SU ÚLTIMA SONRISA Al nacer, tu primer llanto le indica al mundo que estás listo para afrontarlo, que vas a intentar vivir todas las experiencias posibles. Pero tal vez, lamentablemente, estas no son las únicas lágrimas que correrán por tus mejillas, ya que, en ocasiones, ese mundo que creías perfecto comienza a destrozarse poquito a poco, mientras una a una, todas las piezas que lo componían, caen. María, una pequeña niña autista de siete años, había visto a su padre derrumbarse sobre la puerta del apartamento número 316, en el que en ese momento vivían, mientras exhalaba su último suspiro de vida. Con esta imagen, su pequeño mundo había comenzado a caer, pero, afortunadamente, para dejar paso a uno nuevo; a uno que le llevaría aun orfanato de las afueras de Madrid, donde su nueva vida pronto comenzaría. El servicio social de recogida de menores fue a buscarla al poco tiempo de la inesperada muerte de su padre, unos hombres simpáticos pero con sonrisas falsas que intentaban ocultar la profunda lástima que les infundían todos aquellos que quedaban huérfanos tan prematuramente. María se dejó llevar a la furgoneta que la conduciría al nuevo centro donde viviría, como resultado de su temprana soledad. Durante el tiempo que duró el viaje, la imagen de su padre, frustrado por su monótona vida desde la muerte de su mujer, le repercutía en la cabeza con fuerza. Una y otra vez lo veía cayendo al suelo, frente a la puerta de su casa. Como consecuencia de todo aquel dolor que su enfermedad le impedía mostrar, sólo unas pequeñas lágrimas surcaban su rostro de mármol. Alrededor de las nueve, la niña llegó al orfanato, acompañada de los dos hombres que contaban todo lo sucedido y el motivo del traslado de María a una secretaria. Al terminar, esta le llevo a una habitación, aparentemente vacía. María se sentó en la cama y se dedicó a mirar la luna llena, que mostraba su perfecta y gran redondez. De pronto, de entre las sombras, apareció un niño más pálido que la nieve, con el pelo casi tan blanco como la luna y unos ojos grises similares a los de los lobos. Sin decir ni una palabra, se sentó al lado de María, que se quedó mirándole muy fijamente. Como toda respuesta, el niño sólo le dedicó una sonrisa que podría haber fundido el más frío hielo. Y en el interior de María, algo se rompió, un muro que había estado construyendo y aislando su corazón, provocando un torrente de extraños sentimientos que nunca había sentido antes la pequeña niña autista. -Me llamo Kilian- dijo simplemente el extraño niño. En aquel momento, y aunque María no lo supiese, dio comienzo una gran amistad, que le enseñaría a sentir y a descubrir todo lo que había mas allá de su burbuja. Kilian le enseñó lo aparentemente fácil que era ser libre, pero lo difícil que era para aquellos que no daban alas a su corazón; la frescura de una flor incluso después de marchitarse, ya que dejaba un recuerdo que no se podía olvidar; también le demostró que podías ser ciego y ajeno a todo el mundo o abrir los ojos y dejar que el Sol te ciegue e ilumine tus pasos. María habría jurado que vivía bien con su padre, pero después de todo lo que aquel extraño niño, en el que no podía dejar de pensar, le había enseñado, había descubierto que hay mucho más detrás de una pérdida. Los años pasaron, y María fue creciendo junto a Kilian, convirtiéndose en una dulce joven que no aparentaba ser autista. Y finalmente, llegó el momento de abandonar el orfanato y vivir una nueva vida: estudiar, trabajar, encontrar un buen hogar... María estaba entusiasmada, y le contaba a Kilian todos sus proyectos, lejos de aquel orfanato. Llegado el momento de la despedida, María le pidió a Kilian que le acompañase y él le dijo que no podía. La joven, decepcionada, frustrada, enfadada, le preguntó con lágrimas en los ojos el motivo de que Kilian se negase a acompañarle. Y él se lo dijo: -María, yo no soy como tú... ¿Alguna vez has intentado tocarme?- la respuesta a esta pregunta se confirmó en el rostro de la joven- No, nunca lo has hecho. Por favor, inténtalo ahora. María, extrañada por el repentino y radical cambio de conversación, intentó tocar la mano de su amigo, pero la atravesó. La joven palideció al instante. Nunca se había planteado el hecho de que no hubiese tocado jamás al joven que tenía delante. -¿Qué eres, Kilian?- preguntó María, asustada. -María, por favor, no tengas miedo de mí. Escúchame atentamente, pues tal vez esto te cueste comprenderlo. Yo no soy nadie, pero sí soy algo. Soy aquello que te enseña a ser feliz, a disfrutar de la vida: soy el momento más feliz de tu vida. Soy una etapa donde aprendes a ser libre... No sé cómo decirte que realmente yo no soy una persona, si no que simplemente soy parte de ti. -Comprendo- murmuró María, para sorpresa de Kilian. -¿De verdad?... Lo sabía, eres una persona muy lista. Ha llegado el momentosuspiró tristemente el joven- Yo ya tengo que irme, aunque no desapareceré, estaré en un rincón de tu mente y me podrás encontrar cuando quieras. Muy lentamente, Kilian se dio la vuelta y comenzó a caminar, mientras su cuerpo se iba volviendo más etéreo. Pero antes de desaparecer, me mostró una vez más su sonrisa, aquella que me había fundido más de una vez el corazón. No pude evitar sentirme bien, más adulta. Presentía que una nueva vida me esperaba después de haberle dicho adiós a una parte de mí: mi infancia, aquella que me había enseñado a sonreír. Claudia García de Mateos Sanchis 2º ESO