Diario El Telégrafo de Guayaquil Carta a GkillCity y a Mónica Mancero Publicado el Martes, 04 Agosto 2015 Estimado editor del portal GkillCity Me ha sorprendido sobremanera el modo inmediato que usted publica un artículo de la editorialista Mónica Mancero, al cual precede una explicación que lamentablemente no cuenta con la versión de la ‘otra’ parte, como habría sido lo aconsejable para polémicas de esta naturaleza y que provocan una reacción irreflexiva, unilateral y parcial. Un minuto habría sido suficiente para ponernos en contacto y generar el debate necesario si hubiese sido del caso. Pero no: ahora actuamos al ritmo de tuits. Y así como la editorialista Mancero no esperó un minuto para soltar su denuncia en las redes, ustedes en su portal han optado por el vértigo antes que por un ejercicio responsable de contrastación y verificación. Mucho menos, como habría sido lógico, consideraron que no somos una cuenta de Tiwtter ni una red social, sino un diario y una institución con 131 años de vida y de largo reconocimiento nacional y extranjero, con más de 30 premios ganados en menos de 5 años y una planta de editorialistas respetados y de alto reconocimiento intelectual. No somos tuiteros ni nos movemos al ritmo de las pulsiones hepáticas de nadie. Y como usted podrá comprobar en menos de doce horas más de 200 tuits agresivos, incluso injuriosos, otros señalando crímenes contra el director de El Telégrafo, que no tienen ningún fundamento ni sustento legal ni ético, han logrado lo que la editorialista Mancero buscó: un escándalo con absoluta intención de hacer daño al Primer Diario Público del Ecuador. Esa fue su intención y lo señalé en una conversación en Mensaje Directo vía Twitter, pues parece que solo por ahí la editorialista Mancero maneja la comunicación personal y hasta institucional. Como ella señala, colabora con nuestro diario (el de todos los ecuatorianos) desde hace dos años y un mes, sin que ninguno de sus artículos haya sido censurado ni mutilado como pretende convencer a sus seguidores de Twitter. En dos años se han publicado más de cien artículos de la editorialista Mancero. Y como ella señala en ellos abordó temas políticos y jamás recibió de mi parte o de algún directivo del diario queja alguna por su contenido, con algunos de los cuales jamás estuvimos de acuerdo, como es obvio en un ejercicio de mutuas percepciones. Incluso en la calidad de su redacción, a veces precaria con respecto a nuestros estándares de calidad, fuimos respetuosos y fueron los lectores quienes juzgaron ese contenido y su forma. En nuestro poder reposan decenas de correos y mensajes de críticas duras y hasta ofensivas por la calidad de los artículos de la editorialista Mancero, que no fueron publicados como exigían esos lectores. Y no es con la única que ocurre eso, pero guardamos consideración y respeto, a diferencia de ella. Aspiramos siempre a que las quejas queden por fuera de un ejercicio de reflexión. Somos el único diario pluralista, donde caben las opiniones a favor y en contra del Gobierno, porque parece que a eso se reduce el debate ahora. Y somos el diario con el mayor índice de lecturas de su página editorial, como usted lo podrá comprobar estimado editor de GkillCity. Y eso da fe de que ejercemos el periodismo responsable a carta cabal. La editorialista Mancero señala que sus artículos han “provocado, por un lado, una buena cantidad de visitas y mensajes de felicitación de mis lectores; pero por otro lado, réplicas innumerables publicadas en el propio Diario, incluidas autoridades del gobierno”. Ni es una de las más leídas (como consta en el registro de la web) ni tenemos constancia de esas ‘innumerables’ réplicas de autoridades de Gobierno. ¿Usted en calidad de editor de su portal podría pedir la verificación de esas ‘réplicas’ de las autoridades para dejar constancia de la veracidad de sus aseveraciones? ¿Cómo comprueba usted que esa afirmación sea cierta, exagerada o mentirosa? ¿Y si eso es falso por qué dejó pasar esas afirmación sin verificar como ordena la deontología de todo medio de comunicación y la misma ley que rige este sector? Pero algo más interesante: si eso que señala es cierto, con más razón tiene sentido nuestra postura de respeto a la opinión ajena al gobierno y dice mucho de nuestra calidad de diario público. Si han sido verdaderas esas réplicas, queda claro que a pesar de ello siguió publicando sin traba o censura alguna. La editorialista Mancero, como ex funcionaria del actual gobierno, ha producido materiales y argumentos políticos para las instituciones para las que ella trabajó en calidad de asesora (como usted podrá comprobar estimado editor), que llevan su nombre y apellido, de los cuales ahora no se hace responsable quizá porque cobró por ellos pero no asume como de su creación intelectual sino por encargo político. No quisiera publicar las conversaciones privadas donde ella aplaude y reconoce mi actitud democrática y plural con la página editorial. Ella sí usa nuestra conversación de dos días (del pasado domingo 2 de agosto y lunes 3 de agosto) para defender una postura a partir de una supuesta censura. Pero antes déjeme comentar lo que la editorialista Mancero señala sin una sola prueba, ni una sola evidencia, mucho menos un solo elemento empírico, que usted, señor editor, publica sin contrastación. Dice ella que desde hace tres meses “empecé a tener dificultades por inesperados recortes a mis artículos sin que mediara ninguna explicación. Finalmente el día de hoy, lunes 3 de agosto de 2015, mi artículo Yachay, la punta del iceberg no apareció en el Diario”. Si fuese más responsable y ética en su comportamiento tendría la editorialista Mancero que reproducir lo que en su momento se señaló a todos los editorialistas que sobrepasaron el número de caracteres permitidos para una publicación impresa. Pero no, elude ese elemento y parecería que es la única a la que se le exige un número determinado de caracteres, como ocurre en cualquier diario impreso. La editorialista Mancero, a diferencia de lo que escribió en su cuenta de Twitter (y por tanto generó la reacción de sus seguidores y de todos aquellos que tienen una oposición y desafecto acérrimo con El Telégrafo y su director) reconoce en su portal estimado editor que mantuvo un “diálogo vía virtual con el director Orlando Pérez, quien fue el que inicialmente me invitó a participar en la columna”. A continuación falsea la verdad al decir que yo expresé mi molestia por haberse quejado en las redes “de las consecutivas amputaciones a mis textos” y que me contestó que lo hizo “ante la ausencia de explicación de parte de los directivos del Diario”. La editorialista Mancero JAMÁS habló, escribió o llamó al director de El Telégrafo a algún directivo para expresar esta queja que ahora expone en su portal estimado editor. NUNCA lo hizo, a pesar de haberle dirigido dos correos señalándole primero la necesidad de que se acoja al número de caracteres del espacio de los editoriales y segundo y último cuando hizo sus reclamos en las redes sociales antes de hablar con los editores o el director. En la conversación privada sostenida, como ella dice, vía virtual, le pedí conversar personalmente para aclarar y le reafirmé que “siempre se excedió en el número de caracteres” y a pesar de ellos se publicó apretando al máximo la caja de diseño para respetar el contenido. Le dije sí, que le hace daño al diario al expresar esas quejas vía Twitter sin antes hablar conmigo. Jamás le dije, como ella ahora señala en los innumerables tuits que el artículo sobre Yachay es el que le causa daño al diario. Eso ya es una falsedad sin nombre. La editorialista dice: “Hoy (lunes 3 de agosto) he tratado de comunicarme con él pero no ha respondido ninguno de mis mensajes”. Falso, llamó una sola vez cuando estaba en la reunión de editores y pedí a la persona de la recepción de llamadas que lo hiciera más tarde. Y no tardó ni diez minutos para empezar a divulgar por las redes sociales lo que ya es de conocimiento público y motivo de escándalo. Si la editorialista Mancero señala que su artículo “vulnera” la “vocación gubernamental” del diario ¿por qué escribía en El Telégrafo? ¿Lo hacía para defender al Gobierno con su presencia? ¿Con eso aseguraba la posibilidad de regresar a cobrar altos sueldos en el sector público como efectivamente cobró varios años? ¿Legitimaba con su escritura el carácter dictatorial y autoritario que ahora denuncia? Si ella piensa eso del diario público ¿por qué aceptó la invitación para escribir de lo que quisiera sin restricción alguna por dos años y un mes? Entonces, estimado editor y señora editorialista Mancero: 1.- No se publicó el artículo referido a Yachay (el cual ni siquiera hizo llegar al editor de turno ni al director, como suele ser la norma, sino al ‘corrector’ como ella califica al diseñador de las páginas de editoriales) porque le había pedido vía correo electrónico una explicación de por qué dirimía en las redes sociales aspectos de estricto orden institucional jamás tratados con los directivos del diario en un claro afán de protagonismo virtual. Y en ese mismo correo le había pedido que mientras no nos hiciera formal y públicamente una explicación no tendría sentido seguir publicando sus artículos si sentía que se los había mutilado o maltratado, a pesar de la baja calidad de la redacción de algunos de ellos. 2.- En casi todos los artículos publicados por la editorialista Mancero es evidente el abuso de adjetivos. Como ustedes podrán comprobar en este de Yachay hay 15 adjetivos, que normalmente es lo menos aconsejable para argumentar una posición editorial periodística (si para una postura política). Y a todos los editorialistas se les ha pedido usar lo menos posible adjetivos, sobre todo ofensivos o sin mayor sustento para expresar una idea o graficar un problema. 3.- Si los lectores se fijan, el artículo de la editorialista Mancero no pone en contexto el problema que supuestamente denuncia sobre Yachay (bastaría que ella y usted estimado editor revise lo publicado por El Telégrafo sobre este asunto para que considere si hay algo más que una denuncia del exrector). Incluso llega a decir que el sistema actual es autoritario y el propio exrector reconoce que las decisiones las tomaban en conjunto, incluido su voto. Esto no señala la editorialista Mancero. ¿Y el Conesup que dirigía su esposo no era autoritario? ¿Fue eficiente? ¿Ahí si hubo democracia plena, con votos de un cuerpo colegiado? ¿O la editorialista aspira que su esposo dirija la educación superior del país y ahí se abstenga de hacer artículos objetivos, ‘neutros’ o argumentados? ¿En ese entonces la educación ecuatoriana era de calidad y teníamos todas las universidades en el grado de excelencia y no había ninguna de garaje? ¿La editorialista Mancero olvida cuántas universidades de garaje se crearon en la época que su esposo dirigía la educación superior de este país? 4.- Yo me pregunto finalmente: ¿la editorialista Mancero hizo todo esto precisamente para que no le publicaran como sugirió en un mensaje que me envió hace más de tres meses cuando valoró mi pluralidad y después comenzó a retuitear las ofensas contra el gobierno, contra articulistas de la página editorial que ella compartía? Parece que ella no es plural como lo demuestra su artículo, que será publicado en la página web de El Telégrafo luego de que usted estimado editor haga pública esta carta, que si lo toma como derecho a la réplica o aclaración usted decidirá. Evidentemente en tiempos de tuits urgentes y apresurados la editorialista Mancero, como lo señala en alguno de ellos, está buscando otro diario y esperemos que sea acogida por esos periódicos plurales que no tienen un solo editorialista que piense diferente a la oposición, en aquellos donde sacaron a los articulistas que osaron escribir un solo editorial a favor de la Revolución Ciudadana o simplemente mutilan las cartas al director donde se reclama pluralidad o apego a la verdad. Ojalá en uno de ellos publique los artículos que la editorialista Mancero escribió en El Telégrafo felicitando o reconociendo las políticas públicas del actual gobierno, la existencia de medios públicos o un debate plural sobre los temas de género. Y si hace falta estimado editor de este portal web, en su presencia, le haré leer personalmente la ‘correspondencia’ vía Twitter que la editorialista Mancero sostuvo conmigo entre domingo y lunes para que quede constancia de lo que en verdad dijo y no lo que escribió en su cuenta personal y como respuesta a los tuits ofensivos que publicaron contra mi persona y que ella validó al retuitear, entre ellos algunos donde se me injuria e inculpa de crímenes que jamás he cometido. Aquí reproducimos el artículo de la editorialista Mónica Mancero para que los lectores de este diario valoren lo antes dicho y comparen con lo que ella escribe en las redes sociales: Yachay, la punta del iceberg El lastimoso escándalo que en esta semana ha desatado la entrevista del ex rector de la Universidad Yachay no es sino la confirmación de aquello que varios actores académicos ya habían advertido: un proyecto concebido sin suficiente fundamento, sin anclas en los pequeños nichos de lo que tenemos en ciencia y tecnología, y que responde a un modelo de educación superior centralizado y autoritario. El hecho de que algo más de 600 estudiantes estén cursando apenas nivelación hasta primeros años de pregrado en una universidad que pretende constituirse en la vanguardia del conocimiento, es algo que en muchos sectores de la academia ecuatoriana no entendemos. Pasará por ser el curso de nivelación y pregrado más caro de la historia de este país. El financiamiento que reciben es escandalosamente alto e inequitativo, si comparamos con otras universidades públicas, que apenas si les alcanza para poder costear a decenas de miles de estudiantes en sus abarrotadas aulas. El ex rector de la Universidad ha puesto en evidencia irregularidades en consultorías innecesarias, en contratos jugosos de quienes no residían en el país, y como respuesta ha recibido amenazas de levantar juicios por difamación. Todo esto da cuenta de dos cosas: un modelo centralizado y la inoperancia en la gestión del tema de educación superior. Esta inoperancia se provoca por estar a cargo de profesionales improvisados sin experiencia mínima en gestión académica; sin conocimiento de la realidad de educación superior en nuestro país; y, con pretensiones de tener el monopolio de la verdad, lo que ha llevado a cerrar todo diálogo con la comunidad universitaria ecuatoriana. La Secretaría de Educación Superior SENESCYT es corresponsable del desastre de Yachay. Mi opinión es que Yachay es la punta del iceberg de una compleja situación de un modelo de educación superior poco democrático y vertical, que pese a la inversión de importantes recursos en becas, en universidades emblemáticas, en el intento de fundamentarse en conocimiento y tecnología, ha terminado erigiendo un modelo autoritario. Un análisis comparado de los sistemas de dirección universitaria en AL evidencia que el sistema ecuatoriano se distingue como aquel en el que el gobierno retiene mayor autoridad y competencia, puesto que controla el sistema de ingreso a las universidades; los contenidos curriculares de la etapa de nivelación; los programas de becas para la movilidad académica; ha creado nuevas universidades bajo su estricta vigilancia; e incluso controla los órganos de gobierno y de acreditación universitarios. Este modelo pone de manifiesto que el minucioso “seguimiento” administrativo y presupuestario que el Estado hace sobre las universidades termina limitando seriamente su autonomía académica. En consecuencia, la diversidad ideológica y el pluralismo académico y político universitario están amenazados. https://www.gkillcity.com/articulos/el-mirador-politico/icebergdentro-otro-iceberg-el-articulo-que-el-telegrafo-no-publico