Georges Balandier Estrategia de lo sagrado y estrategia del poder Lo sagrado es una de las dimensiones del campo político; la religión puede ser un instrumento de poder; la garantía de su legitimidad, uno de los medios empleados en el marco de las competencias políticas. Autores como J. Middleton, en su trabajo consagrado a los Lugbara de Uganda, estudia esencialmente la relación del “ritual” con la “autoridad”. Muestra que las estructuras rituales y las estructuras de autoridad están estrechamente vinculadas. En esta sociedad de linaje, el culto a los ancestros constituye el soporte; los hombre mayores la utilizan con el fin de contener las reivindicaciones de independencias de los hijos menores. La estrategia de lo sagrado, orientada hacia fines políticos, se presenta bajo dos aspectos en apariencia contradictorios, puede estar al servicio del orden existente, o servir a la ambición de aquellos que quieren conquistar la autoridad y legitimarla. La competencia política recurre al lenguaje de la invocación de los espíritus como a la brujería. De esta manera J. Middleton afirma la relación establecida entre los diversos agentes de la estrategia política: “Dios, los muertos y los brujos forman parte del sistema de autoridad, tanto como los hombres vivos”. M. Fortes arriba a una conclusión similar, partiendo de las investigaciones realizadas entre los Tallensi de Ghana. Allí el culto a los ancestros debe ser interpretado, en una sociedad clanica, por referencia al sistema de relaciones sociales y al sistema político-jurídico: “Los Tallensi hacen culto a los ancestros, no por temor a los muertos, no porque crean en la inmortalidad, sino porque su estructura social lo exige.” Esta necesidad se manifiesta bajo la forma de una relación privilegiada instaurada entre los ancestros reconocidos como tales, investidos de un poder sobre natural y beneficiarios de un culto, y los vivos que disponen de un status social superior y de una parcela del poder político. No todos los difuntos se convierten en ancestros, sino solamente aquellos que han dejado un “depositario”, heredero en su cargo. Es sobre esta relación ritual que se organiza la estrategia política. Las relaciones establecidas entre el poder y lo sagrado son asimismo visibles en el orden del mito. B. Malinowski ya lo había sugerido al considerar a los mitos como “una carta social”, como un instrumento manipulado por los detentadores “del poder, de los privilegios y de la propiedad”. Los mitos tienen, bajo este aspecto, una doble función: Explican el orden existente en términos históricos y los justifican dándole una base moral, presentándolo como un sistema fundado en el derecho. Mónica Wilson subraya esta utilización del mito a propósito de los Soto y los Nyakyusa de África meridional. Estos pretenden haber aportado a la región a la cual se establecieron, el fuego, las plantas cultivables y el ganado, y afirman deber el monopolio del poder político a su acción civilizadora; se dicen poseedores, en su ser mismo, de una fuerza vital que pueden transmitir al conjunto del pueblo. El ceremonial y el ritual de sucesión de la jefatura recuerdan simbólicamente estas afirmaciones; el mito es pues reactualizado con el fin de mantener y reforzar el poder. En un estudio de carácter más teórico A. Richards Aborda los “mecanismos” de conservación y de transferencia de “derechos políticos” y remarca que ellos implican la referencia a un pasado más o menos mítico, a actos fundacionales, a la tradición. Las distintas versiones del mito revisten las apariencias de la historia y sus incompatibilidades expresan las contradicciones y los conflictos reales; ellos traducen, al lenguaje que les es propio, los enfrentamientos cuyo objeto son los derechos políticos”. En las sociedades con poder centralizado, el saber mítico (la “carta”), es a menudo resguardado por un cuerpo de especialistas cuyo trabajo es secreto; no es un saber compartido, así como tampoco lo son las funciones políticas mismas. Los Bakabilo, de los bemban de Zambia, son los guardianes exclusivos de las tradiciones miticio-historicas y los sacerdotes hereditarios de los cultos necesarios para el buen funcionamiento del reino. No podríamos concluir de estos ejemplos que el poder político domina la matriz total de lo sagrado y que puede utilizarla en su provecho en cualquier circunstancia. En Austro-Malasia, la bipartición de responsabilidades – acción sobre los hombres, acción sobre los dioses- pone de manifiesto los límites rituales del poder. En su estudio J. Guiart precisa los principios que rigen la división de “tareas” entre el jefe (orokau) y el amo del sol (kavu); el primero actúa por la palabra, que es obligación; el segundo actúa a través de rituales que son instrumentos del ordo rerum. La contribución existente entre estos dos pares constituyen gran parte del dinamismo de la sociedad; ella revela que las estrategias de poder y de lo sagrado no son siempre convergentes. La estrategia de lo sagrado también sirve para limitar u oponerse al poder. J. Beattie distingue los aspectos (y normas) “categóricos” de los aspectos (y normas) “condicionales”. Los primeros tienen un carácter permanente, podríamos decir que constitucional; los segundos no se manifiestan más que en ciertas condiciones, cuando los procedimientos instituidos no pueden operar eficazmente; se trata, de impedir a los gobiernos y a sus agentes actuar en disconformidad “con la concepción d la posición que detentan”. Los instrumentos religiosos pueden asimismo servir a los fines de una oposición mucho más radical. Los movimientos proféticos y mesiánicos revelan, en situaciones de crisis, el cuestionamiento del orden existente y la ascensión de los poderes competitivos. R. Lowie lo remarca en su análisis de la organización política de los “aborígenes americanos”, donde muestra que la voluntad de los jefes amerindios se ha visto debilitada siempre, cada vez que fue confrontada por la de los “mesias”. En Melanesia y África negra, el doblegamiento de los jefes tradicionales durante el periodo colonial ha favorecido la promoción de inventores de nuevos cultos. Los enfrentamientos religiosos expresan con claridad las competencias políticas en las que ponen de manifiesto la debilidad del poder establecido. La innovación religiosa puede conducir a una denegación que encuentra su solución en el plano de la imaginación, o a una oposición que desemboca en la revuelta.