48 El día antes de la boda Tanya, finalmente, se dio cuenta de que había visto a Stefan sólo unas pocas veces en toda la semana y en esas ocasiones, muy poco tiempo. La confección de su traje de boda era un asunto importante que requería horas y horas de pruebas. Además, había habido otra infinidad de pruebas para otro guardarropa, en el cual había un atuendo que debería usar cada día para las funciones especiales a las que tenía que asistir, donde la presentarían a la corte y a los nobles más importantes del país, así como también a los embajadores y dignatarios extranjeros que estarían presentes en la boda. También había tenido que dedicar horas a los interrogatorios a los que la habían sometido Maximilian y sus hombres de seguridad, a fin de saber todos los posibles detalles de los intentos de asesinato. Prácticamente, había tenido que reconstruir ese primer incidente, hasta el hecho de haberse tirado de la cama, antes de que se sintieran satisfechos y no le preguntaran nada más. Pero la seriedad de estos hombres le había hecho sentir que todavía estaba en peligro. Era una sensación horrible saber que alguien estaba tan obstinado en asesinarla. Por otra parte, también habían estado los tutores, que habían aparecido todos los días y le habían quitado la mayor parte del tiempo. Por Dios, las lecciones que había tenido que aprender, sobre la historia de Cardinia, la historia de sus antepasados, la deportación, la policía externa, la diplomacia y hasta el idioma. Tanya no había tomado conciencia de lo afortunada que era, por el bien de la comunicación, de que el inglés fuera uno de los seis idiomas oficiales que se habían enseñado en la corte durante los últimos cuarenta años. Había incluso una mujer cuya tarea consistía en chusmear con ella -al menos, así era como lo veía Tanya-, ya que la dama tenía instrucciones de ponerla al tanto de todos los escándalos actuales, de modo que no cometiera alguna equivocación y se mostrara amigable con alguien que estaba actualemtne en desgracia. Esa semana también habían comenzado las entrevistas, por medio de las cuales tenía que elegir a las mujeres de la recámara, aquellas criadas que serian sus constantes asistentes una vez que se convirtiera en reina -una de las posiciones que Alicia había estado tan segura de conseguir-. En esta materia, Tanya había contado con la ayuda de la tía de Stefan, una dama que no era, en absoluto, tan arrogante como su hijo, Vasili, y por quien Tanya comenzaba a sentir aprecio. De todas maneras, Tanya no se había visto obligada a tomar ninguna decisión definitiva en esta cuestión. Le habían dicho que la semana siguiente llegaría pronto. Entre una y otra cosa, había estado tan ocupada que no había tenido ni siquiera tiempo para extrañar a Stefan o para preguntarse qué estaría haciendo. Pero en la víspera de la boda, un momento natural para la introspección y las dudas, Tanya tomó conciencia de que si bien ella y Stefan habían llegado a Cardinia en términos amistosos, no habían resuelto, en realidad, ninguna de sus dificultades pasadas. Ella sabía que le quería, sabía que él no estaba tan contrariado con ella. Pero, ¿iba a casarse con él sin saber qué era lo que sentía por ella? El hecho de saber que le gustaba hacerle el amor no era suficiente. ¿Qué pasaría con el rechazo que él sentía por su belleza? ¿Y el comentario que había hecho sobre que no eran compatibles? ¿Qué pasaba con todos esos insultos con que la había acosado cada vez que le recordaban su supuesto pasado? ¿Iba a tener que enfrentarse a estas cosas una y otra vez a lo largo de los años? El hombre ni siquiera sabía que ella le amaba. Por supuesto, era algo que resultaba obvio. ¿No le había perdonado por todo? Pero Stefan nunca se lo había oído decir. Tanya ya estaba paseando por el corredor cuando supo exactamente qué iba a preguntarle a Stefan. O más bien a decirle. Sus guardias personales la seguían de cerca. Le habían asignado doce hombres hasta que el asesino fuera aprehendido. Trabajaban en tres turnos, hacían guardia fuera de la habitación y la seguían a todas partes que fuera, de manera que siempre tenía cuatro hombres que le seguían las pisadas o que detenían a cualquiera que, supuestamente, no tenía que entrar a sus aposentos. Pero no llegó a las habitaciones de Stefan. Maximi-lian Daneff venía por el corredor, junto con su secretario, y se detuvieron a hablar con ella unas palabras. -Debería estar descansando, su Alteza. -Sí, lo sé, pero... -Si busca a Stefan, está pasando la tarde con su padre. Ha estado tan ocupado desde su regreso que no tuvo muchas oportunidades de hablar con él. Eso le sonaba familiar. Y no era su intención interrumpirle. Pero se veía tan desilusionada que Maximilian le preguntó: -¿Tal vez pueda servirle de algo? -No, yo... bueno, en realidad, tal vez sí. Miró al secretario hasta que Max le dijo que se marchara. Sus propios guardias se habían alejado por discreción. No harían esto delante de muchas personas. Pero su Primer Ministro era una de ellas. -Dígame, ¿qué puedo hacer por usted? Tanya encaró la cuestión de inmediato y preguntó: -¿Usted sabe por qué a Stefan le disgusta mi aspecto? -¿Su aspecto? -Le gustaba más cuando pensaba que no era bella. Fue algo que nunca llegué a comprender. Maximilian se sonrió. -Imagino que tiene que ver con la misma razón por la que se oponía a traerla de regreso al país. -¿Sólo porque no quería casarse conmigo? -Porque estaba seguro de que usted no quema casarse con él. Se marchó de aquí pensando que usted sería una belleza. Si, en un principio, vio que usted no era tan bella como él esperaba, probablemente se haya sentido emormemente aliviado cuando descubrió que sí lo era. -Sigo sin entender. Maximilian frunció el ceño. -¿Nadie le dijo lo sensible que es respecto a sus cicatrices? -¿Esas malditas cicatrices otra vez? -dijo Tanya en tono de burla-. Sí, supongo que lo han mencionado o dado a entender. Pero, ¿qué tienen que ver esas cicatrices con mi aspecto? -Todo. Stefan dejó de perseguir a las mujeres hermosas después de sufrir el accidente y quedar con la cara marcada. Sentía que ellas no podían ver más allá de su rostro desfigurado. Yo mismo fui testigo en una sala llena de gente. Vi cómo algunas mujeres se alejaban de él, con la esperanza de que Stefan no reparara en ellas. Estoy seguro de que pasó por las experiencias más horribles. Pero la verdad es que no quería casarse con usted porque estaba convencido de que sentiría la misma repulsión por sus cicatrices que todas esas otras mujeres. Tanya sacudió la cabeza, perpleja. ¿Todos esos momentos difíciles por los que había pasado, al menos la mitad de la hostilidad de Stefan, todo porque él había pensado que a ella no le gustaría su aspecto? Alicia había insinuado lo mismo. Sus hombres le habían preguntado si le importaban las cicatrices. Incluso Stefan había querido saber si estaba preparada para aceptarlo tal como era, con cicatrices y todo. Dios, cuánto le habría costado preguntarle eso. Y ella ni siquiera le había respondido. ¿Por qué no se había dado cuenta de que él se consideraba a sí mismo menos que atractivo? Porque ella no le veía de esa manera. Por cierto, creía que era demasiado atractivo. De todas maneras, debió haberse dado cuenta de cuál era el problema. -¿Y yo seguía diciéndole a Stefan que no era estúpida? -refunfuñó, disgustada-. El no es tan tonto como para creer eso de mí. Maximilian simplemente se rió entre dientes. -Pude ver desde el día que llegó que usted era diferente. Stefan debió de haberse sentido enormemente aliviado de descubrirlo. -Stefan no lo sabe, pero si le deja un mensaje para oque vaya a mis habitaciones antes de retirarse a dormir, me aseguraré de que lo sepa. -¿Se refiere a que todavía piensa... -No sé lo que piensa. Eso es lo que intento averiguar. Eran pasadas las diez de la noche cuando Tanya oyó que alguien golpeaba a su puerta, de una manera tan suave que probablemente Stefan pensara que ya estaría dormida para entonces y, de ser así, no estaba dispuesto a molestarla. Su costumbre había sido abrir la puerta de su habitación sin llamar antes, pero su rey estaba siendo mucho más considerado en estos días. Tanya sonrió para sí mientras le dijo que entrara. Stefan cerró la puerta detrás de sí antes de poder encontrarla en la enorme habitación. Cuando lo hizo, pareció ponerse visiblemente tenso. -¿Me has enviado aquí para seducirme? Tanya se rió. Sabía exactamente por qué lo había dicho y, además, con un tono tan sospechoso. Ella estaba acurrucada en un sillón junto al fuego, con el cabello negro suelto sobre los hombros. Llevaba puesto el salto de cama blanco que le habían hecho para la noche de bodas. Había decidido que cumpliría una mejor función esta noche. Tenía un talle muy bajo y la tela era tan fina que resultaba casi transparente. Las mangas largas sí eran transparentes. -En realidad, no es una mala idea, pero no, creí que debíamos hablar. -Todavía no estás segura, ¿no es así? -le preguntó Stefan a medida que se acercaba y, en lugar de tomar asiento en el sillón que estaba junto a ella, se quedó de pie, con los ojos encendidos. -¿Segura? -Respecto a casarte conmigo. Stefan hablaba en un tono beligerante y Tanya no sabía muy bien por qué. -Estoy segura, pero lo que quiero saber es lo siguiente. Si no fuera un deber, si no estuvieras obligado por el deseo de tu padre de que así sea, ¿querrías casarte conmigo? -¡Sí! La vehemencia de su respuesta la sorprendió. -Entonces, ¿por qué estás enojado? -Cuando la novia pide ver al novio antes de la boda, por lo general es para romper la promesa. Una sensación de ternura invadió sus ojos. -¿No podría ser porque la novia necesita sentirse un poco reconfortada? -preguntó Tanya. -¿Tú? -He tenido algunas dudas hoy. Quiero decir, tú nunca has fingido sobre no querer casarte conmigo. Dijiste que no éramos compatibles... -¿Un hombre no puede cambiar de opinión? -Y, además, odias el hecho de que sea, como tú dices, tan bella -continuó, como si él no la hubiera interrumpido y le hubiera dado una medida de confianza que estaba pidiendo-. Es algo que nunca he comprendido... hasta el día de hoy. Stefan se paralizó. -¿Qué es lo que comprendes? Una vez más, Tanya siguió adelante sin prestar atención a la pregunta. -¿Vamos a tener un matrimonio normal, en el cual durmanos juntos, tengamos bebés juntos...? Stefan la levantó del sillón con tanta rapidez que Tanya se asustó. Pero su intención sólo fue besarla, aunque con bastante violencia. Supuso que el tema le había tocado, todo lo que no le había incitado su salto de cama. O, tal vez, sólo intentara acallarla lo suficiente como para lograr decir una palabra, ya que ella no había tenido en cuenta sus interrupciones. Pero pasó un largo rato antes de que interrumpiera ese beso y luego no dijo nada. Simplemente la retuvo en sus brazos. Tanya suspiró contra su pecho y dijo, en un tono suave: -No tienes idea de lo atractivo que te encuentro, Stefan Barany. No creo que se trate únicamente de tu aspecto físico, aunque agradezco al cielo que no seas desagradable ya que tengo que casarme contigo. Es tu personalidad... dejando a un lado tu furia, aunque ni eso me ha importado una vez que me he acostumbrado a ella. Es la manera en que... -¡Suficiente! Para que no la alejara de él, Tanya extendió una mano y le tomó de las mejillas. -No me crees, ¿no es así? Lo siento. No debería haber intentado agregar un poco de frivolidad a un tema que te resulta tan delicado. Pero, personalmente, y para empezar, no comprendo por qué es un tema tan delicado. Cuando vi tus cicatrices por primera vez, y me llevó un buen rato percibirlas ya que encontré que tus ojos eran extremadamente fascinantes, simplemente sentí compasión por ti. Pensé que allí había un hombre que había sufrido el dolor igual que yo. -Tanya se sonrió, desafiante, porque Stefan tenía un aspecto severo. Suavemente, le acarició con los dedos cada una de sus cicatrices. -Ni siquiera están ahí cuando te miro, porque todo lo que veo es ese apuesto demonio moreno que me hizo conocer por primera vez la pasión. Ningún otro hombre me ha hecho sentir lo mismo que tú, Stefan. -Luego le preguntó, directamente: -¿Crees que podría desearte tanto si me molestaran tus cicatrices? El no le respondió y Tanya supo, instintivamente, que no lo hizo porque su respuesta habría sido agraviante, seguramente relacionada con su pasado sórdico, probablemente que podría querer a cualquier hombre si le pagara bien y que él, después de todo, le estaba ofreciendo todo un reino. Tanya dio un paso atrás y un resplandor espontáneo le impregnó los ojos. No pudo evitarlo. Después de todo, él se estaba mostrando bastante testarudo. -Muy bien, ya que esta es una noche de confesiones, tal vez tendrías que oír una muy importante. Cuando llegué a Danzing contigo, todavía era virgen. Y dejemos las cosas claras respecto a esto, ya que apenas recuerdas esa noche. No tomaste mi virginidad, yo te la di. Pero si piensas que voy a repetirlo una y otra vez hasta que finalmente lo creas, reconsidéralo. -¿Piensas, honestamente, que no me habría dado cuenta de la diferencia? -preguntó incrédulamente-. Lo que estás sugiriendo es imposible, Tanya. -Por supuesto que lo es -le respondió Tanya-. Fui una prostituta durante años y años. Con este comentario se ganó una sacudida. -Ya es suficiente sarcasmo -le advirtió Stefan en tono severo-. Ya no me importa tu pasado. ¿Me oyes? Me importa un bledo lo que has sido. Ahora eres mía y... eso es lo único que me interesa. Todo lo que Tanya pudo hacer fue mirarle. Estaba demasiado perpleja como para hablar. Sus instintos le indicaban que Stefan había estado a punto de decir que la amaba. ¿Qué era lo que le había detenido? ¿Esas malditas cicatrices? ¿Seguía estando inseguro, aún después de lo que ella había dicho? Por supuesto que lo estaba y siempre lo estaña, en la medida que siguiera pensando que el deseo que ella sentía por él venía acompañado de un precio. Su orgullo ahora iba a impedirle solicitar a Ser-ge que le contara la verdad. Tendría que demostrarle ella misma, una y otra vez, que le quería y que sólo le quería a él. No debería ser una tarea demasiado difícil. Más bien, placentera... "¿No le importaba su pasado ?"Dios mío, ¿no era eso acaso lo que ella había querido, que a él no le importara, que la quisiera a pesar de lo que pensara de ella? Y así era. Y si no estaba equivocada, Stefan ya la amaba. Bueno, debía de amarla, si era capaz de pasar por alto el pasado vil que, según él, había vivido. Tanya se sonrió, con una sonrisa sorprendentemente cálida, se echó sobre él y le bajo la cabeza, para poder ser ella quien iniciaba el beso esta vez. Estaba tan feliz que apenas podía contener la emoción. Perdió el aliento por un instante. El la había apretado con fuerza al responder a su beso. Ahora era él quien la estaba besando, de una manera realmente voraz, en un beso que se prolongó largo rato. Pero luego se detuvo y la abrazó, bien fuerte. Tanya podía oír sus latidos en el pecho, podía sentir la tensión sexual que se estaba apoderando del cuerpo de Stefan. De manera que experimentó una sorpresa frustrante al oír sus siguientes palabras. -No voy a hacerte el amor esta noche, Tanya mía, porque esta vez me llevaría toda la noche antes de sentirme satisfecho y no quiero que estés cansada para la ceremonia. -¡Stefan! El le levantó el mentón para darle un beso muy tierno en los labios y luego le ofreció una sonrisa increíblemente bella. -El día después de la boda será comprensible que duermas hasta tarde. Con una promesa de ese tipo, ¿cómo podía Tanya protestar?