Área. La persona humana: genealogía, biología, biografía. c) Pensadores y promotores que contribuyeron al área. Título del trabajo: El pensamiento religioso de Joaquín V. González. Autor: Miguel Angel Oviedo Alvarez. Objetivos: 1) Conocer una faceta poco estudiada en la obra del intelectual riojano. 2) Valorar el pensamiento de un partícipe de la creación de la nación argentina en el siglo XIX. 3) Ubicar generacionalmente a Joaquín V. González. Desarrollo Generacionalmente Joaquín V. González pertenece al Modernismo. Actuó junto a la Generación del 80 y probablemente, por ese motivo, algunos críticos lo ubican allí. Nació en 1863 y murió en 1923 y en el 80, solo tenía 17 años. Elogió la obra de Cambaceres y Wilde en Intermezzo. Adhirió al Cristianismo y al humanismo filosófico. Como Gobernador de La Rioja en 1889 al inaugurar las sesiones legislativas reconoce que: “somos una nación cristiana y nuestras instituciones son hijas del cristianismo porque el cristianismo las salvó del naufragio de las ideas. La humanidad se ha educado en el Cristianismo, formó su corazón y su conciencia. Sea cuales fueran los sistemas filosóficos y religiosos que dividen a los hombres. […] Siempre hay un Dios que encarnado en sus conciencias dirige sus destinos, inspira sus evoluciones, derrama su bendición sobre los pueblos de la tierra”. 1 __________________________________________________________ 1 Ver Volumen II. Obras completas, pág.336 y s.s. […] Las sociedades que rompieron con sus tradiciones cristianas pronto cayeron en las derrotas y en la miseria. […] La revolución de 1810 en nombre del derecho cristiano engendró naciones nuevas, liberándolas de un sistema de servidumbre, e igualándolas a las demás naciones de la tierra”. Reconoce la tradición Cristiana del pueblo Argentino y, además, estos principios están consagrados en la Constitución Nacional de 1853 que dispensa su protección a la Iglesia Católica. En Meditaciones Evangélicas, cuarto capítulo de Ideales y Caracteres2, un libro escrito entre 1888 y 1903; afirma y demuestra, en cinco capítulos su pensamiento religioso, su aceptación de la ley Cristiana para el devenir del mundo contemporáneo. En el capítulo I “Verdad y libertad” afirma que las naciones contemporáneas deben al cristianismo las instituciones libres; porque durante largas épocas se ha luchado para fundarlas y se llevado las doctrinas de Cristo al terreno de las formas. Sobre esas ideas se ha levantado la constitución de la Iglesia y el derecho moderno. Entonces, para González, es justicia hacer un alto, para pensar y valorar el sacrificio profundo de Cristo. Asegura que la idea religiosa nace con el hombre y se convierte en una fuerza viva para realizar conquistas en la historia, en el orden político, y en las creaciones artísticas que son los materiales que han civilizado al mundo. Reconoce la “palabra revolucionaria” de Nuestro Señor Jesucristo y sus fórmulas emanadas de los profetas que no disputan el poder terrenal del César porque aspiran a fundir las naciones en un molde moral, iluminadas por la luz de la verdad. __________________________________________________________________ 2 Capítulo IV. Vol. XIX. Obras completas. “La verdad os hará libres” dijo Cristo y liberó al mundo de la oscuridad del paganismo de la civilización greco-romana. González reconoce que la “concepción moral” del Cristianismo está formulada en el Sermón de la Montaña donde se sientan las bases de la Nueva Ley del Cristianismo. Quien la cumpla entrará en el reino de los cielos; habla de los pobres, los desposeídos, los que tienen hambre y sed de justicia los de corazón puro, perseguidos por la causa del bien porque ellos están llamados a entrar en el reino de los cielos. Los discípulos que propagan la Buena Noticia son la agudeza y la luz para iluminar a los hombres. Transforma la vieja ley en el respeto hacia la persona, la hermandad, solidaridad y respeto entre los hombres. Se opone rotundamente a la “Ley del Talión” y todo tipo de violencia entre los hombres, es la oposición por ejemplo, a la pena de muerte. Es decir que proclama la transformación del mundo a través del amor. Proclama el mandamiento a no cometer adulterio ni codiciar a la mujer, ni desear la mujer del prójimo. No jurar en vano, ni por el cielo que es trono de Dios, ni por la tierra que es donde se asientan los pies, ni tampoco por la Ciudad Santa. Orar, dar limosna y ayunar en silencio y como algo personal sin proclamarlo en público para que todos se enteren. González, piensa que el Sermón del Monte o de la Montaña es la más alta concepción de la moral y que influye a la humanidad a través de los siglos. El temor a la perduración de la Verdad y la fe es lo que impulsará a los romanos y a los sumos sacerdotes a extirpar la doctrina matando al apóstol y llevando al Calvario al reformador que vino a abrir las puertas de las conciencias a un reino donde se liberaba al hombre de todas las servidumbres. “Mi reino no es de este mundo” exclamó Cristo y ni los sacerdotes ni los romanos comprendieron que la luz del reino de Jesús incendiaría al mundo. Entonces, cuando la idea de las grandes revoluciones penetra en la conciencia y la sangre de los pueblos, son vanas las persecuciones y las muertes, porque la palabra lanzada se expande y despierta las fuerzas adormecidas. Jesús fue conducido a la muerte y muerte de cruz, como castigo a su prédica de la Verdad, pero dejó tras de sí el reguero de su doctrina que entraña una obra de destrucción del hombre viejo y generación del hombre nuevo. El pueblo responsable de su muerte se hunde en la anarquía y la disolución, pierde su hogar y su patria; queda errante y desterrado por todas partes y a través de los tiempos. Roma, sede de los Césares que condenaron a Cristo es asiento de la religión proclamada después del sacrificio. La obra revolucionaria de Jesucristo no ha concluido pero el mundo avanza y tras de las conquistas libertarias desde el siglo XVI vendrán nuevas en los continentes y las razas que aún viven en la idolatría porque las naciones cristianas predican la verdad a todas las gentes. La Revolución, sellada en la cruz, marcó a nuestras instituciones políticas, nuestros códigos, moral y costumbres. Nuestra Latinoamérica fue conquistada por la cruz, nuestros hogares son ungidos por la bendición cristiana y, simbólicamente, a través del bautismo somos despojados del pecado original. Igual que los destinos de nuestra patria están iluminados por la antorcha encendida en el Calvario. Un ejemplo entre la multiplicidad, es la actitud de Manuel Belgrano al poner a su ejército bajo la protección de la Virgen de la Merced el 24 de septiembre de 1812. Para Joaquín V. González el lema “la verdad os hará libres”, es el de la civilización y de los pueblos que se engrandecen a través de la historia. Tenemos el deber de buscar la verdad, enseñarla y ser inflexibles contra las adversidades y todas las resistencias que la verdad levanta. En el capítulo II “El poder del carácter” afirma que los contemporáneos de Cristo que siguieron su peregrinación y entre los que sembró su Palabra no vieron la excelencia de su doctrina sino el prestigio de la Persona. Entonces deduce que fue la posterioridad con sus predicadores y comentadores la que creó el poderoso organismo de la religión Católica y Cristiana. A veces persuasiva y resignada hasta el martirio, otras, insinuante y agresiva hasta la crueldad, resistió las pruebas más arduas y salvó su estandarte en las batallas más sangrientas. Dios convirtió en hombre a su hijo Jesucristo porque era la fórmula de su tiempo, empezando por ser hombre interesaría el espíritu de sus contemporáneos que verían en su vida un reflejo de la suya y al magnificarse la vida de Cristo hasta lo divino se sentirían divinos y magnificados. El hombre –materia animada- creó durante siglos, maravillas y cumplió conquistas en lo material y en lo ideal, para caer en la decadencia de sus facultades por la exaltación de su egoísmo y poder. Esta fue la base que el milagro de la Buena Noticia realizó en el mundo, fundir en una persona Padre-Hijo-Espíritu. Cristo empezó revelándose como un hombre igual a los demás, nacido de una mujer, pero prestigiado por el misterio, creador de las impulsiones irresistibles y concluyendo en la unidad de su vida y sus hechos para aparecer en todo su esplendor divino, superior e inaccesible para la inteligencia de sus coetáneos. Su influencia fue avasalladora y ese misterio arrastró oleadas de pueblos tras las huellas de sus sandalias y cumpliendo los anuncios de Isaías. Cristo no derogaría las leyes y las profecías, sino que venía a darles cumplimiento. Por eso contestaba al que quería alcanzar la gloria eterna “abandona tus riquezas, tus placeres y honores, toma la cruz y sígueme”. Jesucristo fijó toda su atención en los ignorantes pero con fe y voluntad para levantar el coloso, moral, divino y legal, sobre la tierra. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” y el gran milagro de la Iglesia de Cristo se convirtió en un hecho real, sujeto a leyes efectivas. El Sublime Revolucionario edificó sobre roca dura, con una doble norma de conducta: predicar por empirismo y experiencia, y confirmar por su muerte la verdad y sinceridad de su palabra. Y los que no comprendieran la Nueva Doctrina por esfuerzo propio de la razón, la comprenderían por la comparación y la parábola. Y se sentirían fortalecidos por el ejemplo de la entrega de Cristo al verdugo. Jamás la voluntad llegó a su más alto grado de sublimación que durante ese período marcado por la predicación de Jesús. La voluntad es la manifestación de la fuerza moral que quiere y realiza un designio. Cristo quiso que Pedro caminara sobre el mar pero éste carecía de fuerza y voluntad, y la duda mató su energía. Su sencillo raciocinio le hacía comprender el peligro pero Cristo lo socorrió y le dijo “Hombre de poca fe ¿Por qué vacilas?” estirando su mano para salvarlo. Cristo no obedecía al César, pero tampoco lo contrariaba, no reconocía sus leyes pero no las combatía, enseñaba la nueva creencia en un Dios Padre de quien era Su Hijo. Su enseñanza era revolucionaria y cuando enraizaba en los hombres amenazaba el orden social existente. Infundía temores a los que dominaban por la riqueza y las armas. Proclamaba la renuncia a los bienes terrenales, la generosidad con el prójimo, la igualdad ante Dios y los hombres dentro del bien, el abandono de los placeres y el amor al sacrificio. Enseñanzas espantosas para la corrompida humanidad de su tiempo por eso la sociedad horrorizada pide la muerte para quien venía a proclamar los Nuevos Valores. El poder concuerda con la canalla, se lava las manos y firma la sentencia. Desde entonces la Cruz resplandece en la historia con poder maravilloso; la persecución enciende los espíritus y retempla las energías; los hombres hambrientos y sedientos se abrazan a la Cruz y se entregan, con alegría, a la muerte. La luz de Cristo alumbra senderos de martirio y escenarios de revoluciones. Los discípulos se convierten en Maestros y las Máximas de Jesús se multiplican. Descomponen las legiones de los Césares y avanzan como mareas que aún, el mundo, en la contemporaneidad interpreta y crea el grandioso testamento del humilde Predicador. En su nombre se han fundado iglesias, instituciones sociales, costumbres y gobiernos. Planteando, libertad, igualdad, caridad se han separado nacionalidades tras sangrientas revoluciones. Se sentaron principios inmortales de filosofía sobre las virtudes Cristianas: la voluntad como impulso de la verdad y el bien, la ayuda a nuestros semejantes y el reconocimiento al otro, y el supremo ideal buscado con fuerzas invencibles que llevan a la inmortalidad de las acciones. En el capítulo III bajo el título “El drama eterno”, González advierte el problema en que la humanidad debe concentrar su pensamiento; porque la razón se dispersa en múltiples direcciones, funda religiones heterogéneas, las pone en conflicto y el hombre, desorientado, se lanza a exóticas y desamparadas teorías sectarias. El hombre resulta una víctima del extravío y abandono a destinos encontrados. Termina el capítulo diciendo que el drama eterno es la lucha entre el bien y el mal. E identifica del lado del bien a las enseñanzas del Divino Maestro. En el capítulo IV “La política del Evangelio” habla del cuidado que puso Cristo en diferenciar los conceptos religiosos y morales de su Doctrina con la temporalidad. Especifica que las enseñanzas de Cristo renuevan el orden universal lo cual hace que no pase desapercibida la reforma política contenida en la Palabra. Los guardianes de la antigua ley, solo vieron en la palabra de Cristo la parte externa; la derogación del poder material sobre las multitudes, los templos y las ceremonias del antiguo culto. Pero en esas Palabras estaban los principios para derrotar a los viejos emperadores del imperio romano y todos los imperios posteriores. González colige que la misión del Hijo de Dios fue superior, hábil e invencible. Advertían el error, los fraudes y la corrupción ante la verdad de la honradez como virtud. La pureza de su origen, era su plan infalible. El sujeto para su misión sería: el nativo, o sea el pueblo aferrado a sus tradiciones, supersticiones e ignorancia sustento de los despotismos; el sacerdotal, como custodios de todos los preceptos a la vez que serían los responsables de la difusión de la Doctrina; cuya sede estaría en Roma (Vaticano) y sería la mejor prueba triunfal de la Palabra redentora de los pobres y desposeídos, enclavada donde otrora los Cristianos fueron perseguidos, vejados en el circo, refugiados en catacumbas para escapar de las huestes del imperio corrupto y sumido en la sodomía. González afirma que el plan de Jesús fue tan perfecto como el designio de su vida y muerte. Por eso tenía tres fases principales: religiosa en primer término, moral en segundo término y política por último. Porque la Palabra se dirigía a la esencia del alma del pueblo; luego a la costumbres públicas y privadas y como una consecuencia necesaria, la renovación del orden gubernativo deshecho por la corrupción de la clase dirigente; y ahí estuvo el golpe de muerte que asestó al imperio romano. Entonces González advierte que la personalidad de Jesús estuvo asentada en un punto de vista humano y filosófico que tenía como fin la renovación de las creencias y las costumbres. En este plan revolucionario quedaba comprendida no solo la nación judía y la nación romana sino todas las que recibieran la esencia de la Doctrina Inmortal. Por eso el devenir de los tiempos confirman que aquél triple sistema de ideas era propio de una Mente Superior fundamentada en la unidad de Dios, la naturaleza ideal del hombre, el amor y la clemencia. Por eso la religión Cristiana no tardó en extenderse y dominar al mundo llevando consigo una moral austera, pura y rígida como lo reclamaban los tiempos. Por eso las raíces del Evangelio fueron indestructibles, anunciaba un gobierno de bases eternas: igualdad de derechos y condiciones para los hijos de un mismo Padre con un mismo origen y naturaleza. A esas raíces hemos de volver cada vez que queramos que las reformas obren en las almas, las conciencias y los hábitos de los pueblos. Y Joaquín V. González termina diciendo: “Si determinada asociación política se halla minada en su base por la inmoralidad, el fraude y la injusticia, y estas cosas no han levantado la uniforme protesta de la masa social, que más bien tendiera a convertirse en su apoyo y su aliento, imite al Maestro de las redenciones definitivas, que ha enseñado esta ley universal: mientras más honda y vasta sea la esfera del error y la corrupción, más profunda deberá ser la base de la reforma, y más distantes y remotos deberán esperarse sus efectos. Y abarcando de un golpe de vista el estado presente de las nacionalidades que más nos interesan, no tardaremos en deducir esta fórmula primordial: educar, moralizar, instruir, como base única de la regeneración anhelada. En el último capítulo “La Gran Luz”, el Dr. González, advierte que la hermosa y profunda poesía del Evangelio no ha tenido ningún momento de deslucimiento desde que el alma inspirada por el sentimiento y la doctrina, vio la resurrección y contempló la gloriosa ascensión al cielo como describían las predicaciones. Desde aquel día la historia de la humanidad ha girado en torno del suceso extraordinario que se convirtió en el punto de partida de una religión que gobierna al mundo, se identifica con la civilización misma y es un problema que ha alimentado la especulación filosófica de todos los tiempos. La razón suprema está en la moral proclamada por Cristo y dio lugar a la profecía “el pueblo que vagaba sin guía entre las tinieblas, vio una Gran Luz”. No hubo, hasta entonces, un Pensador que hubiera consagrado su doctrina con un martirio consciente y doloroso, ni cuya vida guardase tan absoluta unidad de incorruptible pureza y armonía, con la esencia de los preceptos y las promesas inmortales. González establece la diferencia de Cristo con Sócrates que no pudo observar una vida irreprochable en relación con los vicios de sus contemporáneos y su filosofía y moral no se puede comparar con la superioridad que inspira el Cristianismo. El Dr. González sostiene que las ideas del “Genio del Cristianismo” sufrieron un duro golpe asestado por otro hombre de genio, sin embargo, la Doctrina de Cristo resistió el embate de reacción y elocuencia de Martín Lutero como jamás otra Verdad resistiera y se acrecentara fortalecida en la historia humana. González se pregunta “¿y habremos de afirmar que la moral y la pura religión contenidas en las palabras de Jesucristo, en su Evangelio, han perdido su prestigio y su influencia entre los hombres, o en otros términos, que Jesucristo se ha ausentado de nuestros corazones? Considera que después de Ernest Renán (1823-1892) (en su libro Cristianismo y Judaísmo considera a Cristo como un hombre histórico) y Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) (teórico situado dentro del anarquismo individualista) y la inmensa producción filosófica de las últimas décadas del siglo XIX, se debe volver a contemplar el campo de la razón, de la literatura, de las religiones y de la política para decir cuál es el concepto capaz de erigirse en único, principio directivo y vínculo fuerte y amplio para realizar la suprema armonía y unidad de los pueblos y hombres como en los primeros días. Luego de contabilizar la variedad de sistemas filosóficos, escuelas literarias, doctrinas políticas que en el dominio del espíritu humano surgen en la contemporaneidad. González se pregunta si no será oportuno buscar la luz de Cristo. Y piensa que se ha errado en buscar la felicidad del hombre, en el individualismo, los senderos materialistas y sensuales; cuando todo en la naturaleza humana indica armonía, unidad y semejanza en un lazo común que existe en el fondo del alma en un sentimiento innato de religiosidad que es necesario conocer para utilizarlo en la educación, la moral, y la política de los hombres y de los Estados. Afirma que para ningún espíritu culto, conciencia filosófica, o interpretaciones políticas o investigaciones intelectuales deja de ser impedimento la reflexión sobre el significado de la vida y muerte de Cristo. Entre el torbellino de la vida materialista contemporánea siempre se alza alguna voz para proclamar el reino inmortal de Cristo con su esencia pura e incorpórea. Entonces aparecen en las mentes las palabras perdidas en el tumulto, las promesas desoídas por la vanidad y la suficiencia, las luces conductoras a través del desierto. Entonces comienza una nueva era de creación para que abran su seno fecundo las fuentes del arte, de la poesía y de la ciencia y fundidos en una sola substancia de amor y caridad universales todas las diferencias, los odios y las discordias de los hombres y las naciones, ungidas por la divina ley del perdón simbolizada en la Cruz, se experimenta el reinado del Evangelio, en donde la libertad y la moral, privada y pública, forman un solo concepto, indisoluble, inconmovible para el gobierno de las sociedades universales. Referencias bibliográficas GONZÁLEZ, Joaquín V.; Obras Completas. Bs. As. Senado de la Nación 19341937. __________________; Ideales y Caracteres. Bs. As. Senado de la Nación 19341937. __________________; Volumen XIX. Bs. As. Senado de la Nación 1934-1937. SCHöKEL, Alonso Luis; Biblia del Peregrino América Latina.