A MANUEL A. MERCADO Guatemala, 26 de mayo [1877] Amigo de mi alma. Con abrazos le escribo, porque sé su desgracia: la he leído en un número de El Monitor.— Le hago queja de que, sabiendo que yo vivo, no me la escribió en el mismo día en que la sufría.—Cuando yo padezco, me acuerdo de V.;—y como este afecto acabará, en lo visible, con mi vida, quiero que V. me premie el mío con otro igual.—Yo no quiero que sea, ni puede ser que sea, Manuel el hijo muerto;—porque se rechazan siempre como imposibles las grandes desventuras. Ni puede ser que muera el alto espíritu de sus padres, y él está, porque él vive, destinado a perpetuarlo. Parece que en la tierra se roba la felicidad, y se la tiene contra voluntad suya. Era V. demasiado venturoso. El de V. era el hogar que yo había visto menos mordido de humanidades. La desgracia no permite que la burlen, y al fin halló manera de vengarse de V.—Al fin V., que es hombre, cree sereno que el alma que se va vuelve a vivir: su madre, que por serlo, y por ser ella, vale más que nosotros, no haría bien en llorar, porque el hijo que se va de la tierra, en el alma de su madre se queda. ¿Por qué llora?—Abrácela en mi nombre; que ella no querrá ahora ver más letras que las que le vengan del cielo. Vuelva los ojos a sus otros hijos, y hallará en ellos el hijo perdido:—anoche lo supe, y solo pienso en esto desde anoche.— Cuando V. sufre tanto ¿qué quiere V. que le diga yo de mí? Me parece imposible que haya descendido yo a trabajarme, con atamiento y empequeñecimiento de mi alma, un poco de fortuna. Ni mi amor, en mí celeste, me disculpa. En España me reservaba para un martirio; en México, lo cumplía; aquí, como trabajo para mi felicidad, no tengo derecho a ella:— Carmen no me ha escrito en estas dos últimas semanas. En mis entrañas vive, y creo en su alteza. La he visto siempre excelsa y abnegada; pero, preparado a todo mal, no me sorprendería su mismo olvido. No sé yo cómo es mi cerebro, que elabora en un átomo un mundo. Fuerza es no oírme, cuando me doy a prepararme desventuras. Entre las más grandes mías, estarán siempre las que sean grandes para V.—Vea que vivo pensando en cómo lo trata la fortuna, en qué espera, en qué conseguirá. Me espanta la vida práctica, y temo que, como yo, los demás no puedan bastar a ella. Hábleme mucho de su niño muerto; abrace contra su corazón en nombre mío a los que le quedan. Escríbame seguidamente, porque, a romperse el suave encanto que liga ahora mi vida, dentro de tres meses, cualquiera que sea en ella mi posición, saldré de Guatemala. O mártir, o esposo, o batallador.—Aunque no otra cosa tuviera yo que hacer en México, me desviaría de toda ruta por dar a V. un abrazo. Quiérame de la misma viva manera con que estoy yo sufriendo su pesar; imagine qué habré sentido por no haber estado en él cerca de V.; —abrace otra vez a Lola, y crea, hermano mío, que su familia y su corazón no acaban en México. Recuérdeme al buen Manuel. Su amigo JOSÉ MARTÍ [Ms. en CEM]