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IMPRESIONISMO
El impresionismo, una escuela de pintura de gran importancia en la Historia del Arte,
nace en el último cuarto del siglo XIX, y ya fue aceptado plenamente por el público al
cambiar el siglo. Hay música impresionista (Debussy), escultura impresionista (Degas,
Rodin), literatura impresionista (Verlaine), pero sin duda que para la posteridad su
manifestación más importante y duradera se dio en la pintura y sólo de ella tratará este
artículo. Como es deducible de los nombres de los artistas arriba citados, era un
movimiento artístico netamente francés, de hecho concentrado en París; si bien –
naturalmente – con tenues antecedentes en otras regiones de Europa.
Se suele considerar que en el Neo-Clasicismo realista, que como estilo pictórico
antecedió directamente al Impresionismo, sus pintores (p.e. Gustave Courbet, Camille
Corot o Jean-Auguste Ingres) volcaron a sus telas las cosas “tales como eran”, con
libertades en sus composiciones, por supuesto, pero fidedignamente en todo los detalles
particulares. Que pintaron “lo que allí estaba”. Y que los impresionistas cambiaron ese
orden de cosas.
A mi juicio esta apreciación es equivocada. Los realistas no pintaron “lo que vieron”
sino “lo que sabían que estaba allí”.
Por ejemplo, las sombras se pintaron en gamas de grises, porque “sabemos” que la
sombra es gris. Pero no lo es: la sombra puede tener color, y pronunciado: recordemos
que una sombra sobre la nieve y bajo la luz solar, muchas veces es de un tono azulino
fuerte. Con algunas muy pocas excepciones en la pintura renacentista, nadie pintaba
sombras en colores, pues por saber “que no tienen color” creemos verlas así.
Los impresionistas eran mucho más “realistas” en este sentido, pues pintaron como
vemos nuestro derredor sin prejuicios – pintaron lo que realmente veían y no lo que
“sabían” que debían ver. Y por supuesto que eran siempre figurativos – la “pintura
abstracta”, como la conocemos hoy en la cultura occidental, aun no se había inventado.
Un buen ejemplo de lo que me parece ser el “realismo de los impresionistas” es la serie
de “La Catedral de Rouen”, que es quizás el más destacado de los impresionistas,
Claude Monet (1840-1926), pintara en la década de 1890. Vemos el frontis de la
Catedral a muy diversas horas del día, desde ángulos sólo muy ligeramente distintos (en
Rouen al turista se le muestra todavía el balcón al frente de la catedral en el cual se
habría posicionado Monet). Los cuadros de esta serie famosa fueron pintados a
diferentes horas del día, desde el alba hasta la puesta del sol. Y el muro del frontis varía
enormemente en su colorido, según la hora y la luminosidad o nebulosidad del
momento en que la escena fue pintada. Siempre es el mismo muro, pero en cada cuadro
es “otro muro”.
Fue en 1874 cuando un grupo de amigos pintores, (entre ellos Claude Monet, Paul
Cézanne, Alfred Sisley, Auguste Renoir, Camille Pissarro y Edgar Degas), y al ver las
grandes dificultades para ser aceptados en los “Salones Oficiales”, organizaron en París
una amplia exposición colectiva. En esta muestra se presentó el cuadro “Impresión –
Sol Naciente” de Claude Monet y un crítico de la época que quiso hacer un chiste
peyorativo, se apoyó en este título para llamar “impresionistas” a todo ese grupo.
Nombre que, a mucho honor, ingresó a la Historia del Arte.
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Las “series” de cuadros de Monet incluyen también sus últimas obras: la serie de los
“Nenúfares” que pintara entre 1906 y 1926, en que en su aplicación libre y temblorosa
de los colores llega a veces muy cerca de la abstracción.
Pero Monet, como todos sus colegas, era principalmente un pintor de paisaje y de
personajes. Tenemos muchas obras que tienen como iconografía paisajes fluviales y
jardines de los alrededores de París, ejecutados de la manera que los impresionistas
introdujeron en la pintura: trazos cortos, separados, cada uno en un tono limpio y puro,
sin mezclas, muchas veces en forma de “comas”; construcciones en que los trazos se
aplican en forma separada, pero que en su conjunto se unen en la pupila del
contemplador para producir esa luminosidad a veces brillante que distingue a esta forma
de pintar.
Obviamente que muchos artistas pasaron sólo por un corto tiempo por el
impresionismo, para seguir sus propias y distintas fórmulas de pintar: en primer lugar
Cézanne. Y es indudable que tambiën Van Gogh o Gauguin fueron “tocados” alguna
vez por el impresionismo.
La predilección de Monet por los paisajes y la naturaleza fue compartida ampliamente
por otros pintores impresionistas como Camille Pissarro (1831-1903) con su modestia
intimista y Alfred Sisley (1833-1899); y se sabe de muchas excursiones en que se
juntaron para sus paseos en bote. El estilo de Pissarro y Sisley es a primera vista y
muchas veces bastante similar y para el contemplador no experto es muy fácil
equivocarse cuando frente a un cuadro trata de establecer su autoría. Pero siempre
quedará impresionado por la luz y la clara limpieza intrínsecas de sus obras.
Me parece que Edouard Manet (1832-1883) es el impresionista que al pintar más
distancia mantuvo de sus personajes y objetos y que con mayor nitidez los interpretaba.
Sin duda que algunos de sus inolvidables cuadros forman parte de todo “museo
imaginario” de cualquiera que se interese en las artes visuales. Así el archi-conocido
“Almuerzo en el campo” o “Almuerzo campestre” (1863) que debe su título al público
de entonces, pues Manet le dio un título “nada que ver” y prontamente olvidado. El
desnudo femenino sentado en un bosque entre dos caballeros correctamente vestidos
produjo un escándalo en el público de entonces, escándalo que se repitió en mayor
grado cuando posteriormente presentó a su “Olympia”, ese desnudo yacente sobre una
chaise-longue blanca contra un fondo muy oscuro.
Pero también al mencionar a Manet pensamos en “Un bar en los Folies - Bergere”
donde el dorso de la muchacha que atiende –y la escena del bar- son reflejados en un
espejo detrás de ella; o en esa curiosidad entre sus obras que es “La Ejecución del
Emperador Maximiliano” (de México).
Al hablar de los pintores impresionistas, siempre recordaremos también a Berthe
Morisot (1841-1895), por ser la única mujer entre ellos – un hecho que a fines del siglo
XIX era claramente excepcional, cuando la presencia de las mujeres en las artes visuales
podía contarse con los dedos de una mano. A pesar de que se la considera siempre
como parte del grupo, hay muchas instancias en su obra en que se aleja de ideas como la
confluencia óptica de los colores.
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Finalmente hay que mencionar entre los pintores impresionistas a Augusta Renoir
(1841-1919), cuyo arte es un reflejo de su buen humor, de un hombre que está en
buenos términos con su vida. Sus figuras femeninas son dulces y atrayentes, sensuales
en “Las Bañistas”, inocentes en “Muchacha con sombrero de paja” o en “Dos
muchachas en el piano”. Su obra abarca unas 4000 telas – pintó hasta sus últimos días,
a pesar de una artritis muy dolorosa
en los últimos 15 años de su vida.
Quien llevara a un extremo la idea impresionista de los colores separados y su
confluencia en la retina, era George Seurat (1859-1891). Junto con Paul Signac (18631953) trató de establecer una teoría de colores prácticamente científica. A él debemos el
“puntillismo” en que el pintor coloca sus colores de tonos puros en forma de pequeños
puntos uno pegado al lado del otro, para que se fundan en el ojo del contemplador como
un todo coherente de formas y colores diferenciados. Sin duda que su obra más famosa
es “Una tarde de domingo en la Isla de La Gran Jatte” – conocido sencillamente como
“la Gran Jatte” y que data de 1884-86.
Es obvio que el Impresionismo al internacionalizarse, también dejó sus huellas en la
pintura chilena. No solamente en Juan Francisco González, con sus trazos
inconfundibles, sino también en Agustín Abarca, Pedro Luna, Arturo Gordon, Alfredo
Helsby y otros - todos vinculados a, o contemporáneos de, la “Generación del Trece”.
Y hasta hoy hay algunos pintores locales que aprovechan, cuan más, cuan menos, las
lecciones del impresionismo francés.
Pedro Labowitz
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