v.gr. distinguir el bien y el mal, como si del blanco y el negro se tratase) Bien al contrario hay que distinguir dos momentos : a) Momento perceptivo : en el que de modo ordinario y salvo alteración orgánica a través de los sentidos se percibe el estimulo exterior que es enviado a través del sistema neurológico para ser convenientemente procesado. b) Momento interpretativo: Supone el correcto funcionamiento del anterior y a diferencia del mismo inicia procesos conscientes. Trata de interpretar el estimulo y lo hace en función de sus experiencias, introyección de normas, consistencias comportamentales, recuerdos, vivencias etc. Es lo que condiciona la adecuación del comportamiento al requerimiento de la norma. En definitiva que la capacidad motivadora de la norma no es la misma para una persona que ha sido educada normalizadamente que para un infractor que en su infancia ha carecido de todo y ha visto que en su medio la sustracción, lejos de ser un desvalor moral, ha sido la vía de supervivencia que ha recibido el aplauso de los sitios. Ante un mismo hecho delictivo, procesos de socialización diferentes y divergentes, requieren trato diferenciado y, -¡sobre todo!- si la justicia quiere ser justa posibilidades efectivas de nivelar asimetrias sociales utilizando medidas que aunen reproche social con acercamiento a la igualdad de oportunidades como valor constitucional. Como se ve un campo tan abierto como prometedor en el que el protagonismo de las Trabajadoras Sociales es insoslayable.