EL SI-MISMO COMO GENERADOR DE SÍMBOLOS: UNA CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA DE CARL G. JUNG PARA EL SIGLO XXI Sección: Antropología y Teoría de la Cultura Mª Mercedes Domínguez Regueira - email: pammerce@correo.cop.es Lda. en Filosofía y en Psicología por la Universidad de Barcelona, Posgrado en “Armed Conflicts and Crisis Management” por la UOC, Analista Didacta Junguiana por la International Association of Analytical Psychology (IAAP) y por la Sociedad Española de Psicología Analítica (SEPA), Psicoterapeuta por la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas (FEAP) Actividad profesional actual: Profesora de Filosofía en el IES Joan M. Thomàs de Palma de Mallorca, profesora de la Sociedad Española de Psicología Analítica y escritora. Resumen de la comunicación En 1912 Jung publicó Símbolos de Transformación, obra que sentó los cimientos de su pensamiento posterior, dónde conceptos como: inconsciente colectivo, realidad psíquica, arquetipos o Sí-mismo, fueron construyendo una novedosa visión antropológica del ser humano que entronca con una corriente filosófica claramente neokantiana de la psique. Desde entonces hasta ahora el empleo de estos conceptos ha sido vastamente asimilado y paulatinamente se ha ido forjando un entramado teórico que desde las diferentes tendencias junguianas actuales nos presenta un método hermenéutico que permite un acercamiento bastante esclarecedor al ser humano, no sólo como ente individual y social, sino también como creador de cultura y saber. Los arquetipos y el Sí-mismo, que en sí mismos son indefinibles, aunque están y actúan en nosotros, pertenecen al mundo noúmenico de la metafísica. Los arquetipos son los aprioris estructuradores del mundo afectivo-relacional humano y el Sí-mismo se erige como el núcleo central generador de símbolos en doble faceta: individual y colectiva, pues el ser humano puede considerarse a la vez como individuo y especie, siendo además un habitante de dos mundos: el consciente y el inconsciente. Ese Sí-mismo en su faceta individual refiere al concepto metafísico de alma, tiene una función a priori estructuradora del ser humano como dador de sentido y generador de símbolos, siendo también responsable del proceso de individuación: proceso dialéctico de autodefinición y limitación. La función simbólica, propia únicamente del Sí-mismo, gracias a la cual elaboramos el significado de nuestras experiencias externas y nuestras vivencias internas, unifica nuestras dualidades: individual-colectivo y consciente-inconsciente. El símbolo representa esa síntesis dialéctica. Así pues, el ser humano es creador de ese mundo simbólico en el que vive y dándole un significado, da también un sentido a su vida. Sin embargo, el Sí-mismo en su faceta colectiva, como arquetipo de la totalidad, refiere a lo que los antiguos llamaban el Logos Divino. Ese Sí-mismo creador en su fluir energético, se expresa desde el inconsciente colectivo, al cual el ser humano también pertenece, por ser parte de una especie. La sociedad humana es, pues, formada y transformada a través de símbolos, que hacen consciente y definen también al ser humano en su generalidad. Además el Sí-mismo tiene en el mito su forma propia de expresión. Ese lenguaje mítico impregna toda la cultura humana. El mito apunta más allá de él y es capaz de trascender la bipolaridad real-imaginario. Siguiendo el paradigma junguiano: lo divino se realiza y expresa en cada uno de nosotros y ese hecho da sentido a lo que somos, hacemos y sentimos. Esa función estructuradora a priori nos permite comprender y captar el significado del quehacer divino en nuestra conciencia. Dios se presenta, pues, como una necesidad humana, es el mito de los mitos: el absoluto Dador de sentido de los individuos. Pero aunque podemos descubrir a Dios en nuestra psique, eso no es una prueba fehaciente de su existencia más allá de la realidad psíquica. Él es real, pero su realidad queda circunscrita al mundo interior del ser humano, ahí se halla su imago. El método hermenéutico junguiano no sólo es válido terapéuticamente como herramienta de salud mental, sino como análisis de la sociedad a través del mito en todas sus expresiones: artísticas, científicas, políticas. Las historias míticas se escriben y reescriben constantemente para que el mensaje del Sí-mismo penetre en las conciencias individuales y así el ser humano pueda llegar a una mayor comprensión. Pero, incluso este proceso es en sí mitológico pues conlleva en sí mismo la figura del saber perdido y buscado para ser restaurado. El análisis mitológico de la realidad presente a través de su expresión simbólica puede acercarnos a la posibilidad futura y tal vez (digo aquí tal vez, pues se necesita tanto la conciencia como la voluntad), los seres humanos podamos prevenir hechos que de realizarse nos abocarían a nuestra propia destrucción colectiva. Lo terapéutico del método no es sólo aplicable al hecho individual, sino también al hecho colectivo. La memoria colectiva está siempre en nosotros, a veces consciente y otras veces inconsciente. Pero el saber de la humanidad está siempre ahí y su camino va desde el interior al exterior. Entonces, si consideramos Internet como expresión actual de ese Sí-mismo colectivo con todas sus dualidades: realidad-ficción, bueno-malo, libertad-manipulación… Y entendemos la red como el gran escenario mitológico de las potencialidades humanas, encontraremos desde la hermenéutica junguiana que ese espacio virtual poseedor de una indudable realidad psíquica y de acción, nos muestra abiertamente la esencia humana. Un ser humano más consciente de su cometido que conecte con los otros no sólo a través del conocimiento sino también del sentimiento, dueño de su libertad y responsabilidad como creador de su mundo individual y colectivamente es un reto para el siglo XXI.