LA PARTICIPACION, TAREA FUNDAMENTAL DE LA ANIMACION LITURGICA 1. ¿Qué es la participación? Participar-participación proceden del latín tardío (partem-capere, participare, participatio) y significan intervenir, asistir, adherirse.... En el lenguaje común se usan para expresar congratulación o condolencia, y en el lenguaje deportivo, cultual, político, económico, para manifestar la intervención activa en estos sectores de la vida. Participare-participatio aparecen en el lenguaje litúrgico indicando siempre una relación a, tener en común con, un estar en comunión. Participación expresa relación, comunicación, identificación, unidad. Pero siempre con matices religiosos y litúrgicos. No en vano se ha usado para referirse a la participación en los sagrados misterios, en particular en la eucaristía, de manera que son muchísimas las oraciones del misal en las que aparece la palabra participatio con esta carga semántica específica. Por eso, en las fuentes litúrgicas interesa más conocer el objeto de la participación que el término en sí. Este objeto puede ser un misterio del Señor, un sacramento, una fiesta, un carisma, la salvación, la vida divina, etc. En consecuencia, la participación litúrgica afecta a tres aspectos inseparables: - la acción de participar, mediante unos actos humanos (gestos, ritos) y unas actitudes internas, susceptibles de variar en intensidad o en modalidad; - el objeto de la participación, o sea, aquello de lo que se participa, que no es solamente un acto, ritual o simbólico, sino también el contenido misterioso que se celebra o actualiza (el acontecimiento de la salvación); - las personas que toman parte en la celebración: ministros y fieles, cada uno según el grado propio de su función eclesial y litúrgica. 2. Características de la participación según la SC La SC no da una definición de lo que entiende por participación de los fieles, pero señala varias notas esenciales de la participación que pertenecen indudablemente al modo de ejercer la asamblea su papel en las celebraciones: Es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano (SC 11). La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho en virtud del bautismo el pueblo cristiano (SC 14). En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas (SC 28). Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la Schola cantorum desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por tanto, su oficio con sincera piedad y el orden que conviene a tan gran ministerio y lo exige con razón el pueblo de Dios (SC 29). En estos textos se advierte que la participación en la liturgia es algo interno y externo (SC 11), algo que implica a toda la persona, de forma que coincidan las actitudes interiores con el gesto o con la acción externa. Por eso se dice que la participación ha de ser consciente (SC 14), además de activa y plena. Aclarado que debe producirse una participación interna o adhesión interior a la obra de la gracia divina, está claro que la participación consiste fundamentalmente en la actuación externa y litúrgica. Por eso se exige también que cada uno desempeñe todo y sólo aquello que le corresponde (SC 28), de manera que puede hablarse de verdadera celebración de todos. Más aún, las tareas que se confían a los seglares (SC 29), constituyen un verdadero ministerio litúrgico, valioso y necesario para la asamblea. Este otro texto es aún más explícito al describir lo que la SC entiende por participación: La Iglesia procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (la eucaristía), como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él (SC 48). Extraños y mudos espectadores es, sin duda, una expresión muy dura para referirse a unos fieles que están, delante de un presbiterio, donde se desarrolla la acción sagrada, que ellos contemplan como si estuvieran en un teatro. Pero lo asombroso es que incluso en el teatro, donde la acción es simulada y los actores están interpretando un papel que nada tiene que ver son su vida real, se produce entre estos y el público, una comunicación y una participación, en lo que está sucediendo, mucho mayor que la que se producía en aquellas celebraciones anteriores a la reforma litúrgica. Los fieles se veían obligados, la mayoría de las veces, a seguir en absoluto silencio y en ignorancia casi total, los movimientos y los gestos del sacerdote. Afortunadamente esta situación está superada y resulta inconcebible. La palabra participación aparece siempre en la constitución SC en aquellos pasajes en los que se enuncian los grandes principios de la reforma litúrgica: la introducción de las lenguas vivas, la adaptación a la cultura y mentalidad de los pueblos, la catequesis litúrgica, la simplificación de los ritos, la presencia de la Sagrada Escritura en las celebraciones, las ediciones de los libros litúrgicos, etc. Resulta extraordinariamente significativa esta disposición: En la revisión de los libros litúrgicos, téngase muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista también la participación de los fieles (SC 31). Hasta entonces las rúbricas de los libros litúrgicos solamente contemplaban la actuación de los ministros. La participación de los fieles pertenece a los principios generales que afectan a la reforma y fomento de la sagrada liturgia. En los textos conciliares se indican las siguientes características: Participación interna y externa: - Interna: es aquella que supone la actitud del corazón y abarca la propia interioridad estableciendo un verdadero sentimiento con aquello que se celebra. Toman parte: el corazón y la mente, el afecto y sentimiento, el deseo y la voluntad. - Externa: es aquella que manifiesta hacia fuera lo que se experimenta internamente y se exterioriza por medio de palabra, gestos, sentimientos y actividades en correspondencia con la ordenación ritual del acto litúrgico. Participación consciente y activa: - Consciente: es aquella que implica el conocimiento y la aceptación del sentido de los símbolos, ritos, palabras y oraciones de que consta la trama de la acción litúrgica. La participación supone la fe y la responsabilidad en aquello que se realiza en la celebración. - Activa: es aquella que implica no sólo el conocimiento, sino también la acción e intervención del sujeto participante, en orden a una asimilación adecuada y plena de la acción litúrgica. Participación piadosa y ferviente: - Piadosa: es aquella que procede del amor filial a Dios Padre, cuya bondad y misericordia son la base de nuestra confianza para la adoración y la alabanza cultual. - Ferviente: es aquella que parte de la fe en lo que celebramos, con la esperanza de aquello que no poseemos, y en la caridad por aquello que ya amamos. Celebramos el amor pascual de Cristo desde una respuesta de fe en su resurrección, con una actitud de amor por haber sido salvados, y llenos de esperanza en la victoria de la resurrección final. Participación total o en cuerpo y alma: - Total: es aquella que abarca la totalidad del ser, sin dejar fuera ninguna dimensión de la persona. Es la persona en su integridad total la que se incorpora en la acción litúrgica. - Cuerpo y Alma: es aquella en no basta participar sólo espiritualmente, sino que es preciso hacerlo también corporalmente. La celebración no es sólo el misterio y la fe, es también la expresión sensible del misterio y de la fe. El hombre es espíritu corporalmente y cuerpo espiritualmente. Por esta razón la participación implica lo corpóreo y lo gestual, el movimiento y la acción. Participación personal y comunitaria: - Personal: es aquella que realiza todas las dimensiones que forman la persona la cual se integra responsablemente en la asamblea y actúa con toda su voluntad para vivir, experimentar y expresar lo que se celebra. - Comunitaria: es aquella por la que nos sentimos unidos con los demás en un mismo acto cultual. La asamblea es el ámbito de la verdadera participación personal. La celebración litúrgica es una acción de todos y expresa nuestra fe común. Podemos decir, por tanto, que la participación según la SC consiste en la intervención de los miembros del Pueblo de Dios, según su condición eclesial, en las acciones litúrgicas como verdaderos actores de las mismas, de una manera consciente, responsable, plena y ordenada. Para facilitar esta participación la SC, esbozó la más amplia reforma de la liturgia que ha conocido la historia, yendo más lejos de lo que el movimiento de renovación de la vida litúrgica venía propugnando desde el siglo XVI. 3. Exigencias de la participación Se trata de exigencias de carácter antropológico que se refieren a aspectos externos de la celebración, pero que están al servicio de su valor transcendente, porque son el soporte de la comunión con el misterio o acontecimiento celebrado y, en definitiva, del encuentro con Dios en Jesucristo por medio del sacramento. Esto da la medida de la importancia de estas exigencias. 1. La participación es una actividad humana que requiere presencia física, identificación en las actitudes, unidad en los gestos y movimientos, coincidencia en las palabras y en los actos, acción común. Esta acción, por otra parte, está sujeta a leyes propias, pues es una acción festiva y simbólica. Debe producirse también una apertura personal, dentro de un clima de comunión e intercambio, tanto al acontecimiento que se va a celebrar, como al mensaje de la Palabra lo que sería la pedagogía de la celebración-, a la llamada al misterio de salvación, la mistagogía o introducción en su vivencia-, y también a las consecuencias que han de derivarse para la vida -la moral cristiana. La acción común pide renuncia a particularismos de expresión para aceptar los cauces que ofrece la celebración, tanto en el plano ritual de actitudes, gestos y movimientos, como en el plano formal de la plegaria, el canto y el silencio. La acción ha de ser verdadera en bondad, en belleza, en sentimientos, en compromisos y actitudes, etc. 2. La participación exige una actitud comunitaria de forma que lo eclesial y compartido tenga primacía sobre lo individual y privado, sin necesidad de anularlo. Más aún, uno y otro aspecto han de integrarse mutuamente, pero sin eliminar ninguno de los dos. Para que la celebración transcurra como corresponde a una acción que es siempre eclesial, todos deben respetar el ritmo de la misma, con sentido de la proporción y de la importancia de cada parte. La celebración es un gran cuadro en movimiento, en el que todos son actores y todos intervienen, aunque sólo sea como miembros de la asamblea que está en la nave de la iglesia: una asamblea viva que ora, canta, dialoga, se mueve, y no sólo oye y contempla. 3. La participación pide actitudes cultuales cristianas, y no meramente religiosas. La razón está en la peculiaridad de la liturgia cristiana como culto al Padre en el Espíritu y la verdad de forma que no se produzca desfase o ruptura entre la celebración y la actitud interior. Por eso lo primero que se requiere es la conversión y la fe, y después la entrega de sí mismo y la comunión con los hermanos. Finalmente, como consecuencia, la misión, el compromiso, el apostolado y el testimonio. Estas actitudes sustentan interiormente la participación externa y le dan autenticidad y verdad, pero también surgen y se alimentan gracias a esta participación. Poniendo un ejemplo, el rito de darse la paz puede ser un gesto más o menos fraterno y verdadero, pero qué duda cabe que el hacerlo bien, conduce a fijarse en el otro y a reconocer al hermano en la fe fuera del templo. 4. Ministerios y participación litúrgica El ejercicio de los diferentes ministerios y funciones que enriquecen a la asamblea celebrante es necesario para la participación activa y plena. La liturgia manifiesta la naturaleza de la iglesia y esta es, toda ella, ministerial, es decir, diferenciada y orgánica en la que no todos tienen el mismo grado de responsabilidad y de ejercicio de la misión eclesial. Ciertamente todo ministerio eclesial tiene su origen e inspiración en el ministerio de la disponibilidad de Cristo y de su hacerse servidor de todos, que se manifiesta y actúa al máximo en el don de su vida. Sabemos que la Eucaristía es el sacramento del don de sí mismo que Cristo ha hecho por obediencia a la voluntad del Padre en favor de todos los hombres: por eso la eucaristía es, al mismo tiempo, fuente de la ministerialidad en la Iglesia y de la Iglesia, y es la forma plasmadora de todo carisma y ministerio según el impulso que viene de la caridad de Cristo. Desde esta perspectiva se comprende que el sentido último y profundo del haced esto en conmemoración mía no está sólo referido a la repetición del rito eucarístico, sino para hacer que los creyentes se conviertan en memoria vida de él amando como él ha amado. A la luz de esta condición que funda los ministerios en la iglesia, comprendemos mejor lo litúrgico. Los carismas y los ministerios encuentran en la Eucaristía su fuente inspiradora y su campo de ejercicio. En la celebración no todos deben hacerlo todo, pero todos tienen un papel específico: cada uno debe, pues, hacer aquello que le compete. La participación activa exige una pluralidad de interventores. En esta coral armonizada de servicios, la liturgia ofrece una imagen de la Iglesia que, en toda su experiencia, se construye con la aportación de todos. 1. El ministro ordenado, es decir, el obispo, el presbítero o el diácono, están puestos en la celebración para presidir y moderar el desarrollo de la acción litúrgica. Ellos deben ser los primeros en tener conciencia de la necesidad del continuo profundizar en la formación litúrgica. Para ellos, que en virtud del orden sagrado están llamados a ejercer el ministerio de la presidencia, resuena todavía la exhortación del apóstol Pablo: quien preside, que lo haga con diligencia (Rom 12,8). De aquí deriva su deber de aprender y de afinar el arte de presidir la asamblea litúrgica, a fin de hacerla verdadera asamblea celebrante, participando activa y conscientemente en el misterio que se celebra. Con oportunas moniciones, con los gestos sobrios y apropiados, con la capacidad de adaptación a las diversas situaciones, con la sabia utilización de las posibilidades de adaptación que ofrecen los libros litúrgicos, con la propia actitud invadida de íntima oración, corresponde en primer lugar a quien preside hacer de la celebración una experiencia de fe que se comunica, de esperanza que se confirma, de caridad que se difunde. 2. Ministerios instituidos de modo estable, mediante un rito, para el servicio de la Palabra y del altar; - El lector: debe ser un testigo del Señor, con una discreta familiaridad con la Escritura (Debe comprender y poder introducir, auque sea brevemente, a los fieles al sentido de los textos que proclama), debe saber proclamar, con clara dicción y participación interior, la palabra. Proclama las lecturas, a excepción del evangelio, dice el salmo responsorial si falta el salmista, propone las intenciones de la oración de los fieles, dirige el canto y la participación de los fieles en ausencia del diácono o del cantor. - El acólito: ayuda al sacerdote y al diácono en el altar, distribuye la Eucaristía y la expone a la adoración como ministro extraordinario. 3. Otros ministerios que no son instituidos, pero que pueden ser desempeñados de forma estable u ocasional según los casos No sólo por varones, sino también por mujeres. Son los siguientes: - Al servicio de la asamblea: personas engarcadas del vestuario litúrgico, vasos sagrados, de la ambientación del lugar, los que hacen la colecta y presentan las ofrendas; el comentador o monitor de la asamblea. - Al servicio de la Palabra de Dios; el lector no instituido y el salmista. - Al servicio del altar y del ministro ordenado: el acólito no instituido, el ministro extraordinario de la comunión y de la exposición, el maestro de ceremonias. - Al servicio del canto: los cantores, el director del canto de la asamblea, el organista y los restantes músicos. - Otros oficios: los padrinos del bautismo, confirmación y matrimonio, los catequistas, los que dirigen la oración,... La asamblea celebrante tiene necesidad de todos los ministerios. Estos deben tener carta de naturaleza en todas las comunidades cristianas, es decir, deben existir en toda asamblea litúrgica de forma estable y no puramente ocasional. Se debe dejar la costumbre de pedir voluntarios para leer o para hacer las ofrendas o la colecta. Las comunidades deben ir contando con el grupo de lectores, monitores, cantores... que no sólo puedan prepararse bien para sus ministerios, sino ejercerlo de manera habitual y estable.