TEMA 5 EL HELENISMO: LOS “MAESTROS YODAS” DE LA FILOSOFÍA GRIEGA 0. El panorama helenístico. A mediados del siglo IV, se opera un cambio fundamental en Grecia: las polis griegas viven sumidas en un profundo caos después de un siglo de guerras y van dejar paso a una nueva potencia política: Macedonia, con Alejandro Magno a la cabeza va a extender el pensamiento griego hasta casi la India. Las polis dejarán de ser libres y pasarán a formar parte de los distintos reinos helenísticos que surgirán con la caída del Imperio persa. Esto va a tener repercusiones fundamentales en la filosofía griega: las preocupaciones metafísicas y políticas de Platón y Aristóteles comienzan a ser sustituidas por otro tipo de filosofía, de acuerdo con los nuevos tiempos. La política ya no tiene interés porque se ha perdido la libertad ciudadana, la metafísica también comienza a perder su atractivo. En su lugar aparece la ética: no importa ya el aspecto público del ciudadano sino su aspecto privado (cómo alcanzar la felicidad individual). Por otro lado, la difusión de la metafísica aristotélica y platónica, promoverá el desarrollo de la ciencia helenística: el platonismo desarrollará las matemáticas (la geometría de Euclides), mientras que el aristotelismo hará lo mismo con la física o la cosmología (Arquímedes, Aristarco o Ptolomeo). Alejandría será el centro de estos desarrollos. Por múltiples causas, el helenismo es similar a nuestra civilización actual de la globalización. Encuentro de culturas, pragmatismo, desarrollo de la ciencia y preocupación por la felicidad. Aquí nos interesa más esa última preocupación, que podríamos considerar en nuestros días como “libros de autoayuda”. Los filósofos son aquí como una especie de Santones o maestros orientales que no sueltan un sermón patatero sobre qué es la realidad sino consejos para vivir mejor o ser más felices ante la adversidad. A pesar de todas sus diferencias, mantienen una serie de similitudes entre sí, que aparecen ya en las Historias de Herodoto dos siglos antes (ver Uncle Tiburcio´s Tales 5). El ideal de todo filósofo es el autocontrol, el dominio de las situaciones adversas y la autosuficiencia (no depender de nadie). Pensemos que en este sentido estoicos, epicúreos y escépticos son como los caballeros jedi de la Guerra de las Galaxias (no por sus sables láser ni los guantazos que pegan sino por la serenidad mística que reflejan en sus actos). Como consecuencia de este ideal, el otro gran punto de contacto es la moderación y el equilibrio en el uso de los bienes materiales y espirituales, el predominio de la serenidad racional frente a los impulsos de los instintos naturales: algo que ya viene también de mucho antes. Los cínicos: la historia de Diógenes el Perro y Alejandro Magno. Un antecendente del movimiento helenístico son las escuelas cínicas y hedonistas, discípulos de Sócrates. Diógenes el perro era según sus coetáneos un zumbado que vivía en un tonel y que defendía una autosuficiencia total respecto a las cosas materiales y a los propios seres humanos. Detestaba las convenciones sociales, que consideraba ataduras del individuo y era el “enfant terrible” de la clase bienpensante y pudiente: iba en pelotas por ahí y se masturbaba delante de todo el mundo. La historia cuenta que Alejandro Magno se acercó a su tonel y para tentarlo, le dijo que cumpliría el deseo que él quisiera. El cínico le contestó que lo único que deseaba era que el emperador del mundo se apartara del tonel porque le estaba quitando la luz del sol. 1. LOS EPICÚREOS El fundador de esta escuela fue Epicuro de Samos en el siglo IV. Aunque su preocupación es completamente práctica (nos dirá: “vana es la filosofía que no cura los sufrimientos del hombre”) también tienen algunas ideas físicas. Son seguidores de Demócrito y los atomistas. Los movimientos de los átomos al ser espontáneos e indeterminados permiten al hombre tener libertad. El hombre se considera, completamente al contrario de los estoicos, como controlador de su propio destino. La preocupación ética de los epicúreos es alcanzar la felicidad, y esta se encuentra en el placer. Pero este placer no es de los hedonistas (amantes del placer inmediato, momentáneo y sin cálculo alguno de consecuencias), sino un placer basado en la mesura y el equilibrio de las necesidades naturales y la serenidad del espíritu. El cálculo prudente de consecuencias de nuestros actos (beber una cerveza es un placer, cogerse un pedo una desgracia), y la importancia de los bienes espirituales (la amistad, por encima de todo) son dos características propias de esta corriente. El ideal de felicidad será encontrar la ataraxia (ausencia de dolor y perturbaciones) pero para esto es también necesario haber encontrado la autarquía o autosuficiencia (como bien defendía Aristóteles). Para esto, Epicuro nos habla de cuatro remedios ante los problemas del hombre. Los miedos del hombre. - El miedo a los Dioses: si existen, no se preocupan de los problemas de los hombres. “No es impío quien niega al Dios del pueblo, sino el pueblo que da atributos suyos a ese Dios” - El miedo a la muerte: “El más terrible de los males, la muerte, no es nada para nosotros, pues cuando existimos la muerte no existe, y cuando la muerte existe, nosotros no existimos”. - El miedo al destino: Su existencia no es comprobada y por tanto podemos pasar sin él. - El miedo a las necesidades: Fáciles de satisfacer y los males son fáciles de evitar. 2. LOS ESTOICOS. Los estoicos sostuvieron un sistema ético con amplias repercusiones en Roma y la tradición cristiana. Son seguidores de Heráclito y al igual que él, sostienen que existe un logos, una racionalidad inherente a todo cambio en la realidad. Para ellos, el universo está regido por una inteligencia divina: todo lo que acontece en el cosmos tiene un sentido y por tanto una racionalidad. El planteamiento ético a seguir por el hombre estoico será por tanto de respeto hacia esa ley natural emanada por el cosmos. Esto tendrá dos implicaciones muy distintas y a menudo en contradicción. Por un lado la ética estoica tendrá un fuerte contenido racional y se basará en una ética de deberes. Por ejemplo: la ley natural implica que todos los individuos somos iguales en naturaleza y somos racionales y por tanto el estoico debe combatir el esclavismo imperante en su época. La parte más pesimista del estoicismo implica también que el hombre está sometido a esa ley natural y que debe aceptar sus mandatos, es decir, el destino, la fortuna o el fatum. El ser humano por tanto no es libre sino determinado por el orden de las cosas. La actitud a seguir por el sabio estoico es el camino de la apatheia: autocontrol, imperturbabilidad, liberación de todo deseo y aceptación de las cosas tal y como son, sin ánimo de cambiarlas. El estoico Séneca es un ejemplo claro de esto: durante buena parte de su vida la rueda de la fortuna le sonríe. Es consejero del emperador Nerón y tiene gran número de riquezas. Sus antiguos alumnos le echan en cara que haya traicionado su ideal de filósofo equilibrado y estoico. Sin embargo, Séneca les dice que lo único que hace es dejarse guiar por los acontecimientos y que en este sentido sigue siendo completamente estoico. Cuando cae en desgracia y es obligado a suicidarse, acepta el destino de la misma forma que lo había hecho antes. El hombre: un perro atado a un carro. Para los estoicos, la vida del ser humano es como un perro que está atado a un carro. Cuando ese carro desciende la ladera de un monte, el perro puede hacer dos cosas: o bien intentar detener al carro e ir contracorriente, o bien ir en el sentido que lleva el carro. Lo primero para los estoicos es una estupidez, porque el hombre nunca puede luchar contra el destino de las cosas. ¿Para qué luchar contra algo que no puedes superar? La única opción es que el perro acepte la dirección del carro. De esta forma ahorraremos fuerzas y estaremos más preparados para lo que el camino nos depare. Pensemos que esta actitud derrotista, lejos de no ser actual, es también una constante en nuestro mundo contemporáneo. 3. LOS ESCÉPTICOS. El escepticismo nació con Pirrón y Timón en el siglo III a.C. La solución de esta corriente es típica de una sociedad multicultural propia de los imperios helenísticos o el romano, parecida en parte al ambiente ateniense que permitió el ascenso de la sofística dos siglos antes o muy similar a las circunstancias que vivimos hoy en nuestra cultura occidental. Es una respuesta típica de una sociedad que pierde sus referentes básicos y que conduce a una actitud de cuestionamiento de todo lo que consideramos cierto o verdadero (relativismo). Como defienden en algunos de sus tropos, cada hombre tiene una percepción sensible de la realidad distinta de la de otro, y al mismo tiempo cada comunidad tiene costumbres que no tienen nada que ver unas con otras. Al no poder conocer las cosas en profundidad, el resultado de esto es abandonar el camino hacia la filosofía y hacer epojé, que significa abstención de juicio. El planteamiento escéptico sin embargo tiene como fin también la ética. El individuo debe intentar alcanzar la ataraxia (“indiferencia”) y el autodominio. Como no sabemos lo que es cierto, lo mejor es guiarse por las convenciones éticas y los conocimientos “más probables”, pero sin considerar que son estos completamente ciertos. A diferencia de los sofistas, los escépticos no tienen un fin político: si en los sofistas el relativismo conduce a la retórica y el control por la palabra, en el escepticismo conduce a la indiferencia y a unas reglas para sobrevivir individualmente en un mundo cambiante. Curiosamente para nuestra sociedad, al igual que para la romana o helenística, pensemos que el escepticismo más radical convive a menudo con el fundamentalismo más extremo: son dos caras del mismo problema. Al tiempo que se desarrolla el escepticismo, también se desarrollarán las religiones. Los hombres no siempre pueden vivir sin pilares que guían su vida y curiosamente el escepticismo perdió la batalla frente a las religiones orientales. Las conferencias de Carnéades. Un ejemplo de esta actitud escéptica la dio Carnéades, director escéptico de la Academia en la época romana. El tipo fue a Roma para hablarles de Platón y Aristóteles y convencer a los jóvenes de lo grandes que eran. Los romanos fliparon en colores y le aplaudieron como locos. Poco tiempo después, les dio una segunda conferencia refutando todo lo que había dicho en la anterior y poniendo en práctica esa epojé o abstención de juicio como conclusión a sus dos conferencias. Los romanos, gente poco dada a la filosofía por naturaleza, pensaron que estaba como un cencerro y que para llegar a eso no hacía falta comerse tanto la cabeza.