Claude Lèvi-Strauss

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La muerte de Lévi-Strauss: El cazador de símbolos
Tenía 100 años. Había dedicado su vida a estudiar las estructuras comunes que subyacen
a los mitos de diferentes culturas. Fue más que un antropólogo: descifró el solfeo del
espíritu, o se acercó a ello, a fuerza de rigor y de creatividad conceptual. Fue perseguido
durante el nazismo pero nunca cejó en su búsqueda.
Por: Roger-Pol Droit
Junto con Roman Jakobson, Levi Strauss es considerado el padre del estructuralismo
antropológico.
Pocos sabios se aventuraron tan lejos como Claude Lévi-Strauss en la exploración de los
mecanismos de la cultura. Por vías diferentes y convergentes, se esforzó por comprender
la gran máquina simbólica que agrupa todos los planos de la vida humana, desde la
familia hasta las creencias religiosas, de las obras de arte a los modales en la mesa. La
paradoja de las grandes obras, las que son verdaderamente decisivas e innovadoras, es
que se pueden caracterizar en pocas palabras.
Podría decirse, por lo tanto, que descifró el solfeo del espíritu. Por lo menos se aproximó
a ello, y mucho, a fuerza de rigor y de creatividad conceptual. Hablar de un solfeo del
espíritu no es sólo la prolongación de esa metáfora musical siempre presente en la obra
del antropólogo. Ahora bien, hay que entender esa fórmula de manera literal. Aun en el
caso de que cantáramos, y a diario, los meandros de la vida en sociedad; aun si
conociéramos de memoria las melodías o los matrimonios; no sabríamos qué es lo que
organizó esos sistemas. La conciencia no nos revela nada de forma espontánea acerca de
los procesos que están en funcionamiento en el vasto ámbito de la simbología social. Es
por eso que ignorábamos sus reglas de funcionamiento, las leyes de sus combinaciones.
Nos faltaba el solfeo.
Más allá de la diversidad de las melodías, eso explica las reglas que las engendran:
acuerdo, cambio, transformaciones. Definió las formas (canon, fuga, sonata...) No es
errado decir que la actividad de Claude Lévi-Strauss apuntaba a un objetivo análogo. Lo
que lo atraía era ante todo descubrir las organizaciones ocultas, las leyes subyacentes en el
tornasol de las apariencias sociales. Había quienes pensaban en la geología al contemplar
un paisaje o reflexionaban sobre las clasificaciones botánicas al encontrarse ante macizos
de flores.
Es por eso que, más allá de la desconcertante profusión de las reglas de parentesco, de
los tótems o de los mitos, más allá del aparente caos de los intercambios económicos y
las creaciones artísticas, se concentró en descubrir, más que una división única y aislada,
algunas de las estructuras que los crearon, independientemente de la voluntad y la
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conciencia de los actores.
Esa tarea, en el fondo siempre similar, tuvo varias épocas y una sucesión de puntos de
aplicación. Se concentró primero en el parentesco, del cual Claude Lévi-Strauss
abandonó en su tesis la cara visible para analizar "las estructuras elementales". Su obra se
concentró luego en el tótem, cuyo enigma aclaró eliminando el terreno de las aparentes
analogías para captar mejor los juegos globales. También se centró extensamente en la
mitología y con cuatro volúmenes monumentales –de 1964 a 1971– examinó sus
transformaciones y su funcionamiento en sí, independiente de las decisiones individuales,
de las lenguas, de los pueblos y hasta de los lugares y los tiempos.
Esa preocupación por las estructuras, las combinatorias, los códigos de transformación,
aproxima a Claude Lévi-Strauss a los científicos, sobre todo a los matemáticos. También
lo acerca a los filósofos, que, de Platón a Kant, reconocieron el lugar central de los
procesos formales.
Los mitos "se piensan entre ellos": en eso reside el núcleo de la obra y lo que ésta tiene, a
su manera, de vertiginosa. Por eso, en el análisis de esos miles de mitos que "se piensan
entre ellos", se responden sin conocerse, se combinan sin que nadie lo haya decidido, se
vislumbran los procesos mentales universales.
Ese enfoque de un solfeo del espíritu humano prolonga o acompaña el esquematismo de
Kant, la lingüística estructural de Roman Jakobson o, en el psicoanálisis, la teoría
lacaniana del significante. El resultado es tanto más impresionante porque ese análisis
convoca a pueblos y culturas sin contactos conocidos entre ellos. El historiador –como
Georges Dumézil, también imbuido de una perspectiva estructural– sólo compara los
mitos surgidos de pueblos cuyos vínculos están documentados. Al superar ese límite, al
comparar, por ejemplo, los mitos amerindios con los de Japón, Lévi-Strauss abrió
perspectivas teóricas que exceden los límites de la etnología e interesan a la antropología
general y al estudio del espíritu de los hombres.
Sin duda esa es una marca persistente, a través de desvíos y exilios, de su profundo
compromiso con el rigor de los filósofos. Muy joven, este hijo de artista (su padre era
pintor) dirigió su atención hacia los conceptos. En 1927 opta por la filosofía y empieza a
enseñarla en 1932. Sin embargo, se aburre con rapidez y cede al deseo de "vivir una
experiencia en sociedades indígenas". En 1935 viaja a San Pablo, Brasil, donde enseña
durante tres años y realiza varias misiones de estudio entre los bororo y luego entre los
nambikawara en compañía de Dina Dreyfus, su primera mujer, con la que se había
casado en 1932.
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Se separaron a su regreso a Francia en 1939. El antropólogo se casó luego dos veces más,
en 1945 y en 1954.
Separado de la docencia como consecuencia de las leyes antijudías de Vichy, viaja a
Nueva York, donde frecuenta a los surrealistas y se vincula con Jakobson, cuyo aporte
fue determinante para la producción de su obra. El período de posguerra fue inestable
para este investigador cuyas obras maestras empezaban a publicarse y no contaban aún
con el reconocimiento de las instituciones académicas. Agregado cultural en Nueva York
y luego enviado de la Unesco en India y Paquistán, en 1950 se incorporó a la École
Pratique des Hautes Études con el apoyo de Dumézil.
En 1955, Tristes trópicos lo hace conocido entre el gran público. Es un diario de viaje de
escritura límpida y sensible, una meditación sobre el saber y la época de tono muy libre.
El libro fue un éxito literario que pronto se convirtió en un éxito de ventas y más tarde
en un libro de referencia. Muchas de sus páginas integraron después antologías utilizadas
en las aulas. En el texto vemos a un viajero ya preocupado por los desastres del planeta,
atormentado por la destrucción de la diversidad humana, pionero de la ecología. Se
advierte también su inclinación por el budismo y sus reservas en relación con el islam.
Estas últimas son tan fuertes, que algunas páginas de Tristes trópicos a las que en su
época no se les prestó atención, seguramente le valdrían a su autor virulentas protestas si
fueran publicadas en la actualidad.
Luego de la publicación de Antropología estructural (1958) y de su elección para el
Collège de France (1959), Lévi-Strauss desarrolló una actividad excepcional como
organizador y autor que le valió un creciente reconocimiento internacional. Después de
El pensamiento salvaje (1962) y de los cuatro tomos de Mitológicas, se hizo evidente que
su obra era una de las más importantes del siglo. Es por eso que resulta difícil hablar del
hombre, de la sociedad o de los intercambios sin tener en cuenta su aporte.
Los honores se sucedieron. En 1973 se eligió a Claude Lévi-Strauss como miembro de la
Academia Francesa. Acompañó a François Mitterrand a Brasil en 1985; sus colecciones
de objetos se expusieron en el Museo del Hombre en 1989 y sus fotografías de Brasil se
publicaron en 1994.
En 2005, la Unesco festejaba el sexagésimo aniversario de su creación y le confió a su
antiguo colaborador el discurso de apertura, discurso que, a pesar de que el orador se
aproximaba al siglo de vida, seguirá siendo un modelo de pertinencia y lucidez. En el
mismo, al referirse a Rousseau –uno de sus maestros, junto con Montaigne–, destaca las
amenazas que nuestra expansión desenfrenada significan para la naturaleza y la
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humanidad. En definitiva, Claude Lévi-Strauss no separaba la defensa de la diversidad
cultural y de la diversidad natural.
En una época vertiginosa, confusa, sumida en la abulia y el simplismo, Lévi-Strauss
pasaba con frecuencia por distante. Todos los que tuvieron la oportunidad de conocerlo
saben en qué medida ese espíritu universal, profundamente interesado en la dignidad de
todos los pueblos, era accesible, amistoso, leal y cálido, sobre todo si se le mantenía la
mirada, por muy acerada que ésta fuera.
(C) Le Monde y Clarin
Traducción de Joaquin Ibarburu
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