Capitalismo transnacional y calentamiento global Por: Arcadio Guzmán N*. Especial para El Buque de Papel Cali El capitalismo transnacional quebranta la naturaleza y pone en peligro la existencia misma del planeta. Su desaforado crecimiento económico, el consumismo y la pobreza mundial que genera, destruyen los recursos naturales y producen desechos que sobrepasan los límites de sostenibilidad de la Tierra. Las graves consecuencias ecológicas del capitalismo transnacional están a la vista. En la agricultura, las empresas transnacionales (ET) del "agrobusiness", envenenan la biodiversidad con cultivos transgénicos, fertilizantes químicos y biocidas (insecticidas, herbicidas, fungicidas); y desatan procesos de erosión y desertización irreversibles. La disponibilidad mundial de agua, que en 1.950 era de 17.000m3 per cápita, ahora se ha reducido a 7.000m3. Las ET de comida rápida (fast food) han degradado, a punta de ganadería extensiva, una sexta parte de la superficie terrestre (casi 2.000 millones de hectáreas), que ha sido convertida literalmente en hamburguesas. Mientras tanto, los pobres y parias del capitalismo (29.7% de la población mundial), contribuyen al arrasamiento de la vegetación, al usar, descontroladamente, leña como combustible. Y por obra y gracia de las ET, la Amazonia (el pulmón del planeta) y los bosques del mundo, se transforman en muebles y papel, a razón de 200.000 Km2/año. En 1.970 la superficie forestal mundial por mil habitantes era 11.4 km2. Hoy, es sólo 7.3 km2. Pero enfrentamos no solo al deterioro creciente del suelo, los bosques, el agua y la biodiversidad en general, sino también al de la atmósfera. La gran industria de los países "desarrollados" se ha convertido en una verdadera chimenea de emisión de dióxido de carbono (CO2) y otros gases que retienen el calor del sol y producen el efecto invernadero o cambio climático. El progresivo calentamiento de la Tierra no tiene precedentes, y pone en peligro el ecosistema mundial, lo que se evidencia en deshielo de los polos, sequías, extinción de especies, huracanes, inundaciones y pandemias. La temperatura promedio de la superficie terrestre ha aumentado 0.5ºC en los últimos 50 años, y el último reporte mundial sobre el cambio climático, estima que para el año 2.100, el mundo se calentará hasta 5.8ºC más, cuando lo normal es un calentamiento de solo 1ºC cada mil años. Los efectos de todo tipo serán devastadores, el sólo resquebrajamiento de los casquetes polares, hará subir el nivel del mar y borrará del mapa a más de doscientas ciudades costeras. También la capa de ozono está siendo destruida por agentes químicos clorofluorcarbonados disolventes, (CFC), materiales de utilizados espuma, en la sistemas fabricación de de aerosoles, refrigeración y aire acondicionado. El adelgazamiento de la capa de ozono y su consecuencia, el aumento de la radiación ultravioleta, tienen graves efectos en la salud humana y en las formas básicas de la vida acuática. Adicionalmente, el crecimiento urbanístico ha dado lugar a la aparición de grandes metrópolis, verdaderas selvas de cemento, que elevan la contaminación de ríos, lagos y mares, con desechos humanos, residuos sólidos y metales pesados (plomo y mercurio). Este es, en síntesis, el oscuro panorama del crecimiento insostenible que se fundamenta en la propia lógica del capital: obtener el máximo de ganancias en el menor tiempo posible, sin importar la destrucción de los ecosistemas. Un tratado sin alma: el de Kyoto Para discutir ésta problemática en 1997, se convocó la mayor conferencia sobre cambio climático celebrada hasta la fecha: La Cumbre del Clima de Kyoto. Allí se buscó ejecutar los acuerdos de Río (1992), especificando un protocolo legalmente vinculante con límites a las emisiones de los gases que provocan el efecto invernadero. En conjunto se acordó una reducción media del 5.2%. Esta meta resulta totalmente insuficiente para frenar el proceso de cambio climático, para lo cual es indispensable que sólo las emisiones de dióxido de Carbono (CO2) se reduzcan globalmente en más de un 50%. La meta, irresponsable e inútil, acordada en el protocolo de Kyoto, se debe en gran medida al papel que jugaron las grandes multinacionales de la energía y el automóvil, que organizadas en grupos de presión, como la Coalición Global del Clima en Estados Unidos y la Mesa Europea de Industriales, se opusieron y oponen a cualquier reducción obligatoria de emisiones de gases contaminantes. En la Cumbre de Kyoto, Estados Unidos se negaron a firmar el protocolo, y exigieron que los países pobres también participaran en los compromisos de reducción de las emisiones de gases. Estos no aceptaron, argumentando que son los países industrializados los responsables del efecto invernadero, debido a las emisiones de gases que han producido desde la Revolución Industrial. Como lo demuestran los resultados de la Cumbre de Kyoto y de las posteriores conferencias sobre cambio climático, la puesta en práctica de los acuerdos de Río ha sido un rotundo fracaso. Los países industrializados (los mayores contaminantes), han hecho gala de una aterradora inconsciencia ecológica, evadiendo los compromisos firmados por sus gobiernos (ecotasas, convenio de biodiversidad, emisiones de CO2, etc.). Es evidente el conflicto entre el clamor general por disminuir los costos ecológicos, incorporando mecanismos correctores al mercado capitalista, y la resistencia de los intereses privados a asumirlos. Así, en el momento de poner en práctica los procedimientos que pretenden frenar el deterioro ecológico, se choca con los intereses del capital que se resiste a incorporar a sus costos de producción, la "utilización del medio ambiente". En cambio, estimula la cultura "Light" consumista que la televisión impone en todo el mundo. Por lo tanto, la humanidad se encuentra en una encrucijada: por un lado la amenaza del desastre ecológico, y por otro, la inflexibilidad del sistema capitalista para realizar cambios estructurales que modifiquen radicalmente la situación presente. En consecuencia, urge consolidar la ética del desarrollo humano sostenible, para sojuzgar el capitalismo depredador y conservar la vida en la Tierra. *Los pensamientos, opiniones y expresiones de los columnistas son libres y no influyen, condicionan o significan el criterio editorial de El Buque de Papel.