La hora de los actores: los premios Goya y el Oscar elevan sus cotizaciones y su fama CINE Hecha esta introducción, homenaje a los artistas que, por entrega a la creación fílmica, a veces, en su persona y su voz, sintetizan el espíritu íntegro de una obra, echaremos un vistazo a la galería de estrenos que nos depara la potente producción internacional. MARY G. SANTA EULALIA A nte algunos actores, los directores de cine deben tomar precauciones ya que un mero gesto o movimiento inspirados, de éstos, bastan para desplazarlos a ellos de la cabecera de los títulos de crédito. Viene a cuento este comentario sobre el poder de los monstruos de la interpretación, por lo alto que se han situado algunos en la escala de cotizaciones de su especialidad esta temporada. Vaya por delante un ejemplo, los elegidos que se disputaron el Oscar-2000: Russell Crowe, por Gladiador; Tom Hanks, por Náufrago; Ed Harris, por Pollock; Geoffrey Rush, por Quills, y Javier Bardem, primer actor español que ha puesto un pie sobre la alfombra roja de fama mundial, por Antes de que anochezca. ¿Se va a acordar alguien del santo del nombre de los realizadores de dichas películas, aunque sólo Crowe ganara la estatuilla? Luis Galiardo (en Adiós con el corazón) y Laia Marull (en Fugitivas), aparte del resto, que figuró en las candidatura,s y otros más, que eran dignos de haber figurado, verbigracia, Javier Batanero (en Leo). Vamos a iniciar el repaso, caprichosamente, por la vertiente oriental. Se diría que aquellos pueblos están efectuando una ofensiva cinematográfica sobre Occidente, si no fuese porque no hay nada más lejos que una actitud beligerante en los contenidos de las películas de tal procedencia. Leyenda-espectáculo de un chino reciclado en USA Otros geniales colegas suyos, que también se han vuelto peligrosos, son un puñado más: Jamie Bell (en Billy Elliot), Anthony Borrows (en Liam), Sergi López (en Harry, un amigo que os quiere), Juliette Binoche (en Chocolat) y, de los nacionales, los galardonados en la XV edición de los premios Goya: Juan José Ballesta (en El Bola), Carmen Maura y Emilio Gutiérrez Caba (en La Comunidad), Julia Gutiérrez Caba (en You’re the One), Juan Arranco con el taiwanés, Ang Lee, graduado en las Universidades de Illinois y de Nueva York, que se dio a conocer en los 90, acaparando premios, en 1992, por Pushing Hands; en 1994, por El banquete de bodas, que obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Un año más tarde, la Asociación Nacional de Críticos de USA, consideró su Comer, beber, amar, como la mejor película en idioma extranjero. En 1995, cuando deliberadamente se distancia de los fondos de su cultura y gira hacia un experimento europeísta, ganó un Oscar por la adaptación de la novela Sense and Sensibility, de la británica Jane Austen. Además se le otorgó el Oso de Oro de Berlín y los Globos de Oro al Mejor Guión y a la Mejor Película. En su siguiente empeño prosiguió con la misma lengua, rodando un film sobre La tormenta de hielo, del estadounidense Rick Moody, que le supuso el premio al mejor guión adaptado del Festival de Cannes de 1997. Después ha salido de sus manos Cabalga con el diablo, en 1999, y Tigre y dragón, en 2000, que se proyecta ahora en España, cuando ya ha sido pluripremiada: 2 Globos de Oro; 7 premios de la Asociación de Críticos Cinematográficos de Estados Unidos; 4 del Festival de Los Ángeles; 2 del de Boston y 1 del de Nueva York, y remata con su triunfo en los Oscar2000, para los que estaba registrado con 10 nominaciones. Con Tigre y dragón retorna a las raíces milenarias de China, a los cuentos maravillosos, escuchados en la infancia, con una trama urdida como un arcaico tapiz, en donde los hilos transportan incertidumbres, ensueños, nobleza, oposición, sobresaltos, enemistades, brujerías, espiritualidad, sabidurías, engaños y bebedizos, celos, amor y fidelidad. Relata que un experto en artes marciales, retirado a un templo, regala su espada mágica a un amigo. Del hogar de éste es sustraído e, inmediatamente, se organiza una épica batida para hallar al ladrón y recuperar el arma celestial. En común con otras cintas del mismo origen, abunda en brincos y volteretas, en ataques vertiginosos con manos y brazos, pies y piernas. Una muy fina y sugestiva fotografía presta a las peleas variedad de enfoques, en audaces tomas de acción, subrayando ingenio y agudeza en los ataques y contraataques, en los acosos y en las huidas, hasta la fascinación traspasada de humor, en algunas secuencias. Nace también en Oriente la séptima cinta rodada por Wong Kar-Wai, que no es un desconocido en España. Ya se proyectó en nuestros cines Chunking Express, por ejemplo, en 1994. Era una aproximación pictórica al electrizante dinamismo de la era moderna. Nacido en Shanghai, en 1958, su largometraje más reciente se titula In the Mood for Love (Deseando amar). Estilísticamente inventivo, de una originalidad notable, su último trabajo parece más difícil todavía. Se impone dar consistencia a un largometraje sin más materia perceptible que la sutil evocación de un vacío: la relación indefinida de un hombre y una mujer, paralizados psicológicamente, deambulando en soledad, desdeñados aparentemente por sus respectivos cónyuges y nostálgicos de otro vínculo que sustituya al ausente, pero que no se acaba de concretar. Es decir, Kar-Wai, tendente al preciosismo, despliega la pausada y recurrente trayectoria de una indecisión perpetua, que puede entenderse ambiguamente, como la confesión desnuda de un fracaso, la añoranza de un pasado sentimental ignorado o, más bien, el anhelo de un amor nuevo. soporte responsable y alma de la sociedad. Para satisfacción del público, que rechaza los malos modos del cine de criminales enajenados, como Hannibal (secuela de El silencio de los corderos, límite, de momento, a las sanguinarias aventuras de un despiadado doctor, interpretado por Anthony Hopkins), comentaré que permanece en cartelera el sencillo y poético drama El camino a casa, de Zhang Yimou, al cual se ha sumado otro film del mismo autor y similares: cadencia, intención y calidad. Ni uno menos. Éste, con mínimo argumento, como que una chiquilla, que es contratada por un mes para sustituir a un maestro de pueblo, se compromete y arriesga de manera absoluta para no perder a ninguno de los alumnos que le han encomendado. Sin un efecto especial ni complementos de lujo que llevarse al celuloide, llamó la atención del jurado del Festival de Venecia, hasta arrancarle el León de Oro en 1999. Con esta nueva aportación, Zhang Yimou no sólo confirma su genialidad de director, por sensibilidad y pericia más que por recursos ajenos y primores ornamentales, sino que no interrumpe su discurso de exaltación de las cualidades femeninas. En sus obras, mujeres: niñas, jóvenes o ancianas, se revelan como heroínas natas, anónimas, pero indomables. Nada menos que CINE La biografía de un autor de escándalos La serenidad que templa el ánimo de un espectador de estas películas con sello oriental no se consigue, en general, con las rodadas por cineastas occidentales. Entre éstas, algunas son más hirientes y sobresalientes que otras, gratuitamente. La mayoría persiguen provocar al público, aunque, en ocasiones puntuales virtudes estéticas no desdeñables consientan disculpar los excesos imprescindibles de la trama, como es el caso en Quills (Plumas) que se refiere a los últimos años de vida del célebre marqués de Sade. En su celda del hospital psiquiátrico de Charendon, aunque censurado, sigue dando a la imprenta sus novelas eróticas, que tienen a una parte de la sociedad francesa en un grito, escandalizada, y a la otra mitad leyéndole con fruición. Una lavandera del centro le sirve de contacto con sus editores, hasta que, paso a paso, sus guardianes van arrinconándole y despojándole de todo instrumento, tinta, papel o tejido, para impedirle escribir. El excéntrico personaje halla en Geoffrey Rush la horma de su rebelde, imperiosa, litigante y rompedora personalidad. En la dirección de Philip Kaufman, el film surge rico en ambientación de época y no exento de sarcasmo, mientras constata la descomposición de la patética comunidad residente en el hospital. Aparte del esfuerzo desmesurado de Rush en su papel, le rodean actores y actrices de matrícula de honor, que le hostigan o le animan, agravando la conflictividad del polifacético drama: Michael Caine, Kate Winslet y Joaquin Phoenix. El cine, en versiones de crítica También drama social, pero de carácter laboral, en principio, es el tema que se analiza en Liam, del británico Stephen Frears, quien vuelve las páginas de la historia hasta los aciagos años 30 del siglo XX. Entonces, inmerso el Reino Unido en una crisis económica desoladora, quedó en el paro una gran masa de su población trabajadora. La pérdida de la dignidad y el hambre desembocaron en un río de amargura y odio, alimentados por la inseguridad galopante, que terminó fulminando hasta a las familias más unidas de las clases humildes y, de ahí, pasó a propiciar la expansión del nazismo en Europa. Precisamente la inteligente, asombrada e inocente mirada de un niño —la espléndida de Anthony Borrows— ofrece al director el vehículo más competente para plasmar el horror que amenaza a las gentes. Intervienen, con solvencia para sostener la tesis del director, Megan Burns, como la hermana adolescente; Claire Hackett, como la madre —ambas en grado de excelencia— y Ian Hart, como el padre, en un papel que se torna odioso, pero justificado para entender el aviso de riesgo. Bamboozled, palabra intrigante que significa trampa, engaño, del estadounidense de color Spike Lee, se plantea como una reclamación en toda regla, seria, en forma de parábola irónica; a ratos, equívoca; con un montaje constantemente cortante, muy densa, tensa y meticulosamente construida. Parte de un supuesto ficticio, pero convincente y muy frecuente: la carrera nerviosa de las emisoras por ganar audiencias para programas televisivos. Se sustenta en muy singular e impresionante documentación filmada y pretende sacudir la memoria del público. Lee, como tantas otras veces, denuncia la distancia que el hombre blanco viene marcando desde hace mucho tiempo para el hombre de piel negra ante la cultura; minimizándole y relegándole a mantenerse en un rol despreciable, el monigote, simple, ignorante, torpe, respecto de quien se pueden hacer chistes impunemente. Coincidiendo en su postura contestataria, usando un tono menos irritado y grave, pero no menos firme, la realizadora de televisión madrileña Ana Martínez Álvarez alza una protesta contra la discriminación laboral de la mujer en su primer cortometraje, Pantalones. Por lo razonable de su protesta, la claridad y lo directo de su exposición, la Academia Española del Cine le concedió un Goya el pasado febrero. Billy Elliot representa una especie de batalla por los derechos de cada individuo a ejercer el arte al que se sienta llamado. Para su manifiesto, el británico Stephen Daldry contó con una magnífica estrella, el protagonista, Jamie Bell, un chico que baila desde los 6 años, aunque nunca se había puesto ante las cámaras. Su bautismo en éstas ha sido formidable. Su elección, la más adecuada para ejemplarizar un tenaz compromiso con el instinto o la vocación artística, pese a la incomprensión de los demás y los tabúes heredados y no razonados ni razonables. Billy Elliot, el personaje, lleva el baile en las venas, lo siente desde que nació y, por fortuna, una profesora lo descubre, le estimula y alienta. Pero ha de probar su capacidad a escondidas de sus amigos y de su padres, que acusan esa actividad como afeminada. CINE La modernidad cambia temas Prueba de Vida, oscila entre romanticismo de viejo cuño y bandolerismo modernísimo. Responde a un diseño como un canal por donde discurren, alternativamente, un flechazo amoroso y una información sobre un secuestro, en país hispanoamericano, y petición de dinero para liberar a la presa. La familia pone en funcionamiento resortes para resolver el problema. Los encargados de llevarlo a cabo son agentes preparados con técnicas de negociación política, económica o ataque armado, si hemos de creer lo que nos cuenta esta película. Uno de ellos se juega la vida propia y la de sus tres colaboradores para salvar al marido de la mujer de sus sueños. Como en el antiguo Hollywood, cuya Academia acaba de coronar de laurel al protagonista, Russell Crowe, pareja con Meg Ryan de esta historia. Su director, Taylor Hackford, más atraído por las escaramuzas de guerrilleros y las estrategias de rescatadores, inclina la balanza de las imágenes hacia esas actividades de modo que, al final, el asalto al campamento contribuido a su actualización integrando a mujeres inteligentes en la acción y en los niveles de decisión de una empresa publicitaria. Empleando a un reparto de cuatro estrellas: Mel Gibson, que se estrena como comediante y bailarín, sucesor meritorio de Cary Grant, y Helen Hunt, quien tendrá aparentes ventajas, como jefa, pero le hará una mala pasada el azar. Marisa Tomei borda un episódico personaje, tierno y sentimental. Meyers adopta los trucos tradicionales, que siguen siendo efectivos, aunque no inéditos, pero, insisto, concede más categoría profesional a las mujeres. Actores contra calamidades guerrillero y el exterminio de sus hombres predomina sobre los sentimientos. Es un efecto de la modernización, como lo es el cambio en los roles femeninos en la comedia de tiros largos, ¿En qué piensan las mujeres?, a imitación de las de los maestros de antaño, Lubitsch, Capra o Wilder; es una obra de la guionista y productora-directora Nancy Meyers (su ópera prima de directora, Tú a Londres y yo a California, 1998), en la cual ha Náufrago, el film de Tom Hanks, uno de los rivales más temidos de Javier Bardem, esperaba un Oscar por su “tour de force” —como diría un francés— encarnando a un nuevo Robinson Crusoe. Con una variedad de expresiones faciales y corporales, que cubren un campo inmenso de sensaciones, manifiesta desde dolor a desorientación, cansancio, ímpetu, impaciencia, resistencia, agotamiento, esperanza y miedo en un grado de habilidad que certifica sus dotes de actor. Nada distrae al espectador, porque está él solo en un espacio solitario, entre cielo, mar inmenso y playa infinita, y se las arregla perfectamente para entretener con su presencia. Hasta se desenvuelve con mayor soltura y contundencia cuando se encuentra abandonado en su isla desierta, que al regreso en la civilización. Por comparar, ya que sus respectivos papeles se parecen en longitud y dureza, traigo a colación a Javier Bardem, que optaba al mismo y único premio al mejor actor, como Hanks. El protagonista de Antes de que anochezca realiza una proeza similar a la de su competidor, pues en su película tiene que expresar también una gama de reacciones incontables que reflejan los rasgos de un carácter pendenciero, individualista, objeto de presiones y discriminaciones, vigilante y a la defensiva y ante las inclinaciones insolidarias de la sociedad. Por formación y voluntad, Bardem tiene la flexibilidad mental y las condiciones para las maniobras gestuales que las situaciones extremadas de su personaje le obligan a cumplir. La biografía del escritor cubano, Reinaldo Arenas, huido de la isla nativa, donde fue perseguido y encarcelado por homosexual y anticastrista, es una pieza de prueba para un intérprete, si bien el conjunto de la obra en la pantalla, del que es responsable el director Julian Schnabel, no se acopla al personaje como éste, incorporado con sangre, sudor y lágrimas por Javier Bardem, merecía. Falla por las divagaciones del guión, entre otras deficiencias o incorrecciones. Ni México lindo ni querido Amores perros, cuyo guión, muy ordenado y trabado sin resquicios ni desperdicios, se abre como una crónica a tres bandas, muy sólidas, con paisajes urbanos distintos y personajes de tres diferentes capas culturales y cataduras morales de más que dudosa entidad, traza un áspero a la par que muy afilado dibujo de México capital. Con reflejos oscuros que se adensan hacia el futuro y unos certeros intérpretes para explicar el rostro penitente de la multitud que allí mora. El adjetivo que mejor le cuadra al drama Amores perros, es el de recio. Nominado para un Oscar a la mejor película de lengua no inglesa, denota que los miembros de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood, gustan de platos fuertes. Este es el primer largometraje de un novel con una dilatada profesión musical, publicitaria y como productor de televisión, Alejandro González Iñárritu. Mexicano, de 38 años, no tiembla al filmar unas secuencias despiadadas, sobre un guión de Guillermo Arriaga Jordán, donde están plenamente justificados todos los sucesos que expone y en el que nadie “comerá perdices”. Ni las parejas casadas ni las furtivas o de hecho. Los instintos están a flor de piel y la fatalidad se carga los planes más ambiciosos, más vergonzosos o más pasionales de las tres claves de personajes que comparten protagonismo, en un instante trágico para todos. La canaria Goya Toledo destaca en un grupo de actores de talento evidente, en el que se relacionan noveles y veteranos con genuina intención de contrubuir a la plasmación del realismo humano, implacable, al fondo de la caótica, incontrolable, capital de México. Los rusos también tienen héroes Consecuente con su técnica itinerante, Jean Jacques Annaud, después de Siete días en el Tibet (1997) y de su guión base para Corriendo libre, de Sergei Bodrov (1999) salta a otro género: el de la guerra. Su filmografía cuenta con títulos que le prestigiaron como documentalista: En busca del fuego, El nombre de la Rosa y El oso. Ahora, con El enemigo a las puertas, entona un canto a las heroicidades patrióticas en suelo ruso, lo que es una verdadera novedad. Aplica a un formato grandioso, para nombres y rostros famosos en el reparto, como Jude Law (Vassili), Joseph Fiennes (comisario Danilov), Rachel Weisz (Tania) Bob Hokings (Kruschev), Ed Harris (general alemán). Annaud narra cómo la puntería y experiencia de cazador de un sencillo y casi analfabeto pastor de los Urales, Vassili, es aprovechada por los mandos del ejército de la URSS, en la fase más crítica de la invasión del III Reich a Rusia, en 1942. Esa utilización es suficiente para que la resistencia de Stalingrado, de un descalabro inminente se convierta en un éxito total. Como las de Napoleón, las tropas de Hitler se ven forzadas a retirarse; en su caso, por culpa de las numerosas bajas causadas por la eficacia de un francotirador al que no consiguen abatir. La excesiva monumentalidad de la concepción de la película y el CINE detenimiento en su desarrollo, planean negativamente sobre el film. Para postre, basta un bombón Chocolat es una fábula, neta, y que se saborea con gusto, en la que, tras unos preliminares rigurosos, donde se conoce la tutela que ejerce sobre el pueblo dócil un aristócrata, cacique convencional, nos presentan a dos viajeras, madre e hija, que llegan vestidas de caperucitas rojas. Las forasteras alquilan y se instalan en una pequeña tienda, en la que abren una pastelería y regalan bombones, para ganar clientes. Basándose en las normas religiosas para el tiempo de Cuaresma, el cacique local planta cara al nuevo negocio. Aunque parte de los vecinos obedecen sus órdenes, otros, no las acatan. La compra y la degustación de chocolate se vuelve elemento de liberación de los antes sometidos pobladores, incluido el joven párroco a quien el cacique le dicta los sermones. Dos personajes brillan por méritos de sus intérpretes, en el reparto que Lasse Hallström ha elegido para instruir en la importancia de la comprensión y la tolerancia: Vianne Rocher (Juliette Binoche) como la pieza que descoloca lo que estaba en rígido orden, y Alfred Molina (conde Reynoud) como el cuidador intransigente de las tradiciones.