LA NARANJA, EN EL 75 ANIVERSARIO DEL SOIVRE Como presidente del grupo Martinavarro, cuya trayectoria empresarial naranjera ha sido paralela a gran parte de la del SOIVRE, debo destacar ante todo la gran labor desarrollada por este organismo en los objetivos que indican sus propias siglas: está al Servicio de la Ordenación, Inspección, Verificación y Regulación de las Exportaciones. En nuestro caso las exportaciones citrícolas. Y me sumo al sentir general de agradecimiento y felicitación por su 75 aniversario que ahora celebramos, además de agradecer la oportunidad que me brindan los organizadores de este acto para apuntar aquí algunas ideas y muchos recuerdos. Han sido tres cuartos de siglo de constante evolución, de crecimiento, de perfeccionamiento y de frecuentes crisis en nuestro sector citrícola, hasta llegar a los momentos actuales, de gran incertidumbre para todos, porque las dificultades agolpan. Pero yo quiero aprovechar esta modesta intervención ante ustedes para lanzar un mensaje de optimismo, porque estoy convencido de que saldremos una vez más del atolladero, como ya lo hicimos antes en sucesivos vaivenes de nuestra actividad. Para ello hace falta mucho trabajo, unidad en el sector, determinación para afrontar los escollos y superarlos, imaginación, innovación constante, y desde luego la decisiva colaboración de la Administración pública, como lo ha hecho a través de la figura del SOIVRE y de los funcionarios públicos que lo forman y lo han integrado y cuya eficaz labor reconocemos hoy aquí. 1 Miren ustedes. Siempre he pensado que si el cura Monzó, el boticario Bodí y el escribano Meseres no hubieran tenido, en 1781, la feliz idea de plantar el primer huerto de naranjas en tierras valenciana de Carcaixent, cerca del río Júcar, hoy no estaríamos hablando de los problemas de la naranja, porque no tendríamos naranjas, pero tampoco habría existido una incomparable y poco reconocida fuente de riqueza que ha sido la base de muchas otras actividades y del desarrollo económico y social en la Comunidad Valenciana, en Murcia, en buena parte de Andalucía, en el sur de Tarragona y en algunos puntos de Baleares y Canarias y en España en general. Si aquellos tres personajes no hubieran llevado a feliz término lo que sin duda parecería entonces una utopía y sería foco de críticas y desconsideración por parte de sus coetáneos, nada de lo que tenemos hoy entre manos hubiera empezado. Y, sin embargo, todos nosotros sabemos que aquella revolución agronómica, que hoy llamaríamos incluso tecnológica, y que fue incluso anterior a la Revolución Francesa, al igual que esta, aún perdura hoy en sus efectos, y no sólo en el plano teórico y de las ideas, sino en el práctico de crear empleo, que es un ámbito del que tan escasos vamos últimamente en el contexto general, manteniendo un vergel, generando mucha riqueza alrededor y ostentando el liderazgo exportador. Todavía hoy, en 2009, y en medio de una crisis más grave y larga que en otros sectores, la citricultura mantiene su posición de liderazgo exportador en alza y contribuye, con sus datos tan positivos, a compensar una parte de la negativa balanza exterior de la economía española. Casi como en los años cuarenta o cincuenta, cuando era prácticamente la única fuente de ingreso de 2 divisas y cualquier importación de bienes de equipos que precisaba el país dependía de la marcha de campaña naranjera. Hoy naturalmente, no tienen las cosas la premura de entonces, porque todo está más diversificado y globalizado, y no se llega a intervenciones oficiales en el sector como varias décadas atrás, cuando casi toda la actividad exportadora y generadora de divisas en España dependía de la naranja y de las heladas que pudiera sufrir. Pero es preciso que la sociedad sepa que actualmente, en plena era de las tecnologías más avanzadas, la citricultura, una actividad agraria y comercial que a muchos les ha podido parecer más propia de una etapa superada o superable, sigue dando el do de pecho, porque no sólo se mantiene, sino que crece y aporta resultados globalmente positivos. Ahora bien, quiero dejar constancia de que esto es así, que los resultados de las cifras de comercio exterior son favorables para el conjunto de la sociedad, porque se produce más, se exporta más y se generan más puestos de trabajo, a cambio de que flaquean las bases: las empresas se resienten y los agricultores están descapitalizados y desmotivados, porque los precios percibidos en esa actividad productora y exportadora que ha ido a más no son remuneradores para todos los eslabones de la cadena, y si se resienten los de la base, peligra todo conjunto. Tenemos ante nosotros un reto importante, vital. El escenario comercial ha cambiado de manera radical. La demanda se ha concentrado y es capaz de imponer precios bajos de compra, la competencia ha aumentado porque todos los países con climatología apta para ello han evolucionado hacia la citricultura, casi todos los demás tienen costes de producción más bajos que nosotros y acuden a vender a los mismos mercados. Europa es la gran compradora, y 3 nosotros, que somos Europa, llegamos a tener peores condiciones que los competidores de países terceros. En este panorama aflora constantemente el fantasma de la sobreproducción. ¿Tenemos demasiada cosecha o todo es cuestión de contar con un abanico varietal más diversificado?. Desde aquellos padres fundadores de la citricultura, Monzó, Bodí y Meseres, se ha evolucionado mucho. O mejor dicho, evolucionamos constantemente. Sólo así hemos llegado hasta aquí y hemos alcanzado la envergadura que hoy tiene el sector. Todo ha sido fruto del trabajo, de la necesidad de salir adelante, del saber hacer y, si me permiten, de una constante ansia de adoptar riesgos, de cierto punto de aventura. Porque, a fin de cuentas, la vida es aventura. Una aventura a la que hay que poner conocimiento, desde luego, pero en la que también se debe arriesgar. Quien no arriesga no pierde, pero tampoco ganará. Y en nuestra trayectoria citrícola de más de dos siglos, ha habido, ciertamente, muchos momentos de riesgo individual y colectivo y grandes dosis de feliz aventura. Comenzando por aquella feliz idea de plantar el primer huerto de naranjos. Miren ustedes: si hoy no tuviéramos naranjos y buscáramos alternativas a los cultivos que hubiera en su lugar, estoy convencido de que el Gobierno central, la Generalitat Valenciana, la Junta de Andalucía, el Gobierno de Murcia, la Generalitat de Cataluña y los técnicos y organismos internacionales a los que se consultara que hacer, casi seguro que desaconsejarían sistemáticamente poner naranjos. La bibliografía habla de otras condiciones más favorables para que el cultivo citrícola adquiera unos rangos de viabilidad. Estamos en un área climatológica límite, porque puede haber heladas dañinas, como realmente 4 ocurre a veces, predominan en muchas zonas los suelos pobres y calizos y en innumerables ocasiones no tenemos seguridad en la disponibilidad de agua para riego. Y en cambio, ahí está la realidad. Seguimos arriesgándonos a plantar en puntos más al interior, donde teóricamente hay más peligro de fríos, porque en la zona litoral prevalece el crecimiento urbanístico e industrial. Realizamos transformaciones agrarias a base de llevar tierra fértil de un sitio a otro, colonizamos extensas zonas de eriales y de cultivos pobres de secano a base de sacar agua del subsuelo y construir canalizaciones, embalses y kilométricas redes de tuberías. Y con ello extendemos la riqueza en nuestros pueblos y cambiamos su faz. Hemos pasado del riego a manta al goteo, de trabajar a mano y con legón las orlas de los árboles a plantarlos en meseta; del pie amargo que arrasó la Tristeza, a los patrones tolerantes, que también se mueren en ocasiones y nadie sabe aún a ciencia cierta por qué; de sacar a mano la leña de poda para quemarla, a triturarla en el sitio para no contaminar, e incorporar de paso esa materia orgánica al suelo; de pulverizar manualmente y a calendario, a seguir pautas más eficaces y sostenibles contra las plagas y aplicar los tratamientos en turboatomizadores… Hemos mecanizado la producción y ahora intentamos mecanizar la recolección. Nuestros almacenes de selección y confección están tecnificados y modernizados al máximo. Donde hay posibilidad de abaratar costes, los contenemos, pero luchamos contra un hándicap insuperable: casi todos los demás países competidores cuentan con condiciones de producción más económicas: salarios más bajos y exigencias sociales y medioambientales más laxas o inexistentes. 5 Estas diferencias de costes nos ahogan, porque la globalización nos impone precios más bajos de venta, de los que no está quedando casi nada para remunerar al productor, y en esta situación es fácil presumir lo que puede pasar. Si el agricultor no recibe, deja de cultivar; y si no produce, perdemos la disponibilidad de la materia prima de calidad que alimenta la cadena y mantiene en marcha un sector que genera tanta riqueza y la reparte de forma tan amplia y social. Sin nuestras buenas clementinas y naranjas, sobran los almacenes, no habría jornales de recolección, ni trabajo para los transportistas, ni inversiones…. Imbuidos del trabajo en cada empresa no nos hemos detenido a sumar las cifras del conjunto, pero es fácil presumir que este sector dé trabajo, de una manera u otra, a cerca de 250.000 personas, lo que requiere una mayor atención de los poderes públicos para asegurar su pervivencia, que ahora se ve tan amenazada. Y para ello hay que tener en cuenta además la relevancia medioambiental y paisajística que supone la superficie del naranjal. Algún político ya habla del peligro de que se extienda una “gran mancha parda” al ir cerrándose explotaciones. Hasta desde el sector turístico se llama la atención sobre el problema de que cunda el abandono de campos de cultivo, sin duda uno de los principales atractivos paisajísticos para visitantes. Al igual que ha ocurrido con la producción, en las últimas décadas han evolucionado de manera notable la logística y las prácticas comerciales y de confección de la fruta, llamando poderosamente la atención el hecho de que en ambos casos se esté dando una cierta involución, una vuelta a los orígenes, condicionada por los cambios que surgen en las estructuras sociales. 6 La exportación empezó en barco, primero a vela, de cabotaje; después a vapor y a destinos más lejanos… A principio de la segunda mitad del siglo pasado se impuso el ferrocarril, los vagones de Transfesa. Luego llegó la era del camión, más versátil, más rápido y capaz de llevar la mercancía de puerta a puerta. Esto acabo de poner en valor nuestra proximidad a los mercados y nuestra capacidad de servicio, de un día para otro. Al principio, el camión simple, luego, el camión frigorífico. Pero se imponen nuevos cambios, una vuelta al barco y al ferrocarril. Las carreteras y autopistas de Europa están cada vez más masificadas, se multiplican los problemas, las restricciones y los costes. La rapidez se complica a veces con la incertidumbre y el encarecimiento. Los gobiernos imponen limitaciones y prohibiciones al transporte pesado en fines de semana, en diversos pasos y vías y en accesos a grandes áreas metropolitanas y nuevas tasas de manera general. Es preciso, pues, volver al tren y al mar y combinar los sistemas de transporte para preservar la rapidez y la eficacia. Por todas partes se habla de las “autopistas del mar”, dotadas de modernos y rápidos buques frigoríficos, como los que utilizamos para exportar clementinas a Norteamérica. Este sistema va a tener, sin duda, un renovado auge para destinos de Europa del Norte, al igual que el ferrocarril lo va a tener para Europa Central y del Este. Pero es preciso terminar de perfeccionar el sistema para permitir los transportes mixtos y que la mercancía se distribuya enseguida que lleguen a destinos los convoyes. Para ello es imprescindible disponer de contenedores versátiles, que sirvan para camión, tren y barco, y así facilitar su uso combinado y multidisciplinar. Si no se dan con rapidez los pasos necesarios, la exportación de productos perecederos cotidianos, como es el caso de los 7 cítricos, pero de igual manera las demás frutas, hortalizas y otros artículos frescos, puede verse pronto muy comprometida, llegando a situaciones de colapso, porque no podremos circular por las saturadas carreteras europeas. De igual manera han evolucionado los modos de empaquetar y vender la fruta. Antaño, predominaban las marcas y cada firma se especializaba en determinadas variedades y en mercados concretos, donde adquiría un reconocimiento que en algunos casos todavía llega hasta ahora. Vienen a mi memoria los distinguidos ejemplos de La Souculente, de Sancho; Aida, de Arbona; Papillon, de Ripoll o Confetti, de Safont. Pero eso era cuando imperaban las fruterías y tiendas particulares que se surtían de mercados mayoristas. Ahora han tomado el relevo las grandes cadenas de supermercados e hipermercados y se generalizan las marcas blancas, con lo que se tiende a la estandarización y se pierde en buena medida la opción de captar mayor valor añadido por diferenciarse y especializarse. Muchas décadas atrás la naranja se vendía y se cargaba en los vagones a granel. Luego llegaron las cajas y después las mallas, una autentica revolución en a que mi empresa afrontó desde el primer momento, en 1958, y junto a la cadena británica Mark&Spencer, el reto de adoptar la nueva modalidad, en el convencimiento de que se impondría en el mercado, como así ha sido. Ahora, en cambio, vivimos una vuelta al principio, porque el consumidor prefiere lo más natural, y vuelve a triunfar el granel, directamente llegado del campo, sin tratamientos en almacenes, porque al cliente le gusta disfrutar esa frescura, prescindir de ceras y productos conservadores y elegir directamente las naranjas que se lleva a casa, y que sean lo más frescas y naturales posible. 8 Entre tanto estamos perdiendo algunos mercados, como los de los Países Escandinavos, porque otras naciones productoras compiten con ventajas y nos desplazan. Y al mismo tiempo no se acaban de confirmar los ansiados destinos emergentes, como Rusia, China o Japón. Crecemos en la Europa más próxima, sobre todo en Italia últimamente, donde tenemos grandes posibilidades; mantenemos las posiciones y expectativas en Estados Unidos, en buena medida gracias a la gran colaboración del SOIVRE en la preservación de la máxima calidad, pero no conseguimos penetrar más allá. China y Japón, probablemente estén demasiado lejos, pero Rusia es asequible. Es nuestra gran esperanza blanca desde siempre, pero no acaba de cuajar. La temporada pasada pareció que despuntaba, al acercarse sus compras a 50.000 toneladas, pero en la actual campaña, la crisis ha dado al traste con lo que esperábamos con el agravante de que ninguna compañía asegura el cobro de ventas a Rusia y otros países del área. Y así no podemos crecer en destinos que suman problemas a los que ya sufrimos. Pero en medio de tantas dificultades contamos con una ventaja excepcional. Trabajamos con unos productos que son buenos en esencia y que casi se hacen la publicidad ellos solos. Los cítricos son las frutas más consumidas en el mundo y todas las recomendaciones médicas destacan sus aspectos saludables. Nosotros, en España, contamos además con el abanico más amplio y completo de variedades, aún con estar empeñados en una mayor ampliación necesaria ahora para abarcar casi todo el año. Disponemos además de mucho conocimiento, de mucho saber hacer acumulado, en lo productivo y en lo comercial, que no podemos despreciar, aun que a veces, de tan obvio, de tan constante y sabido, parece como si fuera consustancial, como si surgiera 9 de la nada, y se tiende a olvidar su enorme valor. Ahí tenemos un capital de enorme relevancia, que otros quisieran para si, y que sólo falta reconducirlo, perfeccionarlo para asegurar la rentabilidad imprescindible que ahora nos falta. Todo este potencial que atesoramos no hubiera sido posible sin el concurso de todos: producción, comercio, investigadores, Administración, ….. y ahí quiero destacar una vez más el gran papel desempeñado por el SOIVRE, sus inspectores y directivos, asegurando la calidad de la mercancía y encauzando la actividad exportadora. Esto fue, de manera general, hasta 1993, cuando la implantación del Mercado Único dejó sin efecto la obligatoriedad de la inspección para exportar al resto de la Unión Europea, pero se mantiene de forma obligada para los países terceros y de manera voluntaria para quienes creen conveniente contar con ese “label” de control como garantía adicional de cara a sus clientes europeos. Esta labor del SOIVRE en pos de la calidad se hace especialmente notoria en el caso de nuestras exportaciones a Estados Unidos, un mercado muy exigente y con aspectos delicados que imponen mucho cuidado para no reproducir desagradables acontecimientos como el bloqueo de 2001. El trabajo de los equipos de este organismo, está siendo muy eficaz, tanto en el día a día, como en la preparación de campañas y en su preocupación por adecuar normas, pautas y, más recientemente, en el objetivo de conseguir una cierta flexibilización en el estricto protocolo de tratamiento en frío. En mi recuerdo de tiempos pasados en la ejecutoria del SOIVRE, debo una especial memora y consideración a su fundador, Don Rafael Font de Mora, que tuvo el gran acierto de ajustar un sistema necesario para poner orden en los controles de calidad de la naranja exportada. Y como no, a Don León 10 Matoses, persona entrañable y de gran calidad humano, muy profesional, quien, con su buen hacer, entre otras muchas cosas, fue capaz de salvar la situación difícil que sobrevino a raíz de diversas heladas, como ocurrió con ocasión de los daños históricos que se registraron el día de Navidad de 1962, una de las heladas más duras que se recuerdan en la historia de la citricultura Valenciana. Don León tuvo entonces el aplomo necesario para organizar la exportación de manera que se salvase todo lo salvable, de modo que se pudieran minimizar las pérdidas económicas sin que se resintiera el consumo ni se produjeran quejas o rechazos de los clientes. Todavía recuerdo hoy aquella expresión de su fino sentido del humor, mezclado con su criterio práctico y su sentido común, cuando inspeccionaba un vagón, abría un cajón, examinaba las naranjas, partía alguna por la mitad, se volvía a quienes esperábamos, expectantes, su veredicto, y preguntaba, todo socorrón “¿ Qué os parece ……, son comerciales, verdad?. Actitudes como las de Rafael Font de Mora y León Matoses son las que crearon escuela y sentaron las bases de la profesionalidad, que luego se extendió entre los integrantes del SOIVRE y que llega hasta nuestros días, para el bien general del sector. En medio de los negros nubarrones que se ciernen sobre nosotros, yo creo que tenemos motivos fundados para la esperanza y para desasirnos del pesimismo que nos agolpa con frecuencia. Por lo que respecta a la empresa que represento tengo que decir que en Martinavarro está ya al frente de la gestión del día a día los integrantes de la tercera generación, con profesionalidad e ilusión en el presente y el futuro, y estamos sentando las 11 bases, para que esas ganas de hacer no se queden en la retórica o en meros impulsos de deseo, sino que sean realidades palpables. Y lo que es mejor, igual actitud observo en otras empresas de comercialización, y también en muchos agricultores que, unos con mayor fortuna, otros a trancas y barrancas, vencen dificultades y apuestan por continuar. Un ejemplo que hace que toda la sociedad les deba un reconocimiento que ha de traducirse en tejerles un marco de actuación apropiado para que se cumpla su deseo de seguir, por el bien de todos, porque si nos quedamos sin fruta de calidad, sobramos todos: cooperativas, comerciantes, recolectores, transportistas, fabricantes de envases, etc. Y luego tendremos que inventar además que hacemos con el paisaje que quede desolado y en qué ocupamos a quienes queden sin trabajo. Estamos en tiempos difíciles y seguramente van a continuar, pero estoy convencido de que cambiará el signo y de que triunfaremos quienes aguantemos el tirón y seamos capaces de demostrar una sólida resistencia. Pero para resistir hacen falta apoyos, como también son necesarios nuevos estímulos. Las circunstancias demandan innovación constante en el mercado y nuevas formas de organizarse. Lo vemos en el campo, donde las compraventas como antes son minoritarias y cada año son menos que el anterior. Se impone el suministro directo a las grandes cadenas de distribución. Nos guste más o menos, es lo que hay. Si no lo aceptamos, otros ocuparán nuestro lugar. Si seguimos la pauta debemos aprovechar para defender que todos los eslabones de la cadena reciban un precio mínimamente digno por su trabajo y sus inversiones y aquí incluyo, desde luego, al agricultor. Esto lo debe comprender toda la sociedad. En ocasiones no es más que cuestión de 10 ó 15 céntimos de euro por kilo, pero eso, que no es nada para el consumidor, que es 12 perfectamente asumible, representa muchas veces el ser o no ser de quien cultiva para continuar produciendo calidad o, de lo contrario, resignarse al abandono de la actividad, que no podemos consentir, porque nos afecta a todos. Tenemos a favor que nuestro potencial de hoy es muy superior al de décadas pasadas. Yo aún recuerdo como si fuera cosa de ayer cuando nuestra oferta varietal se componía casi en exclusiva de naranjas blancas, sanguinas y vernas. Las tres desaparecieron casi por entero o evolucionaron a selecciones de mayor calidad, pero además, llegaron, afortunadamente, la amplia gama de las clementinas y de las navels, que no dejan de aumentar, los híbridos, las mandarinas triploides, que resuelven el problema de la “piñola”, y las nuevas variedades cuyo material empieza a importarse de todo el mundo, manteniendo al sector citrícola español en lo alto del podium, capaza de hacer lo mejor y de asumir como propio lo mejor que aparece en cualquier otra parte. El panorama de nuestra oferta citrícola se está ampliando de manera notable y se diversificará mucho más en los próximos años. Va a extenderse la novedad de las variedades registradas, cuyo control se establece a través de clubs y la producción y comercialización queda limitada a los licenciatarios. Esto plantea nuevos retos para el sector, pero nos ofrece sin duda grandes posibilidades, porque nuestra posición de liderazgo del mercado en fresco, y con costes más elevados, nos exige una constante innovación para captar clientes. No podemos limitarnos a la estandarización. Y la innovación consiste en ofrecer novedades y crear modo, al tiempo que luchemos por rebajar costes, optimizar nuestras estructuras y aprovechar sinergias para crecer en 13 nuestros mercados tradicionales y conquistar los que aún se mantienen en el lugar de las promesas. Para ello necesitamos el concurso de todos: productores, comercializadores, investigadores y Administraciones, y desde luego, de organismos como el SOIVRE, que siempre han estado a nuestro lado y sin cuya labor no hubiéramos conquistado nuestra posición actual. Enhorabuena a todos por el 75 aniversario y muchas gracias. Valencia, mayo de 2009 Joaquín Ballester Agut Presidente del Grupo Martinavarro. 14