340 FERDINANDO CASADIEGOS CÁCERES • Debía ser lícito: el hecho prohibido por la ley o contrario a la moral o a las buenas costumbres, como sería cometer un homicidio o ejercer la prostitución, no podría ser objeto de un contrato. • Debía ser determinado. Sin embargo, esa determinación no tenía por qué ser absoluta y actual; bastaba con que lo fuera relativamente, como ocurría si se dejara librada su determinación a la voluntad de un tercero o si pudiera determinarse por la relación de la cosa a entregarse con otra, como sucedería si se obligase a entregar la cantidad que tengo en caja (quantum in arca habeo), también podía quedar librada a la voluntad del deudor, el acreedor o de un tercero, la elección entre dos o más presentaciones, como el caso de las obligaciones alternativas, o la cosa misma a entregarse como en las obligaciones de género. En cambio, no podía quedar librada de un modo absoluto a la voluntad del deudor, ni la determinación del objeto ni la cantidad, cuando se trataba de obligaciones de dar cosas fungibles. • Debía presentar un interés para el acreedor porque el interés es la medida de las acciones y sin interés no hay acción. En principio falta el interés en los siguientes casos: 1. Cuando la cosa pertenece ya al acreedor. 2. Cuando no es susceptible de apreciación en dinero. La causa. Tratándose de obligaciones contractuales, en el viejo derecho romano, cuando no se conocían más que los contratos formales o solemnes, la validez de aquellos era totalmente independiente de cualquier otra causa que no fuera la forma. El deudor quedaba obligado por el solo hecho de haberse cumplido la solemnidad ordenada por la ley; en la estipulación, por ejemplo, por haber contestado afirmativamente a la pregunta formulada por el acreedor, y en el contrato litteris, por el solo hecho de haber hecho el correspondiente asiento en su codex. Son los llamados contratos abstractos, en los cuales no se entra a averiguar la finalidad que ha tenido en mira el obligado, al contraer su obligación, es decir, el cur debetur. Aun cuando la causa que hubiera tenido en vista el deudor al obligarse no existiera en realidad, como sucedería si hubiese prometido una suma de dinero como precio de una cosa que creyera haber comprado, sin que la otra parte contrajera la obligación de entregársela, no por eso quedaba menos obligado.