Tunas de Farmacia en COFARES Este año también hube de perderme el concierto anual de COFARES; en esta fecha me tocaba presentar en Jaén al Pregonero de la Inmaculada Concepción en la festividad de nuestra Patrona, Antonio José Ruiz Moya, presidente del Colegio de Ceuta. El pasado 2002 fui yo el invitado a pronunciar el Pregón y me presentó el Sr. Obispo de la Diócesis con una sabiduría, generosidad y elocuencia imposibles de igualar por este farmacoperiodista, aunque el que hace lo que puede... Pero si me privé de ese extraordinario concierto, para compensado, tuve la enorme satisfacción de asistir al Certamen Internacional de Tunas de Farmacia celebrado en el Salón de Actos de COFARES generosamente cedido, como después supe, por la Cooperativa, un detalle que la honra y no olvidarán los futuros boticarios, porque quiero aclarar que los tunos son gente alegre y desenfadada, pero guardan en su pecho un limpio corazón con los atributos de la más sana juventud, entre los que cuenta la gratitud. La fama de malos estudiantes, irresponsables e irrespetuosos, es una leyenda negra inventada por tipos prematuramente rancios y envidiosos de alguien que siempre está dispuesto a sembrar buen humor y optimismo a su alrededor; por cierto, el espíritu fraterno que anima a los tunos de raza les hace ser, desde que se inician, miembros tácitos de una especie de Hermandad indefinida y solidaria, practicantes de la Ley no escrita que impele a correr en ayuda del compañero con problemas, le conozca o no, pertenezca a su Tuna u otra de las Chimbambas: es un camarada y basta. Podría contar muchas historias que asombrarían a quienes no captaron ese espíritu que cito, como las de famosos profesionales, antiguos tunos, que atienden y tratan con el mayor cariño a quienes acuden a ellos si pertenecen o pertenecieron a una estudiantina. Mas, dejando apologéticas aparte, hablaré del Certamen donde participaban las Tunas farmacéuticas de Barcelona, La Laguna, Granada y Sevilla, y fuera de concurso la de Madrid, la organizadora del evento. Llegamos después del comienzo, por la plúmbea lentitud del sacerdote cuya misa escuchamos en la vecina Iglesia. Era de esos clérigos sólidos que incluyen infinitos cantos piadosos en el ritual. El colmo, la homilía larga e ininteligible, como si el orador llevara un caramelo gordo en la boca (O acaso una patata demasiado caliente). El caso es que cuando acudimos al certamen ya había terminado la Tuna de Farmacia de Barcelona, que según me dijeron estuvo fenomenal. Al entrar en la sala estaba actuando la Tuna de La Laguna. La dulce seducción canaria, el inefable encanto que muestran sus numerosas agrupaciones folklóricas, resaltaba en las piezas que escuchábamos transportándonos a las risueñas islas de bellas mujeres y apacibles ensoñaciones, esta vez adobadas con la travesura estudiantil: una verdadera delicia. Les siguió la Tuna de Granada, al parecer la más galardonada en los distintos encuentros donde toman parte; me gustó su actuación, francamente redonda en lo instrumental, percusión y espectacular lidia de bandera. Quizá adoleció de dureza la voz del potente cantor solista, cuyo indudable entusiasmo y deseos de no quedar tapado por el conjunto altera el equilibrio armónico. La Tuna de Sevilla, mermada en sus componentes por circunstancias adversas, me recordó la frase de Churchill sobre la aviación británica en la Guerra Mundial: "Nunca tan pocos lograron hacer tanto", o algo parecido. Eran sólo nueve los que subieron al escenario, pero tenían tal gracia, tal simpatía y tal sonoridad que parecían noventa, llenaban la escena y llenaron, colmadamente, las expectativas de los asistentes que aplaudieron incansablemente sus actuaciones. El broche de oro lo puso la Tuna de Farmacia de Madrid. Temo no ser imparcial con ella, como un abuelo no puede serlo ante el mérito de sus nietos. Y me emocionó comprobar la perfección alcanzada por la modesta criatura que trajimos al mundo en 1948, del que fui partera, jefe y director hasta el 54. Tras un periodo de vida latente renació con mayor pujanza, triunfando por todo el mundo y llevando sus canciones a cuatro Continentes. (En mis tiempos, lo más lejos que llegamos fue a Ciudad Real). Ahora los veía frente a mí, en nutrido número que atestaba el escenario, mezclados los integrantes de varias generaciones, calvos o gordos algunos, esbeltos y aún arrogantes otros, interpuestas la incipiente arruga de la madurez con la exultante tersura de la casi adolescencia. ¡Y su musicalidad!; parecía que los ángeles custodios de los viejos tunos que ya nos dejaron -variossubstituyesen a los ausentes aportando celestiales sonoridades. ¡Qué maravilla de conjunción y armonía! ¡Qué calidad la del solista jotero!, sin fallar una nota, sin la menor distorsión. Creo que todo el auditorio se sintió prendido, embargado, por una ejecución insuperable. Hacían muy bien, cortesía obliga, con actuar fuera de concurso, lo contrario habría sido ventajista. Al final, el tunísimo por excelencia Salvador Pérez Vega, el legendario “Sopi” con sus setenta y pico años –se inció conmigo, aún no se ha retirado y conserva una voz increíble- nos regaló un formidable “Granada” que hizo arder el ambiente. Rafael Barreiros y su mujer, padres de un simpático tuno, me decían – Pedro, nuestro tiempo pasó pero no se ha muerto. ¿No crees que esta música hace que volvamos a sentirnos estudiantes de Farmacia? Pedro Malo Nº 167 – Enero 2004