Día internacional de la solidaridad ANDRÉS GARCÍA En un mundo que tiene a las profundas desigualdades sociales como una de sus marcas distintivas, el criterio personal que impulsa a la solidaridad debe convertirse en una opción colectiva. Con este espíritu, la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha proclamado el 31 de agosto como Día internacional de la solidaridad, en conmemoración de la fundación en 1980 del sindicato polaco “Solidaridad”, protagonista de la revolución democrática ocurrida en Polonia y espejo de los movimientos cívicos que derrumbaron el telón de acero. Qué es solidaridad Según el diccionario de la Real Academia Española, solidaridad es la «adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros». Pero todos sabemos que detrás de un sentimiento solidario se activan una serie de complejos mecanismos que tienen relación con las ideas, la educación, la afectividad. En su escrito de proclamación, la ONU expresa la aspiración de que el siglo XXI se convierta en la era de las naciones, los pueblos y los individuos consagrados a la solidaridad. Acaso como nunca antes, la solidaridad se ha alzado como uno de los valores más citados por gentes de todo el mundo, y en particular por los jóvenes. Distintos estudios de opinión confirman que la solidaridad es el valor más apreciado y practicado por la juventud española. Los envíos humanitarios a zonas damnificadas por la guerra o las catástrofes naturales se multiplican. Las campañas de recaudación solidaria de fondos forman parte incluso del reclamo publicitario de numerosas empresas. Educar en solidaridad Sin embargo, a estas loables y concretas acciones sigue la impresión de la invariabilidad del estado de cosas. Que el mundo está mal repartido no es un secreto para nadie. Y se impone la sensación de que nuestro granito de arena no alcanza para modificar las estructuras de injusticia. ¿Dónde reside, pues, la clave para que una acción fraterna no acabe en frustración? La solidaridad comporta una importante carga actitudinal que solo se resuelve a través de una sólida educación en valores. De nada sirve un impulso de ayuda primitivo si no se acompaña con el conocimiento científico de los desequilibrios existentes en el mundo de hoy; con una comprensión profunda de que las diferencias entre los seres humanos constituyen el complemento de la igualdad; con un cambio de actitud a favor de la justicia, la tolerancia y la fraternidad. Este proceso de asimilación debe incluir otro concepto íntimamente ligado al de solidaridad. Es el de su universalidad. Aquello que el filósofo francés de origen ruso Emmanuel Levinas llamó “la desnudez del rostro” del otro. Su indefensión y su miedo son los de toda la humanidad; su condición de pobreza nos revela una exigencia ética que comporta la responsabilidad total, la imposibilidad del abandono. La esencia de la solidaridad incluye, pues, el factor igualitario de la ayuda. La solidaridad plena no admite olvidos ni jerarquías. Se es solidario o no se es, sin ambages ni categorizaciones. Y sin esperar ningún tipo de contrapartidas. Un poco de historia A finales de la década de los 70, Polonia vivía una realidad bastante similar a la del resto de países de la órbita soviética. Con un gobierno y parlamento dominados por la cúpula del Partido Comunista, la oposición política, la expresión de ideas y la libertad sindical constituían una utopía de difícil realización. La represión soviética de las ‘primaveras’ de Hungría y Praga, en 1956 y 1968 respectivamente, había echado por tierra muchos sueños de libertad. En este contexto, el aumento de precios decretado en 1980 por el gobierno polaco para los productos de primera necesidad actuó como disparador de una revuelta cuya cabeza visible sería Lech Walesa, un electricista empleado en los astilleros Lenin de Gdansk. Despedido, readmitido y vuelto a despedir por sus actividades sindicales, Walesa se convirtió en el líder de la huelga general que en el verano de 1980 puso en jaque a la jerarquía comunista. El 31 de agosto de ese año, Walesa y el gobierno polaco firman los “acuerdos de Gdansk”, por los que reconocían un aumento de salarios y el derecho a la libre asociación. El comité de huelga que había conseguido tan histórica conquista se convirtió entonces en el sindicato Solidaridad (Solidarnosc, en polaco). La historia continuó. En 1983, Lech Walesa recibía el premio Nobel de la Paz en reconocimiento al esfuerzo «en lograr una transformación política de su país por la vía pacífica». En 1990 fue elegido presidente del país, en las primeras elecciones democráticas, cargo que ocupó hasta 1995. Propuestas didácticas: Presentamos los materiales didácticos elaborados por la ONG Educación sin Fronteras, un espacio dedicado a la educación solidaria que pretende acercar a los alumnos a la realidad del mundo en que vivimos. Educación Sin Fronteras