Capítulo 3 El dolor es hijo del amor En el umbral del santuario interior Todo el amor lleva al éxtasis, pues quien ama se sale de sí mismo: si el amor es malo, se convierte en lodo; si es bueno, se abre para la luz y sube para la vida, como una elevació n cada vez más armoniosa. De este modo, la caridad, vida del corazón, lo abre para la luz del cielo y lo guía en un suave éxtasis hasta la contemplación de la Belleza Eterna. Es el secreto de tantas almas cristianas que en los conocimientos de la fe encuentran el alimento sólido para su espíritu y el sustento de su esperanza, sienten así el consuelo divino en las asperezas del camino. Siempre, por el latir fuerte del corazón cristiano el amor vivificante se apodera de todas las energías humanas y las dir ige hacia el cumplimiento de los deberes de cada día. En la historia de la Iglesia Católica vemos sobresalir almas que rebasan esta línea de perfección, con una forma tan bella y armoniosa que por ellas la vida humana se transfigura completamente. Son almas que el Espíritu Santo suscita para una misión particular y para la cual son preparadas con carismas especiales; misión que ellas desarrollan con fulgurante humildad para el bien general de la Iglesia. Son dotadas de aquellas gracias llamadas gratis datae, que son la gracia santificante, las virtudes y los dones del Espíritu Santo; estas gracias no son ordenadas para la perfección de quien las recibe, sino para el cumplimiento de aquella misión especial para la cual son ordenadas y suscitadas en particu lares momentos de la historia. Como ya se dijo a propósito del episodio inicial de la “ventana”, no pretendemos adelantarnos al juicio de la Iglesia en cuanto a este o a otro aspecto de la vida de Alejandrina y así en todo, con sencilla y filial sumisión a tal juicio, sometemos cuanto decimos como sencillo testimonio histórico o piadosa consideración. Ciertamente la vida de Alejandrina es toda ella edificante en el esplendor de las virtudes cristianas y esta es la característica principal que nos interesa destacar aquí, porque con esto la sentimos más cerca de nosotros. Pero, por otro lado, el historiador no puede ignorar que en ella se encuentra un aspecto singularmente misterioso: en el umbral de este santuario interior, quedamos reverentemente pensativ os y dulcemente atraídos por la acción divina allí explicada. "Interrogué a Alejandrina en 1945 a propósito de lo que ella decía que veía, grande fue mi sorpresa y profunda mi admiración al recoger sus palabras, verificando como una persona casi iletrada, absolutamente desconocedora de lecturas especializadas teológicas y místicas, contestaba con toda limpidez cristalina y con tanta precisión, formulando su respuesta a una pregunta que podía embarazar seriamente a una persona menos docta y sobre todo a una persona que no fuese sincera o estuviera engañada. Alejandrina dice: " Veo de tres modos diferentes: algunas veces veo como quien ve una imagen, una persona de la tierra." Refiriéndose después al tercero y más alto modo como veía, nota también el modo intermedio con expresiones muy características: "Otras veces veo como si tuviese otros ojos, ni siquiera los del alma". Así hablando y apuntando el corazón, agregaba: "No es con esto", y tocando su frente, decía: "Ni con esto". Experimentaba estos modos d e ver con los ojos del cuerpo (visión sensible) y con la vista interior del alma, que ve una representación de la fantasía (visión imaginativa), pero el modo con que su espíritu, iluminado por la luz divina ve es otro: "No es el ver de los ojos ni siquiera del alma, pero es como una luz clara que ve y comprende todo". Ella ve como si tuviera otros ojos, es la visión intelectual, por la cual la mente de Alejandrina recibe en sí el fulgurante esplendor de la Verdad Eterna, de la Belleza Eterna. Con el humilde reconocimiento del don precioso hace una determinación precisa de intuición mística: "No comprendo las cosas que Jesús me dice como nosotros comprendemos las expresiones de las criaturas, pero las comprendo como si estuviera delante de mí un cuadro con las cosas que Él me quiere decir... como si todo estuviera escrito delante de mí, pero que yo lo leyese todo al mismo tiempo". (1) Sinfonía divina que en la modulación suave de la Voz iluminante, hace sentir en un instante eterno la inexorable riqueza de a quello que después se desdobla con un ritmo que el tiempo mide lentamente y con esfuerzo. Por eso no se cansaba cuando escribía: "Sí, aunque me falten las fuerzas, me pongo a escribir, pero por impulso de Dios y después de haber escrito me siento aliviada ". En circunstancias diversas por el contrario, sentía fatiga. No será inútil agregar que una característica de las ilustraciones y frases de Alejandrina es dada por las virtudes que se producían en ella. Otra observación a destacar es la fidelidad perf ecta conque reproducía, aun en la distancia de algunos meses y sin alterar ni una sílaba. (2) Durante los éxtasis, cuando Alejandrina hablaba, o hablaba Jesús por los labios de ella, yo escribía todo; terminado el éxtasis, sentado cerca de su lecho, la in vitaba a escuchar cuanto se había escrito para eventuales correcciones y de propósito más de una vez modifiqué cualquier verbo, nombre o adjetivo; en general, eran algunas páginas de copia, Alejandrina, con grande sacrificio, pero también con grande bondad, me escuchaba, pero en el momento que escuchaba la palabra sustituida o modificada, me hacía señas para parar y me decía amablemente: "No dice así", o "Jesús no dice así", repitiendo fielmente aquello que, en verdad, yo ya tenía escrito. Un día se dio cu enta de lo que hacía y sonrió con gracia y bondad muy expresiva, como si quisiese decir: "¿Cuándo es que habéis de acreditar, sin dudar más?". El Director espiritual Ordinariamente, las almas llamadas a la perfección tienen y sienten la necesidad de una dirección espiritual, los caminos del espíritu son misteriosos y sobre todo peligrosos; nuestra naturaleza corrompida está sujeta a las ilusiones, a las fatigas y las artes del demonio, enemigo astuto e incansable; por eso, se requiere de un guía que aunq ue no sustituye al Espíritu Santo, primero y verdadero director de almas, sin embargo, las almas lo necesitan a su lado para ampararlas con sabiduría, prudencia y fortaleza. Aquel que gobierna todas las cosas fue providente también a favor de aquella enferma que habitando en una aldea poco conocida, de gente de campo, encerrada en su cuarto, hace mucho tiempo ansiaba encerrarse en un mayor recogimiento, para así, con Jesús, inmolarse por la salvación de los pecadores de todo el mundo. Es así como todo pas ó. Alejandrina no sabía lo que era un director espiritual, se confesaba con su párroco que en aquellos últimos años, le llevaba diariamente la Sagrada Comunión. Su hermana Deolinda en un retiro para las Hijas de María había escogido como su director al p ropio predicador, un Religioso que predicaba frecuentemente en las parroquias de la arquidiócesis: El Padre Mariano de Pinho S.J. Es así como el sacerdote tiene la primera noticia sobre la enferma y por medio de la hermana le pidió oraciones con la promes a de retribuirlas; algunas veces, por intermedio de la hermana le enviaba alguna estampa. Dos años después Alejandrina sabe que el religioso estaba enfermo, la noticia le causó abundantes lágrimas. Deolinda le pregunta: "¿Porqué lloras, si ni siquiera lo conoces?” -"Porque sé que rezaba por mí y yo por él". El 16 de agosto de 1933, la predicación de un triduo llevó al Religioso a Balasar, donde pudo visitar a Alejandrina, que le pidió que fuera su director. En verdad, Alejandrina no le habló de su ofert a a los Sagrarios, del calor que sentía, de la fuerza misteriosa que la levantaba, ni de las palabras oídas como invitación de Jesús. "No comprendía nada de aquello, y -narra la enferma - yo pensaba que fuese una cosa común a toda la gente". Estas reservas con el director, aunque inocentes, fueron su tormento durante un año y cuando en agosto de 1934 le abrió completamente su alma fue atormentada luego por otro martirio: "Ahora que él lo sabe todo, ciertamente me abandonará" -pensaba llena de angustia. Entonces Jesús le dice: "Obedece en todo a tu Director espiritual; no fuiste tú la que lo escogiste, fui Yo quien te lo mandó". No es posible explicar cuanto fue fiel Alejandrina a esta orden de Jesús y como comprendió y sintió que, en verdad, es el Señor qu ien destina esta guía para la propia santificación. Cuando más tarde tiene que sufrir el dolor de aquellas pobrecitas que son privadas de tan precioso apoyo, llorará y rezará por él con el afecto de una verdadera hermana. Dolores y más dolores Hojeando las cartas de Alejandrina a su Director, P. Pinho, nos hacemos una idea, aunque vaga, de sus dolores físicos y de su amor al sufrimiento por la salvación de los pecadores. Esas cartitas breves, verdaderas obras de arte, eran en gran parte dictadas a la he rmana, porque ella estaba imposibilitada de manejar la pluma, solamente algunas veces las aumentaba con alguna línea, que le costaban verdaderas agonías. He aquí algunos pasajes: "Dos palabritas apenas, porque las fuerzas no lo consienten más; pasé mala noche, no encontraba posición, así pasan los días, unos mejores, otros peores, con esta cruz que el Señor me da". (6 -11-1933) "La noche del sábado para el domingo, me pasó por la cabeza no sé qué; dormía y desperté: me parecía que moría, aquel extraño fen ómeno dura poco pero se repite muchas veces, pienso que haya sido causado por mi espina dorsal; no querría, en verdad, perder el juicio, espero que Nuestro Señor me oiga, pero sea hecha su Santísima Voluntad... Cuando usted vino, pensé que fuese la última vez; pero no era así, porque Nuestro Señor sabe la necesidad que tengo de que me ayude a ser santa como lo deseo ardientemente, aunque esto esté tan lejos de ser... muchas veces pido: " ¿Jesús, que quieres que haga?" y todas las veces oigo la respuesta: "¡Sufrir, Amar, Reparar!". "...Veremos si en Navidad el Señor Abad me traerá la Sagrada Comunión y entonces me confesaré (3)... No veo como podré por una vez enmendarme, pero quiero ser santa y todos los días lo pido al Señor" (28 -11-1933) "¡Bendito sea el Señor, que me llamó soportar tantos disgustos! ¡Yo junté a los que me entristecen, pido todos grandes consolaciones en las horas en más que ofrecer a mi Jesús. a este mundo para sufrir y para esto tantos pecados! son estos los días sufrimientos y siento que más sufro, porque así ten go "Hay sin embargo cosas que cuestan tanto: pero hágase la voluntad de Dios y no la mía". (30 -12-1933) "Mi sufrimiento aumentó mucho, ahora tomo solamente líquidos; no consigo masticar por una hinchazón en la boca, quizás así como vino, así se irá; de otro modo, en la delgadez en que me encuentro, me sería imposible vivir... siento mucho la falta de lo poco que comía y muchas veces los líquidos me causan vómitos, sin embargo, no es esto lo que me entristece, porque pido todos los días a Dios que no me abandone un momento, sin Él no soportaría nada". (8 -3-1934) "Quisiera agradecerle por mi mano (el Padre le había enviado felicitaciones por su aniversario) y lo hago escribiendo pocas líneas, serán ciertamente las últimas; pido d isculpa, no puedo continuar (pasa la pluma a la hermana) mi sufrimiento aumentó mucho, es por eso que serán las últimas líneas que le escribo, es imposible asegurar la pluma en mi mano por cualquier minuto que sea, tantos son los dolores; nunca me rasparon los huesos, pero tengo la impresión de que el dolor sería así... recibí de Jesús un bello presente de Pascua: además de los sufrimientos físicos, sufrí mucho espiritualmente". (7 -4-1934.) Dos meses después, escribe: “Se me dislocaron algunas costillas, e l médico me dice que es cosa de poco pero no puedo apoyarme sobre ellas sin gran sacrificio, ni siquiera soporto sobre ellas la ropa y sucede que es en el lado derecho, en el que acostumbraba estar” (22 -6-1934.) "...Tengo la impresión de que las costillas del pecho se unen a la espalda y me causan aflicciones tan grandes, que no sé en que posición estar; cuando los dolores son más fuertes, estoy algunos minutos con mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad en el regazo de Deolinda, esto obliga a mi herma na a pasar las noches en mi compañía, me cuesta mucho hasta hablar" (16 -7-1934) En una aldea vecina, se profanaba con relajamientos una fiesta religiosa, y Alejandrina escribe: "...repetí a Jesús: ”mándame, Jesús, lo que quieras, para que yo pueda reparar las ofensas que recibes” (15 -81934) "No sé si es por las oraciones que hace por mí, que yo me siento a toda hora más fuerte en mis sufrimientos; me parece tener valor para sufrir más y espero que Nuestro Señor poco a poco me aumentará el dolor hasta morir abrasada en su Divino Amor, clavada en la Cruz con Él" (30-8-1934) Se verá como estos deseos se cumplirán a la letra. Me parece necesario prevenir una duda que las descripciones de estas penas podrían hacer nacer. Me cumple afirmar de modo más absolut o que Alejandrina revelaba sus sufrimientos solamente al Director y en parte a Deolinda que se volvió, poco a poco, su confidente, a los otros no les contaba nada, la propia madre ignoró la mayor parte de las cosas que sucedían en aquel cuarto. Delicadeza de una hija heroica, que evitaba contar sus dolores; con el mismo celo ocultaba los carismas dados a su alma, por un sentido finísimo de humildad y por el temor de que no fuesen comprendidos y con esto divulgados con deformaciones, en prejuicio del respet o debido a estas cosas, cuyo valor ella misma ignoraba, pero que sólo el sacerdote debía saber y juzgar. Y no se juzgue que el peso de los sufrimientos había cambiado y vuelto triste a aquella campesina de carácter alegre y era pesada su compañía: muy al contrario. Alejandrina, desde el día en que se ofreció como víctima, rezó siempre esta oración: "Jesús, colócame en los labios una sonrisa engañadora, en la cual yo pueda esconder todo el martirio de mi alma; basta que solo Tú conozcas mi sufrimiento”. Todos aquellos que se aproximaban a ella, desconocedores de este programa desarrollado por Alejandrina, no vieron ni recuerdan de ella sino la sonrisa que cubría un mar de dolores, sin que nunca nadie sospechase de su existencia. He aquí el testimonio de u n sacerdote: Después de haber visitado a Alejandrina puedo afirmar que quedé admiradísimo, observé en ella cosas como en ninguna otra enferma que soporte dolores así continuos y tan atroces en el cuerpo y en el alma, no se pueden constatar sin pensar en u na gracia especial de Dios. Entre tantas particularidades que suscitan la admiración de los visitantes, existe una encantadora sencillez, el candor angélico y sobre todo, la lucidez de su mente y la perspicacia de su espíritu; quien le habla no tiene la impresión de hablar con una enferma que sufre mucho, tanto física como moralmente, porque Alejandrina, con una sonrisa continua y con una natural espontaneidad, sabe esconder el mal que la atormenta, todo visitante sale engañado en ese punto". Un tropiezo doloroso En una carta al P. Pinho, Alejandrina hace hincapié a "disgustos" y a "sufrimientos espirituales". Juzgo que se refería a una prueba que como agudísima espina la torturó por 6 años: la pérdida de los bienes familiares. Fue en 1933, Alejandrina re cuerda bien la fecha, porque era contemporánea de una alegría grandísima: la gracia del Santo Sacrificio celebrado en su humilde cuartito. Nuestro Señor aumentó desde aquel día sus ternuras, pero también aumentó el peso de la cruz con la pérdida de los es casos recursos familiares; la desgracia sucedió debido a la generosidad de la madre, que quedara fiadora de personas necesitadas. Dice Alejandrina: “En ese tiempo ya no sentía apego a nada del mundo, con todo sufría amargamente por ver que todo cuanto po seíamos no era suficiente para satisfacer las deudas de que mi madre era fiadora, yo decía que no quería quedarme con el valor de un tostón en cuanto tuviésemos con que pagar. Me faltó muchas veces el alimento que mejor podía comer y sólo me alimentaba de aquello que teníamos, pero que perjudicaba mi estado físico, sufría en silencio y no decía que comía de esas cosas por no tener otras mejores y así mi familia juzgaba que yo comía con gusto, y yo no la apenaba, pidiéndoles de aquello que no tenían para d arme. Todo cuanto me ofrecían para comer lo cedía a mi hermana, porque en esas fechas ella se encontraba bastante enferma, yo pensaba así: ya que no tengo cura, que al menos ella pueda mejorar, mi familia llegó a pasar muchas privaciones y hasta llegamos a comer el caldo sin adobo, porque no contábamos con ayuda en nuestra vida; lloré muchas lágrimas, pero procuraba siempre que no me viesen llorar, era de noche cuando me desahogaba con Jesús y con la Madrecita, benditas lágrimas que me unieron más a Jesús y a María y afirmaron mi confianza en ellos, esta situación duró cerca de 6 años. Procuraba ser el consuelo de mi familia, cuantas veces lloraban yo les decía que confiáramos en Nuestro Señor, Él también había sido pobre y me alegraba por Jesús porque n os parecíamos a Su pobreza, llegué a tener miedo de quedar acompañaba por mi madre, porque ella procuraba estar sola conmigo para desahogarse y por más que la consolaba y le decía que tuviese confianza, ella, en su dolor me decía palabras desagradables. Yo pedía continuamente a Jesús que nos valiese y al final de la Sagrada Comunión, le decía a Jesús: Tú dijiste, pide y recibirás, llamen y les abriré, yo pido y he de ser oída, llamo y he de ser atendida. Oh Jesús, no te pido honras, grandezas, ni riquezas , pero te pido que nos dejes nuestra casita, para que mi madre y mi hermana tengan donde vivir hasta el final de sus vidas, para que mi hermana tenga donde coger las florecitas para arreglarlas en tu altar en la Iglesia los sábados. ¡Oh Jesús todas las flo recitas son para Ti! ¡Jesús, acude a nosotros que perecemos! Lleva esta noticia lejos, a quien nos pueda ayudar, no te pido este, ni aquel medio, porque no sé. ¡Confío en Ti! Es una gran verdad, nunca está demás la confianza. En nuestra casa no había mom entos de alegría. Cuantas veces nos faltaba aquello que nos era indispensable y yo, en el fondo, estaba siempre alegre con la Voluntad de Dios, confiaba ciegamente en Él. Escondía lo más posible mi dolor, procurando en todo animar a los míos, mi petición f ue oída, se pasaron 6 años de aflicciones y de lágrimas, Jesús oyó nuestras súplicas; fue muy lejos, muy de lejos, que una buena señora vino a dar remedio a nuestro mal, que no acabó por timidez mía, no dije todo cuanto debíamos, porque Nuestro Señor así l o permitió, para que se prolongase por más tiempo mi sufrimiento, nos dio lo suficiente para no vender nuestra casita, (4) lloré más de confusión que de alegría al recibir tan grande gracia de Nuestro Señor, no sabía como agradecerle.". Desde entonces com enzó a tener más agasajos, más alimento y más ropa. No solamente espinas... también clavos En 1934, precisamente el día 6 y después el día 8 de septiembre, el párroco llevó a Alejandrina la Sagrada Comunión, al recibir a Jesús, no sabe describir como que dó: se sentía apática, fría y absolutamente incapaz de dar la acción de gracias. "Pero el buen Jesús -escribe en su Diario - no miró mi indignidad y frialdad y me pareció oírlo hablar". Quedó preocupadísima porque no podía escribir y por otro lado no quería confiar aquel secreto ni siquiera a su hermana; además de eso, no quería callar, porque comprendía que era voluntad de Dios que todo lo dijese al Director. Lucho consigo misma durante dos días y finalmente pidió a su hermana que escribiese cuanto ella le dictase. Deolinda, en la noche se sentó en el suelo, delante de un banco y comenzó a escribir. Una no levantaba los ojos con la humillación y la otra no osaba levantarlos, tal era la impresión que le hacían las cosas que oía. Terminada la carta, inme rsas ambas en un sentimiento de confusión, les costó darse la "buena noche", de aquel asunto no se habló más. "Hasta ese tiempo, sentía una gran alegría al recibir alguna carta de mi Director espiritual, desde entonces, todo este consuelo espiritual desapareció; temía que él me maltratase diciéndome que todo era falso. Yo cedí a la invitación de Nuestro Señor, pero pensaba que esos sacrificios fuesen sólo los sufrimientos, aunque mayores; no pensaba en nada sobrenatural". Dice en algunos puntos de su cart a al P. Pinho: "¿No le hizo mal la visita que me hizo con aquella lluvia? sé que vino a hacer un sacrificio muy grande, pero pienso que otras cosas le costarán más que aquella lluvia... Padre mío, yo también hago un gran sacrificio, Nuestro Señor bien lo sabe y Vuestra Reverencia también tiene idea de cuanto me cuesta, pero, antes de hacerlo, lo ofrecí a mi buen Jesús... me parecía escuchar (después de comulgar): Dame tus manos, que las quiero clavar conmigo; dame tus pies, que los quiero clavar conmigo; dame tu cabeza, que la quiero coronar de espinas, como me hicieron a Mí, dame tu corazón que lo quiero traspasar con la lanza, como me traspasaron a Mí, conságrame todo tu cuerpo, ofrécete toda a Mí, que te quiero poseer por completo". "Fue esto bastante p ara quedar muy preocupada, no sabía que había de hacer: callarme y no decir nada, me parecía que no era la voluntad de Nuestro Señor, me parecía que mi buen Jesús no quería que yo ocultase esto... ¿Será acaso una ilusión mía? Ay, mi Jesús, perdóname si te ofendo, yo no te quiero ofender... lo hago por obediencia..." (8 -91934) El Director, en respuesta, le mandó que escribiera todo, pero durante dos años y medio no le dice que eran cosas de Dios y esto la hace sufrir mucho pero ella nunca le preguntó nada a l respecto. Desde aquel día, Jesús se le presentó bajo varios aspectos, algunas veces, con su corazón cercado de rayos de amor; otras veces, se le presentó Nuestra Señora, desde entonces, sintió más la necesidad de estar sola, su alma pasó un período de t antos consuelos espirituales que los sufrimientos ya no le costaban tanto. Jesús se desahogaba con ella, diciéndole también cosas que la entristecían, pero las consolaciones y el amor con que la inundaba, la obligaban a olvidar aquellos desahogos. Para corresponder a tanto amor Alejandrina, después de haber resumido con extrema economía de palabras todo lo que había visto, pasa a dictar media página que transcribimos: "Todo quería hacer por Sus (Jesús y la Madrecita) amores y para probar que los amaba: algunas veces hacía bolitas de cera y las ataba en la punta de una tela y le pegaba a mi cuerpo escogiendo los lugares donde más podía sufrir, como las rodillas y sobre los huesos, quedando con mi cuerpo denegrido por los golpes; otras veces, ataba la tren za de mi cabello a los barrotes de mi cama y empujaba la cabeza con toda la fuerza para el frente para así poder sufrir más, o también, daba en la punta de la trenza azotándome con ella las costillas, en el pecho, en los brazos y en todas las partes a dond e llegaba la trenza. Una tarde de domingo tenía tantas ansias de amor divino, no cabiendo en mí de ansiedad, como de costumbre, querían quedarse a hacerme compañía, pero yo prefería quedar sola, pues sólo con mi Jesús me sentía bien, luego que me dejaron a solas con Jesús le probé cuanto le amaba, me pegué con el alfiler que usaba para tener mis medallas, clavándolo sobre mi corazón, pero como no viese aparecer sangre, lo enterré más y retorcí las fibras hasta que reventaron surgiendo la sangré. Tomé la pluma y una estampa y con mi sangre escribí así: "Con mi sangre te juro amarte mucho, Jesús, y sea tal mi amor que yo muera abrazada a la cruz, etc." inmediatamente que acabe de escribir esto, fue tal la repugnancia y aflicción que sentí, busque rasgar la estampita, pero no sé que me impidió hacerlo; no sentí ninguna consolación con esta prueba de amor que le di. Cuando mi hermana regresó de la iglesia, yo estaba en una gran inquietud, no le dije lo que había hecho pero le mostré la estampita y ella exclamó: --¡Ay, pícara mía, qué hiciste! cuando el Padre Pinho lo sepa... yo le respondí: -¡Ay, no lo digo! pero, conté eso y todo lo que había hecho, Su Reverencia me preguntó quien me había dado permiso, a lo que respondí: “No sabía que era preciso pedir obe diencia”, desde entonces me prohibió volver a hacer cosas así". Santa Teresa describe los efectos de los éxtasis. Cuando transcribimos los de Alejandrina recordamos un bello comentario de la santa, que escribo textualmente: “¡Oh, la confusión que experim enta el alma al voltear hacía sí misma! Cuantos deseos ardientes de entregarse al servicio de Dios en el modo que Él desee, querría tener mil vidas para entregarlas todas por Dios y desearía que todas las cosas de la tierra fuesen otras tantas lenguas que lo alabaran por nosotros, vivísimos son los deseos de penitencia, aunque no se sufra mucho, pero es la grande fuerza del amor la que impide sentir que se hace”. Tiempo después, Jesús dirá a Alejandrina: "El dolor es hijo del amor: Quien ama a Jesús sufre por Él, no le niega ningún sacrificio. ¡Cómo es bella y encantadora la esposa de Jesús, esposa que es continuamente inmolada y sacrificada! ¡Cómo es bella y encantadora a los ojos divinos su alma! (18 -2-1944) Un día ordené a Alejandrina que me contase lo que acostumbraba decir a Jesús en su acción de gracias después de la Comunión. Ella dictó lo siguiente: “¡Jesús dame fuego, dame amor, amor que me queme, amor que me mate! ¡Yo quiero vivir y morir de amor!". Y Jesús le responderá: "Sí, tú morirás de amor, porque vives de amor". (21 -2-1938) “¡Madrecita, a yuda a Jesús a crucificarme!” Fue precisamente el amor que ardía en el corazón de Alejandrina, quien la tornó insaciable de sufrimiento. ¡No hay amor que no sufra, como no hay sufrimiento que se sustente sin amor! Es por eso que Alejandrina se transforma en llama, es por eso que se transforma en dolor y no quiere otra cosa. Es de 1934 este pedacito de una carta dirigido a Doña María de la Concepción, profesora en Balasar, ella le había escrito de Lisboa este pensamiento: "Quedé contenta al saber que continúas llevando con mucha paciencia y resignación la cruz de tu vida ¡Si yo supiese vivir así! ¿Das licencia para que yo vaya a tu escuela a aprender contigo? Seré una alumna muy rebelde a tus lecciones, ex perimentaré y puede ser que, viendo y oyendo, recuerde después alguna cosa". (1 -9-1934) La respuesta de Alejandrina, que encontré en una copia sin fecha, fue esta: "Mi buena hermanita: Le llamo así, porque trata con caridad a la más indigna de las hijas de Dios, pero también por el motivo de que ambas recibimos del Señor la cruz bendita, la cual, llevada con amor y resignación, es un medio eficaz para elevarnos siempre más en el amor de Jesús, para santificarnos y para ayudar con nuestros sufrimientos a las almas que sordas a la voz de Jesús y ciegas delante de su luz, se abandonan a los placeres del mundo sin pensar nunca más en su propia salvación. ¡Cómo es bella nuestra misión! Por mi parte, confieso que era indigna de esta feliz suerte, dice en su carta que vendrá para aprender conmigo la ciencia de la cruz ¿Qué cosa debo enseñarle? y a quien... Yo, que tengo tanta necesidad de aprender... usted es más instruida para enseñar, pero, si fuera la voluntad de Dios, estoy pronta para ser maestra y alumna a l mismo tiempo; le tengo dicho ya muchas veces que vine al mundo para trabajar, sufrir y ofender al señor, verdad muy triste... ¡pero lo tengo tan ofendido! es esta la mayor pena que me acompaña siempre, pero el sufrimiento es mi mayor consolación, que no cambiaría por el mundo entero. ¡Qué ingrata sería yo si negase dar este cuerpo, que nada vale, a aquel Jesús que sufrió tanto por mí!... ¡A Él que tanto desea víctimas de amor, para salvar las almas! Desde hace 16 años, la dolencia, día a día, se propagó en este mi pobre cuerpo... y hace 10 años estoy presa en el lecho sin poderme levantar. ¡Cómo he sido beneficiada por el Señor! ¡Cómo es suave el yugo con el que se dignó sujetarme! Recibo esto como una gran prueba de amor que mi buen Jesús usa para con mi alma. ¡Sea bendito Aquel que no desdeñó mi indignidad!". Por tanto, para Alejandrina, amar a Dios es señal de un acto de justicia, porque amor requiere amor; el dolor que eso le causa será el don más suspirado que ella dará al Señor, porque es el índ ice más seguro de la fecundidad y de la inmensidad de ese cambio de amorosos sentimientos entre ella y su Señor. Pero en el dolor, como dice la carta, ella ve sobre todo un medio precioso de reparación que la Providencia le coloca en las manos, por eso, se siente llena de alegría y gratitud y no cesa de dar gracias a la bondad del Señor. Notas (1) Conservo el cuaderno en el cual escribí el diálogo tenido con Alejandrina. (2) Cfr. S. Teresa, “Castillo Interior” Sexta mansión, Cap. IV, 5. (3) El párroco, que desde hacia años le llevaba la Comunión, fue sustituido por el P. Leopoldino Rodríguez Mateus, que mantuvo al principio alguna reserva con esta doliente, hambrienta de la Eucaristía pero una vez que se decidió, le llevó la Sagrada Comunión durante 18 años, hasta su muerte. (4) Fueron sus providenciales benefactoras D. Fernanda dos Santos, de Lisboa, y D. María Joaquina Ferreira da Silva, de Pardilho.