Mijaíl Bulgákov. “El maestro y Margarita”

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Mijaíl Bulgákov. “El maestro y Margarita”
La última y la más importante novela de Mijaíl Bulgákov que en distintos
años llevaba el título “El mago negro”, “La pezuña del ingeniero”, “La pezuña del
consultor”, “El gran canciller”, “El príncipe de las tinieblas” y resultó nombrarse
“El maestro y Margarita” se escribió en trece años, esperó su publicación otros
veintiséis y sigue leyéndose ya desde hace más de treinta años. Jorge Luis Borges
en su ensayo “Sobre los clásicos” ha escrito: “Clásico es aquel libro que una
nación o un grupo de naciones en largo tiempo han decidido leer como si en sus
páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de
interpretaciones sin término”. Según este criterio el libro ya llegó a ser clásico. “El
maestro y Margarita” es una novela-laberinto, mejor dicho, son tres novelas, tres
laberintos, que aún cruzándose conservan cierta autonomía.
Así que se puede pasear por este jardín de los senderos que se bifurcan en
diferentes direcciones, pero por fin todos se reunirán en un mismo punto. Cuatro
capítulos de la última redacción – el segundo, el décimosexto, el vigésimo quinto y
el vigésimo sexto – representan la historia de un día y una noche del mes
primaveral Nisán, un fragmento de “Las Pasiones de Cristo” interpretado por
Bulgákov. Joshuá Ga-Nozri, Poncio Pilatos, Leví Mateo, Judas son los cuartro
personajes del libro eterno que llegan a ser héroes de la narración de Bulgákov.
Estas sesenta y cinco páginas, la sexta parte del texto, forman el foco filosófico y
semántico de “El maestro y Margarita”. En cierto sentido es “Evangelio de Mijaíl”
que guarda memoria de sus parientes “De Mateo” y “De Juan”, pero los utiliza
como base transformándolos conforme con sus objetivos. El Jesús de los
Evangelios sabía muy bien de dónde había venido, quién lo había mandado, para
qué vivía y adónde se iría después. Se dirigía a la muchedumbre, profetizaba,
predicaba, hacía milagros y apaciguaba los elementos de la naturaleza. El miedo y
la soledad que le asaltaron en Getsemaní no eran más que un episodio, un
momento fugaz bien comprensible para un mortal y no para el hijo de Dios. Sin
embargo, como se sabe de las palabras de Lucas, aún en aquel entonces recibió el
apoyo de un ángel: “Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le
confortaba”. Joshuá es más joven que su prototipo evangélico y no tiene ninguna
defensa contra el mundo. Está absolutamente solo, no tiene más que un alumno, ni
hace alusiones a la protección de las fuerzas superiores y su prédica se reduce a la
única verdad: el hombre es bueno – no hay malas personas en el mundo. Sin
embargo, al construir su variante de la biografía de Joshuá, Bulgákov sigue
conservando y guardando lo principal. La pregunta demagógica de Pilatos “¿Qué
es la verdad?” en el Evangelio de Juan va precedida por la explicación de Jesús:
“Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El
que es de la verdad escucha mi voz”. Joshuá no sólo da testimonio, él mismo con
su asombrosa fe en cada hombre, sea el indiferente y maligno Marco Matarratas o
“una persona muy buena y curiosa” Judas, es la verdad encarnada. Por esta razón
no quiere mantener una irónica disputa filosófica con Pilatos, sino responde de una
manera simple y concreta revelando una excepcional comprensión del alma de otra
persona: “La verdad está, en primer lugar, en que te duele la cabeza y te duele
tanto, que cobardemente piensas en la muerte”. “Lo malo es que vives demasiado
aislado y has perdido definitivamente la fe en los hombres”. Ser un gran médico
significa curar las enfermedades más bien espirituales que corporales. Dostoyevski
dijo que si le demostraran matemáticamente que la verdad y Jesucristo eran
incompatibles, prefiriría quedarse con Jesús y no con la verdad. Su intención era
reconstruir en “El idiota” la imagen de un hombre perfectamente positivo, un
príncipe de Cristo.
En “El maestro y Margarita” podemos encontrar los ecos de aquellas ideas e
intenciones creativas. Joshuá en su vida ha hecho ningún daño a nadie, sus simples
verdades son proyección de su personalidad. Aunque el protagonista de Bulgákov
figure sólo en un episodio grande, su presencia o ausencia significativa forman el
centro semántico del libro. Este recurso artístico respecto a la composición fue
aprobado por Bulgákov en su pieza “Los últimos días”. En esta obra dedicada a
Pushkin el poeta mismo no aparece en la escena ni una sola vez, pero con su
nombre empiezan el anuncio y la lista de personajes, y todo lo que pasa en las
tablas está determinado por su presencia y sus poesías. El Joshuá de Bulgákov no
es hijo de Dios y ni siquiera hijo del hombre. Es huérfano, un hombre sin pasado
que con sus propias fuerzas se ha descubierto una verdad y al parecer no se
imagina ni el futuro de ésta ni su propio futuro. Perece porque ha caído entre las
piedras molares del poder religioso y laico, porque la gente se ve obsesionada con
el dinero y está dispuesta a traicionar por él, porque la muchedumbre está
aficionada a los espectáculos cautivadores, aunque sea la muerte de un hombre. El
enorme mundo quemado por un sol implacable no presta atención a la voz solitaria
de un hombre que ha encontrado una verdad, simple como un suspiro y
transparente como el agua. En el Jershalaím de la novela sólo dos personas
responden a la prédica de Joshuá: un recaudador de contribuciones que tiró el
dinero al camino y se convirtió en su único discípulo, y el cruel procurador que le
condenó a la muerte. Leví Mateo se nos presenta frecuentemente como un torpe
fanático que no entiende a Joshuá y tergiversa sus ideas: “…Hay uno que me sigue
con un pergamino de cabra y escribe sin pensar. Una vez miré lo que escribía y me
horroricé. No he dicho absolutamente nada de lo que ha escrito”.
¿Entonces por qué, como vemos en el final, Leví Mateo mereció la luz? Las
palabras citadas de Joshuá se refieren más bien a Mateo y otros evangelistas y
están vinculadas con la idea de oposición de la verdad y de la personalidad que,
según Bulgákov, no cabe en ningunas sentencias y prédicas. En realidad Leví
Mateo representa la fidelidad sin fin, el espíritu de sacrificio, el amor y la fe, tan
fanáticos como el amor y la fe de Margarita. El antiguo recaudador de
contribuciones lo abandona todo y sigue a su maestro apuntando cada palabra suya.
Está dispuesto a salvar a Joshuá del sulpicio cueste lo que cueste, piensa vengarse
del traidor de Judas. Igual que Margarita que llegó a ser bruja por su amante, Leví
Mateo se atreve a hacer frente al mismo Dios por Joshuá: “¡Dios, te maldigo!..
¡Eres el dios del mal!.. ¡No eres un dios omnipotente! Eres un dios negro. ¡Te
maldigo, dios de los bandidos, eres su protector y su alma!” En la primera novela
la figura de Leví Mateo está destacada en la composición. Todo lo que pasa en el
monte del Calvario lo vemos con sus ojos, ojos del único espectador no
participante en la ejecución. El papel de Leví Mateo en la fábula antigua es similar
al del maestro. Es el primer testigo que trata de referir lo pasado tal como era,
sigue con sus apuntes durante la ejecución y la única cosa que pide a Pilatos al
verle es un trozo de pergamino limpio. Es lógico que Leví resulte ser intermediario
en las negociaciones de Joshuá y Voland sobre el destino del maestro, con
quedarse el mismo discípulo fanático, el más implacable enemigo del mal. “No
quiero que sigas con la salud” – contestó insolente el recién llegado”. Junto con la
figura de Pilatos entra en la novela el tema de cobardía, debilidad del alma,
compromiso, traición involuntaria. ¿Para qué el maestro y Bulgákov necesitaron el
personaje del procurador? Es que entre las imágenes ejemplares hay un personaje
con ayuda del cual este tema pudiera ser desarrollado con el mismo éxito, sin
provocar reproches al autor de que simpatice al poder y coquetee con el mal. El
apóstol Pedro, el primer discípulo, también traiciona a Jesús negándole tres veces.
Sin embargo, la diferencia entre estos hechos aparentemente similares es grande.
Pedro es una persona ordinaria y débil; sufre de la presión de las circunstancias;
vive bajo la amenaza de un peligro real. En caso de Pilatos todas estas causas
exteriores faltan o casi faltan, porque en el texto hay alusión al miedo que tenía del
emperador. A diferencia de Pedro, Pilatos tiene posibilidad de salvar a Joshuá,
hasta trata de hacerlo, pero de una manera indecisa y tímida, y por fin “se lava las
manos”. Sin embargo, a distinción del Evangelio de Mateo, en la novela este gesto
no figura. Después se puede matar al traidor (en el episodio con Judas no se realiza
la idea evangélica de “ofrécele otra mejilla”, sino la del Viejo Testamento “ojo por
ojo”), ver el reflejo de su propia crueldad en los hechos de su súbdito (“Usted
también tiene un mal puesto, Marco. Mutila a los soldados…”), salvar al discípulo
de Joshuá (“Veo que eres un hombre letrado y no tienes por qué andar solo, vestido
como un mendigo, sin casa. En Cesarea tengo una gran biblioteca, soy muy rico y
quiero que trabajes para mí. Tu trabajo sería examinar y guardar papiros y tendrías
suficiente para comer y vestir”), después se puede hacer cantidad de obras buenas,
pero nunca se podrá rehacer el pasado. Hay justificación y escusa, pero no hay
consuelo y no lo habrá durante dos mil años. El Pilatos de Bulgákov no simboliza
el triunfo de la fuerza, sino su debilidad y irreversibilidad fatal de cada hecho.
La novela de Jershalaím está vinculada con la época actual con tres puntos:
el principio lo cuenta Voland a Berlioz y Desamparado, la ejecución se nos
presenta en la visión de Iván en el manicomio, dos capítulos sobre el asesinato de
Judas y el encuentro de Leví Mateo con Pilatos los lee Margarita en el manuscrito
milagrosamente resucitado por Voland. Pero el narrador, el visionero y la bella y
fiel lectora están unidos por una motivación común: se basan en la novela del
maestro que adivinó lo que había sucedido en realidad. La novela quemada está
como pendiente en el aire, se percibe en la atmósfera, penetra en la conciencia de
diversos personajes. Cabe mencionar que esta novela es mucho más grande de lo
que lograremos leer – Voland recupera de la nada una pila gruesa de papeles, – y
terminará ya en otro espacio y tiempo, precisamente ante nuestros ojos. La novela
del maestro, la historia de Jershalaím, está organizada de hecho según las leyes de
una novela corta con su cantidad reducida de personajes, concentración de lugar,
tiempo y acción. Los rasgos de una novela grande aquí aparecen sólo en la
descripción pintoresca y detallada y la narración minuciosa y pormenorizada. El
cronotopo moscovita también está concentrado en el tiempo – son sólo cuatro días,
pero rellenos de personas y acontecimientos. De los quinientos diez personajes de
“El maestro y Margarita” en los capítulos antiguos figuran menos de cincuenta, los
demás son coetáneos de Bulgákov, Voland con su comitiva y visitantes del Gran
baile. En el espacio moscovita coexisten dos novelas: una sobre Satanás y otra
sobre el maestro, sobre su obra, tragedia y amor. En la descripción del público en
el Varietés y los visitantes del “Griboedov” – Varenuja, Rimski, Lijodéyev y el
pequeño judas Aloísio Mogarich – Bulgákov acude a los recursos folletinescos y
satíricos; aquí no sólo cambia la dominante emocional, sino se construye otra
imagen del narrador, bien distinta de los capítulos dedicados a Jershalaím. El
reservado noticiero, cronista y pintor objetivo (en este estilo se nos presenta la
novela del maestro) se cambia por un reportero bullicioso, coleccionista de
rumores, caricaturista que nos hace recordar a la figura del narrador de “Los
demonios” o al cuentista simple de Zóshchenko. Entre el misterio de Jershalaím y
la epopeya diabólica de Moscú hay muchos puntos comúnes – los de motivos, de
objetos, de palabras. Sin embargo Jershalaím y Moscú no sólo están rimados, sino
también contrapuestos en la estructura de la novela grande. En la trama antigua no
aparece Voland, aunque éste produjo confusión en las almas de Berlioz y
Desamparado diciendo que había asistido en Jershalaím incógnito, como el revisor
de San-Petersburgo en la obra de Gógol. En las páginas de la novela del maestro
no hay lugar para Satanás, allí nada está resuelto todavía. Pero en Moscú “conduce
el baile”* (*aria de Mefistófeles de la ópera “Fausto” de Charles Gounod) otro
departamento. Aquí se menciona el diablo con frecuencia, pero Jesús se considera
una alucinación que no existe en realidad: “La mayoría de nuestra población ha
dejado, concientemente, de creer en todas las historias sobre Dios”. Es lógico que
en este lugar libre aparezcan no sólo los pequeños demonios, sino Satanás mismo.
La figura de Voland en la obra de Bulgákov dista aún más que Joshuá del
canon y de la tradición cultural e histórica. El Satanás de Bulgákov no produce el
mal, sino lo descubre. Igual que los rayos X, lee los pensamientos humanos y
revela las oscuras manchas de ruina guarecidas en las almas. En “El maestro y
Margarita” Voland, quedándose opositor de Joshuá, de hecho desempeña el papel
del ayudante milagroso de los cuentos mágicos o del noble vengador de una
leyenda popular, dios de la máquina que salva al héroe en una situación sin salida.
Una verdadera epopeya diabólica se desencadena en Moscú alrededor de Voland:
en una extraña sala – de teatro o de cárcel – se hace entregar divisas a los
ciudadanos, algunas personas sin nombres ni caras espian, persiguen, disparan,
registran el apartamento, llevan a la clínica de Stravinski. En la atmósfera de
Moscú se percibe una vaga amenaza. Sólo a Voland se le puede pedir salvación de
los demonios mezquinos* (* “Demonio mezquino” – novela de Fiódor Sologub)
en el mundo donde triunfa la mediocridad, el poder está en las manos de una fuerza
anónima y el lugar más seguro y tranquilo resulta el manicomio. Parece que el mal
de los cielos, el mal metafísico no es lo más horroroso todavía. Aunque Voland no
sirva a Joshuá, de todos modos le obedece, pero de ninguna manera podemos
imaginarnos que Aloisio Mogarich ayude al maestro o que Nikanor Ivánovich
Bosoi tire dinero al camino, como lo hizo Leví Mateo. El sentido filosófico de la
epopeya moscovita se revela en la escena del Varietés. Alternando su monólogo
con los trucos de sus ayudantes y no prestando ninguna atención al público,
Voland pone preguntas y da respuesta él mismo:
“— Dime, amable Fagot — preguntó Voland al payaso a cuadros, que, por
lo visto, tenía otro nombre además de Koróviev—, tú que crees, ¿ha cambiado
mucho la población de Moscú?
El mago miró al público, que permanecía en silencio sorprendido por el
sillón que había aparecido de repente.
— Eso es, messere — contestó en voz baja Fagot-Koróviev.
— Tienes razón. Los ciudadanos han cambiado mucho…, quiero decir en su
aspecto exterior…, como la ciudad misma. Ya no hablo de la indumentaria, pero
han aparecido esos…, ¿cómo se llaman?…, tranvías, automóviles…
— Autobuses — le ayudó Fagot con respeto.
<…>
— Pero a mí, naturalmente, me interesa mucho más que los autobuses,
teléfonos y demás…
— Aparatos — sopló el de los cuadros.
— Eso es, muchas gracias — decía despacio el mago con su voz pesada, de
bajo, — otra cuestión más importante. ¿Estos ciudadanos habrán cambiado en su
interior?
—
Sí, señor, ésa es una cuestión importantísima”.
Después del truco con la lluvia de dinero Voland hace el resumen: “Bueno…
son hombres como todos… Les gusta el dinero pero eso ha sucedido siempre… A
la humanidad le ha gustado siempre el dinero, sin importarle de qué estuviera
hecho: de cuero, de papel, de bronce o de oro. Bueno, son frívolos…, pero ¿y
qué?…, también la misericordia pasa a veces por sus corazones… Hombres
corrientes, recuerdan a los de antes, sólo que a éstos les ha estropeado el problema
de la vivienda… ”. Es su réplica en la discusión sobre un hombre nuevo – los
hombres no se han cambiado – y al mismo tiempo es una mirada objetiva a la
naturaleza humana en general. “La misericordia pasa a veces por sus corazones”,
pero la avidez, problema de la vivienda o algo otro lo estropea todo. En la
muchedumbre los hombres siempre resultan peores que separadamente. Es la
imagen de la muchedumbre y no los personajes concretos lo que une la trama de
Jershalaím con la de Moscú. En la misma época cuando Mijaíl Bajtín describía el
pueblo que se ríe en coro contraponiéndose a la cultura oficial, Bulgákov lo miraba
sin demasiado respeto, objetiva e irónicamente. Ante la muchedumbre aullando,
ante la mar de seres humanos Pilatos proclama la condena, la muchedumbre
observa la ejecución, la muchedumbre con entusiasmo caza billetes de diez rublos
en el teatro, asiste a la humillación de Sempleyárov, los escritores en
muchedumbre bailan, hacen cola, atropellan al que haya salido de la fila. Según
Bulgákov, no es casualidad que Joshuá tuviera un solo discípulo; a solas Riujin
reconoce su mezquindad literaria, Desamparado se niega a escribir versos y el
maestro empieza su famosa novela.
“El maestro y Margarita” es un título tipológico, significativo. “Dafnis y
Cloe”, “Tristán e Isolda”, “Romeo y Julieta” son las historias sobre el amor,
fidelidad y muerte, idilio y tragedia in diferentes proporciones. La tercera novela
de Bulgákov en general está dedicada a las mismas materias, pero se complica por
un ambiente moderno y el tema de la labor creativa. Los protagonistas no están
unidos sólo por los sentimientos repentinos y eternos (“El amor surgió ante
nosotros, como surge un asesino en la noche, y nos alcanzó a los dos. Como
alcanza un rayo o un cuchillo de acero”), sino por un libro – la obra del maestro
que, según las palabras de Margarita, le pertenece también a ella. La historia del
maestro permite que Bulgákov descubra su propia “peregrinación por los caminos
del dolor”* (*El título de la trilogía de Alexéi Tolstoy) vinculada con “La Guardia
Blanca” y el problema de la puesta en escena de sus obras dramáticas. Pero el
héroe y el autor en los libros de Bulgákov siempre son inconmesurables. El
maestro es un personaje, autor del único libro, que después de todas las desgracias
pierde aptitud para la creación: “No tengo más sueños e inspiraciones…Estoy roto,
aburrido y quiero volver al sótano… Odio mi novela...
<…>
—¿Pero no tiene que describir siempre a alguien? — decía Voland—. Si ya
ha agotado a ese procurador puede describir, pongamos por caso, a Aloísio.
El maestro sonrió:
— Eso no me lo publicará Lapshénikova, además, es un tema poco interesante”.
Es un tema poco interesante para el autor de la novela sobre Pilatos, pero
todo eso – Aloisio y lo demás – es muy interesante para el autor de la novela “El
maestro y Margarita”. En el centro de la novela grande no se encuentra Pilatos, ni
el maestro con su amante, ni por supuesto Iván Desamparado, sino el autor, que
estando siempre en sombra, sin embargo une todos los niveles del libro, crea el
plan general del laberinto convirtiéndose ora en un riguroso cronista evangélico,
ora en un reportero avispado, ora en un narrador patético, ora en un lírico
sentimental. En cuanto a la riqueza de las entonaciones narrativas en “El maestro y
Margarita” es difícil buscar algo equivalente en la literatura de los años 1920-30,
pero sin problema se encuentran analogías en el siglo XIX en la obra de Gógol y
Pushkin. Los precursores del autor de Bulgákov son los incorpóreos narradores de
“Eugenio Oneguin” y “Almas muertas” que unen todos los aspectos sustanciales
del texto. Pero no está en Moscú donde este invisible pero muy bien oíble autor ata
todos los cabos, determina los destinos de los héroes y pone los puntos finales.
Después del vuelo ante los ojos del maestro se apaga la ciudad donde han
ejecutado a su héroe, se dispersa en la niebla la otra, recién abandonada, “con las
torres de alajú del monasterio”, y aparece una cumbre pedregosa, plana y triste, el
procurador con su fiel perro, un charco de sangre que no logró secarse en dos mil
años. Todos los cabos de la fábula pueden ser atados sólo bajo la luz de la luna que
desvela los engaños de la noche más allá de la vida terrestre, en la eternidad. La
novela del maestro termina con las palabras: “…el quinto procurador de Judea, el
jinete Poncio Pilatos”. Con las mismas palabras el autor terminará su novela
grande. Pero la novela sobre Pilatos va a terminar de otra manera: “…entonces
Voland se volvió al maestro—: Bien, ¡ahora puede terminar su novela con una
frase!
El maestro parecía esperarlo, mientras estaba inmóvil mirando al procurador.
Puso las manos en forma de altavoz y gritó; el eco saltó por las montañas desiertas
y peladas: —¡Libre! ¡libre! ¡Te está esperando!”
Joshuá que a diferencia de Voland no apareció en la planicie de la eternidad
absuelve a Pilatos. Y éste se va por el sendero de luna o atrás, “al frondoso jardín,
crecido durante muchos miles de lunas”, o adelante, a los sueños de Iván
Nikoláevich Pónyrev, el ex-poeta Desamparado. El romántico maestro recibe otro
don de Joshuá y Voland: un camino de arena con un puentecillo sobre el arroyo,
una ventana veneciana con una parra que sube al tejado, la música de Shúbert –
una casa eterna. Los rasgos concretos del eterno amparo del maestro – jardín,
cerezos obligatoriamente mencionados, música, velas, arroyo – recuerdan dos
jardínes sobre el precipicio del presente siglo XX, “Jardín de los cerezos” y “Jardín
de ruiseñores”. Pero los héroes de Chéjov, benignos y miopes, y el exigente y
abnegado caminante de Blok abandonaban el jardin por necesidad o por su propia
voluntad. Los amantes en la obra de Bulgákov lo reciben en calidad del último
premio y además ya más allá de la vida terrestre. Al principio la novela grande
terminaba así, en el cronotopo de la eternidad, donde se ponía el punto final de la
novela del maestro y de la novela sobre el maestro. La epopeya diabólica de Moscú
quedaba interrumpida con los puntos suspensivos. Pero en mayo de 1939 Bulgákov
pidió borrar el último párrafo del capítulo 32 y dictó el epílogo.Volvió de más allá
acá, a la tierra, y puso el punto en la tercera novela, la moscovita. La acción del
epílogo pasa en un futuro indeterminado – “pasaron unos años”. Otra vez aparece
el narrador-coleccionista de rumores. Es desagradable repetir estos rumores. Hay
muchos detalles folletinescos y grotescos: en todo el país los ciudadanos cazan los
gatos negros, los personajes cambian de lugares, Stiopa Lijodéyev llega a ser
director de una tienda de comestibles en Rostov, Rimski entra en un teatro infantil
de muñecos, y su antiguo puesto lo ocupa el denunciador Mogarych… Pero esta
noria, típica para una novela moscovita, se para, la entonación del narrador se
cambia y la atención se concentra en un solo héroe y el motivo de la memoria
vinculado con él: “Pues sí, pasaron varios años y los verídicos sucesos relatados en
este libro se fueron olvidando, apagándose poco a poco en la memoria. Pero eso no
les sucedió a todos”. “Cada primavera, en cuanto llega la luna llena de fiesta” la
memoria atormenta al ex-poeta que ahora es profesor del Instituto de Historia y
Filosofía Iván Nikoláyevich Pónirev. Su conciencia, sus sueños son el último
refugio terrestre donde viven el olvidado por todos Berlioz, Joshuá y Pilatos, el
maestro y su amante. El motivo del pinchazo, real o simbólico, el pinchazo en el
corazón y el de la memoria, atraviesa sucesivamente las tres novelas. Antes de la
aparición de Koróviev Berlioz siente “la aguja que le oprimía el corazón”,
presentimiento de la muerte. Nikanor Bosoy antes de recibir un soborno sentía que
“algo le perturbaba en el fondo de su alma, algo parecido a unos pinchazos ” –
vemos aquí una inferiorización irónica del motivo. “Un dolor agudo, como si fuera
de una aguja” taladra a Margarita durante el Gran baile, con un pinchazo de la
lanza termina la vida terrestre de Joshuá, con “una violenta cuchillada” matan a
Judas. “Memoria intranquila, como pinchada de agujas” fue otorgada al maestro en
las últimas líneas de la novela. En el epílogo la hereda Pónyrev. Pero esta memoria
se apaga, se calma, se sosiega. De ninguna manera es eterna, si el lugar del maestro
y del poeta quedan vacantes. Cuando Moscú pierde al paciente de la habitación
118, los sueños y alucinaciones no logran ser plasmados en palabra:
“— Entonces, ¿así terminó?
— Así terminó, mi discípulo — contesta el del número 118. La mujer se
acerca a Iván y le dice:
— Así terminó. Todo terminó como todo termina… Le daré un beso en la
frente y todo saldrá bien”…
¿Cómo terminó? ¿Y qué significa “bien” en este caso? El mundo se retuerce
de calambres por falta de encarnación, sin sospecharlo. Sólo un otro maestro puede
describirlo, darle la voz. Sólo en este tipo de inmortalidad – “mi alma vive en la
lira, con mi memoria, la corrupción no podía…” – cree el autor de “El maestro y
Margarita”. Los escritores coetáneos, más afortunados que Bulgákov, le
consideraban “una suerte de Potapenko”* (*Ignatii Potápenko (1856-1929) –
escritor ruso de nivel medio, aquí figura como símbolo de mediocridad) , mientras
que él era “un nuevo Gógol” (un sujeto apocrífico para la literatura rusa),
mensajero del siglo XIX al siglo XX, continuador consciente de la gran tradición;y
conforme con el espíritu de la gran literatura clásica, su última novela de improviso
llegó a ser todo: mito, misterio, un nuevo apócrifo evangélico, leyenda moscovita,
panorama satírico, historia del amor, novela de educación, parábola filosófica,
metanovela. Es un libro escrito de una sola manera posible, igual que “Almas
muertas”, “Historia de una ciudad”, “Los demonios”, “Guerra y paz”. “Su novela
le va a dar sorpresas” – adivinó él. ¡Cómo lo ha adivinado todo!
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