A 100 años del nacimiento del Padre Humberto María Pasquale SDB, Director Espiritual de la Beata Alejandrina María da Costa. Yolanda Astrid Avilés S.C. «El Padre Humberto nació el 1 de septiembre de 1906 en Vignole Borbero, Italia. Frecuentó dos años el liceo en Valdocco, Turín, de donde fue alejado al manifestar el deseo de partir para las misiones. Vencidas algunas dificultades, consiguió entran al Seminario Tornonés de Stazzano. Al tercer año de Teología, regresó con los Salesianos. Durante el noviciado en Borgomannero presentó su pedido para ir al leprosario de Colombia. En el momento de partir, los Superiores le pidieron se dirigiera por un año a Portugal para ayudar a la Obra que había sido reabierta poco antes. La obediencia se prolongó por 15 años. Fue ordenado sacerdote en 1935 en Lisboa, por el Cardenal Cerejeira. Abrió en 1937 la Casa de Mogofores, erigida en noviciado, a la que le dio en 1939 una sede más amplia, transformando la casa primitiva en obra parroquial, oratorio masculino, talleres para jóvenes y kinder para niños. Dio comienzo a las Ediciones Salesianas que, en 1945 se trasladaron a Oporto, consiguiéndoles sede propia en 1947. En 1944 se convirtió en el Director espiritual de Alejandrina María da Costa, Uniendo a su trabajo salesiano el sacar adelante una de las almas más espirituales y devotas de Jesús Sacramentado y de María Auxiliadora, quien se convirtió en Cooperadora Salesiana. Llamado nuevamente a Italia en 1948, fue destinado al Centro Catequístico de Leumann, Turín. El Padre Humberto fue en Balasar un hombre providencial. Era la delicadeza, el estilo claro, la amistad sin sombras, la alegría contagiante, la paciencia de quien no se oponía a las autoridades, la obediencia lúcida. Estando en Turín, continuó recibiendo los Diarios de Alejandrina y se convirtió en su principal biógrafo. Fue llamado a Balasar en 1965, para preparar el Proceso Informativo Diocesano, del que fue uno de los principales testigos. El 7 de mayo de 1973 llevó terminada la documentación a Roma. Murió en Rivoli, Turín el 5 de marzo de 1985. El 5 de febrero de 1989, los Salesianos de Mogofores -en señal de gratitud al fundador de la Obra Salesiana en Mogofores- inauguraron su busto en bronce, para conmemorar el cincuentenario de su fundación. Presentamos frases de dos artículos, donde narra como conoció a la beata y como se enteró de su muerte. Una lucha enorme se desarrollaba dentro de mi alma, me sentía perplejo, perturbado, confundido. No dudaba de los hechos sobre Alejandrina, que se consideraban extraordinarios, pero al verme envuelto tan íntimamente en este caso y haciendo acto de conciencia, me veo tan indigno de merecer las palabras de cariño que Nuestro Señor me dirigía por la boca de Alejandrina. Temía ser víctima de un terrible engaño que podía poner en peligro mi alma. Entonces brotó de mi corazón una súplica ardiente, le pedí a Señor que me diese una prueba. A la mañana siguiente, confesé algunas personas en la iglesia parroquial, mientras el párroco llevaba la Sagrada Comunión a los enfermos, entre ellos a Alejandrina. Teniendo prisa, el párroco deja la Sagrada Hostia en casa de Alejandrina y me manda llamar. Alejandrina, paralítica, se levanta y le dice a su hermana Deolinda: "Ve, que yo quedo encargada". Y de rodillas queda en adoración al Santísimo Sacramento. Al llegar a la casa junto con Deolinda, cual fue mi espanto, al verla de rodillas y junto a la Sagrada Hostia, cantando en un arrebato de amor: ¡Ángeles, canten conmigo, Ángeles, canten sin fin: Dar gracias yo no consigo; Ángeles, denlas por mí! Cogí las Sagradas Especies y Alejandrina se recogió en su lecho para que yo le diera la Comunión. Entonces con el mayor fervor de mi alma, pedí mentalmente a Nuestro Señor que hiciera hablar a Alejandrina, y entonces Alejandrina, en éxtasis comenzó a hablar: «Son maravillas, son pruebas dadas por Mí. Hija mía, dile a mi querido P. Humberto: fui Yo quien todo permitió.» Busqué lápiz y papel, pero quedando rezagado al escribir, una demora que se debió a la emoción y a mi poca pericia en escribir en portugués, le pedí mentalmente a Nuestro Señor que me repitiese lo que estaba diciendo y escucho a Alejandrina: "Son maravillas..etc". y sigue hablando, y otra vez me quedo atrasado, y nuevamente suplico al Señor que perdonase mi ignorancia y mi osadía. Y la bondad del Señor se dignó atenderme y me fue posible copiar todo, que es lo siguiente: "Son maravillas, son pruebas dadas por Mí. Hija mía, dile a mi querido Padre Humberto: fui Yo quien todo permitió. De mi parte nada más es necesario. Ahora hay que luchar, luchar, combatir con los ojos puestos en Mí. La causa es Mía, es divina. ¡Pobres hombres que inmolan así a Mis víctimas! ¡Pobres almas que así hieren a Mi Divino Corazón! Me consuelo en el amor de esta palomita inocente, de esta víctima amada, señora de Mis tesoros y de toda mi riqueza. Ven mundo entero, ven pronto a beber de esta fuente: Es agua que lava y purifica, es fuego que incendia y santifica. -Jesús mío, te amo, soy toda tuya, soy tu víctima, gracias…» Dándome cuenta de que iba a acabar la Comunicación de Alejandrina con Jesús, le grité que ofreciese a Nuestro Señor todo mi amor y el amor de todas las almas que me son queridas y me están confiadas y le pidiese por ellas. Y oigo a Alejandrina continuar arrebatada: «Acepta el amor de tal alma y de todas las almas que le son queridas. Acepta el amor de tal alma y de todas las que le están confiadas. Acepta el amor de todas las que le son queridas y del mundo entero. – Estoy enterado de toda la oferta. – Gracias, Jesús mío.» Y dichas estas últimas palabras, Alejandrina volvió en sí. Delante de esta alma que, sufriendo dolores indecíbles, tiene sed de sufrir aún más, que sólo tiene un recelo: ofender a Dios. Que sólo tiene un deseo, deseo que la abrasa como un incendio intextinguible: salvar almas. Nosotros, si no nos obstinamos en negar la propia evidencia, tenemos que adorar, amar y bendecir al Señor, cuya gracia, cuyo Amor delante de nosotros obra tan grande maravillas. Mogofores, 14/10/1944. Y he aquí como se entera de la muerte de Alejandrina. Aquel mes de octubre de 1955, me encontraba empeñado en una campaña catequística en la diócesis de Monreale, en Sicilia. Un domingo en la noche, después de la conclusión de la semana catequística, me llevaron a Terrassini, importante villa con dos parroquias, donde di inicio a otra serie de conferencias. A la mañana siguiente, terminada la Misa, estaba en la sacristía cuando se me acerca una mujer, me saluda y me dice: "Mientras Vuestra Reverencia estaba celebrando la misa, se me apareció Nuestra Señora y me encargó le dijera lo siguiente. Alejandrina murió y ya está en el Cielo." Yo no sé quien sea esa Alejandrina, pero Nuestra Señora me dice además: "Dile al Padre que no quede triste, porque Alejandrina está con Dios. Recomiéndale que descanse, porque le espera un gran trabajo.”» Dicho esto, aquella mujer desconocida saludó y se retiró. Yo quedé aturdido con la noticia, me limité a murmurar un vago agradecimiento. Los tres días siguientes fueron un tormento, me sorprendía el hecho de que mis amigos de Portugal no me comunicaran su muerte, ni el médico, ni su hermana Deolinda. Juzgaba merecer esa comunicación y confieso que se apoderó de mí una gran amargura. El viernes me llegó la carta del Padre Gabriel anunciando su muerte y me mandaba una estampita de Pío X, con la que tocó las manos de la difunta. Entonces comprendí todo y empecé a buscar a la desconocida que me dio la noticia. El párroco me sugirió que observara a los que iban a comulgar, me pareció verla, después de la comunión, arrodillada dando gracias. El párroco me dice: "Es Antonia Aiello, una bella alma". La lleva a la sacristía y ella me repite la comunicación transmitida días antes. Le expliqué quien era Alejandrina. Ella me escuchó llena de interés y con su aire discreto y humilde me dice: "Pero Nuestra Señora pidió que no quedara triste... yo rezaré por esa intención". Ya de regreso a Turín me surgió la idea de escribir la biografía de Alejandrina. Lo hice en ocho meses, aprovechando el poco tiempo que me dejaban libre mis predicaciones y un período de dos meses, pues providencialmente mis superiores me mandaron de capellán a la Casa de Salud de las Hijas de María Auxiliadora. Cuántas veces me sentí desorientado ante aquel inmenso océano de riquezas espirituales de los escritos de Alejandrina, sin encontrar a veces la explicación de muchas cosas que excedían a mis posibilidades. Era entonces, que volvía a mi mente las palabras oídas en la sacristía de Terrassini: "Te espera un gran trabajo". ¡Dios mío, como son misteriosos tus caminos, y como es grande Tu bondad! P. Humberto María Pasquale, Salesiano