TEMA 8. LOS CAMBIOS SOCIOECONà MICOS: LA INDUSTRIALIZACIà N Y EL TRIUNFO DE LA CIVILIZACIà N BURGUESA. La Europa de 1815 parecÃ−a organizarse bajo el signo de la restauración monárquica y aristocrática. Sin embargo, bajo el doble impulso de las nuevas ideas surgidas de la Revolución Francesa y propagadas en Europa por los ejércitos napoleónicos y de las transformaciones provocadas por la Revolución Industrial, el ascenso y más tarde el dominio de la burguesÃ−a caracterizaron la evolución del s. XIX, primero en la Europa occidental y en EEUU, y después en la Europa central; también se vieron afectadas las sociedades rurales tradicionales de la Europa oriental y meridional. El crecimiento económico derivado de la Revolución industrial modificó las estructuras sociales. La industrialización produjo sus primeros efectos en el Reino Unido antes de alcanzar a la Europa occidental, EEUU y más tarde a los estados alemanes. Aunque en sus comienzos no afectara directamente más que a una minorÃ−a de la población, supuso el desarrollo de dos grupos sociales a la vez antagónicos y complementarios: los empresarios y las clases obreras. El reducido coste de inversión de las primeras máquinas y la escasa concentración en el momento del despegue de la producción industrial hicieron posible la formación de una nueva clase capitalista. En el s. XIX, los empresarios habÃ−an tomado conciencia de sus intereses comunes para reivindicar al Estado una mayor libertad y para resolver los problemas de mano de obra. La industrialización multiplicó las fuerzas de la burguesÃ−a y favoreció a una burguesÃ−a financiera que drenaba y distribuÃ−a los capitales; la construcción de los ferrocarriles, tarea que excedÃ−a la capacidad individual, exigÃ−a la formación de sociedades y obligaba a recurrir al ahorro de otros sectores (sobre todo de la burguesÃ−a territorial), a las que interesó en la actividad industrial. A medida que progresaba la industrialización las inversiones eran más importantes, las máquinas más costosas y las manufacturas mayores, al tiempo que la concentración de las empresas levantaban una barrera entre patronos y obreros. Podemos decir que la Revolución industrial modificó radicalmente la estructura de la sociedad provocando el enriquecimiento de los poseedores de los medios de producción (burguesÃ−a) y el comparativo empobrecimiento de los trabajadores industriales, quienes muy pronto fueron conscientes de que su única fuerza radicaba en su unión como clase. Durante el s. XIX, la burguesÃ−a fue consolidando su poder llegando a dominar el Estado a finales de siglo. El poder burgués se consolidó en el marco de las ciudades, que conocieron un crecimiento extraordinario a lo largo del s. XIX. Las funciones de la ciudad se multiplicaron con la implantación de nuevas técnicas (iluminación a gas, y posteriormente la eléctrica). Las relaciones se hicieron más funcionales, los comportamientos más individuales y las familias más reducidas. El ferrocarril, con el establecimiento de las estaciones, contribuyó al crecimiento de nuevos barrios. Paralelamente, la ciudad moderna acentuó las divisiones sociales y enfrentó a unos barrios ricos residenciales con otros barrios pobres, desplazados a la periferia. La ciudad era el centro del poder: poder polÃ−tico (asambleas representativas y administración estatal), poder intelectual (escuelas, bibliotecas) y poder económico (bancos y grandes sociedades de negocios). La vida urbana exigÃ−a unos intercambios monetarios importantes: el dinero se ganaba, se gastaba y circulaba con mayor rapidez, su atractivo estimulaba las actividades y se identificaba con el burgués. Por ello, la burguesÃ−a utilizó el liberalismo para extender y reforzar su influencia. El liberalismo le proporcionó una nueva mentalidad y una ideologÃ−a de acción. 1 La Ilustración (s.XVIII) habÃ−a introducido los nuevos conceptos de progreso y felicidad individuales: el hombre podÃ−a mejorar su condición material y su condición moral utilizando su libertad. El liberalismo consideraba que la sociedad debÃ−a ser el resultado del libre juego de las actividades individuales. A comienzos del s. XIX, el liberalismo parecÃ−a subversivo por su recelo frente al Estado, las Iglesias y las tradiciones aristocráticas: la libertad individual no puede depender de la decisión exclusiva del rey, que tendrÃ−a facultad de revocarla. El titular último del poder es el pueblo. El poder popular, o la soberanÃ−a nacional, implica la limitación de las facultades de los reyes, mediante constituciones, en las cuales se consignan las garantÃ−as de los ciudadanos y la división de los poderes, que nunca deben estar concentrados. El derecho a legislar corresponde sólo a los parlamentos (formados por distintos grupos polÃ−ticos que representan a los ciudadanos). Con estos postulados, el liberalismo comporta la destrucción del antiguo orden polÃ−tico (â libertad individual), pero se despreocupa de las estructuras sociales y económicas. Se convierte asÃ− en ideologÃ−a de una clase, la burguesÃ−a. Por eso, el temor a la revolución social inclina a los liberales (= burgueses) a interpretar en sentido restrictivo la soberanÃ−a nacional (el poder popular) con la negación del sufragio universal; sólo poseen derecho de voto los grupos con un determinado nivel de riqueza o de cultura (â el liberalismo, preocupado por el desarrollo del individuo, concedÃ−a una gran importancia a la instrucción), implantando el sufragio censitario. En definitiva, el poder burgués se basa en una constitución escrita, una monarquÃ−a limitada, elecciones y partidos polÃ−ticos, el sufragio censitario, la descentralización, la igualdad jurÃ−dica y la desigualdad social. 2