Lo último de José Cobo

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Lo último de José Cobo
Mario Crespo López
¿Puede escribirse sobre “lo último” de José Cobo? Quiero decir, ¿realmente
puede delimitarse “lo último” del artista santanderino? Me temo que, aunque queramos,
lo que aquí consideremos “último” no será sino un paso más que Cobo ya tendrá
superado o reflexionado, habiéndose ido a otro estadio escultórico del que no sabemos
aún nada o casi nada. No tengo duda de que Cobo es un pensador, un intelectual, un
filósofo, si quieren, cuya expresión se materializa a través del arte, que no es lo mismo
que simplemente llevar consigo la etiqueta de artista, tan manida, por cierto. Sus
exposiciones individuales más recientes han sido en Maya Polsky Gallery (Chicago) y
Ferrán Cano y Alejandro Sales (Barcelona). Su nombre figura además este mismo año
en ferias como Art Firts Bologna, Art Miami y Art Chicago con Ferrán Cano, Art
Cologne con Stefan Rópke y Arco con Alejandro Sales. Su actividad es intensa y hace
tiempo (recuérdense por ejemplo sus años de profesor en la Escuela de Arte de Chicago)
que puede decirse que José Cobo es uno de nuestros artistas más internacionales y desde
luego el escultor con mayor proyección y consideración allende nuestras provincianas
fronteras. Aunque aquí está presente menos de lo que quisiéramos, lo cierto es que sus
convocatorias en la galería Juan Silió y la permanencia de sus intervenciones sobre el
incendio de 1941 y su reconstrucción, los raqueros y los Tonetti (Santander), los
bañistas (Castro Urdiales), Seve Ballesteros (Santa Marina Golf, San Vicente de la
Barquera) y “Suelo con medio mundo” (Santoña) nos recuerdan una obra reflexiva y
antropológica, intensa y rebosante de implicaciones. Se aleja Cobo de lo pintoresco y lo
meramente “representativo”; incluso sus esculturas públicas permanentes no son sólo
una figuración sobre un motivo por encargo, sino que invitan a alejarse de lo superficial
e incluso yo diría (paradoja) de lo puramente inmóvil. “Los raqueros”, por ejemplo, no
son un mero recuerdo de una lamentable realidad social de hace un siglo, ni siquiera un
homenaje perediano, sino una llamada al ciudadano sobre la soledad y el encuentro, la
disposición de los jóvenes ante la vida y su nada, la interrogación casi permanente sobre
el devenir del hombre y su circunstancia y sus más o menos terribles convenciones; al
fin y al cabo, se trata de la desnudez humana, la esencialidad corporal de seres en su
tiempo y una aparente sencillez que oculta toda una compleja pluralidad. Todo este
discurso se entiende desde las “grandes narrativas” o, en palabras del crítico Christian
Viveros-Fauné en su soberbio texto para el catálogo de la última exposición de Cobo en
Ferrán Cano, desde las “historias sobre cómo la gente normal se debate con el dolor, la
injusticia, el sufrimiento”. Entre las recientes obras de Cobo, la titulada “Tar Father &
Chocolate Son” presenta a un padre con su pequeño hijo, indefenso, con un salvavidas
que parece toda una metáfora vital de la debilidad humana, del necesario crecimiento,
del imposible amparo total ante las contingencias de la existencia. La reflexión continúa
en “Niño dibujando”, “Niño de rodillas apoyado en la pared” o “Niño con muñeco”: el
personaje descubre el mundo, lo toca, lo representa, se sitúa ante él, se tiende en su
espacio inmenso, se mueve advirtiendo límites, expectativas, recesos, búsquedas y
desengaños. En esa “profunda poesía visual humanista arduamente conseguida” José
Cobo pasa a un nuevo trabajo de indagación que tiene honda relación con el mito de la
caverna de Platón. Un niño observa los reflejos del mundo en la pared de la cueva. El
escultor llama la atención sobre la situación del “yo” en el mundo, sobre la realidad de
la ficción, sobre el papel del conocimiento en la sociedad actual de hombres en la cueva.
Como afirma Viveros-Fauné, “renueva nuestra habilidad para continuar una
conversación absolutamente fundamental sobre lo que significa ser humano”. No puede
haber un terreno más fértil que el del mito platónico para la percepción del mundo y la
interacción con nosotros mismos y con lo que nos rodea. Nada más radicalmente actual
que la vieja caverna donde los hombres seguimos habitando, contentándonos con meros
reflejos y ajenos a la verdad lacerante de la misteriosa luz.
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