16-c.qxd 05/05/2007 16 07:40 p.m. Page 1 INTERES GENERAL / Cultura La Plata, domingo 6 de mayo de 2007 150 AÑOS DE MADAME BOVARY La palabra precisa, la novela perfecta Como muchas de las grandes creaciones literarias, se nutrió de un género para mejorarlo y romper con sus viejos moldes. Hace 150 años, Gustave Flaubert ofrecía al mundo su obra cumbre y corroía las vestiduras de la burguesía francesa, creando el modelo definitivo de la novela actual En la ciudad francesa de Rouen se conservan los manuscritos originales de Madame Bovary, en los que Gustave Flaubert sintetiza el tema recurrente de su novela: una joven campesina que fracasa en su matrimonio, tiene sueños de lujos parisinos, frecuenta varios amantes y ante la evidencia del fracaso termina suicidándose. La ciudad normanda conserva esta joya porque el escritor nació ahí el 12 de diciembre de 1821, aunque se decidió por la campiña de Croisset para terminar sus días. Y para gestar su obra maestra. Edición de 1989. El prólogo pertenece a uno de los grandes historiadores del surrealismo típicos de la estética romántica. Flaubert logra llevar este escenario a una categoría literaria que siempre lo consideró su antítesis y al hacerlo, logra equiparar por primera vez a la novela con el teatro y la poesía al preponderar las nociones de estilo y forma. La novela es la devoción escrupulosa de Flaubert en su búsqueda por la palabra justa, abandonando las interminables descripciones de la novela naturalista, con fuerte poder sugestivo señalado por el teórico en estética literaria George Steiner: “Cada vez que releemos un pasaje importante de Madame Bovary aprendemos a oír más y mejor, a reconocer nuestras posibilidades como lectores, la significación supera a la explicación didáctica”. Jorge Luis Borges profundizó hasta tal punto su obsesiva búsqueda por la palabra justa que nunca escribió una novela, ya que su longitud le resultaba incómoda, pero igual supo reconocer la genialidad de Flaubert y lo consideraba “el primer Adán de una especie nueva, la del hombre de letras casi como mártir”. La obra le valió a Flaubert un juicio por atentar contra la moral y las buenas costumbres La burguesía francesa de ese entonces exultaba de optimismo ante el progreso científico y económico de mediados del siglo XIX. Es la sociedad saliente del despotismo napoleónico y en la que se alternan gobiernos liberales con monárquicos, con una vida cultural y política muy intensa. Flaubert será un curioso observador de su época, asiste a los acontecimientos revolucionarios parisinos de 1848 y deambula por los distintos cafés literarios de la capital. La Revolución Francesa había generado un público ávido de imaginación en la pluma de los escritores que leía y la novela no podía satisfacerlos porque seguía con su estilo achatado: hasta la llegada de Madame Bovary, fue la poesía simbolista de Baudelaire la que satisfizo esa sed de renovación estética. Cansado de París, Flaubert se instala en una parcela a orillas del Sena y en 1851 empieza con los primeros párrafos, mientras contrasta distintas concepciones del arte en sus lecturas de Montesquieu, Rousseau y Rabelais. En 1856 termina el libro, y ese mismo año la revista Revue de Paris empieza a publicarlo como folletín, Madame Bovary rompe con la tradición de la novela romántica y su naturalismo moralizante en capítulos por entrega: a principios de 1857 todo el país hablaba de la novela. Fue el 31 de enero de ese año cuando se le inicia al autor un proceso por ofender a la moral y a la religión, del que es finalmente absuelto. La oportunidad sirvió como excelente golpe publicitario para el lanzamiento definitivo como libro unos meses después. El francés va a quebrar los cimientos de una burguesía acartonada y a romper con la tradición moralizante de la literatura de la época. En Madame Bovary no hay mensaje ni enseñanza, no hay héroes impolutos ni responsables de grandes hazañas. Mario Vargas Llosa dice que refleja “el reino de la mediocridad, el universo gris del mundo sin cualidades”, con personajes vulgares, comunes y opacos, lejos de los monstruos desbordantes Flaubert en el germen de las vanguardias Si bien Madame Bovary es considerada una de las obras maestras del realismo literario, el tratamiento de sus temáticas está asociado al retrato del perfil psicológico de Emma como personaje central y su traumático viaje hacia el suicidio. Esto lo llevará a trastocar en parte la tradición de la novela realista a la que pertenece. Otro aspecto por el que su prosa es sumamente novedosa para el momento son los juegos de voces que ofrece al lector, donde hay momentos de tal acercamiento del narrador omnisciente con los personajes que se logra un efecto de difusión, en donde no se logra identificar muy bien al que relata. Este procedimiento le sirvió a Flaubert para flexibilizar su texto sin quebrar el ritmo y la unidad narrativas, logrando una notable movilidad en tiempo y espacio. El perfil psicológico y los juegos de narrador serán tópicos que tomarán y perfeccionarán en el siglo siguiente dos grande exponentes de la vanguardia literaria: James Joyce en su Ulises y Marcel Proust con En busca del tiempo perdido, en ricas puestas de multiplicidad de narradores y abordajes oníricos con fuerte influencia freudiana. Flaubert creía que el arte de la novela era el arte de la descripción, y en Madame Bovary esta idea alcanza su esplendor. “Quisiera escribir todo lo que veo, no tal como es, sino transfigurado”, aseguraba. Esta es la clave en la estética de Flaubert, que la realidad le sirve no para copiarla al estilo naturalista sino que debe utilizarse como inspiración para lograr una verdad literaria, una verdad construida en el texto. Picasso, décadas después, llevaría esa concepción al máximo, con una frase que sintetiza muy bien uno de los pilares sobre los que se asientan las vanguardias del siglo XX: “Yo no pinto lo que veo, pinto lo que pienso”. Hace 150 años se publicaba un texto que daría forma definitiva a la novela tal como hoy se la concibe y, contra todos los pronósticos que decretan la muerte de este género, en enero de este año la revista Times la puso entre los 10 mejores libros de todos los tiempos. “La estirpe de los gladiadores no ha muerto, todo artista lo es”, sostenía Flaubert, como una premonición inconsciente de su inmortalidad.