341 MIÉRCOLES 31 DE DICIEMBRE DEL 2008 El siglo de Lévi-Strauss La inmensa obra del antropólogo muestra como los mitos operan en las mentes de los hombres sin que ellos se den cuenta Páginas 3 a 6 Escrituras Un poeta popular Joan Margarit ha conseguido el reconocimiento de los lectores iluminando las catástrofes y las maravillas de la vida Documental De Esclusa a Brodsky El fotógrafo catalán y el bonaerense han mantenido durante meses una correspondencia de imágenes prescindiendo de la palabra Expuesto Romanticismo Tomàs Llorens comenta las exposiciones barcelonesas sobre Eugenio Lucas, que hizo de los bocetos su mejor creación estética Página 7 Página 12 Página 14 Lévi-Strauss en el Amazonas en los años treinta. En las otras páginas, el antropólogo en el 2005, cuando recibió en París el 17º Premi Internacional Catalunya RUE DES ARCHIVES / ACI Raros son los sabios (y los humanos) que llegan a centenarios. Claude Lévi-Strauss lo es desde noviembre. Su obra, ya clásica, desafía al tiempo El origen y el fin JOAN BESTARD Al leer la inmensa obra de Claude Lévi-Strauss, el antropólogo nacido en Bruselas y formado en París que cumplió cien años el pasado 28 de noviembre, siempre me han intrigado profundamente dos observaciones. Una es la descripción en Tristes trópicos de su encuentro en el Brasil con una tribu hasta el momento desconocida. La otra es el gran final del cuarto tomo de las Mitológicas, donde señala que la ausencia de diferencias conduce inexorablemente a la nada. En el capítulo titulado Robinson de Tristes trópicos, Lévi-Strauss describe su encuentro con un grupo, los mundé, que nadie hasta el momento había descubierto. Esta situación es el sueño de cualquier etnólogo que busca registrar experiencias humanas completamente diferentes a la nuestra, culturas que no nos deben nada y que nos sorprenden por su radical extrañeza. Es el escenario aparentemente ideal para un joven etnólogo como Lévi-Strauss. Sin embargo, ante este encuentro con un grupo humano absolutamente extraño, le surge una duda melancólica. La mirada analítica de la ciencia disuelve inexorablemente la extrañeza. Ninguna comunidad indígena sobrevive intacta tras ser descubierta por occidentales. Nuestra capacidad predadora es superior a las buenas intenciones de un joven etnólogo aislado en la selva tropical. Si por el contrario, este mismo etnólogo, acepta la extrañeza de este grupo humano, mejor que no disuelva este residuo de la experiencia humana en una descripción etnográfica si no es capaz de captar la extrañeza tal como es. El texto etnográfico destruirá la vitalidad de la experiencia inmediata con lo extraño. Ante esta paradoja, Lévi-Strauss tomó un camino indirecto. No analizó la extrañeza de las costumbres de los grupos humanos a través de una inmersión personal entre ellos –el camino que casi todos los antropólogos modernos han seguido después de Malinowski–, sino que examinó desde lejos los productos culturales –sistemas de parentes- Entre dos certezas contrarias, la del ser y la del no-ser, se construyeron los mitos co, mitologías y artes visuales– que confieren extrañeza a los grupos humanos si los miramos desde cerca. Para Lévi-Strauss no hay otra salida. Ante los residuos que quedan de la destrucción occidental sobre otras culturas, todavía podemos restituir su sentido e interesarnos apasionadamente por el pensamiento en estado salvaje, es decir, una estructura del pensar no contaminada ni por la escritura ni por la ciencia. Rehabilitar esta estructura de pensamiento, que denominó la ciencia de lo concreto, es lo que se propuso a lo largo de su vida pro- > TEMA Miércoles, 31 diciembre 2008 Cultura|s La Vanguardia 4 > fesional, analizando y comparando los sistemas de parentesco australianos y asiáticos, las mitologías del continente americano y las artes visuales de la costa del noroeste americano. Para Lévi-Strauss el elemento clave de esta estructura de pensamiento es la diferencia y el contraste. Sin diferencia no es posible pensar o, como señalan los lingüistas, el sentido proviene del contraste entre fonemas. Los mitos son un conjunto de transformaciones de sistemas de oposición extraídos del mundo sensible –crudo y cocido; miel y tabaco; norte y sur; sol y luna...– que en última instancia remiten a la oposición entre ser y noser. La reflexión que Lévi-Strauss hace al final de El hombre desnudo, último tomo de Mitológicas, sobre esta oposición original tiene un carácter al mismo tiempo fundador y profético. Esta oposición fundamental es la que genera las demás oposiciones que pueblan los mitos. Por una parte, la realidad del ser da sentido a los gestos cotidianos y a la vida sentimental, moral y política de los humanos. Por otra, la realidad del no-ser nos recuerda nuestra desaparición ineludible de la superficie de un planeta también abocado a la desaparición. Entre estas dos certezas contrarias se construyeron los mitos, entrelazando otras oposiciones más susceptibles de mediación y resolución cultural. Sin embargo, estas mismas mitologías nos recuerdan la certidumbre del no-ser y el ineludible camino hacia la nada. Nos lo recuerdan de dos maneras. Una, porque las mitologías son vestigios de una cultura original –la amerindia– que el afán colonizador occidental redujo a cenizas. Después del desastre quedaba alguna conciencia etnológica, en este caso la del mismo Lévi-Strauss, que las restituyó de la nada. Dos, porque gracias a esta restitución nos trasladamos a un mundo donde la oposición entre cultura y naturaleza no es ni de dominio ni de superioridad. En estas culturas los humanos son parte integrante de la naturaleza y construyen el sentido de su existencia a partir de la diversidad, el contraste y la extrañeza del mundo que les rodea. Esta capacidad de contraste la hemos ido perdiendo a fuerza de destrucción civilizadora y abuso de la naturaleza. ¿Cuántas culturas desaparecieron a lo largo del siglo XX? ¿Cuántas lenguas? ¿Cuántas especies naturales? Llegará un momento –quizás ya ha llegado– en el que la diferencia ya no será posible y la extrañeza se convertirá en trivialidad. A partir de este momento, la entropía se apoderará de la cultura, no será posible el sentido y sólo quedará una cosa: nada. Mientras, otras conciencias con vocación etnológica como la de Lévi-Strauss tendrán que devolver el sentido a los mundos destruidos por las guerras poscoloniales del siglo XXI. | Narrar / interpretar los mitos La genialidad de un no-autor Carles Salazar i Carrasco es antropólogo en la Universitat de Lleida CARLES SALAZAR I CARRASCO Todos los textos tienen un autor. Aunque el autor sea desconocido, existe siempre porque es imposible tener un texto sin que nadie lo haya escrito previamente. Algo distinto sucede, sin embargo, con las narraciones orales. El que narra una historia no tiene por qué ser su autor. Podemos narrar una historia que nos han contado antes y quizá el que nos la contó también la oyó de otro narrador, y ese de otro y así sucesivamente. Claro que las narraciones no surgen de la nada, alguien se las inventó en primer lugar. Efectivamente, pero ¿y si esa historia que alguien se inventó es narrada, escuchada y vuelta a narrar durante años, durante generaciones? ¿Acaso podemos decir que ese inventor originario continúa siendo el autor de la historia que hemos escuchado nosotros pasadas, digamos, veinte generaciones, cuando la historia ha sido narrada y escuchada centenares de miles de veces por otros tantos oyentes y narradores? No, la autoría del narrador originario es ya imperceptible, se ha desvanecido. Los textos que poseemos en la actualidad de Platón y Aristóteles, por ejemplo, no son textos originales. Son simples copias que en su momento se hicieron de otras copias. Lo que Platón y Aristóteles escribieron de su puño y letra –si es que escribieron alguna cosa– hace siglos que desapareció. Sin embargo, nadie duda de la autenticidad de las copias de sus famosos escritos que podemos encontrar en cualquier librería. Naturalmente que puede haber errores en la transcripción de un texto. Pero siempre serán muchos menos que los errores que aparecen en la repetición de una historia oral. De hecho, en este último caso a menudo no se trata de errores propiamente dichos, puesto que en la repetición de una historia oral raras veces repetimos exactamente la narración Una teoría de la cultura La muerte del hombre Roger Sansi es antropólogo en la Universidad de Londres ROGER SANSI La mayoría de los filósofos postestructuralistas están muertos. Pero aún hoy, son referencias escolásticas fundamentales. Por un extraño e inquietante azar, Lévi-Strauss, el estructuralista, al que seguían y criticaban, los ha sobrevivido, llegando a los 100 años; pero ya nadie lo cita. La historia tiene esas cosas. Lévi-Strauss no fue sólo el antropólogo más influyente entre los antropólogos, sino también entre los filósofos del siglo pasado. Su obra fue fundamental para toda la generación de los sesenta, comenzando por Foucault y Derrida. De LéviStrauss, estos autores tomaron el antihumanismo: frente a la razón consciente ilustrada, Lévi-Strauss enfatizaba la importancia de los procesos de significación inconscientes, no sólo a un nivel individual, sino colectivo. Por supuesto, todos estos autores después criticaron abiertamente a Lévi-Strauss, hasta el punto de que en de EE. UU. fueron promocionados con la marca de postestructuralistas. Pero incluso la marca de post –después de– nos muestra la deuda profunda de estos autores con él. Hoy en día es un poco difícil entender el debate sobre el humanismo en aquella época. La muerte del hombre que proclamaba Foucault frecuentemente se ha reducido a la anodina crítica del hombre blanco imperialista y falocéntrico que conduce un 4x4. Por otro lado, muchos filosofastros de derechas, en Europa y EE.UU., claman por un retorno al orden, a los valores ilustrados frente a los peligros del relativismo, la inmigración, la religión y quien sabe qué otras plagas bíblicas. Puede que haya llegado el momento de revisar las raíces de los original. Consciente o inconscientemente, cada narrador añade siempre algo nuevo. Porque el sentido de una narración, igual que el de todo acto de comunicación oral, se encuentra en el contexto en el que la narración tiene lugar, en las personas a quien va dirigida, en las características del lugar donde se realiza la narración (en todo lo que en definitiva entendemos por contexto). Los textos escritos, en cambio, se pueden descontextualizar con facilidad sin que pierdan su significado. El lector de estas líneas no sabe nada del contexto en el que este artículo se escribió ni yo sé nada del contexto en el que él o ella lo está leyendo. Aun así, el texto no pierde por ello su significado. Nada de esto es posible con una narración oral. Los mitos son eso precisamente: narraciones orales que alguien se inventó en un tiempo muy remoto y que han ido pasando de generación en generación durante siglos. Hasta que un antropólogo los escucha y los transcribe, y empieza a preguntarse por su significado. ¿Quién hay detrás de esta historia? ¿Quién es el autor de los mitos? Nadie. Ni puede ser el narrador originario, cuya autoría se desvaneció hace siglos, ni pueden ser tampoco la infinidad de narradores sucesivos, que se limitan simplemente a repetir algo que han oído de otro individuo. El autor del mito no es otro que el instrumento, magnífico instrumento, debates de las últimas décadas, y en ese sentido puede que no sea tan mala idea sacar a Lévi-Strauss del armario. Comenzando por la cuestión de la muerte del hombre. De hecho, la crítica a la teoría ilustrada de naturaleza humana se encuentra ya contenida en la tradición antropológica, desde Boas y Mauss, pero quizá encuentra en Lévi-Strauss su expresión más brillante, en particular en El pensamiento salvaje, que fue maravillosamente traducido al catalán por Martí i Pol para Edicions 62. En El pensamiento salvaje, LéviStrauss usa la metáfora del bricolaje para describir cómo funciona el pensamiento salvaje, o mejor, cómo funciona el pensamiento humano en general cuando no sigue el método científico, cuando no nos podemos permitir elaborar complejas teorías que luego puedan ser contrastadas en condiciones experimentales, sino que nos debemos conformar con dar sentido al mundo con los elementos y acontecimientos que encontramos sobre el terreno. El pensamiento salvaje no es irracional, solo está pre/determinado por su contexto de actuación, su mundo. Sólo podemos conocer el mundo a partir de los elementos que nos ha sido dado encontrar, de la historia que nos ha sido dado vivir. Y lo que hace el bricoleur es po- FOTO PASCAL PAVANI / AFP TEMA ser percibido, precisamente porque renuncia a ser lo mismo que el objeto. Segundo, porque está hecho por la mano del hombre: no se trata sólo de una proyección o una sombra, sino de una experiencia del objeto. En la obra de arte percibimos al mismo tiempo el objeto representado y el trabajo del artista, el mundo y el hombre, el acontecimiento y la estructura. Pero lo que explica Lévi-Strauss va más allá de una teoría del arte. El bricolaje es una teoría de la cultura en general, de cómo construimos el mundo con los elementos y acontecimientos que encontramos por el camino, y cómo nos apropiamos de él a través de nuestro trabajo. El resultado es siempre deficiente, un modelo reducido que nos ayuda a encontrar significado e ir tirando, pero no mucho más. Está muy lejos del optimismo ilustrado, que ve en la razón pura un arma invencible para someter la naturaleza al hombre. Ahora bien, ¿podemos realmente decir que el pensamiento salvaje no es un humanismo? ¿Quién podría cuestionar que este es un modelo profundamente humano? El gran hombre ilustrado ha muerto, como decía Foucault. Pero el pequeño hombre que construye el futuro con los retazos del pasado está todavía aquí, somos todos nosotros. | Nacido en Bruselas en 1908, hijo de padres franceses, Claude LéviStrauss estudió derecho y filosofía en la Sorbona parisina. Entre 1935 y 1939 vivió en Brasil, donde se inició en el trabajo antropológico y etnográfico. Tras la Segunda Guerra Mundial, residió un tiempo en EE.UU., donde fue profesor universitario y agregado cultural de la embajada francesa. A partir de su doctorado en 1948 con una tesis sobre ‘Las estructuras elementales de parentesco’, se convierte en una autoridad intelectual en Francia y ocupa distintos cargos de gestión cultural y universitaria. Nombrado profesor de antropología Social en el Collège de France en 1959, trabajó en esta insititución hasta su jubilación en 1982. El libro más conocido de Lévi-Strauss es ‘Tristes trópicos’ (hay traducción al español en Paidós y al catalán en Anagrama), en la que recrea con tono narrativo sus expediciones en la selva brasileña y el Mato Grosso en los años treinta. Es un libro apreciado tanto por su valor antropológico como por el literario, un clásico francés del siglo XX. Otras obras suyas, de carácter más especializado, son ‘El pensamiento salvaje’ (1962) y el ciclo de ‘Mitológicas’: ‘Lo crudo y lo cocido’ (1964), ‘De la miel a las cenizas’ (1967), ‘El origen de las maneras en la mesa’ (1967) y ‘El hombre desnudo’ (1971), todas ellas editadas por Fondo de Cultura Económica Miércoles, 31 diciembre 2008 ner juntos elementos dispares para armar un entarimado que dé sentido al mundo –lo que LéviStrauss llamaba una estructura–. Ese entarimado es a la vez el resultado tanto de los elementos que nos vienen predeterminados como del trabajo del bricoleur, unidos por un cierto azar. Pero este azar es un azar objetivo, para usar la expresión surrealista: un azar que da sentido y organiza la experiencia. Es ahí que la metáfora del arte como forma de conocimiento adquiere una importancia particular. Y Lévi-Strauss recurre a un ejemplo que puede sorprender a una sensibilidad contemporánea: el retrato de Elizabeth de Austria, Reina de Francia, hecho por François Clouet en 1571. Lévi-Strauss se fija en particular en la gorguera de randa que, según él, nos provoca una profunda emoción estética, por su minuciosa reproducción a escala; se trata de un modelo reducido. De hecho, para Lévi-Strauss toda obra de arte sería un modelo reducido, incluso si es mayor que el original, puesto que toda obra de arte debe renunciar a alguna de las características del objeto representado, sea el volumen, textura, olor, movimiento... ¿Cuál es la virtud de la reducción para Lévi-Strauss? Primero, que nos hace el objeto inmediatamente accesible, está hecho para LA VIDA Y LA OBRA Cultura|s La Vanguardia trar cómo los hombres piensan en los mitos sino cómo los mitos operan en las mentes de los hombres sin que ellos se den cuenta. “En última instancia –sentencia LéviStrauss–, es indiferente que los procesos de pensamiento de los indios de América del Sur se configuren a través de mi pensamiento o que sea este último el que se configure a través del suyo”. Lo que importa es que la mente humana nos revele una estructura cada vez más inteligible, independientemente de la identidad del sujeto en el que se expresa en cada momento. Los mitos parecían ofrecer a Lévi-Strauss un campo de análisis ideal para mostrar cómo se desarrolla este proceso de des/subjetivización que es, paralelamente, el proceso que convierte la estructura de la mente en algo inteligible. La mente no existe en el vacío sino que está siempre encarnada en un sujeto individual. Pero las estructuras de la mente no son características de cada individuo sino que son compartidas por toda la especie. Por eso es necesario abstraer la individualidad de cada sujeto para que esas estructuras se hagan visibles. Conocemos los mitos siempre a través de su último narrador, cuya individualidad debemos por consiguiente abstraer para interpretar el significado del mito. Pero ahora el último narrador de los mitos es el propio Lévi-Strauss... ¿Quién es en realidad Lévi-Strauss? | 5 que cada narrador individual utilizó para recordarlo y contarlo: la mente humana. Porque interpretar un mito significa descubrir la estructura de esta máquina prodigiosa que es la mente humana, el significado último de los mitos esta ahí, en nosotros mismos, en nuestra mente. (Curioso paralelismo con los sueños, que tienen también ese mismo origen.) Lévi-Strauss plantea esta idea genial y definitiva sobre el significado de los mitos mediante una curiosa paradoja. En su introducción a las Massey lectures –charlas radiofónicas que realizó para la CBC canadiense en 1977– nos dice que se olvida de lo que ha escrito tan pronto como lo ha terminado de escribir. Es más, añade, no siente en absoluto que él mismo escriba sus libros sino que sus libros se escriben a través de él. “Nunca tuve, y aún no la tengo, la sensación de poseer una identidad personal”, prosigue. “Me aparezco a mí mismo como un lugar donde algo sucede, pero donde no hay ningún yo.” Uno de los pensadores más importantes del siglo XX parece negar la autoría de su propio pensamiento. Desarrollaba así, quizá, lo que había escrito años antes en el primer volumen de las Mitológicas, donde, respondiendo a la definición de su obra hecha por Paul Ricoeur como un “kantismo sin sujeto trascendental”, Lévi-Strauss sostenía que su objetivo no era mos- Lévi-Strauss / Luciano Berio: un desencuentro Este mito nos ocupará largamente FOTO PASCAL PAVANI / AFP / GETTY IMAGES OCTAVI ROFES “Il y avait une fois un Indien, marié et père de plusieurs fils adultes...”, así empieza el mito sherenté que encontramos, cifrado bajo el código M124, abriendo el capítulo Invenciones a tres voces en la tercera parte, La astronomía bien temperada, del primer volumen, Lo crudo y lo cocido, de la tetralogía Mitológicas de Claude Lévi-Strauss. Y esta misma frase abre también el primer movimiento, en este caso sin indicación, de la Sinfonía para ocho voces y orquesta de Luciano Berio. Se trata de dos de las obras más ambiciosas de la producción cultural europea de la segunda mitad del siglo XX; la historia de Asaré, el joven indio sherenté creador, a su pesar, del océano, hubiera podido convertirse en un punto de encuentro entre el antropólogo francés, amante de las formas musicales, y el compositor italiano admirador de los métodos de análisis del estructuralismo. Pero el encuentro se vio truncado por el olímpico desdén con el que Lévi-Strauss dio respuesta al homenaje: quizás, insinuó, Berio utilizó la cita porque casualmente tenía el libro al alcance de la mano. Berio, sintiéndose acusado del delito de arbitrariedad, respondió argumentando que su Sinfonía era una fiel transposición musical de las transformaciones míticas descritas por Lévi-Strauss. Las pruebas musicológicas forzaron una disculpa cortés del antropólogo que, pese a todo, no disimuló su perplejidad. La misma perplejidad que produce en Lévi-Strauss buena parte de la producción musical posterior a Las bodas de Stravinsky: puede interesar e incluso resultar agradable, pero no le “habla”. Si el malestar de Freud ante las imágenes de Dalí se debió a la molesta percepción de una estrecha proximidad con su propia obra, el desencuentro entre Lévi-Strauss y Berio parece más bien el causado por una distancia excesiva que impide el reconocimiento. Pese a que, al escuchar Sinfonía, el inicio del mito M124 es claramente inteligible, al poco rato el texto se desmenuza en migajas y las palabras parecen disolverse en un universo acuoso. El relato puesto en música naufraga entre la intensidad de las aguas orquestales que surgen del suelo en el que uno de los hermanos de Asaré ha clavado su lanza, y pese a los esfuerzos de nuestro héroe para beber del manantial, no puede evitar la formación del océano en el que quedará sumergido. La disolución del texto por la recombinación de sus componentes fonéticos, el uso poético de las onomatopeyas, y las superposiciones de fragmentos que dan lugar a densas y emotivas texturas polifónicas, será una constante en las obras vocales de Berio. Desde los últimos años de la década de 1950, el trabajo intensivo de Berio en el Studio di Fonologia, su fascinación ante el potencial creativo del virtuosismo vocal de Cathy Barberian, y la lectura entusiasta, inducida por su amistad con Umberto Eco, de la obra de James Joyce, darán lugar a diferentes formas de experimentación en el campo de las tensiones entre palabras y música que cristalizarán, en el año 1968, con Sinfonía. Para Lévi-Strauss, la música después de ‘Las bodas’ de Stravinsky puede interesar, pero no le “habla” Berio podría haber recurrido para acabar su ‘Sinfonía’ al final de las ‘Mitológicas’: ‘C'est à dire rien’ Pero si la transformación del texto en textura parece un procedimiento apropiado para aplicarlo, por ejemplo, al episodio de las sirenas del Ulises de Joyce, donde las frases dislocadas, las aliteraciones, las onomatopeyas y las canciones hacen del bar del Ormond Hotel un bullicioso templo del imaginario polifónico, nada se halla más lejos de la gélida perfección que ordena los cristales tallados del universo de Lévi-Strauss donde, al contrario, la textura del mundo se ha hecho texto. En esta transformación, la riqueza y la intensidad de la experiencia vivida se traslada a símbolos carentes de valores emo- cionales, el relato mítico se acerca a la forma musical no sólo por las impresiones causadas durante la audición sino también en las revelaciones que la lectura atenta de la partitura ha hecho accesibles. La música del mito está, más allá de la melodía y del ritmo, en la significación oculta que el análisis desvela cuando vence los sortilegios de la emoción que se anteponían a la comprensión. Pero para poder ser leída, para que la música hable, necesita de una rutina. La creación musical no puede, a riesgo de dejar atrás a su audiencia, definirse, siguiendo la célebre fórmula que Pierre Boulez acuñó para la música serial, como un “universo en perpetua expansión”. Sin gravedad ni atracción, sin jerarquías que regulen la relación entre los elementos y permitan el juego –de mostrar y ocultar, anticipar y sorprender– con las previsiones generadas por los hábitos adquiridos de la audiencia, cada nueva obra obliga a la comprensión de una lógica interna sin antecedentes y, en consecuencia, a una audiencia activa que reduce la distancia entre la acción del público y la del compositor. Por otra parte, la experiencia nos dice que, ante las complejidades técnicas, tendemos a inhibirnos y a comportarnos como meros receptores pasivos entre los que el desinterés va ganando terreno. Al contrario de esta expansión sin límites hacia la nada, donde las reglas de navegación han sustituido las rutas, el estructuralismo de Lévi-Strauss se nutre del estudio retrospectivo de metáforas y metonimias, de caminos olvidados presentados bajo la forma de construcciones intemporales, sistemas capaces de postergar el silencio y conjurar la ausencia. El mito debe ocuparnos largamente. En cambio, ante la obra de Berio, con el texto hundiéndose entre las aguas de la textura y la música perdida en el espacio de la novedad, la imposición del silencio parece inminente. Quizás el mismo Luciano Berio tuvo conciencia de que el principal enemigo de Lévi-Strauss era la indiferencia causada por la indiferenciación cuando, tres meses después del estreno de su Sinfonía, vio la necesidad de añadir un último movimiento. Si con el primero dice haber homenajeado al LéviStrauss-grande escrittore, en el último, que retoma y concluye las citas dejadas antes a medias, se dirige al Lévi-Strauss-grande-antropologo, sugiriendo el fundamento no sólo poético sino también científico del texto. ¿No hubiera sido más consecuente con su propia obra y con la del autor homenajeado, en lugar de completar los puntos suspensivos y acabar las frases, haber recurrido, para concluir este último movimiento, al final mismo de las Mythologiques: C'est à dire rien? |