Hegel. Idealismo y dialéctica. Entre mediados del siglo XVIII hasta el periodo romántico del XIX, en la ciencia se asienta la idea de progreso. Por un lado, se empieza a construir sistemas científicos que explican el surgimiento de nuestro sistema solar por un proceso, secuenciado en el tiempo, de densificación de nebulosas. Esto pone de relieve el carácter histórico y progresivo, no solo del universo humano, sino también del mundo natural. Por otro lado, Lamarck (1744-1829) propone un sistema evolutivo para explicar la diversidad y, a la vez, la semejanza entre las especies. Aunque el sistema lamarkista fue desdeñado, introdujo en la ciencia biológica el concepto de evolución que se oponía al fijismo de la ciencia anterior. A su vez en este período, como bien recoge la obra de Kant, tanto a nivel político como filosófico, la libertad juega un papel central en la vida y reflexión de los europeos. Las revoluciones americanas y francesas, la caída del absolutismo y el empuje, cada vez mayor, de la burguesía obligan a occidente a repensarse bajo un nuevo paradigma: la libertad. La misma filosofía kantiana es un reflejo de esta centralidad de la libertad, ya que en la teoría del conocimiento del autor de Königsberg el sujeto juega un papel eminentemente activo en el acto cognitivo. Partiendo de estas preocupaciones de la época, la libertad y el progreso, surge el idealismo alemán, también llamado “idealismo absoluto” para distinguirlo del “idealismo trascendental” de Kant. La mayor diferencia entre Kant y sus “discípulos” idealistas es que mientras que Kant considera que el ámbito del noúmeno es en sí mismo incognoscible y que, por tanto, las grandes preguntas de la metafísica (Dios, alma y mundo) son irresolubles, los idealistas absolutos, entenderán que sí es posible dar respuesta a estas preguntas. Esto hace que muchos idealistas alemanes posteriores a Kant adopten posturas cuasi místicas o asuman posiciones metafísicas muy marcadas, pues, exaltan la libertad del sujeto y, por tanto, su capacidad para acceder al conocimiento pleno de lo real. En todo caso, la tensión entre lo finito y lo infinito, será una preocupación típica, no solo de estos autores idealistas, sino del contexto histórico del romanticismo en general. Hegel (1770-1831) con su dialéctica pretenderá resolver esa tensión entre finito e infinito introduciendo el concepto, tan caro en la época, de progreso. Para el filósofo idealista, la dialéctica es el devenir mismo de la realidad, gracias al cual “lo que es” (finito) pasa a ser “lo que debe ser” (infinito). Sin embargo, Hegel asume que finitud e infinitud son momentos de una misma realidad que es absoluta, o, en otras palabras, lo finito incluye lo infinito y viceversa. Para Hegel la dialéctica tiene tres momentos: tesis, antítesis y síntesis. La tesis es la fase afirmativa, por ejemplo una semilla; la antítesis es la negación de la tesis, cuando la semilla se pudre y deja de ser ella misma para transformarse en planta; por último, la síntesis es la negación de la negación, es decir, afirmación pero que contiene la tensión de la tesis y de la antítesis, en el ejemplo sería una nueva semilla que nace de la planta. Como vemos en el ejemplo, cada momento dialéctico comprende al anterior y es fruto de su devenir. Hegel considerará que este proceso se repite en todo lo real, en el pensamiento, en la historia del hombre, en el desarrollo de los seres, etc. y analizó todo lo real desde esta perspectiva progresiva. La dialéctica hegeliana parte de la intuición de Heráclito de que todo está en flujo permanente. La dialéctica es un proceso evolutivo que se repite a sí mismo: cada síntesis se transforma en la tesis de un nuevo movimiento dialéctico.