Travesías Fragmentadas La Ley 4 en la Unison, quince años después Norma Valle Dessens* Hace 15 años, un 25 de noviembre de 1991, se aprobó por el Congreso del Estado de la Ley Orgánica número 4 que rige actualmente a la Universidad de Sonora. La lucha de la comunidad universitaria contra la imposición de dicha Ley por parte del entonces nuevo gobernador, Manlio Fabio Beltrones, tuvo varias implicaciones. Era el inicio de su sexenio, 1991, y desde su campaña electoral advirtió que “modernizaría” la Universidad, para lo cual orquestó una campaña desprestigiando a maestros, alumnos y a la misma Universidad. Promovió una auditoría, cortó la energía eléctrica, y denunció la existencia de grupos nocivos al interior de la institución. Esta campaña negativa, apoyada por los medios y los sectores económicos a través de sus organismos, tuvo el propósito de justificar ante la comunidad sonorense su “rescate” a través de la Ley 4. A la vez, esta agresión hizo salir a las calles a los universitarios y propició la organización de los estudiantes en torno al Comité Estudiantil de la Universidad de Sonora (CEUS). Pero ¿qué significaba modernizar la universidad? La Ley que se discutía en el Congreso a principios de noviembre de 1991, planteaba modificar la estructura académica y los órganos de gobierno de la Unison que existían bajo la entonces vigente Ley Orgánica 103. En particular desaparecía el Consejo Universitario, máximo órgano en el que estaban representados los sectores universitarios. En su lugar se creaba una Junta Universitaria, formada por 13 notables, externos a la Unison. La estructura que organizaba a las carreras por escuelas, se modificó para crear Departamentos, agrupados en Divisiones por áreas del conocimiento. Significaba por otra parte establecer el cobro de cuotas a los estudiantes, que hasta entonces eran prácticamente inexistentes. La forma en que se promovió y aprobó dicha Ley, ignorando las propuestas de los universitarios de participar en su elaboración y utilizando métodos agresivos, generaron un movimiento de rechazo por más de dos años, que encabezaron los estudiantes, apoyados por maestros y trabajadores. El resultado fue la firma en agosto de 1992 de un acuerdo con el gobernador Beltrones para realizar un congreso universitario donde se revisarían las reformas a la Ley, mismo que nunca se llevó a cabo. Como bien se advirtió, no era un asunto aislado, sino el inicio de un proceso que afectó a las universidades en Latinoamérica y el mundo para adaptarlas al contexto neoliberal. En este proceso, reciben cada vez mayores presiones de sus gobiernos para ajustar sus programas de estudio, retirando contenidos de enfoque analítico y social, para sustituirlos por materias más útiles, pero no necesariamente mejores, pues dejan un vacío en la formación de los estudiantes. Se sometió a instituciones y maestros a procesos de evaluación que no analizan a fondo conocimientos y calidad, sino que crearon una dinámica de acumulación de puntos para complementar ingresos y presupuestos. La imagen de la Unison desde 1991 cambió mucho, hoy en día se reconocen sus logros académicos y ha recibido certificaciones a nivel nacional. Pero, no sólo en el nivel universitario, sino en todo el sector educativo, hay una gran tarea pendiente que requiere cambios cualitativos urgentes hacia una formación que rescate el sentido de mayor comprensión y generación de cambios en el entorno social, más que la predominancia de la competencia y la centralidad de los mercados. Una muestra de que los problemas en el sector educativo no están resueltos es Oaxaca, que tiene sumido al país en una crisis política, a escasos días del cambio de gobierno, en suma, la lucha por una mejor educación no ha terminado. *Responsable de apoyo a la investigación de El Colegio de Sonora, nvalle@colson.edu.mx