Contra toda probabilidad

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Contra toda probabilidad
¿Qué probabilidad hay de que se te rompa el hielo bajo tus pies?
Estaba cansada del viaje, y lo último que esperaba era un recibimiento hostil.
No entendía su malestar ni el propósito de aquella explicación, pero deseaba que no
terminara nunca de hablar, pues me daba pánico quedarme a solas con el portafolios
que me estaba entregando.
Sus dedos ya no lo tocaban, era sólo mío. Si no me hubiese hecho sentir
culpable, le habría pedido que me acompañara, pero ofendida permanecí callada
mientras abandonaba la habitación. Me recosté en la cama intentando reunir fuerzas.
Había llegado con dos días de retraso. Una insufrible huelga de trenes y mi
estúpido miedo a volar eran los responsables. De sobra sé que mi percepción del
riesgo es totalmente infundada, y que un análisis con la cabeza fría nos diría que
deberíamos temer más los viajes en coche que los que hacemos en avión, pero de
manera ilógica yo sólo veía en las estadísticas el resquicio que dejaba lo excepcional.
Mi atracción por lo insólito y los sucesos casi imposibles, es un hecho muy
compartido, tanto que a menudo encontramos curiosidades banales rellenando las
páginas de alguna revista. Recuerdo haber leído que es más probable que te caiga un
coco en la cabeza que el ataque de un tiburón, pero jamás vi ningún dato acerca de las
posibilidades de que alguien que se rompa el hielo bajo tus pies, aunque me hubiese
gustado encontrarlo porque yo conocía a alguien al que le había sucedido, la misma
persona por la que hoy estoy aquí.
Su nombre era Tom, y a los tres años sintió como un lago helado se lo tragaba.
Desde entonces su salud fue siempre frágil, no podía jugar y correr en la calle con los
otros niños sin que esa noche sufriera una fuerte tos, lo que le valió que lo apodaran
“Frost” pues era como la escarcha: frágil, delgado y pálido.
Solía pasar las tardes solo en casa esperando que su madre volviese del trabajo
casi a la hora de la cena. Fueron innumerables los juguetes que dibujó en esas horas, y
muy pocos los que logró construir a partir de piezas que se iba encontrando por ahí.
Tal vez por miedo a que su madre se los tirase, o tal vez porque se divirtiese más
construyéndolos que jugando con ellos, los tenía ocultos en una caja del desván junto
a su verdadero tesoro, un libro antiguo, una versión de los problemas de Apolonio
sobre las cónicas que perteneció a su abuelo. De siempre sus figuras hicieron volar su
imaginación, y cuando poco a poco fue entendiendo la relación entre las imágenes y lo
que en éste se contaba, esos dibujos tomaron significado maravillándole aún más.
En el colegio su maestra se asombraba de lo brillante que era en ocasiones,
pero sabía que su madre apenas ganaba para ir tirando y no podía permitirse un
centro para alumnado de altas capacidades en alguna ciudad cercana. El primer
premio del concurso de ciencias, ganado con un sistema de posicionamiento y
localización de barcos basado en uno de los problemas de Apolonio1, llevó aparejada
una sorpresa. Desde ese momento Marina, que así se llamaba su profesora, se
convirtió en su mentora. Decidida a costearle sus estudios, convenció a su madre para
que al menos terminara el bachillerato en el instituto de la localidad vecina.
¿Qué probabilidad hay de que la chica más popular sea la mejor amiga del
raro de la clase?
Su aspecto de debilucho e introvertido le hizo no ser muy bien recibido en su
nuevo centro, pero al menos se había quitado la etiqueta del niño mimado de la
profesora que le había perseguido en el colegio, para volver a ser Tom.
Sin embargo fue don Martín, nuestro tutor, demasiado inexperto para
administrar con la prudencia necesaria la información que el orientador le había
facilitado, quién acabó con las pocas posibilidades de ser uno más del grupo. Según
nos dijo, sus dificultades para la interacción social, especialmente con personas de su
misma edad, así como sus intereses restringidos únicamente a las ciencias, indicaban
que posiblemente fuese un caso de síndrome de Asperger. Para evitar futuros
problemas, nos pidió que extremásemos el cuidado cuando tratásemos con él, pues
debíamos comprender sus limitaciones y ser tolerantes.
En clase de Matemáticas todo era diferente para él. Nuestro profesor era el
típico que intenta motivar al alumnado a través de proyectos de investigación. Es ahí
donde aparezco yo por primera vez en su vida. Nuestra pasión por la física y las
matemáticas nos unió como pareja en los trabajos de clase, pero su lealtad y bondad
le convirtió en ese amigo con el que puedes contar siempre.
1
La trilateración hiperbólica, cuyo objetivo es la determinación de un punto mediante la
diferencia de distancias entre otros tres conocidos.
Ese año fue la primera vez que nos encontramos con la ecuación x n+yn=zn.
Desconocíamos la magnitud del reto matemático que suponía2. Fueron muchas las
veces que nos enfrentamos a ella sin éxito. Todavía recuerdo cuando presentamos a
nuestro profesor la que pensábamos era una demostración del Teorema, y luego
resultó ser una solución parcial válida sólo para n=4. Aunque el profesor quedó
impresionado, Tom estaba realmente enfadado consigo mismo. Creo que solamente
intentaba calmarlo cuando hicimos la promesa de no rendirnos hasta llegar a conocer
su demostración. Nunca más retomamos el tema.
¿Qué probabilidad hay de que puedas ser un científico autodidacta?
El azar nos separó tras acabar bachillerato, y sólo yo continué adelante con
nuestro sueño de ser grandes matemáticos. Su madre enfermó gravemente, y pese a
la oposición de Marina abandonó sus estudios, consiguió un trabajo como bibliotecario
y se dedicó a cuidar de ella hasta que falleció dos años después.
Sin dejar de ser amigos, nuestra relación cambió por completo. Nos veíamos
una o dos veces al año. Siempre era yo quien lo llamaba, aunque parecía esperar con
ganas nuestro encuentro para saber de mí, o más bien de mis estudios en la
universidad, donde ya había iniciado la licenciatura, y pretendía especializarme en
Algebra y Geometría. Las primeras veces era curioso ver cómo escuchaba cuando le
explicaba mis proyectos y trabajos de clase, cómo era capaz de seguirme, incluso
sugerirme alguna idea feliz que me adelantaba el trabajo en mis demostraciones.
Al cabo de tres años la profundidad de los temas le iban dejando atrás, las dos
veces que nos vimos en ese curso su rostro reflejaba frustración. Con la única intención
de animarle, hablamos sobre los libros y artículos que me servían de bibliografía. Ante
mi asombro me contó los que él había estado leyendo, y me comentó que los que yo
usaba estaban fuera de la red de bibliotecas a las que tenía acceso. Le cedí mi clave de
usuario para poder consultar publicaciones a través de internet restringidas a los
miembros de la comunidad universitaria, y nos despedimos como siempre, sin saber
cuándo sería la próxima vez que quedaríamos.
Lo incomodo del encuentro hizo que inconscientemente siempre tuviese una
escusa para no llamarle. No nos vimos hasta que, casualmente año y medio más tarde,
coincidimos en una parada de metro y acabamos tomando un café.
2
El Teorema de Fermat ha sido uno de los mayores retos de las matemáticas y durante más de 300 años
estuvo sin llegar a ser demostrado.
Le comenté que estaba iniciando mi tesis doctoral, aunque no quise
profundizar en el tema para que no volviera a sentirse mal. Para mi sorpresa me
expuso una serie de resultados sobre la conjetura de geometrización3. En esta
ocasión era yo la que se sentía sobrepasada con la profundidad del tema. Sin embargo,
todo parecía debidamente justificado.
Realmente era un genio al que la vida no paraba de ponerle trabas o quizás se
había vuelto loco. Si todo era cierto, estaba cerca de demostrar uno de los siete
problemas matemáticos del milenio. Mientras removía el café, tratando de asimilar lo
que me había soltado como si fuese una cosa insignificante, la conversación dio un giro
y empezamos a hablar de nosotros, como nunca antes lo habíamos hecho.
De siempre supo escucharme y hacerme sentir importante, pero esta vez era él
quien más hablaba. Sus anécdotas tenían un encanto especial que me hacían sonreír y
descubrir en él cualidades que desconocía. Era como quedar por primera vez.
Recuerdo una en especial: un día tenía ganas de irse, pero al cerrar la biblioteca
descubrió a una pareja de ancianos besándose apasionadamente tras las obras más
importantes de la poesía del siglo de oro español, ningún ruido sutil sirvió para llamar
su atención, así que tuvo que apagar varias veces la luz para que se dieran por
aludidos. Mientras reía al pensar en la situación, recuerdo un brillo en sus ojos
hablándome de esos dos enamorados, que cambió mi visión de esa historia y
seguramente de nosotros dos.
Se hizo tarde y nos despedimos, no sé si estaba deslumbrada por su talento,
pero ese día lo vi con otros ojos. Realmente ya lo había hecho antes, cuando
estábamos en el instituto, pero entonces era demasiado inmadura y no me importaba
ser su amiga, pero no podía concebir ir más allá. Ahora tenía dos buenos motivos para
volver a verlo.
Días después traté de localizarlo como siempre en su biblioteca, pero había
dejado el trabajo y no me dieron ninguna pista para encontrarlo. Llegué a temer por él,
dado el prestigio y premio económico que suponía la demostración, habría quién sería
capaz de cualquier cosa por tenerla.
Todavía más intrigada por su desaparición me metí de lleno en el estudio de
todo lo que me había contado. Yo sola fui incapaz de reconstruir y demostrar sus
resultados. Invertí tanto tiempo que versé mi tesis sobre ellos.
3
Postulado matemático que incluye la conjetura de Poincaré como un caso particular.
¿Qué probabilidad hay de que alguien rechace un millón de dólares?
En ese momento, mi intención era llegar a la demostración completa de la
conjetura. No avanzaba con la rapidez que deseaba y Grigori Perelman lo logró antes.
Irónicamente fue Perelman, alguien que al igual que a él no le importaban los
premios ni el dinero, el que le quitara el mérito de tal hazaña. Alguien al que todos
consideran raro por rechazar premios por los que otros no les importaría hacer
cualquier cosa, alguien que piensa que es más importante becar a cien estudiantes,
que una gala de la élite de la matemática mundial.
Quizás era la enfermedad que ambos compartían lo que los hacía diferentes,
pero evidentemente tanta honradez y sinceridad no encajaba en una sociedad
hipócrita que dice ver a todo el mundo igual, y escatima en los medios para que una
verdadera integración social sea posible.
Perelman había conseguido una fama que no quería, pero también yo en
menor medida conseguí un éxito inesperado. La mayor parte de los resultados que yo,
o mejor dicho Tom, había enunciado y demostrado coincidía con las de Perelman. Por
tanto, la gran cantidad de matemáticas que mi equipo había construido entorno al
estudio de la conjetura quedaban totalmente respaldadas. Había logrado hacerme un
hueco en el difícil mundo de la investigación.
¿Qué probabilidad hay de que seas capaz de lograr tu sueño?
Hace tres días recibí una llamada informándome que Tom había fallecido. Días
después de nuestra reunión sufrió una embolia de la que nunca se recuperó del todo, y
le quito las ganas de luchar, el resto lo hizo su siempre frágil salud. En un amanecer de
marzo de 2004 la vida de Tom se esfumó. Tocaba llorar su pérdida.
Marina estaba con él cuando murió. La había llamado para despedirse y repartir
sus pertenencias. El poco dinero que tenía se lo dejaba a ella, tratando de demostrarle
su gratitud. Para mí también guardaba algo, un portafolios, que me pedía abriera a
solas.
Ahora estoy en la cama de su cuarto sentada con aquel maletín en mis manos.
Tiemblo. Temo por lo que pueda encontrar. Aunque no sé que me asusta más si
encontrar resultados que indiquen que no era un genio sino un pobre desquiciado, o
que sea una póstuma declaración de amor a la que no puedo responder.
Me decido a abrirlo, para acabar con la incertidumbre. Allí, ante mí estaban dos
folios escritos a mano. Una sensación de nostalgia me recordó nuestra promesa
juvenil. Leí detenidamente hasta el final aquellas
dos páginas,
que
sorprendentemente contenían una idea tan brillante como la que quizás Fermat tuvo
en su día.
El teorema estaba ya demostrado, Walis en 1995 había hallado la solución con
más matemáticas de las que Fermat nunca soñó y una extensión de casi 200 folios.
Pero su valor es otro, suponía la prueba de que quizás si el margen de aquel libro4
hubiese sido mayor podría haber contenido la demostración que durante siglos fue
tan ansiosamente buscada. Una demostración sencilla y elegante, al alcance de la
comprensión de todo matemático.
Sin embargo, yo era ahora como aquel margen, el único enlace entre la
maravillosa demostración y el mítico teorema. También yo debería permanecer callada
para siempre.
Intentaré mantener su deseo de compartirla sólo conmigo, aunque es más que
posible que las ganas de contarle al mundo el descubrimiento de Tom puedan vencer
cualquier día mi entereza, y dé a conocer a todos este hallazgo. Al fin las
probabilidades de ser un matemático de prestigio parecen estar a su favor.
4
Fermat solía esbozar sus demostraciones en los márgenes de los libros que estudiaba.
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