Articulo de Pedro Malo sobre el certamen Nacional de farmacia

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Tunas de Farmacia en COFARES
Este año también hube de perderme el
concierto anual de COFARES; en esta
fecha me tocaba presentar en Jaén al
Pregonero de la Inmaculada Concepción
en la festividad de nuestra Patrona,
Antonio José Ruiz Moya, presidente del
Colegio de Ceuta. El pasado 2002 fui yo
el invitado a pronunciar el Pregón y me
presentó el Sr. Obispo de la Diócesis
con una sabiduría, generosidad y
elocuencia imposibles de igualar por
este farmacoperiodista, aunque el que
hace lo que puede...
Pero si me privé de ese extraordinario
concierto, para compensado, tuve la
enorme satisfacción de asistir al Certamen
Internacional de Tunas de Farmacia
celebrado en el Salón de Actos de
COFARES generosamente cedido, como
después supe, por la Cooperativa, un
detalle que la honra y no olvidarán los futuros boticarios, porque quiero aclarar
que los tunos son gente alegre y
desenfadada, pero guardan en su pecho un
limpio corazón con los atributos de la más
sana juventud, entre los que cuenta la
gratitud. La fama de malos estudiantes,
irresponsables e irrespetuosos, es una leyenda negra inventada por tipos
prematuramente rancios y envidiosos de
alguien que siempre está dispuesto a
sembrar buen humor y optimismo a su
alrededor; por cierto, el espíritu fraterno
que anima a los tunos de raza les hace ser,
desde que se inician, miembros tácitos de
una especie de Hermandad indefinida y
solidaria, practicantes de la Ley no escrita
que impele a correr en ayuda del
compañero con problemas, le conozca o
no, pertenezca a su Tuna u otra de las
Chimbambas: es un camarada y basta.
Podría contar muchas historias que
asombrarían a quienes no captaron ese
espíritu que cito, como las de famosos
profesionales, antiguos tunos, que
atienden y tratan con el mayor cariño a
quienes acuden a ellos si pertenecen o
pertenecieron a una estudiantina.
Mas, dejando apologéticas aparte,
hablaré del Certamen donde participaban las Tunas farmacéuticas de
Barcelona, La Laguna, Granada y
Sevilla, y fuera de concurso la de
Madrid, la organizadora del evento.
Llegamos después del comienzo, por la
plúmbea lentitud del sacerdote cuya
misa escuchamos en la vecina Iglesia.
Era de esos clérigos sólidos que
incluyen infinitos cantos piadosos en el
ritual. El colmo, la homilía larga e
ininteligible, como si el orador llevara
un caramelo gordo en la boca (O acaso
una patata demasiado caliente). El caso
es que cuando acudimos al certamen ya
había terminado la Tuna de Farmacia de
Barcelona, que según me dijeron estuvo
fenomenal.
Al entrar en la sala estaba actuando la
Tuna de La Laguna. La dulce seducción
canaria, el inefable encanto que
muestran sus numerosas agrupaciones
folklóricas, resaltaba en las piezas que
escuchábamos transportándonos a las
risueñas islas de bellas mujeres y
apacibles ensoñaciones, esta vez
adobadas con la travesura estudiantil:
una verdadera delicia. Les siguió la
Tuna de Granada, al parecer la más
galardonada en los distintos encuentros
donde toman parte; me gustó su actuación, francamente redonda en lo
instrumental, percusión y espectacular
lidia de bandera.
Quizá adoleció de dureza la voz
del potente cantor solista, cuyo
indudable entusiasmo y deseos de no
quedar tapado por el conjunto altera
el equilibrio armónico.
La Tuna de Sevilla, mermada
en
sus
componentes
por
circunstancias
adversas,
me
recordó la frase de Churchill sobre
la aviación británica en la Guerra
Mundial: "Nunca tan pocos
lograron hacer tanto", o algo
parecido. Eran sólo nueve los que
subieron al escenario, pero tenían
tal gracia, tal simpatía y tal
sonoridad que parecían noventa,
llenaban la escena y llenaron,
colmadamente, las expectativas de
los asistentes que aplaudieron
incansablemente sus actuaciones.
El broche de oro lo puso la Tuna
de Farmacia de Madrid. Temo no ser
imparcial con ella, como un abuelo
no puede serlo ante el mérito de sus
nietos. Y me emocionó comprobar la
perfección alcanzada por la modesta
criatura que trajimos al mundo en
1948, del que fui partera, jefe y
director hasta el 54. Tras un periodo
de vida latente renació con mayor
pujanza, triunfando por todo el
mundo y llevando sus canciones a
cuatro Continentes. (En mis tiempos,
lo más lejos que llegamos fue a
Ciudad Real). Ahora los veía frente a
mí, en nutrido número que atestaba
el
escenario,
mezclados
los
integrantes de varias generaciones,
calvos o gordos algunos, esbeltos y
aún arrogantes otros, interpuestas la
incipiente arruga de la madurez con
la exultante tersura de la casi
adolescencia.
¡Y su musicalidad!; parecía que los
ángeles custodios de los viejos tunos
que
ya
nos
dejaron
-variossubstituyesen a los ausentes aportando
celestiales sonoridades. ¡Qué maravilla
de conjunción y armonía! ¡Qué calidad
la del solista jotero!, sin fallar una nota,
sin la menor distorsión. Creo que todo el
auditorio se sintió prendido, embargado,
por una ejecución insuperable. Hacían
muy bien, cortesía obliga, con actuar
fuera de concurso, lo contrario habría
sido ventajista.
Al final, el tunísimo por excelencia
Salvador Pérez Vega, el legendario
“Sopi” con sus setenta y pico años –se
inció conmigo, aún no se ha retirado y
conserva una voz increíble- nos regaló
un formidable “Granada” que hizo arder
el ambiente. Rafael Barreiros y su
mujer, padres de un simpático tuno, me
decían – Pedro, nuestro tiempo pasó
pero no se ha muerto. ¿No crees que
esta música hace que volvamos a
sentirnos estudiantes de Farmacia?
Pedro Malo
Nº 167 – Enero 2004
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