Las paradojas del riesgo y los límites de una conceptualización exitosa [borrador] Mario Domínguez Sánchez-Pinilla Sociología V. Facultad de CCPP y Sociología. UCM _________________________________ La figura de la paradoja es evidente no sólo en el estilo literario de Ulrich Beck sino en la concepción misma de la sociología del riesgo. La principal se despliega entre el creciente papel central de la tecnociencia a la hora de identificar y gestionar los riesgos y la creciente deslegitimación de la ciencia y la tecnología como resultado de los fracasos reiterados en contener dichos riesgos. El hecho de que tal paradoja haya pasado desapercibida ha llevado a muchos analistas a tachar a las teorías del riesgo de excesivamente optimistas y a la vez demasiado pesimistas. Quizá sea posible, al utilizar sus ideas y avanzar en aspectos que no lo han hecho estas teorías, llegar a comprender el significado de la sociedad del riesgo como la más adecuada descripción de nuestra difícil situación tecnológico-cultural presente. La paradoja también impregna la concepción política de Beck, en concreto la de su crítica de la subpolítica de los expertos tecnocientíficos (1997), crítica que puede asociarse a la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas; de hecho comparte con este último el desdén por la racionalidad instrumental así como el compromiso para pensar la ética en términos de justicia. En la sociedad del riesgo, Beck (1992) planteó que el desarrollo de la ciencia y la tecnología había generado importantes problemas a la sociedad industrial, término este último que considera un sinónimo de la modernidad y algo habitual en la tradición sociológica. Más aún, combinando ideas de Marx y Weber, logra describir la modernidad industrial como una mezcla de capitalismo y racionalismo. Sin embargo, menos visible pero igualmente relevante en su trabajo es la extraña implicación de las principales contribuciones de Durkheim a la comprensión de la modernización en términos de diferenciación, anomia y consciencia colectiva. Dado que algunos comentaristas habían caracterizado el trabajo de Beck como crítico-estructuralista, al ofrecer una crítica “de las formas en que las instituciones sociales (…) ejercen un poder sobre los individuos, reduciendo su capacidad para la agencia y la autonomía” (Lupton, 1999: 26). Esta etiqueta sin embargo es bastante engañosa porque ignora la función clave que llevan a cabo las paradojas que se extienden por el trabajo de Beck y que rompen las categorías unidimensionales del tipo estructuralismo vs. Subjetivismo, o construccionismo vs. Realismo. Por ello es primordial comprobar qué entiende el autor por la primer etapa de la modernidad o modernidad industrial. En esta etapa las relaciones sociales y los antagonismos básicos constituyen una parte inherente del mundo capitalista de producción y hay perfiles de teoría marxista cuando se considera que las clases sociales se basan en una capacidad desigual de satisfacer las necesidades (1992: 44). La capacidad hay que entenderla aquí como algo más que tener acceso a los recursos (riqueza), sino más bien lo que abarca el control de las relaciones de producción y reproducción. La sociedad industrial se basa ante todo en la producción y distribución de mercancías, por lo cual la escasez actúa como el principio regulador principal. Las necesidades, definidas en términos de escasez, están por lo común en relación directa con los bienes: son por tanto visibles y a menudo parecen muy reales. El problema de un sistema social basado en la escasez y las necesidades visibles es que las instituciones que se han creado para regular la producción, distribución y redistribución de los bienes sólo pueden hacerlo gracias a sus actualizaciones manifiestas, y no tanto con su potencial latente o virtual y sus efectos laterales. En la era de la modernización industrial, lo visible ha dominado lo invisible. Las instituciones de la sociedad industrial no se han diseñado para manejar y procesar la producción y distribución de mercancías pero tampoco de las carencias invisibles, a lo que Beck conceptúa como riesgos y contingencias que aparecen con la producción industrial. Y es la paradoja del riesgo la que 1 prospera en su ausencia. En la competencia y superposición entre por una parte los problemas de clase, la sociedad y el mercado industrial, y por otra la sociedad del riesgo, la lógica de la producción de riqueza siempre gana de acuerdo con el poder de las relaciones y los estándares de relevancia; y por esa razón la misma sociedad del riesgo aparece como victoriosa en última instancia. Dado un cierto nivel de la producción industrial, el predominio de la lógica y los conflictos de la producción de riqueza, y con ello la invisibilidad de la sociedad del riesgo, no supone una prueba de la irrealidad de esta última; por el contrario, es el motor del origen de la sociedad del riesgo y la demostración de que se trata de algo del todo real (véase Beck, 1992: 45 y ss.). En última instancia, lo que quiere expresar Beck es que si estos riesgos y amenazas han aportado indeseables efectos colaterales al menos desde el principio de la industrialización, sólo se manifiestan a principios de los años 1970 con el debate sobre los límites del crecimiento que han comenzado a socavar los límites de las instituciones de la modernidad industrial. En cuanto los riesgos secundarios respecto a la escasez y las necesidades, da la sensación que las instituciones de la sociedad industrial contribuirán a su proliferación. Sin embargo, en nuestro más reciente pasado algo ha cambiado para siempre en nuestra percepción del orden social basado en un flujo de bienes, cuando también se ha incorporado el flujo de carencias. Tal cambio en la percepción ha llevado a la crisis que debe percibirse como el periodo de transición entre la modernidad industrial y algo distinto y en gran medida desconocido; el interregno entre ambos es la sociedad del riesgo. En cualquier caso, ¿dónde comienza el análisis del riesgo? Douglas y Wildawsky (1982) afirman que los conceptos clave son el consentimiento y el conocimiento, y su análisis proviene de las cuatro posibilidades que emanan de las combinaciones entre los estados positivos o negativos de ambos ejes: conocimiento sobre el futuro y grados de consentimiento sobre los resultados deseados (Tabla 1). Así podremos entender que no hay algo parecido a un riesgo no-social. La ausencia de una racionalidad sobre las prioridades es un atributo habitual de las creencias sobre el riesgo. Si comparamos el miedo por los asbestos y su inducción del cáncer de pulmón o el de cáncer de piel a través del sol, veremos que es difícil plantearse cómo aún siguen funcionado las playas y cómo se ha reducido la exposición ante los asbestos sin que en ello resida una cuestión de ecuanimidad. En otras palabras, aunque hay que minimizar riesgos específicos, no hay manera de reducir el nivel de riesgos en general. Tal horizonte debería entenderse como quimérico. Tabla 1. Riesgo en términos de conocimiento y consentimiento (con ejemplos) Conocimiento Y consentimiento Conocimiento SIN pleno consentimiento Una prioridad consensuada: todos los Se acepta que los problemas necesitan problemas son técnicos y pueden resolverse a resolverse pero necesitamos mejorar el nivel de través del cálculo o del ensayo y error. conocimiento. Ejemplo: Analizar el desarrollo económico Ejemplo: Tratamiento del SIDA nacional ante el riesgo de inflación Conocimiento SIN consentimiento NI consentimiento NI pleno conocimiento Se conocen los problemas y sabemos cómo No conocemos lo suficiente ni tampoco reducirlos significativamente, pero no hay podemos ponernos de acuerdo en la acuerdo de cómo podríamos actuar. aproximación a un problema. Ejemplo: Cáncer de pulmón inducido por el Ejemplo: Rehabilitación de agresores sexuales consumo de tabaco Fuente: Elaboración propia a partir de Douglas y Wildawsky (1982) Aunque se puede divisar un cambio en la percepción de la ciencia y la tecnología a lo largo del siglo XX, así como su tendencia a formar parte (como solución y amenaza) del discurso habitual 2 del riesgo, esto no implica necesariamente una absoluta ausencia de comparación entre la moderna cultura occidental y otras formas sociales. Hay similitudes entre las condiciones de riesgo de sociedades avanzadas y antiguas. Si uno se pregunta por la actual conciencia ecologista, Douglas y Wildavsky señalan que el conocimiento tecnológico ha ampliado el campo de acción para hacer que cualquier pague por cada desgracia que padecemos e incluso que pudiéramos padecer; sin embargo, aunque podemos decir que la desmitificación del mundo moderno gracias al auge de la ciencia ha incrementado la atribución racional de la culpa, Douglas también advierte que las sociedades pretecnológicas eran sociedades de culpa, con explicaciones “mágicas” atribuidas a cada amenaza. Las explicaciones sobre las brujas o espíritus son comparables al recurso occidental que utiliza nociones como la mala o la buena suerte. Que el éxito de alguien se deba a que estaba en el lugar correcto y en el momento oportuno sea compatible con la fe en la racionalidad y la ciencia, implica que la desaparición de la cosmovisión mágica en occidente no ha abandonado a las prácticas de culpabilización y convertir a alguien o a algo en víctima inocente (chivo expiatorio) que les acompañaban. Incluso aunque tales prácticas de culpabilización o exculpación se compartan ahora gracias a complejas narrativas legales, científicas e históricas, no cabe considerar que la práctica contemporánea sea más racional que su “equivalente” anterior. Esta nueva conciencia sobre la polución y la contaminación del medio ambiente, sobre la ciencia y la tecnología como coadyuvantes y no soluciones del riesgo… La cultura, que en su momento creó el bienestar material, ha generado ahora desconfianza hacia lo mismo y una oposición a tales desarrollos. Lo primero es que el comportamiento derivado del riesgo no es racional. Si cuesta un cuarto de millón de dólares y dos años que un grupo de científicos compruebe la reacción a un único componente químico en 300 ratones, ¿qué vamos a hacer con los 45.000 componentes químicos comercialmente utilizados, aparte de los 4,5 millones de fórmulas químicas para las que aún no se ha encontrado su uso? No podemos establecer un listado de todos los riesgos a los que estamos sujetos, porque la estimación del riesgo varía de un grupo social a otro, y no existe una referencia única, ni siquiera en la comunidad científica, a partir de la cual establecer un registro de riesgos. Tampoco podemos establecer un sistema de prioridades racionalmente defendible, pues toda clasificación de riesgos emana de nuestra cultura y puede variar de una a otra. Qué riesgos y en qué nivel son aceptables para qué grupos es siempre una cuestión social. Más de veinte años después de esta incursión, tras contemplar una agresiva explotación comercial de la investigación tecno-científica, y las protestas por el abuso de los recursos humanos y naturales, podemos comprobar cómo ambos extremos están formulados con un lenguaje propio, el lenguaje del riesgo. El discurso del riesgo es dialógico y dinámico. Su estructura básica de sintaxis y semántica no es solamente científica, matemática, lógica u objetiva, incluso aunque cada uno de estos componentes desempeñe un importante papel. Es también cultural, social, política. Cada descubrimiento científico o conclusión lógica puede ser cierta en un nivel determinado; sin embargo, cuando varios de ellos se asocian y estas afirmaciones “verdaderas” se combinan en una forma narrativa, comprobamos que sirven a unos intereses y no a otros, que subrayan algunos riesgos y no otros –y este es el proceso normal de comunicación-. Entonces estamos lidiando indiscutiblemente con aspectos culturales y políticos, de ahí la necesidad de introducir en la consideración del riesgo el conocimiento (no sólo individual sino del grupo) y el consentimiento. Aunque Douglas y Wildavsky concentran sus análisis en el nivel de grupos y culturas sociales, son conscientes de la importancia de los agentes individuales, incluso aunque su marco de referencia no se limite a contener la negociación interactiva de situaciones específicas por parte de dichos agentes. Utilizan ejemplos singulares para ilustrar estructuras culturales, más que describir situaciones finales o definitivas. Por ejemplo, la existencia de desacuerdos entre científicos subraya el argumento de que ciencia y tecnología no pueden tratarse como una perspectiva unilateral y única respecto a la comprensión del riesgo medioambiental. Al mostrarnos cómo los 3 científicos no se ponen de acuerdo en los niveles de riesgo, vuelven a la cuestión del análisis, del cálculo o la estimación todo lo rigurosa que se pueda sobre la base de las experiencias pasadas. Ulrich Beck caracteriza la actual etapa del industrialismo como “sociedad del riesgo”, una sociedad no asegurada, que ya no puede estarlo porque los peligros que le acechan son incuantificables, incontrolables, indeterminables e inatribuibles. Se hunden los fundamentos sociales del cálculo de riesgos y los sistemas de seguro y previsión aparecen como inoperantes ante los peligros del presente. De ahí el título de su artículo (Beck, 1996: 30-37) “La irresponsabilidad organizada”. En su libro más conocido La sociedad del riesgo (1982), define esta época como aquella en la que hemos de enfrentarnos al desafío que plantea la capacidad de la ciencia y la técnica para destruir todo tipo de vida sobre la tierra y su dependencia de ciertas decisiones. A diferencia de otras épocas, se trata ahora de amenazas que se caracterizan por la dificultad que presenta su delimitación tanto desde el punto de vista social como desde el espacio-temporal. Si las anteriores sociedades delimitaban claramente quiénes eran los “otros”, ahora en cambio nos enfrentamos a la desaparición de las posibilidades de distanciamiento y con ello de la existencia de los “otros”, con la jerarquización que suponía. La contaminación atómica por ejemplo nos iguala. En eso paradójicamente consiste la omnipotencia del peligro, que ha acabado por eliminar las zonas protegidas y las diferencias de la sociedad moderna. El problema, para Beck, es que las sociedades industriales actuales siguen atadas no obstante a los ideales igualitarios de antaño, basados además en las políticas del Estado-nación, de modo que se muestran incapaces de solventar los nuevos desafíos de la “sociedad del riesgo”. Por ejemplo, “la tarea de garantizar la seguridad y la integridad de los ciudadanos ya no es tarea de un estado aislado (...) [pues] se ha producido el fin de la política ‘exterior’, el fin de los ‘asuntos internos de otro país’, el fin de los Estados nacionales” (Beck, 1996: 32-33). La seguridad, según esta perspectiva, se equipara a protección y previsión, “no sólo en un sentido económico, sino también en el sentido médico, psicológico, cultural y religioso”; con tal definición no es extraño que esta “sociedad de riesgo residual” sea pues una “sociedad no asegurada” en la cual la cobertura y la protección disminuyen al mismo ritmo en que aumenta el grado de peligrosidad (Ibíd.: 34). Un aumento que tal vez sea el aspecto que más interesa a Beck para constatar la supresión de lo que considera cuatro pilares fundamentales del cálculo de riesgos y de su cobertura: cuantificación, y de ahí la imposibilidad de establecer una compensación monetaria compensación, que ya no puede cubrir el riesgo máximo, esto es, el de destrucción previsión, dada la imposibilidad de determinación espacio-temporal, de modo que la “desgracia” se convierte en un “acontecimiento” con principio pero sin fin, y responsabilidad, dado que el riesgo contemporáneo no puede ser atribuido a nadie en particular. Lo paradójico es que el vaciamiento de estos componentes técnicos y sociales del cálculo sobre los riesgos, que actuaban de manera conjunta en la extinta sociedad industrial es lo que permite, según Beck, el misterio de que “la seguridad se transforma en una seguridad puramente técnica” (Ibíd.: 35). En gran medida este misterio es de nuevo el que obliga a Beck a caracterizar de paradójicas las actitudes de las instituciones propias de las sociedades industriales desarrolladas, observables por ejemplo en “la contradicción social existente entre burocracias altamente desarrolladas y encargadas de la seguridad y la previsión, por una parte, y la legalización abierta y despreocupada de riesgos de magnitud hasta ahora desconocida por otra”, o incluso que en dichas instituciones se instale una “lógica de la renuncia a superar el riesgo [que] llegue a producir justamente el efecto contrario” (Ibíd.: 35). Contradicciones que llevan a una definición final sorprendente por lo paradójica, aunque a nuestro juicio del todo incierta: nos encontramos en una “edad media industrial”, cuando quizás esas sorprendentes revelaciones se deban más bien a una inadecuación teórica por parte del autor, puesto que precisa de una concatenación de paradojas para dar cuenta de una complejidad huidiza. 4 Niklas Luhmann por su parte y con cierto sentido irónico, considera el riesgo reclamado por la sociología como “una nueva oportunidad para completar con un nuevo contenido su viejo rol, el de alarmar a la sociedad” (Luhmann en Beriain, comp., 1996: 127). Dado además que no hay concepto alguno del riesgo que pudiera satisfacer las pretensiones científicas, y considerando que de la ecología, los movimientos de protesta, etc. “ya hay quien se encarga”, reclama de la disciplina sociológica una restricción de su ámbito, por lo que al riesgo se refiere, para acotarla en “una teoría de la selectividad de todas las operaciones sociales, incluyendo la observación de estas operaciones sociales y asimismo las estructuras que determinan estas operaciones” (Ibíd.: 128). Su concepción de riesgo es por una parte constructiva y por otra relacional. En efecto, no se trata de una descripción del mundo por parte de un observador de primer orden, sino la reconstrucción de un fenómeno contingente y que ofrece diversas perspectivas a diferentes observadores. Además, no debe ser determinante para el concepto si el que decide percibe el riesgo como consecuencia de su decisión o si son otros quienes se lo atribuyen. El problema tal vez resida en que en esta definición tan restringida, se habla de riesgo vinculado a una decisión sin la que los posibles daños no pueden producirse: “es decisivo que el daño contingente sea ocasionado de forma contingente y, por ende, evitable” (Ibíd..: 139). Hay pues una elevada disposición de contingencia en todo ello, hasta el punto de adoptar una traslación no bien explicada, entre otras cuestiones porque se refiere a una noción de acuerdo y no de conocimiento, como es el hecho de que las contingencias temporales provoquen contingencias sociales. Sin sentirse satisfecho por el concepto de riesgo pergeñado por la tradición racionalista -a su juicio más una forma referida al cálculo óptimo/no óptimo que a un concepto-, Luhmann pasa a considerarlo como contrapunto categorial de la seguridad: “En la retórica política esto tiene la ventaja de que quien se expone ante operaciones arriesgadas en realidad manifiesta una preocupación desmesurada por el valor de la seguridad. Lo cual conduce automáticamente a la idea de que la seguridad es un anhelo, si bien se dan situaciones en el mundo (...) en las que hay que asumir ciertos riesgos” (Ibíd.: 141). De manera que la forma riesgo se convierte en una variante de la diferencia favorable/desfavorable. Cabe constatar una versión más sofisticada de dicho concepto utilizada por los expertos en seguridad, para quienes la seguridad absoluta es inalcanzable, de ahí que empleen el concepto de riesgo para precisar a través del cálculo el nivel de seguridad al que se puede acceder, lo cual confirma la tendencia a definir el riesgo como una unidad de medida para operaciones de cálculo seguritario. Al igual que en el caso del riesgo, la insuficiencia del concepto de seguridad y su carácter más cercano a la forma, le llevan a Luhmann a considerar que, “en tanto categoría contraria a la de riesgo, refiere en esta constelación a un concepto vacío, muy semejante a la noción de salud en la diferenciación entre enfermo/sano. Tan sólo funge como concepto de reflexión. O también como categoría que sirve de válvula de escape para exigencias sociales, que en función del nivel de pretensión variable se abre un paso en el cálculo de riesgo” (Ibíd.: 142), algo que a pesar de su insuficiencia conceptual ha permitido generar un esquema de observación que posibilite calcular las decisiones bajo el punto de vista de su riesgo y universalizar la conciencia de riesgo. A nuestro juicio, con ello no se hace sino avanzar un paso más en la evacuación del concepto de seguridad, sin que ello suponga necesariamente su desaparición. En este nivel formal, que no conceptual, cabe considerar entonces cuál es la práctica de ese esquema de observación ante situaciones en que se deba elegir entre alternativas de riesgo y de seguridad. A juicio de Luhmann ni siquiera como tal sirve, puesto que ninguna oportunidad elegida puede referirse a algo enteramente seguro, y sobre todo porque la renuncia a la oportunidad desechada impide conocer si se pierde (o no) algo o si se puede arrepentir de la opción más segura, pues al desecharla nunca podremos saber si hubiera aumentado o disminuido el riesgo... De ahí otra vez la insistencia de Luhmann en el carácter volitivo, que no conceptual de la seguridad y el riesgo, pues lo anterior no se puede contestar sin haberse implicado en los riesgos de esa opción. Para Luhmann, en suma, seguridad y riesgo son productos (esquemas, formas) de observadores de primer orden, aquellos que creen en hechos y para los que toda discusión o debate no obedece sino a interpretaciones o pretensiones diferentes respecto a los mismos hechos. Para el observador de 5 segundo orden, como por ejemplo el científico social, esos términos se consideran una forma y no un concepto en sí mismos, pues “lo que para distintos observadores es tomado por igual, produce en ellos diferentes informaciones” (Ibíd.: 143). La misma indeterminación conceptual cabe imputar a la diferencia entre riesgo y peligro. A juicio de Luhmann, hablamos de riesgo de la decisión cuya consecuencia puede ser un daño eventual, o de peligro cuando el hipotético daño se percibe causado por el exterior, esto es, se le atribuye al entorno. Lo curioso es que tal distinción pase desapercibida, hasta el punto de que términos como riesgo, aventura o peligro se empleen con un significado similar. Lo único que se describen son las variables del peligro con las que se pueda aceptar o probar su disposición para el riesgo. De esta manera, no se logra una determinación formal de ninguno de estos conceptos, por lo que cabe concluir que la distinción riesgo/ peligro se constituye de manera igualmente asimétrica que la antes referida de riesgo/seguridad. En ambos casos el concepto de riesgo designa un complejo estado de hechos con el que topamos en la sociedad moderna, y la otra parte aparece sólo como un acto de reflexión que dilucida la contingencia de los estados de cosas pertenecientes al riesgo: “En el par riesgo/seguridad esto se verifica en los problemas de medición; en el par riesgo/peligro la decisión (es decir, la contingencia) tiene su importancia sólo en caso de riesgo. Uno se expone a determinados peligros” (Ibíd..: 145). El triple eje propuesto por Luhmann (riesgo-peligro-seguridad) hace que los dos primeros queden marcados, pero no el último. En efecto, la diferencia entre riesgo y peligro hace posible que se marquen ambas partes, aunque no a la vez: si se marcan los riesgos se olvidan los peligros, si por el contrario se marcan los peligros se hace lo propio con todo lo positivo que se pueda lograr con una decisión arriesgada. Este eje adopta entonces una dimensión heurística temporal: “En sociedades no diferenciadas se destacaba el peligro, en la moderna el riesgo, ya que en esta se pretende siempre un mejor aprovechamiento de las oportunidades” (Ibíd..: 146). Por su parte, la seguridad (aversión al riesgo o evitación del peligro) no se marca lo suficiente “ya que se da por supuesto”, y con ello obliterado de la discusión. He aquí donde Luhmann, en su labor de evacuación de la seguridad, destaca las ventajas que se consiguen cuando se pasa del esquema riesgo/seguridad al de riesgo/peligro, especialmente la utilización del concepto de atribución que incluye toda esta indagación en un plano de observación de segundo orden, cuestión que al parecer la seguridad no lograba. A través de la atribución sociopsicológica se puede observar cómo otro observador otorga atribuciones, por ejemplo, respecto a sí mismo y al exterior, y si esas atribuciones son respecto a factores constantes o variables, estructuras o sucesos, sistemas o situaciones. Eso ha permitido que, a pesar de que la distinción entre riesgo y peligro dependa de las atribuciones, ello no suponga “en ningún caso que se abandone a la voluntad del observador el que algo se evalúe como riesgo o peligro” (Ibíd.: 147), evaluación que es evitada respecto a la seguridad. Así, si en la dicotomía riesgo/peligro se hace posible tratar estos conceptos como generalizables arbitraria y objetivamente y dicotomizar todo interés en la medida en que sea observado, así como reconducir todas las cuestiones que les afectan a una dimensión temporal y social (que no fáctico-objetiva), todo ello recordamos no puede decirse respecto a la distinción riesgo/seguridad. Esta última ya no es un concepto autónomo, sino que aparece sólo como una tecnología del riesgo, uno de los mecanismos reductores de la probabilidad de daño o atenuador de la magnitud del infortunio, todo lo cual permite a Luhmann quejarse del desplazamiento de la política al terreno resbaladizo de la tecnificación del riesgo que tiende a desestimar el contexto e insistir en la insidiosa dimensión fáctico-objetiva. Para analizar los conceptos de riesgo, seguridad y peligro en el caso de Anthony Giddens hemos de cambiar radicalmente de perspectiva, aunque supuestamente sus argumentaciones son semejantes a las planteadas por los otros autores contemporáneos. Hay que partir de lo que pretende con su conocida teoría de la estructuración, para poder comprender qué postula al respecto de dichos conceptos en otros libros de mayor carácter aplicad. Bien, lo que trata de buscar teóricamente no es tanto una progresiva acumulación de conocimiento, sino el cuerpo de conocimientos previos a la definición de un problema o fenómeno empírico y a la toma de decisiones epistemológicas o metodológicas de un científico social. Sus presupuestos se combinan pues estrechamente con la 6 praxis social, y menos con principios heurísticos de explicación. De hecho, el presupuesto básico de la teoría de la estructuración es que la vida social se genera a través de la práctica social, definida como el conjunto de circunstancias, condiciones y efectos de las múltiples actividades realizadas temporal e históricamente en un espacio determinado, actividades que implican las interacciones fruto de la actuación (social agency) de los actores sociales. Giddens postula la existencia de los individuos como agentes conocedores del mundo en el que viven y actúan y de las posibles consecuencias y efectos de su acción. No obstante, considera la posibilidad de consecuencias no previstas o no intencionadas de la acción a la vez que reconoce la existencia de motivaciones y orientaciones inconscientes de la conducta humana, motivaciones y orientaciones que pueden explicitarse a través de la concienciación y el análisis del discurso. Así, la acción social puede tener consecuencias no previstas o no intencionadas que se convierten en condiciones no conocidas para futuras acciones. Esta conversión de efectos o consecuencias no intencionadas, en condiciones no conocidas, puede estar fuera del control de los agentes individuales actuando en una determinada dirección o bajo un sentido u orientación preestablecidos Puede resultar de un proceso circular de causas-efectos Puede igualmente ser resultado de que las consecuencias no intencionadas de la acción son la reproducción de la estructura que hace posible la acción futura. De ahí que la acción no pueda reducirse al agente individual. Esta imposibilidad de reducción explicativa de la acción social al individuo o sujeto diferencia la teoría de la estructuración de Giddens de otras teorías contemporáneas, y nos permite rastrear su consideración de los conceptos centrales de nuestro estudio, sobre todo en un libro como Modernidad e identidad del yo (editado en 1991), donde desarrolla una descripción de la modernidad estructurada a partir de su relación con el yo. El análisis de Giddens sobre las características y atribuciones del self -designación dada al sujeto individual para enfatizar su aspecto (auto)reflexivo-, del cuerpo y del tiempo-espacio (tiempogeografía) en la contextualidad de la vida cotidiana, es extremadamente rico en detalles. Por ello no reproduciremos los conceptos allí presentes, sino que analizaremos sólo las características e importancia de los aspectos relativos a nuestra indagación. En primer lugar, para comprender el significado de los encuentros en la teoría de la estructuración, es necesario tener presentes dos elementos fundamentales: el primero indica que, pese a que el agente se constituye como un ser reflexivo, comprobando reflexivamente el conjunto de sus acciones, la mayor parte de sus acciones cotidianas no se ve directamente motivada ni elaborada en la forma de discurso, a pesar de “llevar una vida normal”, interactuar mutuamente y ejecutar sus actividades cotidianas. Esta característica de la vida cotidiana lleva nuestra atención hacia uno de sus elementos fundamentales: la rutina o, en términos de la teoría de la estructuración, la rutinización. Según Giddens “la rutinización es vital para los mecanismos psicológicos mediante los cuales un sentido de confianza o de seguridad ontológica es sustentado en las actividades prácticas de la vida social” (Giddens, 1995b: 398), o sea, es la repetición cotidiana de prácticas sociales idénticas o similares lo que posibilita la reflexividad del agente. Y también: “el concepto de rutinización, basado en la consciencia práctica, es vital para la teoría de la estructuración (...) Un examen de la rutinización (...) nos suministra una llave maestra para explicar las formas características de relación del sistema de seguridad básico con los procesos reflexivamente constituidos inherentes al carácter episódico de los encuentros”. (ibíd.: 48). El segundo elemento consiste en que las relaciones que los sujetos establecen entre sí son objetivamente mediatizadas, tanto por recursos materiales externos y por el lenguaje como por los mismos cuerpos de los agentes. Así, la comprensión del tiempo-espacio corporal es fundamental para la comprensión del modo en que por un lado las prácticas cotidianas de los individuos son delimitadas por las propiedades estructurales de los sistemas sociales y, por el otro, cómo es en esa instancia (lo cotidiano) donde se efectúa la misma perpetuación de esos sistemas. En palabras de Giddens: “Todos los sistemas sociales, por formidables o extensos que sean, se expresan y están expresados en las rutinas de la vida social cotidiana, mediando las propiedades físicas y sensoriales del cuerpo humano” (ibíd.: 52). Esto nos permite entender la vida en circunstancias de modernidad, 7 considerándola “materia de apreciación rutinaria de condicionales contrafácticos y no un mero cambio de rumbo que partiera de una ‘orientación hacia el pasado’” (Giddens, 1995a: 44). De este modo los hábitos de vida locales han adquirido consecuencias universales, por ejemplo la decisión de comprar cierto producto tiene repercusiones no sólo en la división internacional del trabajo sino en los ecosistemas terrestres. De alguna manera somos la primeras generaciones que vivimos en un orden cosmopolita universal, en un mundo en el que no hay alteridades radicales, “otros” no afectados por mi acción, donde todos compartimos intereses y riesgos comunes más allá de la conciencia que tengamos de ello y del juicio moral que nos merezca. Muchos de estos riesgos (desastres nucleares, ecológicos) están alejados del control no sólo de las personas, sino también de las grandes organizaciones y de los Estados. Son riesgos con los que tendrá que convivir toda la humanidad y todas las culturas responsable y permanentemente, pues aun destruyendo, por ejemplo, todas las armas nucleares el armamento podrá ser reconstruido en cualquier momento. Es aquí donde se inscribe la sociedad del riesgo: una interacción entre el agente y las estructura que “significa vivir con una actitud de cálculo hacia nuestras posibilidades de acción, tanto favorables como desfavorables, con las que nos enfrentamos de continuo en nuestra existencia social contemporánea individual y colectivamente” (Giddens, 1995a: 44). Por ello plantea una sorprendente analogía entre la vida y los mercados de futuros -aquellos en los que se formalizan los contratos para el suministro de mercancías o activos financieros en una fecha futura, determinada de modo previo-: “La vida empieza a parecerse a un mercado de futuros. Una especie de reflexión continua sobre el riesgo, sobrepuesto al riesgo”. El hecho de que una persona pueda ser experta tan sólo en uno o varios pequeños ámbitos de los sistemas de conocimiento modernos y dada la intensidad de la especialización que tales sistemas exigen, ello significa que acaben siendo opacos para la mayoría y que el conocimiento experto acabe convocando una adhesión acrítica de confianza. Además, en las sociedades industriales, los peligros generados fuera de los ámbitos de acciones penetrados por la reflexividad pasan por el filtro de las esferas de acción de los sujetos o incluso están producidos directamente por ellos. Pero en las condiciones de la modernidad tardía no ocurre tal cosa puesto que “muchas formas de riesgo no admiten una evaluación clara debido al medio mudable de conocimientos que los enmarca; e incluso las valoraciones del riesgo en situaciones relativamente delimitadas sólo son a menudo válidas hasta nuevo aviso” (Giddens, 1995a: 48). De ahí la alteración de esa “seguridad ontológica del yo”, reflejo a juicio de este autor de lo ocurrido en la mundialización, que elimina la referencia a todo modelo e introduce una situación de incertidumbre: “No hay modelo. La socialdemocracia logró combatir los aspectos más corrosivos del mercado. Pero ya no es algo a lo que podamos aspirar. El neoliberalismo no creaba las instituciones ni generaba el apoyo para crear la seguridad. O sea, ésta es una aventura. Un nuevo equilibrio entre el riesgo y la seguridad” (Giddens, 1998: 98). Así las cosas, la noción de riesgo reviste una importancia central en una sociedad que se desprende del pasado, de las formas tradicionales de hacer las cosas y se abre a un futuro problemático -tanto en el ámbito del agente como de las estructuras-. A diferencia del planteamiento de Luhmann, si contamos con esos sistemas de conocimiento abstractos e inaccesibles que convocan necesariamente confianza, el riesgo entonces se institucionaliza en entornos delimitados. Pero al igual que aquel, Giddens vuelve a establecer una dicotomía útil entre riesgo y peligro, evacuando de nuevo el concepto de seguridad. La preocupación por el riesgo en la vida social moderna se opone al predominio real de peligros que amenacen la vida, siendo varios los factores que aquí intervienen: “las amplias zonas de seguridad en la actividad diaria conquistadas por los sistemas abstractos; la constitución de entornos de riesgo institucionalmente delimitados; el control del riesgo como aspecto clave de la reflexividad de la modernidad; la aparición de riesgos de graves consecuencias resultado de la mundialización, y la actuación de todos estos factores sobre el trasfondo de un ‘clima de riesgo’ al que le es inherente la inestabilidad” (ibid.: 148). La seguridad parece pues como un elemento del mundo moderno, fundamento del orden económico lo que a juicio de Giddens “forma parte de un fenómeno más general relacionado con el control del 8 tiempo que calificaré de colonización del futuro” (ibíd.: 144), esto es, la creación de zonas de posibilidades futuras conquistas por inferencia. Pues bien, los entornos de riesgo institucionalizados, sobre todo en esos ámbitos securitarios del orden económico (también los hay sanitarios, como veremos a continuación) tienen la particularidad de conectar de múltiples maneras los riesgos individuales y los colectivos, lo que explica que las posibilidades de vida individual estén en la actualidad directamente vinculadas con la economía capitalista mundial; pero son especialmente importantes por lo que revelan sobre la colonización del futuro. Aquí la bolsa, como otros ámbitos de riesgo institucionalizado, utiliza activamente dicho riesgo para crear el “futuro” que luego será colonizado. De nuevo la seguridad desempeña en todo esto un papel secundario y derivado de otros vectores que anticipan el futuro a través de la inducción del presente. Para ser más precisos, el ámbito de la seguridad sólo tiene relación con el pasado por su carácter de cierre (cognitivo, experiencial, etc.) frente a la presencia “actual” y futurible de los diversos sistemas de riesgo. “El control reflejo del riesgo es intrínseco a los sistemas de riesgo institucionalizados y extrínseco a otros parámetros de riesgo, pero no menos fundamental por lo que respecta a las oportunidades y planificación de la vida. Una parte significativa del pensamiento especializado y del discurso público está constituido en la actualidad por el perfil del riesgo, que analiza cuál es la distribución de riesgos en un medio de acción dado, habida cuenta del estudio actual de los conocimientos y en las condiciones presentes” (Ibíd.: 153). El control constante y minucioso de los riesgos de la salud en relación con datos como los que acabamos de referir proporciona un buen ejemplo no sólo de la reflexividad rutinaria respecto del riesgo externo, sino también de la interacción entre sistemas expertos y conductas no profesionales ante el riesgo. Así, los especialistas médicos ofrecen los materiales a partir de los cuales se genera el perfil del riesgo, aunque éste no permanece como una exclusiva de los expertos, siendo la población en general consciente de los riesgos, lo cual obliga a los profesionales a poner sus datos al alcance de los profanos y a explicarse a tal efecto. De ahí posiblemente las series y cambios constantes de los conceptos y terminologías médicas. En suma, para Giddens la cuestión no es que la vida diaria contemporánea haya más riesgos que en otras épocas, “lo que sucede más bien es que, en condiciones de modernidad, pensar en términos de riesgos y de su evaluación es una práctica más o menos generalizada de características en parte imponderables tanto para los agentes no profesionales como para los expertos específicos” (ibíd.: 159). El clima de riesgo de la modernidad es pues perturbador para cualquiera, nadie puede evitarlo y ello explica la evacuación del concepto (restringido) de seguridad. Zygmunt Bauman se muestra estimulado por la ácida observación de Beck, o incluso anterior de Habermas (1975) que insta a buscar soluciones biográficas a las contradicciones sistémicas, de ahí su consideración de una inseguridad fluida, omniabarcante, que nos afecta a todos, inmersos como estamos en un mundo impredecible de desregulación, competitividad e incertidumbre endémicas, aunque cada uno sufra por ello de modo privado. Ya no existe el recurso a lo comunitario, como oasis de la seguridad, aunque esta imagen arcádica remita en su concepción a un edén perdido, simulacro de algo que tal vez nunca existió, y menos aún en la sociedad industrial. En cualquier caso, esa imagen de lo perdido le permite a Bauman expresar que: “Echamos en falta la comunidad porque echamos en falta la seguridad, una cualidad crucial para una vida feliz, pero una cualidad que el mundo que habitamos cada vez es menos capaz de ofrecer e incluso más reacio a prometer” (Bauman, 2003: 169). Si el uso del cuerpo era una fuente de riesgo para Giddens y no por ello dejábamos de coquetear con ambos, en Bauman el cuerpo y sus prolongaciones para seguir reclamando lo perdido, “De modo que tendemos a buscar un remedio para el malestar de la inseguridad en el cuidado de la seguridad, es decir, en el cuidado de la integridad de nuestro cuerpo con todas sus extensiones y trincheras de vanguardia: nuestro hogar, nuestras propiedades, nuestro vecindario” (Ibíd.: 170). La seguridad aparece pues identificada como lo propio, la cohesión comunitaria, las extensiones del endogrupo. E incluso la clara distinción de sus bordes, hasta el punto que la presencia de los extraños que 9 “personifican vicariamente la inseguridad que acosa nuestra vida”, es reconfortante e incluso da seguridad: sería algo así como lo propio de los otros. Esta línea argumental nos lleva a una clasificación binaria que curiosamente el mismo Bauman parece rechazar en otros escritos: de una parte la seguridad, instalada en la cohesión comunitaria, de otra la anomia y la indeterminación, pero también la libertad. Este rechazo que complejiza la obra de Bauman y permite reintroducir, aunque con problemas, el concepto de seguridad, se realiza a través de dos operaciones. (1). La liquidación de la ambivalencia, producida por la oposición que genera el horror a la ambigüedad. Puesto que la clasificación binaria desplegada en la construcción del orden social no puede agotar por entero la experiencia continua de la realidad, ello supone para toda cultura moderna aceptar acontecimientos que puedan contravenir sus presupuestos. Vivir en la indeterminación consiguiente lleva a la necesidad socio-psicológica de restablecer el orden original mediante el apiñamiento del conjunto, y a establecer unas fronteras estigmatizantes entre lo propio y lo extranjero. “En el estigma, la cultura proyecta un límite del territorio que considera como el terreno que cultiva y circunscribe un área que debe y tendría que dejar en barbecho” (Bauman, en Beriain, 1996: 112). Estos límites, esencialmente inamovibles del estigma, generan una separación legítima extraoficial que bosqueja con más precisión que los aparatos institucionales, los bordes dentro de los cuales se halla esa comunidad de “los mismos” en que hallar la seguridad, al mismo tiempo que traza los bordes dentro de los cuales se encuentran los enemigos: lo propio de los otros que, como indicábamos antes, restablece la confianza en lo mismo. Aunque las identidades colectivas están cada vez más artificialmente producidas y tienen al estigma como centro de su contradicción principal, su misma precariedad problemática las hace centro permanente de atención y restablecimiento de categorías de la identidad social en apariencia anquilosadas. (2). En su opúsculo sobre la Libertad (Bauman, 1991), ésta aparece formando una dicotomía de oposición respecto a la seguridad. Dado que la propia sociología se desarrolló en principio y sobre todo como una “ciencia de la falta de libertad”, ello equivale a decir que el control social, como reglamentación de la libertad, sigue siendo en gran medida uno de los conceptos heurísticos clave de la sociología y donde ubicar una escisión entre la sociedad moderna y otras que la preceden. En efecto, “La sociedad moderna difiere de sus predecesoras por una actitud hacia sí misma de jardinero, en lugar de guardabosque. Considera el mantenimiento del orden social -es decir, la contención de la conducta humana, dentro de ciertos parámetros...” (Bauman, 1991: 20-21). El control social forma parte pues de una agenda inevitable, algo de lo que debemos ocuparnos y resolver. “La sociedad moderna no cree estar segura sin tomar medidas, consciente y deliberadamente, para salvaguardar su seguridad. Estas medidas significan, en primer lugar, la guía y vigilancia de la conducta humana: significan el control social” (ibíd.: 21). De este modo el control social, entendido como prevención y estímulo, reintroduce una dicotomía central en las sociedades modernas: la que existe entre libertad y seguridad. Según haya sido el despliegue de aquella en el advenimiento de la modernidad y el capitalismo, así habrá sido el de éste. Bauman describe en los últimos capítulos de esta obra la centralidad de la libertad individual como eslabón que une la sociedad y el sistema social, gracias al desplazamiento reciente de la libertad desde las áreas de producción y poder hacia el área de consumo. Paralelamente el control, hipostasiado gracias a la aplicación de las nuevas tecnologías, se ha extendido hacia áreas hasta ese momento desconocidas lo que ha permitido el proceso de securización en ámbitos novedosos: del trabajo y las relaciones internacionales al consumo. Bibliografía BAUMAN, Zygmunt (1991) Libertad. Madrid: Alianza. BAUMAN, Zygmunt (1999) Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Barcelona: Gedisa. BAUMAN, Zygmunt (2001) La sociedad individualizada. Madrid: Cátedra. 10 BAUMAN, Zygmunt (2003) Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Madrid: Siglo XXI. BAUMAN, Zygmunt y TESTER, Keith (2002) La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones. Barcelona: Paidós. 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