habia19

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La sola idea de querer que él la encontrara era tan absurda que no merecía ningún comentario. No era
que Tanya pudiera pensar en algo que decir en ese momento tan mortificante de saber que los ojos de
Stefan la estaban mirando y, probablemente, con ese brillo intenso. No se sorprendería se se encontrara
delante de dos rayos de luz amarilla. Y esa palabra horrible—"encontraran"—. La había localizado
porque había divisado esa maldita camisa blanca que llevaba puesta, su camisa blanca. Ni siquiera había
considerado que podría verse tanto en la oscuridad.
Todas las precauciones que había tomado para nada. Atrapada...No, por Dios, no hasta que le pusiera
las manos encima.
Tanya se dio la vuelta y, al mismo tiempo, arrojó bien alto su falda mojada, con la esperanza de que
Stefan estuviera lo suficientemente cerca...y solo. Así fue. La falda pesada le cubrió la cara, impidiéndole
ver durante los segundos que Tanya necesitaba para pasar junto a él.
El sonido de furia que emitió fue aterrador. Se parecía más al gruñido de un animal, lo cual la obligó
a correr aún más rápido. Si no hubiera estado tan furioso, ella habría inclinado la balanza. Pero no podía
pensar en eso ahora. Simplemente corrió, abriéndose paso entre los arbustos, sin importarle el ruido que
hacía. Tenía que ganar distancia, la suficiente como para encontrar un lugar donde esconderse.
El primer raspón profundo que se hizo con una rama en el costado le recordó que llevaba botas y
nada más. Por Dios. ¿A dónde creía que iba desnuda? Pero no podía preocuparse por eso tampoco, no con
ese demonio enardecido tan cerca. No podía oírlo detrás, pero estaba haciendo tanto ruido que no podía
oír nada y el no saber la asustaba aún más. Tenía que saber.
Se desvió rápidamente de la dirección en la que había estado corriendo y se dejó caer sobre las
rodillas detrás de un manojo de heléchos. Tuvo que taparse al boca con una mano para ahogar su
respiración dificultosa, pero tan pronto como oyó las pisadas fuertes de Stefan le vio desplomarse de
rodillas delante de ella. Estaba muerta de miedo.
Chilló y volvió a hacerlo cuando su peso la hizo caer sobre el suelo mullido. Con una mano, la tomó
del cabello y le levantó la cara. En un instante, le estaba cubriendo la boca con la suya y campanas de
alarma resonaron en su cabeza. ¡Otra vez no! ¿Ese hombre no sabía cómo manejar la ira de otra manera?
Tanya pataleó y se sacudió debajo de su cuerpo, pero sólo logró que adoptara un postura más
amenazadora. Sin una falda que representara un obstáculo, acomodó fácilmente las caderas entre sus
piernas. Si él no estuviera totalmente vestido.
Esto no parecía importar cuando sintió la protuberancia de su masculinidad contra su cuerpo. Lo que
sentía que tenía que ser realmente abrumador para sus sentidos, ya que su interior cobró vida y se agitó en
señal de protesta, o de bienvenida. ¡Por Dios! No sabía cuál de las dos. Pero nunca había sentido nada tan
extraño y debilitador, aterrador y emocionante al mismo tiempo. Por un momento, dejó de luchar y se
dedicó a examinar la sensación, pero luego cayó en la pasión de su beso.
Nunca había intentado negar que le gustara su manera de besar, por más que deseara que no fuera así.
Ahora no era diferente y le costó mucho resistirse a la necesidad que sentía en estos momentos de
abrazarle y besarle también. ¿Todavía estaba enfadado? Ya no podía saberlo. No porque le importara, si
esto era todo lo que le iba a hacer.
Sin embargo, este pensamiento y cualquier otro se paralizó cuando la mano de Stefan se interpuso
entre ellos para descubrir lentamente la sensación se sus pechos. Sus sentidos estallaron en nuevas
sensaciones. Un hormigueo y un endurecimiento de sus pezones volvieron a sacudir su interior. Pero su
mano no se detuvo allí. Se deslizó sobre el estómago, hacia abajo, donde la estaba presionando con
fuerza. Luego sus dedos estaban allí, penetrándola. Intentó decirle que no siguiera, pero Stefan no se lo
permitió. Siguió besándola. Después de todo, prefería que no se detuviera.
Tanya volvió a sacudirse, pero esta vez fue una reacción involuntaria, porque lo que sentía sólo podía
describirse como un placer salvaje. ¿Todo porque estaba enojado? Podía enfadarse todas las veces que
quisiera...
Ambos lo oyeron al mismo tiempo. Alguien gritaba su nombre. La voz se oyó a lo lejos. Era una voz
que le resultaba irreconocible, aunque, probablemente, no a Stefan. El levantó la cabeza. Con esto le
estaba dando otro respiro momentáneo, sólo que esta vez no lo quería. Y esta vez no podía ver la
expresión de Stefan cuando la miraba, para saber si había desahogado parte de su ira o si todavía estaba
allí, apenas sometida —lo cual era aún peor en lo que a ella concernía—. El hacía el amor cuando estaba
furioso, pero daba una tunda cuando no lo estaba tanto. No le importaba recibir otro castigo de niños, pero
no tenía idea de a quéatenerse ahora. Incluso las sombras no le permitían verle los ojos y así saber si
brillaban.
—Si alguna vez vuelve a poner en riesgo su vida como lo hizo al saltar del Lorilie, encontraré un
bastón. Aparentemente, es lo único que la impresiona. Y la golpearé —le prometió, en voz baja al
principio. Luego subió el volumen para continuar, lo cual no dejaba dudas sobre la intensidad de su ira—.
¿Tiene alguna idea de todo por lo que tuve que pasar mientras la buscaba en ese río? Pasé unos diez
minutos mirando el agua y pensando que la rueda de paletas la había agarrado. Me volví loco de miedo
porque estaba demasiado oscuro y no veía nada. Y cuando finalmente veo algo, es su brazo y la manga
blanca, que la lleva firmemente hacia la costa, sin la menor dificultad.
Tanya abrió los ojos, llena de incredulidad, mucho antes de que terminara. ¿Su ira era producto de
una preocupación por ella? Si no lo hubiera dicho tan apasionadamente, podría pensar que se trataba de
un truco más. Pero no dudaba de haberle asustado de verdad. Curiosamente, ahora se sentía culpable, lo
cual era totalmente ridículo. Después de todo, era un vil perseguidor de prostitutas, ¿o no? Al menos, un
secuestrador por razones atroces. Pero un momento antes, no había pensado lo mismo. Un momento antes
no había pensado en nada, excepto en las cosas, nuevas e increíbles, que le hacía sentir, algunas de las
cuales seguía sintiendo, ya que todavía no había retirado los dedos de su interior.
No sabía si él era consciente de ello, pero ella sí. Se le hacía extremadamente difícil responderle,
incluso recordarle que por ser el unció integrante de su pequeño grupo que viajaba contra su voluntad,
tenía todo el derecho de intentar escapar, sea como fuere.
—¿Por qué no dice algo? —preguntó Stefan. Tanya tenía la sensación de que él esperaba una disculpa. No iba a recibirla.
Con un gran esfuerzo, señaló en un tono casual:
—Si yo estuviera atravesando el océano con usted hacia esa Cardinia de su imaginación y tuviera que
preocuparme porque sucedan este tipo de cosas cada vez que alguien le hace enfurecer, me volvería loca.
¿Qué hace cuando no hay una mujer cerca sobre quien arrebatarse?
—Espero hasta que encuentro una. —Su respuesta revelaba una cierta diversión; no así su tono de
voz cuando añadió: —¿La he hecho daño, Tanya?
—A buena hora se pone a pensar —gruño la muchacha—. ¿Ya ha terminado de reprenderme?
—Tal vez no.
—¿Qué ha pasado con los besos? ¿Con eso ya hemos terminado?
—Decididamente no.
La sola mención de los besos le recordó dónde tenía puestos los dedos. De inmediato, los retiró con
suavidad. Tanya jadeó y luego dijo:
—Bueno, no puede tener ambas cosas.
—Sí que puedo.
Estaba segura de que sólo estaba bromeando, ya que ahora era evidente que estaba de buen humor.
Probablemente estuviera sonriendo de oreja a oreja, aunque ella no podía verle. Tampoco le importaba.
Fue la lánguida combinación de sentirse cansada pero sexualmente excitada lo que sofocó su protesta.
Tuvo que esforzarse por rechazarle, pero lo logró.
—Ya no está enfadado conmigo, Stefan, de modo que déjeme levantarme. El no se movió.
—Sería un error por su parte, pequeña Tanya, pensar que tengo que estar enfadado para hacerle el
amor. —Inclinó la cabeza y con los labios le rozó la mejilla hasta la oreja. Su aliento tibio la hizo
estremecerse de la cabeza a los pies. Luego continúo con un suspiro: —La quise anoche, hoy una decena
de veces y ahora más que nunca. Dígame que la ame, Tanya. ¡Pídamelo!
Este demonio no se andaba con medias tintas. ¿Pedírselo? Decididamente le agradaba la idea. Pero
no se atrevía... ¿O sí?
Tanya estaba a punto de rendirse ante lo que estaba sintiendo cuando alguien carraspeó, lo cual
anunció que ya no estaban solos. Stefan suspiró, la besó en la mejilla y se apartó de ella. Sin embargo, su
voz fue concisa cuando se dirigió al amigo inoportuno.
—Aunque la lealtad que hizo que te arrojaras al río detrás de mí abruma mi corazón, en este instante
desearía que te fueras al infierno. La princesa requiere un momento de privacidad, de modo que vete.
Sus mejillas volvieron a arrebatarse ante su incomodidad. Estaba desnuda, pero, por un momento,
había olvidado ese hecho tan mortificante. Stefan no. Se sentó y se quitó la chaqueta, dejándola caer sobre
el legazo de Tanya, quien tanbién se incorporó. Se cubrió rápidamente y disfrutó el calor en la parte
interna de la chaqueta, aunque todavía estuviera bastante húmeda. Para cubrirse, era más que suficiente,
aunque tenía unos botones que se habrían cerrado debajo del pecho de Stefan, pero que, en su caso, no lo
hacían hasta el ombligo. De todos modos, era una levita que le llegaba debajo de las rodillas, de manera
que cumplía con su propósito, siempre que la mantuviera bien cerrada.
Ahora se escuchaban más ruidos entre los arbustos. Los otros dos hombres se acercaban. Tanya
descubrió quien les había visto en primer lugar cuando Lazar gritó:
—i Por aquí!
Alguien le hacía la pregunta:
—¿Has encontrado a Stefan?
—Sí y también a su pececito.
El "pececito" hizo un gesto que nadie pudo ver en la oscuridad. Pensó en que podría escabullirse
suavemente mientras los hombres intercambiaban mensajes. Pero una mano que no había visto la ayudó a
ponerse de pie y la tomó del codo, como para quitarle esa idea de la cabeza. No se escaparía otra vez esa
noche. Stefan, decididamente, iba a asegurarse de que así fuera. Pero mañana...
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