El Yo, el Tú y la Institución de Paul Ricoeur Aclaración: Todas las citas que no tengan referencias a pie de página son del libro que es objeto de análisis en este trabajo. Paul Ricoeur se propone un acercamiento a la respuesta sobre qué es lo que constituye un problema ético. Va a intentar demostrar que la idea de ley moral no es la más fundamental. Para eso va a distinguir entre ética y moral. La ética hará referencia a todo lo que precede a la introducción de la ley moral, mientras que la moral remitirá a leyes, normas e imperativos en el orden del bien y el mal. Es similar a lo que en clase llamamos “ética 1” (ética) y “ética 2” (moral). Para hablar de los fundamentos de la ética propone una red conceptual en forma de triángulo tomando por modelo los tres pronombres personales: “yo”, “tú” y “él”. El polo él (neutro) será el que nos hará pasar de la ética a la moral. ¿Qué encontramos en el polo yo de la ética?. “Una libertad en primera persona que se pone a sí misma”. Esta libertad no puede verse ni encontrarse, sólo puede atestiguarse. Atestiguar algo quiere decir afirmar que algo existe aunque no se pueda ver. La libertad no se deriva. Aquí hay puntos de contacto con la antinomia kantiana, se puede pensar pero no conocer. Ponerme libre, va a decir, significa creerme libre. Estamos en el ámbito de la creencia y no de la certeza. “La libertad está condenada a atestiguarse en obras... soy exactamente lo que puedo y puedo exactamente lo que soy”. Hay ética porque yo me arranco del curso de las cosas, de las leyes de la naturaleza y de todas las necesidades. Pero es el recorrido entero de una vida el que justifica la creencia puramente formal y vacía del yo puedo. “El yo puedo debe ser igualado por todo un curso de existencia, ninguna acción particular puede dar testimonio de él”. En este estadio todavía no se trata de ley sino más bien de tarea. Pero ya aparecen ciertos límites: la inadecuación entre nuestro deseo de ser y las obras efectuadas. Ricoeur habla de falibilidad para designar esta separación entre aspiración y realización. ¿Qué encontramos en el polo tú de la ética?. Aquí entra en juego la posición dialógica de la libertad en segunda persona. “Yo quiero que tu libertad sea”. Es la postulación de la libertad del otro. En el mandamiento no matarás, es el otro el que dice no me mates. Pero previo a esta prohibición “el rostro del otro me requiere; me pide que lo ame como a mí mismo”. En este punto sigue a Emmanuel Levinas. El tú es un otro yo. Yo soy tú para ese otro yo así como mi tú es yo frente a mí como tú. En palabras más técnicas y claras de Ricoeur sería que “soy tocado por el acusativo me desde aquel a quien yo digo tú en vocativo y dice yo por sí mismo”. El tú, al ser otro yo como yo, es también libertad que se pone, cree en sí misma y busca atestiguarse. El reconocimiento del rostro del otro puede ser un punto de partida en la reflexión ética. La tarea sería “hacer que la libertad del otro advenga como semejante a la mía. ¡El otro es mi semejante!. Semejante en la alteridad, otro en la similitud”. En este polo también aparecen límites: la oposición de una libertad a la otra, el confrontamiento en la esfera de la acción. Es la lucha por el reconocimiento del Otro. Es lo que Hegel describió muy bien en su dialéctica del amo y del esclavo. “Con este momento negativo llegamos a lo que hay de más primitivo en la experiencia del mal, a saber, la muerte”. Finalmente, ¿qué encontramos en el polo él?. Ricoeur calificará este polo por la mediación de la regla. ¿Qué rol juega este término neutro en la relación intersubjetiva entre posiciones de libertad?. “Este rol es el de la regla. La regla es esa mediación entre dos libertades que ocupa, en el orden ético, la misma posición que el objeto entre dos sujetos”. “Cada proyecto ético, el proyecto de libertad de cada uno de nosotros, surge en medio de una situación que ya está éticamente marcada; ya han tenido lugar elecciones, preferencias y valorizaciones que se han cristalizado en valores que cada uno encuentra al despertar a la vida consciente. Toda nueva praxis se inserta en una praxis colectiva marcada por las sedimentaciones de obras anteriores depositadas por la acción de nuestros predecesores”. Esta situación tiene su paralelo en el lenguaje. “Yo entro en una conversación que me ha precedido, a la cual contribuyo durante una cierta duración y que continuará después de mí. De la misma manera que ninguno de nosotros comienza el lenguaje, nadie comienza la institución”. Aquí Ricoeur se hace eco de la hermenéutica y también del pos-estructuralismo. A continuación nombra dos índices del carácter no generable de la regla. El primero fue explicado en el párrafo anterior y es de carácter histórico: nunca estoy en el comienzo. El segundo índice es el fracaso de todo intento por hacer el recuento del término neutro. Sólo una porción muy pequeña de nuestras relaciones es personalizadas, el resto queda anónimo y se reduce a un juego de roles regulado donde ya se sabe qué se espera de cada cual. “El individuo se vuelve entonces un ciudadano: una vez que la ley de todos se vuelve ley de cada uno, la coincidencia se hace entre la conciencia de sí y el espíritu del pueblo... es siempre necesario partir de una relación exterior para luego interiorizarla”. Ahora veamos también los límites de este polo. Si bien se puede identificar la ética con una socialización del individuo, sólo se podrá proceder así bajo dos condiciones. “Primero, pensar esta socialización de tal manera que no suprima el mismo derecho de partir del polo yo y del polo tú de la Javier E. Giangreco -1- libertad; y, luego, que incluya en la noción de regla social y en la asignación de roles que esta implica, la posibilidad de interiorizar la regla”. A continuación veremos el paso de la ética a la moral o, dicho de otro modo, de la intención ética a la imposición de la ley. En primer lugar nos ocuparemos del término valor. Valorar significa evaluar y remite a preferir. Si yo evalúo que algo vale más que otra cosa lo voy a preferir y a elegir. Todo esto requiere un ser de voluntad y de libertad. Sólo un agente moral puede jerarquizar sus preferencias. “Pone en juego su juicio moral, inseparable de la voluntad de cada uno de efectuar su propia libertad, de inscribirla en actos y en obras que a su vea podrán ser juzgadas por otros”. El sujeto podrá dar cuenta ante otros de sus acciones. “La referencia a la regla que ya está ahí, así como la inscripción del valor en una historia cultural de las costumbres, confieren al valor esta extraña casi objetividad”. La idea de valor siempre ha sido un problema para los filósofos. A veces se la ha querido tratar como una esencia eterna por el hecho de que se presentan como patrones de medida que trascienden las evaluaciones individuales. Y sin embargo los valores no son esencias eternas porque están ligados a preferencias, a evaluaciones de personas individuales y, finalmente, a una historia de las costumbres. Por eso está el riesgo de caer en una especie de nihilismo ético. Ricoeur intenta dar respuesta a este dilema al decir: “Creo que la reflexión sobre la idea de valor hay que ubicarla en la prolongación de la meditación anterior sobre la regla; la justicia, diría, no es una esencia que yo leo en algún cielo intemporal, sino un instituyente-instituido gracias al cual varias libertades pueden coexistir”. El valor tiene un origen subjetivo pero aparentemente objetivo por ser una intersubjetividad ampliada. Esta interpretación ricoeuriana permite dar un justo lugar a la idea de socialización del individuo. Existe una historia de los valores que sobrepasa a los individuos tomados uno a uno. Hay una reversibilidad entre socialización e individuación. Cada uno debe inscribir su propio proyecto de libertad en una historia común de los valores. “Un esencialismo moral hace perder de vista el lazo de los valores con el juicio moral, el cual a su vez hecha sus raíces en la voluntad de promoción mutua de las libertades; de manera inversa un nihilismo moral descuida el rol mediador de los valores entre las personas y entre las libertades”. El segundo punto a tratar será la interdicción. Es el puente entre la idea de valor y la idea de ley. Hay, sobre el camino de efectuación de la libertad y del reconocimiento de las libertades, un volverse la regla contra algo de nosotros mismo que podemos llamar nuestro deseo. Se trata de un verdadero fenómeno de escisión. “Es para el ser escindido, dividido entre un preferible ya objetivado y un deseo que estaría demasiado cerrado sobre su interés egoísta, que la regla se presenta como norma”. Ricoeur lo explica aludiendo a una falla original en el hombre. Aquí parece haber una filosoficación (hacer problema filósofico) del pecado original. Si bien el pecado original es dogmáticamente indemostrable e inexplicable, no podemos negar que históricamente es indiscutible. “sea cual fuera la clave del enigma de esta falla original, es con esta escisión que comienza la interdicción que marca la no coincidencia entre mi deseable y aquello que admito como lo preferible... La función de la interdicción consiste en poner esos valores al abrigo de la arbitrariedad de cada uno”. El tercer y último punto que trata Ricoeur en este capítulo es la ley. No es, como muchos piensan, el primer concepto sino el último. Aquí responde a lo que se propuso en la introducción: demostrar que la idea de ley moral no es la más fundamental. ¿Qué agrega la ley a la interdicción? La interdicción se dirige a mí como un tú. La ley agrega el factor absolutamente anónimo de una exigencia de universalización. Aquí hay una aproximación a la idea de imperativo categórico kantiano en cuanto a su formalización. El error de Kant fue haber erigido en fundamento lo que era sólo un criterio. La idea de ley, es este sentido, es irremplazable. El examinar la posibilidad de universalización de mis máximas es liberador. Al ser meramente formal no hay nadie que diga hacé esto o lo otro. No hay contenido alguno. “Podemos decir, en conclusión, que el formalismo en ética define la moralidad. Pero la ética tiene una ambición más vasta: la de reconstruir todos los intermediarios entre la libertad que es el punto de partida y la ley que es el punto de llegada”. Preguntas finales: ¿cómo se escapa de lo que decide la mayoría? ¿hay que escapar de lo que dice la mayoría? ¿qué rol juegan los grupos de poder? ¿educar desde dónde y hacia dónde? ¿cuál es el criterio? ¿quién decide? Si uno acepta como solución al dilema entre universalismo y multiculturalismo el interculturalismo... ¿qué hacer con las minorías? ¿y con las mayorías silenciadas y oprimidas?. Javier E. Giangreco -2-