CLAIMING THE TRUTH IN A WORLD OF RELATIVISM

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LA AFIRMACIÓN DE LA VERDAD EN UN MUNDO RELATIVISTA
Mark L. Y. Chan
El mundo siempre ha sido hogar de muchas ideologías y expresiones religiosas. Este pluralismo
religioso se ha desarrollado en mayor medida entre los occidentales, debido a la globalización y a
la migración entre diferentes países. Un mundo que se encoje acerca entre sí a los adherentes de
diferentes religiones. Nos relacionamos con personas de otras razas y aprendemos de su cultura y
creencias a través de la televisión y la Internet. Mezquitas, templos y restaurantes no occidentales
reflejan la naturaleza cada vez más diversa de muchas sociedades occidentales.
Esta situación es reciente en occidente, pero en Asia el pluralismo siempre ha estado a la orden del
día; prácticamente todas las grandes religiones comenzaron y han continuado en el continente
asiático. En África la iglesia se ha desarrollado junto a las religiones tradicionales y el islam, de
modo que una vasta mayoría de los cristianos hoy día viven junto a personas que profesan otra fe.
En este aspecto no somos diferentes de los cristianos de los primeros tiempos, quienes
proclamaban a Jesús como Salvador y Señor ante los muchos dioses y señores del mundo grecoromano.
Al igual que la iglesia de los primeros tiempos, estamos llamados a abrazar, encarnar y declarar la
verdad que Dios se ha revelado a sí mismo de manera final y definitiva en Jesucristo. Por medio de
su muerte y resurrección, los pecadores pueden hallar perdón y ser reconciliados con Dios. De
modo que, ¿cómo podemos proclamar el carácter definitivo de Cristo ante el pluralismo religioso y
las pretensiones de relativización de la verdad que a menudo lo acompañan?
Los cristianos deben aprender a trabajar con adherentes a diferentes religiones, en procura del
bien común y sin transigir respecto de su fe. Algunos sostienen que la armonía social puede
alcanzarse únicamente si los “religionistas” cesan en sus pretensiones de tener la exclusividad de la
verdad. El desafío para la iglesia es demostrar que esto último no es así.
El pluralismo y la relativización de la verdad
Algunos que se destacaron como pensadores cristianos dejaron de proclamar la singularidad de
Cristo y abrazaron el pluralismo. Si bien nadie puede negar el pluralismo social y la coexistencia de
las religiones en un sentido descriptivo, estos pensadores pasaron a abrazar un pluralismo
metafísico, aceptando que todas las religiones constituyen vías igualmente válidas para llegar a
Dios (o la suprema realidad divina), y que ninguna religión en particular tiene la palabra final
respecto de la verdad. Así, inconscientemente, se identifican con el hinduismo vedanta: “Jesús es
apenas uno de los muchos caminos a la suprema realidad divina, un avatar (encarnación) entre
muchas manifestaciones posibles de lo divino”.
El hecho de distinguir la “espiritualidad” y separarla de cualquier religión dada, se ajusta
perfectamente a nuestra cultura posmoderna. La principal preocupación que esto despierta en los
cristianos radica en su aspecto deconstructivo: su incredulidad respecto de la verdad absoluta, su
rechazo de los grandes relatos que dan sentido a la vida, y su relativización de la verdad. Esto tiene
enormes implicaciones para la iglesia toda en su esfuerzo por transmitir la totalidad del evangelio y
llevarlo a todo el mundo.
Los postmodernistas dicen que no tenemos acceso a la verdad absoluta que lo abarca todo; lo
único que tenemos son verdades, relatos construidos en el seno de nuestras comunidades sin una
validación externa de la verdad. Por lo tanto, la verdad se considera algo tribal. Debido a que no
hay una base neutral desde la cual juzgar entre historias que compiten, debemos soportar muchas
concepciones que pugnan por alcanzar la supremacía y ser aceptadas. La verdad será lo que surja
victorioso de esta contienda. La verdad está definida por el poder, y quienes afirman tener la
verdad absoluta son vistos como personas que simplemente intentan imponer su voluntad a otros.
De esta manera, los pluralistas posmodernos sospechan de las autoridades religiosas y sus
pronunciamientos. Para ellos, la afirmación que Jesús es la Verdad encarnada puede bien ser una
fachada para el imperialismo colonial, el chauvinismo cultural o la intolerancia religiosa.
La misma sospecha se aplica a la moral: las categorías de “bueno” o “malo” son intentos de
imponer nuestro punto de vista a otros. ¿Por qué debemos aceptar las definiciones de otras
personas de lo que es bueno o malo? Lo bueno y lo malo se transforma en una cuestión de
interpretación privada. Los posmodernos no tienen una base sobre la cual afirmar que está mal
experimentar con embriones, enriquecerse al amparo de regímenes corruptos, o proporcionar
protección financiera para corporaciones que realizan negocios deshonestos. La conveniencia
personal y el pragmatismo económico tienen la última palabra: ¿qué es útil? ¿qué satisface mejor
las necesidades de una persona? ¿qué cumple mejor sus aspiraciones?
Este individualismo es irónico, dado el énfasis posmoderno asignado a la comunidad. Desconfiando
de la autoridad y sin una norma trascendente que le sirva de guía, la persona se apoya en su propia
autoridad. La verdad no solo es tribalizada; también es privatizada.
Todo esto ha condicionado la manera en que a menudo se entiende la espiritualidad. Quienes
tienen una concepción pluralista de la realidad espiritual pueden sentirse espirituales fuera del
ámbito de la religión institucional. Son libres para elegir y abrazar ideas religiosas, para diseñar una
espiritualidad a su propia imagen. Esta libertad es atractiva. La alternativa –se dice– es ser ingenuo,
arrogante, irrespetuoso de otras culturas, e intolerante para con otras confesiones religiosas. Se
nos dice que los puntos de vista absolutistas solo incrementan las tensiones interreligiosas,
exacerban los conflictos entre comunidades y, en algunos casos, hasta incitan a la violencia. El
argumento es que para evitar una mayor polarización en nuestro mundo fragmentado, debemos
adoptar un punto de vista pluralista respecto de la religión y una postura relativista respecto de la
verdad. ¿A qué conclusión llegamos frente a estas críticas y pretensiones? ¿De qué manera,
entonces, debemos promover hoy la verdad del evangelio?
Promover la verdad
Conocer la verdad no es sinónimo de intolerancia arrogante. Esto sería confundir convicción con
condescendencia, o desacuerdo racional con conducta desagradable.
Cuando los relativistas insisten en que no existe tal cosa como la verdad universal, ¡lo hacen
sosteniéndolo como una verdad universal! En consecuencia, el relativismo es tan absolutista como
la afirmación que Jesús es “el camino, la verdad y la vida” y le corresponden las mismas
acusaciones de intolerancia. La fe cristiana condena la arrogancia y no aprueba una actitud de
superioridad para con las personas que tienen otras creencias. Por supuesto, han existido
cristianos intolerantes y prácticas insensibles en las misiones a través de la larga historia de la
iglesia. Sin embargo, se trata de fallas vergonzosas de la iglesia y no de la esencia de la fe cristiana.
Los cristianos debemos ser personas tolerantes y humildes, a la vez que “[mantenemos] en alto la
palabra de vida” (Filipenses 2.16, NVI).
Los cristianos están llamados a amar en lugar de tolerar, reflejando así el amor de Dios por las
personas, incluidos los relativistas apasionados, los pluralistas acérrimos y los ateos agresivos. Al
promover la verdad frente al relativismo tratamos con personas, no simplemente con ideas frías. El
relativista es una persona de carne y hueso, con todas las necesidades y anhelos de cualquier ser
humano creado a la imagen de Dios. Más importante que hacer prevalecer nuestro argumento
contra el relativismo es ganar al relativista para Cristo.
Una crisis económica global o un desastre natural no hacen distinción entre un relativista y un
exclusivista. Cuando los relativistas sufren, rara vez sentirán atracción por un argumento sólido en
favor de la verdad; pero lo más probable es que reaccionen positivamente ante cuidado y la
preocupación prácticas demostradas por cristianos que están motivados por el amor. No podemos
proporcionar calor a un relativismo frío, pero sí podemos envolver en una abrigada manta a un
relativista que está tiritando. Nuestra común condición humana es un buen punto de partida para
transmitir la verdad de Cristo. Es en la seguridad de la amistad genuina donde se ganan la
confianza y el respeto para cuestionar honestamente sus razonamientos. Los cristianos pueden
aprender a sembrar semillas de subversión en el campo del relativismo al plantear preguntas
acerca de la pertinencia del relativismo moral como guía para la vida. ¿Se puede en realidad vivir
sin ninguna referencia a la verdad absoluta? ¿Cuántos necesitan realmente ser persuadidos de la
diferencia entre la Madre Teresa y Pol Pot? Aun cuando las personas nieguen la verdad de Dios,
esta prevalecerá porque es coherente y persuasiva: la vida percibe esto como verdadero. Este
reconocimiento es parte de la gracia de Dios que es común a todos.
En este clima relativista es fácil para la iglesia perder su confianza en el evangelio como el “poder
de Dios para salvación”, y dejar de proclamar a Cristo como el único camino a Dios. Para no caer en
este acobardamiento, los cristianos deben estar seriamente fundamentados en la verdad de la
Biblia y el conocimiento de Cristo. De modo que la tarea de promover la verdad en nuestro mundo
debe comenzar en casa: en la vida, la adoración y el programa de discipulado de nuestras Iglesias
evangélicas.
Creer en la verdad absoluta es ir contra el espíritu de nuestro tiempo. Podemos esperar ser
ridiculizados, segregados y encontrar oposición. En este sentido, debemos recordar que aquel que
fue la Verdad encarnada, a quien Juan describe como “lleno de gracia y de verdad”, fue la Verdad
crucificada a manos de quienes estaban decididos a acabar con la luz de la verdad. Pero las
tinieblas no tuvieron la última palabra. La luz atravesó la tumba de Jesús, ¡y en la resurrección de
Cristo tenemos la Verdad vindicada!
Mark Chan enseña en Trinity Theological College en Singapur. Es miembro del Grupo de Trabajo
Teológico de Lausana.
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