Num119 012

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La hora de los
actores: los
premios Goya y el
Oscar elevan sus
cotizaciones y su
fama
CINE
Hecha
esta
introducción,
homenaje a los artistas que, por
entrega a la creación fílmica, a
veces, en su persona y su voz,
sintetizan el espíritu íntegro de
una obra, echaremos un vistazo
a la galería de estrenos que nos
depara la potente producción
internacional.
MARY G.
SANTA EULALIA
A
nte algunos actores,
los directores de cine
deben
tomar
precauciones ya que un mero
gesto o movimiento inspirados,
de
éstos,
bastan
para
desplazarlos a ellos de la
cabecera de los títulos de
crédito. Viene a cuento este
comentario sobre el poder de
los
monstruos
de
la
interpretación, por lo alto que
se han situado algunos en la
escala de cotizaciones de su
especialidad esta temporada.
Vaya por delante un ejemplo,
los elegidos que se disputaron
el Oscar-2000: Russell Crowe,
por Gladiador; Tom Hanks,
por Náufrago; Ed Harris, por
Pollock; Geoffrey Rush, por
Quills, y Javier Bardem, primer
actor español que ha puesto un
pie sobre la alfombra roja de
fama mundial, por Antes de que
anochezca.
¿Se va a acordar alguien del
santo del nombre de los
realizadores
de
dichas
películas, aunque sólo Crowe
ganara la estatuilla?
Luis Galiardo (en Adiós con el
corazón) y Laia Marull (en
Fugitivas), aparte del resto, que
figuró en las candidatura,s y
otros más, que eran dignos de
haber figurado, verbigracia, Javier Batanero (en Leo).
Vamos a iniciar el repaso,
caprichosamente,
por
la
vertiente oriental. Se diría que
aquellos
pueblos
están
efectuando
una
ofensiva
cinematográfica
sobre
Occidente, si no fuese porque
no hay nada más lejos que una
actitud beligerante en los
contenidos de las películas de
tal procedencia.
Leyenda-espectáculo de un
chino reciclado en USA
Otros geniales colegas suyos,
que también se han vuelto
peligrosos, son un puñado más:
Jamie Bell (en Billy Elliot),
Anthony Borrows (en Liam),
Sergi López (en Harry, un
amigo que os quiere), Juliette
Binoche (en Chocolat) y, de los
nacionales, los galardonados en
la XV edición de los premios
Goya: Juan José Ballesta (en El
Bola), Carmen Maura y Emilio
Gutiérrez
Caba
(en
La
Comunidad), Julia Gutiérrez
Caba (en You’re the One), Juan
Arranco con el taiwanés, Ang
Lee,
graduado
en
las
Universidades de Illinois y de
Nueva York, que se dio a
conocer en los 90, acaparando
premios, en 1992, por Pushing
Hands; en 1994, por El
banquete de bodas, que obtuvo
el Oso de Oro en el Festival de
Berlín. Un año más tarde, la
Asociación
Nacional
de
Críticos de USA, consideró su
Comer, beber, amar, como la
mejor película en idioma
extranjero. En 1995, cuando
deliberadamente se distancia de
los fondos de su cultura y gira
hacia
un
experimento
europeísta, ganó un Oscar por
la adaptación de la novela
Sense and Sensibility, de la
británica Jane Austen. Además
se le otorgó el Oso de Oro de
Berlín y los Globos de Oro al
Mejor Guión y a la Mejor
Película. En su siguiente
empeño prosiguió con la misma
lengua, rodando un film sobre
La tormenta de hielo, del
estadounidense Rick Moody,
que le supuso el premio al
mejor guión adaptado del
Festival de Cannes de 1997.
Después ha salido de sus
manos Cabalga con el diablo,
en 1999, y Tigre y dragón, en
2000, que se proyecta ahora en
España, cuando ya ha sido
pluripremiada: 2 Globos de
Oro; 7 premios de la
Asociación
de
Críticos
Cinematográficos de Estados
Unidos; 4 del Festival de Los
Ángeles; 2 del de Boston y 1
del de Nueva York, y remata
con su triunfo en los Oscar2000, para los que estaba
registrado
con
10
nominaciones.
Con Tigre y dragón retorna a
las raíces milenarias de China,
a los cuentos maravillosos,
escuchados en la infancia, con
una trama urdida como un
arcaico tapiz, en donde los
hilos
transportan
incertidumbres,
ensueños,
nobleza, oposición, sobresaltos,
enemistades,
brujerías,
espiritualidad,
sabidurías,
engaños y bebedizos, celos,
amor y fidelidad. Relata que un
experto en artes marciales,
retirado a un templo, regala su
espada mágica a un amigo. Del
hogar de éste es sustraído e,
inmediatamente, se organiza
una épica batida para hallar al
ladrón y recuperar el arma
celestial. En común con otras
cintas del mismo origen,
abunda en brincos y volteretas,
en ataques vertiginosos con
manos y brazos, pies y piernas.
Una muy fina y sugestiva
fotografía presta a las peleas
variedad de enfoques, en
audaces tomas de acción,
subrayando ingenio y agudeza
en los ataques y contraataques,
en los acosos y en las huidas,
hasta la fascinación traspasada
de
humor,
en
algunas
secuencias.
Nace también en Oriente la
séptima cinta rodada por Wong
Kar-Wai, que no es un
desconocido en España. Ya se
proyectó en nuestros cines
Chunking Express, por ejemplo, en 1994. Era una
aproximación pictórica
al
electrizante dinamismo de la
era moderna. Nacido en
Shanghai,
en
1958,
su
largometraje más reciente se
titula In the Mood for Love
(Deseando
amar).
Estilísticamente inventivo, de
una originalidad notable, su
último trabajo parece más
difícil todavía. Se impone dar
consistencia a un largometraje
sin más materia perceptible que
la sutil evocación de un vacío:
la relación indefinida de un
hombre
y
una
mujer,
paralizados psicológicamente,
deambulando
en
soledad,
desdeñados aparentemente por
sus respectivos cónyuges y
nostálgicos de otro vínculo que
sustituya al ausente, pero que
no se acaba de concretar. Es
decir, Kar-Wai, tendente al
preciosismo,
despliega
la
pausada
y
recurrente
trayectoria de una indecisión
perpetua, que puede entenderse
ambiguamente,
como
la
confesión desnuda de un
fracaso, la añoranza de un
pasado sentimental ignorado o,
más bien, el anhelo de un amor
nuevo.
soporte responsable y alma de
la sociedad.
Para satisfacción del público,
que rechaza los malos modos
del
cine
de
criminales
enajenados, como Hannibal
(secuela de El silencio de los
corderos, límite, de momento,
a las sanguinarias aventuras de
un
despiadado
doctor,
interpretado
por
Anthony
Hopkins),
comentaré
que
permanece en cartelera el
sencillo y poético drama El
camino a casa, de Zhang
Yimou, al cual se ha sumado
otro film del mismo autor y
similares: cadencia, intención y
calidad. Ni uno menos. Éste,
con mínimo argumento, como
que una chiquilla, que es
contratada por un mes para
sustituir a un maestro de
pueblo, se compromete y
arriesga de manera absoluta
para no perder a ninguno de los
alumnos
que
le
han
encomendado. Sin un efecto especial ni complementos de lujo
que llevarse al celuloide, llamó
la atención del jurado del
Festival de Venecia, hasta
arrancarle el León de Oro en
1999.
Con
esta
nueva
aportación, Zhang Yimou no
sólo confirma su genialidad de
director, por sensibilidad y
pericia más que por recursos
ajenos
y
primores
ornamentales, sino que no
interrumpe su discurso de exaltación de las cualidades
femeninas. En sus obras, mujeres: niñas, jóvenes o ancianas, se revelan como heroínas natas, anónimas, pero
indomables. Nada menos que
CINE
La biografía de un autor de
escándalos
La serenidad que templa el
ánimo de un espectador de
estas películas con sello
oriental no se consigue, en
general, con las rodadas por
cineastas occidentales. Entre
éstas, algunas son más hirientes
y sobresalientes que otras,
gratuitamente. La mayoría
persiguen provocar al público,
aunque, en ocasiones puntuales
virtudes
estéticas
no
desdeñables
consientan
disculpar
los
excesos
imprescindibles de la trama,
como es el caso en Quills
(Plumas) que se refiere a los
últimos años de vida del
célebre marqués de Sade. En su
celda del hospital psiquiátrico
de
Charendon,
aunque
censurado, sigue dando a la
imprenta sus novelas eróticas,
que tienen a una parte de la
sociedad francesa en un grito,
escandalizada, y a la otra mitad
leyéndole con fruición. Una
lavandera del centro le sirve de
contacto con sus editores, hasta
que, paso a paso, sus
guardianes van arrinconándole
y despojándole de todo
instrumento, tinta, papel o
tejido, para impedirle escribir.
El excéntrico personaje halla
en Geoffrey Rush la horma de
su rebelde, imperiosa, litigante
y rompedora personalidad. En
la
dirección
de
Philip
Kaufman, el film surge rico en
ambientación de época y no
exento de sarcasmo, mientras
constata la descomposición de
la patética comunidad residente
en el hospital. Aparte del
esfuerzo desmesurado de Rush
en su papel, le rodean actores y
actrices de matrícula de honor,
que le hostigan o le animan,
agravando la conflictividad del
polifacético drama: Michael
Caine, Kate Winslet y Joaquin
Phoenix.
El cine, en versiones
de crítica
También drama social, pero de
carácter laboral, en principio,
es el tema que se analiza en
Liam, del británico Stephen
Frears, quien vuelve las
páginas de la historia hasta los
aciagos años 30 del siglo XX.
Entonces, inmerso el Reino
Unido en una crisis económica
desoladora, quedó en el paro
una gran masa de su población
trabajadora. La pérdida de la
dignidad
y
el
hambre
desembocaron en un río de
amargura y odio, alimentados
por la inseguridad galopante,
que terminó fulminando hasta a
las familias más unidas de las
clases humildes y, de ahí, pasó
a propiciar la expansión del
nazismo
en
Europa.
Precisamente la inteligente,
asombrada e inocente mirada
de un niño —la espléndida de
Anthony Borrows— ofrece al
director el vehículo más
competente para plasmar el
horror que amenaza a las
gentes.
Intervienen,
con
solvencia para sostener la tesis
del director, Megan Burns,
como la hermana adolescente;
Claire Hackett, como la madre
—ambas
en
grado
de
excelencia— y Ian Hart, como
el padre, en un papel que se
torna odioso, pero justificado
para entender el aviso de
riesgo.
Bamboozled, palabra intrigante
que significa trampa, engaño,
del estadounidense de color
Spike Lee, se plantea como una
reclamación en toda regla,
seria, en forma de parábola
irónica; a ratos, equívoca; con
un montaje constantemente
cortante, muy densa, tensa y
meticulosamente
construida.
Parte de un supuesto ficticio,
pero convincente y muy
frecuente: la carrera nerviosa
de las emisoras por ganar
audiencias para programas
televisivos. Se sustenta en muy
singular
e
impresionante
documentación
filmada
y
pretende sacudir la memoria
del público. Lee, como tantas
otras veces, denuncia la
distancia que el hombre blanco
viene marcando desde hace
mucho tiempo para el hombre
de piel negra ante la cultura;
minimizándole y relegándole a
mantenerse
en
un
rol
despreciable, el
monigote,
simple,
ignorante,
torpe,
respecto de quien se pueden
hacer chistes impunemente.
Coincidiendo en su postura
contestataria, usando un tono
menos irritado y grave, pero no
menos firme, la realizadora de
televisión
madrileña
Ana
Martínez Álvarez alza una
protesta
contra
la
discriminación laboral de la
mujer
en
su
primer
cortometraje, Pantalones. Por
lo razonable de su protesta, la
claridad y lo directo de su exposición, la Academia Española del Cine le concedió un
Goya el pasado febrero.
Billy Elliot representa una
especie de batalla por los
derechos de cada individuo a
ejercer el arte al que se sienta
llamado. Para su manifiesto, el
británico Stephen Daldry contó
con una magnífica estrella, el
protagonista, Jamie Bell, un
chico que baila desde los 6
años, aunque nunca se había
puesto ante las cámaras. Su
bautismo en éstas ha sido
formidable. Su elección, la más
adecuada para ejemplarizar un
tenaz
compromiso con el
instinto o la vocación artística,
pese a la incomprensión de los
demás y los tabúes heredados y
no razonados ni razonables.
Billy Elliot, el personaje, lleva
el baile en las venas, lo siente
desde que nació y, por fortuna,
una profesora lo descubre, le
estimula y alienta. Pero ha de
probar su capacidad a escondidas de sus amigos y de su
padres, que acusan esa
actividad como afeminada.
CINE
La modernidad cambia temas
Prueba de Vida, oscila entre
romanticismo de viejo cuño y
bandolerismo
modernísimo.
Responde a un diseño como un
canal por donde discurren,
alternativamente, un flechazo
amoroso y una información
sobre un secuestro, en país
hispanoamericano, y petición
de dinero para liberar a la
presa. La familia pone en
funcionamiento resortes para
resolver el problema. Los
encargados de llevarlo a cabo
son agentes preparados con
técnicas
de
negociación
política, económica o ataque
armado, si hemos de creer lo
que nos cuenta esta película.
Uno de ellos se juega la vida
propia y la de sus tres
colaboradores para salvar al
marido de la mujer de sus
sueños. Como en el antiguo
Hollywood, cuya Academia
acaba de coronar de laurel al
protagonista, Russell Crowe,
pareja con Meg Ryan de esta
historia. Su director, Taylor
Hackford, más atraído por las
escaramuzas de guerrilleros y
las estrategias de rescatadores,
inclina la balanza de las
imágenes
hacia
esas
actividades de modo que, al
final, el asalto al campamento
contribuido a su actualización
integrando
a
mujeres
inteligentes en la acción y en
los niveles de decisión de una
empresa
publicitaria.
Empleando a un reparto de
cuatro estrellas: Mel Gibson,
que
se
estrena
como
comediante y bailarín, sucesor
meritorio de Cary Grant, y
Helen Hunt, quien tendrá
aparentes ventajas, como jefa,
pero le hará una mala pasada el
azar. Marisa Tomei borda un
episódico personaje, tierno y
sentimental. Meyers adopta los
trucos tradicionales, que siguen
siendo efectivos, aunque no
inéditos, pero, insisto, concede
más categoría profesional a las
mujeres.
Actores contra calamidades
guerrillero y el exterminio de
sus hombres predomina sobre
los sentimientos. Es un efecto
de la modernización, como lo
es el cambio en los roles
femeninos en la comedia de
tiros largos, ¿En qué piensan
las mujeres?, a imitación de las
de los maestros de antaño,
Lubitsch, Capra o Wilder; es
una obra de la guionista y
productora-directora
Nancy
Meyers (su ópera prima de
directora, Tú a Londres y yo a
California, 1998), en la cual ha
Náufrago, el film de Tom
Hanks, uno de los rivales más
temidos de Javier Bardem,
esperaba un Oscar por su “tour
de force” —como diría un
francés— encarnando a un
nuevo Robinson Crusoe. Con
una variedad de expresiones
faciales y corporales, que
cubren un campo inmenso de
sensaciones, manifiesta desde
dolor
a
desorientación,
cansancio,
ímpetu,
impaciencia,
resistencia,
agotamiento,
esperanza
y
miedo en un grado de habilidad
que certifica sus dotes de actor.
Nada distrae al espectador,
porque está él solo en un
espacio solitario, entre cielo,
mar inmenso y playa infinita, y
se las arregla perfectamente
para
entretener
con
su
presencia.
Hasta
se
desenvuelve con mayor soltura
y contundencia cuando se
encuentra abandonado en su
isla desierta, que al regreso en
la civilización.
Por comparar, ya que sus
respectivos papeles se parecen
en longitud y dureza, traigo a
colación a Javier Bardem, que
optaba al mismo y único
premio al mejor actor, como
Hanks. El protagonista de
Antes de que anochezca realiza
una proeza similar a la de su
competidor, pues en su película
tiene que expresar también una
gama de reacciones incontables
que reflejan los rasgos de un
carácter
pendenciero,
individualista,
objeto
de
presiones y discriminaciones,
vigilante y a la defensiva y ante
las inclinaciones insolidarias
de la sociedad. Por formación y
voluntad, Bardem tiene la
flexibilidad mental y las
condiciones para las maniobras
gestuales que las situaciones
extremadas de su personaje le
obligan a cumplir. La biografía
del escritor cubano, Reinaldo
Arenas, huido de la isla nativa,
donde fue perseguido y
encarcelado por homosexual y
anticastrista, es una pieza de
prueba para un intérprete, si
bien el conjunto de la obra en
la pantalla, del que es
responsable el director Julian
Schnabel, no se acopla al
personaje
como
éste,
incorporado con sangre, sudor
y lágrimas por Javier Bardem,
merecía.
Falla
por
las
divagaciones del guión, entre
otras
deficiencias
o
incorrecciones.
Ni México lindo ni querido
Amores perros, cuyo guión,
muy ordenado y trabado sin
resquicios ni desperdicios, se
abre como una crónica a tres
bandas, muy sólidas, con
paisajes urbanos distintos y
personajes de tres diferentes
capas culturales y cataduras
morales de más que dudosa
entidad, traza un áspero a la par
que muy afilado dibujo de
México capital. Con reflejos
oscuros que se adensan hacia el
futuro
y
unos
certeros
intérpretes para explicar el
rostro penitente de la multitud
que allí mora. El adjetivo que
mejor le cuadra al drama
Amores perros, es el de recio.
Nominado para un Oscar a la
mejor película de lengua no
inglesa, denota que los
miembros de la Academia de
las Artes y las Ciencias
Cinematográficas
de
Hollywood, gustan de platos
fuertes. Este es el primer
largometraje de un novel con
una dilatada profesión musical,
publicitaria y como productor
de
televisión,
Alejandro
González Iñárritu. Mexicano,
de 38 años, no tiembla al filmar
unas secuencias despiadadas,
sobre un guión de Guillermo
Arriaga Jordán, donde están
plenamente justificados todos
los sucesos que expone y en el
que nadie “comerá perdices”.
Ni las parejas casadas ni las
furtivas o de hecho. Los
instintos están a flor de piel y
la fatalidad se carga los planes
más
ambiciosos,
más
vergonzosos o más pasionales
de las tres claves de personajes
que comparten protagonismo,
en un instante trágico para
todos. La canaria Goya Toledo
destaca en un grupo de actores
de talento evidente, en el que
se relacionan noveles y
veteranos
con
genuina
intención de contrubuir a la
plasmación del realismo humano, implacable, al fondo de
la
caótica,
incontrolable,
capital de México.
Los rusos también tienen
héroes
Consecuente con su técnica
itinerante,
Jean
Jacques
Annaud, después de Siete días
en el Tibet (1997) y de su
guión base para Corriendo
libre, de Sergei Bodrov (1999)
salta a otro género: el de la
guerra. Su filmografía cuenta
con títulos que le prestigiaron
como documentalista: En busca
del fuego, El nombre de la
Rosa y El oso. Ahora, con El
enemigo a las puertas, entona
un canto a las heroicidades
patrióticas en suelo ruso, lo que
es una verdadera novedad.
Aplica a un formato grandioso,
para nombres y rostros famosos
en el reparto, como Jude Law
(Vassili),
Joseph
Fiennes
(comisario Danilov), Rachel
Weisz (Tania) Bob Hokings
(Kruschev), Ed Harris (general
alemán). Annaud narra cómo la
puntería y experiencia de
cazador de un sencillo y casi
analfabeto pastor de los Urales,
Vassili, es aprovechada por los
mandos del ejército de la
URSS, en la fase más crítica de
la invasión del III Reich a
Rusia, en 1942. Esa utilización
es suficiente para que la
resistencia de Stalingrado, de
un descalabro inminente se
convierta en un éxito total.
Como las de Napoleón, las
tropas de Hitler se ven forzadas
a retirarse; en su caso, por
culpa de las numerosas bajas
causadas por la eficacia de un
francotirador al que no
consiguen abatir. La excesiva
monumentalidad
de
la
concepción de la película y el
CINE
detenimiento en su desarrollo,
planean negativamente sobre el
film.
Para postre,
basta un bombón
Chocolat es una fábula, neta, y
que se saborea con gusto, en la
que, tras unos preliminares
rigurosos, donde se conoce la
tutela que ejerce sobre el
pueblo dócil un aristócrata,
cacique convencional, nos
presentan a dos viajeras, madre
e hija, que llegan vestidas de
caperucitas
rojas.
Las
forasteras alquilan y se instalan
en una pequeña tienda, en la
que abren una pastelería y
regalan bombones, para ganar
clientes. Basándose en las
normas religiosas para el
tiempo de Cuaresma, el cacique
local planta cara al nuevo
negocio. Aunque parte de los
vecinos obedecen sus órdenes,
otros, no las acatan. La compra
y la degustación de chocolate
se
vuelve
elemento
de
liberación
de
los
antes
sometidos pobladores, incluido
el joven párroco a quien el
cacique le dicta los sermones.
Dos personajes brillan por
méritos de sus intérpretes, en el
reparto que Lasse Hallström ha
elegido para instruir en la importancia de la comprensión y
la tolerancia: Vianne Rocher
(Juliette Binoche) como la
pieza que descoloca lo que
estaba en rígido orden, y Alfred
Molina (conde Reynoud) como
el cuidador intransigente de las
tradiciones.
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