CAPITULO SEGUNDO EL SISTEMA ESTOICO 1. ¿QUÉ ENTENDIAN LOS ESTOICOS POR FILOSOFÍA? Al final del capítulo anterior hemos tocado brevemente sobre la concepción que Epicteto tiene de la filosofía y el modo inconsciente que contribuyó a la subsecuente pérdida de los textos de los primeros estoicos. Como se ha visto, para Epicteto la filosofía no es solamente el ser capaz de entender e interpretar los textos filosóficos; es también algo más práctico y existencial. Como tal, la filosofía para él es una actividad muy diferente de la disciplina académica moderna. Antes de volver a la filosofía estoica directamente es importante considerar precisamente cómo conciben los estoicos la filosofía y cómo su concepción de filosofía difiere de la nuestra. Si asumimos que los estoicos eran filósofos simplemente en el mismo sentido en que un moderno académico es filósofos, entonces corremos el riesgo de comentar innumerables equivocaciones y distorsiones. En particular, podemos finalmente simplemente abstraer aquellas partes de la filosofía estoica que se ajustarían a las categorías de la filosofía moderna e ignorando todo aquello que en efecto no se acomodaría. Mientras que tal acercamiento puede ser intelectualmente fructífero, no nos capacita para entender la filosofía estoica en sus propios términos. Comenzaremos, pues, por considerar algunas ideas estoicas sobre la naturaleza y función de la filosofía. El siguiente pasaje proviene de Epicteto: “La filosofía no se compromete, dice, a procurar al hombre lo que le es exterior, pues de lo contrario se ocuparía de cosas extrañas y no de lo que es su propia materia. Porque así como la madera es el material para el carpintero, el bronce para el escultor, así cada una de las propias vidas individuales es el material para el arte de vivir” (Diss., I, 15.2). Aquí Epicteto presenta la filosofía estoica como un arte (technê), un arte que está interesado en la transformación del propio modo de vida. En otra parte (Diss., 2, 19, 20.25) sugiere que el mejor indicador de la persona filosófica no es lo que diga sino su conducta. Sugiere que su estudiante intentaría observarse él mismo en sus acciones diarias a fin de que pudiera descubrir a que escuela filosófica realmente pertenece. Predice que muchos de sus estudiantes –todos cuales, naturalmente, estudian el estoicismo- encontrarán que son epicúreos (afirmando que el placer es el principio de la sabiduría), otros pocos descubrirán que son aristotélicos (afirmando que la virtud es el principio de la felicidad, pero requiriendo las circunstancias externas). Pero Epicteto duda que pueda encontrar muchos estoicos entre sus estudiantes (afirmando que el principio de la felicidad está en la virtud, sin la consideración de las circunstancias). Naturalmente, todos los estudiantes serán capaces de recitar los argumentos y doctrinas estoicas, pero como hemos visto esto no es suficiente para Epicteto. El verdadero estoico debe ser capaz de traducir estas doctrinas en una conducta concreta. No es suficiente decir que uno puede ser virtuoso, y de este modo feliz, sin tener en cuenta las circunstancias; uno debe ser realmente feliz sin tener en 26 consideración las circunstancias, si se está en peligro, es desgraciado, enfermo o moribundo. Este último pensamiento se refleja en un escalofriante pasaje de Séneca: “¿Cómo puedo saber con qué entereza has de soportar la pérdida de tus hijos, si ves a tu alrededor a todos los que has criado? Te he oído consolar a otros; recién te hubiera podido conocer al ver cómo te consolabas a ti mismo, cómo te vedabas a ti mismo el dolor” (De Prov., 4, 5). Para Séneca como para Epicteto es mejor actuar que hablar. En efecto, Séneca mismo es explícito sobre esta concepción de la filosofía. En una de sus cartas escribe: “La filosofía no es una actividad agradable al público, ni se presta a la ostentación. No se funda en las palabras, sino en las obras. Ni se emplea para que transcurra el día con algún entretenimiento, para eliminar del ocio el fastidio; configura y modela el espíritu, ordena la vida, rige las acciones, muestra lo que debe hacer y lo que debe omitir […] sin ella nadie puede vivir sin temor, nadie con seguridad” (Epis., 16, 3). Semejantes pensamiento pueden ser encontrados en Musonius Rufus (Discursos 5). En respuesta a la cuestión acerca de la relativa importancia de la teoría y la práctica, Musonius pregunta a quien a prefería uno confiar su vida: ¿a un médico sin experiencia que puede hablar muy bien sobre medicina, o a un experimentado y con una buena trayectoria en su ciencia, pero que no articula bien a hablar sobre tal ciencia? ¿De nuevo, podría uno mejor escuchar a uno que está versado en la teoría de la música que nunca ha tocado antes algún instrumento, o a uno que nada conoce de teoría musical pero que es un experimentado ejecutor de algún instrumento? La respuesta a ambas cuestiones es obvia. Lo mismo aplica en filosofía; evaluaríamos muchos mejor a alguien que trata de poner en práctica su filosofía que alguno que solamente habla de sobre filosofía. Tristemente, la falta de algún texto completo de los primeros estoicos hace esto difícil de conocer con seguridad si Zenón o Crisipo tuvieron esta concepción práctica de la filosofía esbozada por Musonius, Séneca y Epicteto. Es muy posible que haya podido ser una innovación tardía. Pero esto es en realidad muy improbable. Si Zenón estudió con Crates el cínico, entonces se esperaría de él una orientación igualmente práctica de su filosofía. El hecho de que Zenón no permaneciera en la escuela Cínica, sin embargo, buscando estudiar con Polemon, y eventualmente fundando su propia escuela, es una evidencia bastante clara que no deseaba convertirse en un cínico ortodoxo. Pero sin embargo, la orientación práctica del cinismo sin duda alguna dejó su propia marca. Y a pesar de algunos intentos posteriores de argumentar contra esta influencia del cinismo y afirmar que estuvo limitada en su juventud, estudios actuales han mostrado que los temas de la filosofía cínica pueden encontrarse en el estoicismo antiguo (Gulet-Cazé 2003). Con una fuerte orientación práctica tanto los cínicos inmediatamente anteriores a los primeros estoicos y los últimos estoicos, parece razonable suponer que esta orientación marcó también la aproximación a la filosofía de los primeros estoicos. De hecho, hay alguna evidencia en favor de esta suposición. En una información que está tomada de una escrito perdido de Crisipo, Cicerón describe el uso de la analogía médica que hicieron los primeros estoicos (Tusc., 3, 1, 21). Ecos de las discusiones de 27 Sócrates que se pueden encontrar en los primeros diálogos de Platón, supone que así como hay salud y enfermedad para el cuerpo también existe salud y enfermedad para el alma. Pero aunque existe un arte establecido para el cuerpo, no se ha prestado mucha atención a la enfermedad del alma que es mucho más seria que la enfermedad del cuerpo. El arte que está comprometido con la cura y terapia del alma es la filosofía, es lo que sostiene Cicerón siguiendo a Crisipo. La filosofía, pues, es un arte dedicado a la curación de las enfermedades del alma así como la medicina está comprometida con la curación del cuerpo. ¿Cuáles pueden ser estas enfermedades del alma? Para los estoicos estas enfermedades son las célebres pasiones, y las pasiones son por sí mismas el resultado de un juicio falso (capítulo 5). El proceso de descubrir la falsedad del juicio que produce las desagradables pasiones es un proceso de diagnóstico semejante a un diagnóstico físico emprendido por un doctor. De hecho, las pasiones estrictamente hablando son solamente síntomas de un profundo disturbio mental, es decir las falsas creencias que son el resultado de los juicios falsos. La tarea de la filosofía, entendida como esta arte de curar el alma, es curarnos de aquellas falsas creencias por medio de la enseñanza que los lleve a eliminar los falsos juicios. El filósofo, para Crisipo, es un físico del alma (Galeno PHP 5.2.23). Sin embargo, a diferencia del físico que trata del cuerpo, el físico estoico del alma estará menos interesado en curar las enfermedades mentales de otros sino estará más comprometido con la condición de su propia alma: “A buen seguro, la medicina del alma es la filosofía, cuyo auxilio no se ha de pedir de fuera, como en las enfermedades del cuerpo, sino con todos nuestros recursos y fuerzas debemos trabajar para poder curarnos a nosotros mismos” (Tusc., III, III, 6). Esta concepción de la filosofía como un arte para tratar las enfermedades del alma que solamente se puede practicar en uno mismo forma el contexto de nuestro pasaje de introducción traído de Epicteto (I, 15, 2). Cuando Epicteto dice que cada vida individual es el material del arte de vivir, estaba respondiendo a un hombre que le había preguntado cómo podría ser posible detener a su hermano estando enojado con él. La respuesta de Epicteto fue decir que el hombre debería estar más interesado en su propia reacción pasional hacia el enojo de su hermano que con la ira de su hermano mismo. Solamente su hermano puede hacer esto. Puede verse en esto que los estoicos desarrollaron un tema que tuvo su origen en Sócrates, es decir el pensamiento de que la tarea más urgente a la que debemos enfrentar es tener cuidado de nuestras propias almas (Sellers, 2003: 36-39). Nadie puede hacer esto por nosotros; debemos ante todo dominar el arte de “tener cuidado de nosotros mismos”, por nosotros mismos. De este modo el físico estoico del alma no pretende llevar a cabo una especie de terapia evangélica que pretende curar el alma de todos aquellos que se encuentra; más bien comprometido en una tarea más personal y privada, aunque –como Sócrates y Diógenes del Cínico- puede intentar motivar a los otros a abrazar el mismo trabajo personal por sí mismos. Como veremos más adelante, los estoicos son materialistas y el alma es entendida como una cierta clase de materia en un cierto estado. Cualquier discusión referente a la curación del alma de las pasiones, falsas creencias y juicios equivocados puede 28 igualmente describirse en términos de alteraciones da la disposición física del alma. También Crisipo nos da una analogía destinada a mostrar que cualquier alteración en la disposición del alma tendrá necesariamente un impacto en lo modo en que actuamos (Aulio Gelio, NA 7, 2.11). Sugiere que nos imaginemos un cilindro tirado en el suelo. A fin de que el cilindro puede moverse requerirá un empuje externo, pero el modo de moverse, rodando, dependerá de su naturaleza interna o forma, es decir su sección circular. El movimiento del cilindro será, pues, el producto de la interacción tanto de la causa externa (el empuje) y la causa interna (su forma). Para Crisipo, la disposición del alma es análoga a la forma del cilindro, en tanto que los estímulos externos son semejantes al empuje. Siempre que uno actué en respuesta a un acontecimiento externo, su acción estará necesariamente formada por la disposición de su alma así como de los eventos externos. En otras palabras, transformando la disposición de un alma individual habrá un impacto directo en sus acciones y de este modo sobre su propia vida. Es de este modo como se entiende que la filosofía se concibe como un arte para curar el alma y es también el arte de vivir; transformamos nuestra vidas transformando la disposición habitual de nuestras almas. Así como veremos en capítulos posteriores, los primeros estoicos desarrollan un complejo sistema filosófico que incluye la lógica formal, la teoría del conocimiento y el lenguaje, ontología y cosmología, así como teoría ética. Sin embargo, es importante recordar que estos varios aspectos del sistema filosófico estoico fueron desarrollados dentro de un contexto de orientación altamente práctico. El fin de la filosofía, para los estoicos, fue la transformación completa de la propia vida. Este proceso de transformación estuvo centrado en devenir, en la medida de lo posible, en su imagen personalizada: el sabio estoico. 2. EL ROL DEL SABIO ESTOICO Central para la filosofía estoica es el ideal del sabio estoico. Si la filosofía es un arte de vivir dedicada a transformar la propia vida., entonces el final último de este arte es convertir la propia vida en la vida de un sabio. Todas las partes de la filosofía están, de este modo, orientadas a la consecución de este fin. El sabio está descrito de una variedad de fuentes como aquel que no nunca está impedido, que es infalible, que es más poderos que cualquier, también es rico, fuerte, libre, feliz y la única persona verdaderamente que merece el título de rey (Cicerón, De fin., 3, 75; Tusc., 3, 10, 21). Arius Didymus añade lo siguiente a su síntesis de la ética estoica: “Dicen también que todo lo que el sabio hace lo hace bien. Esto es obvio, en la manera en que decimos que el que toca la flauta o la lira hace todo bien […] es de la misma manera que una persona sensible hace todo bien con respecto a cualquier cosa que hace […] Es por ello que piensan que el sabio hace todo bien de acuerdo con un correcto razonamiento, que es el arte que trata la vida como un todo”. El sabio, pues, es un individuo que domina el arte de vivir, y de este modo actúa siempre bien en las áreas de su vida, precisamente como el tocador de la flauta siempre la toca bien cuando la está tocando. Habiendo dominado el arte de vivir, el sabio será completamente libre de las enfermedades del alma, y su sabiduría será definida 29 simplemente en términos de que goza de una perfecta salud del alma (Tusc., 3, 10). Ahora bien, siguiendo a Galeno, podríamos decir que el alma del sabio será completamente inmune a tales enfermedades, mientras que otros estarán sanos pero no serán completamente inmunes, otros estarán fácilmente inclinados a la enfermedad, mientras que aquellos que son vencidos por las pasiones estarán enfermos (PHP, 5.2.9). En general, sin embargo, los estoicos tienden a presentar a todos aquellos que no son sabios como impíos, necios y locos (cfr., Plutarco, St., Rep., 1048 e). Si el sabio es como una criatura rara como podríamos esperarlo, entonces estos términos incómodos se aplicarán a muy pocos. No es sorprendente que esto no hubiera caído bien a los críticos de los estoicos. Los peculiares atributos del sabio condujeron a un número de conclusiones que vinieron a ser conocidas como paradojas estoicas. Cicerón nos proporciona una gran ayuda resumiendo algunas de ellas en un textos muy corto: Paradoxa stoicorum. Entre los temas discutidos por Cicerón se encuentran las afirmaciones estoicas se encuentra aquella de que “todo nosabio es malo”, “que solamente el sabio es rico” y “que solamente el sabio es libre y todo no-sabio es esclavo”. Tratando de esto último escribe: “¿Si esclavitud significa, como es así, la obediencia de un espíritu abyecto y quebrantado que no tiene ninguna volición por sí mismo, quién podría negar que toda gente voluble y envidiosa y todos los viciosos son realmente esclavos?” (Parax., 35). A pesar de la popularidad del estoicismo en el mundo romano, uno puede entender porque un opulento noble romano propietario de esclavos podría haber apreciado escuchar los argumentos que de que los esclavos eran pobres y esclavos al mismo tiempo porque no habían alcanzado (posiblemente inalcanzable) el ideal del sabio estoico. Los estoicos reconocieron una tercera o clase intermedia de individuos: aquellos que están progresando (prokopé). Son filósofos en el sentido etimológico de la palabra: amantes de la sabiduría que aspiran ante todo a la sabiduría pero que en sí mismos no son sabios. Sin embargo, tales individuos hablando estrictamente siguen estando entre los locos, como es ilustrado por un pasaje de Crisipo: “Es verdad, como dicen los estoicos, que un hombre no se ahoga en el mar estando a un codo de la superficie a menos que se sumerja 500 brazas, de este modo los que están en camino de la virtud no tienen que ver tanto con vicio como aquellos que están alejados de él […] sin embargo los que están haciendo progreso continúan siendo tontos y malvados hasta hallan alcanzado la virtud” (Plutarco, De Com., Not., 1063 a). De este modo, pues, incluso el filósofo sigue siendo esclavo, impío, tonto, loco y malvado. En efecto, ninguno de los primeros filósofos estoicos perece que se hayan presentado a sí mismo como sabios, incluso si luego alguno de sus posteriores seguidores pudo haber estado tentado en venerarlos como tales (Brouwer 2002). Si esto es así para los filósofos ¿entonces quién puede ser contado como un ejemplo de un sabio? No es sorprendente, existía alguna duda sobre si en realidad semejante individuo existía, o si incluso sí realmente podría existir. A la luz de estas dudas una cuestión que surge es si el ideal del sabio es una real posibilidad práctica que pueda realmente ser realizado en la realidad o si es un ideal regulativo puramente ideal 30 hacia el que se trabaja pero el cual no es alcanzable en realidad. Esta segunda respuesta ha formado la base por una crítica común a los estoicos de todos los tiempos, actualizados entro otros por Erasmo y Kant, y ya hechos en la antigüedad. Esto está en íntima relación con la cuestión de si ha existido un sabio estoico. Solamente necesitamos ser capaces de señalar un ejemplo concreto del genuino sabio estoico a fin de ser capaz de decir que es una posibilidad real de convertirse en sabio, no importa qué tan difícil pueda ser esto para la realización. A fin de contrarrestar el desafío de que el sabio es un ideal imposible, los defensores del estoicismo sugieren el nombre de individuos que creen que alcanzaron el status de sabio. Entre los estoicos romanos, el ejemplo preferido era Catón el Joven. Catón el Joven (95-46 a. C.), un oponente a la política de Julio César, cuya vida nos es contada por Plutarco en su Catón el Joven y la Pharsalia de Lucano, es el más famoso que se suicidó en Utica, una ciudad del norte de África que gobernaba durante la guerra civil de Roma, en vez de enfrentar la captura por parte de César. Cuando es apremiado para que presente un ejemplo de un sabio estoico, la respuesta de Séneca fue siempre señalar a Catón. La admiración de Séneca por Catón fue tan grande que sugiere que incluso Catón puede ir más allá del ideal del sabio: “No tendrás razón en decir lo que sueles, que este nuestro sabio no se halla en parte alguna. Porque nosotros no fingimos esta vana grandeza de la naturaleza humana, ni publicamos gran concepto de cosa falsa, sino como lo formamos os lo damos y os lo daremos, si bien raramente y con grande intervalo de los tiempos se halla, porque las cosas grandes que exceden el vulgar y acostumbrado modo no nacen cada día. Antes recelo que nuestro Catón, que dio motivo a nuestra disputa, es superior a nuestro ejemplo” (De la constancia del sabio, VII, 1). Aunque Cicerón es hasta cierto punto muy crítico de este ideal estoico, sin embargo reconoce que en efecto Catón tuvo domino sobre su vida como estoico en vez de argumentar en favor de ella (Parad., 2). El poeta estoico Lucano es incluso más enfático sobre el estatus preeminente de Catón: “Catón fue en verdad un verdadero padre para su pueblo, y mucho más digno que otros que han sido grandes por este título, que tienen altares elevados en su memoria. Un día cuando seamos finalmente libres de la esclavitud, si eso ocurre alguna vez, Catón será deificado; y entonces Roma tendrá un dios cuyo nombre no es necesario avergonzarse para jurar” (Pharsalia, 9. 601-4). Mientras los estoicos romanos como Séneca y Lucano admiran a Catón el Joven como un posible ejemplo de sabio, en el mundo de habla griega era Sócrates el que con frecuencia fue presentado como ejemplo de sabio. Vimos en el capítulo I vimos la afirmación de que Zenón fue inspirado en primer lugar al estudio de la filosofía luego de leer sobre Sócrates a través de los Memoralia de Jenofonte. En efecto, uno puede decir que la filosofía estoico comenzó literalmente con la admiración de Zenón por la vida de Sócrates. Filodemo refiere que algunos estoicos en realidad querían ser llamados “socráticos” (De Stoicis, 13, 3-4). En los escritos de los últimos estoicos como Epicteto, Sócrates forma un paradigma para el ideal filosófico de vida. “Para ti, que no eres Sócrates, bástate vivir como hombre que quiere llegar a ser tan sabio como él” (Ench., 51, 3). 31 Es también claro que Sócrates representó el modelo de un rol importante para muchos de los primeros estoicos (Long, 1988), de igual modo a como Epicuro funcionó como un rol modélico para los epicúreos. Pero naturalmente Sócrates no fue de ninguna manera un sabio estoico, ni siquiera habría podido serlo, viviendo antes de que el estoicismo fuera concebido. Simplemente fue un modelo de sabiduría que algún estoico tomó con la finalidad de encarnar los principales atributos de su propio ideal filosófico. Otros no estoicos que habían adoptado este camino como modelo del sabio incluye al legendario Hércules y Dionisio el Cínico. Epicteto nos presenta a Diógenes precisamente como un ejemplo de un interlocutor escéptico: “Pero al menos te puedo mostrar un hombre libre, a fin de que ceses de buscar un ejemplo: Diógenes era libre. ¿De dónde le viene su libertad? No del hecho de que haya nacido de padres libres (no fue así), sino que era libre por sí mismo: porque se había desprendido de todo aquello que hace a una persona esclava; de modo que no había manera de alguien llegara y se apoderase de él para esclavizarlo” (Diss., 4, 1, 152). A pesar de estos ejemplos, el gran problema del estoicismo de que ninguno de los primeros estoicos se presentó a sí mismo como siendo un sabio y los estoicos posteriores parecen haber vacilado en canonizar a los fundadores de la escuela. Ambas posturas podrían naturalmente estar acreditadas en cuanto a su precaución en este punto. Pero significa que la escuela no tiene una figura interna que pudiera mostrar un ejemplo vivo de su propio ideal filosófico. Ni Sócrates ni Diógenes eran estoicos, mientras que Catón fue específicamente un héroe romano, producto de un contexto político particular, que no podría haber sido un modelo obvio para el estoicismo en general. Los antiguos críticos fueron rápidos en indicar que hay un problema potencial en el sistema filosófico y se dirigen directamente a la cuestión de que dicho ideal sabio es algo que nunca y quizá nunca pueda existir o haya existido. Existe algo inútil dedicarse a intentar dominar su propia vida para volverse sabio si es un fin que no se puede alcanzar. A pesar de sus grandes cualidades, es algo absurdo la afirmación de que Sócrates o Catón nunca hicieron un error en sus vidas, que se podría inferir de la afirmación de que eran sabios infalibles. En efecto, aparece que algunos estoicos posteriores tomaron estas inquietudes en serio y Panecio, por ejemplo, se movió su atención de las acciones hipotéticas del sabio perfecto a las acciones de individuos imperfectos que intentaban mejorar sus vidas en el aquí y ahora (Séneca, Epis., 116.5). En respuesta a esta clase de inquietudes uno puede decir que aunque el sabio estoico puede aparecer como un ideal abstracto imposible, fue de hecho un ideal que se sustenta en ejemplos concretos. Como hemos visto, el más importante de estos podría ser Sócrates, quizá seguido muy de cerca por Diógenes. Aunque es improbable que ni Sócrates o Diógenes hubieran afirmado haber vivido de acuerdo con algunos de los atributos del sabio perfecto, sin embargo encarnaron una gama de cualidades que los estoicos consideraban elogiables. Si nos acercamos a la imagen del sabio dentro de este contexto, conservando en mente los ejemplos concretos en los que se sustenta, entonces no parecerá un ideal no realizable. Aunque puede ser imposible devenir perfecto al punto de la infalibilidad, es posible, en palabras de Epicteto, “devenir como Sócrates”, no importa qué tan difícil sea la tarea, incluso si el “Sócrates” en mente no 32 corresponde ampliamente con la figura histórica. El punto más importante que hay que acentuar aquí, sin embargo, es el modo en que estas preocupaciones sobre el sabio estoico enfatizan su orientación primeramente práctica. La tarea filosófica fundamental para el estoicismo es transformar su propio modo de vida en una vida de sabiduría. 3. LAS TRES PARTES DE LA FILOSOFÍA Hasta ahora nos hemos centrado en la dimensión práctica de la filosofía estoica. Para los antiguos filósofos como los Cínicos, este era todo lo realmente importante. Los estoicos, por el contrario, combinan este acercamiento práctico con un agudo interés en la teoría filosófica. En efecto, la más importante figura en la historia del estoicismo, Crisipo, fue probablemente mejor conocido en la antigüedad como un lógico. Antiguos informes sobre la doctrina estoica tal como nos es referida por Diógenes Laercio esboza un sistema de teorías filosóficas con numerosas divisiones y subdivisiones. He aquí precisamente un ejemplo: “Algunos estoicos dividen la parte de la lógica del sistema en dos ciencias de retórica y dialéctica […] la retórica misma, dicen, tiene tres divisiones; deliberativa, forense y panegírica […] dialéctica (dicen) se refiere a dos temas: el discurso y el lenguaje. Y el tema cae bajo los siguientes títulos: presentaciones […] proposiciones, etc.,” (DL VII, 41-43). En la cumbre de esta división hay una división básica de la filosofía en tres partes principales: “Dicen que el discurso filosófico tiene tres partes, uno de las cuales era la física, otra la ética y la lógica” (DL VII, 39). Es importante recalcar desde el principio que estos tres términos –lógica, física y ética- fueron usados ligeramente una manera muy diferente a como son usadas en la actualidad. Lógica, por ejemplo, fue concebida en un sentido muy amplio de lo que es en la actualidad, abarcando no solamente la lógica formal, sino también la retórica y la epistemología. Igualmente, la física fue entendida para abarcar no solamente la filosofía natural sino también la ontología o metafísica y teología. Varios estoicos ofrecen diferentes símiles con el intento de explicar la relación entre las tres partes de la lógica, física y ética: “Los estoicos comparan a la filosofía con un ser vivo: los huesos y los nervios corresponden a la lógica, las partes de la carne a la ética, el alma a la física. O bien lo comparan a un huevo; la parte externa, el cascarón, es la lógica, la parte siguiente, lo blanco, es la ética, la parte más interna, la yema, es la física. O bien la comparan a un campo fértil: la cerca externa es la lógica, la fruta es la ética, la tierra o los árboles la física. (DL, 7, 40). Algunos comentaristas han analizado estos fragmentos e intentaron buscar si implica alguna prioridad de una de las partes sobre otras en la filosofía estoica. Pero todo lo que esta imagen parece sugerir es una relación fundamental entre las tres partes de la filosofía. Esto es evidente en el caso del símil del huevo, pero quizá menos obvio en la comparación con el ser vivo. En efecto, otra fuente nos informa que Posidonio rechazó la comparación con el huerto precisamente porque era muy fácil concebir que las partes existían de manera independiente una de otra, y explícitamente prefiere la comparación con un ser vivo porque acentúa que las tres partes de la filosofía son inseparables (Ad., Math., 7, 19). 33 Aceptando esta relación fundamental, ¿puede ser posible colocar las tres partes en alguna forma en orden de prioridad? Un contexto en el que puede hacerse esto es cuando intentan determinar su orden en la enseñanza. Se informa que varios estoicos no están de acuerdo sobre el orden en que estas tres partes deberían ser enseñadas (DL, VII, 41). Crísipo afirmaba que los estudiantes deberían en primer lugar aprender lógica, luego la ética y finalmente la ética (y la teología, la más alta parte de la física). Sin embargo, como comenta Plutarco, muchas discusiones de Crisipo sobre la ética presuponen y habrían sido precedidas por discusiones en ética (St., Rep., 1035 a-f). Otras fuentes nos informan que Zenón, Crisipo y otros habían colocado la lógica en primer lugar, seguida por la física y finalmente por la ética. Otros sugieren que ninguna parte debería ser prioritaria una sobre otra, y que deberían enseñarse de manera mixta a fin de enfatizar esta íntima relación (DL VII, 40). Cualquier programa de enseñanza no puede de una vez por todas introducir el estoicismo. Pero a partir de los limitados fragmentos que tenemos parece probable que el orden de prioridad está solamente interesado con organizar un currículo y no implica ninguna prioridad filosófica fundamental de una parte sobre otra. Como veremos, cada una de las tres partes de la filosofía estoica depende de las otras y no puede ser entendida plenamente sin las otras. 4. FILOSOFÍA Y EL DISCURSO FILOSÓFICO Hemos visto cómo la filosofía estoica fue dividida en tres partes en lógica, física y ética. Sin embargo, hablando estrictamente esto no es así. Diógenes Laercio nos dice que era el discurso filosófico era el que estaba dividido en este modo (DL VII, 39), mientras Plutarco dice que esta división aplica a los teoremas filosóficos (St. Rep., 1035 a). Esto es importante en cuanto puede ayudarnos a reconciliar la afirmación de que, por un lado la filosofía es un arte práctico que se interesa en la transformación de la vida del hombre en la de un sabio, mientras que por otro lado aparentemente es un tema teórico dividido en lógica, física y ética, cada una de las cuales se subdivide en una conjunto más complejo el discurso filosófico o teoría, pero no necesariamente filosófico en sí mismo. La filosofía misma, como hemos visto con Epicteto, es un intento por transformar la propia vida. Arius Dydimus escribe: “No es la persona que con afán escucha y escribe lo que los filósofos dicen el que está listo para filosofar, sino que la persona que está lista para vivir de acuerdo a las prescripciones de la filosofía en sus acciones y vive de acuerdo con ellas” (11 k). Tenemos una clara distinción, pues, entre discurso filosófico, que es hablar y escribir por los filósofos, y la misma filosofía, un modo de vida en el que las doctrinas filosóficas son expresadas en un comportamiento propio. ¿Pero cómo es que estas dos cosas se relacionan una con otra? ¿Los estoicos dan una consideración de cómo piensan su compleja teoría filosófica podría llevarse a cabo el modo que se pudiera avanzar hacia el ideal de sabio? Epicteto nos da precisamente una relación. Esboza dos modelos para la educación filosófica: “A los filósofos primero los ejercitamos en la teoría, donde hay menos dificultad, y entonces después los conducimos a la cuestión más difícil; porque en la 34 teoría no hay nada que nos detenga de seguir lo que hemos aprendido, pero en la vida hay muchas cosas que nos distraen” (Diss., I, 26, 3). Primero aprendemos la doctrina o la teoría, dividida en los encabezados de lógica, física y ética, y entonces nos volvemos a la más difícil tarea que es la de intentar poner estas doctrina en práctica, transformando nuestras vidas a la luz de lo que hemos aprendido. La primera etapa comprende, al menos en las clases de Epicteto, el estudio de las dificultades más conocidas de los escritos de Crisipo. La segunda etapa comprende una serie de ejercicios (askêseis) que están destinados a la realización de la más difícil tarea, es decir convertir en acciones la doctrina filosófica contenido en los trabajos de Crisipo. En este caso Epicteto sigue a su maestro Musonius. Como hemos visto, Musonius enfatiza el valor de la práctica sobre la teoría. Sin embargo, enfatiza esta expresión haciendo hincapié en la necesidad de la práctica sustentada en la teoría: “La teoría, que nos enseña cómo deberíamos actuar, se relaciona con la aplicación, y viene en primer lugar, ya que no es posible hacer bien algo realmente a menos que su ejecución práctica esté en armonía con la teoría” (Diss., 5). Así, el estudio de las doctrinas filosóficas es en verdad un primer paso en la educación filosófica, incluso para Musonious Rufus que tiene en muy alto grado la orientación práctica de la filosofía. ¿Pero cuál es la idea de Epicteto sobre la segunda etapa? Hemos sugerido que esta segunda etapa está constituida por alguna forma de ejercicio destinado a traducir el contenido de aquellas doctrinas en acciones. Comienza por presentar los ejercicios que serían necesarios para el alma –que Pierre Hadot ha llamado ejercicios espirituales (1998)- semejantes a los ejercicios del cuerpo que un atleta emprende. Con respecto a estos ejercicios espirituales, Musonius dice: “El ejercicio para el alma consiste ante todo en ver que las pruebas relativas a los bienes aparentes no son bienes reales y están siempre a la mano y como aquellas relativas a los males aparentes que nos son males reales, y en aprender a reconocer que la cosas que son bienes verdaderos y acostumbrarse a distinguirlos de los que no son verdaderos bienes” (Diss., 6). En otras palabras, aquellos ejercicios están destinados a transformar nuestro modo habitual de vivir a la luz de las teorías filosóficas que hemos aprendido a dominar en las clases. Una cosa es ser capaz de decir lo que es un bien verdadero y lo que solamente es un bien aparente; y otra muy diferente actuar inmediata y consistentemente a la luz de lo que hemos entendido. Hemos, dice Musonious un poco más adelante, construido una gran cantidad de malos hábitos que debemos vencer si queremos tener un progreso filosófico auténtico. Esta es la razón por la cual podemos reconocer que una acción es la mejor en vez de seguir alguna otra. La tarea de esta segunda etapa, por tanto, es habituar el alma a fin de haga elecciones de creencias filosóficas que puedan dar forma costumbres inconscientes, y determinar de este modo nuestro comportamiento diario. Este proceso se presenta con mucha frecuencia en término de acostumbrarse y digestión. Marco Aurelio presenta este proceso como coloreando el alma de un nuevo color, precisamente como uno podría pintar una pieza de ropa de un nuevo color (Med., 5, 16). La tarea es lo que podríamos llamar la digestión de las teorías filosóficas, semejante a la digestión de los alimentos. Epicteto escribe: “Las ovejas no vuelven a dar el heno ni la hierba que han comido, pero en 35 recompensa engordan y dan leche y lana a sus dueños. Así tú no te has de ocupar en conversar con los ignorantes de tus preceptos, porque es señal de que no los has digerido. Debes instruirlos con tus acciones” (Ench., 46). ¿Pero cómo digieres las teorías filosóficas? Un modo de asimilar la información es escribirla muchas veces, como los estudiantes escriben sus notas muchas veces a fin de ayudarse a recordar sus contenidos. Se ha sugerido que la repetición frecuente de los pasajes en las notas que conocemos como las Meditaciones de Marco Aurelio son un ejemplo de este tipo de escritura. En efecto, Epicteto aconseja que este es un modo como los filósofos podrían ejercitarse ellos mismos, a saber escribiendo cada día las doctrinas claves (Dis., I, 1, 25). Séneca propone otra estrategia. Sugiere que al final de cada día deberíamos tener tiempo para recordarnos a nosotros mismos una relación de los acontecimientos de cada día. Deberíamos interrogarnos y preguntarnos si hemos sido fieles a los principios filosóficos que hemos aceptado conscientemente, si hemos vencido alguna mala costumbre y si hemos resistido cualquier mal deseo (De Ira, 3, 36, 1-3). En ambos casos, tales ejercicios debería realizarse luego de que se ha dejado el salón de clase, es decir, luego de que uno ha estudiado las doctrinas filosóficas que ahora está intentado digerir. En este punto se podría proponer una objeción. Como veremos con más detalle en posteriores capítulos, los estoicos siguieron a Sócrates afirmando una concepción unificada y monista del alma teniendo en cuenta la relación entre conocimiento y acción. Sócrates es conocido por afirmar que la virtud está constituida por el conocimiento, que si uno conoce que x es correcto entonces necesariamente tiene que hacer x. Esto, a su vez, forma la base de la conocida negación por parte de Sócrates d la debilidad de la voluntad; incluso ninguno se equivocaría voluntariamente y siempre actuaría de acuerdo con lo que cree que es correcto. Ahora bien, si los estoicos son intelectualistas en este sentido socrático entonces seguramente dominar las doctrinas filosóficas en la primera etapa del plan de Epicteto sería suficiente para entregarse a las acciones filosóficamente correspondientes. ¿Si conocemos las doctrinas, y conocemos lo que es correcto, entonces no deberíamos actuar de acuerdo con éstos? La segunda etapa que es la de acostumbrase, el ejercicio y la terapia del alma (como se describe frecuentemente) debería, para los socráticos intelectualistas, ser completamente superfluo. Hay una gran cantidad de maneras para responder a estas ideas. Se debería distinguir entre los primeros estoicos, que tal vez sean fieles al intelectualismo socrático, y los estoicos posteriores que introducen las ideas de ejercicio y terapia luego de haber abandonado la posición socrática. Sin embargo, esto no parece ser el modo adecuado para resolver el problema, porque los estoicos posteriores tales como Séneca y Epicteto hacen uso de los temas de ejercicio y terapia afirmando la teoría estoica ortodoxa de las emociones que presupone una concepción monista e intelectualista del alma. Otro modo en de responder sería pensar un poco más sobre el modo en que se comienza a concebir el conocimiento. Recordar que el conocimiento es reconocido por Sócrates como constituyendo la virtud. Al principio de este capítulo hemos visto que Epicteto presenta la filosofía como un arte, una technê, y este pensamiento 36 también se presenta en Crisipo en su analogía médica. En un número de antiguas discusiones sobre arte y oficios se enfatiza que a fin de dominar un arte es necesario dominar los principios que sustentan el arte y entonces someterse a un entrenamiento práctico. En caso de convertirse en un doctor, por ejemplo, el estudiante de medicina habrá completado su amplia formación después de haber terminado su formación en el salón de clase y después de esto será calificado como doctor. Uno puede ver que hay dos etapas en este caso –y que son similares a la los etapas que han sido ya encontradas en Epicteto. Para Epicteto, la filosofía es un arte y dominio del arte requiere ambas etapas de formación así como también el arte de la medicina. La objeción de que los estoicos como intelectualistas socráticos, no deberían tener necesidad de ejercicios o terapias porque el conocimiento sería suficiente, asumiendo por sí mismos que los principios que sustentan un arte también constituyen su propio conocimiento. En otras palabras, se asume que el conocimiento filosófico debería identificarse con el dominio de las doctrinas filosóficas. Pero los estoicos como Epicteto no conciben la filosofía como un conocimiento de este modo. Porque concibe la filosofía como arte más que como un conocimiento filosófico, como dominar un arte o un oficio, requerirá tanto las doctrinas filosóficas y un subsecuente periodo de ejercicio y práctica destinado a digerir las doctrinas. Para Epicteto, dominar solamente las doctrinas filosóficas no constituirá un conocimiento, y así si alguno con tal dominio fracasa en el actuar de acuerdo con dichas doctrinas no actúa en contra de su conocimiento. Debemos decir que actúa contra la información que ha adquirido, pero no contra su conocimiento, porque en este momento no ha ganado algún conocimiento filosófico, habrá, como cualquier otro aprendiz del oficio, de someterse de practicar a fin de asimilar esa información. Solamente entonces alcanzará el conocimiento entendido como arte. En este sentido, la segunda etapa de la formación es fundamental. Sin embargo, Epicteto puede seguir siendo un socrático intelectualista mientras afirme esta concepción conocimiento filosófico, como para Sócrates, pues puede argumentar que una vez que tiene el conocimiento filosófico puede necesariamente construir una conducta. El sabio necesariamente actuará bien, precisamente como el arquitecto construirá necesariamente una buena casa (excepto la intención deliberada o las influencias externas). En efecto, esta objeción intelectualista contra la terapia estoica fue hecha por el estoico heterodoxo Aristón justo al principio de la historia de la escuela (y reportada por Séneca en la Epístola 94), un hecho que podemos tomar como evidencia para la afirmación de que tal terapia y ejercicio eran características no sólo de los estoicos posteriores sino también de los primeros estoicos. Aristón argumenta que estos ejercicios (en forma de preceptos morales en general) podrían no ser benéficos para aquellos que permanecen en la ignorancia, porque su ignorancia nublaría su juicio, mientras los ejercicios serían superfluos para todo aquel que es encuentra libre de ignorancia, porque tales individuos ya conocerían que deben hacer (Epist., 94, 11). Es la segunda de estas afirmaciones que forma la objeción intelectualista. En su respuesta a esta objeción Séneca presta atención implícitamente al hecho de que solamente el sabio perfecto estará completamente libre de ignorancia. La inmensa mayoría de 37 nosotros, sin embargo, tendrá costumbres no deseadas y emociones que dificultaran nuestra digestión de los principios filosóficos. Séneca también cita la opinión de Aristón contemporáneo de Crisipo, que afirma que esta segunda etapa de la educación filosófica “es en realidad útil, pero que es algo débil a menos que no derive de principios generales” (94, 4). Esta es una clara afirmación de las dos etapas de la educación filosófica que ya había adelantado Epicteto. De este modo, tenemos una concepción de la filosofía como un arte u oficio que, como los otros artes y oficios, comprende dos etapas de educación: la primera es el estudio de los discursos filosóficos, seguido de la práctica o concebido como un proceso de aprendizaje de acostumbrase y digestión. ¿Cómo pueden estas dos etapas modelar la educación filosófica en relación con la división tripartita de la filosofía en lógica, física y ética? Bien, recordemos que es el discurso filosófico el que se divide en tres partes, por tanto ya tenemos una forma de respuesta. Las tres partes del discurso filosóficos – lógica, física y ética- forma el contenido de la primera etapa de la educación filosófica. De este modo, el estudiante en las clases de Epicteto estudiará textos de los más importantes estoicos sobre uno de estos tres temas. ¿Qué acontece para la segunda etapa? ¿Será una práctica unificada o también se dividirá en tres partes? En orden a responder a esta cuestión consideremos lo que Epicteto llama los tres topoi o campos de estudio. Hay tres campos de estudio, en los que una persona que ha llegado a ser noble y bueno debe esforzarse por llevar a la práctica. [1] El que tienen que ver con los deseos y aversiones, por lo que no fracasará en lo que desea ni caerá en lo debería evitar. [2] El que tiene que ver con el impulso a actuar o no actuar, y, en general, lo apropiado para la conducta; de este modo puede actuar de un modo ordenado luego de una atenta consideración, y no a la ligera o de manera descuidada. [3] El tercero se refiere a la liberación del engaño y el juicio precipitado, y, en general, si está de acuerdo con el asentimiento. Ha sido sugerido que estas tres áreas forman los tres tipos de ejercicio en la segunda etapa de la formación filosófica que corresponde a los tres tipos de discurso que corresponden a la primera etapa. Esto es muy claro para aquellos que proponen esta interpretación, pues se trata de una hipótesis muy atractiva, pero se deberá indicar que algunos investigadores no están convencido de la mismo y la cuestión sigue estando sin resolverse (Dobbin, 1998: 94). Teniendo en cuenta esta salvedad, veremos más adelante que es posible presentar esta hipótesis como siendo significativa. Desde el principio se deberá indicar que la afirmación no es que estas tres áreas de estudio son idénticas con las tres partes de la filosofía, sino más bien que pueden estar en relación con los tres discursos filosóficos. De este modo la cuestión es mostrar cómo pueden de hecho estarlo. El segundo topos, que tiene que ver con el impulso y la conducta apropiada, corresponde claramente a la ética. Luego que el discípulo ha estudiado la teoría estoica de las acciones apropiadas (de las que trataremos en el capítulo 5), requerirán 38 una formación esbozada en el segundo topos para ayudarlos a poner esta teoría en práctica. Esta correlación es probablemente la más obvia de las tres. El tercer topos, que se refiere al juicio y al asentimiento, corresponde a la lógica. Tanto el juicio como el asentimiento (como veremos en el capítulo 3) son centrales en la epistemología estoica, esta mismo parte de la lógica estoica. Lo que corresponde al primer topos es lo que queda: la física. Por un proceso de eliminación, el primer topos corresponde a la física, si la hipótesis de que existe una correlación es adecuada. El primer topos aparece en primer lugar que se interesa por el deseo y la aversión, y no es inmediatamente obvio cómo la práctica en relación al deseo y la aversión pueda poner en práctica la teoría física del estoicismo. Sin embargo, es posible argumentar una conexión. El primer topos está dedicado a capacitar los deseos y aversiones del hombre, es decir, intenta poner en práctica el análisis filosófico referente a lo que se debería desear y lo se debería evitar. Comprendiendo lo que uno debería desear y lo que debería evitar, comprende la teoría filosófica en dos niveles. En un nivel microscópico comprenderá un análisis fisiológico del organismo humano, de lo que será benéfico o dañino para su constitución. Con tal análisis físico diremos que, por ejemplo, desearíamos alimentos sanos y evitar los que causas daños (venenos). En el nivel macroscópico comprenderá el entendimiento del orden de causas en el cosmos como un todo, conociendo lo que debería o no debería ser el resultado realista de eventos deseados. Este tipo de análisis físico, comprende la teoría estoica sobre el destino, que nos dirá, por ejemplo, que deberíamos solamente desear eventos que son de hecho posibles de realizarse dado el orden de causas que concurren para ello. En otras palabras, si uno pregunta cuáles son las implicaciones prácticas del estudio de la física estoica, la probable respuesta sería que entre más grande sea el entendimiento del modo en que actúa la naturaleza tanto a nivel cósmico como individual, deberían haber consecuencias que consideraríamos objetos realistas para desear y evitar. En este sentido, entonces, el primer topos es en realidad una capacitación que está en relación con la teoría física estoica. Si aceptamos esta correlación, y como ha sido indicado no todos los académicos están de acuerdo, entonces lo que tenemos son tres tipos de capacitación en forma de tres topoi o “áreas de estudio” que constituyen la segunda etapa del programa educativo de Epicteto, reflejo de la división tripartita de la primera etapa del discurso filosófico en lógica, física y ética. Mucho de las consideraciones precedentes se basan en el material que nos ofrece Epicteto. Es difícil determinar qué tanto de este, si algo, es novedoso o si refleja mucho de la discusión del estoicismo antiguo sobre la estructura interna de la filosofía. Deberíamos ser prudentes, pues, y vacilar para no atribuirlo al estoicismo como un todo. Hemos dicho que este material constituye las fuentes más completas de lo que ha sobrevivido de la forma como los estoicos nos dan a conocer su reflexión sobre la naturaleza y función de la filosofía. 39 5. LA NATURALEZA INTERRELACIONAL DEL SISTEMA FILOSÓFICO Aunque es importante subrayar la orientación práctica de la filosofía estoica, e indicar el rol jugado por los ejercicios en algunos textos de estoicos posteriores, es importante no perder de vista la interrelación de las tres partes de la filosofía estoica. El énfasis en la cuestión de la práctica en escritores del estoicismo posterior ha conducido a los comentaristas a sugerir que hubo un cambio de interés de la lógica y la física hacia un interés casi total hacia la ética. La discusión en la anterior sección ha dejado en claro que la división entre discurso filosófico y el ejercicio o práctica de hecho cruza toda las tres partes tradicionales de la filosofía, por lo que es posible hablar de una física práctica y una lógica práctica al lado de la ética práctica (representada por los tres topoi), así como una ética teórica al lado de una teoría lógica y física (los tres tipos del discurso filosófico). De este modo, un cambio de énfasis hacia la cuestión práctica no lleva inevitablemente a la necesidad de priorizar una de las tres partes sobre las otras dos. Es importante para el estoicismo que esto sea de este modo, porque cada una de las partes del sistema estoico es necesaria para que su filosofía sea como un todo. Ninguna parte puede ser adecuadamente entendida sin entender al menos el desarrollo de los conceptos centrales en cada una de las otras partes. Por ejemplo, la finalidad ética de “vivir de acuerdo con la naturaleza” naturalmente dependerá al menos de algún entendimiento de las características de la naturaleza, el campo de la física. Igualmente, el fin ético de la liberación de las emociones dependerá de un entendimiento de los conceptos epistemológicos de juicio y asentimiento que da origen a las emociones, que pertenecen al campo de la lógica. Los antiguos críticos también lo entendieron de este modo; por ejemplo, Sexto Empírico pensó que podría socavar el concepto estoico del arte de vivir si pudiera mostrar que su concepto epistemológico de “impresión adecuada” era cuestionable (PH 3, 242). El expositor del estoicismo en los escritos de Cicerón afirma “[…] pero me arrastró la admirable disposición de la doctrina y el increíble orden de las materias […] ¿Qué cosas no se encadenan unas con otras en tal forma que, si remueven una letra, todo se tambalea?” (De Finibus, III, 74). Sin duda alguna esto fue lo que pensó Sexto: todo lo que necesitaba era remover un bloque de la estructura y todo el edificio se vendría abajo. La interrelación sistemática de las tres partes de la filosofía estoica fue una fuerte y potencial debilidad del mismo. Mientras fue posible distinguir entre las tres partes de la filosofía en nuestro discurso, en la práctica, si esa es una especulación teórica o una acción humana, es posible que se volvieran completamente separadas unas de otras. Como hemos visto, el proceso de división es importante en la finalidad educativa, pero Séneca nos recuerda que “es útil dividir la filosofía, pero no despedazarla; pues abarcar las cosas muy grandes, como también las más pequeñas, resulta difícil” (Epist., 89, 2). Esta cercana interrelación entre las tres partes de la filosofía refleja una unidad orgánica recordada en los conocidos símiles que anteriormente ya indicábamos; la filosofía es como un huevo o es como un ser humano. El rechazo de Posidonio de símil del huerto fue precisamente porque no capturaba esta unidad orgánica del mismo modo que los símiles anteriores. En efecto, si quisiéramos ser más precisos, deberíamos decir que la filosofía 40 propiamente es una unidad orgánica, una disposición material y orgánica del alma que puede transformar nuestro modo de vivir. Es solamente el discurso filosófico el que puede ser dividido en tres partes, pero incluso cada parte del discurso filosófico depende de conceptos que pertenecen a las otras partes. Es a la luz de esta naturaleza interrelacional del sistema filosófico estoico y la orientación siempre práctica, por lo Epicteto insiste en la necesidad de estudiar la lógica (Diss., I, 17). Cuando uno de sus estudiantes le interrumpe y dice que estudiar lógica es gastar el tiempo porque no le ayudará a mejorar su carácter, Epicteto le responde diciendo que cómo podemos esperar hacer algo si no somos capaces de definir lo que esperamos mejorar y ni capaces de distinguir entre lo verdadero y lo falso. En otra parte (Diss., 2, 25) Epicteto responde a alguno que solicita ser convencido de estudiar lógica diciéndole que solamente lo puede hacer haciendo uso de la argumentación, de este modo si el que pregunta quiere conocer si la lógica es necesaria o no debe en primer lugar ser capaz de juzgar si este argumento es o no válido. De este modo la lógica es necesaria incluso para responder a la cuestión de si la lógica es o no necesaria. Es claro, pues, que incluso el estoicismo más explícitamente práctico reconoce la necesidad de una potencial parte no-práctica del sistema estoica tal como la lógica formal (Barnes, 1997). Es la lógica a la que nos referiremos en primer lugar en nuestra exposición del sistema estoico. 41