4. Ministerios y participación litúrgica

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LA PARTICIPACION,
TAREA FUNDAMENTAL DE LA ANIMACION LITURGICA
1. ¿Qué es la participación?
Participar-participación proceden del latín tardío (partem-capere, participare, participatio) y
significan intervenir, asistir, adherirse.... En el lenguaje común se usan para expresar
congratulación o condolencia, y en el lenguaje deportivo, cultual, político, económico, para
manifestar la intervención activa en estos sectores de la vida.
Participare-participatio aparecen en el lenguaje litúrgico indicando siempre una relación a,
tener en común con, un estar en comunión. Participación expresa relación, comunicación,
identificación, unidad. Pero siempre con matices religiosos y litúrgicos.
No en vano se ha usado para referirse a la participación en los sagrados misterios, en particular
en la eucaristía, de manera que son muchísimas las oraciones del misal en las que aparece la
palabra participatio con esta carga semántica específica.
Por eso, en las fuentes litúrgicas interesa más conocer el objeto de la participación que el
término en sí. Este objeto puede ser un misterio del Señor, un sacramento, una fiesta, un
carisma, la salvación, la vida divina, etc.
En consecuencia, la participación litúrgica afecta a tres aspectos inseparables:
- la acción de participar, mediante unos actos humanos (gestos, ritos) y unas actitudes
internas, susceptibles de variar en intensidad o en modalidad;
- el objeto de la participación, o sea, aquello de lo que se participa, que no es solamente un
acto, ritual o simbólico, sino también el contenido misterioso que se celebra o actualiza (el
acontecimiento de la salvación);
- las personas que toman parte en la celebración: ministros y fieles, cada uno según el
grado propio de su función eclesial y litúrgica.
2. Características de la participación según la SC
La SC no da una definición de lo que entiende por participación de los fieles, pero señala
varias notas esenciales de la participación que pertenecen indudablemente al modo de
ejercer la asamblea su papel en las celebraciones:
Es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada liturgia con recta disposición de
ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina,
para no recibirla en vano (SC 11).
La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a los fieles a aquella
participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la
naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho en virtud del bautismo el
pueblo cristiano (SC 14).
En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su
oficio hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y
las normas litúrgicas (SC 28).
Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la Schola cantorum
desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por tanto, su oficio con
sincera piedad y el orden que conviene a tan gran ministerio y lo exige con razón el
pueblo de Dios (SC 29).
En estos textos se advierte que la participación en la liturgia es algo interno y externo (SC 11),
algo que implica a toda la persona, de forma que coincidan las actitudes interiores con el gesto
o con la acción externa. Por eso se dice que la participación ha de ser consciente (SC 14),
además de activa y plena.
Aclarado que debe producirse una participación interna o adhesión interior a la obra de la
gracia divina, está claro que la participación consiste fundamentalmente en la actuación
externa y litúrgica. Por eso se exige también que cada uno desempeñe todo y sólo aquello que
le corresponde (SC 28), de manera que puede hablarse de verdadera celebración de todos. Más
aún, las tareas que se confían a los seglares (SC 29), constituyen un verdadero ministerio
litúrgico, valioso y necesario para la asamblea.
Este otro texto es aún más explícito al describir lo que la SC entiende por participación:
La Iglesia procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (la eucaristía),
como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de
los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción
sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del
Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia
inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él (SC 48).
Extraños y mudos espectadores es, sin duda, una expresión muy dura para referirse a unos
fieles que están, delante de un presbiterio, donde se desarrolla la acción sagrada, que ellos
contemplan como si estuvieran en un teatro. Pero lo asombroso es que incluso en el teatro,
donde la acción es simulada y los actores están interpretando un papel que nada tiene que ver
son su vida real, se produce entre estos y el público, una comunicación y una participación, en
lo que está sucediendo, mucho mayor que la que se producía en aquellas celebraciones
anteriores a la reforma litúrgica. Los fieles se veían obligados, la mayoría de las veces, a seguir
en absoluto silencio y en ignorancia casi total, los movimientos y los gestos del sacerdote.
Afortunadamente esta situación está superada y resulta inconcebible.
La palabra participación aparece siempre en la constitución SC en aquellos pasajes en los que
se enuncian los grandes principios de la reforma litúrgica: la introducción de las lenguas vivas,
la adaptación a la cultura y mentalidad de los pueblos, la catequesis litúrgica, la simplificación
de los ritos, la presencia de la Sagrada Escritura en las celebraciones, las ediciones de los
libros litúrgicos, etc.
Resulta extraordinariamente significativa esta disposición: En la revisión de los libros
litúrgicos, téngase muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista también la participación de
los fieles (SC 31). Hasta entonces las rúbricas de los libros litúrgicos solamente contemplaban
la actuación de los ministros.
La participación de los fieles pertenece a los principios generales que afectan a la reforma y
fomento de la sagrada liturgia. En los textos conciliares se indican las siguientes
características:
Participación interna y externa:
- Interna: es aquella que supone la actitud del corazón y abarca la propia interioridad
estableciendo un verdadero sentimiento con aquello que se celebra. Toman parte: el corazón y
la mente, el afecto y sentimiento, el deseo y la voluntad.
- Externa: es aquella que manifiesta hacia fuera lo que se experimenta internamente y se
exterioriza por medio de palabra, gestos, sentimientos y actividades en correspondencia con la
ordenación ritual del acto litúrgico.
Participación consciente y activa:
- Consciente: es aquella que implica el conocimiento y la aceptación del sentido de los
símbolos, ritos, palabras y oraciones de que consta la trama de la acción litúrgica. La
participación supone la fe y la responsabilidad en aquello que se realiza en la celebración.
- Activa: es aquella que implica no sólo el conocimiento, sino también la acción e intervención
del sujeto participante, en orden a una asimilación adecuada y plena de la acción litúrgica.
Participación piadosa y ferviente:
- Piadosa: es aquella que procede del amor filial a Dios Padre, cuya bondad y misericordia son
la base de nuestra confianza para la adoración y la alabanza cultual.
- Ferviente: es aquella que parte de la fe en lo que celebramos, con la esperanza de aquello que
no poseemos, y en la caridad por aquello que ya amamos. Celebramos el amor pascual de
Cristo desde una respuesta de fe en su resurrección, con una actitud de amor por haber sido
salvados, y llenos de esperanza en la victoria de la resurrección final.
Participación total o en cuerpo y alma:
- Total: es aquella que abarca la totalidad del ser, sin dejar fuera ninguna dimensión de la
persona. Es la persona en su integridad total la que se incorpora en la acción litúrgica.
- Cuerpo y Alma: es aquella en no basta participar sólo espiritualmente, sino que es preciso
hacerlo también corporalmente. La celebración no es sólo el misterio y la fe, es también la
expresión sensible del misterio y de la fe. El hombre es espíritu corporalmente y cuerpo
espiritualmente. Por esta razón la participación implica lo corpóreo y lo gestual, el movimiento
y la acción.
Participación personal y comunitaria:
- Personal: es aquella que realiza todas las dimensiones que forman la persona la cual se
integra responsablemente en la asamblea y actúa con toda su voluntad para vivir, experimentar
y expresar lo que se celebra.
- Comunitaria: es aquella por la que nos sentimos unidos con los demás en un mismo acto
cultual. La asamblea es el ámbito de la verdadera participación personal. La celebración
litúrgica es una acción de todos y expresa nuestra fe común.
Podemos decir, por tanto, que la participación según la SC consiste en la intervención de los
miembros del Pueblo de Dios, según su condición eclesial, en las acciones litúrgicas como
verdaderos actores de las mismas, de una manera consciente, responsable, plena y ordenada.
Para facilitar esta participación la SC, esbozó la más amplia reforma de la liturgia que ha
conocido la historia, yendo más lejos de lo que el movimiento de renovación de la vida
litúrgica venía propugnando desde el siglo XVI.
3. Exigencias de la participación
Se trata de exigencias de carácter antropológico que se refieren a aspectos externos de la
celebración, pero que están al servicio de su valor transcendente, porque son el soporte de la
comunión con el misterio o acontecimiento celebrado y, en definitiva, del encuentro con Dios
en Jesucristo por medio del sacramento. Esto da la medida de la importancia de estas
exigencias.
1. La participación es una actividad humana que requiere presencia física, identificación en
las actitudes, unidad en los gestos y movimientos, coincidencia en las palabras y en los
actos, acción común. Esta acción, por otra parte, está sujeta a leyes propias, pues es una
acción festiva y simbólica.
Debe producirse también una apertura personal, dentro de un clima de comunión e
intercambio, tanto al acontecimiento que se va a celebrar, como al mensaje de la Palabra lo que sería la pedagogía de la celebración-, a la llamada al misterio de salvación, la
mistagogía o introducción en su vivencia-, y también a las consecuencias que han de
derivarse para la vida -la moral cristiana.
La acción común pide renuncia a particularismos de expresión para aceptar los cauces que
ofrece la celebración, tanto en el plano ritual de actitudes, gestos y movimientos, como en
el plano formal de la plegaria, el canto y el silencio. La acción ha de ser verdadera en
bondad, en belleza, en sentimientos, en compromisos y actitudes, etc.
2. La participación exige una actitud comunitaria de forma que lo eclesial y compartido tenga
primacía sobre lo individual y privado, sin necesidad de anularlo. Más aún, uno y otro
aspecto han de integrarse mutuamente, pero sin eliminar ninguno de los dos.
Para que la celebración transcurra como corresponde a una acción que es siempre eclesial,
todos deben respetar el ritmo de la misma, con sentido de la proporción y de la importancia
de cada parte. La celebración es un gran cuadro en movimiento, en el que todos son
actores y todos intervienen, aunque sólo sea como miembros de la asamblea que está en la
nave de la iglesia: una asamblea viva que ora, canta, dialoga, se mueve, y no sólo oye y
contempla.
3. La participación pide actitudes cultuales cristianas, y no meramente religiosas. La razón
está en la peculiaridad de la liturgia cristiana como culto al Padre en el Espíritu y la verdad
de forma que no se produzca desfase o ruptura entre la celebración y la actitud interior.
Por eso lo primero que se requiere es la conversión y la fe, y después la entrega de sí
mismo y la comunión con los hermanos. Finalmente, como consecuencia, la misión, el
compromiso, el apostolado y el testimonio.
Estas actitudes sustentan interiormente la participación externa y le dan autenticidad y verdad,
pero también surgen y se alimentan gracias a esta participación. Poniendo un ejemplo, el rito
de darse la paz puede ser un gesto más o menos fraterno y verdadero, pero qué duda cabe que
el hacerlo bien, conduce a fijarse en el otro y a reconocer al hermano en la fe fuera del templo.
4. Ministerios y participación litúrgica
El ejercicio de los diferentes ministerios y funciones que enriquecen a la asamblea celebrante
es necesario para la participación activa y plena. La liturgia manifiesta la naturaleza de la
iglesia y esta es, toda ella, ministerial, es decir, diferenciada y orgánica en la que no todos
tienen el mismo grado de responsabilidad y de ejercicio de la misión eclesial.
Ciertamente todo ministerio eclesial tiene su origen e inspiración en el ministerio de la
disponibilidad de Cristo y de su hacerse servidor de todos, que se manifiesta y actúa al
máximo en el don de su vida.
Sabemos que la Eucaristía es el sacramento del don de sí mismo que Cristo ha hecho por
obediencia a la voluntad del Padre en favor de todos los hombres: por eso la eucaristía es, al
mismo tiempo, fuente de la ministerialidad en la Iglesia y de la Iglesia, y es la forma
plasmadora de todo carisma y ministerio según el impulso que viene de la caridad de Cristo.
Desde esta perspectiva se comprende que el sentido último y profundo del haced esto en
conmemoración mía no está sólo referido a la repetición del rito eucarístico, sino para hacer
que los creyentes se conviertan en memoria vida de él amando como él ha amado. A la luz de
esta condición que funda los ministerios en la iglesia, comprendemos mejor lo litúrgico.
Los carismas y los ministerios encuentran en la Eucaristía su fuente inspiradora y su campo de
ejercicio. En la celebración no todos deben hacerlo todo, pero todos tienen un papel
específico: cada uno debe, pues, hacer aquello que le compete.
La participación activa exige una pluralidad de interventores. En esta coral armonizada de
servicios, la liturgia ofrece una imagen de la Iglesia que, en toda su experiencia, se construye
con la aportación de todos.
1. El ministro ordenado, es decir, el obispo, el presbítero o el diácono, están puestos en la
celebración para presidir y moderar el desarrollo de la acción litúrgica.
Ellos deben ser los primeros en tener conciencia de la necesidad del continuo profundizar en la
formación litúrgica. Para ellos, que en virtud del orden sagrado están llamados a ejercer el
ministerio de la presidencia, resuena todavía la exhortación del apóstol Pablo: quien preside,
que lo haga con diligencia (Rom 12,8). De aquí deriva su deber de aprender y de afinar el arte
de presidir la asamblea litúrgica, a fin de hacerla verdadera asamblea celebrante, participando
activa y conscientemente en el misterio que se celebra.
Con oportunas moniciones, con los gestos sobrios y apropiados, con la capacidad de
adaptación a las diversas situaciones, con la sabia utilización de las posibilidades de
adaptación que ofrecen los libros litúrgicos, con la propia actitud invadida de íntima oración,
corresponde en primer lugar a quien preside hacer de la celebración una experiencia de fe que
se comunica, de esperanza que se confirma, de caridad que se difunde.
2. Ministerios instituidos de modo estable, mediante un rito, para el servicio de la Palabra y
del altar;
- El lector: debe ser un testigo del Señor, con una discreta familiaridad con la Escritura (Debe
comprender y poder introducir, auque sea brevemente, a los fieles al sentido de los textos que
proclama), debe saber proclamar, con clara dicción y participación interior, la palabra.
Proclama las lecturas, a excepción del evangelio, dice el salmo responsorial si falta el salmista,
propone las intenciones de la oración de los fieles, dirige el canto y la participación de los
fieles en ausencia del diácono o del cantor.
- El acólito: ayuda al sacerdote y al diácono en el altar, distribuye la Eucaristía y la expone a la
adoración como ministro extraordinario.
3. Otros ministerios que no son instituidos, pero que pueden ser desempeñados de forma
estable u ocasional según los casos
No sólo por varones, sino también por mujeres. Son los siguientes:
- Al servicio de la asamblea: personas engarcadas del vestuario litúrgico, vasos sagrados, de la
ambientación del lugar, los que hacen la colecta y presentan las ofrendas; el comentador o
monitor de la asamblea.
- Al servicio de la Palabra de Dios; el lector no instituido y el salmista.
- Al servicio del altar y del ministro ordenado: el acólito no instituido, el ministro
extraordinario de la comunión y de la exposición, el maestro de ceremonias.
- Al servicio del canto: los cantores, el director del canto de la asamblea, el organista y los
restantes músicos.
- Otros oficios: los padrinos del bautismo, confirmación y matrimonio, los catequistas, los que
dirigen la oración,...
La asamblea celebrante tiene necesidad de todos los ministerios. Estos deben tener carta de
naturaleza en todas las comunidades cristianas, es decir, deben existir en toda asamblea
litúrgica de forma estable y no puramente ocasional. Se debe dejar la costumbre de pedir
voluntarios para leer o para hacer las ofrendas o la colecta. Las comunidades deben ir
contando con el grupo de lectores, monitores, cantores... que no sólo puedan prepararse
bien para sus ministerios, sino ejercerlo de manera habitual y estable.
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