José Gorostiza Poeta y diplomático mexicano, aunque breve, su obra a sido considerada como una de las expresiones más significativas de la poesía del siglo XX en lengua española. Formó parte de los contemporáneos, prestigiado grupo de poetas que recibió el mismo nombre de la revista que sus miembros crearon en 1928. Considerados como una autentica generación, los contemporáneos se preocuparon por el valor de la literatura, y se caracterizaron por una sensibilidad afín, una formación intelectual rigurosa, un interés por el arte nuevo y una necesidad por participar en lo universal. Su obra intelectual y colectiva, renovó la poesía mexicana. Gorostiza nació en Villahermosa, Tabasco, realizó sus estudios en letras y desarrollo una intensa trayectoria diplomática en distintos países de Europa y América, ejerció varios cargos públicos como el de secretario de Relaciones Exteriores (1964). Al igual que otros contemporáneos fue catedrático universitario. Fue miembro de la academia mexicana de la lengua y fue galardonado en 1968 con el premio nacional de literatura. Su obra poética está compuesta por Canciones para Cantar en la Barca, (1925), Muerte sin fin (1939) y una serie pequeña de poemas bajo el título de Del poema frustrado, publicado en poesía (1964), que reúne la totalidad de su producción. Objeto de numerosos estudios, Muerte sin fin ha sido considerada como la obra maestra. Por la extensión y el arte con que construye un profundo pensamiento filosófico, el cual a sido asociado con el Primer sueño de Sor Juana y las Soledades de Góngora. El poeta busca en sus versos transparentes el misterio que encierra la dinámica de la vida: la desintegración de las formas o la muerte sin fin. El drama, como en El Cementerio de Valéry surge del brillo de la inteligencia. El poeta murió en la Ciudad de México en 1973, su poesía busca la pureza; en ella hay sobriedad, gran imaginación y musicalidad. Muerte sin fin. Es poema fue tomado del libro llamado Poesía de José Gorostiza, editado por primera vez en 1964, siendo está la segunda edición realizada por el Fondo de Cultura Económica en 1971. • Muerte sin fin está compuesto por 776 versos. • Está compuesto de dos partes escritas en versos endecasílabos. • Blanco mezclado con versos de diversas cantidades, principalmente heptasílabos. • Entre una parte y otra se intercala otro comentario en forma de canción en verso menor, y al final de la segunda parte se agrega un segundo comentario en versos octasílabos asonantados. • Las dos partes y los dos comentarios tienen el mismo asunto: pero no se podría decir que guardan unidad de acción. Y esto es lo que el autor indica por la separación de las partes y por las formas métricas distintas de los comentarios, menos se podría decir por los mismo que en la obra hay unidad de género es por lo que toca su estructura formal una poesía romántica y lo es de la manera más artísticamente deliberada. Se compone Muerte si fin de 19 cantos precedidos de 3 versículos bíblicos de libro de los proverbios, a modo de epígrafe referentes a la inteligencia o verbo del Padre, al logos contrapone el mal, el pecado con la muerte. Este choque entre el ser y no ser, germen de donde brotará todo el poema, alude a la violenta contraposición que hace Hegel del ser y la nada (tesis y antítesis), que al fin se resuelve en identificación (síntesis) nada hay en el cielo y sobre la tierra que no contenga a la vez el ser y la nada. Porque según Hegel, la razón efectúa el conocimiento de Sí misma no por medio de silogismos sino por intuiciones que evolucionan en forma dialéctica, es decir, en tres momentos lógicos, no temporales: primero, 1 afirma (tesis); luego niega (antítesis); y después, limita o identifica lo positivo con lo negativo (síntesis) comienza, pues, Hegel su lógica con la desconcertante aseveración de que el Ser es la nada. En Muerte sin fin se advierte claramente la tesis y la antítesis, pero extraña no encontrar el tercer miembro la síntesis dialéctica. Gorostiza desde los epígrafes, pone en querella a Dios y al diablo, a la vida y a la muerte, al Ser y a la nada y en la nada se queda. No surge un tercer movimiento. Le falta la resurrección transfigurada. De ese modo nos abandona, al igual que Sor Juana, al descorazonamiento; sólo que él, más mexicano toma chunga−la muerte en una escena macabra y superlograda de seis renglones al final del libro. Su mexicanidad obró más decisivamente en él que su afición por Hegel, a quien prefirió mutilar en esencia, porque su subconsciente se lo ordenaba. Un mexicano va mirándolo todo por el mundo, mas en cuanto se topa con la muerte no sigue adelante ya, se detiene fascinado sin saber por qué y demás comienza a chancear inevitablemente. Veamos pues la tesis y la antítesis, las hazañas épicas del ser y la nada, cantadas respectivamente en los once primero cantos y en los ocho últimos. Metáforas. Canto I: el yo individual. El discurso conceptual de Hegel se despoja de su racionalismo para tomar en Gorostiza la forma de fábula imaginativa como fuerte sabor religioso, hermano de las mitologías antiguas. Así rememorando a Tales de Mileto el primero de aquello viejos filósofos que aún hallábase sumergidos en la luz divina de los mitos, Gorostiza afirma con él que todo es agua. El Ser, Dios, la razón se significaba por el agua. Por lo tanto, la antítesis de Dios −la nada− destrucción, muerte, mal, el demonio, se indicará como fuego −principio físico contrario al agua−. Retengamos estas dos claves: agua es el ser, fuego es la nada. La idea filosófica de que Dios piensa en las criaturas, que su mente concibe la imagen de ellas con tal forma o esencia, se transcribe en el poema mediante la siguiente alegoría: La razón suprema es agua, es un océano. Los seres individuales somos como vasos cuyas variadas formas nos moldean, estos vasos se halla inmersos en el océano del todos llenos de aquella agua. El agua es la materia prima de que estamos hechos. El vaso es la forma sustancial. Por tanto, cada uno de los entes es Dios, uno de los pensamientos divinos; cada ser resulta apenas una gota del océano universal. No obstante existe cierto entre −el hombre− que se cree distinto del pensador; se concibe diferente, otro que aquel mar, por tener una conciencia para percibirse a sí mismo, y por verse encerrado en un vaso o esencia que lo determina y le confiere fisonomía propia. Este primer canto resulta más difícil que los otros porque no nos hemos familiarizado todavía con los equivalentes de las metáforas. Este hombre que soy yo, es agua (Dios). Dios es mi materia prima. Pero como esta masa de agua se halla aprisionada en un concepto al pensarme Dios, es como si mi vaso providente me recortara de entre la 2 confusión del todo, me diera una forma propia, me aislara en mi aparente singularidad, y de allí que yo caiga en el engaño de sentirme yo, un ser distinto de mi creador. Comienza el poema en el momento en que un hombre reflexiona y se encuentra con que solo es una gota del océano pnalogista (un pensamiento de conciencia suprema). Este yo que soy, existe a causa de una esencia que al comprimirse me da una forma, me recoge de en medio del todo. Esta forma es un Dios inasible, porque recuérdese que según Platón las esencias tienen casi calidad de dioses. Tan excelente, tan luminosa es esta forma humana, que hace que no vea mi indigencia: mi conciencia derramada o mi yo disperso en el sentido de la filosofía existencial − mis fracasos en el vuelo alas rotas hacia los ideales espirituales: como mis torpezas cuando me arrastro por el mundo material, torpe andar a tientas por el lodo. Lleno de mí, orgulloso, pero también harto de ser yo −ahíto− y de reflexionar en mí, descubro un día que soy agua, que mi materia prima en la Razón divina. Ahora describe al agua, que toma tan diversas formas y, sin embargo, sigue siendo agua. Esto es, describe la conciencia de Dios. el agua, que tan sólo es un tumbo inmarcesible, un desplome de ángeles caídos a la delicia intacta de su peso, que nada tiene sino la cara en blanco hundida a medias, ya como una risa agónica, en las tenues holandas de la nube y en los funestos cánticos del mar. Obsérvese las bellísimas figuras: el agua, océano eterno se manifiesta unas veces como copos de nieve, pero el agua misma es informe en cuanto materia prima, tabla rasa, ser sin determinaciones, de allí que la vemos casi inexistente, apenas conformada en forma de nube, o amorfa en la tempestades del mar. Mas le sobreviene la esencia del vaso; No obstante −oh paradoja− constreñida por el rigor del vaso que la aclara, el agua toma forma. En él asienta, ahonda y edifica, cumple una edad. 3 Aquella masa informe ininteligible, que era la materia prima, se hace comprensible, se aclara, al recibir una esencia, al ser capturada por Dios en un concepto: el vaso, merced a la forma asegura su ser, y en ella crece a través del tiempo. En la red de cristal que la estrangula allí, como en el agua de un espejo, se reconoce. El vaso humano −red de cristal− es capaz de mimarse a sí mismo, se conoce, se llama yo. La forma hinca hitos de cristal que retienen por la fuerza al principio material que es el agua, con lo que el ser e somete al perfil que le otorga el vaso, cuyo limites son su distingo y la diferenciación de lo otro, sin esta prisión o vientre que es el caso se derramaría confundiéndose con todo. Que agua tan agua, está en su orbe tornasol soñado cantando ya una sed de hielo justo!. Que ser tan lleno de ser el hombre, por cuanto es racional y la razón en el único y verdadero ser. El hombre, −gota de agua irisada, quiere solidificarse, volverse hielo− para ser definitivamente sí mimo: una rotura flor de transparencia al agua, de ojo proyectil que cobra alturas, y una ventana a gritos luminosos. Flor del universo, el hombre; porque tiene una conciencia que se dispara con un impulso fáustico hacia lo espiritual, hacia lo celeste −ojo proyectil− y sentidos por donde penetra la algarabía de las cosas materiales ventana a gritos luminosos, Sobre esa libertad enardecida que se agobia de cándidas prisiones y no sólo tiene inteligencia, sino voluntad libre. Canto II: Dios Reflexiona ahora sobre el vaso fecundo que nos otorgó la maravilla de la particularidad y del distingo. En el canto anterior hizo hincapié en la materia prima; aguó en la forma sustancial. Una y otra son Dios. Dios se piensa, aquel mar a morfo de su sustancia −agua− para poder llegar a hacerse inteligible necesita ser conceptuado o reiterado a formas, vasos. De allí que no sólo el agua, sino también el vaso sea Dios. En el canto primero vimos a mi yo individual de la falsa individualidad, en este segundo canto, seré el Yo absoluto. 4 Ahora sé que soy Dios que todo es Dios. ¡Mas que vaso −también− más providente! Tal vez esta oquedad que nos estrecha en islas de monólogos sin eco, aunque se llama Dios, no sea sino un vaso que nos amolda el alma perdidiza. La forma es providente puesto que por ella existo. Esta esencia que me determina y aísla y me encierra dentro de mí para que no me pierda en el Todo, se llama Dios, un pensamiento que le ocurrió al altísimo y Dios mismo, quizá no sea una sustancia sino una forma. Y enseguida dará las definiciones más bellas que del Padre celestial se hayan podido decir nunca: (el alma lo) advierte en una transparencia acumulada que tiñe la noción de Él, de azul... ¡Sí, es azul! ¿¡tiene que ser azul! un coagulado azul de lontananza. Pienso que Dios debe estar contento con tales himnos. El mismo Dios, en su presencia tímida ha de gastar la tez azul y una clara inocencia imponderable, oculta al ojo, pero fresca al acto, como este mar fantasma en que respiras −peces del aire altísimo− los hombres. Parece que Dios se oculta, pero aunque no lo vemos, lo adivinamos por intuición en las criaturas, lo reconocemos por el color azul con que las impregna, color del firmamento. Enseguida comienza la actividad trágica del motor inmóvil o a la manera Plotino, lo hace emanar los seres como un oleaje, por lo cual lo compara con un manantial, un ojo de agua. 5 En donde el ojo de agua de su cuerpo que mana en lentas ondas de estatura entre fiebre y llagas; en donde el río hostil de su conciencia ¡agua fofa, mordiente que se tira, ay, incapaz de cohesión, al suelo! En donde el brusco andar de la criatura Amortigua su enojo. Canto III: el universo El primer poema se refirió al yo humano; el segundo a Dios, ahora el tercero, al universo, con lo que se completa la trinidad ontológica. Consiste el argumento en la alegre descripción de las criaturas que pueblan el espacio −descripciones tan logradas como ésta: Su luna azul, descalza entre la nieve pero advierte con insistencia que todo está sucedido en un plano ideal, la mente divina, y carece de existencia real todas las cosas no ocurre nada, no sólo esta luz lo repite con las mismas palabras que en el poema anterior y así lo hará todavía más adelante para ligar más fuertemente los capítulos. Porque Gorostiza desea ser claro, explica y vuelve sobre una idea para que nos percatemos al fondo de ella. Si su poesía resulta ardua será por no hallarnos enterados de la filosofía. El obstáculo es mismo a pesar de la refinada calidad de la metáfora, pero máximo en el sistema panteísta. En este canto el universo se echa a andar, es decir, Dios lo sueña y le mira seremos dos espejos frente a frente, por eso también todo se repite y en el panteísmo oriental se habla de una rueda que gira y vuelve al mismo punto −el eterno retorno−. Al universo se le imprime movimiento ordenado. Dios juega como el artista, con las imágenes, como el niño: Mirad con qué pueril austeridad graciosa distribuye los mundos en el caos, los echa a andar acordes como autómatas; el impulso didáctico de índice oscuramente ¡Hop! los apostrofa y saca de ellos cintas de sorpresas que en un juego sinfónico articula... ¡planta− semilla− planta! 6 ¡planta− semilla− planta! Hay un ritmo y una armonía universales por las leyes mecánicas que se repiten siempre. El caos se vuelve mundo, seguidamente en la creación del reino animado, y elige el pájaro. Canto IV: El dolor Pero en el génesis no todo es el deleite de los días que se cubren de seres hermosos; hoy toca el día oscuro en que se gestará el dolor. Dios sigue soñando su gigantesco drama. Se he enamorado de su creación y se deja llevar por su sueño que se convierte en pesadilla. Mas en la médula de esta alegría no ocurre nada, no sólo un cándido sueño que recorre las estaciones todas en su ruta tan amorosamente que no elude seguirla a sus infiernos, ay, y con qué miradas de antropina, tumefactas e inmóviles. Aquí no ocurre nada, nada es real ni el dolor; un puro sueño. Como para regordearse más cruelmente en el dolo, antes de describirlo, repasa la hermosura de las cosas creadas −la luz, el rocío, el ojo, el poema− así más no cuesta someterlas a suplicio, retorcerlas de angustia. Este poema fue tomado de un libro titulado poesía de José Gorostiza editado por primera vez en 1964, siendo esta su segunda edición realizada en 1971 por el Fondo de Cultura Económica, este libro está dividido en tres partes, la tercera la conforma el poema muerte sin fin y este a su vez se encuentra dividido de la siguiente manera: Lleno de mí, sitiado en mi epidermis ¡más qué vaso −también− más providente! Pero en las zonas ínfimas del ojo ¡Oh inteligencia, soledad en llamas! Iza la flor su enseña En el vaso en sí mismo no se cumple Mas la forma en sí misma no se cumple 7 En la red de cristal que la estrangula ¿Tan−tan! ¿quién es? Es el diablo. Gorostiza ocupa figuras de dicción y de pensamiento, utiliza el lenguaje figurado, emplea recursos y adornos de expresión que, apartándose del modo sencillo y directo de hablar manifiesta más hermosamente el pensamiento con mayor belleza, hace uso de metáforas, expresa una idea con el nombre de otra que tenga con ella cierta relación de semejanza. Estilo. Existen tanto estilos como autores y aún como obras literarias. Pero en cualquier estilo encontramos rasgos propiedades que dependen exclusivamente del temperamento, del modo de ser y de la personalidad del autor, y también otros rasgos y propiedades que dependen del asunto o del género literario. El estilo utilizado por Gorostiza, según lo observado en el poema Muerte sin fin es florido, emplea los adornos con profusión disfrazando a menudo con ellos la futilidad del pensamiento, es estilo patético, refleja los sentimientos y las emociones del alma; es abundante y difuso desarrolla con amplitud todos los pensamientos. Métrica. La métrica del poema es libre pero Gorostiza maneja versos de 11, 8, o 5 sílabas. La quinta parte del poema llamada Iza la flor su enseña el autor reduce el número de sílabas a 7 o 5. Ara Gorostiza, el poeta no puede, sin ceder su puesto al filosófico, aplicar todo el rigor del pensamiento al análisis de la poesía, él simplemente la conoce y le ama. Sabe en donde está y de donde se ha ausentado. En un como andar a ciegas la persigue. La reconoce en cada una de sus fugaces apariciones y la captura por fin a veces en una red de palabras luminosas, exactas, palpitantes. La poesía no es diferente, en la esencia, a un juego de escondidas en que el poeta la descubre y la denuncia y entre ella y él, como en el amor, todo lo que existe es la alegría de este juego. Hay que pensar en la poesía no como en un suceso que ocurre dentro del hombre y es inherente a él, a su naturaleza humana, sino más bien como en algo que tuviese una existencia propia en el mundo exterior. La poesía no es esencial al sonido, al color o a la forma, así como la luz no lo es a los objetos de arte, enseguida se advierte su presencia por la nitidez y como sobrenatural transparencia que le infunde. Bibliografía • Montes de Oca, Francisco. Teoría y técnica de la literatura, Porrúa, México, 1998. • Gorostiza, José, Poesía de José Gorostiza, Fondo de Cultura Económica, México, 1971. • Poesía y Poética, Fondo de Cultura Económica, México, 1980. −2− 8