Leer en espacios no convencionales Por Marcy Schwartz, Rutgers University La Torre de Babel de Libros, una instalación de la artista argentina Marta Minujín, se abrió al público en la Plaza San Martín en Buenos Aires en mayo de 2011. La Torre fue uno de los eventos inaugurales del año en que Buenos Aires fue Capital Mundial del Libro. Más de 26.000 personas subieron las rampas curvas hacia la altura de siete pisos de la estructura efímera. La tela metálica de la torre espiral se cubría enteramente, por dentro y por fuera, de 30.000 libros donados por varios grupos internacionales y embajadas, libros en tantas lenguas como se pudieran encontrar. Mientras hacían cola para entrar en la torre inspirada por Bruegel, los visitantes recibían una edición dorada del famoso cuento de Borges, “La biblioteca de Babel.” Tal fue el éxito del evento que la demolición de la estructura se aplazó por varias semanas para recibir más visitantes. Luego del desmantelamiento, todos los libros fueron donados a una de las bibliotecas públicas de Buenos Aires, la Biblioteca Manuel Gálvez, para crear la primera biblioteca pública oficialmente multilingüe. Este evento literario masivo en una plaza pública nos sirve de ejemplo de un fenómeno latinoamericano que se repite en los últimos 15 años: una renovación del interés, muchas veces con inversión en infraestructura, en los espacios públicos y con presencia literaria. En un congreso sobre los nuevos acercamientos a los espacios públicos en América Latina, el pensador mexicano Roger Bartra destacó algunas de estas perspectivas actuales: “Se trata de un nuevo espacio de poder más atravesado por los flujos culturales y simbólicos que por el intercambio de bienes materiales: un espacio legítimo, generador de legitimidad, pero poco o mal legislado, impulsado por una economía emergente que se basa más en la producción y circulación de ideas y menos en la de objetos” (Bartra 338). Aunque los libros sí son objetos materiales, en los ejemplos de lectura en espacios públicos que voy a presentar aquí, los libros participan más como disparadores de experiencias culturales y simbólicas en esta “producción y circulación de ideas” que Bartra elabora. En el plan de lectura de la República Dominicana de 2007, por ejemplo, entre las estrategias enumeradas se incluyen: “Apoyar las iniciativas de la sociedad civil y espacios alternativos para la formación de lectores” (17) y “Difusión de la lectura a través de medios no convencionales de comunicación” (17-18). En un reportaje de 2002, el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) promueve generar “canales de distribución más ágiles y oportunos. . . . y patrocinar espacios de lectura compartida” (25). Hace varios años que estudio lo que llamo “lectura pública” en espacios urbanos, que consiste en programas que buscan crear una conversación colectiva, reúnen la ciudadanía en torno a una imaginación literaria común, auspician un espacio discursivo inclusivo para la comprensión mutua y promueven la convivencia. Estas iniciativas usan el espacio público, reparten obras de creación a un público masivo, fomentan la lectura colectiva en lugar de la individual y promueven el acceso a la literatura en espacios no convencionales. En esta presentación voy a dar algunos ejemplos más de programas de lectura pública que cumplen con lo que el plan de lectura dominicana, CERLALC, y estas nuevas concepciones del espacio público prometen. Programas de lectura en transporte público y editoriales cartoneras señalan cómo la lectura en espacios abiertos urbanos se presta a la identificación social y civil, y cómo el libro puede fortalecer la convivencia. Sobre ruedas: Lectura en transporte público Desde el comienzo de los 2000, se ven programas de promoción de lectura en el transporte público en muchas ciudades latinoamericanas. Cada uno de estos programas, auspiciados por el gobierno municipal, por una entidad privada, o una combinación de estas fuentes, contribuye al énfasis en renovar el espacio ciudadano común. A veces estas iniciativas surgen como respuesta al retorno a la democracia después de años de represión dictatorial, como en el caso de Santiago, Chile, o de combatir la violencia política, como aquí en Colombia. Los programas de lectura pública también emergen del fracaso de las políticas económicas neoliberales impuestas en la región desde los años 70 y 80, donde la privatización dejó abandonado lo público y terminó agravando las inequidades socioeconómicas. Volver a apoyar lo público ha sido una reacción sociopolítica y también cultural. Allí entra la lectura como herramienta para consolidar el espacio urbano para la ciudadanía en vías de restablecer una identidad cultural cívica. Como parte de esta iniciativa se observa un auge de inversión en infraestructura como parques, plazas, transporte y bibliotecas. Lo que la lectura pública señala es precisamente la confluencia de estos elementos urbanos --servicios e infraestructura—para promover campañas de convivencia. El centro de investigaciones FLACSO define el espacio público como “la esfera social donde los discursos de y sobre la ciudad viajan, se ponen en circulación, se recontextualizan y se reproducen” (Buendía Astudillo). La importancia del movimiento y la circulación se manifiesta en los programas de lectura pública que quieren difundir y hacer circular la literatura, sacarla de los estantes de las librerías y las bibliotecas, conectarla con la calle. En Bogotá la lectura en el transporte a través de Libro al Viento es acompañada por una importante reinversión en el espacio público de la ciudad durante las alcaldías de Antanas Mockus (1995-1997 y 2001-2003) y Enrique Peñalosa (1998-2001). Libro al Viento, que empezó en 2004 y sigue hoy en día, es uno de los programas modelo que combinan literatura e infraestructura urbana en el transporte público. Inspirado en un programa afín en México DF, llamado Para leer de boleto en el metro, Libro al Viento se asociaba durante los primeros años con el TransMilenio, sistema de autobuses rápidos inaugurado en Bogotá al comienzo de los años 2000. Cuando la renombrada escritora Laura Restrepo y la anterior directora de la Biblioteca Nacional Ana Roda inventaron Libro al Viento, la idea era “no sólo promoción de lectura sino también señalar que la lectura, la literatura, puede ser parte de la vida diaria de las personas” (Roda entrevista). Financiado por el gobierno municipal y, al comienzo, el TransMilenio, el programa contribuye a una serie de iniciativas del momento para promover el orgullo urbano y restablecer lazos interpersonales cívicos, o convivencia. Inspirado en una concepción que entiende la lectura no como un privilegio sino como un derecho, ha publicado y distribuido gratuitamente más de 100 títulos hasta la fecha. Los libros de bolsillo de formato pequeño se lanzan en ediciones de entre 30.000 y 100.000 ejemplares y se encuentran en mercados, oficinas públicas, hospitales, comedores populares, parques, colegios y bibliotecas. Al principio se encontraban también en las estaciones troncales de TransMilenio, en estantes especialmente construidos para presentar y proteger los libros de los elementos. Los textos representan autores, épocas y géneros variados. El primer libro fue el clásico Antígona de Sófocles, el segundo una selección de la autobiografía de Gabriel García Márquez. Sin fines didácticos, Libro al Viento propone lectura para disfrutar, para pasarlo bien, para conversar con otros. Uno de los editores de Libro al Viento comenta acerca de la meta de extender la lectura literaria más allá de un élite intelectual para que ciudadanos comunes lleguen a ser “partícipes de un proyecto como el bien público” (Paredes entrevista). El vínculo entre la lectura y el espacio urbano es clave en estas iniciativas. Como comenta un artículo sobre Libro al Viento, “[e]l objetivo, además de la promoción de la lectura, es rescatar la plaza como punto de encuentro, de tradición y de memoria colectiva” (Ávila 2007, 8). En los comienzos del programa la contratapa de los libros promocionaba el TransMilenio, recordando a los lectores que podían recoger y devolver los libros en sus estaciones. Una vez que TransMilenio dejó de financiar el proyecto, la contratapa cambió: “La ciudad es de todos y sus libros también. Contribuya con el éxito de esta campaña; es un voto de confianza en Bogotá.” La programación de los títulos se compromete con estos objetivos urbanos, y cada año algunos se relacionan directamente con Bogotá (concurso de cuentos, ensayos históricos de viajeros, etc.). También en Medellín hay un programa de lectura afín en combinación con el metro, llamado Palabras Rodantes; y en varias ciudades colombianas se nota la presencia de bibliotecas en estaciones de metro en varias ciudades, como las Biblioestaciones en las estaciones de TransMilenio, donde ahora se encuentran los libros de Libro al Viento. Entre los varios programas que acercan lectura y transporte que se encuentran en ciudades latinoamericanas, el de Santiago en 100 Palabras en Santiago, Chile, se destaca por incorporar no sólo lectura sino también escritura. El concurso público de microcuentos que promueve el programa se inauguró en 2001, ideado por un grupo de jóvenes artistas de la revista Plagio que encontraron financiación para su proyecto en la compañía de transporte público y una compañía minera, Minera Escondida. En algunas de las ediciones del certamen se recibieron más de 50.000 relatos. Los autores compiten por premios de dinero y de reconocimiento público, ya que los cuentos ganadores se publican como gigantografías en los andenes del metro y las paradas de autobuses. También se compilan los mejores cuentos del concurso en minilibros que se regalan en el metro. La escritora Alejandra Costamagna, quien ha formado parte del jurado que selecciona los cuentos, considera a Santiago en 100 Palabras “un ejercicio vivo: un diálogo en el espacio público” de voces que “expresan una historia colectiva” (10 años 189). La introducción a uno de los minilibros declara que el concurso sirve para “trascender la realidad y transformarla en cuento y, de este modo, descubrir la esencia de una ciudad que habla de nosotros y de quiénes somos. . . [y] a disminuir la distancia entre unos y otros” (2005, n.p.). El contacto interpersonal, servir como un vehículo para compartir experiencias urbanas comunes, humanizar el transcurso espacial de la ciudad y reimaginar la identidad urbana son algunos de los objetivos del concurso de Santiago que depende del transporte público. Cartoneando Pintado a todo color en la ventana del local de Eloísa Cartonera en el barrio de La Boca en Buenos Aires se lee: “Mucho más que libros”. Esta editorial que nació hace diez años y que inspiró a muchos grupos por toda América Latina --además de países como Mozambique-a establecer editoriales de cartón, siempre piensa el libro como un vehículo o un camino hacia la solidaridad. Washington Cucurto, Javier Barilaro y Fernanda Laguna fundaron la editorial después de una experiencia informal de decorar tapas de libros de poesía que se llamaba “Arte de tapa.” Lo que se nota en este proyecto de encuadernar textos literarios en cartón comprado a cartoneros y pintarlos a mano es un retorno a la materialidad de libro a través de un proceso artesanal. Si bien las editoriales cartoneras nacieron de la crisis económica, y aún siguen trabajando en muchos casos con grupos marginales, ahora continúa como una estética reconocida y como una práctica social. El grupo Animita Cartonera de Chile arma talleres para hacer libros con jóvenes de una comunidad marginal, mientras que otros grupos como La Cartonera de Cuernavaca, México produce libros más estéticos. Las editoriales cartoneras emergieron de crisis económicas y de una preocupación por grupos marginales, y su estética --que varía de grupo en grupo-- a menudo incorpora una práctica social. Muchas editoriales cartoneras han sido fundadas por mujeres artistas, escritoras y activistas como es el caso de Animita Cartonera en Santiago, Chile, fundada en 2005 por Ximena Ramos Wettling y Tanya Núñez Grandón quienes declaran que Animita Cartonera “es una editorial con un fin social, cultural y artístico” (Bilbija y Celis Carbajal 81). Varias editoriales cartoneras comparten esta dimensión social, siguen enfatizando la sostenibilidad económica de todos los participantes y rechazan toda asociación de caridad o asistencialismo. (Dulcinéia en Bilbija y Celis Carbajal 145). Las editoriales pagan mejor a los cartoneros (que recogen el cartón) que el mercado convencional, lo que ayuda a sostenerlos. Además, cada grupo determina cómo los que producen y venden los libros van a beneficiarse con su venta. Al ser también una forma de resistencia contra la industria editorial transnacional, las editoriales cartoneras trabajan en condiciones precarias y suelen carecer de espacio establecido para la confección de libros. Ramos Wettling y Núñez Grandón dejan sus materiales en una oficina ubicada arriba de un local de venta de autos, y transportan su cartón, pintura, pegamento y pinceles a un barrio marginal donde han entrenado a unos jóvenes en la fabricación artesanal de libros. Caracterizan la existencia de Animita como “muy gitana” (entrevista personal), refiriéndose al carácter nómada del grupo. Dulcinéia Catadora, basada en San Pablo, Brasil, arma su taller en una cooperativa de reciclaje cuyo espacio se sitúa debajo de una autopista. Dulcinéia surgió luego del entrenamiento que realizaron con Cucurto y Barilaro en la Bienal de San Pablo de 2006 y ahora está produciendo libros con miembros de comunidades en favelas de Rio de Janeiro cuya vivienda, ya de por sí vulnerable, está en riesgo por los planes oficiales para los Juegos Olímpicos de 2016. Los mismos residentes de la comunidad de Morro da Providencia producen textos y también fotos para los libros cartoneros que ellos mismos confeccionan y venden. Con residentes de Pedra Lisa, el barrio más pobre de todos, hicieron un libro titulado Soluciones de vivienda. Lúcia Rosa, artista plástica, escultora y fundadora de Dulcinéia Catadora, se refiere a estos libros como híbridos que reúnen el arte visual y la literatura. Rosa enfatiza el significado del cartón, un material sin valor porque viene de la basura, en todas sus iniciativas librescas: Los cartoneros empiezan a ver otra manera de usar el cartón, una manera artística, cuando lo ven como un material para expresarse. Quizá tiene el poder de iniciar una revolución en su interior. Cuando haces algo que otros consideran hermoso, te da la posibilidad de ver algo hermoso en ti mismo. Trabajar con cartón transforma la manera de ver un material tan común y les ayuda a construir su autoestima. (entrevista personal) El aspecto callejero de las editoriales no sólo se basa en su materia prima, el cartón reciclado, sino también en su manera de crear y difundir los productos y en su forma de identificación. El nombre de la editorial cartonera peruana, Sarita Cartonera, está inspirado en el nombre de una santa popular vernácula, aunque no oficialmente beatificada por la iglesia católica, “la santa de a pie. . . [Que sabe] encontrar esperanza en la calle entre los borrachos y las putas” (manifiesto en Bilbija y Celis Carbajal 67). En su manifiesto los integrantes de Sarita se declaran identificados con lo popular, lo femenino y con el nombre de su local: Chusca. Cultura Local Contemporánea. “Chusca” en el Perú es un término despectivo que se asocia con lo “callejero, vulgar, bajo, grotesco. . . usamos en femenino además, para acentuar la exclusión. . . . Todos somos chuscas aquí” (71). Otra iniciativa para acercarse más a la calle Se ve en el kiosco de Eloísa Cartonera en la avenida Corrientes en Buenos Aires. Ya que su taller/librería se encuentra en La Boca, barrio un poco apartado del centro, decidieron comprar un kiosco e instalarlo en una de las avenidas más concurridas del centro urbano. Allí venden sus libros, pintan tapas, presentan lecturas de poesía, pero más que nada se sitúan en pleno centro para atraer lectores. Comentando el proyecto del kiosco, Cucurto y María Gómez, su pareja e integrante al proyecto, subrayan la accesibilidad y el elemento callejero: Un puesto [kiosco] es algo intermedio. En el puesto conocemos otros mundos distintos, el mundo de la ciudad, de la venta ambulante callejera. Hay todo un mundo lumpen que se acerca a nuestro proyecto que vive en la calle y que ve en nosotros una afinidad muy grande. Mucha gente se acerca feliz a abrazarnos, se alegra de que estemos en el centro de la ciudad, más accesibles. Cuando pintamos libros todo el mundo se acerca y muchas veces tuvimos que cortar el tránsito de la avenida por la cantidad de gente que ronda el puesto. (Cucurto y Gómez entrevista) Conclusiones: Esta exploración del libro puesto al servicio de la escultura, al rumbo del movimiento en el transporte público y hecho a base de cartón de la calle revela la flexibilidad de este objeto más allá del consumo comercial y de la enseñanza institucionalizada. Hace veinte años, la crítica literaria Jean Franco previó el desafío del libro: “las nuevas tecnologías de comunicación han creado una clase de tecnócratas y nuevos públicos para los cuales la cultura impresa ha perdido su lustre y ahora compite – y a menudo es sobrepasada – con la cultura visual y auditiva” (traducción mía, 198). En nuestro momento actual de competencia de medios, cuando muchos declaran la muerte del libro, estas iniciativas confirman la adaptación casi heroica del libro a nuevos medios y modelos. La instalación masiva de Minujín, la distribución de libros en el transporte público, y la confección artesanal a base de cartón parecen contradecir al mercado al abrazar una nueva concepción de espacio público. La visibilidad del libro y la celebración de la lectura en ambientes abiertos y públicos explotan la lectura literaria como política de convivencia. Bibliografía Ávila, Fredy. "Mercado de libros, libros en el mercado." Ciudad Viva. Enero 2007: 8. Bartra, Roger. “Los nuevos espacios públicos de la izquierda.” En Reabrir espacios públicos: políticas culturales y ciudadanía, ed. Néstor García Canclini. México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2001. 331-44. Bilbija, Ksenija and Paloma Celis Carbajal, eds. Akademia Cartonera: A Primer of Latin American Cartonera Publishers = Un Abc de las Editoriales Cartoneras en América Latina. Madison: Parallel Press, University of Wisconsin-Madison Libraries, 2009. Print. Buendía Astudillo, Alexander. "Ciudad, espacio público y comunicación: Una reflexión en torno al discurso pedagógico de y sobre la ciudad." In Lo urbano en su complejidad: Una lectura desde América Latina. Ed. Marco Córdova Montúfar. Quito, Ecuador: Flacso Ecuador: Ministerio de Cultura, 2008. 257-66 CERLALC. El libro y la edición: hacia una agenda de políticas públicas. Bogotá: CERLALC, 2002. Cucurto, Washington y María Gómez. Entrevista (email). Buenos Aires, Argentina. 12 diciembre 2013. Franco, Jean. "What's Left of the Intelligentsia? The Uncertain Future of the Printed Word." Critical Passions: Selected Essays. Eds. Mary Louise Pratt and Kathleen E. Newman. Durham: Duke University Press, 1999. 196-207. Libro al Viento. (Accessed June 27, 2013 at http://www.culturarecreacionydeporte.gov.co/portal/libro-al-viento). Minujín, Marta. “La Torre de Babel de Libros.” Plaza San Martín, Buenos Aires. 2011. Instalación. Paredes Castro, Julio. Entrevista personal. Bogotá, Colombia, 2 febrero 2008. Plan quinquenal del libro y la lectura República Dominicana, 2007-2012 : ¡Hacia un país de lectores! Santo Domingo: Comisión Nacional del Fomento del Libro y de Lectura, 2007. Roda Fornaguera, Ana. Entrevista personal. Bogotá, Colombia, 8 noviembre 2011. Rosa, Lúcia. Entrevista personal. São Paulo, Brazil. 14 enero 2012. Santiago en 100 Palabras. Los Mejores 100 Cuentos II. Santiago: Metro de Santiago, 2005. -----. 10 Años de Santiago en 100 Palabras (2001-2010). Eds. 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