Oh Dios mío, ya no estaré sola

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Capítulo 13
¡Dios mío, ya no estoy sola!
Cooperadora Salesiana
En la última carta que Alejandrina escribió al P. Humberto -casi en vísperas de su
regreso a Italia- le agradece el auxilio recibido “en las horas más trágicas de su
vida”. La carta, de la cual ella dice “quiero que sea como un testamento” se debe
considerar como un sello sobre su dolor, condividido durante años y es la llave
que encierra la recogida de documentos que pertenecen desde ese momento a la
historia de Alejandrina y su relación con la Congregación Salesiana.
El diploma de Cooperadora, dado a Alejandrina el año de 1944 y que ella quiso
colocar en un lugar donde estuviera siempre bajo su mirada, le fue dado con el fin
de que pudiera gozar de todas las indulgencias y con su dolor y su oración
colaborara, unida a los Salesianos, en la salvación de las almas, sobre todo de los
jóvenes, y para que rezara y sufriera por la santificación de los Cooperadores de
todo el mundo.
La adhesión de Alejandrina a ese pedido fue tan generosa y entusiasta, que los
Salesianos, reconocidos y sabiendo que empeoraba de su dolencia, le regalaron
una azucena de terciopelo, confeccionada en el Carmelo de Fátima, para que
fuera colocada en sus manos a la hora de su muerte.
Cuando la recibió, escribió: “Quedo contenta con el regalo de la azucena para
cuando esté en mi féretro, no la merezco, pero, ¿qué más puedo decir? Por mis
merecimientos, nada recibiría” (9-10-1944)
Sobre los pétalos de la azucena fueron escritos algunos de sus pensamientos,
sacados de su diario, en los que explica sus ansias de reparación eucarística y de
inmolación por los pecadores. Sobre una cinta de seda, junto a la flor, fueron
escritas estas palabras: “Los Salesianos a su Cooperadora”.
El médico asistente, en una carta al Director le decía: “¡Qué dichosos somos! Yo
no merecía ese don, pero sí los Salesianos y serán recompensados por sus
virtudes y amabilidades para con Alejandrina. Jesús quiere asociarlos a este caso
extraordinario. Un día sentirán un santo orgullo y una justa satisfacción” (4-9-1945)
Días después (16-9-1945) agregaba: “... el fin se aproxima, agradezca a sus
buenos Hermanos. Agradezcamos el don que nos fue concedido. ¡Te Deum
Laudamus!”
Además del diploma de Cooperadora, colgado en el corredor, delante de su
cuarto, Alejandrina tenía, enfrente de su cama, una fotografía ampliada de la
capilla del Noviciado Salesiano de Mogofores, para unirse a todas las funciones
religiosas de la Comunidad.
El día 9-12-1944, le escribía al P. Humberto: “Ayer, cuantas veces voltee a ver la
fotografía de la capilla de esa santa casa para ver si estaba Jesús expuesto y la
comunidad arrodillada, no vi nada (1). Los acompañé en espíritu, por todos recé y
sufrí, a todos los consagré a la Madrecita en el éxtasis de la tarde y sobre todo en
particular a los que recibían la santa sotana o recibían la medalla”.
Otra prueba de amistad para los Salesianos son las cartitas que les escribía, a
ellos y a los novicios, muchas veces escribía ella misma, lo que es muy
significativo, pues sólo Dios conoce el sacrificio que le costaba sostener la pluma
en su mano, cuando no lo lograba, cuando menos siempre lo firmaba.
Somos testigos, de que al escribir un pensamiento sencillo detrás de una estampa,
se sentía desfallecer del dolor y quedaba bañada en sudor.
Esta es la primera carta escrita a la comunidad en vísperas de la toma de la
sotana:
Balasar, 30-10-1944
“¡Viva Jesús
Mis queridos Novicios y Salesianos de esa santa Casa:
Quería escribir a cada uno de ustedes, pero no puedo, me faltan las fuerzas, como
tengo un deber que cumplir, para agradecerles las santas oraciones que han
hecho por mí, lo hago a todos en general. Jesús y la Madrecita les paguen tanta
caridad. Imploro al Cielo, para todos, bendiciones y gracias del Señor. Sólo deseo
que ocupen en el Corazón divino de Jesús el lugar que ocupan en mi corazón,
para que reciban todo. Jesús es tan rico... y yo los tengo a ustedes dentro de mi
corazón, es por eso que los quiero así en los corazones de Jesús y de la
Madrecita.
Muchas gracias a todos los que me escribieron, pueden confiar que Jesús les
concederá todo lo que desean para su santificación y la salvación de las almas.
Por caridad, recen por mí.
Soy la pobre
Alexandrina Maria da Costa”
Otro día le enviaba a los Salesianos una estampita con estas palabras:
“Para todos los Salesianos __Balasar (1-4-1945)
Ser entre todos el más puro. Obediencia ciega. Nunca pecar. Sufrir en silencio.
Amar a Jesús, amar y sólo amar.
La pobre Alexandrina Maria”
El 5 de febrero de 1945, en conversación con su Director, Padre Humberto,
Alejandrina le decía estas palabras: “Siento una grande unión con los Salesianos y
con los cooperadores del mundo entero, todas las veces que miro mi diploma,
ofrezco mis sufrimientos unida a todos ellos, para la salvación de la juventud. Amo
a la Congregación, la amo mucho y nunca la olvidaré, ni en la tierra ni en el Cielo”.
Y los Salesianos para agradecerle todo, sabiendo que su Cooperadora
excepcional tenía necesidad de la Eucaristía, cuando les informaban en la
parroquia que no tenían sacerdote para hacerlo, iban desde Mogofores a darle la
Comunión.
Una vez, entre muchas, el 21-9-1944, Alejandrina les agradecía con estas
palabras: “... de un modo especial, un sin fin de agradecimientos por haber
mandado un Padre a darme a Jesús. Quien me da a Jesús, me da la vida, me da
toda la riqueza del Cielo y de la tierra. Sólo lo deseo a Él, ¡Qué ansias tengo de
poseerlo! ¡Qué deseos tengo de amarlo!
La hora del encuentro con los Salesianos
El primer encuentro de los Salesianos con Alejandrina fue en verdad, como ella
afirma, el inicio de la fase más dolorosa de su vida, este capítulo es para hablar de
sus sufrimientos, aunque ella es la protagonista, hay que citar muchos nombres
que de buena voluntad omitiríamos. (2)
Que este período fue el más doloroso para la enferma de Balasar lo deja
transparentar el médico asistente en sus primeras cartas al Padre Salesiano que,
un mes después es considerado por Alejandrina su director espiritual. El 6 de
septiembre de 1944 le escribe: “Usted verificó que Alejandrina tiene necesidad de
un Director” y el 10 de agosto le había escrito: “Alejandrina y yo estamos muy
contentos y tenemos el placer de contarlo entre nuestros amigos. Esté seguro de
que Alejandrina no dejará de recordarlo con nuestro Jesús... Creo que aquellos
que se han pronunciado contra la enferma, no conocen nada de lo que usted dice
en su carta”.
El Padre Salesiano había preguntado si aquellos que hablaban o escribían sobre
el caso de Balasar, tenían conocimiento de los escritos de Alejandrina, con los
cuales se podía reconstruir la más alta mística, o sí, al menos, habían interrogado
a la interesada sobre los fenómenos que presenciaron.
“Por lo tanto, –escribe el médico asistente- los médicos dicen que la ciencia no
puede explicar el caso, afirmando que pueden constatarse fenómenos que
pertenecen a la mística, Alejandrina la ven como engañada”. (10-8-1944)
El Dr. Azevedo agregó estas palabras: “El dolor fue tan agudo y el Abad le dio la
noticia de una forma tal, que si Alejandrina no fuera la que nosotros juzgamos,
caería en el desánimo, cuando menos por horas. Pero, heroína como es, vence
siempre con el Señor, le está prometida la perseverancia, por eso, si no fuera por
el sufrimiento hasta hallaba interesante la tempestad, ir en una barquita, río arriba
o abajo, durante una tempestad que parece que todo sumerge, y saber
anticipadamente que no hay el menor peligro para quien está dentro de ella, ¿no
es la cosa más linda y curiosa?” (21-8-1944)
“Alejandrina había adivinado lo que ocurría sobre su caso, hablando de eso, dice
tener en la frente un dolor mucho mayor, esto es, si fuera privada de la Comunión”
(noviembre de 1944)
A estas palabras, Alejandrina responde: “Si eso ocurriera, al que me tiene que
comunicar tal decisión, le diré: “¡Dios sea alabado! Rezaré por aquellos que me
hacen sufrir tanto, bendito sea el Señor”.
Fue precisamente en estas fechas que el caritativo médico solicitaba, como obra
de caridad, la visita del Director y sus cartas de consuelo a la enferma:
“He notado que sus cartas le hacen bien a Alejandrina, le son indispensables, no
lo serán más, el día que la obediencia no lo consienta”. (5-10-1944)
Esta insistencia era explicable, le habían ordenado al Religioso que usara la
prudencia y que estudiara la forma de no tratar más el caso de Balasar. Teniendo
esas órdenes, procuró atenuar la realidad de la manera más delicada, para no
mortificar a Alejandrina, esperaba que la distancia y el aumento de trabajo, fueran
las primeras disculpas que la prepararan para un eventual corte decisivo.
Las visitas y la correspondencia cada vez más espaciadas del nuevo Director,
obligaron al médico a pedir noticias: “Queremos saber que sucede, pero suceda lo
que suceda, nuestra unión en Jesús es permanente y eterna”. (16-11-1944) Pero,
¿era posible usar de rodeos u ocultar alguna cosa a Alejandrina?
Imposible. De hecho, un día después, ella le escribe al P. Humberto: “Le escribo
para decirle lo que sucede en mí, desde hace algunos días, tengo una impresión
que me hace sufrir mucho, me parecía que le habían prohibido venir, ¡Dios mío,
qué tempestad sentí! Lo sufrí sola, para no preocupar a mi hermana, pero ahora
que tengo las pruebas, le pido por caridad decirme todo, sea franco, por el amor
de Jesús y de la Madrecita, en la certeza de que no dejaré de tener por esa casa
el mayor y más santo de los afectos... Sería ingrata si lo hiciera de otro modo y
eso no lo quiero, prefiero morir... “.
Después de decir esto, tiene un desahogo, que se permitía solamente con la que
la dirigía, merece ser leído: “¡Pobres hombres, que me roban el guía que Nuestro
Señor me dio!”
Me hacen pasar como si fuese la vergüenza del mundo, la mayor criminal, es
verdad, que yo siento que lo soy, pero solamente para con Jesús, no para las
criaturas. Mis deseos que Jesús no castigue ni pida cuentas a nadie. ¡Qué el
señor perdone!
Levanto los ojos al Cielo, fijos en Jesús y en la Madrecita y me siento fuerte para
recibir el segundo golpe de la separación de quien comprendía tan bien mi alma.
¿Qué ira a pasar? Que venga lo que viniere: confío en la fuerza del Cielo, si le
prohíben escribirme y que yo le escriba, le pido por los dolores de la Virgen, que
no se aflija, que no sufra por mi causa, obedezcamos ciegamente pues Jesús
suplirá todo, usará de misericordia. Por caridad, no me olvide”. (17-11-1944)
La confirmación de los presentimientos de su espíritu, de los que habla
Alejandrina, le vino por ocasión de la visita de un sacerdote, que había sido
enviado para envolver la falta de correspondencia del Director.
De hecho, narra en su diario: “Vino un sacerdote y una familia de Mogofores,
experimenté nuevas espinas, al no ver a aquel que tan bien comprendía mi alma;
procuré esconder mi dolor con una sonrisa, le manifesté mis presentimientos; se
esforzaron por esconder lo más que pudieron la verdad, pero comprendí todo. Al
despedirnos, no sé explicar mi dolor, el golpe profundo que sufrí, sentí en mi alma
las santas tristezas por el hurto que me habían hecho: puse todo en las manos de
Jesús, para todos pedí perdón y su amor infinito” (16-11-1944)
Infelizmente, fue inútil el esfuerzo realizado para esconder a la enferma toda la
verdad, había quien, se lo revelaba con medios nada comunes. Por suerte,
también, usando las medidas determinadas por las circunstancias, también se le
dejaba la certeza de que no se le sería retirado definitivamente el guía espiritual,
del que sentía tanta necesidad.
Alejandrina nos habla en sus escritos de todo lo que sucedió con el nuevo
Director. Es su descripción: “Eran las dos de la tarde cuando sentí pasos, antes de
ver quien era, supe que llegaba el señor Abad. Al verlo solo y a aquella hora,
pensé que era llegada la hora de nuevas pruebas, entró a mi cuarto, se sentó y
me preguntó quien era mi Director.
“Hago esto –dice- porque me siento obligado, me cuesta decirlo, pero ten
paciencia, debemos someternos hasta que vengan nuevas órdenes. El Padre
Salesiano no podrá confesarte ni le puedo permitir celebrar en la Parroquia y hasta
nueva orden, tampoco puede traerte a Nuestro Señor”.
Le respondí: “Obedeceremos Padre, ¡Dios sea bendito!”.
Después me preguntó si sabía el motivo por el que había venido el Religioso y le
respondí que no sabía.
“¿El Padre Humberto es tu Director?”.
“Me confesé con él dos o tres veces (2), yo no acostumbro hacerlo pero vi que él
comprendía mi alma y me confesé, pero mi confesor es el Padre Alberto
Goncalves Gomes, como usted sabe.
“¿El Padre Humberto es tu Director?” –insistió. “Sí, me ha dirigido (3), pero desde
el principio me dijo que no quería tomar el lugar de otro, es decir, de mi primer
Director, ni de mi confesor y que les hablara de eso”.
El Abad, lleno de caridad para conmigo, concluyó diciendo: “Siendo así, puede
venir a visitarte y dirigirte por correspondencia”, después se retiró.
Alejandrina, explicando el motivo de la visita, continuó: “Mi hermana entró en el
cuarto y me preguntó que había pasado y le respondí sonriendo: “Son mimos de
Jesús”, continúe sonriendo y le conté todo, sentí en mí una fuerza capaz de
soportar todo con alegría y le dije a Deolinda algunas palabras de aliento.
“No te entristezcas, si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros? Jesús
es digno de todo nuestro amor, sea todo para las almas”.
Pero aquella fuerza le duró poco, poco a poco fui aniquilada bajo el peso
abrumador de dolor, y el corazón por dos veces, me parecía que desfallecía y me
hacía perder la vida; algunas lágrimas de resignación me corrieron por la cara y
las ofrecí a Jesús como actos de amor.
Dios mío, por tu gracia, yo no estoy presa a nada del mundo, ni siquiera a las
criaturas. Lo que quiero es recibirte, Jesús, poco importa si es de las manos de
uno u otro sacerdote, Tu eres el mismo Jesús, eres siempre Tú, el suspirado de mi
alma.
Es verdad que mi alma tiene necesidad de luz y de quien la comprenda, ¡me roban
todo!, ¡sea hecha Tu voluntad! Te encuentras Tú, mi Jesús y eso me basta”.
Aquella tarde, llegó providencialmente el médico y Alejandrina puede desahogar
su dolor y recibe palabras de consuelo. Antes de partir, el médico le pregunta:
“¿Se siente fuerte? Y Alejandrina le responde: “Me siento fuerte, doctor, pero
tengo mi corazón sufriendo... si lo tuviera también para amar...”.
Después de ese esclarecimiento, que hubo entre el Párroco y Alejandrina,
parecería que las cosas iban a tomar un buen camino, cuando el Párroco, meses
después, ignoramos bajo qué presión, le escribe al Director:”Siento mucha pena
por tener que informarle que no puede ejercitar ninguna función sagrada en la
Parroquia de Balasar, a menos que presente el documento que pruebe su
jurisdicción en esta Arquidiócesis...”.
Hasta aquí, nada de nuevo o de especial, son leyes disciplinarias que todos los
sacerdotes conocen y de las que no se puede sustraer.
Como siempre, la delicadeza de Alejandrina hacia suyos los sufrimientos de los
que estimaba, en esos días, se esforzaba por atenuar la amargura ajena con
palabras que revelan su heroísmo y su gratitud por lo que había hecho por ella.
Dice en una parte de dos de sus cartas: “No sé nada de usted, pero no sé lo que
siento, sé que sufre y no sólo por causa de esta prohibición de confesarme, este
sufrimiento y las otras cosas de las que soy causa, aunque involuntariamente, es
el calvario al que me refiero”. (9-4-1945) Con esto, quiere dar una explicación de
los sentimientos de que habla en su diario y que le fuera enviado al Director.
Un mes después escribe: “Sufro y rezo siempre por usted, creo que aunque lo
supiera contra mí y con respecto a mí, nunca dejaré de rezar como lo hago, en
prueba de mi gratitud y por lo mucho que hace por mí”. (7-5-1945)
“Siento que los Salesianos son mis amigos”
“Me siento tímida, dudosa, con muchas dudas de si debo o no dictar estas
palabras, hace algunos días que pensé hacerlo y me faltaron las fuerzas, pero,
hoy no resisto más. Si por acaso hay órdenes de lo contrario, si no pudiera leerlas,
láncelas al fuego y desaparecerán para siempre.
No quiero, Padre mío, ser instrumento de dolor para nadie, que sufra yo, ya que
Jesús me destinó al dolor, sufra yo, que por mis grandes miserias debo sufrir para
reparar...
Sufra las mayores humillaciones y dolores para consolar a mi Jesús y darle almas;
sufra todo, muerta bajo el peso de todas las humillaciones, pero que no sufra
Jesús, y no sea ofendido por mi causa y que ni siquiera tengan que sufrir aquellos
a quienes tanto debo y tanto han hecho por mí...
¡Oh, si el mundo conociera el dolor! ¡Si los hombres comprendieran la falta que le
hace al alma un Director!”. (27-11-1944)
Estos escritos de la interesada y las órdenes superiores que prohibían mantener
contacto personal con Balasar, preocuparon al Director; los Hermanos de la Casa
de Mogofores se declararon a su favor, para quitarlo de una situación angustiosa,
aprovechando la visita de su Provincial, hicieron una exposición unánime contra
una situación desagradable y poco clara que se iba a reflejar, a fin de cuentas, en
la enferma.
La defensa de todos obtuvo el debido resultado, porque el Superior concedió
inmediatamente a su súbdito de poder consolar a su dirigida, al menos por carta.
Alejandrina, aliviada de un enorme peso, el mismo día que recibió la primera carta,
respondió con un largo escrito. Le da cuentas de su alma, renueva los
sentimientos de estima para con los Salesianos y siente la necesidad de
agradecerles lo que habían hecho a su favor. “Gracias a Jesús y a la Madrecita –
escribe- hoy puedo respirar y conmigo mi hermana y toda la familia. ¡El Señor sea
bendito!
Con Deolinda, mi madre y las primas rezamos el Magnificat. Desearía haber
escrito antes, pero no me fue posible, créame, mi buen Padre, que es por olvido, si
supiera cuantas veces pensé hacerlo, pero no fui capaz, se apoderó de mí un
temor tan grande de causarle mayores sufrimientos (lo que no quiero de ningún
modo), que por más esfuerzos que hacía, no podía dictar ni siquiera dos palabras.
Entretanto comencé a rezar y a sufrir por todos, esta prueba no me arrancó del
corazón la grande y santa estima que les tengo, por el contrario, la aumentó más,
mucho más”.
Después de las noticias sobre su alma, continúa: “Tenga la bondad de agradecer
en mi nombre a los reverendos Sacerdotes y a todos los Hermanos de esa Casa
las oraciones y sus insistencias en mi defensa al Provincial, rezo por todos, por
todos sufro, a todos quiero bien en Jesús”. (9-12-1944)
Después de aquella prueba, los contactos entre Alejandrina y los Salesianos se
volvieron más íntimos, en ocasión de la Navidad, le ofrecieron a su Cooperadora
una artística estatua de la Sagrada Familia, que se conserva en el cuarto de
Alejandrina, la acompañaron con la siguiente poesía:
Una vez, hace muchos años.
Tres peregrinos de Judea,
Andaban viajando
De una aldea en otra,
Pidiendo, mendigando
Un poco de pan,
Un poco de abrigo...
Todos respondían “No”...
Ni un techo amigo,
No había nada para ellos:
¡Ni corazón,
Ni posada!
Después de mucho caminar,
Llegaron a Balasar.
Cansado, sin poder más,
Comenzó a llorar,
Comenzó con los ayes
El peregrino,
Más pequeñito.
--Hijito—le dice la Madre,
regresemos a Belén,
Al menos allá, los angelitos
Vendrán en coros a cantar.
--No, Madre querida,
Mi navidad, de esta vez,
Será en Balasar.
Aquí tenemos cabida,
Entremos los tres.
Y en una casita blanca,
Con flores en el portal,
Reciben entrada
En ese día de Navidad.
Vino a la puerta Deolinda,
En el rostro tiene el dolor
De quien sufre y ve sufrir.
--Sea bienvenida a su casa,
¡Familia Santa, Divina!
Y rápido, corriendo,
El Hijito entró, a ver
Donde estaba Alejandrina...
Nada más Él la vio
Y ella sonrió...
--¡Oh, mi dulce niño,
dulce peregrino,
quién eres, dime, mi Amor!
--Soy el Salvador,
soy Jesús, el Jesús de Alejandrina.
Y tú, quién eres, mi amada,
De las almas también peregrina,
¿A tu dolor... abrazada,
Abrazada a mi Cruz?
--Yo soy Alejandrina de Jesús.
Alejandrina quedó conmovida, al Padre Salesiano que había ido a felicitarla por las
Fiesta, al recibir el presente, le decía: “Estoy muy contenta y agradecida, pero
también debía traerme a mi Padre, de quien tengo tanta necesidad”.
Ponderadas bien las cosas, esto es, que el Director, según la afirmación del
Párroco, podía visitar a Alejandrina y dirigirla por escrito, el Provincial Salesiano
quitó todas las restricciones.
Por otro lado, se entendía que los Costa podían recibir en su casa a quienes
quisieran, respetando las disposiciones de la Autoridad relativas a la asistencia a
los éxtasis y no hicieran propaganda de los fenómenos que se daban en
Alejandrina.
Estaba en juego el bien de un alma y aunque se admitiera que estaba engañada,
tenía necesidad, por eso mismo, de que se le acompañara y se le esclareciera
todo.
Después de este paréntesis, el Director regresó a Balasar, aunque no pudiera
confesar a la enferma, fue tal vez esta dirección sin el sigilo sacramental, porque
dejó al sacerdote en mayor libertad. Y esto fue tan cierto, que el diario de
Alejandrina pudo ser escrito a máquina por los Salesianos, mes tras mes, hasta el
fin de su vida.
Es el más bello documento que se posee de la víctima de Balasar, así ella se
sentía más segura y no se sentía sola en su camino doloroso; sentía, como
explico, “el corazón unido a una Congregación tan querida a Nuestra Señora”.
Con agradecida y conmovida alegría, en una carta a los Salesianos de Mogofores,
que le habían enviado felicitaciones por su cumpleaños, Alejandrina explica estos
sentimientos.
¡Sólo Dios es grande!
Balasar (30-4-1945)
“Reverendos Padres,
Para todos ustedes, el amor más abrasador de Jesús y de la Madrecita y todas las
riquezas del Cielo.
Tengo presentes todas las intenciones que me han recomendado y los hago
partícipes de toda mis oraciones y sufrimientos. Es un deber de gratitud de mi
parte, me siento tan feliz y tan rica con el apoyo de ustedes.
Oh Dios mío, ya no estoy sola, tengo quien me ayude a subir mi penoso Calvario.
Con todo el corazón digo en mi alma: Jesús y la Madrecita les paguen y les den
todas las riquezas del Cielo, riquezas de virtud, de gracias para atraer a las almas
al Corazón Divino de Jesús.
No puedo más, siempre unidos en la tierra y en el Cielo.
Bendíganme y perdonen a esta que implora oraciones, muchas oraciones”.
De estas fechas es una predicción hecha al Director, con respecto a la
Congregación Salesiana. Italia era destrozada por la guerra, la radio, día a día,
daba noticias de espantosos bombardeos sobre la Liguria y varias ciudades del
Piamonte.
El P. Humberto, en una visita a Alejandrina, le pedía oraciones por su familia y un
recuerdo especial, a fin de que Nuestra Señora salvara de los bombardeos la
Basílica de María Auxiliadora en Turín, corazón y cuna de la Congregación.
Alejandrina escuchó el pedido angustioso e un instante después, levantando un
poco la cabeza de la almohada, respondió con todo de seguridad: “Esté tranquilo,
sus parientes está bajo el manto de Nuestra Señora y la Basílica de la Madre del
Cielo no sufrirá”.
Las palabras de Alejandrina se realizaron plenamente. Se conserva la carta,
primera que pudo ser enviada, al final del conflicto, en la que se habla de esa
predicción que no admitía dudas.
Sufrimientos morales
No se piense que la presencia del Director pueda llevar consuelo pleno al alma
que atraviesa la anoche del espíritu. Si tal sucediera, el alma no viviría más en las
tinieblas, desea y llama junto a sí el auxilio del sacerdotes, para que, en cierta
medida, le de la seguridad de encontrarse en el camino de la verdad, pero, poco
después, también este consuelo se le transforma en un misterioso tormento.
Para confirmar esto, transcribimos partes de cartas, escritas por Alejandrina al
Director.
“Paso un día y otro, sin tener un sacerdote que me tranquilice, que me anime y
encamine. Pobre de mí, nací para esto”. (20-12-1944)
“Jesús, mándame alguien, para el consuelo de mi alma: yo pido consuelos, no
para mi alegría, sino para vencer sin desagradar a Jesús... Oh sufrimiento
insoportable. (14-12-1945)
Espero un día, después otro, siempre a la espera de que llegue un sacerdote a
quien le pueda confiar el abrir mi alma, que me guíe a Jesús y me sostenga en
estos caminos tan dolorosos y espinosos... y no llega ninguno: estoy sola en esta
lucha constante”. (21-2-1947)
Cualquier atraso en responder a los angustiosos llamados aumenta la agonía de
estas pobres almas, que sirven a Dios privadas de la sensación de servirlo: viven
de Dios sin saberlo experimentar, persuadidas hasta de estar cada hora más
alejadas e indignas.
El demonio, a su vez, se carga en esta tecla para convencerlas que están
abandonadas y que los directores no les creen.
Leíamos en su correspondencia:
“¿Aún vive o ya partió para la eternidad? ¿Cuál es la causa de tanto silencio?
¿Quiere dejarme en un completo abandono y en la distancia, muy en la distancia?
Sea cual fuere la razón, por caridad, rece siempre por mí y por mis intenciones.
¡Cuesta tanto subir la cima de mi Calvario!
Tengo confianza de que es el Amor, no siento llevar la cruz, de no ser así, ya
estaría caída por tierra para no levantarme. Pobre de mí, soy miseria, sólo miseria.
Pero a pesar de eso, es la cruz, es el sufrimiento, lo que más amo en este
destierro, me parece que usted ya no quiere saber de mí, no me cree, tiene razón,
es por mis maldades, por mi nada.
Pero es por estas maldades, que soy más digna de pena y compasión, que más
necesito de amparo, hágalo por caridad, por amor a Jesús y a la Madrecita”. (1412-1946)
Es casi inexplicable como, en estas almas, el deseo de una asistencia espiritual
continua se une al sentido del miedo y al alimento espiritual que se asocia con el
hambre, una hambre cada vez mayor. Es una vida que es muerte, es una muerte
que es vida.
“Estoy muy agradecida por la carta tan consoladora que tuvo la caridad de
escribirme, recibí el consuelo, pero siempre acompañado de miedo. Mi buen
Padre, me parece que temería menos un mundo de fieras contra mí, de lo que
temo a los amigos, los quiero cerca de mí y al mismo tiempo quisiera huirles y
esconderme de ellos para siempre.
Sólo quisiera que me vieran Jesús y la Madrecita, que todo mi vivir fuera sólo para
ellos, siento una sed insoportable de su amor divino. Dios mío, que hambre
insaciable de las almas y de los sufrimientos, pero, ¡qué pavor me causan!
Qué miedo al dolor y no puedo vivir sin él, me siento morir de tanto cansancio de
tanto sufrir”. (26-3-1947)
“Me parece que la realidad es estar muerta, pero no lo estoy. Mis sufrimientos, la
falta de fuerzas y, muchas veces, día a día, sin disposición de escribirle,
perdóneme.
Parece olvido y hasta ingratitud, pero no lo es. ¡Dios mío, no quiero pagar el bien
con el mal!
Esta noche, este abandono, esta soledad y muerte total de mi misma no me ayuda
a hacer nada, estoy sola y tan tímida, parece que hasta desconfío de todos, que
perdí su confianza y estima; pero no la perdí: soy la misma para todos y espero
serlo también para los que me desprecian y abandonan.
Si todos me dejaran y despreciaran, ¿podría también Jesús dejarme y
despreciarme? Oh, no, Jesús no me deja, tengo la certidumbre de que su divino
Corazón se compadece de mi gran miseria. Él es tan bueno y está lleno de amor
por los pecadores.
¿Porqué no he de confiar en Él? Muchas veces no tengo valor para desahogarme
con Él de mis penas, me siento avergonzada al verme tan llena de defectos; en mi
grande aflicción repito muchas veces: ¡Jesús, Jesús, Jesús!” (18-6-1946)
Infelizmente, con bastante frecuencia, sacerdotes poco prudentes, aumentan las
penas de estas almas, procurando en ellas lo que tiene sabor de extraordinario y
la virtud que hay en su vida. Esto les causa sufrimientos, porque coloca al alma en
situaciones difíciles.
Alejandrina varias veces, tuvo que recurrir al Director para consejo y defensa. Esto
se deduce de una carta, en la que demuestra, al mismo tiempo, cuanto mal hace
quien conspiró para privarla de una dirección espiritual continua.
“Vino un sacerdote –escribe Alejandrina- que intentó convencerme y casi
obligarme a hacerle una pregunta a Nuestro Señor, lloré mucho delante de él y le
dije que no obedecía que le quitaba a otros sus responsabilidades. En aquellos
momentos me pareció bien estar abandonada por todos y, si no acudía Nuestro
Señor con su fuerza, me hubiera desesperado.
Por suerte, ese sacerdote, después de afligirme mucho, estuvo de acuerdo
conmigo, pero quedaron en mí, dudas y dolor. En todas las cosas, veo mi cruz,
¿Bendito sea el Señor!”. (22-10-1946)
Entre los sufrimientos de la noche oscura
En la correspondencia de Alejandrina al Director destacamos sus sufrimientos
íntimos soportados en la noche del espíritu, que son ciertamente los más duros y
que vienen a juntarse a otros muchos, de distinto orden, que la obligaron a definir
estos tiempos como “el más trágico de su vida”.
Transcribimos algunos pasajes:
“Mi buen Padre, me falta todo, todo murió conmigo, el dolor vive, el dolor torturante
de mi cuerpo y de mi alma; el cuerpo sufre mucho, pero el alma sufre aún mucho
más, no sé explicarlo, le doy solamente una pálida idea, el alma se sofoca, al ser
tan cruelmente apretada y estrujada.
Mis faltas, mi ingratitud para con Jesús, están siempre en mi frente, el miedo de
engañarme y engañar a los otros, el temor de pecar en los combates del
demonio... ¡qué triste vida!
Quiero vencerme, quiero creer en las palabras de mi Jesús y me cuesta tanto...
¿Cómo se puede no ser quemada en medio de tanto fuego? Y ahora un nuevo
tormento, me quiero defender dentro de mí, de lo que Jesús y la Madrecita me
entregaron el día 8.
Me parece que estoy siempre a punto de ser asaltada, quisiera esconderme
debajo del piso, donde nadie supiera de mí y no me pudieran robar lo que el Cielo
me entregó y lo siento como una riqueza sin igual”. (29-12-1944)
Aquel tormento en querer defender lo que trae dentro, la sensación de ser
asaltada, aquella voluntad de esconderse para no ser robada, se refiere al
esfuerzo de querer conservar el mundo, que le había sido confiado como suyo y
puesto en su corazón, para salvarlo.
En otra carta, manifiesta su ardiente deseo de desaparecer en Jesús, de ser
transformada en Él y habla de sus ansias de amor de sus deseos del Cielo.
“Yo quiero desaparecer y todos los días al comulgar le digo a Jesús: Quiero ser
una hostia pura, una hostia viva, una hostia en sangre en cada sagrada hostia, en
cada sagrario, donde habitas sacramentado.
Quiero desaparecer en Ti, quiero desaparecer lo mismo que Tu apareces en cada
hostia, pues en ella se ven las especies de trigo, sólo ellas aparecen. Escóndeme,
Jesús, lléname de Ti. Yo quisiera, mi buen Padre, huir, esconderme a toda mirada
humana, para que sólo Jesús me viera, pues sólo quiero vivir para Él.
Pero es tal lo que siento en mi alma que estoy cierta –si fuera posible desaparecer
de la mirada de todos- que mi alma no estaría satisfecha, tiene miedo del mundo,
sólo el Cielo, sólo la posesión eterna de mi Dios puede llenarme y puede
saciarme.
Estoy cansada de tanto sufrir, estoy cansada de tanto ansiar, pero, ay de mí, si
dejara de sufrir un solo momento: no sabría vivir, moriría sin remedio”. (20-3-1947)
“Es horrorosa mi miseria y no hago ningún bien o si lo hago, no soy yo, me huye,
no lo veo. La sed de Jesús y de las almas es cada vez mayor, así como mayor es
el peso de las iniquidades y la ceguera que me hace morir de pavor, necesito de
luz, necesito de amparo”. (19-19-1947)
Finalmente, Alejandrina habla de su ardor y necesidad de salvarse en su ceguera,
en sus tinieblas, habla de su angustiosa búsqueda del Amado que le huye.
Encontramos un acercamiento de la vida de Cristo en ella, víctima con Cristo,
atormentada por los miembros místicos, que debe salvar con su inmolación.
“Pido la caridad de rezar por mí, ¡tengo tanta necesidad! Siento a la humanidad
entera en mi pobre cuerpo, me quita la vida y me atormenta en todos sentidos,
estoy tan cansada, ¿qué será ahora de mí?” (25-9-1946)
“No tengo ninguna luz en medio de tan desastrosa tempestad, sé que el fin de
todo mi sufrir es Jesús, sólo Jesús, pero no soy capaz de encontrarlo para
poseerlo con la ansiedad que mi alma tiene de Él.
Corro a su encuentro y siento que Él se ausenta, es mi cruz, la cruz que abracé y
amo para no dejarla nunca; en ella veo el dolor sin fin, pero también es amor que
sobrepasa todo, se unió tanto el dolor al amor y todo a la cruz... es por eso que
quiero al dolor y no lo dejaré nunca”. (10-9-1947)
Podríamos escoger otros pasajes de estas pequeñas obras maestras, que revelan
martirios, virtudes y dones excepcionales, pero son tantas que no se acabaría
nunca, transcribimos aquí apenas unos pedazos de una carta que resume
maravillosamente las dolorosas penas de la noche del espíritu que Alejandrina
saboreó con el heroísmo de una alma dispuesta a todo por su Dios.
“Los sufrimientos de mi cuerpo y de mi alma son a veces insoportables, mi buen
Padre, cuanto se sufre, el mundo nada comprende, yo no vivo sino para sufrir y
tantas veces me parece vivir sólo para pecar.
Vivo tan sola, o más bien, me siento tan sola, sin nadie, sin tener quien se
compadezca de mi dolor; muero al abandono, muero en mis tinieblas, muero sin
amar a Jesús y casi siempre atormentada por el demonio que tanto trabaja para
que yo ofenda a Jesús”. (15-9-1945)
Las fuerzas infernales
A todos estos dolores se les agregaban los dolores causados por el demonio,
desde 1944 en adelante, fueron violentos y muy humillantes; el enemigo la
atormentaba en todos sentidos de modo que para ella no existía la alegría.
El demonio la hacía sufrir, insinuándole que lo escritos mandados al Director no
habían llegado a su destino, sino que habían llegado a sus manos infernales. “Me
llegaron sus contestaciones –le comunica al Director. Es verdad que el demonio
es padre de la mentira, porque me susurraba que él los tenía y que había habido
un gran escándalo en todo Portugal”. (27-10-1944)
La atormentaba con tentaciones que ni siquiera a Deolinda se atrevía a
manifestarle, sería necesario haber conocido la intimidad que había entre las dos
hermanas, para comprender verdaderamente toda la prudencia y delicadeza por
parte de Alejandrina, pero también entender todo el horror de la prueba a que el
demonio la sometía.
“Si yo escribiera por mi mano –le dice en una carta- le contaría ciertamente
muchas cosas, pero como no puedo, voy gimiendo y llorando, pasando horas
tristes y amargas con la tremenda preocupación de ofender a mi Jesús.
Esperemos que Él me de fuerza y valor para esperar que usted venga y abrirle mi
alma como es mi deseo y necesidad”. (9-3-1944)
Con una ferocidad cruel, el demonio envenenaba a la pobre víctima hasta en las
pequeñas alegrías. En mayo de 1946, el Padre Salesiano quiso dar a los Costa
una alegría espiritual con un viaje a Fátima, con la ayuda de la familia Sommer,
que ofrecieron a los peregrinos hospitalidad en su casa de Cardiga.
Aleljandrina responde a la lpropuesta del Director:
“Soy siempre la misma, siempre la pobre Alejandrina. Deolinda llegó apenas a la
casa y, como para ir a una fiesta ninguno tiene la pierna arota, resolvimos todo y le
comunicamos aquello que se decidió.
Pido a usted, comprar los billetes de ferrocarril para las cuatro magdalenas (¡!) y
para el padrino, que si no va, pobrecillo, pasaría un disgusto... no es preciso
incomodar con tener camas, basta un cuarto para todo el regimiento, a no ser por
el comandante (4), el viernes en la tarde llegan.
La pequeña Marianita escribe si no llevamos almuerzo, pero ¿no será un abuso de
nuestra parte? ¿no será abusar de su bondad? Y sobre todo, llevar más personas
de las que contaban...
Y yo, pobre de mí, no nací para gozar de esas cosas lindas, pero aprovecho de
estas gracias inmerecidas, de estos mimos del Cielo, como si fueran para mí; al
ver alegres a los míos y satisfechos por la grande deferencia que le hicieran a
Marianita y a su bondadosa madre, llevándolos a Cova da Iria”. (7-5-46)
El estilo expedito y alegre de Alejandrina explica bien su alegría por la satisfacción
destinada a sus seres queridos, sus recomendaciones pormenorizadas explican
su sentido práctico, que nunca se desmintió, las observaciones nos muestran la
fineza de sentimientos que siempre la caracterizó.
Días después, agradeciendo al Director el viaje, porque era extremadamente
correcta a agradecer el más pequeño favor, escribía:
“Le costó muy caro a mi alma, pero quedé contenta por la alegría de los míos. Yo
ya no me admiro, porque para mí es tristeza todo aquello que para los otros puede
ser alegría, ¡Bendito sea el Señor! Hubiera nacido para el amor, como nací para
el dolor, ¡cómo sería feliz! Deolinda regresó muy contenta con las atenciones de la
familia Sommer, dice que si hubiera sabido antes, no los habría convidado a venir
a nuestra casa, tan grande es la humillación de que no seamos dignas de
recibirlos aquí. (5)
¿Qué sería de nosotros si Nuestro Señor sólo hubiera recibido y tratado a los
ricos? Sea alabado por tantos sufrimientos que permite y exige de nosotros”. (205-1946)
Las visitas
En junio de 1944, cuando el Padre Salesiano le pidió al médico asistente permiso
para visitar a Alejandrina, recibió una comunicación: “Para evitar inconvenientes,
procuramos reducir las visitas a esta criatura extraordinaria, pero tal restricción no
abarca a los sacerdotes ni a los médicos, y mucho menos a los Superiores, a
quienes venero en su persona”. (19-4-1944)
Este escrito prueba la reserva que los responsables mantenían sobre el caso de
Balasar. Después las cosas cambiaron, pero no ciertamente por culpa de ellos,
que nunca publicaron nada, que no hicieron propaganda, fieles a la norma de que
jamás persona alguna pudiera visitar a la enferma sin tener el permiso
correspondiente.
Transcribimos de su diario y de algunas cartas al Director, a quien se debe esta
popularidad y cuanto le pesaba:
“Día a día, momento a momento, mi vida se vuelve más triste, por un lado, la
orden de obediencia me obliga a vivir escondida, a no recibir a nadie, para ser,
poco a poco olvidada. Dios mío, si tuviera voluntad propia, es lo que yo querría.
Me llegan visitas de todas partes, recibiendo también la curiosidad de los médicos:
¡Qué tormento para mí!” (20-10-1944) Este vaivén de visitas, convertido en una
inundación que duró hasta el final de la vida de Alejandrina.
“Me muestro feliz y alegre, mi felicidad está en el sufrimiento y en hacer la
voluntad de Dios” (29-8-1947)
“Tengo miedo de todo y de todos, tengo deseos de decir: ¡Déjenme sola! Las
miradas de los que me visitan, me matan”. (10-9-1947)
“Muchas veces hemos pensado en escribirle y no hay manera de hacerlo con la
rapidez que desearíamos, ¡qué movimiento en nuestra casa! En las horas de
reposo de Deolinda, hemos querido escribirle, pero las personas no nos dejan.
¡Qué martirio, bendito sea Dios! Tengo miedo de vivir aquí, ¿ cuándo será que
Jesús vendrá a buscarme?” (19-10-1947)
Se podrían multiplicar las citas. Quien conoce a las almas místicas que tienen una
misión apostólica, no se admira de la popularidad que tienen aún contra su
voluntad. Difícilmente nos podemos hacer una idea de su martirio.
Disposiciones de la Providencia, que así las hace portadoras de su mensaje de
salvación, a Alejandrina le decía el Señor en 1954: “Tu vives mi vida pública, habla
a las almas”. Pero, ninguna persona se imagina a costa de cuantos sacrificios
cumplen esta misión.
Dolores físicos
El médico asistente, el 30 de julio de 1946, informaba al Director cuanto sucedía
en Balasar: “Alejandrina tiene sufrimientos misteriosos que desorientan a la
medicina, y cuanto más quisiéramos poder explicar pero aún así el caso se
volvería muy complicado”.
Delante de todo, bien se puede calcular lo doloroso que era la inmovilidad
absoluta, especialmente en las manos, que le duraba muchas veces por largos
meses, volviendo imposible cualquier movimiento.
Era necesario ayudarla en todo, en esta asistencia, su hermana Deolinda era la
única que conocía ese cuerpo martirizado y le podía ayudar, evitándole dolores
agudos, ella fue muy delicada y verdaderamente heroica.
A la inmovilidad se juntaban otras graves incomodidades. El 12-5-1947, escribía:
“No sé lo que me pasa: pierdo la vista y tampoco puedo hablar” en 1954, tiene que
resignarse a vivir casi a oscuras, incapaz de soportar un rayo de luz, en ese
tiempo, define a su cuartito como “mi negra prisión”.
Desde 1953 en adelante, aquellos pobres huesos parecía que se descoyuntaban,
para conservarlos en sus travesaños, fue preciso recurrir a dos cuñas, como dos
asas, en forma de S, forrados de paño y puestos a los costados de la cama.
Es impresionante lo que escribe en su diario de esos tiempos, cuando se voltea
hacia los pecadores y los invita a convertirse, a no pecar más, afirmándoles:
“mírenme, es por ustedes”.
En verdad, aquel cuerpo había dado todo: estaba verdaderamente consumido por
las almas; además de los dolores que le acarrea la mielitis están los frecuentes
cólicos renales, en 1946 Alejandrina tiene que ser puesta sobre duras tablas pues
no soporta el lecho tan blando. Este nuevo sacrificio coincidió con el aniversario de
su primera crucifixión, así lo narra en su diario:
“Sin reflexionar ni combinar (el aniversario de mi primera crucifixión) quedó
también como la fecha en que mi pobre cuerpo, atado, quedó sobre duras tablas,
pero, a pesar de eso, quedé sedienta de más dolor, más amor, mi caritativo
médico me dijo algunas palabras de consuelo, después de preparar mi duro
lecho”. (4-10-1946)
en estas condiciones físicas fue que la sometieron a un nuevo examen,
desgraciadamente, en lugar de una persona competente en ciencias místicas,
como deseaba el médico asistente, fue escogido un médico ateo.
“Con mi espíritu firme en Jesús y en la Madrecita, les dije: Es por ustedes, venga
lo que venga, ya sea el hielo, o mi sangre, aunque no quiera, no salgo de sus
brazos y, por quienes ustedes son, no permitan que la tempestad me arranque de
allí.
A veces, me sentía como si fuera arrastrada a lo lejos por la furia de los vientos,
hice todo lo posible por encubrir mi miedo y mi dolor, para no ser causa de
sufrimiento a los míos, cuando llegó lo que tanto temía, aún sin verlos, quise
respirar, y el corazón no tenía fuerza: ¡qué momento sin vida!
Señalaron hacia la Madrecita y me dijeron: valor. volteando, balbuceé, :
¡Madrecita, váleme! Todo el medio desapareció, sentí una nueva vida, en todo el
tiempo del examen, estuve fuerte y casi me olvidaba de que estaba siendo
observada, de vez en cuando, mi alma quería romper en cánticos de alabanza al
Señor, quería entonar himnos, y algunas veces parecía que iba a oírse mi voz.
No perdí mi unión con Dios y, en medio de dolores casi insoportables, no dejaba
de ofrecerlas, digo dolores casi insoportables, por lo que me costaba aguantarlos,
pero insoportables no son, porque el buen Jesús no nos da lo que no podemos
sufrir y cuando es por su amor, es Él el que nos da fuerza, es el que sufre por
nosotros.
“Cuando ellos se retiraron, en ese momento quedé sin fuerzas y a sentir los
efectos del doloroso examen, pero el alma, por espacio de una hora, quedó fuerte,
intentando alabar al Señor, pero, poco tiempo después quedó en tinieblas y
regresó el martirio del cuerpo y del espíritu. De repente, oí dentro de mí, una voz
aterradora: Cuando acabas con eso¿! Me atemoricé y afloró en mi espíritu una
duda, pero fue cosa de momento, ¿Será Jesús que viene a avisarme?... después
me tranquilicé y pensé: esa no es la voz de Jesús.
Era el maldito, una lluvia de insultos cayó sobre mí, palabras feísimas, cosas del
demonio: impostora, ya no vas a engañar más, todo se descubre, etc., etc., y en
una rabia infernal, me parecía que despedazaba con sus dientes todo mi cuerpo,
después de un tiempo, regresó a intentar en una mordida acabar con mi cuerpo, y
con la misma lluvia de palabras vergonzantes y escandalosas, ¡Oh, cuánto se
sufre en silencio!
Jesús mío, sea todo para tu consuelo, acepta todo lo que en mí es dolor, para la
salvación de las almas”.
Después de esta enumeración de dolores físicos y morales de la mártir de
Balasar, sentimos que hemos dicho poco, al final de aquel año, 1946, año
doloroso fuera de toda medida, Alejandrina le escribía una cartita al Niño Jesús,
en ocasión de su Nacimiento, que explica el espíritu de desprendimiento y de
heroísmo a que llegara su virtud de víctima.
No obstante la promesa de su Amado de que le daría el Director cuando viera su
necesidad, Alejandrina se ofrece espontáneamente para la inmolación más
completa y más dura, se pone sin reserva en las manos de Aquel que nunca falta
a sus criaturas, especialmente en las pruebas más difíciles.
Es lo que explica en esa cartita, con la dirección: “A mi querido Jesús, en el
pesebre”
Remitente – Tu hijita Alejandrina que quiere aprender tus lecciones, sé mi
maestro.
Navidad de 1946.
Mi dulce y querido Jesús: postrada humildemente delante de tu pesebre, te vengo
a adorar, a darme enteramente a Ti para morir aquí mismo, en este momento,
para mi misma y para el mundo.
Así lo deseo, Jesús, para vivir enteramente para Ti y darte pruebas del amor con
que te amo, porque es tan poco, pero es con el que te quiero amar.
¡Escucha, Jesús, escucha mi Amor!
Para obtener aquello que tanto ansia mi corazón, hice que mis ojos sólo a Ti te
vean, que mis oídos sólo oigan cosas del Cielo, que mi lengua y mis labios se
muevan sólo para hablar de Ti, de tus cosas y de alabanzas para Ti, que mi
corazón no tenga otros sentimientos que sea de amor y de dolor: amor para
amarte y dolor para consolarte y reparar.
Sí, Jesús mío, has que todo cuanto se diga de mí, ya sea de alabanza o de
desprecio, que yo no lo tome como para mí, que permanezca como un cadáver
que no habla, no oye, no siente.
Quisiera decirte más, mucho más, Jesús mío.
Quiero hacerte un acto de resignación a la muerte y un acto de renuncia, si los
médicos, con sus experiencias, me abrevian los días de mi vida, acepto contenta
y los perdono de corazón.
Renuncio a las ansias y deseos de que se realicen tus divinas promesas, no
quiero saber ni pensar en ellas, se cumplan o no; también si mi Director vendrá
junto a mí, o si no viene, antes de mi partida para el Cielo.
Aquello que Tú quisieras y también lo que yo quiero, Jesús mío, sabes bien cuanto
le cuesta esto a mi corazón, lo siento reducido a pedazos, sin embargo, je dejo
alegremente aplastar, aniquilar, sólo por amor”.
No falta nada a este acto de donación y abandono a la voluntad suprema del
Señor de todas las cosas.
Dos semanas después de este escrito, escribirá en su diario que ignoraba que la
había inducido a hacer esa renuncia. Estaba el Espíritu de Dios, que la preparaba
par las futuras batallas.
¡Pobre Alejandrina! Más tarde comprenderá: esto es, cuando, no obstante los
esfuerzos empeñados para darle un guía, -aquel que tan bien había comprendido
y encaminado en la vida de su inmolación- ella deberá atravesar sola las tinieblas
más dolorosas y horribles, llegar a la luz y a la posesión plena de su Cielo: al
Cielo, después de un total aniquilamiento de si misma.
“No sé lo que me llevó a tal entrega (dice Alejandrina), ni comprendo lo que Jesús
quiere con esos sentimientos de mi alma.
Sea lo que fuere, me lancé en sus brazos divinos como una criaturita sin ojos, sin
piernas, sin voluntad, sin entendimiento: y en espíritu, conservarme en sus brazos
santísimos, con el corazón, la cabeza y todo el cuerpo en sangre, lacerado por las
espinas. Es en Él y con Él que el alma, momento a momento, va agonizando.
¿Qué me importa no tener luz, si la razón y la fe me afirman que existe?
Por Tu amor, Jesús mío, dejo pasar sobre mí toda la tempestad, al terminar los
últimos momentos del año, con las luces encendidas, recé el Te Deum”. (3-11947)
Dos años de luchas tremendas
El período entre 1946 y 1948 fue para Alejandrina un período de penas
indescriptibles, mucho ya fue dicho, pero su espontánea y generosa oferta que se
encendió, fue la preparación; varias veces en aquel tiempo, la vemos oprimida por
la cruz que no sabemos explicar como podía vivirlo.
De este período es la carta-testamento a los pecadores, escrita por su mano, en
las hors en que tiene la impresión de haber llegado al término de su vida, pero, a
pesar de esto, Alejandrina tiene siempre una vida lucidísima y llena de actividad, a
punto de parecer la persona más sana del mundo.
A finales de 1948, le esperaba una nueva espina: la partida del Padre Salesiano
que la dirigía espiritualmente desde 1944.
Su estado es tan preocupante que ella misma, escribiéndole un mes antes de la
separación, le decía: “Es ciertamente la última carta que le escribo por mi mano”.
En aquella carta revela su delicadeza de sentimientos, donde dice: “Desde
pequeña, me gustó siempre no faltar a lo que prometía, hasta en las más
pequeñas cosas, quiero continuar de la misma forma, ya no con la prontitud de
antaño, porque mis fuerzas no me lo permiten y porque a veces tengo mucho
sufrimiento.
Pero como no estoy en el mundo para hacer mi voluntad, sino la de mi Jesús,
estoy acá para hacer lo que prometí hace un año...
Después de haber presentado su felicitación de cumpleaños, continúa: “Mi buen
Padre, cuando pienso en mi vida, en mi calvario, en el abandono en que estoy, y si
sí o si no, mi Jesús me querrá sola, sin tener junto a mí, o cerca de mí, un
sacerdote que me comprenda, mi corazón se cubre de oscuridad y quedo sin
esperanza ninguna. Me cuesta encubrir las lágrimas y a veces no las puedo
esconder.
Pero esto no quiere decir que no acepto con alegría en el alma también este
golpe, el segundo golpe espiritual, si Jesús con esto me quiere herir, puede
creerlo, mi buen Padre, y que está carta mía sea como un testamento espiritual y
también que después del primero, usted es mi segundo Padre espiritual y ocupa el
segundo lugar en mi corazón.
Son los dos padres por quienes más rezo, los que más unión tienen con mi alma y
que mejor me comprenden. Padre mío, no soy digna de ser ayudada, ¿será por
eso que Jesús deja que los hombres se los lleven lejos?
Adiós, nunca olvidaré el gran bien y amparo que le da a mi alma... (30-8-1948)
La noticia de la partida había sido dada cuidadosamente a Alejandrina para
prepararla para el sacrificio. El médico asistente, encargado de ese doloroso
papel, escribió al Padre Humberto:
“Le confieso que su partida me entristece mucho, me es muy dolorosa, pero más
para Alejandrina, sé bien que Jesús, pidiéndole todo a esta alma, le habría pedido
también este sacrificio... sobre el camino de un gran calvario. Florecía un lenitivo
para esta alma tan sufrida, lenitivo que la ayudaba a caminar y a resolver sus
dudas, pero Jesús quiere la dirección de esta alma, para mostrarle al mundo que
aún sin tener necesidad de nosotros, Él está loco de amor por nosotros. Hágase
su santísima voluntad”. (23-9-1948)
Alejandrina, a su vez, describe en su fidelísimo diario, el dolor producido en su
alma por este “segundo golpe”: “Ayer en la mañana sufría tanto, sin saber porqué”.
En realidad, ella ignoraba la fecha de la partida del Director: “Sentía como si el
corazón y el alma tuvieran sangre para inundar el mundo.
Horas más tarde, recibí mi segundo golpe espiritual, me despedí de aquel que
Jesús puso en mi camino en segundo lugar, para guía y amparo de mi alma.
Estaba sin comulgar y me fue a buscar a mi Jesús para tener mayor fortaleza, por
el golpe que iba a recibir; pocos minutos después, lo vi partir, como me viera llorar
mucho, me dice: “Hágase la voluntad de Dios” y le respondí: “Sí, hágase, en estas
horas si no fuera por la fuerza de Jesús, era para desesperarse”.
“Vea que tiene a Jesús en su corazón”.
“Sí, lo tengo, pero Él no queda triste con mis lágrimas...” y sólo pude agregar:
“Nuestro Señor le pague todo lo que ha hecho por mí, que yo no sé si puedo”.
Fueron mis últimas palabras, quedaron hablando mis lágrimas, que ofrecía a los
sagrarios como actos de amor; me desahogaba con Jesús, le decía que se hiciera
su voluntad, pero, Dios mío, con qué dolor de mi alma lo decía, me sentía tan sola,
en un abandono total, recordaba el primer golpe que recibí, cuya herida aún no
cicatriza”. (24-9-1948)
El día siguiente, viernes, le habló Jesús, y Alejandrina al final del coloquio, le dice
al Señor: “Me dices que me amas tanto y yo no sé amarte ni sufrir con perfección
por Ti, ¿te entristecieron mis lágrimas de ayer?
“No, hija mía, las lágrimas resignadas son lágrimas de amor, Yo lloré junto a la
tumba de Lázaro, sobre Jerusalén y más, aún más, ¿y podría haber en mí
imperfección? Ten valor, tu vida es tan alta, tan misteriosa y sublime, ¡Confía!
Todo está dentro de los planes divinos, son estos los caminos elegidos del Señor,
cumpliendo o no cumpliendo mi divina voluntad, yo escribo derecho con líneas
torcidas, todo dentro de tu vida lo permito para mayor brillo y grande gloria mía,
¡Dame dolor, esposa mía!
Así se cierra un paréntesis de cuatro años y medio, años muy llenos y preciosos
de la vida de Alejandrina, que ella definió como “los más trágicos de su
existencia”. No se extinguió en ella el afecto y la unión con la Congregación
Salesiana, la que tampoco olvidó a su Cooperadora.
Sus cartas al Padre Humberto que la había dirigido, fueron varias aunque poco
frecuentes, sin embargo, siguió confiando su Diario a los Salesianos, para que se
lo enviaran, también les recomendaba niños necesitados para que fueran
aceptados en institutos de caridad y les pedía miles de estampitas de santos para
distribuir a los visitantes. Se mostró siempre muy familiar y cordial con los hijos de
Don Bosco y recurría a ellos para oraciones y consejos, como recurre una alma
buena.
Notas
(1) Por motivos imprevistos había cambiado el día y la hora de la ceremonia.
(2) Al ausentarse para sus baños de mar que tomaba en Foz, el Abad había
autorizado al P. Humberto para que confesara en la Parroquia.
(3) Que esa dirección agradaba al Cielo lo demuestra el hecho de que Alejandrina
obedecía exactamente sus órdenes, hasta las expresadas mentalmente durante
los éxtasis.
(4) Nótese la argucia de la enferma.
(5) Tal vez Deolinda nunca hubiera estado en una casa noble, sólo así se explica
su impresión, aumentada aún más por el espíritu de adaptación de los Sommer,
cuando fueron hospedados en Balasar.
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