Otorga 1 crédito para la recertificación profesional Código: 2.01.06 DO-10412-0613-0 Actualización en la gestión de la farmacia Módulo 6 Liderazgo, motivación y coaching Sexta entrega del curso que desarrollará las estrategias en la gestión de la farmacia, tanto internamente como en la relación con clientes, proveedores y competencia. Serán ocho módulos especiales. En la edición 208 (junio 2012), el cuestionario de evaluación. Por Alfredo Fenili * A . yer Los conceptos van evolucionando. Los cambios que se producen en las sociedades y las personas afectan todos los aspectos del comportamiento y las relaciones humanas. Bajo esta perspectiva, es necesario primero encuadrarnos en el contexto actual y ver como el concepto de liderazgo ha cambiado según los años, así que nuestra primera aproximación es retrospectiva. Si este artículo lo hubiese escrito en 1960, pensaríamos al liderazgo desde una perspectiva ligada a la capacidad del individuo para serlo: sólo pueden ser líderes aquellos que tengan talento natural para liderar (remarco el masculino porque lo líderes sólo podían ser varones). Es un modelo basado en los rasgos de personalidad de los grandes personajes de historia que mostraron su carácter desde la motivación, la arenga hacia las masas y la acumulación de poder. En los años ‘70 se agregó lo que podríamos llamar la influencia sobre las personas. Así, el liderazgo se define como la capacidad de influir sobre los demás, achicando la perspectiva de masa pero manteniendo distante al líder de sus “seguidores”, no sea cosa de acercarse demasiado. Más tarde aparece el concepto de autoridad, es decir, la necesidad de que los líderes no se refugien sólo en su poder y sean reconocidos y respetados por sus “colaboradores” (ya no seguidores). Liderar bajo este principio es generar autoridad más que poder. Evidentemente, se ha evolucionado hacia un liderazgo más horizontal y con una perspectiva más humana. El acercamiento a las personas y acortar las distancias hace al líder más vulnerable y falible, pero más integrado a sus equipos de trabajo. Nos faltarían algunos conceptos para agregar, primero una visión más “unisex”, pues entre los atributos a destacar se encuentran aquellos menos rígidos como la intuición y la empatía y segundo una gran capacidad adaptativa, como diría Rogers, que define a los líderes como “adoptadores tempranos”, es decir aquellos que son capaces de producir cambios en sí mismos para estar a la altura de los cambios del entorno y lo hacen más rápido que la mayoría de las personas. Hoy y mañana. Hace unos meses salió un artículo en un diario que hablaba sobre la falta de líderes. Relataba las dificultades que tenemos hoy para asumir aquellos atributos necesarios para el rol. Estos comentarios despertaron en mí la siguiente reflexión. En general asumimos una postura referente al liderazgo que podríamos resumir así: queremos acumular la toma de decisiones, o sea estar en todos los detalles de lo que sucede alrededor nuestros (“seguramente, nadie lo hará como yo…” o “no tengo tiempo de andar explicando cómo se hacen las cosas…”, etc). En síntesis, nos gusta acumular poder. Pero a la hora de repartir responsabilidades cuando las cosas no salen buscamos que haya “fusibles” en la gente que nos rodea. O sea: queremos tomar todas las decisiones pero repartir las responsabilidades. Creo que es precisamente al revés, hoy día el liderazgo de los equipos requiere desarrollar la actitud y la habilidad de delegar, que los colaboradores tomen decisiones correspondientes a sus roles pero debemos asumir las responsabilidades de estas decisiones: liderazgo es responsabilidad. Para consolidar esta nueva actitud hacen falta un par de ingredientes, necesarios por donde se los mire, que a su vez tienen un doble beneficio: por un lado, nos permite ejercer la función con eficiencia y por otro genera una motivación alta en la gente. Primer ingrediente: supervisar. Estamos más acostumbrados a controlar que a supervisar. Controlar es más fácil, veo como ha salido todo y listo. En realidad, hago con la gente lo que debería hacer con los procesos o los recursos (ojo, la gente, o sea nosotros, no somos recursos, somos personas que cumplimos roles y funciones, como diría Aristóteles somos la “causa eficiente”, los que hacemos que las cosas pasen) y a las personas se las supervisa, se las ayuda a resolver acompañándolas en el proceso de aprendizaje. Controlamos un stock, pero con nuestros colaboradores caminamos juntos el proceso de desarrollo personal y profesional. Claro, esto es trabajoso y requiere tiempo, pero es la manera de hacer las cosas, es la forma de ejercer con eficiencia la función de conducir. Un día, mientras estaba dando un curso de capacitación, una de las expectativas de uno de los participantes fue: “quisiera saber cómo manejar los recursos humanos” (textual). Esto nos llevó un rato largo de reflexión: no somos recursos y menos se nos debe manejar, se nos puede conducir y ayudar a resolver los problemas que nos surgen todos los días. Segundo ingrediente: generar identidad (para luego derivar en el sentido de pertenencia). Vale decir, reconocer el esfuerzo de la gente o simplemente alentarlos para hacer las cosas mejor. Esto es muy importante pues a todos nosotros nos gusta sentirnos valorados y reconocidos por alguien importante en nuestra vida: nuestro líder. Identidad es sentirse a la altura de las circunstancias, estar preparado para responder a las exigencias que nos plantea el mundo del trabajo. Una persona que logra identidad genera sentido de pertenencia con su equipo, con la empresa, con los objetivos y las estrategias. Es imposible pretender que se sienta pertenencia (“que la gente se ponga la camiseta…”) cuando no se sienten valorados en su rol y función. Ese es el verdadero rol del coach. Ahora, el liderazgo se transformó en coaching. El coaching es un proceso de comunicación permanente en el cual el líder guía, apoya, corrige, señala y hace acompañamiento del desempeño de un colaborador. El propósito es ayudar al desarrollo de las fortalezas y en la superación de dificultades para optimizar el desempeño. Es el proceso de aplicación del liderazgo a la conducción de equipos de trabajo. Entendemos que este proceso requiere de tres etapas: 1) Una etapa diagnóstica, donde el coach y el colaborador buscan coincidencias sobre aquellos aspectos de la gestión que se deben mejorar. Vale aclarar que cualquier persona se siente motivada a mejorar y/o consolidar su desempeño cuando visualiza claramente cuáles son aquellos sobre los que debe concentrarse o sea debe identificarlos y coincidir con el coach en la mirada. Muchas veces las evaluaciones de desempeño tradicionales marcan atributos y desempeños desde la óptica de quien conduce, de alguna manera “califica” en algún momento determinado, la conducta laboral del colaborador. Esto no significa que el colaborador esté impulsado a la mejora de lo que no se hizo bien y a la consolidación de sus fortalezas. Muchas veces percibe esto como externo y no cambia conductas, en todo caso hará algo mientras quien califica esté observando y atento (se parece a la conducta escolar del alumno que sólo responde a la actitud atenta de la maestra y lo hace para quedar bien y no tener baja nota más que por un deseo personal de mejorar). La verdadera mejora se produce en la mirada compartida, en que se observe en conjunto cuáles son aquellos aspectos a trabajar. 2) La segunda etapa es la de implementación a través de un plan de acción. Una vez hecho el diagnóstico debemos confeccionar un “pequeño plan” de mejora. Digo pequeño no en sentido despectivo sino en que siempre debemos concentrarnos en objetivos concretos y posibles y que el logro motive seguir avanzando. Hay una frase muy interesante al respecto: “pensar en grande, hacer en chico”. El plan de acción, entonces determinará una serie de cuestiones a tener en cuenta para trabajar sobre los aspectos de mejora y por supuesto, deben dimensionarse en tiempo y forma (cómo y para cuándo). 3) La tercera etapa es el monitoreo, ir efectuando seguimiento del plan. Debo hacer una aclaración al respecto: todo plan es la consecuencia de una planificación (el proceso de pensamiento y trabajo previo que deriva en un plan) y debe reflejar una coherencia entre el estado de situación actual (diagnóstico) y el deseado a futuro (objetivos). En este sentido las acciones determinarán el camino entre el ahora y el mañana. Los planes nunca son rígidos e inalterables, sino flexibles y con la posibilidad de introducir los cambios necesarios. Vale decir, y aplicándolo a nuestra etapa de monitoreo, seguir un plan implica no sólo ver cómo se está desarrollando sino también introducir los cambios y mejoras necesarios. Estas etapas son la base del coaching situacional, vale decir, centrado en los procesos de conducir equipos de trabajo que aprendan a ser críticos de sí mismos y que puedan mejorar con el tiempo. Mirar de frente (para construir futuro). Una cuestión a tener en cuenta es lo que podemos llamar accesibilidad, estar disponibles para los colaboradores y no gestionar desde la distancia (lo que se llama la “soledad del poder”, que ya no sirve más como modelo de gestión). Hay una manera de hacer las cosas que se llama “gestio- nar a nivel de los ojos” y que significa que uno es capaz de interactuar en forma directa y generar un contexto dónde las conversaciones sean posibles. Esto posibilita que la gente se sienta cómoda y confíe en su líder y en la relación con él. Finalmente, debemos poner énfasis en la relación “uno a uno”. Es común escuchar quejarse por lo bajo (y no tan bajo sino a veces abiertamente) a quienes tienen hoy funciones de conducción, que “las nuevas generaciones” no tienen el compromiso y el sentido de pertenencia que se tenía antes (dirían: “que teníamos nosotros”). Este es un paradigma que debe ser discutido y finalmente destruido. En realidad no hay una tal falta en los más jóvenes, lo que hay es una manera distinta de concebir el mundo y por ende de relacionarse. Lo que debemos hacer es entender esta forma de comunicación y buscar puntos comunes, saber negociar y ocuparse de la individualidad, estar a disposición y comprender que no podemos trasmitir más los valores desde el estrado sino desde el llano de la relación personal. Ejercicio, difícil y complejo, pero posible…y altamente gratificante que permite el crecimiento institucional y el desarrollo de las personas. “El verdadero descubrimiento no consiste en cambiar el paisaje sino en cambiar la mirada” (ver distinto lo mismo de todos los días), Marcel Proust. * Socio de Grupo Boussy, estudio especialista en Capacitación y Desarrollo Humano