BAUTISMO DEL SEÑOR, 12-1-2014. Isaías 42, 1-4.6-7; Salmo 28; Hechos 10, 34-38; Mt 3, 13-17. Culminamos la celebración de la Navidad en este domingo celebrando el Bautismo del Señor y renovando nuestro propio bautismo: Si Dios por el Nacimiento se hace como nosotros, nosotros al participar en el Bautismo de Jesús empezamos nuestro camino junto a Él, camino que culminará cuando lleguemos a ser como Él y le veamos cara a cara. El profeta Isaías, el Antiguo Testamento, nos invita a mirar al Siervo de Dios, a Jesús, al niño cuyo nacimiento se celebra durante los días de Navidad, un siervo que no rompe lo que esta débil, que no grita, que trae alegría y paz, como un bebe en la familia. Miremos lo que estamos celebrando, y meditemos si esto no nos lleva a un compromiso, a un compromiso con la paz, con la construcción de un mundo tal y como Dios quiere que sea, donde haya espacio para todos y todos puedan llevar una vida digna. Por esto, con el salmo 28, podemos considerar que el nacimiento de Jesús y sus consecuencias en nuestra vida es el inicio de la llegada de esa paz con la que Dios nos bendice a todos. Pedro en sus palabras que nos presenta la segunda lectura de este domingo, identifica al siervo al que Isaías nos invitaba a mirar con Jesús, con ese Jesús adulto que pasó por el mundo haciendo el bien. En este domingo la Iglesia sigue celebrando lo mismo que el pasado 6 de enero: la manifestación de Jesús a las naciones (los Reyes le reconocen y se postran ante él), hoy es Dios quién lo proclama su Hijo predilecto y Juan lo reconoce al bautizarlo, y con las bodas de Caná Jesús manifiesta ante sus discípulos su poder al transformar el agua en vino, como Moisés transformo el agua del Nilo en sangre. Al mismo tiempo que Pedro nos invita a mirar a Jesús, recibimos en esta lectura la invitación a imitarlo, es decir, a pasar nosotros por el mundo haciendo el bien, esta es la primera consecuencia de nuestro bautismo y debería ser también la consecuencia de haber celebrado la Navidad. Por último en el Evangelio escuchamos la voz de Dios, una voz que proclama a Jesús como su Hijo amado, su predilecto. Nosotros también, al participar en el Bautismo, hemos sido proclamados hijos de Dios, amados y elegidos por Él, pero ¿lo somos? ¿vivimos como si lo fuésemos? Esto ya depende de nosotros, es nuestra tarea.